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9 09 18. Abrir los oídos, desatar la lengua. Jesús: el “sacramento” del effeta.

Domingo, 9 de septiembre de 2018

9d770bdb-46b2-4887-bfd6-e77c2c0d416cDel blog de Xabier Pikaza:

23º domingo de tiempo ordinario, ciclo B, año impar.

El evangelio nos sitúa ante uno de los temas característicos de Marcos: muchos judíos de su entorno, y muchos cristianos de su iglesia, tienen los oídos tapados (no escuchan la palabra), tienen trababa la lengua (no pueden hablar). Por eso, Jesús viene para abrir sus oídos y desatar la lengua:Que se escuchen, que se hablen, que se comuniquen.

Lógicamente, para extender su mensaje, Jesús ha de empezar abriendo el oído, desatando la lengua de los que somos sordo-mudos… Para que hablemos todos, es decir, para que nos comuniquemos en amor que es vida. No se trata de decir cosas, de impartir órdenes unos sobre otros, sino de comunicarnos, viviendo todos en comunión de amor.

Ésta es la tarea que Jesús nos ha dejado en el camino de su Iglesia: Que todos podamos escuchar y compartir la palabra, celebrando así la fiesta de la vida como experiencia de comunicación intensa, de oídos y boca, de ojos y manos, de cuerpo y de pan… Son muchos los poderes que impide la comunicación, el gozo de compartir la vida, la riqueza del Dios que es Palabra transparente, dialogada.

Pero Jesús está empeñado en realizar de nuevo el gran milagro de la vida humana, haciéndonos capaces, entre todos, unos con otros, de escuchar y responde, de comunicarnos y de compartir la vida, de un modo gozoso, completo, liberador, viviendo así los unos en los otros.

La religión no es una imposición sacral, un tipo de poder más hondo (en nombre de Dios), para así dominarnos a todos con su terror sagrado, sino el más hondo principio y camino de comunicación: que todos podamos hablar, ser unos en, con, para los otros, de forma que la palabra viva, de todos con todos, nos haga existir en comunión, sin más autoridad que el mismo Dios de Cristo, es decir, la palabra compartida.Éste no es un camino de terror sagrado, ni de obediencia superior, sino de comunicación admirada y admirable de la vida.

Por eso, el primer “sacramento” del evangelio es que se abran los oídos y la lengua, que se abra, que se expanda, que se comparta la palabra. Éste es para Marcos, el primeros de todos los sacramentos de Cristo y de la Iglesia, el sacramento del Effeta, que quiere decir, ábrase, abramos todos la palabra y el camino de la comunicación.

La Iglesia posterior ha incluido este signo y sacramento del “effeta” dentro del sacramento oficial del bautismo, pero de esa forma ha corrido el riesgo de que pierda su sentido originario, su poder vital, en el principio del camino de Jesús… a quien podemos presentar como “el hombre del effeta”.

Buen domingo a todos.

Texto. Marcos 7, 31-37

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.

Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá”, esto es “Ábrete”. Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”

Milagro de comunicación

Es como un ritual o sacramento de iniciación a la palabra. Para entender la parte anterior del evangelio de Marcos y para acompañar a Jesús en el camino que se iniciará en Mc 8, 27, es necesario abrir oídos y lengua, aprendiendo a escuchar y decir. Este es un milagro que la iglesia ritualiza en forma de sacramento, abriendo los ojos y los oídos y la boca de los bautizados, para que estén atentos a la palabra.

Contexto

Jesús está haciendo el trayecto que lleva de Tiro (misión pagana) a sus raíces galileas, a través de la Decápolis (7, 31). Aún no ha llegado a Dalmanuza (lo hará en 8,10)… a través de un recorrido difícil de situar geográficamente pero humanamente muy significativo. Da la impresión de que a sus seguidores les cuesta comprender lo que hace. Es como si faltara un milagro, un giro epistemológico o cambio radical de paradigma: pasar de la comprensión nacional a la visión universal del ser humano.

Lógicamente, para visualizar este cambio de paradigma ofrece Marcos un milagro. Le traen un sordo (no escucha la nueva palabra) y tartamudo (tiene la lengua impedida y no puede expresarse). Es signo de aquellos que no entienden: prefieren mantenerse en sus esquemas viejos, escuchando sus palabras y razones, que en este caso son la razones de los fariseos de Mc 7, 1 s (estudiadas el domingo pasado).

Un enfermo de la comunicación

Este hombre es un enfermo de comunicación: no puede dialogar de verdad, sólo escucha lo sabido, sólo habla para dominar a los demás. En el fondo es un esclavo de su propia mudez y sordera: no logra entender lo que dicen, no puede decir lo que entiende. Así vive encerrado en una doble distorsión de lenguaje (de la escucha y habla), cautivo de su propia soledad hecha silencio. Estamos cerca del niño con demonio mudo de 9,14-29 y de las mujeres de 16,7-8 que por miedo no podrán decir lo que han visto.

