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Un gran árbol en flor en el centro de un aro

Lunes, 15 de mayo de 2023
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índiceMaka Black Elk

La reflexión de hoy es del colaborador de Bondings 2.0, Maka Black Elk.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el VI Domingo de Pascua se pueden encontrar aquí.

Jesús dijo a sus discípulos:

“…No os dejaré huérfanos; Vendré a ti. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis, porque yo vivo y vosotros viviréis. En ese día te darás cuenta de que yo estoy en mi Padre y tú estás en mí y yo en ti”. (Juan 14:18-21)

En el Evangelio de hoy, Jesús les dice a sus discípulos que cuando él deje este mundo, no quedarán huérfanos porque el Espíritu Santo vendrá y estará entre ellos. Él les ruega que lo amen y sigan sus mandamientos porque ellos también serán amados y sostenidos por Dios Padre.

De muchas maneras veo esto en cómo me relaciono con la memoria de mi padre. Mi padre falleció cuando yo aún era joven, y los recuerdos de él tristemente se atenúan un poco más cada año. Me dirijo a él en busca de orientación y lo llamo en busca de ayuda. Era un hombre profundamente católico, fuerte en su amor por Cristo. Es en gran parte debido a su influencia que me siento tan atraído por mi fe y amor por Cristo, porque mi padre me mostró ese amor en la forma en que me transmitió y modeló esa fe. Vivió una vida que me hizo conocer su profundo amor por mí como su hijo.

Uno de mis mayores arrepentimientos con la muerte de mi padre fue que nunca pude salir del armario ante él como gay. Creo que sé cómo habría respondido. Siento en lo más profundo de mi corazón que me hubiera dicho que aún me amaba. Que él estaba conmigo sin importar qué. Aunque ya no lo tengo hoy, me consuela esta verdad de quién era él y cómo me amaba.

Nicholas Black ElkIMG_9710

Fue mi padre quien también me enseñó mucho sobre mi antepasado, Nicholas Black Elk, un hombre tan fuera de su tiempo. Ahora es un Siervo de Dios en la Iglesia Católica, potencialmente en camino a convertirse en un nuevo santo estadounidense. Era un curandero, un líder espiritual entre nuestra comunidad que nos guiaba a través de nuestras ceremonias, que tenía grandes visiones y que vivía profundamente en su espiritualidad. Recuerdo a mi padre hablando sobre Nicholas Black Elk y su legado, y en particular, su visión de cómo era Dios.

Black Elk imaginó un gran árbol en flor en el centro de un aro. Este aro contenía todas las creaciones del mundo. Todos los seres vivos están juntos en un gran círculo. Habló de que el centro de ese aro está en todas partes, y que el centro de ese aro también está dentro de nosotros. Y el centro de ese aro también es Dios.

El amor de nuestras familias, sin importar su forma, puede ser una poderosa demostración del amor de Dios. Para las personas LGBTQ+, a veces las experiencias de salir del armario pueden ser momentos en los que este amor es particularmente evidente, como imagino que habría sido ese momento con mi padre. Y hay muchas otras ocasiones en las que sentimos ese amor y lo manifestamos en nuestras vidas, de forma muy parecida a como Black Elk imaginó el aro con su árbol en flor por todas partes. En estos momentos, podemos apreciar más profundamente las palabras de Jesús a los discípulos, y a nosotros hoy: “En ese día se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre y ustedes están en mí y yo en ustedes”.

—Maka Black Elk, 14 de mayo de 2023

Nota: Icono del sioux Black Elk (alce negro). Arte Religioso Cristiano Católico – Icono por Br. Robert Lentz, OFM – De su equipo de Trinity Stores, “¡Benditas imágenes ecuménicas de santidad!

Black Elk era un famoso wicasa wakan (hombre santo) de la banda Oglala de la tribu Lakota, parte de la Gran Nación Sioux. Su nombre lakota era Hehaka Sapa (alce negro).

Black Elk está siendo reconocido en todo el mundo como un hombre santo y como una guía espiritual celestial. La Iglesia Católica lo reconoce como ‘Beato’, que es la religión que practicó en su vida anterior.

