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“Si quieres, puedes limpiarme.”

Domingo, 11 de febrero de 2018
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–  “Si quieres, puedes limpiarme.”

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:

– “Quiero: queda limpio.”

… y quedó limpio.

Él lo despidió, encargándole severamente:

 “No se lo digas a nadie.”

Cuando se fue, empezó a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

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Marcos 1,40-45

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Modelo masculino con los brazos abiertos hacia el cielo

Me complace proponer a la contemplación del creyente una oración compuesta por Valeria, una niña de nueve años, el día de su primera comunión (corría el año 1989). La cruz de Cristo la tocó pronto con su sombra benéfica: se vio privada en seguida del afecto de su madre, Gisella, que debía asistir a una hermanita nacida con síndrome de Down y padeció 31 operaciones. Valeria reza así:

«Jesús, te doy gracias porque hoy te recibo con alegría en mi corazón; te doy gracias porque, cada día y cada minuto, me ayudas a vencer la tristeza y me la cambias en alegría; te doy gracias porque, en cada momento de melancolía, me ayudas a ser feliz y a sonreír y, en las dificultades, me haces comprender todo lo que debo hacer. También a mí, que sólo soy una niña, me das la fuerza necesaria para llevar mi cruz con serenidad.

Te doy gracias porque he comprendido que, sin una cruz, nadie puede ser feliz y porque, viviendo en medio del sufrimiento, se aprende que en cada experiencia bella o fea de nuestra vida hay siempre muchos motivos para ser felices. Yo soy feliz, aunque también llevo mi cruz, y te agradezco, Señor, de todo corazón esta cruz que me has dado. Amén».

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

“Amigo de los excluídos”. 6 Tiempo Ordinario – B (Marcos 1, 40-45)

Domingo, 11 de febrero de 2018
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793784-300x262Jesús era muy sensible al sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad, olvidados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o religiosamente.

Es algo que le sale de dentro. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es solo de los buenos. A todos acoge y bendice. Jesús tenía la costumbre de levantarse de madrugada para orar. En cierta ocasión desvela cómo contempla el amanecer: «Dios hace salir su sol sobre buenos y malos». Así es él.

Por eso a veces reclama con fuerza que cesen todas las condenas: «No juzguéis y no seréis juzgados». Otras, narra una pequeña parábola para pedir que nadie se dedique a «separar el trigo y la cizaña», como si fuera el juez supremo de todos.

Pero lo más admirable es su actuación. El rasgo más original y provocativo de Jesús fue su costumbre de comer con pecadores, prostitutas y gentes indeseables. El hecho es insólito. Nunca se había visto en Israel a alguien con fama de «hombre de Dios» comiendo y bebiendo animadamente con pecadores.

Los dirigentes religiosos más respetables no lo pudieron soportar. Su reacción fue agresiva: «Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de pecadores». Jesús no se defendió. Era cierto, pues en lo más íntimo de su ser sentía un respeto grande y una amistad conmovedora hacia los rechazados por la sociedad o la religión.

Marcos recoge en su relato la curación de un leproso para destacar esa predilección de Jesús por los excluidos. Jesús está atravesando una región solitaria. De pronto se le acerca un leproso. No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un ser impuro.

De rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere verse limpio de todo estigma: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús se conmueve al ver a sus pies a aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el abandono de todos. Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados. Jesús «extiende su mano» buscando el contacto con su piel, «lo toca» y le dice: «Quiero, queda limpio».

Siempre que discriminamos desde nuestra supuesta superioridad moral a diferentes grupos humanos (vagabundos, prostitutas, toxicómanos, psicóticos, inmigrantes, homosexuales…) y los excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida nos estamos alejando gravemente de Jesús.

José Antonio Pagola

Audición del comentario

Marina Ibarlucea

 

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“Quiero: queda limpio.” Domingo 11 de febrero de 2018. Sexto domingo del tiempo ordinario

Domingo, 11 de febrero de 2018
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15-ordinarioB6 cerezoLeído en Koinonia:

Levítico 13,1-2.44-46: El leproso tendrá su morada fuera del campamento: 
Salmo responsorial: 31: Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
1Corintios 10,31-11,1: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo. 
Marcos 1,40-45: La lepra se le quitó, y quedó limpio

En el evangelio de Marcosque hoy leemos, Jesús se encuentra con un leproso arriesgado que se atreve a romper una norma que lo obligaba a permanecer alejado de la ciudad. Esta norma es la que nos recuerda la primera lectura, del Levítico.

En la tradición judía (primera lectura) la enfermedad era interpretada como una maldición divina, un castigo, una consecuencia del pecado de la persona enferma –¡o de su familia!–. Porque entonces se la consideraba contagiosa, la lepra común estaba regulada por una rígida normativa que excluía a la persona afectada de la vida social. (Ha durado muchos siglos la falsa creencia de que la lepra fuese tan fácilmente contagiable). El enfermo de lepra era un muerto en vida, y lo peor era que la enfermedad era considerada normalmente incurable. Los sacerdotes tenían la función de examinar las llagas del enfermo, y en caso de diagnosticarlas efectivamente como síntomas de la presencia de lepra, la persona era declarada «impura», con lo que resultaba condenada a salir de la población, a comenzar a vivir en soledad, a malvivir indignamente, gritando por los caminos «¡impuro, impuro!», para evitar encontrarse con personas sanas a las que poder contagiar. En realidad, todo el sistema normativo religioso generaba una permanente exclusión de personas por motivos de sexo, salud, condición social, edad, religión, nacionalidad.

