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Dom 20.1.19.María quiere vino: Las bodas de la Iglesia

Domingo, 20 de enero de 2019

bodas_canaDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 2, Ciclo 3. Jn 2, 1-11. El texto de las Bodas de Caná de Galilea ofrece el tema final de la Navidad (es decir, de la Epifanía de Jesús), con los oros dos motivos anteriores: Adoración de los Magos y Bautismo de Jesús.

Es un evangelio rico en motivos históricos, cristológicos, eclesiales y marianos, que deberían exponerse con más cuidado. Yo lo he titulado María (=la madre de Jesús), quiere vino, no para ella, sino para la Iglesia, para todos los que buscan y quieren a Jesús, para todos los hombres y mujeres de la tierra.

— Hay ciertamente un recuerdo de Jesús participando en bodas, hombre de vida, al servicio del amor y de la vida.. Éste es el Jesús verdadero, iniciador de bodas, hombre de amor y de vino, promotor de una esperanza de paz (shalom), simbolizada en la Biblia con buenas bodas.

— Hay un matiz de Iglesia, es decir, de humanidad: Debemos pasar de las bodas de agua y purificación (mucha ley, muchas normas, piedra a piedra, gran pobreza) a las bodas del vino . Que todos los hombres y mujeres de la tierra, todas las casas, tengan lo necesario para vivir (pan, agua, casa…), pero también algo de vino, que es el gozo de la vida, algo que sobra para el regalo, para el amor, para las bodas…

Hay un recuerdo de la Madre de Jesús, que es persona concreta y signo de Israel, una mujer festera, promesa de vino y de amor para hombres cargados de leyes, de miedos y normas frustradas (los cántaros de piedra para las purificaciones).

a. Santa María de las bodas

49937771_1155522287958295_7210638752929021952_nLa Madre de Jesús se sitúa ante las bodas humanas (antes judías, hoy cristianas) y descubre en ellas mucha mucha ley (agua de purificaciones, normas bien aseguradas…), pero sin vino de vida, que es la alegría de los novios que se irradia y expande a todos los invitados. Por eso critica las bodas antiguas (de Israel, quizá de gran parte de las bodas de nuestras Iglesias, cargadas de leyes y normas de piedra y agua, con poco vino de vida.

La Virgen de muchas “apariciones marianas” habla más de penitencia que de vino; ella puede ser piadora, pero no es la Virgen de Caná de Galilea, iniciadora de evangelio, de vino y de bodas, de alegría esperanzada (es decir, cristiana).

b. San Jesús del Vino

Jesús se manifiesta en Cana para dar vino y “marcha” de vida (esperanza, alegría) a las bodas de la historia humana, pasando de la pura ley (cántaras de agua de purificaciones) a la vida intensa, al vino abundante, sobrado, bueno, de la fiesta, con María su Madre (que es signo del paso, de camino que se debe hacer para ir del Antiguo al Nuevo Testamento).

Hemos manipulado a Jesús (hemos manipulado a su Madre), muchas veces, para seguir teniendo a la puerta de nuestras iglesias las seis cántaras de agua de las purificaciones (prohibiciones, normas…). Jesús, en cambio, ha venido y su madre le ha “presentado” para que sea fuente de vino, es decir, de amor, de bodas para el conjunto de la humanidad. Éste es el mensaje del evangelio de hoy.

Todo eso y mucho más está latente en este texto prodigioso, que comentaré en tres partes:

a) Comentario básico
b) Manifiesto del vino
c) Observaciones finales

Imágenes Son normales todas… menos la segunda: Una Fiesta de Bodas del pintor judío M. Chagall… Parece Caná de Galilea, bullicio de fiesta, con Jesús en algún lado, con la Madre, con los novios… y todos con sus ánforas de vino. Es la mejor representación moderna que conozco de las Bodas de Caná.

Buen domingo a todos.