Fuente New Ways Ministry

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“Tenemos un defensor”. 14 de mayo de 2023. 6 Pascua (A). Juan 14, 15-21.

Domingo, 14 de mayo de 2023
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26_6-PASC_A_1682735-768x511La verdad es que los seres humanos somos bastante complejos. Cada individuo es un mundo de deseos y frustraciones, ambiciones y miedos, dudas e interrogantes. Con frecuencia no sabemos quiénes somos ni qué queremos. Desconocemos hacia dónde se está moviendo nuestra vida. ¿Quién nos puede enseñar a vivir de manera acertada?Aquí no sirven los planteamientos abstractos ni las teorías. No basta aclarar las cosas de manera racional. Es insuficiente tener ante nuestros ojos normas y directrices correctas. Lo decisivo es el arte de actuar día a día de manera positiva, sana y creadora.

Para un cristiano, Jesús es siempre su gran maestro de vida, pero ya no le tenemos a nuestro lado. Por eso cobran tanta importancia estas palabras del evangelio: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad».

Necesitamos que alguien nos recuerde la verdad de Jesús. Si la olvidamos, no sabremos quiénes somos ni qué estamos llamados a ser. Nos desviaremos del evangelio una y otra vez. Defenderemos en su nombre causas e intereses que tienen poco que ver con él. Nos creeremos en posesión de la verdad al mismo tiempo que la vamos desfigurando.

Necesitamos que el Espíritu Santo active en nosotros la memoria de Jesús, su presencia viva, su imaginación creadora. No se trata de despertar un recuerdo del pasado: sublime, conmovedor, entrañable, pero recuerdo. Lo que el Espíritu del Resucitado hace con nosotros es abrir nuestro corazón al encuentro personal con Jesús como alguien vivo. Solo esta relación afectiva y cordial con Jesucristo es capaz de transformarnos y generar en nosotros una manera nueva de ser y de vivir.

Al Espíritu se le llama en el cuarto evangelio «defensor» o «paráclito», porque nos defiende de lo que nos puede destruir. Hay muchas cosas en la vida de las que no sabemos defendernos por nosotros mismos. Necesitamos luz, fortaleza, aliento sostenido. Por eso invocamos al Espíritu. Es la mejor manera de ponernos en contacto con Jesús y vivir defendidos de cuanto nos puede desviar de él.

José Antonio Pagola

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“Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor”. Domingo 14 de mayo de 2023. 6º Domingo de Pascua.

Domingo, 14 de mayo de 2023
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28-PascuaA6 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 8,5-8.14-17: Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo
Salmo responsorial: 65: Aclamad al Señor, tierra entera.
1Pedro 3,15-18: Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida
Juan 14,15-21: Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor

La palabra de Felipe, un misionero que lleva el mensaje de Jesús a nuevas fronteras, es escuchada con atención porque hay coherencia entre lo que dice y lo que hace. La palabra y el poder sanador de Felipe son motivo de alegría para la comunidad samaritana. Para que una comunidad se mantenga firme en el evangelio es necesario tener la fuerza y la gracia del Espíritu Santo, algo que solo se logra con la oración, la imposición de las manos como signo de herencia fraterna y el bautismo comprometido con la misión de Jesús. Los discípulos y discípulas de ayer y de hoy tenemos la gracia de haber recibido el Espíritu Santo a través del Bautismo y la imposición de las manos. El Espíritu Santo es el único que puede garantizar el éxito y la eficacia de la misión. Discipulado, Espíritu y misión son las marcas que identifican al misionero de Jesús.

El pasaje de la carta de Pedro insta a la comunidad a ser santos. Una santidad que está siempre ligada al seguimiento y a las consecuencias que esta opción misionera imponga en nuestras vidas.

El Evangelio de Juan nos da la clave del verdadero seguimiento: AMAR. Este amor es el mandamiento que Jesús da a quienes quieran seguirlo. Ser discípulos o discípulas de Jesús implica tener como norma de vida el amor, un amor activo, liberador y eficaz. Ésta es la esencia del Evangelio, éste es el corazón de la vida y la práctica de Jesús, esto es lo que identifica a todos aquellos y aquellas que han asumido su misión.

