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Sudar las cosas pequeñas

Lunes, 14 de agosto de 2023
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IMG_0217La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Laurel Potter. Laurel enseña teología en la Universidad de St. Thomas en St. Paul, MN. Laurel practica el culto e investiga en colaboración con comunidades eclesiales marginales de El Salvador, donde vivió y trabajó durante varios años.

La lectura litúrgica de hoy del Libro de 1 Reyes contiene una de mis hierofanías bíblicas favoritas, o manifestaciones divinas a los seres humanos: Dios se aparece al profeta Elías, no en un “viento fuerte y pesado”, ni en un terremoto, ni en un fuego. Más bien, un “pequeño sonido de susurro” obliga a Elías a ocultar su rostro en su manto e ir a saludar a Dios a la entrada de la cueva.

Me encanta esta historia porque afirma que lo sagrado puede moverse en los murmullos silenciosos debajo de la superficie. El Espíritu no siempre sopla lenguas de fuego o derriba muros. A veces, son la caricia de una brisa, la calma después de la catástrofe, un silencio que siempre estuvo ahí bajo todo el ruido. Esta manifestación de lo divino propone que hay poder en lo lento y lo pequeño. Me recuerda a las semillas que se abren bajo tierra, al desdoblamiento del pan que crece, al oleaje de un útero preñado. Fuerzas tranquilas que sostienen la vida.

Y, sin embargo, en la lectura del evangelio de hoy, también tenemos una de las expresiones bíblicas más impactantes del poder divino: Pedro y los discípulos están en el mar en una noche oscura y ventosa, temerosos de que su bote pueda volcar. Jesús camina hacia ellos sobre el agua e incluso invita a Pedro a dar unos pasos vacilantes. Aquí vemos el poder divino sobre la tormenta, una gran yuxtaposición a la experiencia de Elías. Casi parece una jactancia, como si Jesús estuviera mostrando lo poco que le afecta la tormenta. Me recuerda otras famosas expresiones bíblicas del poder divino: abrir el Mar Rojo, derribar los muros de Jericó o salvar a Daniel de los leones. Cosas de Dios a lo grande.

En la lucha actual por las vidas queer en nuestras sociedades y nuestra iglesia, necesitamos las grandes cosas de Dios. Me encantaría que un relámpago de otro mundo acabara con las llamadas leyes de “No digas gay” en Florida, o que los baños accesibles, públicos y neutrales al género brotaran del suelo con una ola del bastón de Moses. Necesitamos que Dios esté presente a través de nuestra organización política, nuestras capacitaciones en el lugar de trabajo y nuestras acciones públicas para cambiar mentes y corazones y proteger a nuestra gente queer más vulnerable.

IMG_0216Aún así, las cosas pequeñas también son parte de este mismo movimiento por la vida. Esa línea en el boletín de la iglesia sobre el grupo ministerial LGBTQ+ es importante para alguien que acaba de mudarse a una nueva ciudad y está tratando de entender la iglesia. Poner una calcomanía de Orgullo en su puerta y capacitarse para abrir espacios seguros en su campus, en su lugar de trabajo o en su iglesia es importante para el estudiante, compañero de trabajo o miembro de la congregación que no sabe en quién confiar. Los pronombres en su firma de correo electrónico o presentación personal son importantes para sus contactos que no quieren ser siempre los primeros en compartir los suyos. Es fácil burlarse de estos pequeños pasos como performativos o vacíos, y pueden darse sin un aprendizaje y un cambio continuos. Pero más aún, son pequeños indicios de un futuro extraño divino, signos de otro mundo posible.

Por supuesto, necesitamos mucho más que estas pequeñas señales de nuestro amor y, sin embargo, son afirmaciones necesarias de vida y pertenencia queer. Entonces, esta semana, estoy pensando en la santidad de una calcomanía en la puerta o una línea revisada en un lenguaje repetitivo. Me desafío a mí mismo a apreciar la variedad de formas en que reconocemos y anunciamos la presencia de Dios en nuestro mundo, tanto las grandes cosas de Dios como los pequeños susurros.

—Laurel Potter, 13 de agosto de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Antes de hundirnos”. 13 de agosto de 2023. 19 Tiempo ordinario (A). Mateo 14, 22-33.

Domingo, 13 de agosto de 2023
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284110_247490881939361_1333783_nEs sorprendente la actualidad que cobra en estos tiempos de crisis religiosa el relato de la tempestad en el lago de Galilea. Mateo describe con rasgos certeros la situación: los discípulos de Jesús se encuentran solos, «lejos de tierra firme», en medio de la inseguridad del mar; la barca está «sacudida por las olas», desbordada por fuerzas adversas; «el viento es contrario», todo se vuelve en contra; es «noche cerrada», las tinieblas impiden ver el horizonte.

Así viven no pocos creyentes el momento actual. No hay seguridad ni certezas religiosas; todo se ha vuelto oscuro y dudoso. La religión está sometida a toda clase de acusaciones y sospechas. Se habla del cristianismo como una «religión terminal» que pertenece al pasado; se dice que estamos entrando en una «era poscristiana» (E. Poulat). En algunos nace el interrogante: ¿no será la religión un sueño irreal, un mito ingenuo llamado a desaparecer? Este es el grito de los discípulos al atisbar a Jesús en medio de la tempestad: «Es un fantasma».

La reacción de Jesús es inmediata: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Animado por estas palabras, Pedro hace a Jesús una petición inaudita: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti andando sobre el agua». No sabe si Jesús es un fantasma o alguien real, pero quiere comprobar que se puede caminar hacia él andando, no sobre tierra firme, sino sobre el agua, no apoyándose en argumentos seguros, sino en la debilidad de la fe.

Así vive el creyente su adhesión a Cristo en momentos de crisis y oscuridad. No sabemos si Cristo es un fantasma o alguien vivo y real, resucitado por el Padre para nuestra salvación. No tenemos argumentos científicos para comprobarlo, pero sabemos por experiencia que se puede caminar por la vida sostenidos por la fe en él y en su palabra.

No es fácil vivir de esta fe desnuda. El relato evangélico nos dice que Pedro «sintió la fuerza del viento», «le entró miedo» y «empezó a hundirse». Es un proceso muy conocido: fijarnos solo en la fuerza del mal, dejarnos paralizar por el miedo y hundirnos en la desesperanza.

Pedro reacciona y, antes de hundirse del todo, grita: «Señor, sálvame». La fe es muchas veces un grito, una invocación, una llamada a Dios: «Señor, sálvame». Sin saber ni cómo ni por qué, es posible entonces percibir a Cristo como una mano tendida que sostiene nuestra fe y nos salva, al tiempo que nos dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?».

José Antonio Pagola

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“Mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Domingo 13 de agosto de 2023. 19º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 13 de agosto de 2023
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42-OrdinarioA19Leído en Koinonia:

1Reyes 19,9a.11-13a: Ponte de pie en el monte ante el Señor.
Salmo responsorial: 84: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Romanos 9,1-5: Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos.
Mateo 14,22-33: Mándame ir hacia ti andando sobre el agua.

Entre los primeros profetas de Israel surgen dos figuras que brillan con luz propia: Samuel y Elías. La tradición bíblica les concedió un lugar destacado no sólo por el momento crítico en el que actuaron, sino, sobre todo, por la radicalidad con la que asumieron la causa de Yavé. La teofanía del monte Horeb constituye el centro de lo que se ha llamado el “ciclo de Elías”, es decir, la colección de relatos que tienen como protagonista a este profeta (1R 17,1 – 2R 2,1-12).

En esa época había gran confusión y la fidelidad a Yavé y a sus leyes estaba en entredicho porque el rey había introducido cultos a dioses extranjeros (1R 16,31-32). Los nuevos dioses legitimaban la violencia, la intolerancia y la expropiación como medios para garantizar el poder. Elías levanta su voz en contra de estos atropellos y ve en la sequía que azota al país las consecuencias del castigo divino. Elías, entonces, en medio de persecuciones y amenazas comienza una campaña de purificación de la religión israelita. Sin embargo, sus iniciativas producen el efecto contrario y se agudiza la opresión, la violencia y la persecución.

Cansado y desanimado Elías se dirige al Horeb donde descubre que Dios no se manifiesta en los elementos telúricos –en la tormenta imponente o en el fuego abrazador–, sino en la brisa fresca y suave que le acaricia el rostro y lo invita a tomar otro camino para hacer realidad la voluntad del Señor.

Después de la masacre del monte Carmelo (1R 18,20-40), Elías, sin abandonar la denuncia de las injusticias (1R 21,1-29) y aberraciones (2R 1,1-18), opta por animar a un grupo de discípulos para que continúen su misión (2R 2,1-12). Elías descubrió así que por la vía de la violencia no se consigue nada, ni siquiera aunque sea a favor de causas justas. La fuerza de la espada puede imponer el parecer de un grupo de personas, pero no puede garantizar la paz, el respeto y la justicia.

El evangelio nos muestra otra tentación en la que pueden caer los seguidores de Jesús cuando no están seguros de los fundamentos de su propia fe. La escena de la «tormenta calmada» nos evoca la imagen de una comunidad cristiana, representada por la barca, que se adentra en medio de la noche en un mar tormentoso. La barca no está en peligro de hundirse, pero los tripulantes se abandonan a los sentimientos de pánico. Tal estado de ánimo los lleva a ver a Jesús que se acerca en medio de la tormenta, como un fantasma salido de la imaginación. Es tan grande el desconcierto que no atinan a reconocer en él al maestro que los ha orientado en el camino a Jerusalén. La voz de Jesús calma los temores, pero Pedro llevado por la temeridad se lanza a desafiar los elementos adversos. Pedro duda y se hunde, porque no cree que Jesús se pueda imponer a los «vientos contrarios», a las fuerzas adversas que se oponen a la misión de la comunidad.

Este episodio del evangelio nos muestra cómo la comunidad puede perder el horizonte cuando permite que sea el temor a los elementos adversos el que los motiva a tomar una decisión y no la fe en Jesús. La temeridad nos puede llevar a desafiar los elementos adversos, pero solamente la fe serena en el Señor nos da las fuerzas para no hundirnos en nuestros temores e inseguridades. Al igual que Elías, la comunidad descubre el auténtico rostro de Jesús en medio de la calma, cuando el impetuoso viento contrario cede y se aparece una brisa suave que empuja las velas hacia la otra orilla.

Nuestras comunidades están expuestas a la permanente acción de vientos contrarios que amenazan con destruirlas; sin embargo, el peligro mayor no está fuera, sino dentro de la comunidad. Las decisiones tomadas por miedo o pánico ante las fuerzas adversas nos pueden llevar a ver amenazadores fantasmas en los que deberíamos reconocer la presencia victoriosa del resucitado. Únicamente la serenidad de una fe puesta completamente en el Señor resucitado nos permite colocar nuestro pie desnudo sobre el mar impetuoso. El evangelio nos invita a enfrentar todas aquellas realidades que amenazan la barca animados por una fe segura y exigente que nos empuja como suave brisa hacia la orilla del Reino. Leer más…

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13.8.23. Dom 19 TO. Tras la JMJ: Echar lastre por la borda o hundirse en el agua (Mt 14, 22-33)

Domingo, 13 de agosto de 2023
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IMG_0200Del blog de Xabier Pikaza: 

Este domingo, tras alimentar a los suyos con pan multiplicado y peces de mar, Jesús hace que Pedro y su gente monten en barca, mientras él sube a la montaña para orar.  Se desata la tormenta, brama el mar, Jesús parece un fantasma y Pedro va hundiéndose entre las olas.

Este es el tema, que expongo en secciones. (a) Una exégesis breve del texto, según Comentario Mt. (b) Una lista de lastres para aligerar. Que suba Jesús a la barca.

 (a) EXÉGESIS BREVE:  IGLESIA EMBRAVECIDA, PEDRO SE HUNDE (14, 22-33).

 Acabada la “alimentación” (JMJ, Lisboa) Jesús manda a sus discípulos  que vuelvan en barca al otro lado (cf. texto paralelo de Mc 6, 45-53):

14 22 Y de pronto obligó a sus discípulos para a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. 23 Y, después de despedir a la gente, subió a la montaña a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.

24 Mientras tanto, la barca que se había alejado ya muchos estadios de la tierra, se hallaba sacudida (sufriendo mucho) por las olas, porque el viento era contrario. 24 Y a la cuarta vigilia de la noche se les acercó Jesús, andando sobre el agua. 26 Pero los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se aterrorizaron, diciendo que era un fantasma, y gritaron de miedo. 27 Pero Jesús les habló en seguida: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!

28 Y Pedro, contestándole, le dijo: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.” 29 Él le dijo: “Ven”. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; 30 pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame. 31 En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado? 32 En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. 33 Los de la barca se postraron ante él, diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios [1].

