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Hechos 1-2: Ante la Iglesia del Tercer Milenio:Vigilia y fiesta de Pentecostés

Domingo, 9 de junio de 2019
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5EFBBD05-C59B-451C-83CE-53AC6594442EDel blog de Xabier Pikaza:

Ante la iglesia 2000

 Faltan aún 10 años para que empiece la iglesia 2000, es decir, los 2000 años de una Iglesia del Espíritu Santo que, según la cronología oficial, empezó el año 30. Ante la próxima llegada del año 2030 ofrezco esta reflexiones y tareas dramáticas de la Iglesia de Pentecostés.

Comenzábamos hace 20 años (año 1999) la celebración del segundo jubileo del Nacimiento de Jesús. Fue hace muy poco  (¿qué son 20 años?) con el Papa Juan Pablo II, con una ilusión mezclada de nostalgia y miedo.

Dentro de 10 años (el 2030) celebraremos el segundo jubileo de la Iglesia, con el papa Francisco… o con aquel que le suceda. Será un jubileo bien distinto; han pasado y seguirán pasando muchas cosas desde el 1999. Tenemos que volver de nuevo al año 30 (el año 0), al comienzo de la Iglesia…

En ese contexto quiero ofrecer una reflexión de comienzo de la nueva Iglesia, desde el fuego de Dios de Pentecostés... Pondré de fondo la pascua de Jesús, con las narraciones y experiencias de María Magdalena y de María, la madre de Jesús, de Pedro y de Pablo, del Discípulo amado. Pero insistiré en el testimonio de Luchas en en libro de los Hechos (Hch 1-2). Quiero que sea una vigilia de alabanza y preparación para el tercer milenio de la Iglesia.

Preparación. Ante el fuego de Dios.

– ¿Cómo prepararnos para el fuego del Dios de Jesús que es el Espíritu, si ese fuego se enciende y arde cuando quiere, no cuando nosotros lo mandemos? ¡No podemos, y sin embargo, debemos hacerlo: Uno a uno, juntos, en familia o comunión cristiana!

‒ ¿Cómo hacerlo nosotros, si es el mismo Dios que debe alentar en nuestra vida,abriendo caminos, tendiendo puentes, curando enfermedades, perdonando pecados, llenando todo de amor y de justicia?

‒ ¿Cómo estar dispuestos a escuchar la voz, abriendo el pecho para el fuego, los ojos para la luz, los oídos para la voz, la mano para el trabajo y el abrazo…? ¿Cómo, cómo, cómo…?

Con esas y otras preguntas he redactado esta catequesis, que ha de empezar con la lectura y la oración compartida en torno al principio del libro de los Hechos (Hch 1-2). También tú empieza leyendo ese pasaje, para traducirlo así en tu vida. Quizá te baste y puedas seguir por ti mismo. Por si te ayudan te ofrezco las siguientes reflexiones.

— En el primer Pentecostés del año 30 comenzó la Iglesia de Jesús, retomando la gran inspiración del judaísmo antiguo, pero abriendo un camino de fuego y palabra para todas la naciones, y así lo ha puesto de relieve este pasaje del libro de Hechos (Hch 1-2).

— En este Pentecostés 2019 debe recomenzar tu camino por el fuego y la palabra de Dios. Toma un tiempo de reposo, para abrir así tu “alma”, con aquellos con quienes compartes tu andadura de estudio y práctica cristiana, en línea de catequesis, desde tu pasado cristiano, buscando un futuro más lleno de Dios y justicia, con todos los hermanos.

Que  toda la Iglesia avive tu fuego, impulse tu camino, con María de Pentecostés. Buena Vigilia y Pascua del Fuego de Dios, este año 2015, con todos y para todos.

COMIENZO, Hch 1-2. LUGARES Y GENTES

Al comienzo de esta catequesis será leer cuidadosamente el texto de Hch 1, la Ascensión del Señor (Monte de los Olivos) y la reunión de los primeros cristianos en la Iglesia (en el Cenáculo, habitación alta de una casa, posiblemente la sala de la Última Cena, donde se alojaban, Hch 1, 13).

Después se pasa del Cenáculo a la calle, en Hch 2, donde empieza la misión. Este comienzo es muy significativo y merece la pena que nos fijemos bien en algunos detalles. Éstos son los que yo destacaría. Vosotros, los lectores, podéis destacar otros.

Comencemos por los lugares:

‒ Monte de los Olivos (Hch 1, 1-12; cf. 1, 12). Éste es el monte de la última oración de Jesús (en el huerto de ese monte). Era el monte donde muchos judíos esperaban que llegara el Reino de Dios, según el libro de Zacarías (Zac 14, 4). Dios mismo dividiría ese monte en dos, y vendría con gloria, para imponer su reinado… Pero Jesús resucitado lleva a sus discípulos a ese monte…para decirles que el Reino no llega de esa forma por ahora… Más aún, en vez de traer el Reino de esa forma “se va” (sube al cielo…), y confía su tarea a sus discípulos: ¡que reciban el Espíritu Santo y que vayan al mundo entero como discípulos suyo (Hch 1, 8).

‒ Cenáculo (Hch 1, 12-26). Una sala amplia (la sala superior, para reuniones)… en una casa amplia, de las que había en Jerusalén para celebrar la pascua y las grandes fiestas, cuando venían los peregrinos… Ésta es la casa de la reflexión (oración…, diálogo, estudio). Será una casa para nueve días, la primera gran “novena” de la iglesia, desde la Ascensión a Pentecostés. Ése tiempo de la casa (del retiro de grupo, de la búsqueda común) es fundamental… Éste es un tiempo fundamental, no a solas, sino en grupo… para ver juntos, para recordar, para planear, para compartir…

‒ La calle (Hech 2). Pero los discípulos no pueden quedarse en el cenáculo, en clausura miedosa, en nostalgia dolorida, esperando que llegue Jesús y que resuelve él nuestra tarea. Nos ha dejado una misión, tenemos que afrontarla, recibiendo el Espíritu, saliendo a la calle, empezando por Pedro (hoy el Papa Francisco), todos… Ésta es la misión, la gran tarea. Salir a la calle de Jerusalén, a la plaza, a los mercados y escuelas, a los lugares de marginación, diciendo que Jesús ha tocado nuestra vida con su Espíritu.

Jesús nos ha dejado su tarea:

Ha culminado su camino, ha realizado su obra: Ha proclamado el mensaje, ha muerto y ha resucitado. Ciertamente, el sigue con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos, como sabe y dice Mt 28, 16-20, pero está de otra manera, no como antes. Está de un modo más honda, dejándonos su tarea, para que nosotros la continuemos.

Es bueno que Jesús  se haya ido, como dice el texto de la Ascensión (Hch 1, 1-11). Se ha ido, se han cubierto las “nubes” de Dios, en la altura, donde está “sentado” (culminada su obra) y “de pie” caminando con nosotros. Nos ha dejado con pena, no podemos tocarle como antes (como le quería tocar María Magdalena)… Pero es bueno que Jesús se haya ido, de una forma externa, para darnos su Espíritu (como dice él mismo en su discurso de despedida: Jn 13-17). Leer más…

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Domingo de Pentecostés. Ciclo C.

Domingo, 9 de junio de 2019
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pentecostes1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que Pablo encontró cierta vez en Éfeso un grupo de cristianos desconocidos. Algo debió de resultarle raro porque les preguntó: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando comenzasteis a creer?” La respuesta fue rotunda: “Ni siquiera hemos oído que hay un Espíritu Santo”. Si Pablo nos hiciera hoy la misma pregunta, muchos cristianos deberían responder: “Sé desde niño que existe el Espíritu Santo. Pero no sé para qué sirve, no influye nada en mi vida. A mí me basta con Dios y con Jesús”. Esta respuesta sería sincera, pero equivocada. Las palabras que acaba de pronunciar las ha dicho impulsado por el Espíritu Santo. Tiene más influjo en su vida de lo que él imagina. Y esto lo sabemos gracias a las discusiones y peleas entre los cristianos de Corinto.

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12,3b-7.12-13)

Los corintios eran especialistas en crear conflictos. Una suerte para nosotros, porque gracias a sus discusiones tenemos las dos cartas que Pablo les escribió. La disputa que originó la lectura de hoy no queda clara, porque el texto, para no perder la costumbre, ha sido mutilado. Quien se toma la pequeña molestia de leer el capítulo 12 de la 1ª carta a los Corintios, advierte cuál es el problema: algunos se consideran superiores a los demás y no valoran lo que hacen los otros. Como si un arquitecto despreciase, y considerase inútiles, al delineante que elabora los planos, al informático que trabaja en el ordenador, al capataz que dirige la obra y, sobre todo, a los obreros que se juegan a veces la vida en lo alto del andamio.

La sección suprimida en la lectura (versículos 8-11) describe la situación en Corinto. Unos se precian de hablar muy bien en las asambleas; otros, de saber todo lo importante; algunos destacan por su fe; otros consiguen realizar curaciones, y hay quien incluso hace milagros; los más conflictivos son los que presumen de hablar con Dios en lenguas extrañas, que nadie entiende, y los que se consideran capaces de interpretar lo que dicen.

Pablo comienza por la base. Hay algo que los une a todos ellos: la fe en Jesús, confesarlo como Señor, aunque el César romano reivindique para sí este título. Y eso lo hacen gracias al Espíritu Santo.

Esta unidad no excluye diversidad de dones espirituales, actividades y funciones. Pero en la diversidad deben ver la acción del Espíritu, de Jesús y de Dios Padre. A continuación de esta fórmula casi trinitaria, insiste en que es el Espíritu quien se manifiesta en esos dones, actividades y funciones, que concede a cada uno con vistas al bien común.

Además, el Espíritu no solo entrega sus dones, también une a los cristianos. Gracias al él, en la comunidad no hay diferencias motivadas por el origen (judíos – griegos) ni por las clases sociales (esclavos – libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también elimina las diferencias basadas en el género (varones – mujeres). Hoy día somos especialmente sensibles a la diferencia de género. No podemos imaginar lo que suponía en el siglo I las diferencias entre un esclavo (por más cultura que tuviese) y un ciudadano libre, ni entre un cristiano de origen judío (algunos se consideraban lo mejor de lo mejor) y un cristiano de origen pagano, recién bautizado (para algunos, un advenedizo). [Solo hay un tema en el que ha fracasado el Espíritu: en unir a independentistas y nacionalistas].

En definitiva, todo lo que somos y tenemos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

Hermanos: Os manifiesto que nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no es movido por el Espíritu. Hay diversidad de dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de funciones, pero el mismo Señor; diversidad de actividades, pero el mismo Dios, que lo hace todo en todos. A cada cual se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. Del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, forman un cuerpo, así también Cristo. Porque todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, fuimos bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido del mismo Espíritu.

¿Cómo comenzó la historia? Dos versiones muy distintas.

            Si a un cristiano con mediana formación religiosa le preguntan cómo y cuándo vino por vez primera el Espíritu Santo, lo más probable es que haga referencia al día de Pentecostés. Y si tiene cierta cultura artística, recordará el cuadro de El Greco, aunque quizá no haya advertido que, junto a la Virgen, está María Magdalena, representando al resto de la comunidad cristiana (ciento veinte personas, según Lucas). Pero hay otra versión muy distinta: la del evangelio de Juan.

            La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

            Lucas es un entusiasta del Espíritu Santo. Ha estudiado la difusión del cristianismo desde Jerusalén hasta Roma, pasando por Siria, la actual Turquía y Grecia. Conoce los sacrificios y esfuerzos de los misioneros, que se han expuesto a bandidos, animales feroces, viajes interminables, naufragios, enemistades de los judíos y de los paganos, para propagar el evangelio. ¿De dónde han sacado fuerza y luz? ¿Quién les ha enseñado a expresarse en lenguas tan diversas? Para Lucas, la respuesta es clara: todo es don del Espíritu.

            Por eso, cuando escribe el libro de los Hechos, desea inculcar que su venida no es solo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Algo que se prepara con un largo período de oración (¡cincuenta días!), y que acontecerá en un momento solemne, en la segunda de las tres grandes fiestas judías: Pentecostés. Lo curioso es que esta fiesta se celebra para dar gracias a Dios por la cosecha del trigo, inculcando al mismo tiempo la obligación de compartir los frutos de la tierra con los más débiles (esclavos, esclavas, levitas, emigrantes, huérfanos y viudas).

