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El problema no son los que se van, sino (también) los se quedan

Lunes, 24 de agosto de 2015

B86HQu4IEAABLeDDel blog de Xabier Pikaza:

El evangelio de hoy (23.8.5) dice que, al escuchar la propuesta de Jesús en Cafarnaum, algunos se marcharon, dejaron de seguirle.

Les parecía quizá que el listón de Jesús era demasiado alto (o estaba mal colocado).

Otros se quedaron, posiblemente sin demasiado convencimiento; eran Pedro y los doce. Jesús les dice: ¿No os vais? Y ellos responden ¿Dónde vamos a ir, tú tienes palabras de vida eterna?

No parece que esa respuesta de Pedro y los Doce, tal la transmite el evangelio de Juan, sea simplemente irónica (como algunos exegetas han pensado). Pero, en esa línea, quien conozca este evangelio de Juan sabe que ella no es demasiado clara, pues Juan acepta la tarea de los Doce, pero sabe que hay Alguien más importante que esos Doce, el verdadero transmisor del mensaje de Jesús, que es el Discípulo Amado. Pues bien, como iré destacando esta postal, la revelación de Dios en Jesús, tal como la encarna el Discípulo amado, está unida a la mediación de Dios en los pobres y excluidos de la tierra.

Ésta es la única vez en que Juan habla de los Doce como Iglesia instituida; en todo el resto del evangelio muestra cierto recelo por ella. Desde aquí se entiende un comentario a la postal de ayer:

El principal enemigo del evangelio está en casa, o sea, en la iglesia que tiene miedo de Jesús… (Según ese comentario de F., el problema no sería el de aquellos que se van, sino el de aquellos que se quedan,traicionando el espíritu de Jesús).

El problema no es simple, y pueden darse diversas posibilidades:

— Algunos se van porque han conocido bien a Jesús… y no quieren seguirle, pero otros se van sin haberle conocido (sin que nosotros, los cristianos, hayamos mostrado de verdad su rostro).

— Otros se van porque el camino de su Iglesia, representada por los Doce que han quedado como dirigentes de ella se les hace estrecho e incluso equivocado.

— Unos se quedan en la Iglesia, pero sería mejor que se marcharan, y cuanto antes, porque desfiguran el rostro de Cristo en ella, buscando en el fondo su comodidad sus intereses.

— Otros se quedan, y está bien, pero deberían (deberíamos) cambiar mucho mucho, en línea de evangelio, para ser testigos de Jesús a quien dicen invocar y seguir.

— Hay, finalmente, otros que reflejan bien el rostro de Jesús…

En ese contexto, antes de ofrecer mi reflexión, quiero introducir yadaptar la cita famosa, de uno de los cristianos más significativos del siglo XIX:

La religión (=iglesia) contemporánea es una cosa bastante lamentable. La religión, entendida como principio rector, como centro de gravedad espiritual, no existe en modo alguno, y en su lugar hallamos la denominada religiosidad, un estado de ánimo particular, un gusto particular: unos gustan de ella, otros no, de la misma manera que hay quien ama la música y quien no… En lugar de ser todo de todo, la religión (Iglesia) se esconde en un pequeño y apartado rincón de nuestro mundo interior, aparece como uno más entre la multitud de intereses diversos que se reparten nuestra atención (V. Soloviev, Teohumanidad, Sígueme, Salamanca 2006, 18. Original del 1878).

En este contexto quiero reflexionar sobre la “unidad” de la iglesia, sobre aquellos que se van y sobre aquellos que se quedan.

Pedro respondió: ¿Dónde iremos…?

Pedro ha sido y sigue siendo un garante privilegiado de la unidad cristiana y en él se han vinculado de algún modo los judeo-cristianos y los pagano-cristianos, los de Pablo y los del Discípulo amado e, incluso, los de Santiago, el hermano del Señor. Pero no todos quedaron con él, no todos entendieron ni entienden a Jesús en la línea de Pedro. Por eso, desde la perspectiva de Mt 25, 31-46 y del conjunto del NT quiero poner a su lado (junto a Pedro) otra “piedra” de unidad eclesial, que es el mismo Cristo y su evangelio,dirigido a todos los pobres y excluidos del mundo.

En ese sentido, antes que la roca de Pedro está la roca de los pobres y de los aplastados por la vida y sociedad; ellos han sido primeros representantes de Jesús, ellos han de seguir siendo principio y fuente de unidad cristiana y humana, según el testimonio más antiguo de los evangelios, incluido el de Mateo. Así lo he puesto de relieve en mi libro sobre Pedro.

