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11.2.24. Jesús le ordena: “Sométete a los sacerdotes”. Pero él le obedece y no se somete (Mc 1,40-45).

Domingo, 11 de febrero de 2024

IMG_2940Del blog de Xabier Pikaza:

Éste es, con el de Mc 7 (la siro-fenicia) un caso en el que la persona sufriente sabe más que Jesús y le enseña.  Citando de memoria un tipo de ley judía, Jesús le dice: “Primero los hijos, después los perros”. Desde su experiencia y sufrimiento, la siro-fenicia le dice a Jesús: En esto no tienes razón; ante la mesa de Dios y el dolor de la una madre no hay hijos y perros…

El evangelio de hoy cuenta un caso semejante. Jesús dice al leproso que se someta a la ley de Israel. Pero el leproso sabe de esto más que Jesús y no se somete, y así le obedece y enseña.

Marcos 1,40-45. Jesús le cura el leproso le enseña

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme.” Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Quiero: queda limpio.” La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.” Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

Temas de fondo.

  1. “Milagro escandaloso”: Jesús cura, es decir, introduce en su comunidad a un hombre impuro, un rechazado social. ¿Qué pureza tiene una Iglesia donde caben los manchados? b. “Milagro extraño”: Jesús se irrita con el leproso curado, y le manda mantener silencio y presente a los sacerdotes según ley. ¿Por qué se irrita? Jesús tiene que romper la ley: ¿Pueden curarse los leprosos según ley? ¿No sabe en esto el leproso más que Jesús, c. “Milagro a contra-corriente”: Para obedecer a Jesús y curarse, el leproso tiene que desobedecerle, enseñándole algo esencial: Para curar leprosos hay que superar la ley.

Po aldeas y caminosJesús ha empezado a proclamar el evangelio “en las aldeas” o poblaciones vecinas (kômopoleis, 1, 38, significa poblados de campo, sin murallas, ni entidad administrativa propia. En esas pequeñas poblaciones o aldeas o grupos de cortijos, va expandiendo Jesús su mensaje, fijándose de un modo especial en los posesos; por eso, como única nota de su enseñanza, se dice que “iba expulsando demonios” (ta daimonia ekballôn), como si quisiera limpiar las sinagogas del entorno rural de Galilea, completando así la obra iniciada en la sinagoga de Cafarnaúm (cf. 1, 23-28).

Jesús aparece así como un “exorcista con programa mesiánico”, es decir, como un experto en cuestión de posesos, caminando por el entorno de Galilea, como si los endemoniados formaran el problema principal de sus sinagogas rurales, de manera que las iba recorriendo de un modo organizado, para liberarles de sus males. Pues bien, en este contexto se habla del leproso (1, 40). Jesús no fue a buscarle, quizá pensaba que todo lo que se podía hacer debía hacerlo en las sinagogas, que eran las “casas de todos” (donde abundaban de un modo especial los posesos).

Un leproso fuera de los caminos normales Este leproso sabe más que Jesús (al menos conforme a la dinámica del texto). Ha comprendido que el proyecto de Jesús (centrado en en los posesos) debe extenderse también a los leprosos, expulsados de la comunidad de Israel por su impureza. Por eso se atreve a ponerse su ayuda, de manera que podemos decir que ha entendido quizá mejor que Jesús su poder de sanación.

No es simplemente un enfermo, sino un expulsado religioso (el mismo sacerdote le ha arrojado fuera de la comunidad de los limpios de Israel), de forma que todos le toman como fuente de peligro y como causa de impureza para la buena familia israelita, conforme a una ley regulada por sacerdotes, que tienen poder de expulsar del “campamento” (de la vida social) a los leprosos y de readmitirlos, si es que se curan, tras examinarlos “fuera del campamento” (es decir, fuera de las ciudades) y de cumplir los ritos y sacrificios prescritos en el templo.

Más que enfermo, es un excomulgado en el sentido fuerte del término, y sólo el sacerdote tenía el poder de integrarlo de nuevo en la comunidad, observando su piel y mandándole cumplir los ritos sagrados (Lev 13-14).

Para que el conjunto social mantuviera su pureza, los leprosos debían ser arrojados fuera del “campamento”, es decir, del espacio habitado. No les podían matar (el mandamiento de Dios lo prohibía), ni les encerraban en lo que hoy sería una cárcel u hospital para contagiosos, pero les expulsaban de las ciudades y núcleos habitados (como al chivo expiatorio de Lev 16), y así vivían apartados de la sociedad. Según eso, no podían orar en el templo, ni aprender en la sinagoga, ni compartir casa, mesa o cama con los familiares sanos, sino que eran apestados, una secta de proscritos.