Jesús teme por el futuro de sus discípulos. Sabe que las fuerzas del mal son poderosas y no escatiman esfuerzos para eliminar a las fuerzas del bien. Reconoce que sus discípulos no tienen todavía la formación y la convicción necesaria para enfrentar estas fuerzas malignas. Por esto, en un gesto de amor profundo, Jesús le pide al Padre que derrame el Espíritu sobre los discípulos de ayer y de hoy, para no dejarnos huérfanos, para que permanezca siempre con nosotros en la continuidad de la misión. Mientras el mundo permanece ciego, el Espíritu permite a los discípulos de Jesús reconocerlo en los hermanos. En el amor a los demás se reconoce el verdadero rostro de Jesús. Sólo el amor, al que somos llamados, es garantía de la presencia de Dios en nosotros y en nuestras comunidades. Si el amor es la clave del seguimiento de Jesús, tendremos que preguntarnos que estamos haciendo en nuestra vida y en nuestras comunidades para impregnar el mundo de amor, un amor que con la fuerza del Espíritu, permita que la verdad, la justicia y la fraternidad sean las huellas del Reino en el mundo de hoy.


La 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos, nos presenta a Felipe predicando a los samaritanos en su capital. Es una noticia inusitada si tenemos en cuenta la enemistad tradicional entre judíos y samaritanos, tan presente en los evangelios, en pasajes como la parábola del buen samaritano (Lc 10,29-37), o la conversación de Jesús con la samaritana (Jn 4,1-42) o en otros pasajes más breves (Mt 10,5; Lc 9,51-56; 17,16; Jn 8,48). Los judíos consideraban a los samaritanos como herejes y extranjeros (cfr. 2Re 17,24-41) pues, aunque adoraban al único Dios y vivían de acuerdo con su ley, no querían rendir culto en Jerusalén, ni aceptaban ninguna revelación ni otras normas que las contenidas en el Pentateuco. Los samaritanos pagaban a los judíos con la misma moneda, pues los habían hostigado en los períodos de su poderío y habían llegado a destruir su templo en el monte Garitzín. Por todo esto nos parece sorprendente encontrar a Felipe predicando entre ellos, en su propia capital, y con tanto éxito como sugiere el pasaje que hemos leído, hasta concluir con un hermoso final: que su ciudad, la de los samaritanos, “se llenó de alegría”.

Esta obra evangelizadora que rompe fronteras nacionales, que supera odios y rivalidades ancestrales, provocando en cambio la unidad y la concordia de los creyentes, es obra del Espíritu Santo, como comprueban los apóstoles Pedro y Juan, que con su presencia en Samaria confirman la labor de Felipe. Se trata de una especie de Pentecostés, de venida del Espíritu Santo sobre estos nuevos cristianos procedentes de un grupo tan despreciado por los judíos. Para el Espíritu divino, no hay barreras ni fronteras. Es Espíritu de unidad y de paz.

La 2ª lectura sigue siendo, como en los domingos anteriores, un pasaje de la 1ª carta de Pedro. Escuchamos una exhortación que con frecuencia se nos repite y recuerda: que los cristianos debemos estar dispuestos a «dar razón de nuestra esperanza» a todo el que nos la pida. ¿Por qué creemos, por qué esperamos, por qué nos empeñamos en confiar en la bondad de Dios en medio de los sufrimientos de la existencia, las injusticias y opresiones de la historia? Porque hemos experimentado el amor del Padre, y porque Jesucristo ha padecido por nosotros y por todos, para darnos la posibilidad de llegar a la plenitud de nuestra existencia en Dios. Por esta misma razón el apóstol nos exhorta a mostrarnos pacientes en los sufrimientos, contemplando al que es modelo perfecto para nosotros, a Jesucristo, el justo, el inocente, que en medio del suplicio oraba por sus verdugos y los perdonaba. La breve lectura termina con la mención del Espíritu Santo por cuyo poder Jesucristo fue resucitado de entre los muertos.