       Éste es  un signo pascual: Los discípulos navegan por la noche sobre el lago, en medio de un mar movido por vientos contrarios, mientras Jesús ha quedado orando en la montaña (altura de Dios), para venir después tras ellos, caminando como un fantasma sobre el agua:

Una presencia en la noche (14, 22-23).Conforme a una tradición común al Nuevo Testamento (cf. Jn 17; Hebr 10), el Jesús pascual sigue orando (cf. 14, 23), sobre la montaña de su entrega y promesa mesiánica, intercediendo por los que han comido y de un modo especial por los discípulos en la noche. En ese contexto de misión eclesial arriesgada ha desplegado Mateo, partiendo del texto precedente de Mc 6, 45-52, su más alta visión de Jesús y de la Iglesia, pasando del desierto, donde amenazaba el hambre, al mar donde sigue dominando el miedo, con motivos que vienen del Éxodo (paso del Mar Rojo). En ese fondo, Jesús parece un fantasma   o aparición en la noche, sobre los terrores del mar. Así han imaginado a Jesús muchos cristianos, así le han presentado, sin duda, muchos adversarios de la iglesia.

Yo soy, palabra de Dios (14, 24-27).Los discípulos se asustan, como fuera de sí, y en ese contexto se entiende la respuesta de Jesús que dice, Yo Soy, asumiendo la más honda palabra y definición de Yahvé  Dios israelita (Ex 3, 14), a quien él representa. Éste es, sin duda, un “yo soy” pregnante, como en Mc 6, 50 (cf. 22, 32, como palabra de Dios). Este Yo soy da fuerza a sus discípulos para que sigan remando en la barca de la iglesia, en la que destaca la confianza y miedo de Pedro, que quiere caminar sobre las aguas. Esta presencia divina de Jesús, que es asistencia y acción pascual en el camino de la iglesia, hace que podamos llamarle Señor  (kyrie) adorarle con los primeros discípulos, sabiendo que él es Hijo de Dios, como terminará diciendo la escena.

‒ Atrevimiento y miedo de Pedro (14, 28-31).Mateo añade sobre Marcos, este motivo de Pedro que quiere caminar sobre las aguas. Esta “aventura” de Pedro que sale de la barca, para caminar como el Jesús glorioso, pero que se hunde en su miedo y grita, es una escena simbólica, que evoca la fe y terror de Pedro en la primera etapa de la misión cristiana, su deseo de arrojarse como Jesús y con Jesús en el duro mar del mundo (misión universal), y su falta de seguridad en algunos momentos decisivos. Conforme a este relato, Pedro ha pedido a Jesús que le mande caminar sobre las aguas, mostrando así su atrevimiento, y Jesús le ha respondido “ven”; pero Pedro tiene miedo y es incapaz de seguir, y así vacila, y corre el riesgo de perecer, pero Jesús le toma de la mano y le lleva de nuevo a la barca, con el resto de los discípulos.

‒ Una rica tradición. Esta imagen de Pedro caminando con recelo sobre el agua, con miedo de hundirse, pero ayudado por Jesús, forma parte de una intensa experiencia de la Iglesia antigua, que ha reconocido a Pedro, con los otros tres discípulos del principio (Mt 4, 18-22) como pescador de hombres, hombre experto en la tarea misionera vinculada con la “pesca milagrosa”, que tiene sin duda un sentido de apertura a la misión universal de la Iglesia, tal como han puesto de relieve, de formas distintas pero complementarias Lc 5, 1-11 y Jn 22

Realmente eres Hijo de Dios. Jesús les ha dicho “Yo soy”, no tengáis miedo (14, 37), él ha tomado a Pedro por la mano y le ha sostenido en medio de la tormenta del mar, de manera que cuando han subido ambos (Pedro y Jesús, estando ya los dos en la barca) pudo amainar y amainó el viento. Este es el momento de la confesión de los discípulos, que adoran a Jesús y dicen: “En verdad, tú eres Hijo de Dios” (theou huis ei) Éste es el principio de la confesión cristiana, proclamada ahora por todos (no sólo por Pedro, como en 16, 16), en este contexto pascual de epifanía en la gran tormenta del mar. Ésta es la confesión que el mismo Pedro retomará y proclamara en nombre de todos los discípulos en el entorno de Cesarea de Felipe, pasando del plano de una epifanía cósmica al paso del camino eclesial.

       En El mensaje del evangelio ha culminado de algún modo y se condensa en las escenas anteriores, vinculadas entre sí, desde el miedo de Herodes que confunde a Jesús con el Bautista a quien mató, hasta el gesto de los discípulos que le adoran como Señor pascual desde el mar airado.

(B) 13 LASTRES  PARA ALIGERAR LA BARCA, QUE PUEDA SUBIR ENTRAR JESÚS EN ELLA

               Jesús ora sobre la montaña (parece no ocuparse de los suyos) mientras la barca de la Iglesia corre el riesgohundirse  en el temporal del siglo XXI, a pesar de todo lo que Francisco ha dicho en Lisboa, como “calentón” o fervorín de un momento, para que estemos tranquilos, pensando que todo va bien, mientras la barca se hunde.   En ese contexto, Jesús aparece como un fantasma, caminando sobre el abismo de las aguas… y Pedro le dice que él también quiere caminar y así empieza, queriendo sostenerse en el mar, pero no puede, tiene tiene miedo, grita, grita. Jesús le agarra de la mano y le lleva de nuevo a la barca, para que se encuentre allí seguro, con el resto de la Iglesia. Esta “escapada” de Pedro que ha querido salir de la barca, para andar como el Jesús glorioso, pero que se hunde en su miedo y grita… ha sido estudiada con rigor por los exegetas de turno. La mayor parte piensa que se trata de una escena simbólica, que evoca el deseo de mando y el terror de Pedro que quiere andar solo… Pero Jesús le ha tomado de la mano y le ha llevado de nuevo a la barca de la Iglesia, con el resto de los discípulos, para retomar de esa manera la navegación del conjunto de la comunidad.

En las reflexiones que siguen he querido aplicar este pasaje a la situación del Papa, que también parece aventurarse a salir fuera de la barca, para estar a solas con Jesús sobre el mar airado, resolviendo los problemas de la Iglesia (a solas con Jesús), mientras el resto de los discípulos siguen reunidos en la Barca y se mantienen en ella con gran miedo (o la abandonan buscando a nado la orilla).

Ésta es una interpretación quizá un poco sesgada, pero sirve para destacar   los poderes de un Papa que tiene más poder que el que tuvo Jesús, un poder que tiene sus aspectos buenos pero que, en este momento, pueden convertirse en “lastre”, peso muerto que hay que arrojar por la borda, para que suba y entre Jesús, única autoridad de la Iglesia.

   Jesús puede caminar y camina entre el viejo y las olas, porque va sin lastres, ligero de equipaje, sin más autoridad que el amor, en libertad….

            Pedro ve a Jesús caminando sobre el agua  y quiere imitarle pero no puede, pues lleva en sus espaldas y en su tiara todo el peso de una iglesia hecha de pesos y cargas. Mientras no eche todo su lastre, y quede así desnudo, en amor y humanidad, como Jesús, no podrá caminar sobre las olas.  Un dicho castellano  afirma que sólo podemos caminar de verdad desnudos y con las manos en los bolsillos, bailando de amor…

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Jesús reza, los discípulos reman, Pedro se hunde. Domingo 19. Ciclo A.

Domingo, 13 de agosto de 2023
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tempestad-calmadaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj: 

¿Tienes la impresión de que la Iglesia, tu parroquia, tu comunidad religiosa, se va a pique? ¿Te apetece acercarte a Jesús, pero temes perder pie a mitad de camino? Estas experiencias las tuvieron los primeros cristianos. Mateo les dio respuesta en lo que hoy nos cuenta.

La tempestad calmada y el viento en contra

            Hay dos episodios en los evangelios bastante parecidos, aunque muy diferentes. Se parecen en el escenario (una barca en medio del lago de Galilea en circunstancias adversas) y en los protagonistas (Jesús y los discípulos). Se diferencian en que, en el primer caso, la barca está a punto de zozobrar y los discípulos corren peligro de muerte; en el segundo, sólo se enfrentan a un fuerte viento en contra que hace inútiles todos sus esfuerzos.

            Traducido a la experiencia de nuestros días, la tempestad calmada recuerda a numerosas comunidades cristianas, sobre todo de África y Oriente Medio, que se ven amenazadas de muerte y gritan a Jesús: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». El viento en contra hace pensar en tantas otras comunidades, especialmente de occidente, que luchan contra viento y marea, cada vez con menos fuerzas, y sin ver resultados tangibles.

            El primer episodio, la tempestad calmada, tiene un claro paralelo en el Salmo 107 (106), 23-32, donde los navegantes gritan a Dios en el peligro y él los salva; en el evangelio, los discípulos gritan a Jesús y es este quien los salva.

            El segundo episodio, el de la barca con viento en contra y Jesús caminando sobre el agua, no me recuerda ningún episodio del Antiguo Testamento. Sin embargo, está tan anclado en la primitiva tradición cristiana que no sólo lo cuentan Marcos y Mateo, sino incluso Juan, que generalmente va por sus caminos. Es muy curioso que Lucas omita esta escena: probablemente pensó que presentar a Jesús caminando sobre el agua y confundido con un fantasma iba a plantear a sus cristianos más problemas que beneficios.

El relato de Mateo 14,22-33

            Se inspira en el de Marcos, pero introduciendo cambios muy significativos. Podemos dividirlo en cuatro escenas.

Primera escena: Jesús se separa de los discípulos

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

            Hablando en términos cinematográficos, es un montaje en paralelo. Inmediatamente después de la comida, Jesús obliga a sus discípulos a embarcarse, mientras él despide a la gente. Pero, cuando la despide, no va en busca de sus discípulos, sube «solo» a rezar. Mateo acentúa que Jesús desea verse libre de todos para ponerse en contacto con el Padre. Esa oración será muy larga, desde el anochecer hasta la cuarta vigilia (entre las 3 y las 6 de la noche). Sin embargo, no sabemos qué dice, cómo reza. Lo importante para Mateo no es conocer el misterio sino proponernos un ejemplo que imitar. Mientras, los discípulos navegan con grandes dificultades durante todas esas horas hasta quedar «a muchos estadios de tierra» (Juan dice que a unos 25-30 estadios, 5-6 km, lo que supone en mitad del lago). A nivel simbólico, se contraponen dos mundos: el de la intimidad con Dios (Jesús orando) y el de la dura realidad (los discípulos remando). Ha sido Jesús el que los ha abandonado a su destino.

Segunda escena: Jesús se acerca a los discípulos

De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida:  

― ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!

            Mateo cuenta con asombrosa naturalidad y sencillez algo inaudito: el hecho de que Jesús se acerque caminando sobre el lago. En la cultura del Antiguo Oriente, donde el mar simboliza las fuerzas del caos (como el tsunami), caminar sobre el agua demuestra su poder sorprendente. Pero los discípulos no reaccionan con la misma naturalidad: se asustan, porque piensan que es un fantasma, tienen miedo, gritan. Es la única vez que se usa en el Nuevo Testamento el término “fantasma”, que en griego clásico se aplica a los espíritus que se aparecen, o a «las visiones fantasmagóricas de mis ensueños» (Esquilo, Los siete contra Tebas, 710). Es la única vez que Jesús provoca en sus discípulos un pánico que los hace gritar de miedo. Es la única vez que les dice «¡animaos!». Una escena peculiar sobre la que volveremos más adelante.

Tercera escena: Jesús y Pedro

             Pedro le contestó:

― Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.

Él le dijo:

― Ven.

Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: 

― Señor, sálvame.

En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:

― ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?

            Quien conoce los relatos de Marcos y Juan advierte aquí una gran diferencia. En esos dos evangelios, Jesús sube a la barca y el viento se calma. En cambio, Mateo introduce una escena exclusivamente suya, que subraya la relación especial entre Jesús y Pedro. Igual que en otros pasajes de su evangelio, Mateo aporta rasgos de la personalidad de Pedro que justifican su importancia posterior dentro del grupo de los Doce. Pero no ofrece una imagen idealizada, sino real, con virtudes y defectos. Su decisión de ir hacia Jesús caminando sobre el agua lo pone por encima de los demás, igual que ocurrirá más adelante en Cesarea de Filipo. Pero Pedro muestra también su falta de fe y su temor. Incluso entonces, es salvado por la intervención de Jesús. Dentro de la sobriedad de Mateo, esta escena llama la atención por la abundancia de detalles expresivos, que adquieren su punto culminante en la imagen de Jesús alargando la mano y agarrando a Pedro.

Cuarta escena: confesión de los discípulos (32-33)

En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres hijo de Dios.»

Marcos termina su relato diciendo que los discípulos «no cabían en sí de estupor, pues no habían entendido lo de los panes, ya que tenían la mente obcecada» (Mc 6,51-52). Mateo introduce un cambio radical: los discípulos no se asombran, sino que se postran ante Jesús y confiesan: «realmente eres hijo de Dios». Esta actitud y estas palabras significan un gran avance. Anteriormente, en el relato de la tempestad calmada (Mt 8,23-27), los discípulos terminan preguntándose: «¿Quién será éste que hasta el viento y el agua le obedecen?». Desde entonces, el conocimiento más profundo de Jesús ha provocado un cambio en ellos. Ya no se preguntan quién es; confiesan abiertamente que es «hijo de Dios», y lo adoran. Este título se lo han aplicado ya el Padre durante el bautismo, el diablo en las tentaciones, y los endemoniados gadarenos (8,29). No podemos interpretarlo con toda la carga teológica que le dio más tarde el Concilio de Calcedonia (año 451). También el centurión que está junto a Jesús en la cruz reconoce que «este hombre era hijo de Dios». Lo que quiere expresar este título es la estrecha vinculación de Jesús con Dios, que lo sitúa a un nivel muy superior al de cualquier otro hombre. De aquí a confesar la filiación divina de Jesús sólo queda un paso.