Texto: Juan 2, 1-11

280px-Giotto_-_Scrovegni_-_-24-_-_Marriage_at_CanaEn aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino.”
Jesús le contestó: “Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.”Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él diga.”
Había allí colocadas seis cántaras de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua.”
Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: “Sacad ahora y llevádselo al mayordomo. “Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.”
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.

1. COMENTARIO BÁSICO

El evangelio nos sitúa en el centro del misterio humano, allí donde nos dice Gén 2, 24 que los hombres se encuentran a sí mismos para unirse: abandonan a los padres y se unen entre sí para formar una sola carne. Bodas son celebración de amor, fiesta de la humanidad que goza en su mayoría de edad, como unión matrimonial y promesa de vida.

Lógicamente, la madre de Jesús estaba allí (2,1).

No se dice que haya venido o que la inviten. Ella pertenece al espacio de las bodas, al lugar del surgimiento mesiánico, al camino de la nueva esperanza de familia de los hombres. Está precisamente en su función de madre y de esa forma se la llama, silenciando su nombre propio de María. En este primer plano, ella refleja la experiencia israelita: es la madre creadora de familia, entregada plenamente a la fiesta de esponsales de los hombres.

Pues bien, el hilo de la narración, la historia de la boda, se corta para introducir una novedad que cambiará toda la línea del relato: «pero también fue invitado Jesús y sus discípulos a la boda» (2,2). Ellos no estaban allí desde el principio, vienen de fuera a interrumpir y transformar el curso de los acontecimientos. Precisamente su venida pone al descubierto la carencia de la fiesta: ¡no tienen vino! En un nivel externo, aquí puede tratarse de carencia material, pero es evidente que el relato apunta a otro nivel: no es que se haya acabado un vino que antes hubo, aunque fue escaso; es que no hubo ni hay vino de ninguna especie.

Israel no puede terminar la fiesta de sus bodas: tiene la promesa y el camino, pero no llega por sí mismo al cumplimiento, porque falta el vino;
tiene anhelo de familia, pero no logra crearla, porque se clausura en el padre (tradiciones) de la tierra. La Iglesia actual se parece mucho a ese Israel aquí criticado, incapaz de abrir para los hombres y mujeres el tiempo de las bodas.

Los novios de aquel antiguo Israel y de esta iglesia 2019 no han podido conseguir el vino de la vida, como indica certeramente la madre (Jn 2,3). Solamente tienen el agua de las purificaciones judías, el agua de los ritos y las leyes, que limpia una vez, externamente, para que volvamos de nuevo a descubrir que nuestras manos siguen estando manchadas (cf. Heb 9,23-10,18). Precisamente en ese fondo de insuficiencia israelita y búsqueda de bodas que no pueden culminar, viene a situarse la palabra de María. Sin entrar en sus matices teológicos más hondos señalamos su manera de ponerse ante las bodas. 49

En primer lugar,
María se muestra preocupada y atenta.

Por ser obvio, este nivel aparece pocas veces destacado. No sabemos si es que había otros que vieron y sintieron la carencia de vino, a la llegada de Jesús, pero sabemos que María lo ha advertido. Ella mira atenta a las necesidades de los hombres, gozosa ante unas bodas que prometen dicha. Pudiéramos decir que está al servicio de la fiesta del amor y de la vida: quiere que haya gozo, que haya vino y, mientras otros están quizá perdidos en quehaceres más pequeños, ella sabe mantener distancia y descubrir las necesidades de los hombres, lo mismo que lo ha hecho en el Magníficat (Lc 1, 46-55).

Tiene clarividencia especial y, en gesto de servicio abierto, descubre la carencia de la vida. Sabe que los hombres han sido creados para celebrar las fiestas del amor, para las bodas del vino escatológico, y por eso sufre al verlos deficientes, oprimidos, incompletos, sometidos al agua de los ritos y purificaciones del mundo. Por eso, quiere conducirles a la nueva familia del Reino.

En segundo lugar,
María lleva ante Jesús las carencias de los hombres.

