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Jacques Mourad: “Cuando me secuestraron, me dijeron: ‘Conviértete o te cortaremos la cabeza'”

Jueves, 24 de agosto de 2023
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El arzobispo de Homs estuvo retenido durante cinco meses por el Estado Islámico

“El don que he recibido durante esta experiencia es mirar a estas personas, a estos yihadistas, con espíritu de oración para pedir a Dios que ilumine sus corazones, que los convierta. No por mí, sino por su salvación y por la paz mundial”

El prelado reivindica el testimonio ofrecido por los jesuitas Van der Lugt y Dall’Oglio, nuevos mártires de Siria: “El primero, para todos los sirios, es un ejemplo de fidelidad a Jesucristo; el segundo es un mártir vivo, porque vive siempre en la memoria de la Iglesia”

(Vatican News).- Secuestrado en Siria en 2015 y retenido durante cinco meses por los yihadistas del autodenominado Estado Islámico antes de lograr escapar, el padre Jacques Mourad, arzobispo católico sirio de Homs, estuvo a punto de ser martirizado. “Conviértete o te cortaremos la cabeza”, le dijeron sus carceleros. Esta frase, pronunciada como un ultimátum, puso al entonces sencillo monje del monasterio de Mar Elian frente a sus votos.

“Me encontraba exactamente en esta encrucijada”, dice, “seguir llevando la Cruz hasta la muerte con Cristo, por amor a la Iglesia y a la salvación del mundo, o renunciar a ella y dejar así también de lado mi vocación”. Luego vino la certeza de seguir llevando la Cruz, y no sólo eso. “También de pensar en mis carceleros”, dice el Arzobispo de Homs. “El don que he recibido durante esta experiencia -añade- es mirar a estas personas, a estos yihadistas, con espíritu de oración para pedir a Dios que ilumine sus corazones, que los convierta. No por mí, sino por su salvación y por la paz mundial“. Esta renovada confianza total en Dios “me liberó de todo temor”, prosiguió el prelado. Cuando nos enfrentamos a la muerte, hay un cierto sentimiento de miedo que penetra en nuestra alma. Cada vez que tenía este miedo rezaba el Rosario, el miedo desaparecía y se convertía en valor”.

El cautiverio un tiempo de gracia

“Hoy considero aquella experiencia como una gracia”, dice monseñor Mourad, “una gracia que comenzó el octavo día, justo antes de la puesta del sol”. El arzobispo sirio católico de Homs recuerda que, al final de su primera semana como rehén, recibió la visita del gobernador de Raqqa, sin saber que el hombre que tenía delante era el líder del autodenominado Estado islámico en Siria. “Cuando le pregunté: ¿por qué somos prisioneros? ¿Qué hemos hecho de malo para serlo?“, el líder islamista respondió: “Considera este tiempo como un retiro”.

“Su respuesta conmocionó el resto de mi vida”, subrayó el arzobispo, que admitió que nunca esperó una respuesta así de un líder extremista al frente de uno de los grupos más sanguinarios, un enemigo. “Aunque para un discípulo de Cristo no hay enemigo. Y si lo hay, estamos invitados a amarlo”, exhorta el arzobispo de Homs, “¿cómo se puede amar a un enemigo que quiere matarte y al que tú querrías matar? Ahí está el misterio del amor de Cristo, que se reveló claramente cuando dijo en la cruz: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen'”.

Jacques Mourad se fugó en su quinto mes de detención, ayudado por un joven musulmán que, junto con una quincena de personas, organizó también la huida de decenas de rehenes. “Dios quiso salvarme en este mundo para que pudiera seguir sirviendo y dando testimonio de un importante principio evangélico: si quieres la paz, empieza por abrir tu corazón”.

El martirio del jesuita Frans Van der Lugt

IMG_0229La tumba del padre Frans Van der Lugt

Un año antes del secuestro de Jacques Mourad, también en Homs, el jesuita holandés Frans Van der Lugt fue asesinado en el jardín de su convento. En 2015, el actual arzobispo de Homs sabía, por tanto, exactamente a qué se enfrentaba con sus secuestradores yihadistas. “El padre Frans fue para mí, y para todos los sirios, el ejemplo de fidelidad a su maestro, Jesucristo. Dedicó su vida al amor por Siria y por el pueblo sirio“. Su ejemplo, prosigue monseñor Mourad, es el de Cristo encarnado que lleva a todos el mensaje del amor del Padre, “y la verdadera salvación sólo puede venir a través del amor y del sacrificio de sí mismo”.

Paolo Dall’Oglio, un mártir viviente

El arzobispo de Homs recuerda a continuación a otro jesuita, Paolo Dall’Oglio, del que no se tienen noticias desde 2013. En Roma, en la iglesia de San Ignacio de Loyola, se celebró una misa en el décimo aniversario de su desaparición, el 29 de julio pasado. Monseñor Mourad también participó en la celebración. Él y el padre Dall’Oglio compartieron casi 30 años juntos. Juntos restauraron el monasterio de Mar Moussa. Se conocen desde 1986. “Conocí al padre Paolo como me conozco a mí mismo y le quise como me quiero a mí mismo. Para mí, es un mártir viviente. Es un verdadero mártir viviente, tanto si está muerto como si sigue vivo”.

“Un mártir es alguien que vive siempre en la memoria de la Iglesia”, señala el arzobispo de Homs, “en el corazón de la Iglesia y del pueblo de Dios. El padre Paolo apoyó a tanta gente, explica, que la gente venía de todas partes para conocerle. “Si recopilamos los mensajes y las cartas que recibía o enviaba, podríamos hacer una enciclopedia con ellas”, dice monseñor Mourad, sonriendo. “Era alguien que siempre estaba ahí para todos, tanto para los más jóvenes como para los más mayores; tanto para el creyente como para cualquier otra persona”.