En esa línea debemos citar la Gran Oración de Jn 17, que es ya oración pascual (de Jesús resucitado) a favor de las iglesias divididas, en grupos petrinos, paulinos, juaninos y más juaninos, grupos de gnósticos y no gnósticos… Así completamos la ruptura del final de Jn 6 (Cafarnaum) con la llamada a la Unidad propia del Testamento de Juan (Jn 17(.

Allá, hacia el año 110 d. C., la herencia de Jesús corre el riesgo de dividirse y romperse, como su túnica bajo la cruz. En ese momento, el evangelio de Juan (Jn 21) pide también a Pedro que sea foco de unidad, vinculándose al Discípulo Amado (y viceversa).

De las divisiones de la Iglesia primitiva y de la unidad que se va formando en torno a Pedro (según los evanvelios de Mateo y de Juan) tendremos que seguir hablando. Pero como he dicho, antes de eso, en la misma vida de Jesús, tal como ha sido evocada por lo sinópticos, se ha planteado el problema de la unidad entre los hombres en general, entre los pobres y los ricos, los itinerantes y los sedentarios, los expulsados de la sociedad y los dueños de ellas. De esa unidad primaria queremos seguir hablando aquí.


La roca de los pobres

El grupo de Jesús se inicia a partir de los expulsados y/o marginados del nuevo des-orden social que se extiende en Galilea, especialmente entre aquellos que no caben en las estructuras de poder que triunfan desde las ciudades que ahora imponen su dominio (su ley comercial y social). Es como si ahora los portadores del movimiento de Jesús no fueran ya, en primer lugar, el papa, los obispos y los representantes de la sociedad establecida, sino los separados y alejados de ella: emigrantes e ilegales, pobres, rechazados, de la tierra.

Jesús ha rechazado aquel modelo de de sociedad de imposición ha invertido el orden normal de las instituciones: no quiere formar grupos de dominio, desde arriba, sino un movimiento de creatividad social (de comunicación humana) desde los más pobres. Por eso empieza ofreciendo salud a los enfermos e identidad humana a los posesos y enfermos (es decir, a las víctimas del sistema). Sin ese descubrimiento práctico del valor de los expulsados y oprimidos que debían ser (y son) hijos privilegiados de Dios no se puede hablar de un pueblo del Reino. Jesús empieza acogiendo y ayudando a los que hoy llamaríamos “itinerantes”, a los que no tienen casa, ni familia..

En este contexto podemos hablar de una nueva hipótesis (o descubrimiento) de Jesús, que puede compararse de algún modo con las “hipótesis” de la ciencia.

Cuando un “sistema” científico deja de explicar unos fenómenos se vuelve necesaria una nueva hipótesis, una ley distinta, que pueda aplicarse en esos casos no-explicados. Pues bien, Jesús descubrió que el sistema social imperante (romano/galileo) no “funcionaba” de manera humana, pues debía expulsar a muchos pobres, dejándole sin tierra ni lugar en la sociedad. Por eso tuvo que elaborar una nueva “hipótesis social”, un camino y modelo de vida distinto, que fuera capaz de ofrecer una esperanza a los expulsados del sistema. Así podemos presentarle como “inventor de humanidad”. Pero él no inició su movimiento de cero, sino desde toda la experiencia de Israel (recogida en la Escritura), que viene a situarle y le sitúa en el camino de las promesas de Israel.

Jesús no ha sido un pauperista ni un purista

Ciertamente, en contra de algunas tendencias “pauperistas” de su tiempo o de tiempos posteriores, Jesús no rechaza a los propietarios (sedentarios), dueños de casas y campos, en quienes se expresaba el ideal agrícola israelita, según el cual cada familia posee su heredad y vive en armonía (pacto) con otras familias del entorno, sino que cuenta con ellos.

En ese sentido, debemos añadir que él no ha sido un purista (que sólo acepta a “sus” pobres), sino que ha buscado (amado) también a los propietarios, a quienes anuncia el Reino (salud mesiánica), pidiéndoles que acojan (que no opriman) a los pobres, compartiendo con ellos casa y bienes. De esa forma “come y bebe” (cf. Mt 11, 19) no sólo en casa de Leví, el publicano (cf. Mc 2, 13-17), sino en las casas de otros propietarios pudientes, como recuerdan los evangelios (cf. Mc 14, 3-9; Lc 7, 36-50; 14, 1-24). Jesús no condena sin más a los “propietarios”, pero valora de un modo especial a los no-propietarios y más en concreto a los a los que llamamos itinerantes, sea por necesidad social, sea por opción evangélica.

Distinguimos dos tipos de itinerantes.

