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“Lo que le debemos al Feminismo”, por Ramón Martínez

Martes, 13 de marzo de 2018
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we-can-do-it-rosie-the-riveter-poster-carsten-reisingerLeído en Cáscara Amarga:

Suele ser habitual que el discurso político que persigue erradicar las violencias motivadas por la orientación sexual, y la expresión e identidad de género de sus víctimas -lo que vulgarmente se conoce hoy como «Movimiento LGTB»– insista en que comparte orígenes y metodología con el Feminismo, e incluso que afirme que gran parte de sus éxitos se deben, precisamente, a los logros alcanzados por el movimiento feminista.

Pero me preocupa observar que rara vez se llega a explicar a qué orígenes, métodos y logros se refiere este movimiento reivindicativo que llamamos nuestro cuando se vincula con el Feminismo. Creo que hoy, 8 de marzo, es el momento adecuado para escribir algunas líneas sobre esta vinculación que, siendo cierta, nunca está suficientemente explicada, reivindicada y, faltaría más, agradecida.

Cualquier persona interesada por la historia debería poder apreciar que las «olas» que nos sirven para diferenciar distintas características y demandas principales dentro del Feminismo suelen coincidir con otras «olas» reconocibles dentro de este llamado «Movimiento LGTB».

Ambas formas de reivindicación política tienen su origen último en la Ilustración, a partir de la cual las mujeres alzan definitivamente la voz exigiendo el derecho al voto, mientras se defienden, por su parte, postulados que reclaman la despenalización de las prácticas sexuales heterodoxas.

Tampoco es casual que, muchas décadas más tarde, una nueva oleada reivindicativa haga coincidir el nacimiento del Feminismo Radical con el nuevo discurso político «LGTB» nacido a partir de las revueltas de Stonewall en 1969.

Desde entonces ha sido habitual que el activismo en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales mirara hacia el Feminismo -e incluso se involucrara activamente en él, en el caso de las mujeres lesbianas- para enriquecer sus propios análisis de la realidad y tomar ideas para resolver sus problemáticas particulares.

historia Porque sucede que ambas metodologías son, en el fondo, la misma: reflexionar sobre las discriminaciones que se derivan de los mandatos del género, que no solo conlleva una serie de actividades adscritas a cada uno de los sexos sino que también, entre ellas, incorpora órdenes específicas sobre hacia quién debe -y no debe- dirigirse nuestro deseo.

Pero lo que esta reivindicación «LGTB» le debe al Feminismo va más allá de su evidente vinculación histórica y el uso de sus mismos métodos. Es preciso recordar que sin muchos de los logros alcanzados por la vindicación feminista no habría sido posible comenzar siquiera la defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales.

Un tema de tanta relevancia para las mujeres como es el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, si bien puede parecernos alejada de nuestro discurso habitual -por desgracia-, resulta absolutamente fundamental para «nuestro» movimiento.

El derecho al aborto y su reivindicación sitúan sobre el tablero de lo político una cuestión crucial para quienes defendemos el derecho a sentirse atraído sexualmente por cualquier persona independientemente de su sexo y género, porque el derecho al aborto y su reivindicación rompen la vinculación tradicional entre práctica de la sexualidad y la reproducción, reconociendo que esta no es la única consecuencia posible de aquella y que su fin último es el placer.

De este modo, el derecho al aborto y su reivindicación hacen posible que otras personas podamos defender que la práctica de nuestra sexualidad, aun no encaminada a la reproducción, es totalmente legítima, porque la sexualidad humana no se centra en la reproducción sino en el placer.

De un modo similar también las reivindicaciones de las personas que viven expresando un género diferente al que les fue asignado en el momento de su nacimiento deben el reconocimiento de esta libertad, en última instancia, a un postulado feminista nacido de la pluma de la mismísima Simone de Beauvoir: su ya clásico «no se nace mujer, se llega a serlo», que cuestionaba la vinculación entre una determinada corporalidad y la obligatoriedad de cumplir con todos los mandatos de género adscritos a la categoría «mujer».

Beauvoir criticaba que su corporalidad supusiera, para las mujeres, un destino del que era imposible escapar; un destino prediseñado a través del género y sus mandatos. Con esto abría la posibilidad no solo de la liberación de todas las mujeres, que podrían evitar el cumplimiento de los roles de género desligando de ellos su corporalidad, sino también de todas esas personas que, aun siendo adscritas al nacer a un género determinado, viven o desean vivir libres de sus imposiciones.

feminismo-kysb-u501199639104eob-624x385la-verdadSe abría así, gracias al Feminismo, la posibilidad de iniciar en clave política el reconocimiento de las realidades trans. E incluso añadiría yo que las realidades de género no binario que hoy empiezan a ser cada vez más visibles deben también parte del fundamento de su reivindicación al trabajo que el Feminismo viene haciendo para diluir la frontera inquebrantable entre los dos estereotipos de género hegemónicos: cuando la teoría feminista cuestiona el comportamiento humano prediseñado en blanco y negro hace posible la aparición de infinitos tonos de gris.

Hace unos meses tras una conferencia un oyente se me acercó para preguntarme qué nombre darle a este movimiento «nuestro» que trabaja para erradicar la homofobia, la transfobia y la bifobia.

Me decía que si ese movimiento con el que tanto tenemos en común se llama Feminismo debe haber algún otro -ismo que podamos emplear. Se lo dije entonces, y hoy vuelvo a decirlo: este movimiento que se ha desarrollado históricamente junto al Feminismo, que aprende de sus análisis, bebe de sus discursos, y se fundamenta en sus éxitos no puede, evidentemente y por razones obvias, llamarse «Feminismo», aunque quizá fuera este su nombre más preciso, pues es el movimiento social al que más se parece y del que en buena parte depende y ha de depender.