            En este caso, quien empieza a compartir es Dios, que envía el mayor regalo posible: su Espíritu. Y lo envía no solo a los apóstoles (los obispos) sino a toda la comunidad, «unas ciento veinte personas».

            El relato de Lucas contiene dos escenas (dentro y fuera de la casa), relacionadas por el ruido de una especie de viento impetuoso[1].

            Dentro de la casa, el ruido va acompañado de la aparición de unas lenguas de fuego que se sitúan sobre cada uno de los presentes. Sigue la venida del Espíritu y el don de hablar en distintas lenguas. ¿Qué dicen? Lo sabremos al final.

            Fuera de la casa, el ruido (o la voz de la comunidad) hace que se congregue una multitud de judíos de todas partes del mundo. Aunque Lucas no lo dice expresamente, se supone que la comunidad ha salido de la casa y todos los oyen hablar en su propia lengua. Desde un punto de vista histórico, la escena es irreal. ¿Cómo puede saber un elamita que un parto o un medo está escuchando cada uno su idioma? Pero la escena simboliza una realidad histórica: el evangelio se ha extendido por regiones tan distintas como Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia y Cirene, y sus habitantes han escuchado su proclamación en su propia lengua. Este “milagro” lo han repetido miles de misioneros a lo largo de siglos, también con la ayuda del Espíritu. Porque él no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios».

            Al llegar el día de pentecostés, estaban todos los discípulos juntos en el mismo lugar. De repente un ruido del cielo, como de viento impetuoso, llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse.

            Había en Jerusalén judíos piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al oír el ruido, la multitud se reunió y se quedó estupefacta, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Fuera de sí todos por aquella maravilla, decían: «¿No son galileos todos los que hablan? Pues, ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra lengua materna? Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y el Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las regiones de Libia y de Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las grandezas de Dios».

La versión de Juan 20, 19-23

            Muy distinta es la versión que ofrece el cuarto evangelio. En este breve pasaje podemos distinguir cuatro momentos: el saludo, la confirmación de que es Jesús quien se aparece, el envío y el don del Espíritu.

El saludo es el habitual entre los judíos: “La paz esté con vosotros”. Pero en este caso no se trata de pura fórmula, porque los discípulos, muertos de miedo a los judíos, están muy necesitados de paz.

Ese paz se la concede la presencia de Jesús, algo que parece imposible, porque las puertas están cerradas. Al mostrarles las manos y los pies, confirma que es realmente él. Los signos del sufrimiento y la muerte, los pies y manos atravesados por los clavos, se convierten en signo de salvación, y los discípulos se llenan de alegría.

Todo podría haber terminado aquí, con la paz y la alegría que sustituyen al miedo. Sin embargo, en los relatos de apariciones nunca falta un elemento esencial: la misión. Una misión que culmina el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús envía a los apóstoles. [Dada la escasez actual de vocaciones sacerdotales y religiosas, no es mal momento para recordar otro pasaje de Juan, donde Jesús dice: “Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies”].

El final lo constituye una acción sorprendente: Jesús sopla sobre los discípulos. No dice el evangelistas si lo hace sobre todos en conjunto o lo hace uno a uno. Ese detalle carece de importancia. Lo importante es el simbolismo. En hebreo, la palabra ruaj puede significar “viento” y “espíritu”. Jesús, al soplar (que recuerda al viento) infunde el Espíritu Santo. Este don está estrechamente vinculado con la misión que acaban de encomendarles. A lo largo de su actividad, los apóstoles entrarán en contacto con numerosas personas; entre las que deseen hacerse cristianas habrá que distinguir entre quiénes pueden ser aceptadas en la comunidad (perdonándoles los pecados) y quiénes no, al menos temporalmente (reteniéndoles los pecados).

En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «¡La paz esté con vosotros!».

            Y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

            Él repitió: «¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros».

            Después sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos».

Reflexión final

            Los textos dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla. Hoy es buen momento para pensar en lo que hemos recibido del Espíritu y lo que podemos pedirle que más necesitemos.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo fenómeno es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

[1] Es lo que sugiere el texto litúrgico, que traduce ruido en los dos casos. El texto griego usa dos palabras distintas: “ruido” (h=coj) y “voz” (fwnh,). Cabe pensar que el ruido del viento se escucha solo en la casa, y lo que hace que la gente se reúna es la voz de la comunidad cristiana que alaba a Dios.

 

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Domingo de Pentecostés. 09 junio, 2019

Domingo, 9 de junio de 2019
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“…el Espíritu Santo, (…),

será quien os lo enseñe todo

y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”

(Jn 14, 25-26)

 

¡Bienvenida, Santa Ruah!

Año tras año te espero impaciente, esta noche es como la noche de Reyes, vienes tú con tus siete dones y yo te espero entre ilusionada y nerviosa.

¿Qué me regalarás este año? Y sea el año que sea, y me encuentre como me encuentre, ¡aciertas! Me das justo lo que necesito.

Fortaleza, Piedad, Temor de Dios, Ciencia, Sabiduría, Entendimiento y Consejo ¡SIETE! Y aunque con los años ya me han ido tocando todos, y alguno más de una vez, la verdad es que siempre son nuevos.

Pero te diré algo: es verdad que me ilusiona recibir algo de ti, pero sobre todo me ilusiona recibirTE a ti, Espíritu Santo, como esa hermosa persona de la Trinidad que eres, conversar contigo, dejar que seas tú quien me lo enseñe todo y me vayas recordando las palabras y los gestos de Jesús.

Sí, me gusta descubrirte como presencia cercana, viva. Como presencia amiga. Más, mucho más que un fuego, una paloma… También tú, Santa Ruah, eres Trinidad, eres Dios como lo son el Padre y el Hijo. Y es así, cercana como una mano amiga, como te descubro yo en mi vida. Y me alegra inmensamente tenerte de nuevo entre mis cosas, en mi cotidianidad en este tiempo especial, en este nuevo pentecostés.

¡Bienvenida Santa Ruah! ¡Entra!, y ponlo todo a tu gusto, ¡estás en tu casa!

Entra en nuestra Iglesia y en nuestras iglesias, en nuestras comunidades y en nuestros corazones y haz lo que tú sabes: ¡descolócanos!

¡Haz sonar la música del Reino! ¡Y sácanos a bailar! a danzar, que nada ni nadie se quede quieto.

Y para terminar oremos con esa oración que resuena a través de los siglos:

Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

 

 

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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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No podemos pensar un Dios que no sea Espíritu

Domingo, 9 de junio de 2019
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07278g-entender-espiritualidadJn 20,19-23

Rematamos el tiempo pascual con tres fiestas. Pentecostés, Trinidad y Corpus. Las tres hablan de Dios. Pero no desde el punto de vista filosófico o científico sino en cuanto se relaciona con cada uno de nosotros. De la realidad de Dios en sí mismo no sabemos nada; pero podemos experimentar su presencia como realidad que fundamenta y sostiene nuestra realidad, no desde fuera, sino desde lo hondo del ser. Pentecostés propone la relación con Dios que es Espíritu y hasta qué punto podemos descubrirlo y vivirlo.

Pentecostés, es una fiesta eminentemente pascual. Sin la presencia del Espíritu, la experiencia pascual no hubiera sido posible. La totalidad de nuestro ser está empapada de Dios ESPÍRITU. Es curioso que se presente la fiesta de Pentecostés, en los Hechos, como la otra cara del episodio de la torre de Babel. Allí el pecado dividió a los hombres, aquí el Espíritu los congrega y une. Siempre es el Espíritu el que nos lleva a la unidad y por lo tanto el que nos invita a superar la diversidad que es fruto de nuestro falso yo.

El relato de los Hechos, que hemos leído es demasiado conocido, pero no es tan fácil de interpretar. Pensar en un espectáculo de luz y sonido nos aleja del mensaje que quiere trasmitir. Lc nos está hablando de la experiencia de la primera comunidad; no está haciendo una crónica periodística. En el relato utiliza los símbolos que había utilizado ya el AT. Fuego, ruido, viento. Los efectos de esa presencia no quedan reducidos al círculo de los reunidos, sino que sale a las calles, donde estaban hombres de todos los países.

El Espíritu está viniendo siempre. Mejor dicho, no tiene que venir de ninguna parte. (Lc narra en los Hch, cinco venidas del Espíritu). Las lecturas que hemos leído nos dan suficientes pistas para no despistarnos. En la primera se habla de una venida espectacular (viento, ruido, fuego), haciendo referencia a la teofanía del Sinaí. Coloca el evento en la fiesta judía de Pentecostés, convertida en la fiesta de la renovación de la alianza. La Ley ha sido sustituida por el Espíritu. En Jn, Jesús les comunica el Espíritu el mismo día de Pascua.

No es fácil superar errores. No es un personaje distinto del Padre y del Hijo, que anda por ahí haciendo de las suyas. Se trata del Dios UNO más allá de toda imagen antropomórfica. No es un don que nos regala el Padre o el Hijo sino Dios como DON absoluto que hace posible todo lo que podemos llegar a ser. No es una realidad que tenemos que conseguir a fuerza de oraciones y ruegos, sino el fundamento de mi ser, del que surge todo lo que soy.

Es difícil interpretar la palabra “Espíritu” en la Biblia. Tanto el “ruah” hebreo como el “pneuma” griego, tienen una gama tan amplia de significados que es imposible precisar a qué se refieren en cada caso. El significado predominante es una fuerza invisible pero eficaz que se identifica con Dios y que capacita al ser humano para realizar tareas que sobrepasan sus posibilidades. El significado primero era el espacio entre el cielo y la tierra de donde los animales sorben la vida y nos abre una perspectiva muy interesante.

En los evangelios se deja muy claro que todo lo que es Jesús, se debe a la acción del Espíritu: “concebido por el Espíritu Santo.” “Nacido del Espíritu.” “Desciende sobre él el Espíritu.” “Ungido con la fuerza del Espíritu.” “Como era hombre lo mataron, como poseía el Espíritu fue devuelto a la vida”. Está claro que la figura de Jesús no podría entenderse si no fuera por la acción del Espíritu. Pero no es menos cierto que no podríamos descubrir lo que es realmente el Espíritu si no fuera por lo que Jesús, desde su experiencia, nos ha revelado.

En esta fiesta se quiere resaltar que gracias al Espíritu, algo nuevo comienza. De la misma manera que al comienzo de la vida pública, Jesús fue ungido por el Espíritu en el bautismo y con ello queda capacitado para llevar a cabo su misión, ahora la tarea encomendada a los discípulos será posible gracias a la presencia del mismo Espíritu. De esa fuerza, nace la comunidad, constituida por personas que se dejan guiar por el Espíritu para llevar a cabo la misma tarea. No se puede hablar del Espíritu sin hablar de unidad e integración y amor.

La experiencia inmediata, que nos llega a través de los sentidos, es que somos materia, por lo tanto, limitación, contingencia, inconsistencia, etc. Con esta perspectiva nos sentiremos siempre inseguros, temerosos, tristes. La Experiencia mística nos lleva a una manera distinta de ver la realidad. Descubrimos en nosotros algo absoluto, sólido, definitivo… que es más que nosotros, pero es también parte de nosotros mismos. Esa vivencia nos traería la verdadera seguridad, libertad, alegría, paz, ausencia de miedo.

No se trata de entrar en un mundo diferente, acotado para un reducido número de personas, a las que se premia con el don del Espíritu. Es una realidad que se ofrece a todos como la más alta posibilidad de ser, de alcanzar una plenitud humana que todos debíamos proponernos como meta. Cercenamos nuestras posibilidades de ser cuando reducimos nuestras expectativas a los logros puramente biológicos, psicológicos e incluso intelectuales. Si nuestro verdadero ser es espiritual, y nos quedamos en la exclusiva valoración de la materia, devaluamos nuestra trayectoria humana y reducimos el campo de posibilidades.

La experiencia del Espíritu es de la persona concreta, pero empuja siempre a la construcción de la comunidad, porque, una vez descubierta en uno mismo, en todos se descubre esa presencia. El Espíritu se otorga siempre “para el bien común”. Fijaros que, en contra de lo que se cuenta, no se da el Espíritu a los apóstoles, sino a los discípulos, es decir a todos los seguidores de Jesús. La trampa de asignar la exclusividad del Espíritu a la jerarquía se ha utilizado para justificar privilegios y poder.

El Espíritu no produce personas uniformes como si fuesen fruto de una clonación. Es esta otra trampa para justificar toda clase de controles y sometimientos. El Espíritu es una fuerza vital y enriquecedora que potencia en cada uno las diferentes cualidades y aptitudes. La pretendida uniformidad no es más que la consecuencia de nuestro miedo, o del afán de confiar en el control de las personas y no en la fuerza del mismo Espíritu.