Anticipando la gloria de Jesús resucitado.

            Este relato, tal como lo cuenta Mateo, ofrece tres datos curiosos: 1) el cuerpo de Jesús desafía las leyes físicas; 2) los discípulos no reconocen a Jesús, lo confunden con un fantasma; 3) Jesús, a pesar del poder que manifiesta, trata a los apóstoles con toda naturalidad.

            Estos tres detalles son típicos de los relatos de apariciones de Jesús resucitado: 1) su cuerpo aparece y desaparece, atraviesa muros, etc.; 2) ni la Magdalena, ni los dos de Emaús, ni los siete a los que se aparece en el lago, reconocen a Jesús; 3) Jesús resucitado nunca hace manifestaciones extraordinarias de poder, habla y actúa con toda naturalidad.

            Por consiguiente, lo que tenemos en Mateo (no en Marcos) es algo muy parecido a un relato de aparición de Jesús resucitado. ¿Qué sentido tiene en este momento del evangelio? Anticipar su gloria. Igual que el relato de la muerte de Juan Bautista, contado poco antes, anticipa su pasión, su maravilloso caminar sobre el agua anticipa su resurrección.

Sentido eclesial y personal

            Desde antiguo, se ha visto en la barca una imagen de la Iglesia, metida por Jesús en una difícil aventura y, aparentemente, abandonada por él en medio de la tormenta. Este sentido, que estaba ya en Marcos, lo completa Mateo con un aspecto más personal, al añadir la escena de Pedro: el discípulo que, confiando en Jesús, se lanza a una aventura humanamente imposible y siente que fracasa, pero es rescatado por el Señor. En la imagen de Pedro podían reconocerse muchos apóstoles y misioneros de la Iglesia primitiva, y podemos vernos también a nosotros mismos en algunos instantes de nuestra vida: cuando parece que todos nuestros esfuerzos son inútiles, cuando nos sentimos empujados y abandonados por Dios, cuando nosotros mismos, con algo de buena voluntad y un mucho de presunción, queremos caminar sobre el agua, emprender tareas que nos superan. Ellos vivenciaron que Jesús los agarraba de la mano y los salvaba. La misma confianza debemos tener nosotros.

La primera lectura

            Ha sido elegida porque en ella Dios se revela en la brisa suave, después del viento huracanado, el fuego y el terremoto. En el evangelio, después de la tormenta, cuando Jesús sube a la barca, el viento amaina. Este paralelismo no impide que la lectura resulte algo traída por los pelos.

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Domingo XIX del Tiempo Ordinario. 13 Agosto, 2023

Domingo, 13 de agosto de 2023
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TO-D-XIX


“Jesús les dijo en seguida: -¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!

Pedro le contestó: -Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.”

(Mt 14, 22-33)

Jesús siempre resuelve “marchándose a orar”. Ora ante las adversidades pero ora también después de los éxitos y los aplausos. El evangelio de hoy es la escena que sigue a la multiplicación de los panes y los peces.

Jesús se había marchado a un lugar apartado, pero la gente le había seguido. Al ver a la gente Jesús se conmueve, se olvida de su cansancio y preocupaciones. Se olvida también de su tristeza (se había retirado al enterarse de la muerte de Juan Bautista). Y se pone a curar y cuidar a la gente.

Ve la debilidad de la gente y no se desentiende. Les da de comer. Aquella multitud estaría encantada y agradecida. Pero Jesús no se deja “atrapar” por la euforia de la gente. Ahora que han comido despide a la gente y él se retira a orar.

Ni el cansancio, ni el éxito, ni las preocupaciones le despistan. Después de un día tenso, triste y de afanoso trabajo curando y atendiendo a la gente, pasa buena parte de la noche orando.

Lo bueno y lo malo, todo lo pasa por la oración. El encuentro con Abba es imprescindible. Vital. No hay excusas.

¿Qué sucedería con el cristianismo si los cristianos sintiéramos una necesidad de la oración como la que tenía Jesús? ¿Cómo sería nuestra vida si tuviéramos una relación con Dios como la que tenía Jesús?

Es una pena que hayamos opuesto acción y contemplación, como si fueran dos cosas diferentes. La oración y la acción son los dos pies que nos permiten caminar tras la huellas de Jesús.

Si la oración no te moviliza ante el dolor humano no es encuentro con Dios Trinidad. Y si las actividades sociales no te llevan directamente a los brazos del Dios tampoco harás presente el Reino, el Rostro de Dios.

No podemos andar sobre las aguas tempestuosas de nuestra historia sin haber hecho crecer nuestra confianza en la intimidad de la oración. Y no venceremos nuestros miedos si nuestra oración no se convierte en un lugar ancho y dilatado en el que quepan todos los sufrimientos y las alegrías humanas.

Oración

Trinidad Santa, ¡mándanos ir hacia ti! Desde nuestra oración y desde nuestra acción.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Buscar seguridades externas es arruinar la fe-confianza.

Domingo, 13 de agosto de 2023
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walkonwaterDOMINGO 19 (A)

Mt 14, 22-33

Este relato se parece más a los relatos de apariciones pascuales. Algunos exégetas sugieren que puede tratarse de un relato de Jesús resucitado, que han colocado más tarde en el contexto de la vida real. La primera lectura nos empuja a una interpretación espiritual. Tanto Elías como Pedro reciben una lección. Los dos habían hecho un Dios a su imagen y semejanza. La experiencia les dice que Dios no se puede meter en conceptos y que es siempre más de lo que creemos. Nunca se identifica con lo que pensamos de Él.

Además de Mt, lo narra Mc y Jn. Los tres lo sitúan después de la multiplicación de los panes. En Mc y Mt, Jesús manda a los discípulos embarcar y marchar a la otra orilla; pero el verbo griego deja entrever cierta imposición. En Jn, la iniciativa es de los discípulos. Los tres presentan a Jesús subiendo a la montaña para orar. En los tres relatos, Jesús camina sobre el agua. También coinciden en señalar el miedo de los discípulos; Mt y Mc dicen que gritaron. La respuesta de Jesús es la misma: Soy yo, no tengáis miedo.

El monte es el lugar de la divinidad. Como Moisés la segunda vez que sube al Sinaí, va solo. Nadie le sigue a la esfera de lo divino. La multitud solo piensa en comer. Los apóstoles piensan en medrar. Para superar esa tentación, Jesús se pone a orar. Orar es darse cuenta de lo que hay de Dios en él para poder vivirlo. Es muy interesante descubrir que Jesús necesita de la oración, desbaratando así la idea simplista que tenemos de que él era Dios sin más. Jesús tiene necesidad de momentos de auténtica contemplación.

Jesús sube a lo más alto. Los discípulos bajan hasta el nivel más bajo. Esperan encontrar allí las seguridades que Jesús les niega al no aceptar ser rey. En realidad, encuentran la oscuridad, la zozobra, el miedo. Las aguas turbulentas representan las fuerzas del mal. Son el signo del caos, de la destrucción, de la muerte. Jesús camina sobre todo esto. En el AT se dice que solo Dios puede caminar sobre el dorso del océano. Al caminar Jesús sobre las aguas, manifiesta que domina sobre las fuerzas del mal.

En el relato se aprecia la visión que de Jesús tenía aquella primera comunidad. Era verdadero hombre y como tal, tenía necesidad de la oración para descubrir lo que era y superar la tentación de quedarse en lo material. Al caminar sobre el mar, está demostrando que era también verdadero Dios. La confesión final es la confirmación de esta experiencia. Esta confesión apunta también a un relato pascual, porque solo después de la experiencia de resurrección, confesaron los apóstoles la divinidad de Jesús.

La barca es símbolo de la nueva comunidad. Las dificultades que atraviesan los apóstoles son consecuencia del alejamiento de Jesús. Esto se aprecia mejor en el evangelio de Jn, que deja muy claro que fueron ellos los que decidieron marcharse sin esperar a Jesús. Se alejan malhumorados porque Jesús no aceptó las aclamaciones de la gente. Pero Jesús no les abandona y va en su busca. Para ellos Jesús es un “fantasma”; está en las nubes y no pisa tierra. No responde a sus intereses y es incompatible con sus pretensiones. Su cercanía y muestra de cariño les hacen descubrir el verdadero Jesús.

El miedo es el primer efecto de toda teofanía. El ser humano no se encuentra a gusto en presencia de lo divino. Hay algo en esa presencia de Dios que le inquieta. La presencia del Dios auténtico no da seguridades, sino zozobra; seguramente porque el verdadero Dios no se deja manipular, es incontrolable y nos desborda. La respuesta de Jesús a los gritos es una clara alusión al episodio de Moisés ante la zarza. El “ego eimi” (yo soy) en boca de Jesús es una clara alusión a su divinidad. Juan lo utiliza con mucha frecuencia.

El episodio de Pedro merece una mención especial ya que tiene mucha miga. Pedro siente una curiosidad inmensa al descubrir que su amigo Jesús se presenta con poderes divinos, y quiere participar de ese mismo privilegio. “Mándame ir hacia ti, andando sobre el agua”; que es lo mismo que decir: haz que yo participe del poder divino como tú. Pero Pedro quiere lograrlo por arte de magia, no por una transformación personal. Jesús le invita a entrar en la esfera de lo divino y participar de ese verdadero ser: ¡ven!

En todas las épocas ha habido hombres que han descubierto esa presencia de Dios. Pedro representa aquí, a cada uno de los discípulos que no han comprendido las claves del seguimiento. Jesús no revindica para sí esa presencia divina, sino que da a entender que todos estamos invitados a esa participación. Pedro camina sobre el agua mientras está mirando a Jesús; se empieza a hundir cuando mira a las olas. No está preparado para acceder a la esfera de lo divino porque no es capaz de prescindir de las seguridades.

El verdadero Dios no puede llegar a nosotros desde fuera ni a través de los sentidos. No podemos verlo ni oírlo ni tocarlo, ni olerlo ni gustarle. Tampoco llegará a través de la especulación y los razonamientos. Dios no tiene más que un camino para llegar a nosotros: nuestro propio ser. Su acción no se puede “sentir”. Esa presencia de Dios, solo puede ser vivida. El budismo tiene una frase, a primera vista tremenda: “si te encuentras con el Buda, mátalo”. Podíamos decir si te encuentras con dios, mátalo. Ese dios es falso, es una creación tuya. Si lo buscas fuera de ti, estas persiguiendo un fantasma.

También hoy, el viento es contrario, las olas son inmensas, las cosas no salen bien y encima, es de noche y Jesús nos está presente. Todo apunta a la desesperanza. Pero resulta que Dios está donde menos lo esperamos: en medio de las dificultades, en medio del caos y de las olas, aunque nos cueste tanto reconocerlo. La gran tentación ha sido siempre que se manifestará de forma precisa. Seguimos esperando de Dios el milagro. Dios no está en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Es apenas un susurro.

Hoy tenemos que afrontar la misma disyuntiva. O mantener a toda costa nuestro ídolo, o atrevernos a buscar el verdadero Dios. La tentación sigue siendo la misma, mantener el ídolo que hemos pulido y alicatado desde la prehistoria. La consecuencia es clara: nunca encontraremos al Dios verdadero. Esta es la causa de que se alejen de las instituciones los que mejor dispuestos están. Los que no aceptan los falsos dioses que nos empeñamos en venderles. Se encuentran muy a gusto con ese “dios” los que no quieren perder las falsas seguridades que les dan los ídolos fabricados a nuestra medida.

El ser humano ha buscado siempre el Dios todopoderoso que hace y deshace a capricho, que empleará esa omnipotencia en favor suyo, si cumplo determinadas condiciones. Si en la religión buscamos seguridades, estamos tergiversando la verdadera fe-confianza. Dios no puede darme ni prometerme nada que no sea Él mismo. Ni como Iglesia ni como individuos debemos poner nuestra meta en las seguridades externas. Las seguridades, que con tanto ahínco busca nuestro yo, son el mayor peligro para llegar a Dios.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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En torno a los milagros.

Domingo, 13 de agosto de 2023
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mateo-14-22-33

Mt 14, 22-33

«¡Animo!, que soy yo; no temáis»

A algunos creyentes del siglo XXI, los milagros nos desconciertan e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en muchas ocasiones preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús.

El recelo que sentimos está justificado, porque sabemos que los evangelistas no dudan en violentar la historia para comunicar mejor su fe. Sabemos también que en su época los hechos milagrosos eran muy bien admitidos, y que con ellos se vestía la actividad de los personajes extraordinarios. Y nos preguntamos: ¿Habrán inventado los evangelistas estos relatos, o bien su fama de sanador se remonta al Jesús histórico?…

Hasta bien entrada la Ilustración los milagros afianzaban la fe de los creyentes, pues no osaban poner en duda su autenticidad. También contribuía a esta aceptación la cristología “descendente” habitual en esa época, pues si Jesús era “Dios encarnado”, no tenía nada de particular que efectuase hechos milagrosos.