Hoy, que es 8 de marzo, Día de la Mujer, apoyemos las reivindicaciones del Feminismo, la lucha por los derechos de las mujeres, porque son derechos humanos y porque, jamás se nos olvide, de los derechos de las mujeres dependen los derechos de toda la humanidad.

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“No se nace gay: se llega a serlo”, por Ramón Martínez

Martes, 21 de marzo de 2017
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2042946992_b975560315z-1_20150517074101_000_g2o4grj6r-3-0Leído en Cáscara amarga:

La semana del 8 de marzo debería servirnos a quienes no somos los sujetos fundamentales del Feminismo para intentar averiguar, en tanto que apoyamos la lucha de las mujeres desde una segunda fila, cómo el Feminismo puede cambiarnos la vida también a nosotros.

 Antes de ser gais, o lesbianas, o bisexuales, o transexuales, o lo que queramos afirmar que somos, no éramos nada. Así lo afirma Paco Vidarte en su Ética marica, y tiene toda la razón: antes de que se nos pudieran aplicar las categorías diferenciadoras de la orientación sexual o la identidad de género nadabamos indiferenciados en el vasto océano de la sexualidad libre. Pero entonces, mientras aprendíamos a ejercer el género y el deseo hegemónico, una interpelación con forma de injuria nos marcaba a fuego para siempre. Maricones o marimachos, nunca volveríamos a ser iguales.

Desde entonces aprenderíamos que somos diferentes y cómo debemos ejercer nuestra diferencia, cómo esconderla o visibilizarla, y, en este caso, cuál es la manera adecuada de hacernos visibles. Recientemente ha sido traducido al castellano el Cómo ser gay, de David Halperin: un gran estudio sobre los mecanismos socioculturales a través de los que se manifiesta la identidad gay. Es mediante esa enculturación -o no- en esos códigos supuestamente propios de la Diversidad Sexual y de Género, y desde los aprendizajes del niño marica y la niña marimacho, que iremos levantando una identidad a la que de un modo u otro nos destinaba aquella diferenciación primigenia que sonó como un insulto; una identidad que nos será útil para presentarnos frente al mundo como sujetos sujetados a un discurso que nos diferencia y que, quizá erróneamente, emplearemos también para levantar nuestra voz y reivindicar derechos.

La semana del 8 de marzo debería servirnos a quienes no somos los sujetos fundamentales del Feminismo para intentar averiguar, en tanto que apoyamos la lucha de las mujeres desde una segunda fila, cómo el Feminismo puede cambiarnos la vida también a nosotros.

Así, podemos recordar que hace ya casi setenta años Simone de Beauvoir escribía en El segundo sexo que «no se nace mujer: se llega a serlo». Analizaba la filósofa cómo la niña iba aprendiendo a convertirse en mujer, siendo esta una categoría construida socialmente a partir de lo que se presumen una serie de cuestiones biológicas, psíquicas, económicas, etc. con la suficiente relevancia como para diferenciar el destino de quien las porta. Me interesa, en ese pasaje de su obra, una frase que considero digna de nuestra atención como activistas por los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales: «solo la mediación ajena puede convertir un individuo en alteridad».

En este momento en que ya no solo reivindicamos derechos para las clásicas identidades LGTB, sino que ahondamos en nuestras diferencias y descubrimos nuevas categorías diferenciadoras, quizá sea necesario, si no urgente, no plantearnos únicamente los muchos y distintos parámetros que nos sirven para diferenciarnos, sino también quién controla esas diferenciaciones y a qué intereses sirven. Porque si bien el activismo identitario puede resultarnos una buena táctica de reivindicación -así nos lo han inculcado, al menos-, quizá falle estrepitosamente como estrategia, a largo plazo, porque no llega a cuestionar de una manera radical el sistema de la orientación sexual y la identidad de género que categoriza como diferentes a personas que, del mismo modo que el varón y la mujer en el pensamiento de Beauvoir, no tendrían por qué serlo.

Sabemos desde Hegel que el sujeto solo es sujeto en tanto que se erige en oposición a otro sujeto y, de este modo, para poder alzar nuestras voces nos ha sido necesario construir nuestra subjetividad oponiéndonos al sujeto heterosexual hegemónico. Pero en el camino quizá hayamos olvidado que el sujeto heterosexual también se ha construido oponiéndose a las categorías que, con un retoque de empoderamiento, ahora reivindicamos; y que, como consecuencia, quizá antes de definirnos como lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, o como bolleras, maricones, viciosos y travelos, o como quiera que queramos definirnos, nuestra primerísima identidad era precisamente la no identidad: no ser heterosexuales, ni cualquier otra cosa. Al principio éramos sirenas en el océano, y el poder acudió a ordenar nuestros cantos.

Necesitamos un activismo radical, que en otro tiempo se llamó revolucionario, que supere las categorías de orientación sexual e identidad de género, que cuestione la construcción de la homosexualidad, la bisexualidad, la transexualidad, y de manera fundamental la propia heterosexualidad, para conseguir denunciar que nuestras diferencias no son nuestras, sino que nos han sido impuestas de una u otra manera desde aquellos insultos de la infancia. Que aunque haya quien se empeñe en descubrir los orígenes biológicos, psíquicos, etc. de nuestras diferencias la gran pregunta no es si nacemos así como somos, sino cómo hemos llegado a ser quienes somos, y qué hacer a partir de aquí.

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