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“Las teologías queer y los movimientos LGTBI+”, por Victorino Pérez Prieto

Martes, 23 de agosto de 2022
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Fueron noticia hace unas semanas las movilizaciones de las personas LGTBI+ reivindicando su legítimo derecho a existir, a ser como son y a manifestarlo públicamente; su derecho a amar y ser amadas en su condición, como todos los seres humanos. Al mismo tiempo, estas movilizacionesfueron la ocasión de mostrar públicamente las contradicciones de una sociedad que cree que sólo es “normal”, y aún legítima, la vida afectiva privada y social de las personas heterosexuales o binarias, en base al viejo perjuicio de “los hombre son hombres y las mujeres son mujeres”. Cuando la realidad sexual/afectiva de los humanos es un mundo de diversidad y riqueza, como son las culturas, las leguas y las mismas religiones: la unidad en la diversidad. Estas personas tienen derecho a manifestarse como son, sobre todo por la historia de represión que han arrastrado por siglos. Una represión que aún existe y que a las religiones les cuesta aceptar y curar, especialmente a las monoteístas, con la imagen patriarcal que tienen de Dios, una ideología dominante perversa desde hace siglos. La teoría queer cuestiona esta imagen, y, ligada a ella, ha nacido hace años una “teología queer, que ya cuenta con décadas de existencia.

 ¿Qué es lo queer? Queer es una palabra inglesa que habla de algo “extraño”, y podría traducirse como raro y aún “torcido”. Se relaciona con una identidad de género que no se corresponde con las normas establecidas de la heterosexualidad. Más allá de esta palabra que tienen un origen peyorativo, un insulto para los/as diferentes, fue siendo reivindicada desde las últimas décadas del pasado siglo como una identidad: la del derecho a la disidencia de gays, lesbianas, trans, etc. la teoría queer busca eliminar las etiquetas sociales y culturales de hombre-mujer.

Hay numerosos grupos de estudios queer, incluso de carácter académico. Beatriz Suárez Briones, profesora de la Universidad de Vigo que se identifica como queer, es además especialista en el tema y lidera un “Grupo de estudios Queer”. En una entrevista reciente para un Diario decía algo que me llamó poderosamente la atención: “Queer es la revolución de como pensamos lo humano”. Yendo más allá de la dimensión puramente sexual/afectiva, dice: “Es un pensamiento antiesencialista que no cree en la idea de que los humanos somos algo  inmanente, innato, acabado; piensa que estamos en curso” (Nós. Diario, 15/03/2022). Siempre que no niegue las identidades legítimamente sumidas, aquí está lo que considero más valioso de la propuesta.

¿Qué es queer?

52244975104_a81d8fb264_w No es nada fácil definir lo queer. La misma Beatriz Suárez dice en uno de sus trabajos académicos: “Definir queer no es nada fácil, e incluso puede considerarse lo más antiqueer que existe. Aunque, ante posibles ambigüedades, enseguida precisa: “No es gay ni lesbiana, pero no hay queer sin pensamiento o consciencia radical sobre el sexo, el género, la sexualidad” (Galicia 21, Issue J ‘20).

En otro de sus trabajos escribe algo sumamente interesante: “Feministas lesbianas queers de toda clase y condición, somos la herencia de una tradición de movimientos contraculturales de liberación surgidos a partir de la mitad del siglo XX: pacifismo, antirracismo, anticolonialismo, movimiento feminista y LGTBI… El programa fundamental de estos últimos fue hacer de las mujeres, lesbianas y gays sujetos políticos” (“Feminismos lesbianos queer: ¿utopía o distopía feminista?”. Añadiendo: “El mundo al que aspiramos no solo no está ciego a las diferencias –ni las prolonga como un instrumento de opresión– sino que se construye desde las diferencias… Queer es su lenguaje. Pensamos queer. Hacemos queer” (Investigaciones feministas, 10-1, 2019, 9-26).