50174195_1155524951291362_5091378357233254400_nLa madre sabe ver, pero no puede remediar. Ella se encuentra ante un misterio que la desborda, ante una carencia que no puede solucionar por sí misma. Lógicamente acude al hijo: «no tienen vino» (2,3). La indicación es delicada, respetuosa, y, sin embargo, el hijo debe rechazarla: «¿Qué tenemos en común yo y tú, mujer? Aún no ha llegado mi hora» (2,4). He querido respetar la dureza del pasaje (ti emoi kai soi gynai), porque nos sitúa en la línea de los textos antes estudiados (Mc 3,31-35; Lc 11,27-28).

Humanamente hablando, en plano israelita, la madre carece de poder sobre Jesús. No puede marcar su camino, cerrándole en la vieja familia de la tierra.
Esto significa que la hora, el tiempo y gesto de Jesús, no viene marcado por María. Sin embargo, si miramos a más profundidad, descubriremos que la misma respuesta negativa refleja un tipo de asentimiento implícito: Jesús no rechaza la observación de su madre, no niega la carencia de vino. Simplemente indica que la hora se halla en manos de su Padre de los cielos (cf. Lc 2,48-49).

María le mostraba una carencia desde un punto de vista que es todavía humano. Jesús acepta esa carencia, pero sube de nivel: él no ha venido simplemente a rellenar un hueco de los hombres, a solucionarles un problema de la tierra. Sin este primer distanciamiento, sin esa ruptura creadora, ni Jesús hubiera sido verdadero salvador, ni su madre nos podría valer como modelo de fidelidad en el camino hacia el nivel de salvación definitiva donde surge la familia nueva de las bodas.

Esto nos conduce al tercer plano:
la actitud de la madre respecto a los servidores de la boda.

Ella acepta la palabra de Jesús, su trascendencia. Sabe que no puede dominarle ni mandarle, trazándole un camino sobre el mundo. Pero puede dirigirse a los ministros de la fiesta, a todos los hombres de la tierra: «haced lo que él os diga» (2,5).
Así deja la respuesta en manos de Jesús, deja el tiempo de su «hora» y poniéndose en el plano de los servidores, María viene a presentarse como gran diaconisa, servidora primera de la fiesta: prepara así las cosas para el cambio de las bodas. Su gesto viene a interpretarse como un reconocimiento mesiánico: está cerca de aquello que, en visión de Jn, ha realizado Juan Bautista.

También el Bautista pertenece al tiempo de las bodas. No es el Señor, no es el esposo, pero anuncia su venida y prepara a sus discípulos, llevándoles precisamente hasta el lugar donde está el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Jn 1,29; cf. 1, 19-42). Por eso se alegra de que el Cristo aparezca mientras él desaparece (1,30): «el que tiene a la esposa es el esposo. En cambio, el amigo del esposo, que está allí para atenderle, se alegra muchísimo al escuchar la voz del esposo» (Jn 1,29).

Juan es el amigo del esposo, el que ha preparado el camino de sus bodas y se alegra de estar a su servicio. Por eso le cede (le traspasa) sus propios discípulos y desaparece cuando empiezan ya los esponsales. Pues bien, de una manera semejante, podemos afirmar que María es la madre de Jesús esposo. También ella prepara el camino, pero no puede mandar sobre Jesús ni obligarle a comportarse de una forma determinada. Por eso dispone a los servidores, diciéndoles que escuchen a Jesús para realizar de esa manera el gran cambio de las bodas.

María actúa como «diaconisa»,
es el Antiguo Testamento que se abre al Testamento y Fiesta de Jesús

Ella aparece así como iniciadora de la nueva familia de Jesús, el protagonista (esposo-esposa) de las nuevas bodas mesiánicas, del Reino. Ciertamente, en la visión tradicional de Lc 14,15-24, María no aparece como sierva del banquete; no es de aquellos mensajeros-profetas que caminan anunciando la gran fiesta por los pueblos y los campos, recibiendo así nombre de «siervos» (douloi). Pero ahora ella está presente, realizando una función superior: prepara a los servidores (los diakonoi) del banquete (cf. Jn 2,5), enseñándoles a escuchar y acoger a Jesucristo.