A quince días de que termine la cincuentena pascual, la Iglesia comienza a prepararnos para la gran celebración que la concluirá: la de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. La manifestación pública de la Iglesia. Podríamos decir que su inauguración –teológicamente hablando, no históricamente hablando–. En la lectura del evangelio de san Juan, tomada de los discursos de despedida de Jesús que encontramos en los capítulos 13 a 17 de su evangelio, el Señor promete a sus discípulos el envío de un “Paráclito”, un Defensor o Consolador, que no es otro que el Espíritu mismo de Dios, su fuerza y su energía, Espíritu de verdad porque procede de Dios que es la verdad en plenitud, no un concepto, ni una fórmula, sino el mismo Ser Divino que ha dado la existencia a todo cuanto existe y que conduce la historia humana a su plenitud.

Los grandes personajes de la historia permanecen en el recuerdo agradecido de quienes les sobreviven, tal vez en las consecuencias benéficas de sus obras a favor de la humanidad. Cristo permanece en su Iglesia de una manera personal y efectiva: por medio del Espíritu divino que envía sobre los apóstoles y que no deja de alentar a los cristianos a lo largo de los siglos. Por eso puede decirles que no los dejará solos, que volverá con ellos, que por el Espíritu establecerá una comunión de amor entre el Padre, los fieles y El mismo.

El «mundo» (en el lenguaje de Juan) no puede recibir el Espíritu divino. El mundo de la injusticia, de la opresión contra los pobres, de la idolatría del dinero y del poder, de las vanidades de las que tanto nos enorgullecemos a veces los humanos. En ese mundo no puede tener parte Dios, porque Dios es amor, solidaridad, justicia, paz y fraternidad. El Espíritu alienta en quienes se comprometen con estos valores, esos son los discípulos de Jesús.

Esta presencia del Señor resucitado en su comunidad ha de manifestarse en un compromiso efectivo, en una alianza firme, en el cumplimiento de sus mandatos por parte de los discípulos, única forma de hacer efectivo y real el amor que se dice profesar al Señor. No es un regreso al legalismo judío, ni mucho menos. En el evangelio de San Juan ya sabemos que los mandamientos de Jesús se reducen a uno solo, el del amor: amor a Dios, amor entre los hermanos. Amor que se ha de mostrar creativo, operativo, salvífico. Leer más…

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14.5.23. No sabéis de qué Espíritu sois. Pecado original de la iglesia y del “mundo” (Lc 9, 51-55, Dom 6 pascua)

Domingo, 14 de mayo de 2023
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Duccio_di_Buoninsegna- Jesús aparece alos discipulosDel blog de Xabier Pikaza:

Jesús condena a los que quieran mandar excluyendo (matando) a los contrarios. Su palabra se dirige contra el “ala derecha” (zebedea) de su iglesia, que quiere que Dios mande fuego del cielo y devores a los samaritanos. Pero ella se alza, al mismo tiempo, contra todos los poderes del mundo, que más que el triunfo de todos (e incluso el de su grupo) quieren la destrucción y muerte de los contrarios, adorando al ídolo mezquino de la envidio antes que al de la soberbia altanera.

Éste es un pasaje esencial (y textualmente muy discutido) de Iglesia; pero es, al mismo tiempo, un pasaje de humanidad, como advertirá quien lo sitúe en el contexto de algunas pre-campañas políticas como las de USA y España en estos mismos días.

Introducción

Termina el tiempo de pascua, viene tras éste el domingo de la Ascensión del Señor, y después el de Pentecostés. De forma consecuente, en una iglesia que se siente bien fundada en el Espíritu de Cristo, el evangelio trata del Paráclito (Jn 14, 15-21). En más de una docena de postales de FB y RD, a lo largo de los últimos años, he desarrollado ese motivo, como podrán ver sin dificultad mis lectores, buscando esas postales.