En la celebración de la eucaristía debíamos poner más atención a esa presencia del Espíritu. Un dato puede hacer comprender como hemos ido devaluando la presencia del Espíritu en la celebración de la eucaristía: Durante muchos siglos el momento más importante de la celebración fue la epíclesis, es decir, la invocación del Espíritu que el sacerdote hace sobre el pan y el vino. Solo mucho más tarde se confirió un poder especial, que ha llegado a ser mágico, a las palabras que hoy llamamos “consagración”.

La primera lectura de hoy nos obliga a una reflexión muy simple: ¿hablamos los cristianos, un lenguaje que puedan entender todos los hombres de hoy? Mucho me temo que seguimos hablando un lenguaje que nadie entiende, porque no nos dejamos llevar por el Espíritu, sino por nuestras programaciones ideológicas. Solo hay un lenguaje que pueden entender todos los seres humanos, el lenguaje del amor.

Meditación

Toda vida espiritual es obra del Espíritu.
Que esa obra se lleve a cabo en mí, depende de mí mismo.
Yo necesito a Dios para ser.
Él me necesita para manifestarse.
No debo manipularlo, sino dejar que me cambie.
No soy yo el que amo, sino Dios que ama en mí.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Paz con vostros

Domingo, 9 de junio de 2019
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36244E4A-285A-4918-83FC-34692789685CLa paz no es la ausencia de la guerra, es una virtud, un estado mental, una disposición en pro de la benevolencia, la confianza, la justicia (Baruch Spinoza)

9 de junio. FESTIVIDAD DE PENTECOSTÉS

Hch 2, 1-11

De repente vino del cielo un ruido -¿pero es que puede haber ruido en el cielo?- como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban (v 2)

Los discípulos, como es natural, estaban todos asustados, y su temor necesitaba que los ruidos de la tierra se calmaran. Los ecos de las voces del entorno son trompetas estridentes que nos impiden escuchar al Espíritu, que sin cesar nos habla.

Jn 20, 19-23.

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio de ellos y les dice: Paz con vosotros (v19)

Shalom: Paz a vosotros. Quiere decir: “Que Dios os conceda todo lo necesario para vivir en amistad con Él, en fraternidad con el prójimo, y calma dentro de vosotros mismos”. Con y en vosotros.

San Pablo dijo a los Filipenses: Lo que también habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practicad, y el Dios de paz estará con vosotros.

Pentecostés es la fiesta de la Nueva Alianza, con la Ley no escrita en tablas de piedra sino en el corazón de los creyentes. Un cuerpo místico de Cristo, dado a luz espiritualmente por la Virgen María, y no en un establo de pastores con vacas y con bueyes, sino en una sala de palacio en el Reino de los cielos con ángeles y trompetas.

“Que haya paz en todos los tiempos”, dicen los Vedas, los libros más antiguos de la India. Y Confucio dice en el primer capítulo de La gran sabiduría:

“Cuando se alcanza el verdadero conocimiento, entonces la voluntad se hace sincera; cuando la voluntad es sincera, entonces se corrige el corazón […]; cuando se corrige el corazón, entonces se cultiva la vida personal; cuando se cultiva la vida personal, entonces se regula la vida familiar; cuando se regula la vida familiar, entonces la vida nacional tiene orden; y cuando la vida nacional tiene orden, entonces hay paz en este mundo. Desde el emperador hasta los hombres comunes, todos deben considerar el cultivo de la vida personal como la raíz o fundamento”

“Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar; pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar” (Winston Churchill). Una tierra abonada que nos hace crecer como personas, sorteando el peligro de quedarnos siendo perennemente enanos, no sólo físicamente, que sería lo menos importante, sino moral y espiritualmente. Cuando un hombre no puede progresar, deja de ser un hombre.

Baruch Spinoza, un judío bíblico del siglo XVII, se acordó del Pentecostés evangélico y dijo: La paz no es la ausencia de la guerra, es una virtud, un estado mental, una disposición en pro de la benevolencia, la confianza, la justicia.

Con frecuencia llama Jesús a nuestra mente y nos pide posada. Abrirle el corazón es lo sensato.

ÉL, YO Y MI CASA

Una noche de amores llamó a mi puerta.

………………………..

Yo le esperaba.

……………………….

Y al abrirla me dijo:

Paz a esta casa”.

Nos hicimos Uno, nos hicimos dioses.

Él, yo, la puerta y ¿cómo no? … ¡la casa!

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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El soplo del Espíritu: Osadía y lucidez

Domingo, 9 de junio de 2019
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pentecostes-8Jn 20, 19-23

Con la fiesta de Pentecostés terminamos el tiempo de Pascua. Este acontecimiento cierra un ciclo que revela la identidad trascendente de Jesús y de todo ser humano en su dimensión más profunda, dando pleno sentido a nuestra fe cristiana. En este texto del evangelio de Juan, simbólicamente narrado, la consciencia de la resurrección ocurre en el primer día de la semana. Nace una nueva interpretación del tiempo que parece haber superado la percepción judía. La resurrección ocurre al amanecer, el soplo del Espíritu al atardecer. El día queda completado como un movimiento que integra toda la realidad de la vida.

Para comprender este texto, sería interesante mirar cómo se va desarrollando el proceso de transformación de los discípulos(as) tan tremendamente importante. Se dan tres posiciones conectadas entre sí, pero al mismo tiempo reveladoras de lo que ocurre en todo camino humano y creyente. La primera posición nos habla de cómo estaban situados los discípulos tras la muerte de Jesús: con miedo y las puertas bien cerradas. Esta posición es lógica tras la experiencia de fracaso que habían vivido. Cuando la frustración vital nos viene se despierta toda una gama de sensaciones paralizantes, la desconfianza se convierte en un obstáculo para ver con lucidez lo que ocurre. Ellos están cerrados al cambio; el perímetro de sus vivencias bordea la vida de Jesús que había terminado en tragedia. Sin expectativas y sin perspectiva.

Necesitaban, realmente, una experiencia que rompiera esta espiral de desesperanza. Y es esta desesperanza la que se convierte en roca de fe para una nueva visión del ser humano. Son capaces de percibir a Jesús en medio de ellos y comprender la dimensión humana y divina del resucitado. Jesús es historia viva y se convierte en el espejo de toda la humanidad: vivimos en este mundo, pero existe una realidad trascendente, atemporal y eterna que nos abre a una nueva dimensión de sentido. Y se genera la segunda posición: todos miran al centro, perciben a Jesús en medio de ellos y se llenan de alegría. Esta alegría no es una euforia que les evade de la realidad sino una vivencia muy profunda como fruto de haber descubierto el “centro” y todo lo que brota de ese lugar; el centro personal pero también el centro comunitario.

En una perspectiva diferente de esta escena podemos ver a todos alrededor y Jesús como foco central. En la raíz de esta experiencia nace la Iglesia, la comunidad cristiana querida por Jesús. Todos los miembros equidistantes con respecto al centro, ocupando la misma órbita, pero en responsabilidades diferentes. Nos recuerda al texto de Marcos 3 31-35 cuando María de Nazaret va a buscar a su hijo porque ya estaba en conflicto evidente con el judaísmo. Es la escena más limpia y completa de la Iglesia naciente: María, los hermanos y hermanas alrededor y vinculándose a Jesús a través de su Palabra. ¿Y qué nos ha pasado? ¿Por qué nos cuesta tanto sentirnos cómodos e identificados con esta imagen de la Iglesia? Una escena que vuelve a repetirse en Pentecostés, pero con una nueva presencia: el Espíritu de Jesús.  Es este el parto de la Comunidad cristiana que ha cambiado el miedo por la alegría y la confianza, la cerrazón por la apertura, la verticalidad jerárquica por la circularidad de los seguidores y seguidoras. Es el parto del discipulado de iguales, una posición creyente en la que la referencia de esta Comunidad no es un cargo, un ministerio patriarcal, un liderazgo, una doctrina o una moral dogmatizada, sino Jesús vivo como Espíritu en medio de los creyentes, insuflando, fuerza, libertad, unidad, energía de amor, diversidad de carismas y moviendo hacia la plenitud.

Arraigados ya en esta experiencia, aparece la tercera posición movida por el soplo del Espíritu con la invitación a recibirle en cada momento de la vida. Una nueva posición de osadía y lucidez para percibir aquello que hay que transformar. Jesús cede toda la responsabilidad al discipulado y los acompaña desde el centro, empodera su presencia en la historia como cocreadores(as) de una nueva humanidad; no estamos ante un envío para anunciar un mensaje que repite frases mecánicamente sino para discernir lúcidamente aquello que debe ser integrado, perdonado según el texto bíblico y lo que debe ser denunciado, pecados retenidos como apunta Juan.

Hagamos de esta fiesta de Pentecostés una oportunidad para renovar nuestra fe, nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia de iguales que Jesús quería, nuestro vínculo con su Espíritu y nuestra identidad trascendente inseparable de Dios.

FELIZ DOMINGO

Rosario Ramos

9 de junio de 2019

Fuente Fe Adulta

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El Espíritu es paz y dinamismo.

Domingo, 9 de junio de 2019
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08mayopentecostesFestividad de Pentecostés

9 junio 2019

Jn 20, 19-23

Los relatos de apariciones asocian la experiencia del Resucitado a realidades específicas y fundamentales para el creyente: la paz, la misión, el perdón y el Espíritu.

La paz (shalom) es el saludo del Resucitado, como había sido el saludo de los ángeles en el relato mítico del nacimiento: “Paz a los hombres, amados de Dios” (Lc 2,14). Si lo único que nos quita la paz es la mente no observada –las cavilaciones mentales–, es claro que la Presencia es sinónimo de aquella paz “que supera todo lo que podemos pensar” (Filp 4,7). No es extraño que en el Nuevo Testamento se llame a Jesús “nuestra paz” (Ef 2,14) y que Pablo hable reiteradamente del “Dios de la paz” (1Tes 5,23; Rom 15,33; Filp 4,9).

La misión se presenta totalmente en línea con la del propio Jesús, tal como la entiende el cuarto evangelio: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. El eje de la misma no podrá ser otro que el de comunicar y favorecer la vida, ya que él ha venido “para que tengan vida, y vida en plenitud” (10,10).

La misión no tiene nada que ver con el proselitismo ni nace porque alguien se crea en posesión de la verdad. Es algo mucho más hondo, gratuito y desapropiado. Sentirse “enviado” es, sencillamente, reconocerse como “cauce” a través del cual la Vida se expresa. Por eso mismo, no hay apropiación ni expectativas; se deja que la Vida sea. Por eso, en este sentido en el que lo estamos planteando, únicamente puede sentirse “enviado” quien ha dejado de identificarse con su yo, se ha desprendido del ego. El yo no puede nunca vivir como “enviado”, aunque lo proclame, porque su característica es vivir egocentrado, justo lo opuesto a ser cauce.

El lector del evangelio sabe ya que una de las grandes promesas de Jesús fue el don del Espíritu. Promesa que ahora el autor explicita: “Exhalando su aliento sobre ellos” –las mismas palabras con que se narra la creación del primer hombre: “El Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, exhaló en sus narices un aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente”: Gn 2,7)–, los “despierta” para que se hagan conscientes del Dinamismo y del Gozo, el Espíritu o Anhelo que nos constituye.

El Espíritu nos capacita para ser “jueces” del mundo. El “perdonar y retener los pecados” se halla vinculado a la tradición sinóptica de “atar y desatar”. Los teólogos están de acuerdo en que la lectura que hizo el concilio de Trento, que vio en estas palabras la institución del sacramento de la penitencia, parece una interpretación dogmática, que va más allá de lo que el texto quiere expresar.

El significado más ajustado parece ser otro: en línea con el llamado “testamento espiritual” de Jesús (Jn 13-17), en el que se habla del “Espíritu de verdad” que desenmascara el engaño del mundo, aquí también se reconoce a los discípulos, en cuanto habitados por aquel mismo Espíritu de verdad, la capacidad de discernir lo verdadero de lo falso.

¿Reconozco el Espíritu como el Fondo de lo que somos? ¿Qué experimento cuando me vivo desde ahí?

Enrique Martínez Lozano

 Fuente Fe Adulta

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Espíritu, espera, esperanza, expectativa.