De este modo, queer está vinculado en primer lugar a cuestiones de género, como crítica radical a una única identidad “legítima”: la heterosexual dual, que afirma que esa es la única “buena” (normal, sana, natural, deseable…) y una “mala” (anormal, patológica, desviada, aberrante, repulsiva…); y como derecho a tener y vivir una sexualidad/afectividad diferente de la establecida, e incluso impuesta violentamente, poder ser homo, hétero, o lo que sea. Particularmente, queer es una dura crítica a los privilegios de género de las culturas patriarcales  con sus preferencias sexuales exclusivas. Pero, además, queer tiene que ver con un pensamiento y un lenguaje que afirma la diferencia, que se construye desde las diferencias.

En realidad, los seres humanos somos diferentes; las múltiples diferencias sexuales, culturales e incluso religiosa o no-religiosas, nos enriquecen, siempre que se sitúen en el respeto del otro/a y se posicionen pacífica y tolerantemente ante él/ella. Somos iguales y somos diferentes a un tiempo. La realidad sólo es uniforme en los cuarteles, en los que los soldados están uniformados y sometidos a un mando y una jerarquía indiscutible. Y eso por una causa muy discutible para los que buscamos la paz: porque los ejércitos son más eficaces para ganar las guerras si los bandos están uniformados y son ciegamente obedientes a las órdenes y tácticas de sus mandos. Sin embargo, el mundo no es un cuartele, aunque algunos lo pretendan para gobernarlo mejor

Teologías queer

Concilium_383A la gente muy laica/arreligiosa, que está fuera de los espacios religiosos, puede parecerle increíble que pueda existir una teología así. ¿Cómo puede la teología, esa cosa tan del pasado, acercarse a algo tan novedoso como la teoría queer? ¿Cómo pude llegar a hacerse teología desde los homosexuales y lesbianas, después de haberlos condenado durante siglos? Y, por la contra, gente muy religiosa y tradicionalista o enmarcada en las estructuras eclesiásticas, puede pensar ¿Cómo es posible hacer algo tan excelso como la teología a partir de un pensamiento tan degenerado?

Sin embargo, existe desde hace años una “teología queer”. Así lo refleja un número monográfico de la prestigiosa revista internacional de teología Concilium; volumen titulado “Teologías queer: devenir el cuerpo queer de Cristo” (nº 383, 2019), con estudios académicos sobre la teología las teologías queer (judía, musulmana, africana, asiática…) y experiencias.

Y hay ya bastantes más libros y trabajos sobre el tema; la mayoría publicados en inglés, desde el teólogo exjesuita Robert Goss, el primero usar el término teología queer en su Jesus Acted Up: A Gay and Lesbian Manifesto (1993) o G.D. Comstock-S. Heningg (eds.), Que(e)ring Religion. A Critical Anthology (1999); a otros textos posteriores como G. Loughlin, Queer Theology. Rethinking the Western Body (2009); P. Cheng, Radical Love. An Introduction to Queer Theology (2011);S. Cornwall, Controversies in Queer Theology(2011), etc. Pero también tenemos traducidos al castellano algunos textos fundamentales: Marcella Althaus-Reid, Teología indecente. Perversiones teológicas en sexo, género y política, Barcelona 2005 (original inglés Indecent Theology 2000), que tiene otra obra importante no traducida The Queer God.Sexuality and Liberation Theology (2003); Elizabeth Suart, Teologías gay y lesbiana, repeticiones con diferencia critica (los dos últimos capítulos con más de 40 pp tratan nuestro tema), Barcelona 2005. También hay ya textos publicados por teólogos y teólogas en español: Ricardo Lamas, Teoria torcida. Prejuicios y discursos en torno a la homosexualidad (Madrid, 19989 o Teresa Forcades, ¡Somos todxs diferentes! Por una teología queer, Argentina 2016, curiosamente publicado fuera de España…

Para las teologías queer, la opresión que han padecido y padecen las personas LGTBI+ en las iglesias y la sociedad es un grave pecado, un escándalo que urge superar; más aún, la experiencia de estas personas y sus colectivos tiene una influencia performativa que desafía a ambas a un cambio profundo. Esta teologías cuestionan radicalmente la función que han tenido la religión y la teología en apoyo de esas estructuras de opresión, basadas en categorías binarias como sexo, género o raza, expresión de una violencia, un clasismo, un racismo y un patriarcado que se oponen a la Buena Nueva del Reino de Dios que anunció y vivió Jesús de Nazaret.