Es enfermo de soledad pero no está completamente sólo: hay personas que le traen y ruegan a Jesús que le imponga las manos, en gesto de autoridad (que se repite con los niños en 10,16) y curación. Está enfermo de sordera, pero lo reconoce, en contra de los fariseos que se sienten sanos para escuchar y decir lo que quieren. Su curación se encuentra estratégicamente situada, al final del primer desarrollo de los panes. Para entender y decir el evangelio hay que abrir los oidos y la lengua. Jesús lo hace, en ritual de comunicación y/o una catequesis sacramental:


Gestos de Jesús

a. Toma al enfermo en privado, separándolo de la muchedumbre (7, 33), para destacar el contacto directo. Da la impresión de que el enfermo no ha recibido hasta ahora atención personal. Jesús se acerca, le toma consigo, le trata como hermano o amigo, iniciando una terapia de cercanía y conversación.

b. Mete sus dedos en el oído sordo (7, 33), en gesto que dramatiza una experiencia interior de limpieza auditiva y libertad, como diciendo que no tema las voces que llegan, que no rechace la palabra que viene, que no encierre su vida en el miedo de un silencio amargado, de una ley ya fija. Hay una sociedad hecha de mentiras y ocultamientos, sociedad donde sólo algunos pueden escuchar y saben lo que pasa, mientras otros, todos los restantes, se encuentran condenados, recibiendo solamente aquello que el sistema les impone. Evidentemente, el sordomudo es miembro de esa sociedad enferma, sin acceso a la palabra. Pues bien, Jesús abre con el dedo sus oídos, para que escuche la palabra.

c. Jesús toca con su propia saliva la lengua del mudo (7, 33). Parece que escupe en la mano, para después mojar la punta de su dedo y ungir así, con dedo ensalivado, la lengua sin palabra. La saliva es signo íntimo de la fuerza personal del ser humano, del cariño que cura, del beso que enriquece y vincula a los amantes. Pues bien, ungir con saliva la lengua muda significa fortalecer su palabra. Con ella transmite Jesús al enfermo su más hondo mensaje: que no tenga miedo, que escuche y confíe en los otros.

d. Finalmente, Jesús mira hacia el Cielo, suspira y dice (Ephatha! ¡Qué se abra! (7, 34). Que se abra evidentemente el Cielo (Dios), ofreciendo su gracia al enfermo, y que se abran (como el mismo texto indica luego: 7, 35) sus oídos y lengua cerrada. Todo el gesto sacramental (visualización sanadora) se condensa en este ruego de Jesús que actúa en realidad como creador de vida (en la línea de Gen 1) sobre la boca y oídos del enfermo.

Una sociedad de sordomudos

El sordomudo es reflejo de una sociedad que encierra al ser humano en su silencio, impidiéndole escuchar y decir, comunicarse. Vive en soledad enferma donde muchos resultan incapaces de acceder a la palabra.

Por eso, el milagro es en principio un gesto de creatividad: que todos puedan acceder a la palabra, en conversación de libertad. Es gesto de dramatización sanadora que, mirado externamente, puede parecernos magia, como muchos han dicho. Prefiero verlo como ritual de comunicación y despliegue personal.

El enfermo es signo de una humanidad que no ha tenido acceso a la palabra: las leyes del judaísmo le han impedido entender y hablar, haciéndole puro espectador en un sistema donde otros piensan y deciden en su nombre; el engaño del paganismo le ha impedido escuchar la voz de Dios. Es un solitario, viviente sin palabra.

El milagro de Jesús consiste en abrir al ser humano la palabra en un mundo enriquecido por los panes (comida compartida). La apertura de oídos y lengua pertenece al signo de los panes. Los escribas judíos enseñaban en largas sesiones elitistas que a la postre dejaban a este pobre sin “palabra”.

Jesús le cura abriéndole a la comunicación, para que pueda vivir en diálogo fecundo, en ámbito de iglesia. Siendo lugar de panes compartidos, ella aparece al mismo tiempo como espacio de comunicación, casa o campo donde los humanos pueden acceder a la palabra, superando la fosa que separa a judíos y gentiles.

El signo de los fariseos era la comida ritual entre hombres limpios y separados. El signo de Jesús los panes compartidos, desde el don de la palabra; por eso, la iglesia ha de ir abrir los oídos y la lengua a los humanos.