(1) Los que no tenían nada y que, por tanto, nada podían dejar: ni casa, ni familia estricta o propiedades. Ellos son los primeros destinatarios del mensaje de Jesús: pobres, enfermos, mendigos, itinerantes por necesidad o condición social, sin más hogar que el camino. Retomando el símbolo del Éxodo, Jesús supone que ellos caminan hacia la tierra prometida y les convierte en portadores de su mensaje de Reino, iniciando así un éxodo nuevo y universal.

(2) Hay otros que han podido hacerse itinerantes por vocación, porque Jesús les llama y ellos le siguen, dejando casa-familia-posesiones (o el trabajo de la pesca como los de Mc 1, 16-20). Éstos son los que “optan” por el estilo de vida de Jesús, es decir, por su mensaje y proyecto de Reino. Son los rompen con un tipo de familia establecida, vinculada al poder patriarcal, para iniciar una familia de Reino (familia de Jesús) abierta a los que no tienen familia en el sentido antiguo. En esa línea se sitúan algunos textos de ruptura familiar, que iremos evocando: Mc 1, 16.20; 3, 31-35; 10,29-30; Mc 13, 9-13 con Mt 10, 17-22 y Lc 21, 12-16; Mt 10, 34-36 y Lc 12, 51-53; Mt 10, 37-38 y Lc 14, 25-27; Mt 23, 8-10; Lc 9, 61-62 etc.

El éxodo de los pobres. Una inversión de la historia

De esa forma, destacando (en líneas distintas) el valor de unos y otros Jesús no ha establecido un esquema de oposición violenta (no quiere que los itinerantes-desposeídos ocupen el lugar de los sedentarios), sino que ha puesto en marcha un esquema de trasformación, partiendo precisamente de los desposeídos. No busca por tanto, una guerra, sino una simbiosis entre campesinos y propietarios, pero partiendo de los más pobres y retomando así dos modelos sociales que en la historia israelita se habían dado de forma sucesiva y separada.

(1) En un plano, Jesús asume el modelo de los propietarios agrícolas, autónomos y federados, que había instaurado el libro de Josué tras la conquista (cf. Jos 18-24) y que ratificó más tarde la ley del jubileo (Lev 25): esos propietarios autónomos de tierras parecían ser representantes del auténtico Israel y de esa forma los sitúa, simbólicamente, la misma legislación de la Misná en el centro de la identidad judía.

(2) Pero él conecta, sobre todo, con un tiempo anterior y así retoma la imagen de los itinerantes del principio de la historia israelita (que llenan la historia de Israel, desde el Éxodo hasta el Deuteronomio), viéndolos como portadores de la verdadera identidad del pueblo elegido. Pues bien, los equivalentes de aquellos hebreos del éxodo, que salieron de Egipto y vagaban por un desierto de muerte, en busca de tierra, son ahora los pobres y expulsados de Galilea, que así vienen a mostrarse como portadores itinerantes del Reino de Dios y de su curación, pero no para conquistar con violencia la tierra y hacerse dueños de ella (como los hebreos de los libros de Josué y de Jueces), sino para anunciar a todos el Reino y para curar a los mismos propietarios de la tierra, quedando así en sus manos (dejando que ellos les acojan).

Conclusión. El proyecto de unidad de Jesús, un lugar para todos:

Jesús instaura de esa forma un modelo nuevo de comunicación, a partir de los itinerantes (nuevos hebreos), pero sin conquista violenta ni expulsión (ni muerte) de los propietarios.

–Jesús nos lleva al comienzo de la historio israelita, al tiempo de la “conquista” de Palestina, que ha de llevar a la comunión y participación de todos los hombres y mujeres, en la única Madre Tierra, que es la tierra prometida de la Vida de Dios.

Los itinerantes de Jesús no hacen la guerra, ni matan a los “propietarios anteriores” (como pedían las leyes más duras del viejo Israel, cuando exigían la muerte de los “ricos cananeos”: cf. Ex 23, 23-33; 34, 11-16; Dt 7, 1-6 etc.), sino que les ofrecen salud y curación, trazando así para ellos y para todos los hombres un tipo de unidad más alta, la Unidad de los Hijos de Dios (de la que habla Jn 11, 52).

Mediación de la unidad. Jesús inicia con sus itinerantes un proyecto i de curación y gratuidad, en el que quepan todos, desde el Dios del amor, como quería Soloviev hace 150 años. Los enviados de Jesús nos vienen a matar (ni a condenar al infierno sin más) a los propietarios, sino a ofrecerles salud y curación, dialogando con ellos.

— Sin ese gran proyecto y camino de curación (descubrimiento del valor más alto y del gozo de Dios y de unión entre los hombres) carece de sentido este camino. En esa línea han de quedar con Jesús los Doce, pues tienen una gran tarea, como testigos de Jesús, enviado y presencia de Dios, en una humanidad que puede, de otra forma, dividirse y romperse para siempre.

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