Pero en el siglo XVIII —el siglo de las luces— los milagros fueron rechazados de plano por grandes filósofos de la ilustración como Spinoza, Hume y Voltaire, lo cual es un hecho lógico, porque desde una mentalidad ilustrada, los milagros repugnan a la razón humana; son meros vestigios de una época en que se atribuía lo desconocido a poderes ocultos o a la misma divinidad. En ese ambiente escéptico nació un “dogma” de gran aceptación que ha llegado hasta nosotros: “El hombre moderno no puede creer en los milagros”.

Quizá su formulación más conocida sea la de Rudolf Bultmann: «Es imposible utilizar la luz eléctrica y la radiofonía y servirse de los modernos avances médicos y quirúrgicos, y al mismo tiempo creer las palabras del Nuevo Testamento sobre los milagros» … Pero según una encuesta de opinión publicada en 1989 por el prestigioso instituto Gallup, el 82% de los americanos cree que “incluso hoy, los milagros son realizados por el poder de Dios”, y sólo el 6% rechaza por completo la idea de que todavía hoy Dios realiza milagros. Y claro, esto nos hace sospechar que una cosa es lo que se piensa en ambientes académicos o círculos intelectuales, y otra, lo que piensa la gente (¿los sabios y los sencillos?) …

En cualquier caso, y a la vista de los datos que hoy poseemos, parece lógico admitir que los evangelios narran hechos de Jesús que sus contemporáneos calificaron de milagros. Jesús arrastraba multitudes no sólo por su predicación, sino por sus curaciones, y a ellas debió buena parte de su fama. Parece, también, que esta misma fama creó en torno suyo una leyenda que multiplicó sus hechos milagrosos, y que los evangelistas recogieron por igual las tradiciones de hechos sucedidos y las leyendas que nacieron de estos hechos (como multiplicar los panes, andar sobre las aguas o calmar tempestades).

Pero lo más importante para nosotros es el significado de los milagros, y en este punto nos vamos a remitir una vez más a Ruiz de Galarreta: «Jesús cura ante todo porque es compasivo; porque le importa el sufrimiento de la gente. Sus acciones muestran su corazón, y a través de él vemos “los sentimientos de Dios”. Será un aspecto fundamental de nuestra fe: conocer el amor de Dios en el corazón de Jesús».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¡Ánimo! soy yo, no temáis.

Domingo, 13 de agosto de 2023
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jesus-camina-sobre-las-aguas-4Mt 14, 22-33

Todos compartimos –más allá del tiempo y del espacio en el que nos hallemos- la misma bella y frágil naturaleza humana. Por eso, aunque las circunstancias que  nos rodean son diferentes y ciertamente éstas pueden favorecernos o dificultar nuestro seguimiento a Jesús, a poco que ahondemos en nosotros mismos, reconoceremos que los verdaderos obstáculos para vivir centrados en Dios y comprometidos con su Reino no nos vienen de fuera sino que brotan de nuestro propio interior.

Los miedos acompañan nuestra vida cotidiana. Quien se pregunta honestamente ¿qué temo? reconoce sin duda una pequeña o gran lista de miedos que le habitan. Tenemos miedo al mañana y a veces al hoy. Miedo a lo desconocido. Miedo a lo diferente. Miedo a los otros e incluso miedo a nosotros mismos…

Ahora bien, lo relevante para un creyente no son los miedos. La cuestión es ser capaces de acogerlos, reconocer de dónde vienen y afrontarlos para que no paralicen nuestro seguimiento a Jesús y nuestra pasión por su causa.

En el evangelio de hoy Mateo describe con detalle la escena. Los discípulos acaban de vivir junto a Jesús uno de los acontecimientos más señalados en los evangelios: la multiplicación de los peces y los panes (cf. 14, 13-21). Han descubierto que organizarse desde las claves de Jesús (la compasión ante el sufrimiento de los demás; la acogida y atención a todos, incluidos quienes no cuentan en la sociedad; la solidaridad y el compartir; el trabajo en equipo…) favorece la vida, sacia el hambre y alegra el corazón de todos. Esta experiencia les ha fortalecido y animado después de un momento de duda en el que llegaron a solicitar a Jesús que despidiera a la gente, temerosos de encontrarse con una situación que desbordara sus posibilidades.

Quizás por eso, cuando el Maestro les envía por delante hacia la otra orilla, todos obedecen sin poner objeción. Pero la ausencia de Jesús se les hace insostenible. Mateo muestra con claridad que este tiempo de ausencia es muy significativo. Jesús les insta a “adelantarse” mientras despide a la gente, pero la realidad es que luego sube al monte para orar a solas y que al llegar la noche aún estaba allí. También indica que la barca ya estaba muy lejos de la orilla y que no es hasta el final de la noche cuando regresa junto a ellos.

Seguramente las primeras comunidades cristianas, al igual que nosotros hoy, se identificarían fácilmente con ese grupo de discípulos embarcados en medio de una tormenta que sacude con fuerza su barca. Vivir con Jesús ausente requiere confianza absoluta, esperanza firme y capacidad para descubrirle presente en su ausencia. En el envío que recibimos de Él a ir hacia la otra orilla es fácil que nuestra barca se tambalee por los oleajes de los miedos y que estos nos hagan ver fantasmas que nos impidan reconocerle resucitado y caminando a nuestro lado.

La palabra de Jesús resuena con autoridad en medio de la crisis: ¡Ánimo, soy yo, no temáis!Son sus palabras la que sacan a Pedro de la situación de parálisis en la que se halla. El texto no señala que las aguas se calmen en ningún momento. Lo que nos dice es que Pedro suplica poder ir hacia Él a pesar y en medio del fuerte oleaje y del viento contrario. La fe y el estar encaminado hacia el Señor (el texto nos indica que Pedro iba hacia Jesús) lo sostienen con tanta fuerza que le es posible caminar sobre las aguas. Sobre esas mismas aguas que poco antes habían tambaleado sus certezas y le habían hecho confundir a su Maestro con un fantasma.

Todavía hay algo más. Pedro comienza a hundirse de nuevo cuando vuelve a dudar y a dejarse llevar por los miedos. “Pero al ver la violencia del viento se asustó”…  Mateo indica claramente el por qué: el miedo crece en intensidad cuando Pedro desvía su mirada, cuando deja de tener sus ojos fijos en Jesús y mira al viento contrario.

Hoy la Palabra nos da la oportunidad de reconocer nuestros propios miedos para acogerlos desde la confianza absoluta de que Jesús, el Señor, camina a nuestro lado hasta en las situaciones más límites y dolorosas. En el encuentro sereno con Él podemos experimentar que nos tiende su brazo para que no nos hundamos en nuestros temores y dificultades. Él nos dará la fuerza necesaria para arriesgarnos por aquellos caminos que nos parecen intransitables.

Sigamos adelante con los ojos fijos no en nosotros mismos, ni siquiera en nuestra pequeña o gran barca, sino en el Señor que conduce la Historia y nuestros pasos, en el Hijo de Diosque nos hace estar siempre de travesía con el fin de anunciar su Buena Noticia y sanar a los enfermos (cf. 14, 34-36).

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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Del miedo a la confianza.

Domingo, 13 de agosto de 2023
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IMG_0176Domingo XIX del Tiempo Ordinario

13 agosto 2023

Mt 14, 22-33

El miedo, en cuanto respuesta adaptativa que aparece en situaciones de peligro y que compartimos con los animales, es un mecanismo de defensa que nos permite afrontar la amenaza y protegernos. En este sentido, es una respuesta normal que facilita la adaptación y, en último término, la supervivencia.

Sin embargo, ese mecanismo instintivo se vuelve patológico cuando es desproporcionado y repetitivo. En tales casos, se activa con demasiada frecuencia. La persona vive instalada en el miedo habitual y lo siente de un modo exagerado, aun en presencia de estímulos carentes de peligrosidad. Aparecen así las diferentes fobias, las crisis de pánico, en definitiva, los miedos fantasmas y el miedo al miedo.

El miedo es una respuesta adaptativa. Sin embargo, cuando es desproporcionado, paraliza y genera sufrimiento incesante y con frecuencia agudo. El salto del miedo normal (positivo) al miedo patológico se produce a partir de experiencias más o menos traumáticas y de la elaboración mental de las mismas. Por decirlo brevemente: el miedo patológico es “creado” por la mente. A raíz de experiencias que se vivieron como amenazantes y no se resolvieron adecuadamente, la mente construye unas lecturas totalmente desajustadas, que ven peligros y amenazas por doquier. Son precisamente estas “creencias irracionales” las que explican los miedos excesivos y habituales, que generan tanto sufrimiento inútil.

Lo opuesto al miedo es la confianza. Cuando un niño crece en un clima de seguridad afectiva, desarrolla una confianza básica en la vida y en sí mismo, en la que puede hacer pie, manteniendo alejados los miedos irracionales. Cuando, por el contrario, careció de aquella seguridad básica, sobre todo en el inicio de su existencia, el miedo sustituye a la confianza, hasta el punto de colorear toda la personalidad. Es lo que expresó el filósofo Thomas Hobbes cuando escribió: “El día que yo nací, mi madre parió gemelos: yo y mi miedo”.

El miedo requiere un tratamiento psicológico específico, dependiendo de diferentes factores. Pero siempre es posible cultivar la confianza, con un doble trabajo: psicológico y espiritual. La comprensión profunda (espiritual) abre a la confianza en el Fondo de lo real (lo único realmente real); el trabajo psicológico potencia la confianza en sí mismo. En la medida en que crecemos en confianza, el miedo irracional disminuirá notablemente, permitiéndonos vivir de una manera más serena, descansada y plena.


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿Dónde está Dios hoy? En los 19000 niños ucranianos deportados

Domingo, 13 de agosto de 2023
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IMG_0196Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

 Dos cuestiones nos ofrece la Palabra de hoy:

  1. Dios no está en los grandes alardes religiosos, en los huracanes eclesiásticos, ni en la fuerza. Dios está en la vida sencilla, en la suave brisa, a veces en los acotecimientos trágicos
  2. La barca, la Iglesia sufre tempestades y galernas siempre. También hoy. Quien importa que esté presente es Cristo. No tengáis miedo, soy yo…

01.- ¿Dios pasa por nuestra vida?

    El profeta Elías ha huido de la reina Jezabel, porque ésta quería sustituir a Yahvé por Baal (dios pagano). Elías quiere ser fiel a Yahvé, a Dios, por eso marcha al monte Horeb (Sinaí), allí se esconde en una cueva a la espera de que Dios pase por su vida.

Elías esperaba que el Dios fuerte pasara quizás en el viento huracanado, pero allí no estaba Dios, tal vez Dios manifestara su ser en la violencia del terremoto, quizás en la fuerza destructiva del fuego, pero Dios tampoco estaba en la prepotencia.

    Elías pensaba destruir a Jezabel y su poder con un Dios fuerte, un huracán, un terremoto, con el fuego destructor. Son elementos cósmicos y simbólicos de un Dios prepotente, altanero.

    ¿Dónde está Dios?

En el campo de concentración de Auschwitch en un cierto momento diezmaron a los allí prisioneros.

Los judíos del campo de concentración fueron obligados a presenciar la ejecución.

Entre los fusilados estaba un niño.

En voz baja, alguien entre los judíos asistentes preguntaba: Dios, ¿dónde está Dios?

Otro le respondió, ahí, en ese niño fusilado…

Dios está silenciosamente en la vida cotidiana: a veces en la suave brisa, a veces en el silencio, en ocasiones en la noche oscura, en la enfermedad, en los acontecimientos cotidianos y no pocas veces trágicos.

    Muchas veces buscamos a Dios en los ritos hieráticos y solemnes del templo, en las grandes concentraciones de gente o en apariciones espectaculares.

Dios está en la brisa de todos los días.

Dios está en los 19.000 niños ucranianos deportados, en los miles y miles de niños y mayores que viven muriendo de hambre. Dios está en las personas que humildemente ayudan a los demás: comedores sociales, en los bancos de alimentos, en los barcos que tratan de recuperar a los que pasan en pateras, Dios está en la apertura de fronteras a los emigrantes. Dios está en los enfermos, en las depresiones, en los hospitales. Dios está en las tareas humildes de los padres de familia, en el trabajo de los obreros.

Dios está en la creación, en la naturaleza, sacramento de Dios…

02.- Tempestades en la vida.

    Las tres veces que aparece el simbolismo de la barca y la tempestad en el lago (Mt 14,22-36; 16, 5-12; Mc 4,36) son relatos eclesiales, de dificultades en la Iglesia naciente y en todo momento histórico de la Iglesia, incluida la actual.

  • La barca es la Iglesia, el arca de Noé, donde se salva el ser humano de los naufragios de la vida
  • Las tempestades son los problemas, los hundimientos, las rupturas tanto personales como eclesiásticas, las búsquedas de poder, el fanatismo dogmático y moral que generan algunos obispos y cardenales.

Podemos evocar nuestras propias galernas y rupturas eclesiales. (Oriente: Constantinopla y Occidente: Roma en el 1054; la ruptura entre Roma y el naciente protestantismo en el siglo XVI).