Domingo, 9 de junio de 2019
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9F195DDB-FED9-425A-9B1C-EEBA577894C4Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Somos seres espirituales

         En todas las culturas (y filosofías) el ser humano es considerado como a dos tiempos: materia y espíritu, cuerpo y alma, materia y forma, etc. El ser humano tiene una dimensión corpórea, material y, al mismo tiempo, es también espiritual, transcendente. Somos y tenemos un universo espiritual de apertura “más allá” de la pura materialidad.

Ser espiritual significa que somos abiertos a todo lo que “se produce o se pueda dar en la historia”.[1]

En las lenguas románicas (provenientes del latín), las palabras que llevan la componente “sp” ó “xpc” hacen referencia al futuro, a la apertura del ser humano hacia el futuro: espera, esperanza, expectativa, expectación, espectáculo, etc. miran hacia el futuro.

         Somos seres siempre en búsqueda, en camino, nuestro corazón y nuestra mente están siempre abiertas.

Que los humanos seamos espirituales no significa que tengamos un temperamento algo melifluo y dado a ciertas prácticas religiosas, cuando no mágicas o supersticiosas. Ser espiritual tampoco significa que una persona milite en una religión.

Se puede ser muy religioso, pero muy poco o nada espiritual y se puede ser poco religioso pero de gran hondura espiritual.

Estamos viendo y padeciendo fundamentalismos religiosos dentro y fuera del mundo eclesiástico. Eso no es ser espiritual, sino fanáticos de unos ritos, dogmas o costumbres religiosas.

         Todo ser humano es espiritual del mismo modo que todo ser humano es inteligente, libre, histórico, secuado, etc.

Uno puedo ser ateo o increyente: es una opción válida en la vida. Una sociedad, un estado puede optar por ser laico o aconfesional. Son elecciones legítimas en la organización de los pueblos.

Pero que una persona o un pueblo sean aconfesionales no significa que dejen de ser personas y sociedades espirituales. Toda persona y grupo humano habrá de cuidar siempre su dimensión espiritual. Cultivar la dimensión espiritual del ser humano no significa una serie de prácticas religiosas, sino valorar y cuidar la esperanza y el sentido de la vida, la paz y la libertad, la ética, el arte, la delicadeza personal, las tradiciones de un pueblo, etc…

Que una persona o una sociedad sea atea o aconfesional no es un “cheque en blanco” para la vida, mucho menos para la zafiedad.

No se puede zanjar de un plumazo la dimensión espiritual del ser humano y de la sociedad. Habríamos perdido el humanismo

         De todos modos todos tenemos y vivimos en una espiritualidad. También las sociedades, ideologías políticas, sistemas religiosos tienen un espíritu, un tono, un modo de pensar y de vivir:

+ En el plano eclesial es evidente que el espíritu de los años conciliares (Vaticano II) ha sido dinamitado y hoy, el espíritu que estamos viviendo en nuestra -y otras- diócesis es muy diferente al del Concilio Vaticano II. El sistema eclesiástico actual es acartonado y alcanforado el espíritu y la espiritualidad. ¿A qué se debe, si no, el enfrentamiento que sufre el papa Francisco?

+ En otros tiempos no lejanos, vivimos bajo el espíritu de dictadura política. Hoy vivimos bajo el espíritu de la dictadura de la seducción económico-tecnológica: vivimos bajo la esclavitud de un supuesto bienestar, de la informática, de un progreso ansioso. Le llamamos libertad a una dependencia absoluta del consumismo.

Jesús tenía y tiene un buen espíritu, un Espíritu santo, bueno. Jesús tenía y vivía (vive) de un ideal, que es el Reino de los cielos: “Reino de justicia de amor y de paz”. ¿Qué otra cosa es el Reino de Dios sino libertad, justicia, perdón y paz? Y ¿qué otra cosa es el espíritu cristiano sino libertad, bondad, misericordia y acogida?

El espíritu de Jesús y de Dios Padre es bueno, porque entre ellos brota la bondad, que anima, consuela, hace comprender la vida…

El evangelio de hoy nos habla de la presencia del Espíritu de Jesús resucitado en la iglesia naciente. Tal espíritu confiere alegría, paz y perdón.

Un texto muy significativo

Jesús no hizo nunca una campaña electoral, pero sí que en su discurso programático de Jesús, cuando comienza su tarea en Nazaret podemos ver que:

El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia de Dios. (Lucas 4,18-19)

         El espíritu cristiano, el espíritu de Jesús es buena noticia (Evangelio), libertad, luz, bondad, gratuidad, alegría, paz y perdón. entendimiento y comprensión

Vivir en tal estilo de Jesús es bueno, hace bien, construye nuestra vida.

         “Exhalar el aliento” es la misma expresión que emplea el Génesis cuando Dios inspira su hálito vital sobre el barro humano.

Entonces Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. (Gn 2,7).

         Los humanos por nosotros mismos somos un puñado de barro. Muchas veces en la vida andamos, como los primeros discípulos, tristes, decepcionados por las mil circunstancias que nos pueden sobrevenir.

         Somos vivientes, humanos cuando tenemos espíritu, el espíritu de Dios.

         Jesús “exhaló su aliento”, su bondad y misericordia sobre nosotros

Nos hace bien vivir del espíritu, tener tono vital, “consuelo”, bondad. Necesitamos también unos ideales nobles y sanos, un espíritu bueno para llegar a ser vivientes, humanistas, creativos. Algo de todo eso es el espíritu que Dios y Cristo nos infunden. Vivimos cuando estamos impregnados de respeto, convivencia, libertad, paz

recibid espíritu santo

[1] Decía K, Rahner que ser espíritu-espiritual significa que el hombre es absoluta apertura hacia toda “palabra” que se produce en la historia, (Oyente de la palabra, 73

 

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“Pentecostés laico”, por José María García Mauriño.

Viernes, 8 de junio de 2018
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poblacion-mucha-gente-caminando-715x401El Espíritu de todo ser humano, de todo hombre y mujer, es patrimonio de toda la humanidad. No pertenece en exclusiva a ninguna religión, a ninguna ideología. Es la fuerza de su dignidad, la energía de los Derechos humanos que anida en el interior de cada persona. Hemos de invocar su presencia humanizadora al mundo entero tan necesitado de humanización.

En este mundo no hay paz. Los hombres y mujeres se matan de manera ciega y cruel. No sabemos resolver nuestros conflictos sin acudir a la fuerza destructora de las armas. Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo ensangrentado por las guerras. Que este espíritu, esta fuerza del ser humano, despierte en nosotros el respeto a toda persona. Debemos hacernos constructores de paz. No nos abandonemos al poder del mal.

Muchos de nosotros y nosotras vivimos esclavos del dinero. Atrapados por un sistema que nos impide caminar juntos hacia un mundo más humano. Los poderosos son cada vez más ricos, los débiles cada vez más pobres. Este espíritu humano liberará en nosotros la fuerza para trabajar por un mundo menos injusto, más solidario. Ojalá nos hagamos más responsables y solidarios. No caigamos en manos de nuestro egoísmo.

La humanidad está rota y fragmentada. Una minoría de hombres y mujeres disfrutamos de un bienestar que nos está deshumanizando cada vez más. Una mayoría inmensa muere de hambre, miseria y desnutrición. Entre nosotros crece la desigualdad y la exclusión social. La fuerza del espíritu humano despertará en nosotros la compasión que lucha por la justicia. Nos enseñará a defender siempre a los últimos. No nos dejará vivir con un corazón enfermo.

Muchos viven sin conocer el amor, el hogar o la amistad. Otros caminan perdidos y sin esperanza. No conocen una vida digna, sólo la incertidumbre, el miedo o la depresión. Esperamos que el espíritu humano reavive en nosotros la atención a los que viven sufriendo. Que nos enseñe a estar más cerca de quienes están más solos. Que nos cure de la indiferencia.

Muchos entre nosotros y nosotras no conocen el amor ni la misericordia. Se alejan de la humanidad porque tienen miedo. Nuestros jóvenes ya no saben hablar otro lenguaje. Los valores éticos se van borrando de las conciencias. Queremos despertar en todos y todas,  la fe y la confianza en la humanidad.

La mayoría de nosotros, hombres y mujeres del mundo no sabemos cuidar de la vida. No acertamos a progresar sin destruir, no sabemos crecer sin acaparar. Estamos haciendo de este mundo un lugar cada vez más inseguro y peligroso. En muchos va creciendo el miedo y se va apagando la esperanza. No sabemos hacia dónde nos dirigimos. Esperamos que este espíritu humano nos haga caminar hacia una vida más sana, más justa y solidaria.

José María García Mauriño

Madrid 16 de Mayo de 2018

Fuente Fe Adulta

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¿Quién eres Tú…?

Domingo, 20 de mayo de 2018
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Businessman with pensive expression

¿Quién eres Tú, dulce luz, que me llena
e ilumina la oscuridad de mi corazón?

Me conduces como una mano materna,
y si me soltaras no sabría dar ni un paso.
Tú eres el espacio que rodea mi ser y lo envuelve en sí.
Abandonado de ti caería en el abismo de la nada,
de donde Tú me llamaste a la existencia.

Tú estás más cerca de mí que yo mismo
y eres más íntimo que mi intimidad.
Al mismo tiempo eres inalcanzable e incomprensible,
ningún nombre es adecuado para invocarte.

¡Espíritu Santo, Amor Eterno!
Tú eres el dulce manantial
que fluye desde el Corazón del Hijo hacia el mío,
el alimento de los ángeles y de los bienaventurados.

¡Espíritu Santo, Vida Eterna!
Tú eres la centella
que cae desde el trono del Juez eterno
e irrumpe en la noche del alma,
que nunca se ha conocido a sí misma.

Misericordioso e inexorable,
penetras en los pliegues escondidos de esta alma
que se asusta al verse a sí misma.
¡Dame el perdón y suscita en mí el santo temor,
principio de toda sabiduría que viene de lo alto!

¡Espíritu Santo, Centella penetrante!
Tú eres la fuerza con la que el Cordero
rompe el sello del eterno secreto de Dios.
Impulsados por ti, los mensajeros del Juez
cabalgan por el mundo con espada afilada,
y separan el reino de la Luz del reino de la noche.

 Entonces surgirá un nuevo cielo y una nueva tierra
y todo, gracias a tu aliento, encontrará su justo lugar.
¡Espíritu Santo, Fuerza triunfadora!
*
Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)
***

“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en su casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

“Paz a vosotros.”

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

“Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo.”

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”

*

Juan 20,19-23

***

cristianos_gays_en_america

***

Era jueves. El cielo estaba gris; la tierra estaba cubierta de nieve y seguían cayendo voluminosos copos de nieve cuando el padre Serafín comenzó la conversación en un descampado cercano a su «pequeña ermita».

-«El Señor me ha revelado -empezó el gran stárets- que desde la infancia deseas conocer cuál es el fin de la vida cristiana… El verdadero fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo de Dios…»

-«¿Cómo “adquisición”? -le pregunté al padre Serafín-. No comprendo del todo…»

Entonces el padre Serafín me cogió por los hombros y me dijo:

-«Ambos estamos en la plenitud del Espíritu Santo. ¿Por qué no me miras?».

-«No puedo, padre. Hay lámparas que brillan en sus ojos, su rostro se ha vuelto más luminoso que el sol. Me duelen los ojos.»

-«No tengas miedo, amigo de Dios; también tú te has vuelto luminoso como yo. También ahora tú estás en la plenitud del Espíritu Santo; de lo contrario, no habrías podido verme.»

Inclinándose entonces hacia mí, me susurró al oído:

«Agradece al Señor que nos haya concedido esta gracia inexpresable. Pero ¿por qué no me miras a los ojos? Prueba a mirarme sin miedo: Dios está con nosotros».

Tras estas palabras levanté los ojos hacia su rostro y se apoderó de mí un miedo aún más grande.

-«¿Cómo te sientes ahora?», preguntó el padre Serafín.

-«¡Excepcionalmente bien!»

-«¿Cómo “bien”? ¿Qué entiendes por “bien”?»

-«Mi alma está colmada de un silencio y una paz inexpresables.»

-«Amigo de Dios, ésa es la paz de la que hablaba el Señor cuando decía a sus discípulos: “Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar” (Jn 14,27). ¿Qué sientes ahora?»

-«Una delicia extraordinaria.»

«Es la delicia de que habla la Escritura: “Se sacian de la abundancia de tu casa, les das a beber en el río de tus delicias” (Sal 36,9). ¿Qué sientes ahora?»

-«Una alegría extraordinaria en el corazón.»

