“Multiplicar la alegría (I)”, por Gema Juan OCD
En ocasiones, las palabras pierden su significado auténtico o van tomando un matiz que las aleja de su esencia. Por ejemplo, Teresa de Jesús decía que al amor «le tienen usurpado el nombre». Que se llama amor a cosas que, en realidad, son mucho menos que amor. Es algo que sucede con frecuencia.
Si se piensa en qué es «bienvivir», saltarán a la mente muchas cosas que se acercan poco a su significado inicial. Y enseguida habría que ponerse a pensar qué es vivir con holgura u honestamente, que es como define el diccionario la palabra bienvivir.
Pasa otro tanto con la conversión. Antes y después de su significado religioso, nadie piensa que es ponerlo todo a dar vueltas… o sea, algo muy dinámico y estimulante. Como un catalizador de vida. Y así no es extraño que, al final, el asunto de la conversión tenga tan mala fama, como si fuera que se acaba la fiesta y empieza lo aburrido, cuando no lo pesado y restrictivo. No deja de ser sorprendente.
Si acuden aquí estas tres palabras es porque están ligadas: el amor, el bienvivir y la conversión.
Ya desde muy antiguo, siglos antes de Cristo, la Palabra de Dios se abría paso diciendo que se podía elegir entre la muerte y la vida, pero en el sentido de vivir bajo un peso de muerte o sobre una estela de vida. ¿Quién no elegiría la vida?
Jesús habló de encontrar en un campo un tesoro y de un mercader que iba buscando perlas y tropezó con una muy especial. Y entonces, uno y otro dejaron todo lo que tenían a cambio del increíble hallazgo. No parece que les aguaran la alegría, sino más bien al contrario. ¿Quién no lo dejaría todo?
Algo de eso contaba Teresa de Jesús sobre sus hermanas. Cuando fundó su primer convento escribió:
«Parece ha Su Majestad escogido las almas que ha traído a él [al convento], en cuya compañía yo vivo… [tienen] una alegría y contento, que cada una se halla indigna de haber merecido venir a tal lugar… hales dado el Señor tan doblados los contentos aquí, que claramente conocen haberles el Señor dado ciento por uno que dejaron, y no se hartan de dar gracias».
Ellas lo dejaron todo, pero de lo que hablan es de tener «doblados los contentos». Parece que la conversión tiene algo que ver con eso, con multiplicar la alegría y elegir la vida.
Mucho antes de que Teresa fuera sembrando casitas donde están «doblados los contentos», Isaías escribió unas palabras que siguen estremeciendo. Decía: puedes ver cómo brota de ti la luz y cómo te nace carne sana. Verás que se abre un camino de vida para ti y que Dios te cobija y escucha. Es claro que también hablaba de multiplicar la alegría.
Y todo eso, por casi nada: por vestir al que le falta ropa, por arropar cualquier desnudez y ayudar a vivir dignamente a quien no lo logra. Por abandonar la costumbre de murmurar. Por echar una mano a quien sufre y por negarse a esconder la injusticia.
Isaías decía que al elegir la vida de los demás –darles vida, de un modo u otro– se elige la propia vida, la alegría de vivir; vivir con luz, con salud, con un camino abierto. Eso parece, realmente, bienvivir, parece vivir con holgura.
Teresa, como si quisiera explicar las palabras de Isaías, decía: «Es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas»… no doblaréis el contento y quedaréis encerradas en vuestra propia carne.
Explicaba a sus hermanas –y a todos sus futuros oyentes– la imperiosa necesidad de algunas virtudes para bienvivir, para ser espirituales y les advertía muy seriamente: «Es imposible, si no las tienen, ser muy contemplativas, y cuando pensaren lo son, están muy engañadas».
Hablará, sobre todo, de una virtud que las resume todas, que es aquella de la que hablaba Isaías: el amor. «Entendamos, hijas mías, que la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo, y mientras con más perfección guardáremos estos dos mandamientos, seremos más perfectas».
Por eso, Teresa hace una primera invitación para «ponerlo todo a dar vueltas», para convertirse: cavar. Sabiendo que podemos hacerlo y que no hay que irse muy lejos:
«En alguna manera podemos gozar del cielo en la tierra, que nos dé [el Señor] su favor para que no quede por nuestra culpa y nos muestre el camino y dé fuerzas en el alma para cavar hasta hallar este tesoro escondido, pues es verdad que le hay en nosotras mismas».
Ponerlo todo a dar vueltas puede ser remover la tierra para cavar y encontrar el tesoro escondido. Puede que por ahí empiece la tabla de multiplicar la alegría.
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