No olvidemos la propia división y ausencia de sintonía (comunión) en nuestra propia diócesis

v 22: LES MANDÓ QUE SUBIERAN A LA BARCA.

    Jesús invita a los suyos a “embarcarse” en la Iglesia como “lugar” de salvación. Lo repetía el papa Francisco: cómo me gustaría que la Iglesia fuese un hospital donde se curan las heridas  de la vida.

    Se abren muchas cuestiones que no es momento de tratar. ¿Realmente la Iglesia, nuestra diócesis es un hogar amable, salvífico en el que se cura y no se hurga cada vez más en las heridas?

    ¿Conseguirá la sinodalidad llegar a hacer de la Iglesia un “arca de Noé” salvífica?

    La Iglesia es la barca, el arca de Noé donde se salvó la humanidad y, en cierto sentido, el universo.

v 25. DE NOCHE, JESÚS SE ACERCÓ.

    Estos textos están escritos en el seno de unas comunidades que habían experimentado ya al Señor resucitado. No se trata de una tormenta oceanográfica en el lago, sino que con una cierta majestuosidad, Xto resucitado domina el abismo, la muerte, el caos.

    Cuatro veces aparece la expresión: “caminar sobre las aguas” (vv 25.26.28.29). Con Cristo no somos engullidos por el abismo. La vida es caminar entre muchos vendavales y aguas abismales.

    Si Cristo está en la barca o está con nosotros, no nos hundimos. La Iglesia saldrá a flote si le dejamos sitio a Cristo no a una línea ideológico-eclesiástica de turno. El único imprescindible en la barca es Cristo. Todo y todos los demás somos pobres gentes con más pretensiones de poder que de salvación.

    Nos hará bien en las galernas y en las noches de la Iglesia mirar a Cristo, mirar al Reino de Cristo.

v 25. ANIMO, SOY YO, NO TENGÁIS MIEDO.

    Muchas veces aparece esta expresión que manifiesta la actitud de Jesús: no tengáis miedo, no temas pequeño rebaño, confiad

    Cuando el miedo está tan extendido en la barca de Pedro: sea por amenazas morales, canónicas, sea por totalitarismos eclesiásticos, a lo mejor es que estamos lejos del Señor que nos dice: ánimo, soy yo, no temáis.

    El “soy yo” evoca el Éxodo: Yo soy el que soy y recuerda toda la cristología del Evangelio de Juan: YO SOY el pan, la vid, el camino, la verdad, la vida… Que “el que es” se nos acerque, nos hace bien.

    La confianza en el Señor nos confiere el coraje y la osadía, la audacia para confiar en lo que los temporales parecen destrozar.

v 31 JESÚS LE TENDIÓ LA MANO, LO AGARRÓ.

    Jesús tiende siempre la mano, no deja nunca a nadie en la estacada.

    Tanto en las borrascas personales como en las eclesiásticas no perdamos la fe: ¡hombres de poca fe! Confiemos: ¡Señor sálvame!

vv 32-33 SUBIERON A LA BARCA – ERES HIJO DE DIOS.

    Subieron a la barca, a la Iglesia y allí vivieron con gozo y confesaron su fe: Verdaderamente eres Hijo de Dios.

    Donde Cristo está presente, hay salvación, serenidad y ahí se puede vivir la confianza, la fe en Él.

Soy yo, no tengáis miedo

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“Caminar sobre el agua”. 09 de agosto de 2020. 19 Tiempo ordinario (A). Mateo 14, 22-33.

Domingo, 9 de agosto de 2020
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284110_247490881939361_1333783_nSon muchos los creyentes que se sienten hoy a la intemperie, desamparados en medio de una crisis y confusión general. Los pilares en los que tradicionalmente se apoyaba su fe se han visto sacudidos violentamente desde sus raíces. La autoridad de la Iglesia, la infalibilidad del papa, el magisterio de los obispos, ya no pueden sostenerlos en sus convicciones religiosas. Un lenguaje nuevo y desconcertante ha llegado hasta sus oídos creando malestar y confusión, antes desconocidos. La «falta de acuerdo» entre los sacerdotes y hasta en los mismos obispos los ha sumido en el desconcierto.

Con mayor o menor sinceridad son bastantes los que se preguntan: ¿Qué debemos creer? ¿A quién debemos escuchar? ¿Qué dogmas hay que aceptar? ¿Qué moral hay que seguir? Y son muchos los que, al no poder responder a estas preguntas con la certeza de otros tiempos, tienen la sensación de estar «perdiendo la fe».

Sin embargo, no hemos de confundir nunca la fe con la mera afirmación teórica de unas verdades o principios. Ciertamente, la fe implica una visión de la vida y una peculiar concepción del ser humano, su tarea y su destino último. Pero ser creyente es algo más profundo y radical. Y consiste, antes que nada, en una apertura confiada a Jesucristo como sentido último de nuestra vida, criterio definitivo de nuestro amor a los hermanos y esperanza última de nuestro futuro.

Por eso se puede ser verdadero creyente y no ser capaz de formular con certeza determinados aspectos de la concepción cristiana de la vida. Y se puede también afirmar con seguridad absoluta los diversos dogmas cristianos y no vivir entregado a Dios en actitud de fe.

Mateo ha descrito la verdadera fe al presentar a Pedro, que «caminaba sobre el agua» acercándose a Jesús. Eso es creer. Caminar sobre el agua y no sobre tierra firme. Apoyar nuestra existencia en Dios y no en nuestras propias razones, argumentos y definiciones. Vivir sostenidos no por nuestra seguridad, sino por nuestra confianza en él.

José Antonio Pagola

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“Mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Domingo 09 de agosto de 2020. 19º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 9 de agosto de 2020
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42-OrdinarioA19Leído en Koinonia:

1Reyes 19,9a.11-13a: Ponte de pie en el monte ante el Señor.
Salmo responsorial: 84: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Romanos 9,1-5: Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos.
Mateo 14,22-33: Mándame ir hacia ti andando sobre el agua.

Entre los primeros profetas de Israel surgen dos figuras que brillan con luz propia: Samuel y Elías. La tradición bíblica les concedió un lugar destacado no sólo por el momento crítico en el que actuaron, sino, sobre todo, por la radicalidad con la que asumieron la causa de Yavé. La teofanía del monte Horeb constituye el centro de lo que se ha llamado el “ciclo de Elías”, es decir, la colección de relatos que tienen como protagonista a este profeta (1R 17,1 – 2R 2,1-12).

En esa época había gran confusión y la fidelidad a Yavé y a sus leyes estaba en entredicho porque el rey había introducido cultos a dioses extranjeros (1R 16,31-32). Los nuevos dioses legitimaban la violencia, la intolerancia y la expropiación como medios para garantizar el poder. Elías levanta su voz en contra de estos atropellos y ve en la sequía que azota al país las consecuencias del castigo divino. Elías, entonces, en medio de persecuciones y amenazas comienza una campaña de purificación de la religión israelita. Sin embargo, sus iniciativas producen el efecto contrario y se agudiza la opresión, la violencia y la persecución.

Cansado y desanimado Elías se dirige al Horeb donde descubre que Dios no se manifiesta en los elementos telúricos –en la tormenta imponente o en el fuego abrazador–, sino en la brisa fresca y suave que le acaricia el rostro y lo invita a tomar otro camino para hacer realidad la voluntad del Señor.

Después de la masacre del monte Carmelo (1R 18,20-40), Elías, sin abandonar la denuncia de las injusticias (1R 21,1-29) y aberraciones (2R 1,1-18), opta por animar a un grupo de discípulos para que continúen su misión (2R 2,1-12). Elías descubrió así que por la vía de la violencia no se consigue nada, ni siquiera aunque sea a favor de causas justas. La fuerza de la espada puede imponer el parecer de un grupo de personas, pero no puede garantizar la paz, el respeto y la justicia.

El evangelio nos muestra otra tentación en la que pueden caer los seguidores de Jesús cuando no están seguros de los fundamentos de su propia fe. La escena de la «tormenta calmada» nos evoca la imagen de una comunidad cristiana, representada por la barca, que se adentra en medio de la noche en un mar tormentoso. La barca no está en peligro de hundirse, pero los tripulantes se abandonan a los sentimientos de pánico. Tal estado de ánimo los lleva a ver a Jesús que se acerca en medio de la tormenta, como un fantasma salido de la imaginación. Es tan grande el desconcierto que no atinan a reconocer en él al maestro que los ha orientado en el camino a Jerusalén. La voz de Jesús calma los temores, pero Pedro llevado por la temeridad se lanza a desafiar los elementos adversos. Pedro duda y se hunde, porque no cree que Jesús se pueda imponer a los «vientos contrarios», a las fuerzas adversas que se oponen a la misión de la comunidad.

Este episodio del evangelio nos muestra cómo la comunidad puede perder el horizonte cuando permite que sea el temor a los elementos adversos el que los motiva a tomar una decisión y no la fe en Jesús. La temeridad nos puede llevar a desafiar los elementos adversos, pero solamente la fe serena en el Señor nos da las fuerzas para no hundirnos en nuestros temores e inseguridades. Al igual que Elías, la comunidad descubre el auténtico rostro de Jesús en medio de la calma, cuando el impetuoso viento contrario cede y se aparece una brisa suave que empuja las velas hacia la otra orilla.

Nuestras comunidades están expuestas a la permanente acción de vientos contrarios que amenazan con destruirlas; sin embargo, el peligro mayor no está fuera, sino dentro de la comunidad. Las decisiones tomadas por miedo o pánico ante las fuerzas adversas nos pueden llevar a ver amenazadores fantasmas en los que deberíamos reconocer la presencia victoriosa del resucitado. Únicamente la serenidad de una fe puesta completamente en el Señor resucitado nos permite colocar nuestro pie desnudo sobre el mar impetuoso. El evangelio nos invita a enfrentar todas aquellas realidades que amenazan la barca animados por una fe segura y exigente que nos empuja como suave brisa hacia la orilla del Reino. Leer más…

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Dom 6.VIII.2020. Dom 19 año. Ciclo A. Sal de tu cueva: Tiempo de conversión (Elías, Jesús,Iglesia)

Domingo, 9 de agosto de 2020
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sal-de-tu-cueva-23-638Del blog de Xabier Pikaza:

La primera lectura del domingo (1 Reyes 19, 9-13) dice que Elías, profeta fracasado del fuego y la ira, subió hasta la cueva del Monte de Dios, llamado Horeb, esperando su respuesta:

Y vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y rompe las peñas… pero el Señor no estaba en el huracán. Vino después un terremoto; pero el Señor no estaba allí tampoco. Vino un gran incendio, pero el Señor no era incendio. Pero Dos le dijo:¡Sal de la cueva! Y Elías salió y sintió brisa suave y, al sentirla, descubrió que Dios estaba en el aliento amoroso de la vida.

Esta fue la conversión de Elías, saliendo de la cueva de la “ira de Dios”, que era su ira (fuego, terremoto, huracán)… En esa línea sitúa el evangelio la conversión de Jesús, nuevo Elías, que supera la ira de Dios para abrirnos el camino de su brisa creadora  de paz. Ante esa brisa más fuerte que todos los huracanes, incendios y terremotos nos sitúa la liturgia de este domingo, que dice a la Iglesia (nos dice): ¡Sal de tu cueva!.

1. Elías, una tradición antigua.

26411a0ffa6759f1d4e9d982cf5b5b6b258b14c1_hq    En tiempos de la gran apostasía de Israel se alzó Elías, con el fuego de Dios y con su espada, para  matar a todos los falsos profetas. De es forma llamó a Dios desde su cueva, apelando al terremoto, al huracán y al fuego , queriendo exterminar con violencia a los  enemigos de la verdad.

Pero fracasó,  no pudo matar a todos… y por eso subió a la cueva de Dios y le invocó como terremoto, incendio y huracán… Pero del Dios verdadero de Horeb no estaba en la cuevas… y le dijo: ¡Sal! Y Elías salió, y descubrió a Dios en la brisa creadora de la vida.

    La historia comenzó sobre el Monte Carmelo, donde Elias preparó el sacrificio de Dios, para matar a todos los contrarios. Llamó a Dios, y creyó que Dios venía con el fuego y con el rayo:

«Elías dijo: respóndeme, oh Yahvé; respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú, Yahvé, eres Dios… Entonces cayó fuego de Yahvé, que consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo; y lamió el agua que estaba en la zanja. Al verlo toda la gente, se postraron sobre sus rostros y dijeron:  ¡Yahvé es Dios! ¡Yahvé es Dios! Entonces Elías les dijo: ¡Prended a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno de ellos! Los prendieron, y Elías los hizo descender al arroyo de Quisón, y allí los degolló (1 Rey 18, 37-40).

Pero después de haber matado a los malos profetas, las cosas seguían como antes… Y por eso Elías decidió presentarse ante Dios, en el monte Horeb,  como nuevo Moisés, buscándole  también allí como huracán, terremoto y fuego.

117239086_1616978245146028_6321832694430261551_nEl camino era duro, cuarenta días de desierto, sin pan ni agua, y en medio de la marcha se sintió cansando e invocó a la muerte: «¡Basta ya, oh Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no soy mejor que mis padres! Se recostó bajo una retama y se durmió (para morir)» (1 Rey 19, 4-5). Pero Dios no respondió a la llamada de la muerte: no quiso acogerle en medio de la marcha y del cansancio, sino que le ofreció comida (pan y agua) para que siguiera en su camino. Así siguió caminando hacia la montaña de Dios, cuarenta días y cuarenta noches.