-«Cuando el Espíritu baja al hombre con la plenitud de sus dones, se llena el alma humana de una alegría inexpresable porque el Espíritu Santo vuelve a crear en la alegría todo lo que roza. Es la alegría de que habla el Señor en el Evangelio»

*

Serafín de Sarov,
Vida y coloquio con Motovilov,
Turín 19892).

***

*

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“Renuévanos por dentro”. Pentecostés – B. (Juan 20,19-23)

Domingo, 20 de mayo de 2018
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Poco a poco estamos aprendiendo a vivir sin interioridad. Ya no necesitamos estar en contacto con lo mejor que hay dentro de nosotros. Nos basta con vivir entretenidos. Nos contentamos con funcionar sin alma y alimentarnos solo de bienestar. No queremos exponernos a buscar la verdad. Ven, Espíritu Santo, y libéranos del vacío interior.

Hemos aprendido a vivir sin raíces y sin metas. Nos basta con dejarnos programar desde fuera. Nos movemos y agitamos sin cesar, pero no sabemos qué queremos ni hacia dónde vamos. Estamos cada vez mejor informados, pero nos sentimos más perdidos que nunca. Ven, Espíritu Santo, y libéranos de la desorientación.

Apenas nos interesan ya las grandes cuestiones de la existencia. No nos preocupa quedarnos sin luz para enfrentarnos a la vida. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles e inseguros. Queremos ser inteligentes y lúcidos. Pero no encontramos sosiego ni paz. Ven, Espíritu Santo, y libéranos de la oscuridad y la confusión interior.

Queremos vivir más, vivir mejor, vivir más tiempo, pero ¿vivir qué? Queremos sentirnos bien, sentirnos mejor, pero ¿sentir qué? Buscamos disfrutar intensamente de la vida, sacarle el máximo jugo, pero no nos contentamos solo con pasarlo bien. Hacemos lo que nos apetece. Apenas hay prohibiciones ni terrenos vedados. ¿Por qué queremos algo diferente? Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a vivir.

Queremos ser libres e independientes y nos encontramos cada vez más solos. Necesitamos vivir y nos encerramos en nuestro pequeño mundo, a veces tan aburrido. Necesitamos sentirnos queridos y no sabemos crear contactos vivos y amistosos. Al sexo lo llamamos «amor», y al placer, «felicidad», pero ¿quién saciará nuestra sed? Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a amar.

En nuestra vida ya no hay sitio para Dios. Su presencia ha quedado reprimida o atrofiada dentro de nosotros. Llenos de ruidos por dentro, ya no podemos escuchar su voz. Volcados en mil deseos y sensaciones, no acertamos a percibir su cercanía. Sabemos hablar con todos menos con él. Hemos aprendido a vivir de espaldas al Misterio. Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a creer.

Creyentes y no creyentes, poco creyentes y malos creyentes, así peregrinamos muchas veces por la vida. En la fiesta cristiana del Espíritu Santo, a todos nos dice Jesús lo que un día dijo a sus discípulos, exhalando sobre ellos su aliento: «Recibid el Espíritu Santo». Ese Espíritu que sostiene nuestras pobres vidas y alienta nuestra débil fe puede penetrar en nosotros y reavivar nuestra existencia por caminos que solo él conoce.

José Antonio Pagola

Audición del comentario

Marina Ibarlucea

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“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo”. Domingo 20 de mayo de 2018. Pentecostés

Domingo, 20 de mayo de 2018
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34-PentecostesB cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar:
Salmo responsorial: 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1Corintios 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo:
Juan 20,19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
En el presente ciclo B pueden utilizarse tambien las siguientes lecturas:
Gálatas 5,16-25: El fruto del Espíritu.
Juan 15,26-27;16,12-15: El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.

Cualquier gran ciudad de nuestro mundo rememora ya el ambiente de la torre de Babel: pluralidad de lenguas, pluralidad de culturas, pluralidad de ideas, pluralidad de estilos de vida y problemas inmensos de intolerancia e incomprensión entre los que la habitan. ¿Cómo convivir y entenderse quienes tienen tantas diferencias? La situación está volviéndose especialmente problemática en los países desarrollados, pero también en las grandes ciudades de todo el mundo. Inmigrantes del campo, del interior, de otras provincias o países que lo dejan todo para buscar un trabajo, un hogar, un lugar donde recibir sustento y calidad de vida. A la desesperada son cada día más los que abandonan su país para tocar a la puerta de los países desarrollados, aunque para ello haya que surcar mares tenebrosos en barcas desamparadas. Llegar a la otra orilla es la ilusión… Y cuando llegan, si es que los dejan entrar, comienza un verdadero calvario hasta poder situarse al nivel de los que allí viven. Nuestro mundo se ha convertido ya en paradigma de la torre de Babel, palabra que significaba «puerta de los dioses». Así se denominaba la ciudad, símbolo de la humanidad, precursora de la cultura urbana. Una ciudad en torno a una torre, una lengua y un proyecto: escalar el cielo, invadir el área de lo divino. El ser humano quiso ser como Dios (ya antes lo había intentado en el paraíso a nivel de pareja, ahora a nivel político) y se unió (-se uniformó-) para lograrlo.

Pero el proyecto se frustró: aquél Dios, celoso desde los comienzos del progreso humano, confundió (en hebreo, “balal”) las lenguas y acabó para siempre con la Puerta de los dioses (“Babel”). Tal vez nunca existió aquel mundo uniformado; quizá fue sólo una tentadora aspiración de poder humano. Después del castigo divino, las diferentes lenguas fueron el mayor obstáculo para la convivencia, principio de dispersión y de ruptura humana. El autor de la narración babélica no pensó en la riqueza de la pluralidad e interpretó el gesto divino como castigo. Pero hizo constar, ya desde el principio, que Dios estaba por el pluralismo, diferenciando a los habitantes del globo por la lengua y dispersándolos.

Diez siglos después de escribirse esta narración del libro del Génesis, leemos otra en el de los Hechos de los Apóstoles. Tuvo lugar el día de Pentecostés, fiesta de la siega en la que los judíos recordaban el pacto de Dios con el pueblo en el monte Sinaí, «cincuenta días» (=«Pentecostés») después de la salida de Egipto.

Estaban reunidos los discípulos, también cincuenta días después de la Resurrección (el éxodo de Jesús al Padre) e iban a recoger el fruto de la siembra del Maestro: la venida del Espíritu que se describe acompañada de sucesos, expresados como si se tratara de fenómenos sensibles: ruido como de viento huracanado, lenguas como de fuego que consume o acrisola, Espíritu (=«ruah»: aire, aliento vital, respiración) Santo (=«hagios»: no terreno, separado, divino). Es el modo que elige Lucas para expresar lo inenarrable, la irrupción de un Espíritu que les libraría del miedo y del temor y que les haría hablar con libertad para promulgar la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús.

Por esto, recibido el Espíritu, comienzan todos a hablar lenguas diferentes. Algunos han querido indicar con esta expresión que se trata de “ruidos extraños”; tal vez fuera así originariamente, al estilo de las reuniones de carismáticos. Pero Lucas dice “lenguas diferentes”. Así como suena. Poco importa por lo demás averiguar en qué consistió aquel fenómeno para cuya explicación no contamos con más datos. Lo que sí importa es saber que el movimiento de Jesús nace abierto a todo el mundo y a todos, que Dios ya no quiere la uniformidad, sino la pluralidad; que no quiere la confrontación sino el diálogo; que ha comenzado una nueva era en la que hay que proclamar que todos pueden ser hermanos, no sólo a pesar de, sino gracias a las diferencias; que ya es posible entenderse superando todo tipo de barreras que impiden la comunicación.

Porque este Espíritu de Dios no es Espíritu de monotonía o de uniformidad: es políglota, polifónico. Espíritu de concertación (del latín “concertare”: debatir, discutir, componer, pactar, acordar). Espíritu que pone de acuerdo a gente que tiene puntos de vista distintos o modos de ser diferentes. El día de Pentecostés, a más lenguas, no vino, como en Babel, más confusión. “Cada uno los oía hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios”. Dios hacía posible el milagro de entenderse.. Se estrenó así la nueva Babel, la pretendida de Dios, lejos de uniformidades malsanas, un mundo plural, pero acorde. Ojalá que la reinventemos y no sigamos levantando muros ni barreras entre ricos y pobres, entre países desarrollados y en vías de desarrollo o ni siquiera eso. Leer más…

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20..5.18. Pentecostés 2018. Una Teología del Espíritu Santo.

Domingo, 20 de mayo de 2018
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5ee6843b-8c59-412c-af93-2ea868dceae2Del blog de Xabier Pikaza:

Aprendí de niño la Secuencia del Espíritu Santo y desde entonces me ha venido acompañando en este día: Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.

Después he tenido ocasión de estudiar, enseñar y escribir sobre temas del Espíritu Santo, tanto en la Biblia como en la teología de la Iglesia, y eso es lo que puedo ofrecer a mis lectores un día como hoy: Una breve reflexión sobre Teología del Espíritu Santo, en línea de profundización pentecostal.

Retomo y elaboro de esa forma el tema de ayer, preparado para la Vigilia de Pentecostés. Hoy es la fiesta, el Día de Dios en Nosotros y así elaboro una teología bíblica del Espíritu Santo (tomada también en gran parte de mi Diccionario de la Biblia).

Buen día a todos. Feliz, gozoso y fuerte Pentecostés 2018.

Pablo, teólogo del Espíritu: antropología pascual

La condena y muerte de Jesús había puesto un signo de interrogación sobre su vida y mensaje. La cruz es maldición (cf. Gal 3, 13), su tumba eleva la pregunta por Dios y por su reino ¿está Dios con nosotros? (cf. Ex 32, 16). La iglesia responde que está y actúa, no sólo como creador y resucitador en general (cf. Rom 4,17; Is 48, 13), sino como el que ha resucitado de los muertos a Jesús (Rom 4, 24), del quien se dice que es:

engendrado de la estirpe de David, según la carne;
constituido Hijo de Dios en poder,
según el Espíritu de Santidad
por la resurrección de entre los muertos (Rom 1, 3-4)

La historia anterior de Jesús se mantenía en un nivel de carne: esperanza mesiánica israelita, David. La pascua, en cambio, es la acción del Espíritu que le ha resucitado, como Hijo de Dios, para todos los humanos. De esa forma, Dios ha vencido en amor a la muerte, superando carne (Ley de Israel, normas de pureza), para revelar su misterio en el Espíritu.

1. Los protestantes liberales de principios del siglo XX pensaban que ese Espíritu de pascua es la misma hondura de lo humano, personalizada en el Mesías. Todos somos carne, pero, al mismo tiempo, somos Espíritu de Vida, como fue Jesús, resucitado de la muere, humanidad perfecta.
2. Algunos católicos tradicionales identifican ese Espíritu con la naturaleza divina de Jesús: este pasaje hablaría de sus dos naturalezas, la humana (como hijo de David en la historia) y la divina, como Hijo eterno de Dios, en línea de pascua. El hombre es carne, Dios Espíritu. Ambos momentos se unen en Jesús
3. Sin negar el valor de esas perspectivas, pensamos que carne significa lo que pertenece simplemente a la esfera de la tierra: el mundo de lo humano y corruptible, sometido al pecado y la muerte. Espíritu es la fuerza escatológica del Amor de Dios que actúa por la pascua de Jesús, superando así la muerte.

Jesús era hijo de David, heredero del reino de Israel, pero no lo ha buscado o conquistado por fuerza, sino que ha muerto en debilidad, por ser fiel Reino de Dios. Por eso, Dios le ha resucitado, haciéndole Hijo suyo, humanidad culminada; así “ha santificado su nombre”, se ha mostrado en plenitud como divino, poder liberador, rescatando a Jesús de la muerte y con Jesús a los perdidos, humillados y excluidos de la historia (cf. Ez 36, 16-38). De esa forma se muestra divino, al hacerle Señor de la nueva creación, por el Espíritu, “en Poder” (cf. Mc 9, 1; 13, 26; 1 Cor 6, 14 y en especial Mt 28, 16-20: se me ha dado todo poder en cielo y tierra). Leer más…

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Domingo de Pentecostés. Ciclo B

Domingo, 20 de mayo de 2018
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250px-Pentecostés_(El_Greco,_1597)Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Para el Greco, María Magdalena vale por ciento siete

En el famoso cuadro de Pentecostés pintado por El Greco, que ahora se conserva en el museo del Prado, hay un detalle que puede pasar desapercibido: junto a la Virgen se encuentra María Magdalena. Por consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los Doce (representantes de los obispos) sino también sobre la Virgen (se le permite, por ser la madre de Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso (a finales del siglo XVI María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre las feministas actuales). Ya que el Greco se inspira en el relato de los Hechos, donde se habla de una comunidad de ciento veinte personas, podemos concluir que la Magdalena representa a ciento siete. ¿Cómo se compagina esto con el relato del evangelio de Juan que leemos hoy, donde Jesús aparentemente sólo otorga el Espíritu a los Once? Una vez más nos encontramos con dos relatos distintos, según el mensaje que se quiera comunicar. Pero es preferible comenzar por la segunda lectura, de la carta a los Corintios, que ofrece el texto más antiguo de los tres (fue escrita hacia el año 51).