La teología busca la verdad de Dios y, sobre todo, una verdad como salvación/liberación que Él supone para el ser humano y el mundo; esta salvación histórica, siempre en devenir, aunque alcanza en Jesús de Nazaret el Cristo su plenitud. Esta perspectiva de devenir, coincide con el pensamiento queer; un pensamiento creativo que se opone a un pensamiento estático, esencialista e inmóvil, siempre en proceso de hacerse. Por eso, una de sus raíces está en las teologías de la liberación; estas, como el queer, fueron críticas y trasgresoras con el sistema establecido, por lo que sufrieron la persecución de éste; aunque en sus comienzos aquellas olvidaran la perspectiva feminista, tal como se le echan en cara hoy.

 Las teologías queer, como sus predecesoras las teologías gay y lesbianas, quieren “desbaratar la suposición de que sólo las vidas heterosexuales son lícitas, sitios legítimos de gracia, bendición y revelación divina” (Susannah Cornwall, “Perspectivas teológicas constructivas. ¿Qué es la teología queer?”, en el vol. cit. de Concilium). Pero son más que eso, una forma de subvertir identidades y posiciones políticas desde una perspectiva liberacionista; creyendo que la homofobia y el sexismo, como el racismo, son distorsiones del verdadero mensaje cristiano. Y aún que la verdadera de imagen de Dios tiene mucho que ver con queer; más allá de la imagen de Dios como padre y señor superpoderoso, superar no solo la imagen patriarcal, sino masculina: Dios no tiene género, supera todos los géneros; es la expresión de la armonía en la diversidad a la que están llamados cada ser humano y toda la sociedad, pero está preferentemente con los excluidos.

Según indica Susannah Cornwall, hay dos grandes corrientes en las teologías queer: La liberacionista, que se centra en la “normalidad” y no patología de la vidas queer, reivindicando el reconocimiento de los matrimonios del mismo sexo y la aceptación de clérigos homosexuales y demás. “Esta es la naturaleza de la teología queer: la liberación”, dice Elizabeth Suart (Teologías gay y lesbiana); o Patrick Cheng, que articula toda su propuesta teológica desde la noción de “amor radical” político (An Introduction to Queer Theology. Radical Love). Estos teólogos tienden a recuperar textos bíblicos usados para oprimir a las personas no heterosexuales, y descubrir textos, tradiciones  y personajes “protoqueer” en la Biblia y la historia cristiana: p. e. David y Jonatán, Rut y Noemí, que manifiestan el fuerte amor/amistad entre personas del mismo sexo, o los eunucos del evangelio. Y hay otra corriente que está más influida específicamente por la teoría queer y está menos interesada en la apologética que en la subversión y resistencia, señalando el daño que pueden hacer concepciones tradicionales del matrimonio y la familia.

52243717722_33d8544f4e_wLa teóloga argentina luego catedrática en la Universidad de Edimburgo, Marcella Althaus-Reid, con su “teología indecente” elaborada desde una perspectiva liberacionista (Teología indecente), es una de las reflexiones más radicales y sugerentes de esta teología: “Dios es queer; un Dios en el exilio, que está con los excluidos, más allá del sistema establecido. Lo realmente escandaloso no es –dice Marcella Althaus- la “desviación” sexual, sino la exclusión de los “desviados” por las autoridades religiosas o civiles. La teología debe aprender a vivir en la incertidumbre y la fluidez, e ir más allá de su obsesión por delimitar lo que está dentro y lo que está fuera.