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Padre Paolo Dall’Oglio, al centro, y la comunidad de Mar Moussa; a la izquierda Padre Jacques Mourad

La oración nos ayuda a vivir la libertad que Dios nos ha dado

Hablando de su cautiverio, monseñor Mourad considera que estar prisionero es lo peor que se puede infligir a un ser humano creado a imagen de Dios, creado libre, libre para pensar, libre para hablar, libre para moverse”. “Dios nos ha dado esta gracia”, aclara, y hacer prisionero a un hombre es “un acto contra la voluntad de Dios en su creación”. En este contexto, “la única práctica que nos ayuda a vivir esta libertad esencial es la oración, porque es la oración la que nos permite salir de nosotros mismos para estar con Dios y vivir con los que amamos”. “Puedo dar testimonio de que era lo único que daba sentido a mi detención, a mi vida cotidiana”. Paradójicamente, concluye el prelado, el periodo de mi cautiverio fue “el más generoso de mi vida espiritual, de mi relación con Dios y con la Virgen María”.

Fuente Religión Digital

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Francisco, sobre Paolo Dall’Oglio: “Un espíritu libre, que rechaza los formalismos y las frases de circunstancias”

Martes, 1 de agosto de 2023
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9788868946142-1Una mirada no fundamentalista, sino dulce, llena de esa esperanza” 

El Papa Francisco firma el prefacio del libro “Mi testamento” (Centro Ambrosiano Editrice) del padre Paolo Dall’Oglio, de quien este 29 de julio se cumplen 10 años de su muerte en Siria

En el libro, el jesuita comenta la Regla de la comunidad monástica de Deir Mar Musa, fundada por él

Francisco: “Es conmovedor releer hoy algunos pasajes proféticos de un texto que se parece tanto a un testamento espiritual”

El Papa Francisco firma el prefacio del libro “Mi testamento” (Centro Ambrosiano Editrice) del padre Paolo Dall’Oglio, de quien este 29 de julio se cumplen 10 años de su muerte en Siria. En el libro, el jesuita comenta la Regla de la comunidad monástica de Deir Mar Musa, fundada por él.

Francisco: “Es conmovedor releer hoy algunos pasajes proféticos de un texto que se parece tanto a un testamento espiritual”. El texto del Papa ha sido publicado por el periódico italiano “Sole24Ore”.

PAPA FRANCISCO

Con cierta emoción se repasan las páginas de este libro en el que el padre Paolo Dall’Oglio comenta la Regla de la comunidad monástica de Deir Mar Musa; es decir, relata las profundas intenciones que le habían movido a revivir un antiquísimo monasterio siríaco, que se remonta al siglo VI d.C., recuperando la gran tradición espiritual de los padres del desierto y dándole al mismo tiempo el nuevo sentido de un testimonio del amor de Cristo en el contexto árabe-musulmán.

Mar Musa al-Habashi (San Moisés el Abisinio) fue su criatura, concebida con tanto amor: estas conversaciones con sus hermanos – en torno al sentido de la Regla – transmiten una gran pasión. Un espíritu libre, que rechaza los formalismos y las frases de circunstancias; a veces extremista, como él mismo reconoce con una dosis de auto-ironía. Estas conversaciones revelan también la profundidad de su visión, el punto de partida de su compromiso: “Un monasterio en el desierto – explica con una imagen evocadora – es una luz que se ve desde lejos, es un alto en el camino, una estación en la peregrinación; para nosotros es como la encina de Mambré, donde Dios se convierte en nuestro huésped y nosotros en sus huéspedes”.

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Han pasado diez años desde que perdimos toda noticia del padre Paolo. Con gran valentía había buscado contacto en el norte de Siria con los secuestradores de dos obispos, uno sirio ortodoxo y otro griego ortodoxo, que habían sido secuestrados unas semanas antes. Después llegó la oscuridad. A su familia y amigos se les ha negado hasta ahora incluso el gesto de piedad de un cuerpo devuelto, sobre el que llorar y al que dar digna sepultura. No tenemos palabras para expresar este dolor y somos incapaces de dar un nombre y una razón del odio de sus posibles perseguidores.

Sabemos, sin embargo, lo que él no habría querido: culpar al Islam como tal de su misteriosa y dramática desaparición; renunciar a ese diálogo apasionado en el que siempre creyó con el objetivo de “redimir al Islam y a los musulmanes”, como afirma en uno de los dictados de su Regla. Sobre este punto, el padre Paolo fue muy claro. No ignoraba los problemas, escuchaba las historias de sufrimiento de sus hermanos cristianos árabes, los coptos, los caldeos, los maronitas, los asirios… Pero sentía que su vocación específica y la de su comunidad monástica era el camino de la fraternidad. «Por tanto – afirmaba –, sea cual sea la situación, y teniendo en cuenta lo peor que pueda suceder, queda, para los cristianos llamados por Dios, el papel del amor a todos los musulmanes».

No se trataba de tácticas políticas, sino de la mirada de un misionero que experimenta, ante todo en sí mismo, el poder de la misericordia de Cristo. Una mirada no fundamentalista, sino dulce, llena de esa esperanza que no defrauda porque descansa en Dios. Siempre abierta a una sonrisa. Por eso resulta conmovedor releer hoy algunos pasajes proféticos de un texto que tanto se parece a un testamento espiritual. En particular, cuando el Padre Paolo habla del día de su ofrenda final por Jesús: «Yo digo: nuestra vocación en el contexto musulmán debe estar adornada con una risa de alegría. Y que sea un día de alegría, si Dios quiere, cuando probemos la ofrenda final por Jesús, y pidamos esta gracia; porque es una gracia que nadie puede atribuirse a sí mismo».

Fuente Religión Digital

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