María no está aquí para cuidar de Jesús, para arroparle en medio de los riesgos de una fiesta donde suelen perderse los modales de la buena educación y sobriedad sobre la tierra. Está para ocuparse de los hombres, de aquellos hambrientos y oprimidos que quisieran llegar hasta las bodas de alegría-vida de la tierra pero no pueden hacerlo porque falta el vino del amor y de la vida, la vida de la fiesta.

Precisamente al servicio de ese amor y de esa vida, de ese vino y de esa fiesta, se ha puesto María conforme al evangelio. Ella está con los diáconos, servidores del banquete, anunciando y preparando el gozo que se acerca. Está al servicio del festín de manjares suculentos y vinos generosos que el Dios de su hijo Jesucristo ha preparado sobre el monte de la tierra, conforme a la palabra ya citada de Is 25,6-
En esta perspectiva ha de entenderse un detalle textual bien significativo.

En medio del banquete donde los judíos sólo tienen el agua de purificaciones rituales (cf. Jn 2,6) ella ha conducido a los hombres hacia el tiempo nuevo de Jesús, el Cristo. Ciertamente, es judía. Pero es una judía que supera su antigua perspectiva legalista y muere al mundo viejo para renacer de esa manera en Cristo, conviniéndose en cristiana. Ella es la primera cristiana de la historia, miembro de una familia en la que todos somos con Jesús esposo-esposa de las nuevas bodas de un amor que nunca acaba.

2. CANTO AL VINO, MANIFIESTO DE LA IGLESIA

1. Un presente seco.

La iglesia actual se encuentra en la misma situación de los novios y los invitados de la escena: No tenemos vino. Anunciamos con trompetas nuestra fiesta, pero lo logramos ofrecer nada. Sólo la apariencia de unas bodas, UNA fiesta externa, incluso músicos pagados, pero nos falta vino.

Y sin vino ni los novios pueden pronunciar su palabra de amor, ni los amigos compartirla y celebrar con ellos, conforme al ritual judío. Ésta parece haber sido la situación de muchas iglesias judeo-cristianas (o paganas) del tiempo del Evangelista Juan. Para ellos va escrito el evangelio. Esta es nuestra situación. La iglesia 2019 parece un funeral de críticas, lamentaciones y abandono. Muchos se marchan de la fiesta, falta el vino.

2. Toma de conciencia, la Madre de Jesús…

Ella es la primera en tomar conciencia de la situación… Nadie se da cuenta de ella. Los convidados hablan, quizá discuten, pero no logran comprender que su fiesta está vacía. Los señores de esta fiesta de la Iglesia han nuevamente (año 2019) preparado seis grandísimas tinajas de agua (de leyes y normas para purificación, de derecho, de prohibiciones). Sólo tienen eso: Normas, leyes, prohibiciones, purificaciones y nuevas purificaciones, con leyes nuevas…

Una vuelta obsesiva a las normas de poder, simbolizadas por el agua de una liturgia vacía. Falta el vino, la boda no es boda, sino una forma de engañar al personal. Pero ella, la madre de Jesús (que es signo de las promesas del buen judaísmo) se da cuenta, y le dice a Jesús… También entre nosotros hay algunos que advierten la falta de vino, cristianos más comprometidos, poetas y profetas, servidores de los demás en un mundo donde se acaba la fiesta de la vida.

3. Resistencia, no es todavía mi hora.

¿Quién le dice a Jesús, de verdad, que nos falta el vino? ¿Quién puede llegar y decirlo: ¡es tu hora!? El evangelio concede ese “oficio” a la madre de Jesús, que es el signo de las promesas de la vida. No es ya tiempo de más purificaciones, de tinajas de agua, de normas y normas, y ella se lo dice a Jesús, parece resistirse, y dejarnos para siempre con el agua de los ritos, como si nada hubiera pasado (con templos externos, rituales vacíos, normas y normas llenas de prohibiciones).