Consecuente con el rechazo general que han las teologías queer de las distinciones binarias, hablan no sólo de varón-mujer sino también de humano-divino. Por eso “han sugerido a veces que Cristo mismo, en cuanto poseer en un solo cuerpo de la humanidad y la divinidad, podría entender como profundamente queer” (Susannah Cornwall, art. cit.); es el caso de la especialista en patrística Virginia Burrus. Decir “Cristo es queer no es una afirmación sobre la orientación sexual o la identidad de Jesús, sino sobre su “trastrocamiento de las normas esperadas y su solidaridad con las personas queer” (ibid. Cf. también la obra citada de Elizabeth Suart, pp 141ss).

De este modo, las teologías queer están elaborando una nueva doctrina sobre Dios (incluidas las teologías trinitarias), una nueva Cristología (con un acercamiento nuevo a la persona y la obra de Jesús de Nazaret, el Cristo), una nueva eclesiología (una nueva reflexión sobre la Iglesia) e incluso una nueva escatología.

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“Cuando se parece, pero no es”, por Rubén Bernal

Viernes, 16 de abril de 2021
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jesus_jovenesA veces estamos un poco hartos de cómo, en algunos contextos eclesiales, se abusa forzadamente del texto de 2Pe 2,1-3:

Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.  Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme.

El abuso constante y fanatizado de algunas personas respecto a estos versículos produce tal hastío que, en creyentes e iglesias más abiertas, se corre el riesgo de restar importancia a una advertencia sustancial y pertinente. En lo personal, una lectura rápida del texto me lleva primero a pensar en telepredicadores o pastores que promueven el evangelio de la prosperidad; es quizá donde más evidente se hace esa mercadería con palabras fingidas, con una teología de la gloria que anula la teología de la cruz, con un lenguaje triunfalista enfocado en las bendiciones económicas y un milagrerismo ilusorio y simulado. Pero me equivoco completamente si descanso creyendo que esta amonestación bíblica se refiere solo a esta orientación teológica (a cuyas víctimas a veces me toca acompañar pastoralmente). También me equivoco cuando pienso que el peligro está siempre en otros (los de fuera) y no en mí mismo o entre aquellos predicadores/as o teólogos/as que admiro o me agradan. El texto dice que los falsos maestros estarán «entre vosotros», es decir, no muy lejos, y cuanto menos es una advertencia interesante que, aunque responde a un contexto determinado, sigue siendo oportuna.

Estos mismos versículos también me invitan a pensar en la amenaza del discurso de algunos grupos de supuesta «sana doctrina», aquellos que en realidad se dedican a herir a otras personas desde la bandera de una fe ortodoxa pero que, en realidad, traicionan la ortopraxis cristiana al tener prácticas que son «herejías destructoras» que no edifican, sino que acuchillan. Sin embargo, no hemos de mirar siempre a los grupos ajenos, sino que, vuelvo a repetir, el texto advierte que, para que sea realmente amenaza, los falsos maestros –o las falsas enseñanzas– estarán cerca, «entre nosotros», quizá incluso en mí mismo.

Estos profetas o maestros no necesariamente han de ser personas despiadadas con ansias de poder, de control o de imponer una ideología. Vivimos en una época donde la información (y la desinformación) está por todos lados, el bombardeo de voces falsas nos inunda (las fakes news y el fenómeno la posverdad se han convertido en uno de los grandes problemas del presente). Lo falso siempre nos llega mezclado con lo auténtico y el discernimiento se convierte en todo un ejercicio en el que hay que contar –como no puede ser de otra forma– con la ayuda y guía del Espíritu Santo. La televisión, y hoy sobre todo cualquier youtuber, nos hace llegar opiniones muy diversas, ¡y ni hablemos de las redes sociales donde cada cual expone la suya! En el mundo teológico pasa lo mismo, aunque me encantan las discusiones académicas en torno a un sinfín de temas, no todo lo que se dice o se escribe es digno de crédito, y menos aún, descubrimientos o posturas novedosas (pues en el ámbito académico, sin generalizar, a veces hay ansias por innovar o hallar cosas que coloquen nuestro nombre entre los «grandes», y excepcionalmente entran en juego enormes construcciones a veces –no siempre– llenas de humo). No es mi intención restar credibilidad a la investigación universitaria, que de hecho es una de mis pasiones personales, sino sembrar una actitud crítica hacia ella, no desde paradigmas trasnochados fundamentados en el literalismo bíblico, como en los debates de creacionistas contra evolucionistas o algo así, sino, por decirlo de algún modo, considerando una hermenéutica de la sospecha (aunque no voy por la línea de Marx, Nietzche ni Freud): «¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?» –se pregunta Pablo en 1Co 1,20b[1]. Nos queda, casi para todas las áreas de la vida, aquel principio de 1Tes 5,21: «examinadlo todo, retened lo bueno» ya que la sabiduría de este mundo es dudosa (1Co 3,18-23). Por tanto, eso no quiere decir, ni mucho menos, que dejemos de buscar una formación académica de calidad, incluyendo el área filosófica, porque precisamente en el mundo evangélico hispanohablante urgen personas creyentes bien preparadas.

