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Nada nuevo bajo el sol

Domingo, 10 de julio de 2016

f300x0-8792_8810_0Patricia Paz
Buenos Aires (Argentina)

¡Sálvanos Señor, porque ya no hay gente buena,
Ha desaparecido la lealtad entre los hombres!
No hacen más que mentirse unos a otros,
Hablan con labios engañosos y doblez de corazón.
(Salmo 11, 2-3)

ECLESALIA, 08/07/16.- Podríamos decir, frente a estos versículos del salmo, lo mismo que el autor del Eclesiastés, “No hay nada nuevo bajo el sol”, no hemos cambiado demasiado, seguimos siendo desleales unos con otros, la mentira está a la orden del día. Decimos una cosa y hacemos otra. La política lleva la delantera pero la misma está avalada por una ciudadanía ávida de consumismo que se olvida del bien común. Cada cual protege su propia “parcela” aunque esto signifique profundizar las injusticias que podemos ver a lo largo y a lo ancho del mundo. Somos incapaces de cuidarnos mutuamente, cerramos nuestras puertas al hermano por miedo, por egoísmo, por avaricia. Valen más nuestras pobres posesiones materiales que el bienestar y la vida de tantos.

Muchos dirán que hemos avanzado enormemente en las últimas décadas, sacando a millones de la pobreza. Y en cierto modo es verdad, pero si aceptamos que estamos viviendo un tiempo de posibilidades nunca antes visto, los resultados son pobres. Hoy estamos en condiciones de dar de comer a toda la población mundial, y sin embargo hay muchos que tienen hambre. Tenemos millones de desplazados que no encuentran un lugar donde vivir. Se cierran las fronteras y hay muchas personas que viven como ilegales en las naciones más ricas y desarrolladas o en campos de refugiados donde se sobrevive en condiciones infrahumanas. Nos hemos convertido en una sociedad de consumo cuyo único incentivo es el tener. Lograr el desarrollo armónico de nuestras comunidades no parece estar en el radar de nuestra felicidad. Convivimos con la inequidad y la miseria como algo natural. Nos hemos desconectado de nuestra propia naturaleza humana y de la Creación en general. Sacrificamos en el altar del consumo el futuro de nuestros propios hijos y del planeta todo.

Muchos cristianos, y hablo de nosotros porque es lo que conozco, vivimos la vida por carriles paralelos que raramente se entrecruzan. Para este domingo el Evangelio nos propone la lectura del Buen Samaritano. En esto todavía estamos como el maestro de la ley, seguimos sin saber quién es nuestro prójimo, o mejor dicho lo sabemos perfectamente, pero nos hacemos los distraídos. El Evangelio con su simpleza es de una enorme claridad. No hay nada que agregar y la respuesta de Jesús es hoy de una vigencia increíble. Parece que en esto tampoco hemos cambiado demasiado. Jesús, que era un gran maestro, engloba en su respuesta varios problemas a la vez. La indiferencia del sacerdote y del levita, ambos relacionados con el culto y el templo, frente a la misericordia del extranjero nos debería de decir muchísimo hoy a nosotros. ¿Será posible que sigamos justificando el sufrimiento de tantos con argumentos económicos, políticos, religiosos?

No podemos decirnos cristianos y vivir en la indiferencia frente al hermano necesitado. No podemos seguir dejando que el miedo nos divida, nos enfrente, ni que la codicia nos anestesie frente a las necesidades de los más débiles. Nuestros carriles tienen que juntarse. Vivir el Evangelio es algo concreto, difícil, que nos obliga a mirar al prójimo como miraba Jesús. Y este prójimo no es el que nos queda cómodo, sino que es el que la vida nos pone por delante. Es alguien concreto que se encuentra tirado al costado del camino. Es quien me interpela haciendo que yo me pregunte si mi forma de vida no es en parte responsable por las injusticias, y la degradación de la naturaleza. Hoy podríamos repetir con el apóstol Santiago: “Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras te mostraré mi fe” (Sant 2, 18b). Decir que amamos a Dios mientras le damos la espalda al hermano es una hipocresía. Al igual que el Samaritano, silenciosamente, nuestra vida tiene que ponerse al servicio del Reino, y entonces sí, sin necesidad de proclamarlo, mostraremos al mundo nuestro amor a Dios

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