Reflexión final

Mirado externamente, este gesto puede parecernos magia,
pero en el fondo puede y debe interpretarse como un ritual de comunicación, un signo de despliegue personal.
El enfermo es la expresión de una humanidad que no ha tenido acceso a la palabra: las leyes del judaísmo le han impedido entender y hablar, haciéndole puro espectador en un sistema donde otros piensan y deciden en su nombre, sin dejarle escuchar la voz de Dios, sino manteniéndole encerrado en sí mismo. Pero Jesús (profeta de los panes compartidos) abre sus oídos para que escucha la Palabra y su lengua para que la proclame.

Este milagro forma parte del ciclo de los panes compartidos, es decir, de la comunicación integral. Los escribas judíos impartían su enseñanza en largas sesiones elitistas que a la postre dejaban a este pobre sin “palabra”. Jesús le cura para que pueda tener acceso a la Palabra y para que pueda vivir en diálogo fecundo con los otros (compartiendo con ellos la vida). Siendo lugar donde se comunican los panes, la comunidad de Jesús aparece al mismo tiempo como espacio donde los humanos pueden acceder a la palabra, superando la fosa que separa no sólo a judíos y gentiles, sino también a unos hombres que quieren hacerse dueños de la palabra y a otros que no pueden acceder a ella .

7, 36-37. Todo lo ha hecho bien

36 Y les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo pregonaban. 37 Y en el colmo de la admiración decían: Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos

Jesús cura al enfermo, que empieza a hablar correctamente, de manera que puede y debe suponerse que él quiere que “hable”, que viva a nivel de comunicación, compartiendo su experiencia y su conocimiento con los demás, ya que para eso le ha curado. Pues bien, significativamente, el texto añade que Jesús “les mando” (a sus acompañantes, a los que iban con él y a los que trajeron al enfermo) que no dijeran nada a nadie.

Nos encontramos así nuevamente ante el tema del “secreto” mesiánico (del Hijo de Dios), un secreto que Jesús ha pedido ya en otras ocasiones (especialmente al leproso de 1, 39-45 y a los endemoniados: 3, 12). Es como si tuviera que ocultar un tipo de poder, de manera que él quiere que los mudos (¡los antes mudos!) hablen, recuperando la palabra, pero que no hablen de él, pues no quiere fundar su mesianismo en milagros externos.

Pero cuanto más pide que callen (que guarden silencio los que han visto), ellos hablan con más fuerza, alzando la voz y proclamando una alabanza, que condensa el sentido de su vida: «Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos», conforme a un motivo que puede compararse a la de Hech 10, 38: «Pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».

Se trata, sin duda, de una alabanza que recoge, una opinión popular sobre Jesús, a quien se presenta como hombre capaz de crear espacios y medios de comunicación humana, tal como se centra en el nivel de la palabra (oír, hablar). En ese sentido podemos afirmar que el Jesús de Marcos es “hombre de la palabra” (como lo hemos visto en el tema de las parábolas: Mc 4). Más que por las cosas que dice (es decir, más que sus ideas), Jesus es importante el hecho de que él crea espacios de comunicación universal, desbordando el nivel israelita.

En esa línea se puede afirmar que el Jesús de Marcos anuncia e inicia con su vida (es decir, con sus milagros) la llegada del reino de Dios que se expresa en forma de comunicación plena,
haciendo a los hombres y mujeres capaces de oír y de hablar. Por eso se puede afirmar que “todo lo ha hecho bien” (panta kalôs pepoiêken), porque el bien supremo del hombre (y de la mujer) consiste en en el despliegue de un tipo comunicación, por la que se refleja el mismo poder de comunicación (de transmisión de vida) de Dios. Quizá tengamos que afirmar que la fe en Dios se identifica con el despliegue de la comunión personal, gratuita y gratificadora, entre los hombres, superando el plano de comunicación privada de un judaísmo que tendía a cerrarse en sí mismo.

Por medio de sus gestos y palabra (por su vida entera) Jesús ha puesto en marcha un proceso definitivo de comunicación, sembrando “la palabra” (4, 14), esto es, haciendo que los hombres y mujeres pueden oír y hablar, pues en esto consiste el hacerlo todo bien. Jesús no impone a los sordo-mudos un tipo de palabra (no les obliga a pensar y hablar de una manera), sino que hace algo mucho más profundo: les ofrece una posibilidad de comunicación, para que sean ellos mismos los que hablen, los que digan.

Aquello que los hombres y mujeres tengan que escuchar y hablar en concreto es secundario; lo que importa es la comunicación, esto es, que puedan compartir la vida como Palabra. Jesús asume y realiza de esa forma aquello que los israelitas en general esperaban para el fin del tiempo, traduciendo ya aquí, en este mismo mundo, la Palabra (amor universal) de Dios en forma de comunicación interhumana. Ciertamente, es Jesús el que actúa. Pero los que interpretan su acción diciendo que “todo lo ha hecho bien” son los que expresan el sentido mesiánico de su gesto.

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