Un leproso que enseña a Jesús La iniciativa no parte de Jesús, sino del leproso que le dice lo que ha de hacer (¡si quieres puedes purificarme!), despertando en él una nueva conciencia de poder, que desborda las fronteras del viejo Israel sacerdotal. Este leproso empieza siendo un “maestro de Jesús…”, a quien le dice que puede curarle. Ciertamente (conforme al relato anterior de Marcos), él ha podido oír que Jesús había curado al poseso de 1, 23, esclavizado por un espíritu impuro (akatharton).

Pues bien, el leproso deduce (y deduce bien) que, si Jesús pudo “purificar” o limpiar a a un poseso, podrá purificarle también a él, declarándole limpio y realizando algo que, según Lev 13-14, sólo podían hacer los sacerdotes, cuando declaraban puros a los leprosos previamente curados. El poseso-impuro había gritado, desafiando a Jesús. Este leproso-impuso le ruega, puesto de rodillas, sabiendo que él, Jesús, tiene autoridad de Dios, por encima de los sacerdotes. Sólo a partir de aquí se entiende la acción de Jesús, que nos sitúa en el centro de la máxima “inversión” del evangelio:

Jesús, que, ha recibido todo el poder de Dios   aprende a utilizarlo ese poder a través de este leproso, que actúa  así como su maestro, diciéndole lo que puede hacer y poniendo en marcha un proceso curativo que culminará en la Pascua.

Éstos son los tres aspectos de la acción de Jesús (1, 41).

1. Conmoción interior: compadecido (splagnistheis). Esta palabra se encuentra enraizada en la confesión de fe de Israel, que se expresa cuando, tras haberse roto el primer pacto (cf. Ex 19-24) por infidelidad del pueblo, que adora al becerro de oro (Ex 32), Moisés sube de nuevo a la montaña y escucha la palabra de perdón de Dios que se define como “aquel que está lleno de misericordia y compasión” (Ex 34, 6).   Jesús, que aparece aquí como portador de esa misma compasión de Dios.   − Gesto: Extendió la mano y le tocó. Movido por su compasión (que es como la de Dios: cf. Ex 34, 6), Jesús desoye la ley del Levítico, que prohibían “tocar” a los leprosos, bajo pena de impureza. Expresamente rompe esa ley que separa a puros de impuros, iniciando un movimiento que marcará desde aquí toda su vida, aprendiendo la “lección” del leproso que le pide que le limpie (que le purifique), dejándose conmover en sus entrañas (¡como se conmueve Dios!). De esa forma hace algo que nadie habría osado hacer, sino sólo el sacerdote, y no para curar/purificar, sino sólo para certificar una curación que se había realizado antes. Jesús extiende la mano y toca. Esta mano que toca al leproso es la expresión de una misericordia que transciende las leyes de pureza del judaísmo legalista, es signo de la piedad de Dios, que ama precisamente a aquellos a quienes la ley expulsa. Sentir es tocar, conocer es tocar… y tocar significa aceptar, solidarizarse, curar…

− Palabra: Y le dice ¡quiero, queda limpio! (1, 41b). Esa palabra ratifica la misericordia anterior y despliega el sentido del contacto de la mano. El leproso le ha dicho ¡si quieres! (ean thelês) y Jesús le ha respondido, cumpliendo así su petición, de manera que su palabra marca la novedad y el poder del evangelio: quiero, sé puro (thelô katharisthêti). A través de este querer de Jesús, expresado en primera persona (¡quiero!) viene a expresarse la voluntad creadora de Dios. Éste es el querer de Dios, en el doble sentido castellano (y en el fondo griego) de amor y desear. Querer es comprometerse, en gesto solidario. Así es Jesús, el hombre solidario y cercano, capaz de liberar con su toque (mano) y con su voluntad (querer, amor) a los leprosos.

Carácter de la enfermedad. El texto dice que aquel hombre era un leproso (lepros), una palabra que, en sentido general no se aplica sólo (ni fundamentalmente) a lo que hoy llamamos “lepra” (dolencia producida por el bacilo de Hansen, que entonces no se conocía), sino a diversas afecciones de la piel, desde un tipo de soriasis hasta lo que suele llamarse “achaque de escamas” o ictiosis, que se muestra en la piel de algunas personas. Por eso, hay comentaristas que prefieren prescindir de esa palabra “lepra”, empleando otras (como enfermedad de escamas). Pienso, sin embargo, que por tradición y simbolismo, es preferible decir lepra en sentido popular, pues ella engloba varias enfermedades de la piel que, en opinión de los judíos piadosos, hacían impuros a los hombres, hasta el extremo de que ellos tenían que vivir fuera de la comunidad social y religiosa.