Este hombre, seguramente cansado de su condición, se acerca a Jesús y se arrodilla, poniendo en él toda su confianza: «si quieres, puedes limpiarme». Jesús, se compadece y le toca, rompiendo no sólo una costumbre, sino una norma religiosa sumamente rígida. Jesús se salta la ley que margina y que excluye a la persona. Jesús pone a la persona por encima de la ley, incluso de la ley religiosa. La religión de Jesús no está contra la vida, sino, al contrario: pone en el centro la vida de las personas. La vida y las personas por encima de la ley, no al revés.

Jesús le pide silencio (es el conocido tema del «secreto mesiánico», que todavía hoy resulta un tanto misterioso), y le envía al sacerdote como signo de su reinclusión en la dinámica social, «para que sirva de testimonio» de que Dios desea y puede actuar aun por encima de las normas, recuperando la vida y la dignidad de sus hijos e hijas. Pero este hombre no hace caso de tal secreto, rompe el silencio, y se pone a pregonar con entusiasmo su experiencia de liberación. No parece servirse de la mediación del sacerdote o de la institución del templo, sino que se auto-incluye y toma la decisión autónoma de divulgar la Buena Noticia. Esto hace que Jesús no pueda ya presentarse en público en las ciudades sino en los lugares apartados, pues al asumir la causa de los excluidos, Jesús se convierte en un excluido más. Sin embargo, allí a las afueras, está brotando la nueva vida y quienes logran descubrirlo van también allí a buscar a Jesús.

Es una página recurrente en los evangelios: Jesús cura, sana a los enfermos. No sólo predica, sino que cura («no es lo mismo predicar que dar trigo», dice el refrán). Palabra y hechos. Decir y hacer. Anuncio y construcción. Teoría y praxis. Liberación integral: espiritual y corporal. Y ésa es su religión: el amor, el amor liberador, por encima de toda ley que aliene. La ley consiste precisamente en amar y liberar, por encima de todo.

La segunda lectura, que sigue, como siempre, un camino independiente frente a la relación entre la primera y la tercera, es un bello texto de Pablo que habla de la integralidad de la espiritualidad. La espiritualidad no es tan «espiritual»; de alguna manera es también «material». Hay que recordar que la palabra «espiritualidad» es una palabra desafortunada. Tenemos que seguir utilizándola por lo muy consagrada que está, pero necesitamos recordar que no podemos aceptar para su sentido etimológico. No queremos ser «espirituales» si ello significara quedarnos con el espíritu y despreciar el cuerpo o la materia.

Pablo está en esa línea: «ya sea que comáis o que bebáis o que hagáis cualquier otra cosa…». No sólo las actividades tradicionalmente tenidas como religiosas, o espirituales, tienen que ver con la espiritualidad, sino también actividades muy materiales, preocupaciones muy humanas, como el comer y beber, o cualquier otra actividad de nuestra vida, pueden, deben ser integradas en el campo de nuestra espiritualidad (que ya no resultará pues «solamente espiritual»). Nuestra vida de fe puede y debe santificar toda nuestra vida humana, en todas sus preocupaciones y trabajos, no sólo cuando tenemos la suerte de poder dedicar nuestro tiempo a actividades «estrictamente religiosas», como podrían ser la oración o el culto.

El Concilio Vaticano II insistió mucho en esto: «todos estamos llamados a la santidad» (cap. V de la Lumen Gentium). No hay unos «profesionales de la santidad» (cap. VI ibid.), algunos que estarían en un supuesto «estado de perfección», mientras los demás tendrían que atender a preocupaciones muy humanas… No. Todos estamos llamados elevar nuestros trabajos, tareas, preocupaciones humanas… «nuestra propia existencia» a la categoría de «culto agradable a Dios» (como dirá Pablo en Rom 12,1-2). Podemos ser muy «espirituales» (con reservas para esta palabra de resabios greco-platónicos) y santificarnos aun en lo más «material» de nuestra vida. Leer más…

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D 11. 2. 18.Maestro de Jesús, un leproso (os sanarán los enfermos)

Domingo, 11 de febrero de 2018
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 6,tiempo ordinario, ciclo b. Mc 1, 40-45. Jesús está en el duro campo, una tierra de leprosos, expulsados, que no pueden entrar en la sinagoga, ni en los pueblos.

Seguimos en un mundo de impuros que no pueden integrarse en la sociedad, tras muros y mares de separación, pues son distintos y la sociedad dominante no quiere recibirles.

Entre los “asociales” se encuentra ese leproso, hombre de piel impura. No sabemos si su enfermedad es lo que actualmente se llama en medicina lepra (causada por el bacilo de Hansen). Sea como fuere, se trata de una afección a la piel, que suele tomar un color distinto, produciendo un tipo de escamas,una enfermedad de marginación social y sacral.

Una enfermedad del enfermo (es evidente); pero es también, y sobre todo, una enfermedad de la sociedad que no le acoge, sino que le registra entre los impuros y le mantiene separado

images-1Pues bien, Jesús se acerca donde no lo hace ninguna: viene hasta el leproso y le admite en su espacio de vida(le cura).

Todo lo que sigue es consecuencia… pero una consecuencia decisiva El leproso enseñará a Jesús un camino que Jesús él antes no sabía, ni el Hijo de Dios, un camino de evangelio, de ruptura con los sacerdotes, una nueva sociedad sin controles sanitarios (policiales) como aquello que marcaba un tipo de sociedad israelita.

Un texto inquietante, un texto poderoso, necesario en nuestro tiempo. Tomo lo que sigue de mi Comentario de Marcos (Estella 2012). Buen domingo a todos.
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Un texto en tres tiempos (Mc 1, 40-45)

1) 40 Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. 41 Y compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: #Quiero, queda limpio. 42 Al instante desapareció la lepra y quedó limpio.