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7.12-13)

            En este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género (varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

Hermanos:

Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Volvemos a las dos versiones del don del Espíritu: Hechos y Juan.

La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

            A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por cien). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:

― ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

La versión de Juan 20, 19-23

En este breve pasaje podemos distinguir cuatro momentos: el saludo, la confirmación de que es Jesús quien se aparece, el envío y el don del Espíritu.

El saludo es el habitual entre los judíos: “La paz esté con vosotros”. Pero en este caso no se trata de pura fórmula, porque los discípulos, muertos de miedo a los judíos, están muy necesitados de paz.

Ese paz se la concede la presencia de Jesús, algo que parece imposible, porque las puertas están cerradas. Al mostrarles las manos y los pies, confirma que es realmente él. Los signos del sufrimiento y la muerte, los pies y manos atravesados por los clavos, se convierten en signo de salvación, y los discípulos se llenan de alegría.

Todo podría haber terminado aquí, con la paz y la alegría que sustituyen al miedo. Sin embargo, en los relatos de apariciones nunca falta un elemento esencial: la misión. Una misión que culmina el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús envía a los apóstoles. [Dada la escasez actual de vocaciones sacerdotales y religiosas, no es mal momento para recordar otro pasaje de Juan, donde Jesús dice: “Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies”].

Todo termina con una acción sorprendente: Jesús sopla sobre los discípulos. No dice el evangelistas si lo hace sobre todos en conjunto o lo hace uno a uno. Ese detalle carece de importancia. Lo importante es el simbolismo. En hebreo, la palabra ruaj puede significar “viento” y “espíritu”. Jesús, al soplar (que recuerda al viento) infunde el Espíritu Santo. Este don está estrechamente vinculado con la misión que acaban de encomendarles. A lo largo de su actividad, los apóstoles entrarán en contacto con numerosas personas; entre las que deseen hacerse cristianas habrá que distinguir entre quiénes pueden aceptadas en la comunidad (perdonándoles los pecados) y quiénes no, al menos temporalmente (reteniéndoles los pecados).

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

― Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

― Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

― Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Resumen:

Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla.

Ven, Espíritu divino,

   manda tu luz desde el cielo.

   Padre amoroso del pobre;

   don, en tus dones espléndido;

   luz que penetra las almas;

   fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,

   descanso de nuestro esfuerzo,

   tregua en el duro trabajo,

   brisa en las horas de fuego,

   gozo que enjuga las lágrimas

   y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,

   divina luz, y enriquécenos.

   Mira el vacío del hombre,

   si tú le faltas por dentro;

   mira el poder del pecado,

   cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,

   sana el corazón enfermo,

   lava las manchas, infunde

   calor de vida en el hielo,

   doma el espíritu indómito,

   guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,

   según la fe de tus siervos;

   por tu bondad y tu gracia,

   dale al esfuerzo su mérito;

   salva al que busca salvarse

   y danos tu gozo eterno.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

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Domingo de Pentecostés

Domingo, 20 de mayo de 2018
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pentecostes

“Cuando venga el Espíritu de la verdad, él os irá guiando hasta la verdad plena.”

(Jn 15, 26-27;16, 12-15)

Comenzamos este escrito con una pregunta. ¿Qué imagen de Dios tenemos? Porque es muy distinto relacionarnos con un Dios individual que con un Dios trinitario que habla de relación, de diversidad, de entrelazamiento, de no poder existir el Padre sin el Hijo y sin el Espíritu y viceversa. Son relaciones basadas en la libertad del amar.

Comienza este texto diciendo “cuando venga el espíritu de la verdad…” La palabra verdad tenemos que cambiarla por plenitud. La verdad es una categoría mental, que lleva a una categoría humana, donde cada uno vive según su verdad. La verdad a la que se refiere el texto es la plenitud, la completud.

Jesús envía el espíritu de la verdad cuando su presencia humana ya no está físicamente con nosotros y análogamente percibimos el espíritu de quienes queremos, su presencia de infinitud cuando ya no están físicamente con nostr@s.

Jesús envía el Espíritu que procede del Padre. La danza divina de la comunión, el entrelazamiento de lo que son. Metafóricamente el Misterio se asemeja a una infinita red constituida por su misma interrelación. El espíritu es el otro brazo del Padre, según la expresión de San Ireneo. Es importante caer en la cuenta de que Cristo significa el Ungido: “Aquél que ha recibido el Espíritu”.

“El Espíritu dará testimonio sobre mí, vosotros seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio”.

La palabra testimonio viene del griego mártirμάρτυρας», «testigo»). Que hace referencia a quien da fe de algo debido a que lo ha vivido o presenciado. Unificación de los polos divino y humano. Dos testimonios, el Espíritu, presencia divina y viva de Jesús y los discípulos manifestación real de la vida vivida junto al maestro.

“Tendría que deciros muchas más cosas…” El espíritu nos introduce en una nueva manera de vivir, la de comprender. Sin el espíritu no podemos pasar del entendimiento a la “comprensión”.

“Él no hablará por su cuenta” porque vive en una relacionalidad que expresa la comunión profunda que transparenta la esencia que los une. No existen relaciones lineales ni jerárquicas sino de profundidad.

El Espíritu Santo es la fuerza vital divina que hace todo el espacio más transparente. El Espiritu transformador, surge de la libertad y creatividad ilimitadas.

“Y os anunciará las cosas venideras”. Nos impulsa el pasado, pero nos atrae el futuro, que nos invita a movernos hacía delante, y aquí descubrimos que nuestra inquietud interior es divina, fruto del Espíritu que sopla como quiere y donde quiere y que nunca dejará de asombrarnos y sorprendernos. El Espíritu fuerza viva que abre caminos de novedad y Vida.

ORACIÓN

Espíritu Santo, descúbrenos la verdadera comunión, la danza ininterrumpida y flexible que es esencia de interrelacionalidad, profundidad y plenitud.

 

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios Espíritu está en nosotros y no tiene que venir de ninguna parte.

Domingo, 20 de mayo de 2018
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listenerJn 20, 19-23

Para entender hoy lo que celebramos, debemos mirar a la Trinidad. Lo que digamos lo tenemos adelantado para el próximo domingo. Que yo sepa, la teología oficial nunca ha dicho que el Padre, el Hijo o el Espíritu actuaran por separado. La distinción de las personas en la Trinidad solo se manifiesta en sus relaciones “ad intra”, es decir, cuando se relacionan una con otra. En sus relaciones “ad extra”, es decir, en sus relaciones con las criaturas, se comportan siempre como uno. El pueblo y algunos manuales piadosos han atribuido a cada persona tareas diferentes, pero esto no es más que una manera inadecuada de hablar.

La fiesta de Pentecostés está encuadrada en la Pascua, más aún, es la culminación de todo el tiempo pascual. Las primeras comunidades tenían claro que todo lo que estaba pasando en ellas era obra del Espíritu. Todo lo que el Espíritu había realizado en Jesús, lo estaba realizando ahora en cada uno de ellos y queda reflejado en la idea de Pentecostés. Es el símbolo de la acción espectacular del Espíritu a través de Jesús. También para cada uno de nosotros, celebrar la Pascua significa descubrir la presencia en nosotros de Dios-Espíritu.

Según lo que acabamos de decir, siempre que hablamos del Espíritu, hablamos de Dios. Y siempre que hablamos de Dios, hablamos del Espíritu, porque Dios es Espíritu. Pentecostés era una fiesta judía que conmemoraba la alianza del Sinaí (Ley), y que se celebraba a los cincuenta días de la Pascua. Nosotros celebramos hoy la venida del Espíritu, también a los cincuenta días de la Pascua, pero sabiendo que no tiene que venir de ninguna parte. Queremos significar que el fundamento de la nueva comunidad no es la Ley sino el Espíritu.

Tanto el “ruah” hebreo como el “pneuma” griego, significan viento. La raíz de esta palabra en las lenguas semíticas es rwh que significa el espacio existente entre el cielo y la tierra, que puede estar en calma o en movimiento. Sería el ámbito del que los seres vivos beben la vida. En estas culturas el signo de vida era la respiración. Ruah vino a significar soplo vital. Cuando Dios modela al hombre de barro, le sopla en la nariz el hálito de vida. En el evangelio que hemos leído hoy, Jesús exhala su aliento para comunicar el Espíritu. La misma tierra era concebida como un ser vivo, el viento era su respiración.

No es tan corriente como suele creerse el uso específicamente teológico del término “ruah” (espíritu). Solamente en 20 pasajes del las 389 veces que aparece en el AT, podemos encontrar este sentido. En los textos más antiguos se habla del espíritu de Dios, que capacita a alguna persona, para llevar a cabo una misión concreta que salva al pueblo de algún peligro. Con la monarquía el Espíritu se convierte en un don permanente para el monarca (ungido). De aquí se pasa a hablar del Mesías como portador del Espíritu. Solo después del exilio, se habla también del don del espíritu al pueblo en su conjunto.

En el NT, “espíritu” tiene un significado fluctuante, hasta cierto punto todavía judío. El mismo término “ruah” se presta a un significado figurado o simbólico. Solamente en algunos textos de Juan parece tener el significado de una persona distinta de Dios o de Jesús. “Os mandaré otro consolador.” El NT no determina con precisión la relación de la obra salvífica de Jesús con la obra del E. S. No está claro si el Pneuma es una entidad personal o no.

Jesús nace del E. S., baja sobre él en el bautismo, es conducido por él al desierto, etc. No podemos pensar en un Jesús teledirigido por otra entidad desde fuera de él. Según el NT, Cristo y el Espíritu desempeñan evidentemente la misma función. Dios es llamado Pneuma; y el mismo Cristo en algunas ocasiones. En unos relatos lo promete, en otros lo comunica. Unas veces les dice que la fuerza del E. S. está siempre con ellos, en otros dice que no les dejará desamparados, que él mismo estará siempre con ellos.

Hoy sabemos que el Espíritu Santo es un aspecto del mismo Dios. Por lo tanto, forma parte de nosotros mismos y no tiene que venir de ninguna parte. Está en mí, antes de que yo mismo empezara a existir. Es el fundamento de mi ser y la causa de todas mis posibilidades de crecer en el orden espiritual. Nada puedo hacer sin él pero tampoco puedo  estar privado de su presencia en ningún momento. Todas las oraciones encaminadas a pedir la venida del Espíritu, nacen de una ignorancia de lo que queremos significar con ese término.

Está siempre en nosotros, pero no siempre somos conscientes de ello y como Dios no puede violentar ninguna naturaleza, porque actúa siempre conforme a ella y su acción no se nota. Un ejemplo puede ilustrar esta idea. En una semilla, hay vida, pero en estado latente. Si no coloco la bellota en unas condiciones adecuadas, nunca se convertirá en un roble. Para que la vida que hay en ella se desarrolle, necesita una tierra, una humedad y una temperatura adecuada. Pero una vez que se encuentra en las condiciones adecuadas, es ella la que germina; es ella la que, desde dentro, desarrolla el árbol que llevaba en potencia.

Dios (Espíritu) es el mismo en todos y nos empuja hacia la misma meta. Pero como cada uno está en un “lugar” diferente, el camino que nos obliga a recorrer, será siempre distinto. No es pues la meta, la que distingue a los que se dejan mover por el Espíritu, sino los caminos que llevan a ella. El labrador, el médico, el sacerdote tienen que tener el mismo objetivo vital si están movidos por el mismo Espíritu. Pero su tarea es completamente diferente. Una mayor humanidad será la manifestación de su presencia. La mayor preocupación por los demás es la mejor muestra de que uno se está dejando llevar por él.