Es como si Jesús nos hubiera abandonado, dejándonos en manos de nuestros cenáculos vacíos, de bodas que no son bodas, de vino que no es vino… Gran parte de la jerarquía actual de la Iglesia parece resistirse, diciendo que no es todavía la hora, para centrarse en sus ritos, en sus purificaciones sin vida, en sus fiestas sin alma.

4. Decisión: Llenad las tinajas de agua…

Pero Jesús escuchó a la madre y se puso en marcha, puso en movimiento su proyecto mesiánico de vino. Por eso pide a los servidores que llenen hasta arriba las tinajas, rebosantes… para que el agua del antiguo rito (purificación, gloria vacía…) se convierta en vino de fiesta. Éste es oficio de todos, de los servidores de la boda y del architriclino (que son los clérigos antiguos, que hoy serían el papa, los obispos y los celebrantes…). Es como si hubiéramos celebrado con agua de normas y ritos, queriendo purificarnos, pero sin nunca lograrlo.

Es el momento de la boda, de la vida, del amor, de la alegría…Sólo este paso del agua real al vino realísimo de la fiesta, de la nueva conciencia, del gozo compartido, expresa la novedad de Jesús. Hemos vuelto a cerrar el proyecto de Jesús y encerrarlos en grandes ánforas de agua… Pues bien, bien, es la hora de ponerse en marcha, de abrir las tinajas y llenarlas de agua nueva, para que Jesús nos ayude a convertir el agua en vino de fiesta sin fin.

5. Celebración: El vino nuevo de la fiesta.

Es ante todo el vino de los “novios”, de aquellos que se han unido para celebrar la fiesta de su vida, para beber juntos de una misma copa el vino del amor que crece y crece… Es la fiesta de todos los invitados, entre ellos los discípulos, que deben transformar el mundo a base de buen vino. Cuando abunda el vino, y aprende a beber en comunión de gozo, la vida cambia.

Este es el motivo central de la fiesta de Jesús que nos hace celebrantes de la vida, animadores de esa fiesta, que es de todos, hombres y mujeres, invitados al banquete de bodas, sin que nadie quede excluido, sin que nadie lo acapare. Éste es el tiempo de pasar del vino malo al buen vino de fiesta, de amor generoso, de bodas de vino para todos, superando las viejas leyes y las purificaciones, para ponernos al servicio de la vida.

6. Expansión: discípulos de Jesús.

El evangelio dice que ellos creyeron y le acompañaron, poniéndose en marcha. Pues bien, también los nuevos ministros han de creer y convertirse en o servidores de la fiesta del vino, ellos, los que ahora existen y muchos nuevos. Pero no les veo convencidos de ellos; se han hecho guardianes de tradiciones, conservadores de un agua que se termina perdiendo, pudriendo…

Por eso ha de darse un cambio radical. Ciertamente, muchos ministros de las iglesias (varones y mujeres) siguen siendo portadores de una fiesta de vida. Pero muchos otros me parecen cerrados en leyes de purificaciones, en normas ya antiguas (cuyo origen nadie sabe explicar…), andan a lo suyo, que no es aquello que empezó a realizar Jesús en Caná de Galilea, entre amores raros, mientras el corazón de muchos se seca. Aquí es precisa una tarea nueva al servicio del vino de Jesús, con gente nueva, vino nuevo en odres nuevos, dice en otro lugar el evangelio (Mc 2).