2) 43 Entonces lo despidió, advirtiéndole severamente:44 No se lo digas a nadie; vete, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para testimonio de ellos.

3) 45Pero él, saliendo se puso a divulgar a voces lo ocurrido, de modo que Jesús no podía ya entrar abiertamente en ninguna ciudad. Tenía que quedarse fuera, en lugares despoblados, y aun así seguían acudiendo a él de todas partes.

Introducción. Lepra médica,lepra social, lepra humana. Ser marginado en Israel

En el campo (fuera de la sinagoga y casa) habitan los leprosos. Con ellos inicia Jesús una serie de signos de expulsados (vendrán luego el paralítico y publicano). Según ley, ellos sufren una enfermedad social: están impuros, son fuente de peligro y mancha para la buena familia israelita.

Desde una perspectiva médica actual, se podría decir que este hombre sufre un tipo de enfermedad de escamas, como traduce e interpreta J. Milgrom, el mayor investigador bíblico sobre el tema, al hablar de una scale disease). Se trata, según eso, de una enfermedad de la pigmentación y de la estructura misma de la piel, que se puede deformar, ofreciendo manchas y zonas escamosas. Esto es lo que significa la palabra hebre sāra‛t, que los LXX han traducido en griego como lepra.

Esa traducción resulta actualmente resulta engañosa, pues sāra‛t / lepra designa una variedad de casos en los que la piel se vuelve «escamosa», pero no suele incluir lo que actualmente se llama lepra (según las investigaciones de Hansen).

Según la ciencia moderna, la lepra es una enfermedad bacteriana crónica de la piel, los nervios de las manos y los pies y de las membranas de la nariz. Por el contrario, la “lepra bíblica” (de Lev 13-14 y de los textos evangélicos) es una enfermedad más genérica, que abarca varias infecciones y afecciones, una enfermedad que se desarrolla rápidamente y que puede desaparecer también rápidamente, pues hay personas que, a veces, se curan de ella, también rápidamente.

En resumen según las investigaciones de Hansen, la lepra estrictamente dicha se desarrolla a lo largo de bastantes años y es incurable, a no ser que se apliquen algunos medios terapéuticos modernos. Por el contrario, la lepra bíblica tiene un carácter más general y se refiere a varias malformaciones de la piel, que exigen la expulsión social de quien la sufre.

Sea como fuere, el caso queda abierto. Lo que he querido destacar es que la “lepra” bíblica es una enfermedad “social” más que puramente corporal, es una enfermedad que se puede atribuir a todos los que tienen manchas en la piel, un tipo de soriasis o de pigmentación distinta, producida muchas veces por causas sociales, psicológicas y religiosas (y no sólo por el bacilo de Hansen.

Eso significa que la “lepra bíbleca” constituye una enfermedad mucho más extensa que la lepra puramente bacteriana. En ese contexto se sitúa todo lo que sigue. Por eso, cuando el sacerdote descubre la “impureza” cutánea de una persona ha de expulsarlos de la sociedad civil y religiosa, conforme a su código sagrado (Lev 13-14). La religión se utiliza así como cordón sanitario para expulsar a los “distintos”

Para mantener la pureza del conjunto social, los leprosos eran expulsados al exterior del campamento o ciudad israelita: no podían orar en el templo, ni acudir a la sinagoga, ni unirse en lecho o mesa con los familiares sanos. Su enfermedad les convertía en solitarios, como especie aparte, secta de proscritos.

1) La curación

El leproso viene y se postra de rodillas, en gesto de ruego y de adoración, pidiendo “si quieres puedes limpiarme”. Quiere “ser limpio”, vivir con dignidad, ser persona…La curación es para él la limpieza, ser “cátaro” (ser puro), ser persona, en una sociedad de personas. Leer más…

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Poder y compasión. Domingo 6º. Ciclo B

Domingo, 11 de febrero de 2018
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curacion de un leprosoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Tras la curación de la suegra de Pedro y a otros muchos enfermos, Marcos cuenta el primer gran milagro de Jesús: la curación de un leproso. El texto sólo se comprende a fondo teniendo en cuenta los casos parecidos, y muy distintos, de Moisés y Eliseo.

La lepra en el antiguo Israel: diagnóstico y curación

“La lepra, en el sentido moderno, no fue definida hasta el año 1872 por el médico noruego A. Hansen. En tiempos antiguos se aplicaba la palabra “lepra” a otras enfermedades, por ejemplo a enferme­dades psicógenas de la piel”(J. Jeremias, Teologia del AT, 115, nota 36).

En Levítico 13 se tratan las diversas enfermedades de la piel: inflama­ciones, erupciones, manchas, afección cutánea, úlcera, quemadu­ras, afecciones en la cabeza o la barba (sarna), leucodermia, alopecia. Se examinan los diversos casos, y el sacerdote decidirá si la persona es pura o impura (caso curable o incurable). De ese capítulo está tomado el breve fragmento de la primera lectura de este domingo:

El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

̶  Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: “Impuro, impuro!” Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.»

Dos casos de lepra: impotencia de Moisés, poder sin compasión de Eliseo

El milagro de curar a un leproso sólo se cuenta en el AT de Moisés (Números 12,10ss) y de Eliseo (2 Reyes 5). Es interesante recordar estos relatos para compararlos con el de Marcos.

María y Aarón murmuran de Moisés, no se sabe exactamente por qué motivo. En cualquier hipótesis, Dios castiga a María (no a Aarón, cosa que indigna a las feministas, con razón). “Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda la piel descolorida como nieve”. Aarón se da cuenta e intercede por ella ante Moisés. Pero Moisés no puede curarla. Sólo puede pedirle a Dios: “Por favor, cúrala”. El Señor accede, con la condición de que permanezca siete días fuera del campamento (Números 12).