Si Dios está en cada uno de nosotros como Absoluto, no hay manera de imaginar que pueda darse más a uno que a otro. En toda criatura se ha derramado todo el Espíritu. Esgrimir el Espíritu como garantía de autoridad es la mejor prueba de que uno no se ha enterado de lo que tiene dentro. Porque tiene la fuerza del Espíritu, el campesino será responsable y solícito en su trabajo y con su familia. En nombre del mismo Espíritu, el obispo desempeñará las tareas propias de su cargo. Siempre que queremos imponernos a los demás con cualquier clase de imposición, estamos dejándonos llevar de nuestro espíritu raquítico.

La presencia de Dios en nosotros nos mueve a parecernos a Él. Pero si tenemos una idea de Dios como poder, señorío y mando, que premia y castiga, intentaremos repetir esas cualidades en nosotros. El intento de ser como Dios, en el relato de la torre de Babel, queda contrarrestado en este relato que nos habla de reunir y unificar lo que era diverso. El único lenguaje que todo el mundo entiende es el amor. Si descubrimos el Dios de Jesús, que es amor total, intentaremos repetir en nosotros ese Dios, amando, reconciliando y sirviendo a los demás. Esta es la diferencia abismal entre seguir al Espíritu o nuestro espíritu.

Dios llega a nosotros acomodándose al ser de cada uno. El Espíritu nunca supone violencia alguna. No lleva a la uniformidad, sino que potencia la pluralidad. Pablo lo vio claro: Formamos un solo cuerpo, pero cada uno es un miembro con una función diferente pero útil para el todo. Esa uniformidad pretendida por los superiores en nombre del Espíritu, no tiene nada de evangélica, porque, lo que se intenta es que todos piensen y actúen como el superior. Si todos tocaran el mismo instrumento y la misma nota no habría nunca música.

Meditación

Como el aire que respiramos mantiene la actividad vital,
el Espíritu absorbido nos mantiene en la Vida.
No podemos separar la vida biológica del ser vivo.
Tampoco podemos separar la Vida espiritual del Espíritu.
Siempre que exista Vida se manifestará en obras.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Con las puertas bien cerradas.

Domingo, 20 de mayo de 2018
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pentecostesUna sinfonía debe ser como el mundo. Debe abarcar todo (Gustav Mahler)

20 de mayo, domingo de Pentecostés

Juan 20, 19-23

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos

En este domingo de Pentecostés amanecen los orígenes de la Iglesia y el inicio de la misión apostólica a todas las tribus, lenguas, pueblos y naciones. Es el sentido de “empezaron a hablar lenguas extranjeras” del cap. 2, vers. 4 de los Hechos. El viento huracanado del Espíritu transformando las tablas de piedra muerta de Moisés en la carne viva del corazón de los creyentes. Su entendimiento se desplegó a la verdad y la vida. Así lo dijo Albert Einstein veinte siglos después: “La mente es igual que un paracaídas, sólo funciona si se abre”.

En la película María Magdalena del director australiano Garth Davis, estrenada en febrero de este año, la protagonista, aunque no parece haber estado aquel día en el Cenáculo, unió también su voz a la de los discípulos diciendo: “No me quedaré callada, me haré oír”. Quizás lo hizo siguiendo la insinuación del libro de los Hechos (2, 3) cuando dice de los Apóstoles que “Se llenaron todo de Espíritu Santo y empezaron a hablar lenguas extranjeras”.

María, según el film, es una joven que busca dar un nuevo sentido a su vida y que, a pesar de las jerarquías y reglas impuestas por su época, se atreve a desafiar a su familia y unirse a un nuevo movimiento social liderado por Jesús de Nazaret. Un retrato auténtico, único y humanista, de una de las figuras espirituales más enigmáticas e incomprendidas de la historia.

Davis explicó que quiso crear un mundo en el que la gente se pudiera identificar, para compartir el mensaje, muy simple, que es la idea de que la libertad individual viene dada por “el amor al prójimo”. Magdalena, aparece como una mujer de firmes principios que entiende que su camino está al lado de la religión, de ese mesías que ha llegado para conducirlos hacia un mundo mejor.

En 2016, el papa Francisco la declaró “apóstol de los apóstoles”. Simplificando el mensaje, que sí aparece en el Evangelio, se acentúa la idea de que el Reino famoso, del que se lleva hablando toda la película, estaba ya dentro de nosotros y que lo que tenemos que hacer no es ni creer, ni convertirnos, ni nada de eso. Solo sacar nuestra bondad de dentro y hacer bueno el mundo.

El Evangelio apócrifo de Felipe la menciona como “compañera” de Jesús, como la figuró Garth Davis. En la obra Otro Dios es posible Parte II, María y José Ignacio López Vigil, se escribe este magnífico diálogo en consonancia con dicha película y el relato evangélico:

¿Qué pasó aquella mañana del domingo cuando María Magdalena fue al sepulcro donde habían puesto su cadáver?

A lo que Jesús respondió: “Pasó que el Espíritu de Dios la llenó de fuerza, de alegría. A ella y a las otras mujeres. Y ellas animaron a los hombres, que seguían acobardados. Y salieron a las calles a contar a todo el mundo, que el Reino de Dios había cambiado, que las cosas pueden cambiar, que van a cambiar”.

El investigador Francis S. Collins, en su libro ¿Cómo habla Dios? dice: “Conforme leí el relato de la vida real de Jesús por primera vez en los cuatro Evangelios, la naturaleza testimonial de las narraciones y la enormidad de las afirmaciones de Cristo y sus consecuencias empezaron a penetrar en mí gradualmente”. ¿Pero para qué penetran? Para salir luego al exterior y ser testimonio de lo que uno vive, y luz que ayuda a los demás a hacer lo mismo.

La Naturaleza nos da también lecciones sobre esto. Los girasoles, por ejemplo, se despiertan y se mueven hacia el sol siguiéndole en su ruta de este a oeste como las agujas de un reloj, y al oscurecer giran en sentido contrario para esperar su salida a la mañana siguiente. Los días que no luce nublados se miran unos a otros para recibir y dar la energía recibida. Un transmitirse la vida como la que transfiere el relojero paseando calle arriba, calle abajo camino del Padre Eterno.

RELOJERO, SUBE Y BAJA

Calle arriba, calle abajo,
camino del cementerio,
sube y baja, baja y sube…
el relojero.

Lleva un reloj a la espalda
a ritmo de segundero.
Tiemblan todos los ancianos…
en el pueblo.

Trancan puertas y ventanas,
-mientras le ladran los perros-
con los ojos bien cerrados…
de alma y cuerpo.

Que no se asusten los niños,
que el reloj no va con ellos,
ni busques pala ni pico…
sepulturero.

La muerte no va con nadie;
tan solo va con el miedo.
Es vida, -¡paso a la Vida!-…
y es misterio.

Calle arriba, calle abajo,
camino del Padre Eterno,
sube vestido de blanco…
mi relojero

Doblen badajos al aire
desde la torre del pueblo
Suene a gloria la campana…
de mi templo.

(EN HIERRO Y EN PALABRAS. Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Danzamos al viento del espíritu?

Domingo, 20 de mayo de 2018
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portapent13Juan 20, 19-23

¿Podemos hablar de una experiencia inenarrable?

El libro de los Hechos nos presenta unas imágenes: viento impetuoso, llamaradas, otras lenguas, etc. Al leer este texto, en la Eucaristía de Pentecostés ¿nos ayudan estas imágenes a reavivar las experiencias fundantes que nos han marcado?

¿A qué nos referimos? Sin duda, como creyentes, hemos tenido alguna experiencia inolvidable de amor y presencia de Dios, que incidió en nuestra vida y nos impulsó a reorganizar toda la escala de valores. Se creó un vínculo afectivo irrompible. Podemos reconocer un “antes” y un “después” de algo que se parece a Pentecostés.
Según va pasando el tiempo ¿cuidamos la experiencia fundante, o dejamos que el olvido la envuelva con su niebla? ¿Qué imágenes nos ayudan a narrarla y revitalizarla? Por ejemplo…

Ruah evoca el soplo de aire fresco que traía nubes y lluvia, o sea, la bendición. ¿Somos conscientes, a diario, de esta bendición? ¿Somos cauce de bendición para otras personas?

¿Estamos desalentad@s, porque no vemos el fruto de nuestro trabajo? ¿Qué nos desalienta a diario: las noticias sobre la situación mundial, la desesperanza o la impotencia ante el cambio? La ruah es aliento de vida.
Con un lenguaje mítico, el Génesis dice que un primer aliento divino dio vida al barrio inerte. Con lenguaje actual podemos decir que la ruah nos hace la “respiración boca a boca”, nos devuelve el aliento cuando sentimos que se nos va la vida, cuando estamos desalentad@s.

¿Cómo vivimos el agobio por la falta de espacio en casa, en los transportes, etc.? La ruah “ensancha el espacio de nuestra tienda”. Es como si derribara las paredes, abriera puertas y ventanas y nos ofreciera explanadas de encuentro. De este modo, cabe más gente en nuestra vida y no nos agobia su presencia, porque la percibimos como regalo. La ruah nos ayuda a descubrir la fraternidad y sororidad como un don.

La ruah es una buena “profesora de idiomas”. Nos enseña a hablar lenguas nuevas, a hablar con todo nuestro cuerpo, a danzar sin rubor. La multitud que experimentó Pentecostés oyó hablar de Dios “en su propia lengua” (Hechos 2, 11) Hoy ¿qué lenguas hablamos? ¿Cuáles nos da vergüenza hablar, o nos negamos a aprender?

También la ruah “limpia a fondo”. Necesitamos que siga poniendo al descubierto los rincones de suciedad que quedan en la Iglesia: pederastia, feudalismo, avaricia, vanagloria, etc. Que su viento impetuoso arrastre la hojarasca muerta y pueda renacer la vida donde se acumuló suciedad durante siglos. Y no olvidemos que cada uno de nosotros, hombres y mujeres, estamos llamad@s a limpiar lo que está a nuestro alcance, empezando por nosotr@s mism@s.

Recordaremos también que el evangelio de hoy nos dice: Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. La comunidad estaba bajo el impacto de una ejecución. Tras la cena pascual, había llegado la desbandada, el “sálvese quien pueda”. La muerte de Jesús ponía fin a cualquier esperanza de cambio. A sus amig@s sólo les quedaba encerrarse, para que los romanos no los localizasen; tenían la mala costumbre de que, al ajusticiar a un judío, buscaban también a sus amigos y familiares. Si sospechaban que eran cómplices, los ajusticiaban.

¿Qué puertas tengo cerradas? ¿Qué puertas siguen cerradas en las iglesias y en la Iglesia? ¿Son puertas, o se han convertido en fronteras? ¿Por miedo a qué? ¿A quién?

Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
¿Produce alegría ver unas manos destrozadas y el costado herido de un crucificado? Evidentemente, no. Eran las señales de un proscrito; escandalizaban a las primeras comunidades y a quienes se acercaban a ellas.
El relato de Juan nos ofrece hoy otra perspectiva: sus ojos ven las heridas, pero su corazón experimenta que Jesús está vivo. Y esta experiencia les llena de alegría. La ruah les ha regalado una nueva mirada, mucho más profunda.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo”
Recibid la ruah, decimos hoy muchas mujeres. No es un capricho feminista. La palabra Espíritu es un término latino, y se ha generalizado su uso. Pero el término ruah, hebreo, femenino, tiene unas connotaciones mucho más ricas que el término espíritu.
Celebrar Pentecostés no consiste en recordar una experiencia (y una catequesis) de hace dos mil años, es tomar conciencia de que nuestra vida –personal y comunitaria- puede cambiar con la misma intensidad que cambió la de aquel grupo de hombres y mujeres, que estaban llenos de temor.

¿Qué nos conmueve en la celebración de Pentecostés? Miremos en nuestro interior todo aquello que es obstáculo para crecer como discípul@s. Pongámosle nombre: miedo, anquilosamiento, prejuicios, rutina, superficialidad, pereza, máscara, maldad… Estos obstáculos son como el lastre que nos impide caminar como discípul@s. Pero no se trata solo de caminar sino de volar…

¿Con qué intensidad pediremos EL DON de danzar y volar al soplo de la ruah?

Fuente Fe Adulta

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Pentecostés es lo contrario a la Torre de Babel

Domingo, 20 de mayo de 2018
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ea11cfd0863041b9f87b63306d6cf61cDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. FORTALEZAS Y DEBILIDADES.

La psyjé, el alma, la psicología humana es fuerte, pero al mismo tiempo es endeble. El ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor, puede tener momentos de una gran “moral” y también profundos decaimientos.

