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Dom 8. 9. 19. Renunciar para compartir.

Domingo, 8 de septiembre de 2019

e41b536895224f2c8f0878d7bb81382aDel blog de Xabier Pikaza:

El “ajedrez” de Jesús

Contra un mundo que quiere construir torres y ganar guerras

Domingo 23. Tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 14, 25-33.El evangelio de Lucas sigue tratando del dinero y de la vida compartida: Renunciar a todo para tenerlo y compartirlo todo.

 El mundo está hecho de hombres y mujeres que quieren hacer torres para defenderse y rechazar a los enemigos, de reyes que quieren ganar guerras, para alejar a los contrarios y disfrutar a solas sus bienes. Esa es la técnica del ajedrez, que viene del antiguo oriente, con alfiles/soldados, caballos y torres, con un rey (con la reina que es el reino)

Jesús plantea un  ajedrez distinto.  No necesita alfiles, caballos ni torres para luchar y  defenderse, no tiene que ganar guerras para domar a los demás y dominar sobre la tierra (matar a la Reina). Quiere que los hombres y mujeres sean y vivan en gratuidad de amor. Seguirle a él es renunciar a todo, para  tenerlo todo, en comunión de vida. Un ajedrez totalmente distinto, el ajedrez del Reino.

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            El texto no necesita muchas aclaraciones Principio y final se corresponden (dos renunciar). En medio quedan los ejemplos de contraste (una torre un rey). Al fondo, una experiencia más alta: el Reino.  Así lo mostraré en dos tiempos: Con una lectura inicial… y después con una explicación más general:

Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.”

LECTURA INICIAL  TEXTO ENTERO

Principio. Dejar todo, todo, todo

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

            Así solía decir Juan de la Cruz: nada, nada, nada… Nada de familia, nada de uno mismo, en pura cruz. Nada de nada, para poder tenerlo luego todo, pero de otra forma: en gratuidad compartida, en libertad gozosa. Nada de nada, para poder disfrutarlo todo (padre y madre, mujer e hijos…), para disfrutar de sí mismo (¡negarse a sí mismo, para así poder gozarse!). Éste es el camino. Vivimos sobre una tierra donde queremos gozar teniendo, poseyendo, con una familia “exclusiva”, hecha de egoísmo, con un deseo que nos cierra en nosotros mismos… Sólo una cruz que rompe ese “cierre” egoísta puede abrirnos al todo.

Primer contraste, la torre

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

          1565667633_016457_1565667818_miniatura_normal  Somos constructores de torres, desde el gran relato de Babel (cf. Gen 10). Cada uno hace su torres, todos juntos queremos hacer la gran torre de la cultura mundial capitalista, que se cuente y mide con dinero. Pero ¿tenemos dinero suficiente para hacer una torre donde resguardarnos para siempre? ¿Nos podemos salvar por lo que hacemos? La vieja tierra está llena de ruinas de torres caídas. Entre ellas caminamos, sin darnos cuenta de que caerá pronto la nuestra.

Segundo contraste, el rey que va a la guerra

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

            Aquí no se habla sólo de reyes lejanos, emperadores, monarcas, presidentes de grandes naciones o multinacionales, siempre en guerra. Aquí se habla de nosotros: queremos ganar a los demás, cada uno nuestra guerra y después la guerra de nuestros grupo (los blancos, colorados, mikeletes o marines…). Todos queremos hacer la guerra pensando que así podremos mantenernos.

Final. Renunciar a todo

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

Ésta es la torre de Jesús, ésta su guerra: no necesita nada más que el amor de la gente, el amor y la vida de aquello que saben renunciar a todo… Sólo así, cuando no se apegan a nada, cuando no quieren nada para sí mismos pueden tenerlo todo… buscando el Reino, que es don y regalo, que es gracia…

            Jesús no pone ninguna condición (saber latín, hacer teología…), no quiere gente que tenga carreras ilustres (para hacer torres, para ganar guerras…). Quiere gente que sea capaz de renunciar, de de-construir torres, de de-sertar de guerras… Gente que renuncie a todo en amor, para tener todo, de forma distinta, en amor de Reino.

SEGUNDA PARTE (Lc 14,28‒33). AJEDREZ DE JESÚS

  Si un rey quiere declarar una guerra, si un rico quiere construir una torre han de empezar calculando los costes de la empresa, en clave de soldados y dinero. Pues bien, de un modo abrupto, rompiendo esa lógica, de tipo utilitario, Jesús afirma que, para ser discípulo suyo, en camino de Reino hay que renunciar a todos los bienes (cf. motivo de Lc 12, 33 y 18, 22):

 ¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: Este comenzó a edificar y no pudo terminar. O ¿qué rey, si sale para combatir contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 28-33)[1].