El caso de Eliseo es más entretenido y dramático (2 Reyes 5). Naamán, un alto dignatario sirio, contrae la lepra, y una esclava israelita le aconseja que vaya a visitar al profeta Eliseo. Naamán realiza el viaje, esperando que Eliseo salga a su encuentro, toque la parte enferma y lo cure. Pero Eliseo no se molesta en salir a saludarlo. Le envía un criado con la orden de lavarse siete veces en el Jordán. Naamán se indigna, pero sus criados lo convence: obedece al profeta y se cura. A diferencia de Moisés, Eliseo puede curar, aunque sea con una receta mágica, pero no siente la menor compasión por el enfermo.

Jesús: poder y compasión

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: 

̶  Si quieres, puedes limpiarme.

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: 

̶  Quiero: queda limpio.

La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.  Él lo despidió, encargándole severamente: 

̶  No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.

Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grades ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

El relato de Marcos consta de seis elementos: petición del leproso; reacción de Jesús; resultado; advertencia; reacción del curado; consecuencias.

            Petición del leproso. Tres detalles son importantes en la actitud del leproso: 1) no se atiene a la ley que le prohíbe acercarse a otras personas; 2) se arrodilla ante Jesús, en señal de profundo respeto; 3) confía plenamente en su poder; todo depende de que quiera, no de que pueda.

    Reacción de Jesús. Podía haber respondido a la petición del leproso con las simples palabras: “Quiero, queda limpio”. Con ello, a diferencia de Moisés y de Eliseo, habría demostrado su poder: no necesita pedir la inter­vención de Dios, ni recurrir a remedios cuasi-mágicos. Sin embargo, antes de demostrar su poder muestra su compasión. Marcos habla de lo que siente (“lástima”) y de lo que hace (“extendió la mano y lo tocó”). Es lo que esperaba el sirio Naamán que hiciera Eliseo: tocar su parte enferma. Por otra parte, quien tocaba a un leproso quedaba impuro; pero a Jesús no le preocupa este tipo de impureza.

        Advertencia. Aparentemente, Jesús da dos órdenes al recién curado: 1) que no se lo diga a nadie; 2) que se presente al sacerdote. La primera (no decirlo a nadie) resulta extraña, porque Jesús no pretende pasar desapercibido. Es probable que las dos órdenes estén relacionadas entre sí, formando una sola: «no te entre­tengas en decírselo a nadie, sino ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés». ¿Qué había ordenado Moisés? Según el Levítico, el curado debe ofrecer: dos aves puras (se suponen tórtolas o pichones), dos corderos sin defecto, una cordera añal sin defecto, doce litros de flor de harina amasada con aceite y un cuarto de litro de aceite. Con todo ello el sacerdote realiza un complejo ritual que dura ocho días. Además, el curado deberá afeitarse completamente el primer día y raparse de nuevo el octavo.

Las palabras finales de Jesús parecen tener un tinte polémico: «para que les conste». Se pasa del singular (el sacerdote) al plural (les conste), como si Jesús pensase en todos sus adversa­rios que no lo aceptan.

        Reacción del curado. No obedece a ninguna de las dos órdenes de Jesús. Ni se calla ni acude al sacerdote. Según la traducción litúrgica, «empezó a divulgar el hecho con grades ponderaciones». Una traducción más literal sería: «empezó a predicar mucho y a divulgar la palabra». Como si el leproso curado, en vez de atenerse a lo mandado por Moisés prefiriese convertirse en un misionero cristiano.

     Consecuencias. Jesús no puede entrar abiertamente en ningún pueblo. Debe permanecer en descampado, y aun así acuden a él. ¿Por qué esta reacción suya? Sabiendo lo que cuenta Marcos más tarde, la respuesta sería: para no verse agobiado por la multitud de gente que acude a él.

Una lectura simbólica: el leproso es cada uno de nosotros

Los relatos evangélicos tienen siempre una gran carga simbólica. Quieren que nos identifiquemos con la situación que narran. En este caso, con el leproso. Todos llevamos dentro algo, mucho o poco, de lo que nos sentimos culpables. Podemos negarnos a admitirlo, escondiendo la cabeza bajo tierra, como el avestruz. O podemos reconocerlo, y acudir humildemente a Jesús, con la certeza de que “si quieres puedes limpiarme”. Él tiene el poder y la compasión necesarios para cambiar nuestra vida.

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Domingo VI del Tiempo Ordinario. 11 de febrero, 2018

Domingo, 11 de febrero de 2018
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“Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entra abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún así acudían a él de todas partes”

(Mc 1, 40-45)

Muchas traducciones dicen que Jesús sintió lástima o se compadeció del leproso cuando le dijo  “si quieres puedes sanarme”., pero quienes entienden de Biblia, y traducciones como la de la Biblia de Jerusalén, aseguran que los textos originales dicen que Jesús se “encolerizó”: encolerizado, extendió su mano le tocó y le dijo: quiero, queda limpio”.

Jesús no se enfada muchas veces, al menos no nos lo cuentan los evangelios, pero hay por lo menos tres momentos en los que se dice o se muestra que Jesús se ha enfadado: este fragmento con el leproso, con los fariseos por lo que piensan en su interior, y con los mercaderes en el Templo.

Por más que nos choque y que tratemos de maquillarlo, Jesús se enfadaba.

Pero, ¿por qué se enfada con este pobre leproso que le pide que lo sane? No parece muy en la línea de Jesús esto de enfadarse en lugar de “compadecerse” ante la enfermedad.