Ocasionalmente, tanto en la vida eclesial en comunidad como de manera particular, absorbemos y nos identificamos acríticamente con juicios o razonamientos que no concuerdan realmente con la voluntad de Dios, pero acabamos asimilándolos con simpatía. En este sentido, creo que el peligro de los falsos profetas o profetisas, usurpadores de la voz de Dios y pretendidos portavoces autorizados de la voluntad divina, es un fenómeno que no solo puede encontrarse por todas partes, sino también en nosotros mismos al dejarnos llevar por todo viento de doctrina (Ef 4,14). Es lo que tiene vivir en una era en la que parece no haber verdades sólidas, o haber muchas miniverdades, todas en competencia, o como distintas caras de un mismo prisma.

Creo que las voces más peligrosas para las iglesias, especialmente para aquellas en las que evitamos extremismos, proceden de ideologías, agendas, proyectos o visiones que se parecen muchísimo a buena parte de los objetivos misionales de nuestras comunidades cristianas, a riesgo de que a veces puedan configurar incluso nuestros propios objetivos. En la diversidad de ideologías o corrientes de pensamiento y de acción social, emergen algunas que comparten, en determinadas áreas, fines muy parecidos a los nuestros, y podríamos dar gloria a Dios por ello, pero actúan mediante unos medios que no son los mismos, o al contrario, emplean medios semejantes pero con fines contrarios. No todo aquello que simula estar en consonancia con la justicia del Reino es realmente justicia del Reino, y a veces hacemos alianzas que deberíamos pensarnos más. Como ya advertía el texto petrino (2Pe 2,1-3), la introducción de herejías destructivas de manera encubierta, desapercibida o sutil pero constante, y agradablemente vestidas como ángel de luz (2Co 11,14), no pueden ser asumidas por la iglesia de manera acrítica ni maquilladas de evangelio.

Llegamos a la cuestión que me preocupa. Quienes abogamos por la inclusividad LGTBI en nuestras iglesias, y especialmente entre quienes la practicamos como una realidad desde el mensaje del evangelio y como auténtica demanda de la justicia del Reino, hemos de ser críticos respecto a las construcciones ideológicas externas al discurso cristiano, sobre todo cuando estas tienen cierta semejanza con nuestro propio discurso (temamos aquello que parece pero que no es). De hecho, en mi experiencia de estudio personal respecto a las numerosas corrientes de teologías queer, mi conclusión es que, en ellas, no todo vale, algunas están construidas sobre arena y otras –como se dice en la epístola de Judas– convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios (Jud 4). [2] Ningún afán por reconocernos progresistas debe llevarnos a abogar por la gracia barata [3], más bien asentemos nuestras convicciones en la Roca para no rendirnos fácilmente ante falsos evangelios (falsos pero que simulan muy de cerca al verdadero). Es más, que yo sepa –aunque no puedo hablar por todo el mundo– no es ese el testimonio auténtico y sincero que las personas creyentes cristianas LGTBI quieren dar, tanto hacia el mundo como hacia las iglesias conservadoras a las que quieren dar ejemplo (no por el qué dirán sometiéndose de nuevo a estereotipos y convencionalismos que les lleven otra vez al armario ¡no!, sino como labor catequética y testimonio de Dios en sus vidas). Soy realmente consciente de que no puedo hablar en nombre de este diverso grupo de personas creyentes, especialmente siendo un varón heterosexual que no vive en primera persona los atropellos y la discriminación que estas personas viven, pero lo que expreso aquí lo hago desde la responsabilidad pastoral y en la experiencia de este acompañamiento.