7. Compromiso gozoso, siempre el vino.

Las tinajas de las purificaciones no son algo del pasado. Ellas forman gran parte del presente de la Iglesia, hecha de ritos, envidias, cansancios, normativas… que no dejan que el vino se expanda y que corra por todos los sarmientos y cepas de la Iglesia y de la humanidad la savia de Jesús (cf. Jn 15). Pues bien, según su evangelio, Jesús nos quiere portadores del vino de la fiesta, animadores de la celebración, prontos al baile, al abrazo, a perder la cabeza en amor, por amor, en comunión… Ésta es la imagen que debíamos dar, desde el Papa de Roma hasta el monaguillo del puenlo… Celebradlo con vino, nos dice Jesús, o con el equivalente al vino, que es el amor que se expande, se contagia…

3. ANOTACIONES FINALES

(Para los que quieren aún seguir leyendo)

Seis ánforas, seis cántaras de piedra

Había seis ánforas de piedra, colocadas para las purificaciones de los judíos (2, 6). Eran necesarias y debían encontrarse llenas de agua, para que los fieles de la ley se purifiquen conforme al ritual de lavatorios y abluciones. Pues bien, el tiempo de esas ánforas (¡son seis! ¡el judaísmo entero!) ha terminado cuando llega el día séptimo del Cristo de las bodas.

Los judíos continúan manteniendo el agua, el rito de purificación en que se hallaba inmerso el mismo Juan Bautista (cf Jn 1, 26). La Madre de Jesús había descubierto ya que es necesario el vino, superando de esa forma la clausura legal (nacional) del antiguo judaísmo que se encuentra reflejado por el agua. Finalmente, cumpliendo la palabra de Jesús (que anuncia y anticipa el misterio de su Pascua), los ministros de las bodas ofrecen a los comensales el vino bueno de la vida convertida en fiesta.

En este comienzo eclesial, en el primero de los signos de Jesús, está su Madre, como iniciadora paradójica y sublime de su obra. Ella es la mujer auténtica que sabe aquello que los otros desconocen. Ella es la primera servidora de la Iglesia mesiánica que dice a los restantes servidores de las bodas: ¡haced lo que él os diga!

Acabamos de indicar que ella aparece como mediadora de la alianza: pide a los hombres que cumplan lo que Cristo les enseña. Pero dando un paso más podemos afirmar que ella se pone de algún modo en el lugar del mismo Dios (del Padre de la Transfiguración) cuando decía desde el fondo de la nube a los creyentes: ¡este es mi Hijo querido, escuchadle! (Mc 9,7 par). La que ahora pide a los humanos (especialmente judíos) que acojan a Jesús es ya su Madre. No lo hace por orgullo o vanidad, pues como vimos ya en Lc 2, 34-35 y veremos en Jn 19, 25-27, ella es madre sufriente que conoce el carácter doloroso del servicio de Jesús.

No tienen vino! (2, 3).

Esta es una de las palabras más evocadoras del NT y del conjunto de la Biblia. La Madre se la dice en primer lugar al Hijo, pero luego las podemos y debemos aplicar a nuestra historia. Son palabras que escuchan los cristianos, devotos de María, sobre todo los que están comprometidos en la gran tarea de liberación. Precisamente allí donde podemos sentirnos satisfechos, allí donde pensamos que las cosas se encuentran ya resueltas, todo en orden, se eleva con más fuerza la voz de la Madre de Jesús diciendo:

¡No tienen libertad, están cautivos! ¡No tienen salud, están enfermos!
¡No tienen pan, están hambrientos! ¡No tienen familia, están abandonados!
¡No tienen paz, se encuentran deprimidos, enfrentados!

Nosotros no podemos: ¿qué nos importa a tí y a mí? ¡no es nuestra hora! Sabemos que en Jesús y por Jesús ha llegado la hora de la Madre que nos muestra las necesidades de sus hijos, los humanos sufrientes. Sobre un mundo donde falta el vino de las bodas de la libertad/amor/justicia, sobre un mundo que sufre la opresión y el fuerte hueco de la vida, la voz de la Madre de Jesús resuena como un recordatorio activo de las necesidades de los hombres, es principio de fuerte compromiso.

¡Haced lo que él os diga! (2, 5).