Bien, según quienes estudian la Biblia, lo que enfada a Jesús hasta el punto de encolerizarse es que le busquemos solo para quedar libres de una enfermedad. Le enfada que no queramos conectar con la hondura de su mensaje, de su Buena Noticia.

Jesús no quiere sanar por sanar. No vino a librarnos de la enfermedad. Tampoco del sufrimiento. Jesús no es un “solucionador de problemas”. Dios tampoco.

Jesús vino a mostrarnos quién es Dios. Ese es su mensaje. Ese es el sentido de su vida y también el motivo de su muerte violenta en una cruz.

Marcos, en su evangelio, nos dice que Jesús nos manifiesta quién es Dios cuando se deja clavar en la Cruz. Dios es el que escoge el último lugar, el que nadie quiere. Y para llegar al Dios de Jesús no hay más camino que ocupar el lugar de las últimas de nuestra sociedad, de nuestro mundo.

No se trata tanto de ir a ayudar a quienes lo pasan mal, se trata de ser una más, de ocupar su lugar para que esa persona pueda ocupar el nuestro.

Algo similar a lo que hacían los frailes trinitarios en los orígenes de la Orden, quedarse en el lugar de los cautivos.

Oración

No permitas, Trinidad Santa, que te busquemos solo para liberarnos de nuestras ataduras personales. Haznos comprender el camino exigente de tu evangelio. Amén.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Liberar a los demás es siempre arriesgarse.

Domingo, 11 de febrero de 2018
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jesus-heals-leperMc 1, 40-45

Seguimos en el primer capítulo de Mc. Después de un enunciado general, que resume su habitual manera de actuar, (fue predicando por las sinagogas y expulsando demonios), nos narra la curación de un leproso. El leproso no tiene nombre. Tampoco se habla de tiempo y lugar determinados. Se advierte una falta total de lógica narrativa. Apenas ha pasado un día de la predicación de Jesús y ya le conocen hasta los leprosos que vivían en total aislamiento.

La primera lectura es suficientemente expresiva. La lepra era el motivo más radical de marginación. Lo que se entendía por lepra, en la antigüedad, no coincide con lo que es hoy esa enfermedad concreta. Más bien se llamaba lepra a toda enfermedad de la piel que se presentara con un aspecto más o menos repugnante. Tanto la lepra como las normas sobre la enfermedad, no son originales del judaísmo. Esas normas nos parecen hoy inhumanas, pero debían defenderse de una enfermedad que podía causar estragos en una población.

Se trataba de salvaguardar la vida de la comunidad ante una enfermedad contagiosa y mortal. Sin la garantía de que era Dios el que lo mandaba, no hubiera tenido ningún efecto la prohibición. Por eso todas las normas se presentaban como recibidas de Dios, aunque fueran simplemente profilácticas. En una de las losas donde se encontró escrito el Código de Hammurabi, lo primero que aparece es la figura del rey recibiendo de Dios el escrito.

Se acercó, suplicándole de rodillas: Si quieres puedes limpiarme. Esta actitud indica a la vez valentía, porque se atreve a trasgredir la Ley, pero también el temor a ser rechazado, precisamente por eso. Se puede descubrir una complicidad entre el leproso y Jesús. Los dos van más allá de la Ley. Uno por necesidad imperiosa, el otro por convicción profunda.

Sintiendo lástima. La devaluación del significado de la palabra “amor” nos obliga a buscar un concepto más adecuado para expresar esa realidad. En el NT, ‘compasivo’ se dice solo de Dios y de Jesús. La acción de Dios manifestada a través de los sentimientos humanos. La compasión era ya una de las cualidades de Dios en el AT. Jesús la hace suya en toda su trayectoria. Es una demostración de que para llegar a lo divino no hay que destruir lo humano. La compasión es la forma más humana de manifestar el amor.

Le tocó. El significado del verbo griego aptw, no es en primer lugar tocar, sino sujetar, atar, enlazar. Este significado nos acerca más a la manera de actuar de Jesús. Quiere decir que no solo le tocó un instante, sino que mantuvo esa postura durante un tiempo. Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir de la lepra, podemos comprender el profundo significado del gesto, suficiente por sí mismo para hacer patente la actitud vital de Jesús. No solo está por encima de la Ley sino que asume el riesgo de contraer la lepra.

Quiero… La simplicidad del diálogo esconde una riqueza de significados: Confianza total del leproso, y respuesta que no defrauda. No le pide que le cure, sino que le limpie. Por tres veces se repite el verbo kadarizw limpiar, verbo que significa también, liberar. Nos está lanzando más allá de una simple curación. No solo desaparece la enfermedad, sino que le restituye en su plena condición humana: Le devuelve su condición social, y su integración religiosa. Vuelve a sentir la amistad de Dios, que era el valor supremo para todo buen judío.

Lo echó fuera… y cuando salió… La segunda parte del relato es de una gran importancia. Se supone que estaban en un lugar apartado del pueblo, sin embargo el texto griego dice literalmente: lo expulsó fuera, y del leproso dice: cuando salió. Una vez más nos está empujando a una comprensión espiritual. Jesús no quiere que continúe junto a él y lo despide inmediatamente; eso sí, con el encargo de no contarlo y de presentarse ante el sacerdote. Una vez más, manifiesta Mc el peligro de que las acciones de Jesús en favor del marginado fueran mal interpretadas.

¡Qué curioso! Jesús acaba de saltarse la Ley a la torera, pero exige al leproso que cumpla lo mandado por Moisés. Hay que estar muy atento para descubrir el significado. Jesús no está nunca contra la Ley, sino contra las injusticias y tropelías que se cometían en nombre de la Ley. Él mismo tuvo que defenderse: “no he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud”. Jesús se salta la Ley cuando le impide estar a favor del hombre. Presentarse al sacerdote era el único modo que tenía el leproso de recuperar su estatus social.