Curación producida. El texto dice que “de pronto desapareció la lepra y quedó puro” (con un verbo en pasivo divino: ekatharisthê: Dios le hizo puro). Evidentemente, Marcos está pensando en un “cambio externo”, y así supone que la piel del enfermo tomó otra apariencia, como si quedara seca o se le cayeran las escamas. Pero, dicho eso, debemos añadir que la palabra central que aquí se emplea no es “se curó” (iathê), sino “quedó puro” (ekatharisthê). Es como si el mismo Dios, por medio de Jesús, le hubiera declarado limpio, como en el caso en que el mismo Jesús de Marcos dirá más adelante que Jesús “declaró limpios/puros todos los alimentos” (7, 19, con el mismo verbo: katharidsôn).

En esa línea, Jesús  declaró, en el fondo, que todos los leprosos (como todos los alimentos en 7, 19) son humanamente limpios, superando así los tabúes y las divisiones de purezas e impurezas que expulsaban a ciertos hombres y mujeres de la sociedad. Nos hallamos ante un gesto que resultaba, tanto entonces como ahora, socialmente inaudito. Este leproso, al que Jesús ha curado, desencadena una nueva visión de la vida humana, en plano social y religioso, superando la ley “religiosa” del templo de Jerusalén… y casi todas las leyes religiosas que ha seguido inventado un tipo de cristianismo domesticado en clave sacral y social.

Ciertamente, Jesús sabe muchas cosas…, pero no sabe qué es vivir como leproso, rechazado por los sacerdotes de Israel. Por experiencia, en este momento, el leproso sabe más que Jesús, lo sabe por sufrimiento y marginación y por contacto “invertido” con los sacerdotes que invierten la verdadera presencia de Dios. Por eso, cuando Jesús le dice y manda, con gran irritación, que vaya y se someta a los sacerdotes, el leproso “obedece” a Dios y a su conciencia (y en el fondo al mismo Jesús) no obedeciéndole. Por mucho que Jesús le mande él no puede ir y someterse a los sacerdotes oficiales… Por mucho que Jesús se irrite, él no puede escucharle.

Este leproso curado “sabe” más que Jesús, y al desobedecerle abre ante él un camino que Jesús no había considerado hasta entonces. De ahora en adelanta, será Jesús quien (habiendo curado al leproso) aprenderá su lección. No se puede contar con estos sacerdotes. Hay que salir de su “espacio”. Pero sigamos leyendo.

Este leproso curado desobedece a Jesús en un plano para obedecerle en otro más profundo, proclamando su palabra, y para ello debe prescindir de los sacerdotes (no someterse a ellos), con las consecuencias sociales que ello implica: rechaza su autoridad y de esa forma, de hecho, niega el control que ellos ejercen sobre el pueblo.Desde ese fondo podemos y debemos afirmar que este leproso “sabe” externamente más que Jesús, atreviéndose a sacar unas consecuencias que Jesús por entonces no sabía o no quería admitir, pero que estaba en el fondo de su “compasión”. La misma dinámica que Jesús ha puesto en marcha, su forma de actuar con misericordia, hace que este leproso rompa (supere) la estructura sacral de Israel, para buscar una comunidad universal, fundada en Jesús.

La suegra de Simón respondía al “milagro” (Jesús la levantó en sábado) poniéndose a servir a los demás, superando así un aspecto de la sacralidad del judaísmo. En esa línea actúa este leproso, nuestro de Jesús  (a) El leproso le había enseñado al principio su poder (si quieres, puede limpiarme: 1, 40). (b) Ahora le enseña de nuevo las consecuencias de lo que ha hecho: ¡Jesús no puede curar al leproso, para decirle después que se someta a los sacerdotes) . Este leproso sabe que Jesús ha puesto en marcha un movimiento de reino y debe aceptar las reacciones que su gesto ha suscitado.