«Allí se metió en la cueva, donde pasó la noche. Y he aquí que vino a él la palabra de Yahvé, que le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías? Y él respondió: He sentido un vivo celo por Yahvé, Dios de los Ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida» (1 Rey 19, 9-10).

 Elías quiere justificarse: ha venido ante Dios para pedirle cuentas y ahora está allí los dos, frente a frente: Elías, el hombre del fuego de Dios (cf. 1 Rey 18, 38-39; 2 Rey 1, 10.12) y el Dios que parece haberse olvidado de su fuego. Pero entonces Dios le manda que ponga en pie, que salga de la cueva y que vea, que sienta, que discierna:

«Un grande y poderoso huracán destrozaba las montañas y rompía las peñas delante de Yahvé, pero no Yahvé no estaba en el huracán. Después del viento vino un terremoto, pero Yahvé no estaba en el terremoto. Después del terremoto hubo un fuego, pero Yahvé no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa apacible y delicada. Y sucedió que al oírlo Elías, cubrió su cara con su manto, y salió y estuvo de pie a la entrada de la cueva. Y he aquí, vino a él una voz, y le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías?» (1 Rey 19, 11-13).

117194178_1616977995146053_4135192767152055859_nEn un primer momento se ha manifestado el Dios de Elías, que se expresa en los signos de ira y destrucción que él habría imaginado: este es el Dios del huracán, de terremoto y del fuego. Pues bien, éste no era el Dios verdadero, el que ha guiado a los israelitas lo largo de la historia. El verdadero Dos está en la brisa suave, después que han pasado los signos de la teofanía destructora, del volcán y del incendio, del huracán y el terremoto del Horeb.

Y de esa forma, saliendo de la cueva, Elías descubre al Dios del viento suave, de la brisa de amor, del agua de la vida. Éste es el Dios que le dice a Elías que vuelva, que empiece de nuevo:

«Ve, regresa por tu camino, por el desierto, a Damasco. Cuando llegues, ungirás a Hazael como rey de Siria. También ungirás como rey de Israel a Jehú hijo de Nimsí; y ungirás a Eliseo hijo de Safat, de Abel-Mejola, como profeta en tu lugar… Pues me he reservado en Israel a siete mil hombres que no han doblado las rodillas ante Baal, ni le han besado con sus labios» (1 Rey 19, 15-18).

Allí donde Elías pensaba que todo se hallaba terminado, tiene que volver para empezar de nuevo, poniendo en marcha nuevos caminos de historia en los reinos de Siria y de Israel que estaban enfrentados. Elías, profeta viejo y cansado, en diálogo con Dios sobre el monte del Horeb, vendrá a ser nuevamente mensajero de Dios en medio de la historia.

            El Dios de Elías debía revelarse a través de los signos de la ira y destrucción que él habría imaginado (como hará más tarde Juan Bautista: cf. Mt 3, 7-12). Pero el nuevo Elías de la Montaña sagrada descubrirá que el verdadero Dios, que ha guiado a los israelitas a lo largo de la historia, es brisa suave de amor creador. Si esta presencia del Dios de Elías la historia de Israel sería incomprensible.

     Este Elías convertido se volverá profeta verdadero, sanador de niños, protector de viudas, hombre de paz sobre la tierra. La Biblia nos hace pasar de esa manera del primer Elías, profeta del juicio y del fuego (como destacará la tradición de Juan Bautista: cf. Mt 3, 9-12), al Elías amigo y sanador carismático, que resucita al hijo de una viuda extranjera. Su discípulo Eliseo, curará de “lepra” a Naamán, general sirio, enemigo oficial de los israelitas (cf. 2 Rey 5).

2. Jesús, un profeta como Elías… La conversión de Jesús

baptemeJesús y Elías están relacionados con el Norte de Israel. También Jesús empezó siendocomo Elías un hombre celoso por la identidad de Dios (Yahvé, el Señor, es el único…),  y se fue a bautizar con Juan, el profeta del huracán, del hacha y del fuego de Dios en el Jordán:

 Juan Bautista, “al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. .. Ya viene el más fuere que yo, él os destruirá con el huracán de Dios y con el fuego de su incendio… 12 Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga» (Mt 3, 7-12)

Jesús fue donde Juan Bautista…, esperando la llegada del Dios del fuego de la ira, del huracán y el terremoto, con el hacha en la mano, para destruir a todos los perversos… Pero cuando se bautizó en el aliento de ese Dios y salió del agua del Jordán descubrió que Dios era la brisa suave de una paloma aleando, y la voz de un Padre-amigo que le decía: Tú eres mi Hijo…(Mt 3, 16-17)

 Ésta fue la conversión de Jesús, el paso del Dios de la cueva (huracán, terremoto, hacha destructora) al Dios de la brisa de amor y de vida.

 Es muy posible que el mismo Jesús, al principio de su actividad, estuviera buscando al primer Elías, vinculado al sacrificio del Carmelo y al fuego de Dios, lo mismo que como Juan Bautista). Pero después, en la gran experiencia de su  bautismo,  Jesús descubrió al verdadero Dios, como Elías en el Monte Horeb, d  como brisa suave (espíritu de vida), en las aguas del Jordán.

Había querido conocer al Dios del Juicio, junto a Juan Bautista (profeta del fuego, del huracán y del agua destructora), pero encontró y escuchó al Dios de la palabra suave (de la brisa y del Espíritu), que le llamaba “Hijo” y le enviaba a realizar una obra de liberación amorosa, de paz de paloma, de brisa de amor. Este sería el tema de fondo de. Mc 1, 10-12 y par (cf. Mt 3, 1-2; Lc 3, 1-9).

Así podríamos hablar de una “conversión” de Jesús, que pasa del primer Elías al segundo,  del Elías del fuego de Dios en el Carmelo, al Elías de la brisa suave del Horeb, saliendo de la cueva, para empezar en Galilea su tarea de profeta carismático, al servicio de la llegada del reino de Dpos, que se expresa en la curación de los enfermos. Jesús no habría abandonado el signo de Elías, sino que lo habría reinterpretado (como supone su respuesta a la pregunta de los discípulos de Juan Bautista, en Mt 11, 2-4).

En este contexto se sitúa la decisión de Jesús, que vuelve a Galilea y busca a unos discípulos par ponerse al servicio de los pobres, anunciándoles el Reino y sanando sus enfermedades. Las curaciones de Jesús han surgido de su contacto con los enfermos, pero ellas se inspiran en las historias de Elías y Eliseo, profetas carismáticos, sanadores de enfermos.

 3. Jesús y Elías. Un signo abierto

 No sabemos si Jesús había desplegado previamente capacidades sanadoras (antes de haber ido donde Juan Bautista), aunque podemos suponer que no, pues, de lo contrario, no se entendería bien su estancia ante el Jordán, en la línea del primer Elías. Todo nos permite suponer que Jesús descubrió y desarrolló su poder de sanación tras el bautismo y en este contexto se entiende su nueva relación con Elías. También Juan había asumido, al parecer, ciertos rasgos de Elías, pero sobre todo en línea de juicio (sin milagros). En contra de eso, Jesús pondrá de relieve los aspectos sanadores Elías y Eliseo, profetas del Norte de Israel, cuyas tradiciones estaban relacionadas con Galilea y sus alrededores (como indica la historia de la sunamita, en 2 Rey 4, 8-37, y la de la viuda de Sarepta, en 1 Rey 17, 9-25).

Juan Bautista se sitúa más en la línea de un Elías juez, profeta del agua y del fuego, portador de la ira de Dios en el Carmelo (cf. 1 Rey 18). En esa perspectiva, los cristianos dirán que Juan, precursor de Jesús, se identificaba con Elías, con no sólo por su forma de vestir (Mc 1, 6 cf. 2 Rey 1, 8), sino por su manera de anunciar el juicio, añadiendo así que Elías ya había venido y se había mostrado por Juan, precediendo a Jesús, para preparar su camino (cf. Mc 9, 13; ésta es la lectura cristiana de Mc 1, 7-8 par; cf. también Lc 1, 76).

Jesús Galileo se relaciona más con Elías sanador, y así aparece no sólo en la “resurrección” del hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-16), ciudad cercana a Sunem (donde Eliseo había resucitado al hijo único de la sunamita), sino en la línea del texto programático de Lc 4, 24-28, donde Jesús compara sus milagros con los de Elías/Eliseo y viene a presentarse de esa forma como nuevo Elías: alguien que es capaz de encender una esperanza de Reino o nueva humanidad, por sus curaciones.

En esa segunda perspectiva han de entenderse dos pasajes muy significativos de la tradición cristiana. (a) La transfiguración (Mc 9, 2-9), donde. Elías se aparece a Jesús, al lado de Moisés, para ofrecerle su testimonio y para acompañarse en su camino profético de Reino. (b) La cruz (Mc 15, 35-36), donde Jesús murió dando un grito muy fuerte, de forma que algunos pensaron que llamaba a Elías. Pero el evangelista supone que Jesús no pudo llamar a Elías, sino a Dios, diciendo: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?

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 Lógicamente, la iglesia ha pensado que Jesús murió llamando a Dios, pero ha podido seguir pensando que en el fondo él repetía el mismo gesto de Elías que subió al Horeb para preguntarle a Dios: ¿Por qué me has desamparado? (cf. 1 Rey 18, 10; Mc 15, 34). Tanto Elías como Jesús han llamado a Dios desde su “fracaso”; tanto a Elías como a Jesús ha respondido Dios, de formas convergentes. A Elías le dice que anuncie su presencia en Siria y en todo el oriente. A Jesús le dice  que suba a Jesús, curando, abriendo un camino de vida por encima de la muerte.

De la conversión de Jesús, nuevo Elías de brisa fuerte de Dios, vive la iglesia. Sin una conversión fuerte, sin salir de su cueva de miedo y violencia sagrada (apelando al hacha, al terremoto, al huracán…) la iglesia no será camino y promesa del Dios de Jesús sobre la tierra. Por eso, la palabra clave, sigue siendo: Sal de tu cueva.

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Jesús reza, los discípulos reman, Pedro se hunde. Domingo 19. Ciclo A.

Domingo, 9 de agosto de 2020
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tempestad-calmadaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 

¿Tienes la impresión de que la Iglesia, tu parroquia, tu comunidad religiosa, se va a pique? ¿Te apetece acercarte a Jesús, pero temes perder pie a mitad de camino? Estas experiencias las tuvieron los primeros cristianos. Mateo les dio respuesta en lo que hoy nos cuenta.

La tempestad calmada y el viento en contra

Hay dos episodios en los evangelios bastante parecidos, aunque muy diferentes. Se parecen en el escenario (una barca en medio del lago de Galilea en circunstancias adversas) y en los protagonistas (Jesús y los discípulos). Se diferencian en que, en el primer caso, la barca está a punto de zozobrar y los discípulos corren peligro de muerte; en el segundo, sólo se enfrentan a un fuerte viento en contra que hace inútiles todos sus esfuerzos.

Traducido a la experiencia de nuestros días, la tempestad calmada recuerda a numerosas comunidades cristianas, sobre todo de África y Oriente Medio, que se ven amenazadas de muerte y gritan a Jesús: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» El viento en contra hace pensar en tantas otras comunidades, especialmente de occidente, que luchan contra viento y marea, cada vez con menos fuerzas, y sin ver resultados tangibles.

El primer episodio, la tempestad calmada, tiene un claro paralelo en el Salmo 107 (106), 23-32, donde los navegantes gritan a Dios en el peligro y él los salva; en el evangelio, los discípulos gritan a Jesús y es este quien los salva.

Pero el segundo episodio, el de la barca con viento en contra y Jesús caminando sobre el agua, no me recuerda ningún episodio del Antiguo Testamento. Sin embargo, está tan anclado en la primitiva tradición cristiana que no sólo lo cuentan Marcos y Mateo, sino incluso Juan, que generalmente va por sus caminos. Es muy curioso que Lucas omita esta escena: probablemente pensó que presentar a Jesús caminando sobre el agua y confundido con un fantasma iba a plantear a sus cristianos más problemas que beneficios.

El relato de Mateo 14,22-33

Se inspira en el de Marcos, pero introduciendo cambios muy significativos. Podemos dividirlo en cuatro escenas.

Primera escena: Jesús se separa de los discípulos

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

Hablando en términos cinematográficos, es un montaje en paralelo. Inmediatamente después de la comida, Jesús obliga a sus discípulos a embarcarse, mientras él despide a la gente. Pero, cuando la despide, no va en busca de sus discípulos, sube «solo» a rezar. Mateo acentúa que Jesús desea verse libre de todos para ponerse en contacto con el Padre. Esa oración será muy larga, desde el anochecer hasta la cuarta vigilia (entre las 3 y las 6 de la noche. Sin embargo, no sabemos qué dice, cómo reza. Lo importante para Mateo no es conocer el misterio sino proponernos un ejemplo que imitar. Mientras, los discípulos navegan con grandes dificultades durante todas esas horas has quedar «a muchos estadios de tierra» (Juan dice que a unos 25-30 estadios, 5-6 km, lo que supone en mitad del lago). A nivel simbólico, se contraponen dos mundos: el de la intimidad con Dios (Jesús orando) y el de la dura realidad (los discípulos remando). Ha sido Jesús el que los ha abandonado a su destino.