El evangelio nos dice que las consecuencias de la proclamación del hecho fueron nefastas para Jesús. Si había tocado a un leproso, él mismo se había convertido en apestado. Y no podía ya entrar abiertamente en ningún pueblo. Las consecuencias de la divulgación del hecho podían también ser nefastas para el leproso. Era el sacerdote el único que podía declarar puro al contagiado. Los sacerdotes podían ponerle dificultades si tenían conocimiento de cómo se había producido la curación.

La lepra producía exclusión porque la sociedad era incapaz de protegerse de ella por otros medios. Hoy la sociedad sigue creando marginación por la misma razón, no encuentra los cauces adecuados para superar los peligros que algunas conductas sociales suponen para los instalados. No somos todavía capaces de hacer frente a esos peligros con actitudes humanas. A veces se toman medidas para aliviar la situación de los marginados pero teniendo mucho cuidado de no cambiar la situación que supondría perder privilegios.

Jesús se pone al servicio del hombre sin condiciones. Lo que tenemos que hacer es servir a los demás como hace Jesús. Dios no tiene nada que ver con la injusticia, ni siquiera cuando está amparada por la ley humana o divina. Jesús se salta a la torera la Ley, tocando al leproso. Ninguna ley humana, sea religiosa, sea civil, puede tener valor absoluto. Lo único absoluto es el bien del hombre. Pero para la mayoría de los cristianos sigue siendo más importante el cumplimiento de la ley que el acercamiento al marginado.

No creo que haya uno solo de nosotros que no se haya sentido leproso y excluido por Dios. El pecado es la lepra del espíritu, que es mucho más dañina que la del cuerpo. Es un contrasentido que, en nombre de Dios, nos hayan separado de Dios. El evangelio de Jesús, es sobre todo buena noticia. El Dios de Jesús es Padre porque es Ágape. De Él, nadie se tiene que sentir apartado. La experiencia de ser aceptado por Dios es el primer paso para no excluir a los demás. Pero si partimos de la idea de un Dios que excluye, encontraremos mil razones para excluir en su nombre. Es lo que hoy seguimos haciendo.

Seguimos aferrados a la idea de que la impureza se contagia, pero el evangelio nos está diciendo que la pureza, el amor la libertad la salud, la alegría de vivir, también pueden contagiarse. Este paso tendríamos que dar si de verdad somos cristianos. Seguimos justificando demasiados casos de marginación bajo pretexto de permanecer puros. ¡Cuántas leyes deberíamos saltarnos hoy para ayudar a todos los marginados a reintegrarse en la sociedad y permitirles volver a sentirse seres humanos!

Meditación

El nuevo nombre del amor podría ser hoy compasión.
Todos los que encontramos en nuestro camino
esperan que sepamos hacer nuestros sus padecimientos.
Si fuésemos capaces de compadecernos, vendría el Reino.
Como seres limitados, necesitamos que los demás nos completen.
Como humanos, debemos volcarnos en los demás.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Saltándose las leyes.

Domingo, 11 de febrero de 2018
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guerirNo es el más fuerte ni el más inteligente el que sobrevive, sino aquel que más se adapta a los cambios (Charles Darwin).

11 de febrero. Domingo VI del TO.

Mc 1, 40-45

Se le acercó un leproso y, arrodillándose, le suplicó: Si quieres puedes sanarme

Un leproso que, saltándose las leyes se acercó a Jesús y le suplicó que lo curara. Y Jesús lo hizo tocándole la cabeza. Una caricia brotada de la ternura de su corazón, loco de amor por los hombres.

El Dt dice en 5, 10, dice de Dios: “actúo con lealtad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos”. Mandamientos, dice la Biblia, “que el Señor pronunció con voz potente”. Luego los grabó en dos losas de piedra y se las entregó a Moisés y, entre otros, le da orden de guardar el sábado (5, 12).

En Gálatas 2, 16, dice San Pablo: “sabemos que el hombre no alcanza la justicia por observar la ley, sino por creer en Jesucristo”, pues “por cumplir la ley, nadie alcanza la justicia”.

Jesús criticó constantemente a los que tenían reglas sobre lo que se podía o no hacer en sábado, y enseñó siempre libertad de conciencia de lo que marcaban las leyes. Mt 5, 21-43 pone ejemplos de superación de leyes establecidas respecto a la ofensa, al adulterio, al divorcio, etc. Y, en los Evangelios, varias cosas que él hizo en sábado. Lucas cuenta en 6, 1 que: “Un sábado cuando atravesaba unos campos de trigo, sus discípulos arrancaban espigas, las frotaban con las manos y comían los granos”. Y avala el hecho con lo que hizo el rey David con sus compañeros cuando estaban hambrientos: “Entró en la casa de Dios, tomó los panes consagrados, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió y compartió con sus compañeros” 6, 3. Jesús está diciendo a los fariseos que el amor por los hombres es más importante que la observancia de ritos“Supongamos que uno de vosotros tiene una oveja y un sábado se le cae en un hoyo: ¿no la agarraría y la sacaría?”(Mt 11, 12).

Las superpostales de libertad humana y de misericordia que nos regalan Jesús y el Papa Francisco –aquél en el Evangelio, y éste en sus atenciones a los necesitados– hay que enmarcarlas y colgarlas en los muros de nuestros museos personales. Y hasta quizás también en los de El Prado, El Louvre y El Hermitage. Para realizar su visita a Birmania y Bangladesh el pasado noviembre, el obispo de Roma puso como condición poder reunirse con refugiados rohingyas, una minoría musulmana perseguida por el ejército birmano. Se saltó la prohibición impuesta por el general Min Aung Hlaing, comandante en jefe. En su vuelo de regreso a Italia confesó a los periodistas: “con los rohingya he llorado, y ellos también”.

