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“De nuevo”, por Gema Juan, OCD

Miércoles, 9 de septiembre de 2015

20720568530_5b84900cf0_mDe su blog Juntos andemos:

Desde muy pronto, Teresa de Jesús mantuvo relación con gentes de todo tipo. Tenía un entorno familiar amplio y después, más allá de los amigos y parientes, tíos, primos…, tendrá ocasión de tratar con gentes de toda condición: monjas y curas, mercaderes y nobles, grandes señoras y algún joven «nonada rico». Si podía escribir a Felipe II, también sabía percibir la santidad de una «labradorcita», entre sus monjas de Valladolid.

Así, Teresa se asomó al pozo humano. Primero al suyo, después a muchos otros. Sufrió la presión a que la sometía su propio contraste de luz y sombra, pero entendió la inmensa posibilidad de recomenzar siempre, de descubrir permanentemente al Dios que quiere obrar el bien en todos. Y a Él dirá: «Que sea tan grande vuestra bondad, que… os acordéis Vos de nosotros, y que… nos tornéis a dar la mano y despertéis».

Llegó a la armonía dejándose en las manos de ese Dios. Teresa se dio cuenta de que Él estaba muy dispuesto –«aparejado», decía ella– a tomarla con amor; solo reclamaba un poco de confianza. A cambio, Teresa iba a descubrir una nueva manera de vivir: «Decir que hay trabajos y penas, y que el alma se está en paz, es cosa dificultosa». La paz en medio de cualquier circunstancia.

Por eso, escribía: «Tan aparejado está este Señor a hacernos merced ahora como entonces, y aun en parte más necesitado de que las queramos recibir, porque hay pocos que miren por su honra». Hay pocos que se fíen de Él y pocos que acepten la mano llagada que tiende Dios –que es la de Jesús– para andar los caminos de la vida.

De ahí su insistencia en renovar la fe y retomar la confianza, que a veces se adormece. Creer de nuevo y así, escribirá: «Creed de Dios mucho más y más». Creer para tener apertura y reconocer al bondadoso, y para poder «con simpleza de corazón y humildad servir a Su Majestad y alabarle por sus obras y maravillas».

Animará a seguir adelante porque –dice– «el Señor da siempre oportunidad, si queremos». Hay que volver a encender el amor y para eso, Teresa siempre pide lo mismo: «Volver los ojos del alma». Siempre y cada vez, eso pide la maestra: mirar.

Lo primero –dirá– «poned los ojos en vos y miraos interiormente». Es necesario asomarse al propio pozo, ver el agua clara y fresca que hay y el lodo que muchas veces se mezcla con ella. Y hacerlo dirigiendo bien la mirada; por eso Teresa afina y dice «poned los ojos en el centro», porque en el centro está Dios.

Hay que «mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped». Mirar hacia dentro para descubrirse habitado. Y hacerlo de su mano, para que la inmersión sea sanadora. Por eso dirá que «nuestro entendimiento y voluntad se hace más noble y más aparejado para todo bien tratando a vueltas de sí con Dios».

El exceso de luz puede cegar: «Cuando mira este divino sol, deslúmbrale la claridad», pero cuando se permanece, Él hace «que los tenga abiertos [los ojos] para entender verdades».

Después de sumergirse y descubrir que hay una fuente interior inagotable, que nace de las entrañas del mismo Dios, Teresa dirá que hay que mirar algo más: «Poned los ojos en el Crucificado».

Una mirada necesaria para que el amor descubierto sea el motor de la vida. Para que no se estanque el agua de la fuente y llegue a los demás. Para poder decir: «Juntos andemos, Señor; por donde fuereis, tengo de ir; por donde pasareis, tengo de pasar».

Y para poder entender que andar con el Crucificado es disminuir los infiernos del mundo, donde Cristo sigue presente, y allí «procurar tomar trabajo por quitarle al prójimo». A eso llama Teresa «ser parte»: tener parte en la misión de Jesús, que trae camino nuevo de liberación, quitando trabajo al prójimo, reduciendo su dolor.

Teresa querrá formar parte de ese nuevo comienzo y anima a todos a entrar. De ahí, su empeño en «tener parte en su reino» y su deseo de «ser parte para que algún alma se llegase más a Dios», de que todo ser humano pueda descubrir al Dios de la vida.

Por eso, importa tanto mirar a Cristo porque así se renueva el corazón con el «grandísimo amor que se cobra de nuevo a quien vemos le tiene tan grande».

Mirar hacia dentro de nuevo. Volver a mirar a Cristo. Ponerse en camino otra vez, sabiendo que para Dios siempre es buen tiempo: tiempo de amar, tiempo de servir, tiempo de vivir. Poder decir con Teresa: «El que os ama de verdad, Bien mío, seguro va por ancho camino… No ha tropezado tantico, cuando le dais Vos, Señor, la mano. No basta una caída ni muchas, si os tiene amor».

Y no olvidar jamás que «para hacer Dios grandes mercedes a quien de veras le sirve, siempre es tiempo». Dios siempre da de nuevo la mano.

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