Segunda escena: Jesús se acerca a los discípulos

De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida:  

― ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!

Mateo cuenta con asombrosa naturalidad y sencillez algo inaudito: el hecho de que Jesús se acerque caminando sobre el lago. En la cultura del Antiguo Oriente, donde el mar simboliza las fuerzas del caos (como el sunami), caminar sobre el agua demuestra su poder sorprendente. Pero los discípulos no reaccionan con la misma naturalidad: se asustan, porque piensan que es un fantasma, tienen miedo, gritan. Es la única vez que se usa en el Nuevo Testamento el término “fantasma”, que en griego clásico se aplica a los espíritus que se aparecen, o a «las visiones fantasmagóricas de mis ensueños» (Esquilo, Los siete contra Tebas, 710). Es la única vez que Jesús provoca en sus discípulos un pánico que los hace gritar de miedo. Es la única vez que les dice «¡animaos!». Una escena peculiar sobre la que volveremos más adelante.

Tercera escena: Jesús y Pedro

Pedro le contestó:

― Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.

Él le dijo:

― Ven.

Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: 

― Señor, sálvame.

En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:

― ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?

Quien conoce los relatos de Marcos y Juan advierte aquí una gran diferencia. En esos dos evangelios, Jesús sube a la barca y el viento se calma. Pero Mateo introduce una escena exclusivamente suya, que subraya la relación especial entre Jesús y Pedro. Igual que en otros pasajes de su evangelio, Mateo aporta rasgos de la personalidad de Pedro que justifican su importancia posterior dentro del grupo de los Doce. Pero no ofrece una imagen idealizada, sino real, con virtudes y defectos. Su decisión de ir hacia Jesús caminando sobre el agua lo pone por encima de los demás, igual que ocurrirá más adelante en Cesarea de Filipo. Pero Pedro muestra también su falta de fe y su temor. Incluso entonces, es salvado por la intervención de Jesús. Dentro de la sobriedad de Mateo, esta escena llama la atención por la abundancia de detalles expresivos, que adquieren su punto culminante en la imagen de Jesús alargando la mano y agarrando a Pedro.

Cuarta escena: confesión de los discípulos (32-33)

En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»

Marcos termina su relato diciendo que los discípulos «no cabían en sí de estupor, pues no habían entendido lo de los panes, ya que tenían la mente obcecada» (Mc 6,51-52). Mateo introduce un cambio radical: los discípulos no se asombran, sino que se postran ante Jesús y confiesan: «realmente eres Hijo de Dios». Esta actitud y estas palabras significan un gran avance. Anteriormente, en el relato de la tempestad calmada (Mt 8,23-27), los discípulos terminan preguntándose: «¿Quién será éste que hasta el viento y el agua le obedecen?» Desde entonces, el conocimiento más profundo de Jesús ha provocado un cambio en ellos. Ya no se preguntan quién es; confiesan abiertamente que es «hijo de Dios», y lo adoran. Este título se lo han aplicado ya el Padre durante el bautismo, el diablo en las tentaciones, y los endemoniados gadarenos (8,29). No podemos interpretarlo con toda la carga teológica que le dio más tarde el Concilio de Calcedonia (año 451). También el centurión que está junto a Jesús en la cruz reconoce que «este hombre era hijo de Dios». Lo que quiere expresar este título es la estrecha vinculación de Jesús con Dios, que lo sitúa a un nivel muy superior al de cualquier otro hombre. De aquí a confesar la filiación divina de Jesús sólo queda un paso.

Anticipando la gloria de Jesús resucitado.

Este relato, tal como lo cuenta Mateo, ofrece tres datos curiosos: 1) el cuerpo de Jesús desafía las leyes físicas; 2) los discípulos no reconocen a Jesús, lo confunden con un fantasma; 3) Jesús, a pesar del poder que manifiesta, trata a los apóstoles con toda naturalidad.

Estos tres detalles son típicos de los relatos de apariciones de Jesús resucitado: 1) su cuerpo aparece y desaparece, atraviesa muros, etc.; 2) ni la Magdalena, ni los dos de Emaús, ni los siete a los que se aparece en el lago, reconocen a Jesús; 3) Jesús resucitado nunca hace manifestaciones extraordinarias de poder, habla y actúa con toda naturalidad.

Por consiguiente, lo que tenemos en Mateo (no en Marcos) es algo muy parecido a un relato de aparición de Jesús resucitado. ¿Qué sentido tiene en este momento del evangelio? Anticipar su gloria. Igual que el relato de la muerte de Juan Bautista, contado poco antes, anticipa su pasión, su maravilloso caminar sobre el agua anticipa su resurrección.

Sentido eclesial y personal

Desde antiguo, se ha visto en la barca una imagen de la Iglesia, metida por Jesús en una difícil aventura y, aparentemente, abandonada por él en medio de la tormenta. Este sentido, que estaba ya en Marcos, lo completa Mateo con un aspecto más personal, al añadir la escena de Pedro: el discípulo que, confiando en Jesús, se lanza a una aventura humanamente imposible y siente que fracasa, pero es rescatado por el Señor. En la imagen de Pedro podían reconocerse muchos apóstoles y misioneros de la Iglesia primitiva, y podemos vernos también a nosotros mismos en algunos instantes de nuestra vida: cuando parece que todos nuestros esfuerzos son inútiles, cuando nos sentimos empujados y abandonados por Dios, cuando nosotros mismos, con algo de buena voluntad y un mucho de presunción, queremos caminar sobre el agua, emprender tareas que nos superan. Ellos vivenciaron que Jesús los agarraba de la mano y los salvaba. La misma confianza debemos tener nosotros.

La primera lectura

Ha sido elegida porque en ella Dios se revela en la brisa suave, después del viento huracanado, el fuego y el terremoto. En el evangelio, después de la tormenta, cuando Jesús sube a la barca, el viento amaina. Este paralelismo no impide que la lectura parezca traída por los pelos.

 

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Domingo XIX del Tiempo Ordinario. 09 de Agosto, 2020

Domingo, 9 de agosto de 2020
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TO-D-XIX

“Jesús les dijo en seguida: -¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!

Pedro le contestó: -Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.”

(Mt 14, 22-33)

Jesús siempre resuelve “marchándose a orar”. Ora ante las adversidades pero ora también después de los éxitos y los aplausos. El evangelio de hoy es la escena que sigue a la multiplicación de los panes y los peces.

Jesús se había marchado a un lugar apartado, pero la gente le había seguido. Al ver a la gente Jesús se conmueve, se olvida de su cansancio y preocupaciones. Se olvida también de su tristeza (se había retirado al enterarse de la muerte de Juan Bautista). Y se pone a curar y cuidar a la gente.

Ve la debilidad de la gente y no se desentiende. Les da de comer. Aquella multitud estaría encantada y agradecida. Pero Jesús no se deja “atrapar” por la euforia de la gente. Ahora que han comido despide a la gente y él se retira a orar.

Ni el cansancio, ni el éxito, ni las preocupaciones le despistan. Después de un día tenso, triste y de afanoso trabajo curando y atendiendo a la gente, pasa buena parte de la noche orando.

Lo bueno y lo malo, todo lo pasa por la oración. El encuentro con Abba es imprescindible. Vital. No hay excusas.

¿Qué sucedería con el cristianismo si los cristianos sintiéramos una necesidad de la oración como la que tenía Jesús? ¿Cómo sería nuestra vida si tuviéramos una relación con Dios como la que tenía Jesús?

Es una pena que hayamos opuesto acción y contemplación, como si fueran dos cosas diferentes. La oración y la acción son los dos pies que nos permiten caminar tras la huellas de Jesús.

Si la oración no te moviliza ante el dolor humano no es encuentro con Dios Trinidad. Y si las actividades sociales no te llevan directamente a los brazos del Dios de Jesús tampoco harás presente el Reino, el Rostro de Dios.

No podemos andar sobre las aguas tempestuosas de nuestra historia sin haber hecho crecer nuestra confianza en la intimidad de la oración. Y no venceremos nuestros miedos si nuestra oración no se convierte en un lugar ancho y dilatado en el que quepan todos los sufrimientos y las alegrías humanas.

Oración

Trinidad Santa, ¡mándanos ir hacia ti!
Desde nuestra oración y desde nuestra acción.
¡Amén!

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La fe-confianza es de presenta.

Domingo, 9 de agosto de 2020
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walkonwaterMt 14, 22-33

Este relato se parece más a los relatos de apariciones pascuales. Algunos exégetas sugieren que puede tratarse de un relato de Jesús resucitado, que han colocado más tarde en el contexto de la vida real. La primera lectura nos empuja a una interpretación espiritual. Tanto Elías como Pedro reciben una lección. Los dos habían hecho un Dios a su imagen y semejanza. La experiencia les enseña que Dios no se puede meter en conceptos y que es siempre más de lo que creemos. Nunca se identifica con lo que pensamos de Él.

Además de Mt, lo narra Mc y Jn. Los tres lo sitúan después de la multiplicación de los panes. Los tres presentan a Jesús subiendo a la montaña para orar. En los tres relatos, Jesús camina sobre el agua. También coinciden en señalar el miedo de los discípulos; Mt y Mc dicen que gritaron. La respuesta de Jesús es la misma: Soy yo, no tengáis miedo. En Mc y Mt, Jesús manda a los discípulos embarcar y marchar a la otra orilla; pero el verbo griego, deja entrever cierta imposición. En Jn, la iniciativa es de los discípulos.

En el AT, el monte es el lugar de la divinidad. Jesús, después de un día ajetreado, se eleva al ámbito de lo divino. Como Moisés, la segunda vez que sube al Sinaí, va solo. Nadie le sigue en esa cercanía a la esfera de lo divino. La multitud solo piensa en comer. Los apóstoles piensan en medrar. Para superar la tentación, Jesús se pone a orar. Orar es darse cuenta de lo que hay de Dios en él para poder vivirlo. Es muy interesante descubrir que Jesús necesita de la oración, desbaratando así la idea simplista que tenemos de que él era Dios, sin más. Jesús tiene necesidad de momentos de auténtica contemplación.

Jesús sube a lo más alto. Los discípulos bajan hasta el nivel más bajo. Esperan encontrar allí las seguridades que Jesús les niega al no aceptar ser rey. En realidad encuentran la oscuridad, la zozobra, el miedo. Las aguas turbulentas representan las fuerzas del mal. Son el signo del caos, de la destrucción, de la muerte. Jesús camina sobre todo esto. En el AT se dice expresamente que solo Dios puede caminar sobre el dorso del océano. Al caminar Jesús sobre las aguas, se está diciendo que domina sobre las fuerzas del mal.

En el relato se aprecia la visión que de Jesús tenía aquella primera comunidad. Era verdadero hombre  y como tal, tenía necesidad de la oración para descubrir lo que era y superar la tentación de quedarse en lo material. Al caminar sobre el mar, está demostrando que era también verdadero Dios. La confesión final es la confirmación de esta experiencia. Esta confesión apunta también a un relato pascual, porque solo después de la experiencia de la resurrección, confesaron los apóstoles la divinidad de Jesús.

La barca es símbolo de la nueva comunidad. Las dificultades que atraviesan los apóstoles son consecuencia del alejamiento de Jesús. Esto se aprecia mejor en el evangelio de Jn, que deja muy claro que fueron ellos los que decidieron marcharse sin esperar a Jesús. Se alejan malhumorados porque Jesús no aceptó las aclamaciones de la gente saciada. Pero Jesús no les abandona a ellos y va en su busca. Para ellos Jesús es un “fantasma”; está en las nubes y no pisa tierra. No responde a sus intereses y es incompatible con sus pretensiones. Su cercanía, sin embargo, les hace descubrir al verdadero Jesús.

El miedo es el primer efecto de toda teofanía. El ser humano no se encuentra a gusto en presencia de lo divino. Hay algo en esa presencia de Dios que le inquieta. La presencia del Dios auténtico no da seguridades, sino zozobra; seguramente porque el verdadero Dios no se deja manipular, es incontrolable y nos desborda. La respuesta de Jesús a los gritos es una clara alusión al episodio de Moisés ante la zarza. El “ego eimi” (yo soy) en boca de Jesús es una clara alusión a su divinidad. Jn lo utiliza con mucha frecuencia.

El episodio de Pedro, merece una mención especial ya que tiene mucha miga. Pedro siente una curiosidad inmensa al descubrir que su amigo Jesús se presenta con poderes divinos, y quiere participar de ese mismo privilegio. “Mándame ir hacia ti, andando sobre el agua”; que es lo mismo que decir: haz que yo partícipe del poder divino como tú. Pero Pedro quiere lograrlo por arte de magia, no por una transformación personal. Jesús le invita a entrar en la esfera de lo divino y participar de ese verdadero ser: ¡ven!