Al fin y al cabo somos poco más que barro. Pero, cuando este barro está alentado por una buena motivación, por un idealismo, por un espíritu bueno (espíritu santo) deviene VIVIENTE,

Dios formó al hombre, del barro, sopló en su nariz y le dio vida. Así el hombre comenzó a vivir, llegó a ser viviente (Gn 2,7).

02. EL SER HUMANO ES ESPIRITUAL.

Que los humanos seamos espirituales no significa que tengamos un temperamento algo melifluo y dado a ciertas prácticas religiosas, cuando no espiritistas. Ser espiritual tampoco significa que una persona sea muy religiosa. Se puede ser muy religioso, pero muy poco o nada espiritual y se puede ser poco religioso pero de gran hondura espiritual.

Ser espiritual significa que somos abiertos a todo lo que “se produce o se pueda dar en la historia”.

En las lenguas románicas (provenientes del latín), las palabras que llevan la componente “sp” ó “xpc” hacen referencia al futuro, a la apertura del ser humano hacia el fututo: espera, esperanza, expectativa, expectación, espectáculo, etc.

Somos seres siempre en búsqueda, en camino, nuestro corazón y nuestra mente están siempre abiertas.

03. EL ESPÍRITU DE DIOS PADRE Y JESÚS.

Dios y Jesús tienen también un espíritu

Con el paso del tiempo y desde la fe y la teología se definió la Trinidad de Dios (fiesta que celebraremos el domingo próximo).

En la Biblia, AT y NT, no hay una definición explicita del Espíritu, sin embargo sí que emplearon muchos símbolos y metáforas que nos hablan de qué y cómo es el Espíritu.

02.1 El espíritu es un VIENTO, a veces huracanado, que impulsa a la vida, a la acción. A veces, el Espíritu de Dios suave brisa, (1 Re 19, 12) y descanso (Is 63, 14).

El viento del Espíritu es libertad: sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. (Jn 3,8). (Ver notas en la última página)

02.2 EL ESPÍRITU DE DIOS ES VIDA:

En el caos original (Génesis y big-bang) se cernía el Espíritu de Dios que crea la vida.

El Espíritu es la fecundidad de María y la vida de Jesús. (Mt 1, 18).

El Espíritu es quien resucitó a Jesús de la muerte.

Quizás podríamos denominar al Espíritu como: entendimiento, libertad y audacia creativas. Posiblemente hay Espíritu del Señor donde hay coraje y valentía: viento y fuego, donde se vive la libertad incluso con el riesgo de equivocarse.

04. EL ESPÍRITU DE JESÚS.

El espíritu cristiano es de oxígeno y no de formol, es liberación, no de esclavitud, que para ser libres nos ha liberado Cristo (Gál 5,1).

Cuando Jesús comienza su actividad allá en la sinagoga de Cafarnaún dice EL ESPÍRITU DE DIOS QUE ALIENTA SU VIDA

o para anunciar la BUENA NUEVA A LOS POBRES

o para proclamar la LIBERACIÓN A LOS CAUTIVOS Y LA VISTA a los ciegos,

o para dar la LIBERTAD A LOS OPRIMIDOS

o proclamar un AÑO DE GRACIA del Señor.

Donde hay libertad, atención a los pobres y gratuidad hay espíritu de Cristo, incluso aunque no sean de los nuestros, (Mc 9, 38-41)

Si somos gente -e Iglesia- de buena nueva, de libertad y de gracia, es que estamos en el Espíritu del Señor.

05. LA IGLESIA NACE EN PENTECOSTÉS.

diversoEn la tradición de San Juan Pentecostés acontece en la cruz. Cuando Jesús está muriendo entregó su espíritu (Jn 19,30), que no es entregar el alma a Dios, sino que Jesús entrega su espíritu, su causa, su idealismo a la comunidad, a la iglesia naciente representada por su madre y el Discípulo amado (todos somos discípulos amados.

En el texto de hoy veíamos aquella comunidad -los discípulos- estaba encerrada, con las puertas atrancadas y con miedo, signos inequívocos de que Jesús no estaba presente.

Cuando Cristo se hace presente en aquella comunidad, en nuestra vida, confiere: paz, alegría y ESPÍRITU.

S Juan pone en boca de Jesús las mismas palabras del Génesis: les insufló Espíritu, aliento vital, ganas de vivir.

Ahí y así nació la Iglesia.

Vivimos y disfrutamos del “pequeño gran” Pentecostés que supuso el espíritu del Vaticano II. Aquel momento y contexto infundía espíritu, aliento vital.

El papa Francisco es también una persona que infunde aliento vital, espíritu y evangelio y eso a pesar de la oposición y enfrentamiento de muchos eclesiásticos. Hay obispos que dicen lo que dice el papa Francisco, pero ni piensan ni siente el espíritu de Francisco.

No parece que en nuestra diócesis estemos viviendo un momento de audacia espiritual y evangélica como en los Hechos de los Apóstoles. Más bien se intenta una disciplina férrea, que no sólida. En nuestra diócesis la doctrina son fósiles y la liturgia huele a alcanfor.

Muy pronto San Pablo se dio cuenta del peligro de una estructuración férrea, de un anquilosamiento. El peligro judaizante es constante en la Iglesia: la nostalgia de la ley, etc.

¡No apaguéis el espíritu!

06. SOLAMENTE EL ESPÍRITU DE JESÚS PUEDE ABRIR LAS PUERTAS ATRANCADAS. 

Cuando el espíritu, el idealismo de Jesús están presentes en la Iglesia, en los creyentes, es cuando se abren las puertas, la mente, los criterios. De otro modo seguiremos atrancados, con miedo a todo encerrados y tristes.

Muchos obispos, si fuesen más espirituales y menos religioso-leguleyos, deberían alegrarse y apoyar cuando un cura, un movimiento cristiano, unos laicos se equivocan de audacia en su vida pastoral precisamente por abrir puertas y ventanas.

En situaciones de crisis y de involución, el Espíritu del Señor es el que nos anima en la salida de Egipto, en el camino del desierto, en las dificultades.

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19.5.18. Vigilia de Pentecostés. Meditación bíblica sobre el Espíritu Santo

Sábado, 19 de mayo de 2018
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fotoportada554969013d37d_06052015_106amDel blog de Xabier Pikaza:

El próximo 20 celebra la Iglesia la fiesta del espíritu Santo, con la que culmina el ciclo pascual, día en que se cumplen las Siete Semanas del centro del tiempo judío, es decir, es decir, Pentecostés.

Es día bueno para la reflexión y la acción de gracias, la Fiesta de la Alianza y la Ley Verdadera del Amor, del Espíritu de Dios que es el alma del Alma de la Iglesia. En esa línea, a modo de guión para una Vigilia de de Reflexión y espera, quiero ofrecer unas reflexiones bíblicas sobre el Espíritu Santo, con motivos que tomo del Diccionario de la Biblia, en el que expongo los varios aspectos del ema.

En sentido extenso, el Espíritu Santo es la hondura divina del hombre, siendo, al mismo tiempo, la hondura humana de Dios o, si se prefiere, el amor más hondo de Dios hacia los hombres.

En ese contexto debo recordar que el Espíritu no es una cosa más, un tipo de sustancia que podamos colocar entre otras, sino una especie de principio vital de la realidad, que la teología bíblica cristiana ha vinculado de un modo especial a la vida y obra de Jesús con el surgimiento de la Iglesia, entendida en forma de comunidad universal.

Buena preparación, buena Vigilia del Espíritu Santo para todos.


1. INTRODUCCIÓN. EL ESPÍRITU SANTO

1. Los planos del Espíritu.

Empecemos situando el espíritu, que, de un modo inicial y aproximado, podemos situar en tres niveles. Son muchos los que piensan que el espíritu es una especie de vida del cosmos… Otros dirán que no es más que una ilusión, pues todo lo que existe en el mundo es pura materia. Otros, finalmente, vinculan el Espíritu con el hombre y con Dios.

1. Algunos piensan que el espíritu, entendido como realidad del mundo y la materia, es pura ilusión. Después de dividir todas las cosas en dos sustancias (materia y espíritu), como han hecho la mayoría de los pensadores ilustrados de la Edad Moderna (entre los que destaca Descartes), muchos pensadores han terminado afirmando que en el fondo sólo hay una cosa: todo es materia. El espíritu no existe, es sólo una palabra que empleamos para referirnos a ciertos fenómenos complejos, como hacían los poetas en sus mitos. Todo lo que hay en el mundo son variaciones de la única materia, que aparece en ciertos momentos y vivientes como vida o entendimiento, porque el mismo entendimiento y voluntad son materiales y así pueden estudiarse por la ciencia (física y biología, matemática y sicología).

2. Hay un espíritu del cosmos:
somos parte de la gran Vida del mundo. Así respondieron algunos filósofos griegos y muchos científicos modernos: somos parte de un gran mundo que está vivo y respira, de tal forma que muchos, desde tiempos muy antiguos, tanto en Israel como en otros pueblos, han tendido a ver y entender el viento y tormenta como respiración divina del cosmos). De la vida del mundo venimos, en la vida del mundo moramos, a ella tornaremos. Ciertamente, hay algo especial en los humanos, pero nada individual que permanezca para siempre. Muchos ecologistas actuales, en la línea de B. Espinosa, añaden que debemos ser fieles al “espíritu del cosmos”: no tenemos más Dios que la Vida, ni más religión que el respeto al proceso viviente del cosmos.

3. Pero la teología de la Biblia habla de un modo especial del Espíritu de Dios y Espíritu del hombre, para vincularlos, en un camino que, según los cristianos, culmina en Jesucristo .
En sentido estricto, en sentido bíblico y cristiano, del Espíritu sólo puede hablarse allí donde se afirma que hay un Dios que existe en sí (no es puro mundo/materia) y que actúa de manera creadora y amorosa, ofreciendo de algún modo su Espíritu-Vida a los hombres. Dios no es Espíritu en cuanto ser cerrado (esencia inmaterial aislada), sino como Relación de todas las relaciones, como Amor fundante y Presencia animadora: se abre y entrega a sí mismo, como Vida radical y Fuente de comunicación para los humanos. El ser del Espíritu es darse: Apertura creadora, Aliento de amor generoso que sólo “se tiene a sí mismo” (en autopresencia) regalándose del todo. Por eso, siendo reales, las cosas se realizan en Dios; siendo autónomo, el hombre sólo puede hacerse humano en el Espíritu divino.

2. El Espíritu de Dios sobre las aguas. Principio bíblico

En la línea anterior quiero situarme, partiendo de la Biblia, no para encerrar a los hombres en Dios y negar su independencia (como harían ciertos hegelianos), sino para destacar su independencia. Por eso empiezo diciendo con la Biblia que hay un Dios personal (es autoposesión) que quiere comunicarse de manera libre, no imponerse, a los humanos, haciéndoles capaces de acoger su presencia y dialogar con él desde el mundo; estas son sus primeras palabras:

En el principio… la tierra era caos y confusión y oscuridad sobre el abismo. Pero el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas.
Y dijo Dios: “hágase la luz…”; y dijo Dios “sepárense las aguas…” (cf. Gen 1, 1-6).

El Espíritu, simbolizado como huracán de Dios, planea sobre el abismo de un mundo que en sí mismo sería caos confuso. Así aparece como presencia creadora, extática, de Dios, que actúa después por la Palabra (y dijo Dios…) para así comunicarse. El mismo Aliento de Dios, respiración creadora, es Palabra que llama, organiza y relaciona todo lo que existe. Avanzando en esta línea, se dirá que Dios ha creado con su Aliento al ser humano:

Formó Dios al hombre con barro del suelo e insufló en su nariz Espíritu de vida y resultó el humano un ser viviente…
Y le dijo Dios: “De cualquier árbol del jardín puedes comer,
más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás,
pues el día en comieres de él morirás sin remedio” (Gen 2, 7.16-17).

Los hombres aparecen de esa forma vinculados Dios, inmersos en su respiración: han recibido su aliento, en amor que les hace capaces de comunicarse de un modo personal, abriéndoles a Dios. Pueden dialogar con él en libertad, pero sin “comer del árbol del conocimiento del bien-mal”, pues hacerlo sería encerrarse, alejarse de Dios, optar sólo por sí mismos, en un mundo de leyes y disputas sociales, en la complejidad de la historia. Eso significa que el Espíritu de Dios no puede imponerse, sino que deja en libertad a los humanos, haciéndoles capaces de ser o perderse (=morir), si es que prefieren crear un mundo de juicio (bien-mal), opuesto al deseo de Dios. Leer más…

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