Charles Darwin nos insiste y anima a seguir instalados en la vida, porque: “No es el más fuerte ni el más inteligente el que sobrevive, sino aquel que más se adapta a los cambios”. El leproso que se acercó a Jesús suplicándole arrodillado que le sanara había comprendido a Darwin. ¿Les hemos comprendido también nosotros a ambos?

¿LO OYE EL VIENTO?

Suenan voces en mí mismo
pulsando aciertos y yerros.
Unos relatan amores,
otros cuentan vituperios.

Las oye el viento.
¿Las oye?
Tañen fuera, tañen dentro.
Doblan arriba y abajo
con festivos tintineos.

Son rebaños de palabras,
que pastoreo en mis feudos,
pastando voces divinas
en prados del pensamiento.

Todos son y no son, míos.
Son sobre todo del viento,
que los parte y los comparte
con todos los hemisferios. 

(SOLILOQUIOS. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Me tocó.

Domingo, 11 de febrero de 2018
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5df7Optimized-leproso336xc(Mc 1,40-45)

¡Me tocó!

Podría no haberlo hecho, pero ¡me tocó!

Había oído hablar de él en más de una ocasión. Fuera de la ciudad, donde nos recluimos los de nuestra condición, se nombra a Jesús con frecuencia. A menudo nos llegan historias de él. Cuentan que algunos ciegos han recobrado la vista y que más de un paralítico ha vuelto a caminar gracias a él. Comentan que acoge siempre a quien se acerca, sin hacer distinción alguna. Es más, refieren que las autoridades están escandalizadas porque Jesús se acerca y atiende especialmente a quienes ellos rechazan y desechan.

De algún modo, quienes vagamos por los arrabales, cargando con el peso de la vida, con la desesperanza, el abandono, la soledad, la culpa, el desaliento, la tristeza, el miedo… anhelamos encontrarnos con él. Porque dicen que, cuando te encuentras cara a cara con él, te cambia la vida.

¡Cara a cara! ¡Cuántas veces soñé hallarme cara a cara con él! Pero ¿cómo?

Alguna vez lo vi, sí. Allí estaba: conversando, riendo, rodeado de personas… Pero ¿cómo dirigirme a él “cara a cara”? A esa distancia nunca pude siquiera distinguir bien su rostro. Envidiaba a quienes estaban a su lado. Yo… yo no me sentía digno. Sobre mí ha pesado toda la vida lo que tanto escuché: “eres impuro”, “eres culpable de lo que te sucede”, “si te acercas a otro le contagiarás”… “nadie te quiere como eres”, “eres inferior a todos”, “no eres digno”

Nunca creí que me atrevería.

Es prácticamente imposible acercarse a la ciudad siendo leproso. Las vendas nos delatan al momento. Lo sé. El olor, el color de la piel, las lesiones… todo en un cuerpo leproso molesta. Lo diferente y fuera de orden asusta. Lo desconocido atemoriza.

Pero ese día algo me empujó. No sé si una fuerza interior o si más bien fue Jesús mismo quien me atrajo. De pronto me descubrí a mí mismo caminando, dirigiéndome hacia él todo lo rápido que me permitían mis heridas. Sin escuchar los gritos de la gente, sin atender a quienes huían de mí, llegué hasta él y me arrodillé a sus pies.

En mí estaba la certeza de que él podía liberarme de esas ataduras. No dudé en ningún momento de que, si él quería, podría limpiarme. Ahora advierto que, a su lado, experimenté algo nuevo. Por primera vez en mi vida no percibí rechazo, sino profunda compasión. Sí, sentí que Jesús padecía conmigo, que se hacía cargo de todo lo que me sucedía sin necesidad siquiera de contárselo, que acogía mi historia, mi pasado y mi presente.

Escuché sus palabras: “Quiero, queda limpio”. Pero antes de que mis oídos oyeran su voz, mi piel sintió su mano.

¡Me tocó!

Podría no haberlo hecho, pero ¡me tocó!

Sé que podía haberme sanado sólo con su palabra, pero él me tocó. Y al hacerlo, sin miedo a quedar impuro, transgredió la ley y quebrantó el orden social.

Jesús se arriesgó por mí y, al tocarme, borró mi estigma, me liberó de mi vergüenza, rompió mis ataduras… Al sentirme tocado por él me supe amado y me reconocí de nuevo persona, recobré mi dignidad de ser humano y recuperé la alegría.

Por eso estoy aquí. Él me pidió que viniera y que ofreciera lo ordenado por Moisés. Sé que me dijo que no se lo contara a nadie más, pero no he podido contenerme y he ido publicando por los caminos lo que me ha sucedido. ¡Me siento tan agradecido!

No había vuelto a entrar en el Templo desde que era un niño. Creo que él busca que recupere mi lugar en el pueblo y en la comunidad. Sé que él desea que le dé gracias a Dios y que reconozca que ha sido Él quien me ha devuelto la vida. ¡Bendito sea Dios, que me ha liberado a través de su Hijo!

Sí, no se fije en mi apariencia, en mi color, en mi lengua, en mi sexo, en mi edad, en mi condición, en mi procedencia… Soy un ser humano. Jesús me tocó.

Inma Eibe, ccv

 Fuente Fe Adulta

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Leprosos son todos los marginados por la sociedad

Domingo, 11 de febrero de 2018
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28c3Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. LEPRA.