Estamos hablando de la aspiración más profunda de todo ser humano consciente. En todas  las épocas ha habido hombres que han descubierto esa presencia de Dios. Pedro representa aquí, a cada uno de los discípulos que aún no han comprendido las exigencias del seguimiento. Jesús no revindica para sí esa presencia divina, sino que da a entender que todos estamos invitados a esa participación. Pedro camina sobre el agua mientras está mirando a Jesús; se empieza a hundir cuando mira a las olas. No está preparado para acceder a la esfera de lo divino porque no es capaz de prescindir de las seguridades.

El verdadero Dios no puede llegar a nosotros desde fuera y a través de los sentidos. No podemos verlo ni oírlo ni tocarlo, ni olerlo ni gustarlo. Tampoco llegará a través de la especulación y los razonamientos. Dios no tiene más que un camino para llegar a nosotros: nuestro propio ser. Su acción no se puede “sentir”. Esa presencia de Dios, solo puede ser vivida. El budismo tiene una frase, a primera vista tremenda: “si te encuentras con el Buda, mátalo”. Podíamos decir si te encuentras con dios, mátalo. Ese dios es falso, es una creación tuya. Si lo buscas fuera de ti, estas persiguiendo un fantasma.

También hoy, el viento es contrario, las olas son inmensas, las cosas no salen bien y encima, es de noche y Jesús no está presente. Todo apunta a la desesperanza. Pero resulta que Dios está donde menos lo esperamos: en medio de las dificultades, en medio del caos y de las olas, aunque nos cueste tanto reconocerlo. La gran tentación ha sido siempre que se manifestará de forma portentosa. Seguimos esperando de Dios el milagro. Dios no está en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Es apenas un susurro.

Hoy tenemos que afrontar la misma disyuntiva. O mantener a toda costa nuestro ídolo, o atrevernos a buscar el verdadero Dios. La tentación sigue siendo la misma, mantener el ídolo que hemos pulido y alicatado desde la prehistoria. La consecuencia es clara: nunca encontraremos al Dios verdadero. Esta es la causa de que se alejen de las instituciones los que mejor dispuestos están. Los que no aceptan los falsos dioses que nos empeñamos en venderles. Se encuentran, en cambio, muy a gusto con ese “dios” los que no quieren perder las falsas seguridades que les dan los ídolos fabricados a nuestra medida.

El ser humano ha buscado siempre el Dios todopoderoso que hace y deshace a capricho, que empleará esa omnipotencia en favor mío si cumplo determinadas condiciones. Si en la religión buscamos seguridades, estamos tergiversando la verdadera fe-confianza. Dios no puede darme ni prometerme nada que no sea Él mismo. Ni como Iglesia ni como individuos debemos poner nuestra meta en las seguridades externas. Las seguridades que con tanto ahínco busca nuestro yo, son el mayor peligro para llegar a Dios.

Meditación

El ansia de lo divino es una constante en el ser humano.
Pero queremos conseguirlo por un camino equivocado.
Lo divino forma parte de mí.
Es la parte sustancial y primigenia de mi ser.
Cuando descubro y vivo esa Presencia,
despliego todas las posibilidades de ser que hay en mí.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Tener miedo.

Domingo, 9 de agosto de 2020
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pedro-camina-sobre-las-aguasEl místico y el loco van por el mismo mar, mientras que el loco se hunde, el místico nada” (Tonald Laing)

9 de agosto. DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Mt 14, 22-33

Pero, al sentir el fuerte viento, tuvo miedo y entonces empezó a hundirse y gritó: ¡sálvame, Señor!

En la oscuridad de la noche, en la agitación de un mar levantisco, se aparece Jesús a sus discípulos.

Podemos relacionar este episodio con la transfiguración y la Pascua: son manifestaciones de la identidad profundad de Jesús con el Señor: domina los elementos, infunde paz y confianza con su presencia, con sus palabras, con el estrecho contacto de su mano.

Pedro no teme porque se hunde, sino que se hunde porque teme, y cuando Jesús se identifica le reconoce, y solicita su llamada y la sigue con audacia confiada y es al instante salvado: figura ejemplar para la Iglesia.

En medio de la tormenta, la comunidad se olvida del Jesús de la solidaridad, y le ve únicamente como un fantasma que se aproxima en la oscuridad.

El Evangelio nos invita a tener una experiencia total de Jesús, rompiendo nuestros prejuicios y nuestras seguridades.

Quieren ir hacia él, pero se dejan amedrentar por las fuerzas adversas, sin apenas confiar en su palabra, dejando que sea él quien nos hable a través del libro de la Biblia y del libro de la vida.

Es este uno de los episodios evangélicos que mejor ilustra, por una parte, la situación de la comunidad cristiana, la de Mateo y la de todos los tiempos, en su histórico caminar en medio de grandes dificultades y no pequeños prejuicios.

Y por otra parte, con la presencia permanente del Señor resucitado en la barca de Pedro y con la promesa de su presencia, termina Mateo su evangelio:

“Yo estaré con vosotros siempre, hasta el final del mundo”, en su histórico caminar en medio de grandes dificultades.

Pero, al sentir el fuerte viento, tuvo miedo y entonces empezó a hundirse y gritó: ¡sálvame, Señor! (V 30).

 

No importa si creemos o no en fantasmas, o si tienes miedo a la muerte; el miedo a lo que no conocemos es natural en el ser humano, lo hemos sentido todos.

Esa sensación en el estómago que nos paraliza. Los pensamientos del «no puedo» se cruzan por nuestra frente y se instalan cómodamente, impidiéndonos lograr lo que nos propusimos.

El miedo aparece sin permiso y se queda por mucho tiempo, hasta que nos atrevamos a practicar una estrategia simple y rápida.

Tonald Laing dijo: El místico y el loco van por el mismo mar, mientras que el loco se hunde, el místico nada” 

Y como Mateo repite en el versículo 30. Y así es lo que habitualmente gritamos todos cuando nos vemos amenazados por cualquier peligro: Pero, al sentir el fuerte viento, tuvo miedo y entonces empezó a hundirse y gritó: ¡sálvame, Señor! (Mateo 24, 30)

“¡¡Sálvanos, Jesús, que nos ahogamos, y no me ha dado tiempo a ponerme el chaleco salvavidas!!”

En mi libro En hierro y en palabras figura el poema de un gigante que causaba mucho miedo a cuantos le conocían:

POLIFEMO ENFURECIDO

Polyfêmos, el de “muchas palabras”
y un ojo solo en medio de la frente.
Odiseo y los suyos se lo extinguen.

Un diccionario de exabruptos
vomita por la boca y por las manos.
-“¿Quién te lo hizo?”, preguntaron los dioses.
-“Nadie, fue Nadie”, tronó furioso el valle.

¡Cíclope insolidario!
¿Si tu vida es nada, es “Nadie”,
por qué vacías la Montaña?
¿Por qué arrojando rocas quieres secar el Mar?

Alejado de Alguien, -de ti, del Mar, de la Montaña-
no eres Nadie.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Del miedo a la confianza.

Domingo, 9 de agosto de 2020
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jesus-camina-sobre-las-aguas-4Mt 14, 22-33

9 de agosto de 2020

El Evangelio de este domingo se enmarca en una sección del texto de Mateo en el que Jesús se presenta como un líder religioso diferente. Los versículos anteriores narran la capacidad de Jesús de saciar y alimentar al ser humano más allá de la necesidad del pan cotidiano, un signo que sitúa a Jesús como fuente de abundancia y de sentido de la vida. Crece así la visibilidad de un Mesías que, más allá de los signos, supone una liberación y una bendición para quien decide seguirle. Conectado a este pasaje, se narra una experiencia fundamental que el discipulado ha de ajustar para que el seguimiento sea auténtico: reconocerle como el referente y el vínculo esencial desde una profunda confianza.

La escena sitúa a los discípulos lejos de Jesús, las olas azotaban con violencia, pues el viento les era contrario. Podría ser la descripción metafórica de una situación de crisis, de unas circunstancias vitales que avanzan en contra y desestabilizan la vida. Y es Jesús quien se acerca a ellos caminando sobre las aguas, es decir, trascendiendo la realidad y revelando su identidad verdadera. Revela una energía que puede contrarrestar la fuerza del mal viento que a veces nos azota. Aparece así la tensión entre el miedo y la confianza. La eterna cuestión de si la fe tiene espacio en nuestras noches y tormentas personales.

El miedo es humano, es lógico sentirlo ante situaciones de amenaza e inseguridad, incluso es bueno porque nos lleva a reaccionar para protegernos. Sin embargo, un miedo fuera de control es signo de dependencia y de cadenas internas que paralizan el proceso de la vida. No es diferente el miedo del ámbito espiritual al humano. Funciona de la misma manera, incluso su dinamismo es idéntico. Lo opuesto a la fe no es el ateísmo sino el miedo; nos agarramos a las creencias mentales para sujetar esa fe, pero sólo amarramos ideología y pensamientos automatizados que justifican nuestra falta de confianza auténtica. Necesitamos signos que avalen nuestra posición ante la vida, pero la fe nos lleva por el camino de la confianza sin evidencias. Esto no lo soporta un ego enarbolado. La confianza parte de la experiencia de que, contra todo pronóstico, la identidad esencial no se destruye y nace una fuerza que vence al miedo, impulsando a actuar con osadía y libertad.

Queremos signos que calmen la ansiedad que vivimos ante la incertidumbre de estas situaciones, pero nuestra mente nos introduce en una espiral de desconfianza hasta experimentar el límite de nuestra humanidad. La desconfianza nos lleva a reaccionar con hundimiento, o bien disfrazándonos de poder, como le ocurre a Pedro, cuyo resultado es más debilidad y no sentir un suelo-aguas donde apoyarse. Activar la confianza a fondo perdido, sin signos, sin sentir, sin evidencias, hace su trabajo humano y espiritual transformando el miedo en decisiones valientes que nos capacitan para escuchar interiormente:   – Tranquilizaos, soy yo. No tengáis miedo.

FELIZ DOMINGO

 

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Un espejo de nuestra situación.

Domingo, 9 de agosto de 2020
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FC17900B-9931-413C-894D-9063D2EE253FDomingo XIX del Tiempo Ordinario

9 agosto 2020

Mt 14, 22-33

Para entender este relato escrito en clave simbólica, tal vez sea de ayuda conocer el significado de los elementos que utiliza. El monte representa el lugar del encuentro con Dios. La noche es, a la vez, tiempo de oscuridad y de intimidad. La madrugada es el comienzo del día, el nacimiento de la luz. La barca simboliza al grupo o la comunidad y, en términos más amplios, a toda la humanidad. El mar es símbolo del mal, lugar de fuerzas amenazadoras. La expresión “caminar sobre las aguas”  aparece en el Antiguo Testamento, como una prerrogativa de Yhwh y significaba el poder de Dios sobre el mal. “Yo soy” –parece que así habría que traducir el texto griego, mejor que “soy yo”, donde se pierde el significado real de la expresiónes la “traducción” de Yhwh: es el nombre de lo innombrable, en el que Jesús se reconoce.

          Con esos datos, no es difícil apreciar la belleza y la profundidad del relato, en lugar de entenderlo de manera literal como un milagro fantasioso.

        Jesús vive en el “ámbito” de la divinidad, porque sabe que su identidad última no es su yo separado –la persona del carpintero de Nazaret–, sino el “Yo soy” universal, uno con el ser, con Dios…, con todo lo que es. Parece que cuida esa conexión por medio del silencio en la “noche”. Y eso le permite vivir en la luz, caminar sobre el “mar” embravecido y calmar todo oleaje de amenaza.

          Pero eso no es posible solo para Jesús. El propio Pedro camina igualmente…, hasta que es atrapado por el miedo. Al desconectar de quien es, pierde la confianza, aparece la duda y se hunde. La fuente de nuestra confusión y de nuestro sufrimiento es la duda acerca de lo que realmente somos, es decir, la ignorancia básica sobre nuestra verdadera identidad; en lenguaje del evangelio, la “poca fe”.

          El relato se muestra así como un espejo capaz de reflejar nuestra vivencia en todos sus matices: la experiencia del silencio interior y los miedos que nos alborotan, la confianza en lo que es y la duda acerca de lo que somos, la fuerza confiada y el susto que nos hunde.

          El relato concluye con una profesión de fe hacia la que iba dirigida toda esta catequesis: “Realmente eres Hijo de Dios”. La comprensión experiencial nos permite reconocer que esa expresión no es exclusiva de Jesús –por más que él la viviera de una forma consciente y coherente–, sino que nos alcanza a todos. Somos “hijos e hijas de Dios”, es Dios expresándose en las formas o personas en las que nos estamos experimentando.

          Nuestra realidad es una paradoja porque estamos constituidos por un “doble nivel”: nuestra personalidad –el yo particular, separado, lo que creemos que somos cuando nos pensamos– y nuestra identidad –aquello que somos antes de pensarnos o cuando quitamos todo pensamiento, pura consciencia, “Yo soy” sin más añadidos–. Por decirlo brevemente, somos, a la vez, “Jesús” y “Pedro”. La clave de la sabiduría –y quizás el “mensaje” de este relato– es la siguiente: ¿cómo vivirnos como “Pedro” sabiendo que somos “Jesús”?

¿Cómo vivo entre el miedo y la confianza?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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