Consecuencias del gesto

El leproso se vuelve predicador: «¡Empezó a proclamar con insistencia (kêryssein polla) y a divulgar la palabra (ton logon)», rompiendo de esa forma una ley de exclusión que mantenía separados a los leprosos (1, 45a). Ambos términos (kerigma y logos) nos sitúan en el corazón del evangelio: la curación del leproso (a quien Jesús ha tocado y querido) se hace kerigma y palabra, y así lo empieza proclamando el leproso (¡que aparece así como el primer misionero de Jesús!). De esa forma “desobedece” a Jesús en un sentido, pero en otro le obedece y le enseña, y le muestra un camino que el mismo Jesús tendrá que seguir (cf. 2, 2; 4, 14 ss), poniendo en marcha un programa de Reino que va más allá de lo límites de la ley de los sacerdotes. El primer predicador del evangelio es un leproso curado, que desobedece a Jesús, obedeciéndole en un sentido más profundo.

 − Jesús expulsado. Al no obedecerle, al andar publicando por los pueblos la curación, al no someterse a los sacerdotes, este buen leproso ha conseguido que Jesús quede expulsado, de manera no puede entrar en los pueblos, pero vienen a buscarle las muchedumbres de los pueblos, aquellos que saben que hay algo (Alguien) por encima de la “buena ley”, una humanidad leprosa que debe ser curada . Sin haberlo intentado (por su misericordia), Jesús ha desencadenado un proceso de ruptura y de nuevas relaciones sociales, que ha puesto en marcha este leproso quien ha entendido que tras del enfado de Jesús (¡bien comprensible!) se escondía una voluntad más alta de curación, que exige la ruptura del orden establecido, algo que sus discípulos y Roca no acabarán de entender, hasta el final del evangelio (16, 7).

 El gesto del leproso enfrenta a Jesús con el judaísmo sacerdotal, de manera que este pasaje, situado entre la expulsión de los demonios de las sinagogas (1, 39) y el perdón de los pecados (2, 2-12), puede interpretarse como anuncio del enfrentamiento final de Jesús en Jerusalén, donde le condenan a muerte, precisamente por curar leprosos.

Jesús se irrita quizá, con las instituciones de Israel, porque quieren mantener sometidos por ley a los leprosos. Se irrita al descubrir la situación de este leproso, pero no puede (no quiere) empezar rompiendo la ley de los sacerdotes y, por eso, lleno de conmoción interior, le manda que vaya y que cumpla según ley, para que los sacerdotes en principio no se opongan (para testimonio de ellos).

Esa actitud puede situarnos ante un dato histórico: En principio, Jesús quiso mantenerse fiel a las instituciones de Israel, y por eso pidió al leproso que “callara”: que no propagara el “milagro” (la revolución que implica) y que volviera al conjunto social establecido, para que los sacerdotes reconozcan su curación (sin decir quién la ha causado) y le admitan de nuevo en el orden sagrado que ellos controlan. No quiere ser competidor. No ha intentado deshacer por fuerza el tejido del judaísmo sacral, ni imponer su mesianismo con milagros exteriores

Y le dijo: Mira, no digas nada a nadie, sino, vete, muéstrate al sacerdote… (1, 44).

Jesús no quiere empezar siendo competidor de los sacerdotes, es decir, del sacerdote especial (tô ierei), encargado de la pureza social y sacral en aquella zona de Galilea, como presintiendo que al fin serán los mismos sacerdotes quienes le condenarán a muerte (Mc 15), por conflicto de competencias.

En este momento, Jesús no ha intentado deshacer por fuerza el tejido sacral del sacerdocio judío, ni imponer su mesianismo con milagros, ni crear una comunidad separada del espacio de pureza marcado por los sacerdotes. Por eso pide al curado que vuelva y se integre en la vida oficial, controlada por esos sacerdotes, sometiéndose al orden establecido,

EPues bien, la misma historia del evangelio muestra que esa estrategia “intra-sacerdotal” de Jesús, en este momento, resulta inviable. De manera muy significativa, a Jesús le condenarán a muerte los sacerdotes (14, 1-2), mientras que un leproso, como éste a quien él ha curado (¡quizá el mismo!), le recibirá en su casa, que es casa de proclamación pascual, en Betania, allí donde una mujer le unge para la vida (14, 3-9).

No podemos curar a un leproso para obligarle después a que haga lo que nosotros queremos, sino que debemos dejarle en libertad, para que él mismo sea y haga lo que quiera…

La relación entre este leproso “desobediente” del principio (1, 39-45) y el leproso que acoge en su casa a Jesús al final del evangelio (14, 3-9) constituye una de las claves de lectura de Marcos.

 

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