Lo digo por escrito, no me interesa en absoluto construir una iglesia progre, lo que quiero es una iglesia acorde al reinado de Dios que anunció Jesucristo, fiel a su evangelio. Sin duda es para mí, desde el mensaje de Jesús, desde donde hay que partir para promover la igualdad y la dignidad de las personas. Es requisito indispensable estar en consonancia con el Espíritu Santo y las Sagradas Escrituras, como lugares de partida donde la iglesia debe moverse en fidelidad. Igualmente es necesario tener sobre la mesa lo que dice el saber científico y filosófico, pero, en cuanto deudores de nuestra propia tradición y desde el principio de Sola Scriptura, nos va a tocar ejercitar un quehacer hermenéutico que sea notablemente serio.

Aunque muchas corrientes de pensamiento nos pueden ser provechosas –y de hecho lo son cuando se las toma con discernimiento–, la lealtad de nuestra militancia es solo con Jesús. Solo Dios ha de determinar lo que la iglesia ha de hacer o debe decir; y no ninguna corriente filosófica que de manera externa nos fuerce a hacer las cosas de otro modo (por mucho que haya puntos en común con nuestra militancia cristiana, y por mucho que ciertos sistemas de pensamiento sean una bendición para un sin fin de cosas). Hay muchas reclamaciones que las teorías queer ponen sobre la mesa que deben ser consideradas, no es cuestión de menospreciarlas, puede que algunas sean innegociables, pero no todas las escuelas dentro de estas teorías están en sintonía con el evangelio, toca juzgar con justo juicio (Jn 7,24). No es mi intención recurrir a la técnica de calzar textos a conveniencia, pero para ello resulta adecuado otro versículo que por desgracia se usa muy ligeramente: «Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo» (Col 2,8) [4]. Como decía al principio, a veces entre muy ciertas y honorables reivindicaciones, llenas de justicia y de verdad, vienen otras que han de ser desechadas. ¿Cuáles son? Pues siento decir que el abanico es tan amplio que no puedo dar pie en este artículo a entrar en matizaciones ni en un análisis pormenorizado de estas cuestiones. Además, cada cual, desde ese principio tan protestante de la libertad de conciencia junto con ese otro de libre examen, tendrá que ir sopesando cada una de ellas con la ayuda y guía de Dios, teniendo a las Escrituras como piedra de toque.

Para la iglesia, lo determinante es lo que dictamine la revelación específica (¿todavía estamos con ese discurso? –sí, lo estamos ¿acaso puede haber otro en su seno?). La Biblia es nuestra principal norma de fe y conducta cuando es correctamente interpretada, distinguiendo el fondo del envoltorio (aun cuando para ello necesitemos de una amplia panoplia de disciplinas exegéticas para las cuestiones técnicas). De hecho, la mayor parte de las personas cristianas LGTBI que conozco, también son bastante críticas ante la variedad de propuestas que –en su defensa– vienen de fuera de la iglesia; en cambio toman aquello de: «Yo sé que mi defensor vive, y que él será mi abogado aquí en la tierra» (Job 19,25). La mayoría lo que quiere es vivir comprometidamente su fe en lealtad a Jesucristo en un ambiente eclesial maduro y asentado en las Escrituras. Quieren ser militantes de la mayor de las causas, la mayor porque incluye todas las causas justas: militantes del evangelio. Quede claro que ninguna suerte de antinomismo radical, disfrazado de teoría sofisticada, configura su fe ni tampoco la mía (Ro 6,12; Col 3,5). Entre quienes no nos conocen, me refiero a otras comunidades cristianas, corren rumores de que entre nosotros vale todo (en referencia a la ética sexual). Esto no es así entre quienes, como creyentes en Cristo, rompemos con la pasada manera de vivir (Ef 4,22), haciendo morir todo desorden terrenal (Col 3,5-7), despojándonos de la vieja humanidad (Col 3,9b. Ef 4,22). Pues si bien es cierto que «a libertad hemos sido llamados» (y damos gracias por los Derechos conquistados en la sociedad), también lo es que esa libertad no debe usarse como «pretexto» para dejarnos esclavizar de nuevo a las apetencias de nuestro «yo» –según proponen otras ofertas– (Gal 5,13). Por tanto, no se trata de volver al armario ni mucho menos, sino de vivir comunitariamente la libertad de la filiación divina expresada en Juan 1,12-13, lo que implica que, en el tema que nos ocupa aquí, cada cual debe vivir su sexualidad de manera responsable acorde a las convicciones que nuestra nueva vida en Cristo determina.