La lepra en el AT, en la mentalidad bíblica, no solamente era una enfermedad, sino que era la expresión, lo que se ve como consecuencia de un pecado interior. El leproso no era un enfermo, sino un pecador y su pecado se mostraba en la lepra exterior.

De ahí, que el leproso debía salir de la convivencia familiar, de la sociedad y tenía que vivir aislado, en las afueras de la ciudad, marginado.

Es el caso de Job:

Satán salió de la presencia de Yahveh, e hirió a Job con una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza. Job tomó una tejoleta para rascarse, y fue a sentarse entre la basura. (Job 2,7-8)

Los leprosos son “basura”: ¡impuro, impuro!, por eso los marginamos. En los evangelios (en la mentalidad bíblica) los que quedan marginados: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento, lejos de la convivencia. (Lv 13).

Cuánta marginación y ninguneo produce la sociedad. Los sistemas políticos, económicos, la curia eclesiástica expulsa, causa mucha marginación.

Todos los sistemas de poder producen marginados:

o Con gusto expulsaríamos de nuestra convivencia a los inmigrantes: los marginamos por la nacionalidad o por el color de la piel.

o Hace ya muchos años que hubo una gran oposición y enfrentamiento a que Villa Betania (barrio de Loiola de San Sebastián) por iniciativa de la diócesis / Hijas de la Caridad, acogiera a los enfermos de SIDA.

o Marginaciones raciales: las pateras son simplemente “pequeños cruceros” clandestinos.

o Marginaciones eclesiásticas: hay teólogos y curas que han sido y son marginados, personas y comunidades cristianas postergados por sus superiores, por sus obispos.

o Marginación de la mujer en la iglesia.

o Marginaciones en nuestras propias familias (¿no marginamos a algún familiar?, marginaciones y desprecios en comunidades religiosas y cívicas. Personas que quedan relegadas, postergadas por su debilidad, por su origen, por su falta de cultura, etc.

o También tenemos nuestras propias “lepras”, diablos y suciedades personales.

Cuando las cosas te van bien en la vida, te conocen y tienes muchos amigos. Cuando las cosas te van mal o caes en desgracia, eres tú el que conoces quiénes son amigos, si te queda alguno.

02. JESÚS SIENTE LÁSTIMA.

imagesAnte aquel leproso y ante todos los enfermos y marginados, Jesús siente compasión, siente lástima ante la debilidad humana: debilidad física, moral, psíquica.

Jesús siempre siente bondad, es misericordioso para con el ser humano. Es el núcleo de la actividad de Jesús y del cristianismo.

DOS CONSIDERACIONES:

A. La experiencia cristiana es sentir la bondad de Dios, expresada en JesuCristo. Ser cristiano es sentirse querido por el Señor. Cristiano no consiste en cumplir con las leyes de la Iglesia, sino gozar de la amabilidad de Dios.

Hemos vivido largos años de un cristianismo tremendista, condenador. Gracias a Dios que el papa Francisco tiene otro tono y su visión del cristianismo es amable especialmente para con los más débiles de la sociedad.

Pero incluso hoy en día en no pocas diócesis vivimos una religión fanática, judiciaria, nada amable y por tanto, poco o nada cristiana.

Ser cristiano es gozar del amor del Señor.

B. Como consecuencia de esa experiencia de la bondad de Dios, ser cristiano será ser sensible y bondadoso con los que sufren, sea cual sea su forma de pensar o vivir. Según Jesús lo que nos hace cristianos no es el templo, sino la misericordia.

Por desgracia el cristianismo ha quedado enclaustrado en lo sacral y en los ritos. Por ejemplo: “legalmente” nadie le podrá decir nada a un cura porque no visita a los enfermos, o porque no da limosna, o porque no está con el pueblo. Pero como no celebre la Misa (mundo sacral) el domingo a las 12, alguien le llamará la atención.

Cristiano fue el buen samaritano, no el sacerdote y el levita que pasaron de largo pues tenían que ir al templo “a misa de 12.

De Jesús podemos esperar solamente compasión y bondad. El gran defecto de Jesús es ser bueno, libre y liberador. La misericordia es la gran virtud y actitud que nos hace bien a todos.

la-basilica-de-santaCuando somos marginados, despreciados, expulsados del Templo, de la convivencia, cuando somos considerados “personae non gratae” o malditos, no hay nada que rehabilite y dinamice tanto al ser humano como la experiencia de que alguien nos estima, nos ama y hace algo por nosotros. El amor de Dios actúa suave y profundamente en la persona. JesuCristo y la actitud cristiana nos rehabilita, nos levanta (como a la suegra de Pedro, que leíamos el domingo pasado), nos devuelve a la vida, a la convivencia.

Quienes trabajan en tareas asistenciales: pastoral carcelaria, mundo de la droga, comedores sociales, enfermos, ancianos, etc., saben perfectamente que un gesto de bondad, un acercamiento hace mucho bien.

“Lo de Jesús” está en Aterpe y en los comedores de los pobres, en Villa Betania: en la acogida a los del SIDA, en las residencias de ancianos, en los pisos de acogida a los niños o de acogida a los que salen de la cárcel, en la ayuda a los inmigrantes y a los que duermen entre los “cartones” de algún cajero automático, en los que trabajan contra el paro, en los que acompañan y consuelan a los enfermos y ancianos, en ayudar a quien está pasándolo mal, en dar limosna en la medida en que nos sea posible, en saber escuchar, etc.

Hacer el bien, hace bien a todos. Humanizar, humaniza a todos.

SEÑOR, SI QUIERES PUEDES LIMPIARME.

JESÚS SIENTE LÁSTIMA TAMBIÉN DE NOSOTROS

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