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“Navidad, el desafío del Espíritu encarnado en un mundo que se parte”

Domingo, 28 de diciembre de 2014

jordan-liqaa-limar-bassel-syrian-refugees-81646-620x350_1Leído en la página web de Redes Cristianas

Comparto con ustedes mi pequeño escrito para, si lo creen conveniente, lo compartan. Rezo por ustedes y gracias por su labor.

Hace algunos días respondí a un email que me ha dejado pensando… Había en él un planteo -con el que acuerdo- que indicaba que quizás uno de los mayores problemas que tenemos hoy en la Iglesia y en el mundo es que, en algún momento, hemos separado todo demasiado… el deber del ser, lo profano de lo sagrado, lo humano de lo divino, lo interior de lo exterior, lo femenino de lo masculino, el espíritu de la carne, lo privado de lo público… Creo que esto nos ha hecho mucho daño como humanidad, porque separar algo que en su dimensión más profunda es parte de una sola cosa no termina siendo más que un desgarro… Y ese desgarro no es gratuito ni se cura con remedios o masajes sino que nos pasa factura alejándonos de los encuentros que dan sentido a nuestra vida. Ni más, ni menos.

Ocurre que, desde hace tiempo, tengo la sensación de somos muchos los que, en el apuro de llegar a fin de año, no nos hemos dado cuenta que, en la carrera, el cuerpo ha dejado kilómetros atrás el Espíritu… ¿A que me refiero con que el cuerpo va más rápido que el Espíritu? A que postergamos decisiones que sabemos nos harían bien pero no nos hacemos el tiempo de concretarlas; alimentamos relaciones que calman momentáneamente la soledad pero ya hemos comprobado siempre nos dejan con sed de amor; desoímos señales del cuerpo que con migrañas, contracturas, gripes mal curadas y afonías nos indica que estamos transitando a mayor velocidad de la que es necesario o posible; posponemos el encuentro con los que queremos y cumplimos en vez con una lista de compromisos, relativizamos algunos de nuestros valores en pos de continuar en la comodidad de un presente al que nos trajo no la libertad sino la inercia; evitamos el dolor de encontrarnos con los que sufren y nos necesitan porque nos recuerdan nuestras propias heridas sin curar –sean de la calle, de la casa o el trabajo-. Cada uno podrá completar su lista.

Y es que no es fácil! Les aseguro que lo sé mejor que nadie… A veces vivimos una vida que, para seguirle el ritmo, pareciera que nos obliga a vivir desencarnados, no presentes del todo, ignorando lo que la percepción y el Espíritu nos indican sutilmente respecto a nuestras prioridades, nuestra vocación, nuestras necesidades y posibilidades. Pero, ante esta humanidad que se parte, nos sorprende otro año más la proximidad de la Navidad y un misterio que es siempre nuevo: el de un Dios que se encarna.

Es cierto que a fin de año uno llega cansado, aún así, nos urge recordar que rendirnos ante ese cansancio nos encierra… y el ensimismamiento rara vez produce algo bueno. De hecho, lo que hace es quitarnos el entusiasmo. Y ¿qué hacemos entonces? Trascender las circunstancias y salir al encuentro, ¿qué otra cosa sino eso es la Navidad? El amor de Dios no se quedó esperando, lamentándose por las puertas que no se abrieron sino que se hizo carne, vino a buscarnos y continua saliendo a nuestro encuentro… no allá arriba en el cielo sino en los prójimos en donde se sigue encarnando, en los proyectos en los que sigue co-creando con nosotros. Esta acá con nosotros, solo que la voz de su Espíritu no aturde como las alarmas de nuestros calendarios ni las exigencias con las que nos atormentamos, sino que es mucho más sutil, como viento que sopla y, aunque no sabemos de dónde viene ni adónde va, en el dial correcto podemos escucharlo…

Quizás el descanso no tenga tanto que ver con dormir más horas como con acomodar el corazón en el pesebre, que no es el hotel de 5 estrellas que tantas veces anhelamos previo a las vacaciones sino el lugar que, sencillo, nos recibe para darnos el calor que necesitamos para dar a luz una vida nueva. Quizás la Navidad sea un buen momento para, una vez más, aminorar la marcha y dejar que el Espíritu nos alcance y nos colme de sentido. Quizás Navidad es tiempo de volver a regalarnos experimentar que nuestro Dios ya se ha encarnado y, desde ese pesebre que partió la historia en dos, sigue esperando que también nosotros encarnemos el Espíritu desde el que nacerá nuestra mejor historia. Vale la pena intentarlo.

Carolina Abarca, Córdoba -Argentina

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