La iglesia cristiana sigue a Jesucristo conforme a su programa del reinado de Dios, es agente del evangelio y por tanto tiene su propia agenda que frecuentemente «contiende» contra las ideologías de este mundo (ya sean conservadoras o progresistas, aunque encuentre a veces afinidades con ellas). Por tanto, la Iglesia, aunque puede ejercer la inculturación según el contexto en el que se desenvuelve, y actualizarse (aggiornamento) siempre secundum verbum Dei –como reza nuestro lema reformado–, también debe delimitar, o ser bastante crítica, con aquellas corrientes externas que quieren penetrar en ella (1Jn 2,15; Ro 12,2; Tito 2,11-12). «pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo» (2Co 10,3 NVI), y aunque a veces –como en el caso de la inclusividad– parecemos ir de la mano con la sociedad, corremos el peligro de que sea la sociedad la que fuerce a la iglesia a hacer las cosas como ella quiere. Nuestro programa inclusivo solo puede brotar del mismo Espíritu de Dios, no conforme al espíritu de este mundo. Por eso, la postura abierta e inclusiva de nuestra iglesia es una consecuencia directa y lógica de una lectura atenta y cuidadosa de las Escrituras, en sintonía profunda con el proyecto del reinado de Dios.

Curiosamente, debido a la idea falsa de que entre nosotros vale todo, muchos otros creyentes LGTBI comprometidos firmemente con el evangelio, pero apartados voluntariamente de sus antiguas comunidades por haber padecido rechazo y discriminación, temen acercarse y visitarnos. Piensan que nuestra decisión aperturista, en vez de ser una consecuencia lógica del proyecto del reinado de Dios, es causada por amoldarnos a este mundo (Ro 12,2) y, aunque saben que les aceptaremos en la comunidad incluso con sus parejas y familias, sospechan que es bajo el precio de torcer las Escrituras, como lamentablemente también se hace (2Pe 3,16 [5]). Nada más lejos de la realidad (aunque en este artículo no hay espacio para cuestiones exegéticas referidas a los textos usados como garrote en la cuestión LGTBI).

Por otra parte, no está de más señalar que si bien la iglesia milita por la justicia, la paz y una serie de principios éticos, el asunto LGTBI no es nuestro monotema (según nos acusan algunas comunidades conservadoras, para quienes –por cierto– sí que se ha vuelto precisamente un monotema o una obsesión), pues más bien, al igual que Pablo, nuestro interés como comunidad cristiana está en «predicar a Jesús crucificado» (1Co 1,23 y 1Co 2,2), anunciando las virtudes de aquel que nos llamó «de las tinieblas a su luz admirable» (1Pe 2,9). A eso nos dedicamos en obediencia y seguimiento a Jesucristo.


[1] Aunque mi uso aquí va por otro lado, hay que tener en cuenta que el versículo en cuestión viene a tenor de que el mensaje de la cruz, locura a los que se pierden, es superior a la sabiduría humana, mostrando que lo insensato de Dios es más sabio que los hombres y lo débil de él es más fuerte que los hombres, cf. v.25.