Esta es la hora de la fidelidad cristiana de la madre de Jesús. Se ha dicho a veces que ella nos separa del auténtico evangelio, que nos lleva a una región de devociones intimistas y evasiones, desligándonos del Cristo (acusación de algunos protestantes). Pues bien, en contra de eso, los católicos sabemos que la Madre nos conduce al Hijo, recordándonos con fuerza que debemos hacer lo que él nos diga, igual que ella lo hizo.

Es la hora de la Madre a quien el mismo Jesús llama Mujer (2, 4). Es la hora de la mujer cristiana que puede y debe conducirnos al lugar del verdadero Cristo, para cumplir de una manera intensa su evangelio. Sólo allí donde se unen estas dos palabras (¡no tienen vino! y ¡haced lo que él os diga!) encuentra su sentido la figura de María. Tenemos que descubrir la necesidad del mundo (plano de análisis liberador) e iniciar con Jesús un camino de compromiso liberador, haciendo lo que él dice en su evangelio.

Ese es evangelio de bodas y por eso en el fondo de todo sigue estando la alegría de un varón y una mujer que se vinculan en amor y quieren que ese amor se expanda y que llegue a todos, expresado en el vino de fiesta y plenitud gozosa. El judaísmo era religión de purificaciones y ayunos (cf Mc 2, 18 par); por eso necesitaba agua de abluciones. Pues bien, en contra de eso, el evangelio empieza siendo (unir Jn 2, 1-12 con Mc 2, 18-22) experiencia mesiánica de fiesta. En medio de ella, como animadora y guía, como hermana y amiga, encontramos a la Madre de Jesús. No la busquemos en la muerte, encontrémosla en la vida. Sólo así, cuando gocemos con ella del vino de Jesús, podremos dedicar nuestro trabajo y alegría al servicio de los pobres (los que no tienen vino).

La madre Israel recuerda a Jesús su camino

49949847_1155526954624495_5939965153624719360_nPrecisamente allí donde pudiera parecer que la madre intenta dominar al Hijo (¡no tienen vino!), ella aparece como servidora de ese Hijo, pidiendo a los humanos que cumplan su mandato. Y precisamente allí donde parece que el Hijo se separa de la madre está más cerca de ella, cumpliendo de manera más alta su deseo: no ofrece simplemente un normal vino de bodas del mundo, sino el Vino de las Bodas del Reino, de la plenitud definitiva de la historia.

La palabra de la Madre (¡haced lo que él os diga!) nos sitúa en el centro de la teología de la alianza, allí donde los antiguos judíos decían ¡haremos todo lo que manda el Señor!: Ex 24, 3). Así nos conduce al lugar donde se ha cumplido la historia antigua, ha llegado la alianza del vino, que hemos evocado al ocuparnos de la Última Cena (cf. Mc 14, 24-25; Lc 22, 20; 1 Cor 11,25). En esta perspectiva ha de entenderse el signo eucarístico, que ha estado presente (en ausencia) desde el comienzo de la escena: ¡no tienen vino!. La Madre habla de un vino, Jesús ofrece otro, mucho más valioso. En el lugar de unión y cruce del vino de la Madre (Israel) y de Jesús (eucaristía cristiana) nos sitúa Jn 2, iniciando un tema que desarrollarán los textos eucarísticos posteriores del evangelio, como indicaremos (Jn 6 y Jn 15). De esa forma suponemos que ella conocer de algún modo aquello que pasará, sabe que el vino de Jesús será distinto de que ella ha bebido hasta ahora. Por eso dice ¡haced lo que él os diga!

La Madre de Jesús no quiere adueñarse del Árbol de la Vida, como Eva, ni tentar a Jesús (nuevo Adán), como algunos apócrifos del tiempo hubieran destacado. Ella es madre mesiánica que ha sabido educar a los humanos (varones y mujeres) para la aceptación del Cristo: es mujer de bodas, la única que sabe verdaderamente lo que pasa (lo que falta) sobre el mundo, de manera que puede preparar y prepara a los humanos (varones y mujeres) para el vino eucarístico final. No lo puede dar (ella no lo tiene); pero puede pedírselo a su hijo.

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