 La cuestión de fondo está en el paso de las dos primeras comparaciones, que son como premisas, en línea de cálculo económico-militar, a la tercera, que es la conclusión. El oyente o lector está esperando también en el tercer momento un tipo de “crescendo” en la línea de los anteriores (más dinero, más soldados…), pues seguir a Jesús es más costoso y arriesgado que edificar una torre o ganar una guerra, que son sin duda empresas de gran coste; más costoso debería ser por tanto el seguimiento de Jesús, de modo que cada uno tendría qua calcular muy bien los bienes o medios que tiene para decidirse a favor de Jesús (de su Reino).

Pues bien, de un modo sorprendente, rompiendo la lógica anterior, la tercera frase afirma que el seguimiento de Jesús no implica monetaria ni socialmente ningún coste, sino todo lo contrario: Abandonarlo todo, dejar los bienes (los medios económico-militares) y los honores, pues sólo así se puede seguir a Jesús.

‒ El primer contraste, la primera jugada del ajedrez, lo ofrece el dinero de la torre, que puede entenderse como castillo de defensa o como ciudad amurallada frente a todos los peligros (pyrgos, Gen 11, 4: la torre de Babel). Quien pretenda construirla ha de sentarse y calcular los gastos… En cierto sentido, todos nosotros seguimos siendo constructores de torres, como sabe el relato de Babel. Cada uno la suya, todos juntos la gran torre de la cultura mundial capitalista, que sólo se puede edificar con muchísimo dinero. ¿Tenemos suficiente para edificarla?

‒La segunda jugada  es de tipo militar, y está representado por un rey que para ganar una guerra y ensanchar su imperio ha de sentarse y calcular si tiene soldados y medios suficientes para culminarla. Entre esos “reyes” estaban entonces los tetrarcas como el de Galilea (Herodes, Antipas) o el emperador de Roma (Augusto, Tiberio), siempre dispuestos a ensanchar su territorio, siempre con dinero y con soldados.

‒ Pero, en tercer lugar, tras decir “de ese manera (houtôs)”, Jesús rompe el esquema y dice: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. Los dos signos anteriores llevaban a pensar que él iba a pedir un tercer gesto aún más activo que los anteriores. Una torre sólo pueden construirla hombres muy ricos. Una guerra sólo pueden ganarla reyes o caudillos militares también ricos. Pues bien, en contra de eso, en este último caso, Jesús supera y rompe el plano de esas exigencias (dinero, soldados…), e invierte el proceso (la relación lógica entre causas y efectos), pidiendo a sus seguidores que renuncien a todos los bienes (a todo lo que tienen, con su mismo honor personal o de grupo) para así seguirle.

Del plano de los ricos (hacedores de torres) y los reyes (promotores de guerras) Jesús nos lleva al plano de la vida concreta, de todos: El Reino de Dios no es cuestión de ricos o de reyes, ni de personas de honor, sino de los que son capaces de desprenderse de todo. Este cambio de plano respecto de los modelos anteriores marca la novedad de su proyecto. Todos los principios precedentes cesan, tanto en un plano militar como económico.

No se trata de construir una torre, ni de ganar una guerra, sino de vivir plenamente en gratuidad, superando un tipo de poder y de tener (construir torres y ganar batallas para descubrir la gratuidad de la vida, en línea de comunión humana, desde los más pobres, superando una carrera de méritos, honores o riquezas. Jesús no pone ninguna condición (riqueza o poder, honor, conocimiento o nobleza…), sino una: Renunciar a todos las posesiones (pasin tois yparkhousin), todas las cosas (propiedades), todos los honores que uno tiene y que le tienen. No hay que hacer ni poseer nada especial, sino vivir en gratuidad, recibiendo gratuitamente el Reino[2].

[1] Cf. T. V. MooreThe TowerBuilder and the King: Suggested Exposition of Luke XIV. 25-35, Exp 8 (1914) 519-537; A. Stock, Counting the cost, Liturgical Press, Collegeville MN 1977

[2] No es pasividad (como algunos entienden el wu wei del Tao), ni un tipo de nirvana (más allá de todos los deseos, como dice cierto budismo), sino de ser en plenitud, no teniendo que hacer nada en clave de dinero, de honor y poder, en donación de amor radical. He comentado el sentido de este no-hacer-haciendo en Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2012 y en Violencia y diálogo de religiones. Un proyecto de paz, Sal Terrae, Santander 2004.

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