[2] Si bien mi opinión es meramente personal sin comprometer a nadie más, agradezco al profesor Hugo Córdova Quero que me diese a conocer, mediante un par de cursos que hice con él, gran parte de las diversas posturas al respecto.

[3] Cf. D. BONHOEFFER; El precio de la gracia. El seguimiento. 7ª ed. (Salamanca: Sígueme, 2007) p.15ss.

[4] Permítase una aclaración. De un modo magistral, Pablo en el areópago de Atenas (Hch 17,22-24) hizo alarde de su conocimiento de la filosofía y la poesía griega para congraciarse con su audiencia pagana. Lo hace apelando a la filosofía estoica que conocía cf. A. E. GARVIE; La historia de la predicación cristiana (Terrassa: CLIE, 1987) p.86. También en Tito 1,12 Pablo cita a Epiménides de Cnosos en su Tratado sobre los oráculos. En el citado caso de Hch 17 muestra concretamente un uso de poetas griegos como Arato y Epiménides, cf. J. DRANE; Pablo. Su vida y su obra (Estella: Verbo Divino, 1984) p.66 y 28. De hecho, usa en el v.29 un argumento para condenar la idolatría que ya venía siendo usado en los días de Jenófanes en el siglo VI a.C. cf. DRANE, op. cit. p.67. Además de Hch 17,22-24 también en Hch 14,15-17 tenemos el primer contacto de la fe cristiana con la cultura científica griega, cf. M. GARCÍA DONCEL; El diálogo teología-ciencias hoy I. Perspectiva histórica y oportunidad actual (Barcelona: Cristianisme i justiciá) p.11. Pero en el caso de Hch 17,24, que es donde más estamos centrándonos, Pablo habla de una descripción de Dios que, aunque basada en Is 42,5 y Éx 20,11 era bastante digerible para los seguidores de Platón. En esta sección de Hch 17,16-32 Pablo habla en tono positivo con relación a la sabiduría profana, y parece que le funciona hasta que luego se burlan de él al mencionar la Resurrección, cf. M. GONZÁLEZ; Introducción al pensamiento filosófico, 6ª ed. (Madrid: Tecnos, 2010) p.137. En el pensamiento griego era asumible una doctrina de la inmortalidad del alma pero no sobre la resurrección corporal. Sin embargo, que Pablo use conceptos provenientes de otros sistemas de pensamiento no significa que aceptase cierto sincretismo, cf. N. T. WRIGHT; El verdadero pensamiento de Pablo. Ensayo sobre la teología paulina (Terrassa: CLIE, 2005) p.87. Ahora, la cita de Col 2,8 que es la aludida en mi texto principal –si es de Pablo, lo cual está en discusión por la crítica contemporánea– mostraría la desilusión del apóstol por su mala experiencia con la filosofía griega en Atenas, cf. M. GONZÁLEZ; op. cit. p.137-138. El empleo de la filosofía y la razón es útil para vehicular el evangelio, sobre todo cuando en ella hay un evidente compromiso por la verdad, pero la alianza o la dependencia respecto a filosofías humanas ajenas a la revelación de Dios puede ser también infructuosa, y en no pocos casos peligrosa cuando llegan a suplantar la voz de Dios (permítaseme decirlo de ese modo).

[5] Por supuesto, el acto de torcer las Escrituras a conveniencia, conforme a una ideología o a unos presupuestos previos, es un riesgo que alcanza a toda clase de creyentes. No estoy libre de tal peligro.


ruben-bernal-1Rubén Bernal Pavón (Málaga, España), es graduado en Teología por la Facultad de Teología SEUT (Madrid) con un máster en Teología Fundamental por la Universidad de Murcia. Ha realizado estudios teológicos en el Instituto Superior de Teología y Ciencias Bíblicas CEIBI (Santa Cruz de Tenerife). Tiene una diplomatura en Religión, Género y Sexualidad por UCEL/GEMRIP (Rosario, Argentina). Pastor de la Iglesia Protestante del Redentor de Málaga (IEE). Rubén es uno de los directores de Lupa Protestante.

Fuente Lupa protestante

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