 Por eso he preferido citar y comentar un texto que se lee y medita en las iglesias, el texto clave con el que Lucas comienza, de un modo solemnísimo, la segunda Parte de su evangelio: Jesús tomó la decisión de subir a Jerusalén, para culminar (realizar) Pascua, su Ascensión y su Pentecostés. Pues bien, en este contexto, oponiéndose al ala derecha de su iglesia que quiere tomar el poder y matar a los contrarios, empezando por los samaritanos, Jesús eleva su advertencia más solemne: No sabéis de qué Espíritu sois (Lc 9, 51-56). Así Jesús a los zebedeos, así puede decirnos a muchos de nosotros, pues no sabemos de qué “espíritu” somos, del Espíritu de Dios o del espíritu del Diablo.

 Este es un pasaje histórica, teológica y textualmente discutido, pues los primeros copistas de los evangelios han andado un poco “a la greña”, sin saber si debía ponerse “no sabéis de qué Espíritu sois” y decírselo a la cara a los dos jefes zebedeos (Santiago y Juan) o si debía suavizarse el tema, diciendo sencillamente que Jesús les “regañó” un poco (epetimêsen), pasando de largo, como si eso fueran “pecados menores”, gajes del oficio sufrido de tener que mandar.

            Como verá quien siga leyendo, según todo el evangelio de Lucas (y el conjunto de los evangelio) éste no es un pecado más, pero pequeño, del “clero mandante”, sino el pecado original (y muy actual) de una iglesia a la que Jesús fundó para dar vida a todos, pero que ha empezado viviendo a costa de los otros (mandando sobre ellos, queriendo dominarles). De eso trata esta postal, centrada en el don y pecado de la iglesia, abierta al conjunto de la humanidad. Empiezo citando el texto, ofrezco después una lectura crítica de su contenido (no sabéis de qué Espíritu sois), para exponer finalmente el sentido del Espíritu de Jesús, en un contexto de Asunción y peparación de Pentecostés

Texto. Lc 9, 51-55. Sois del espíritu del diablo

51 Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. 52 Y envió mensajeros delante de él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. 53 Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén. 54 Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?». 55 Él se volvió y los regañó: No sabéis de qué Espíritu sois (pues el Hijo del Hombre no ha venido a destruir a los hombres, sino a salvarles). 56 Y se encaminaron hacia otra aldea.

 LECTURA CRÍTICA. PECADO ZEBEDEO

Éste es un texto clave del evangelio de Lucas, marca el paso (tránsito definitivo) del mensaje de Reino en Galilea a la subida a Jerusalén (con pasión, ascensión y Pentecostés) Ante ese camino se abren los dos espíritus: (a) Los zebedeos, ilustres “dirigentes” de la iglesia tienden a escoger al “mal espíritu”, que es la violencia y destrucción del Diablo. (9) Pero Jesús quiere que ellos sean, que seamos, de “otro espíritu”, del suyo. Ante la opción zebedea o cristianos nos sitúa el evangelio.

En ese contexto ha introducido Lucas ese pasaje esencial de “preparación”, centrado en el paso por una aldea de samaritanos, que no compartían la visión judía del templo y que, posiblemente, consideraban que el hecho de que Jesús y sus doce pasaban por allí subiendo hacia Jerusalén como una provocación (y tenían razones para hacerlo, pues muchos judíos de “obediencia” jerosolimitana actuaban como provocadores entre los samaritanos, acusándoles de ser infieles, renegados y malditos.

Jesús pasa con los suyos por Samaría, pero no como provocador, sino respetando y valorando con todo cuidado a los samaritanos, aunque algunos no lo saben (no lo han visto, no lo aceptan) y no les reciben. No les hace nada positivamente malo. Se limitan a cerrar la puerta.

De un modo consecuente, con su “genio Zebedeo”, Santiago y Juan quieren responder con violencia: Piden a Jesús que mande fuego del cielo (como se dice que hacía en otro tiempo Elías) y mate así a todos los malos samaritanos. Así retoman así su línea eclesial que aparece clara en el texto donde se dice que pidieron a Jesús sus dos “ministerios principales” (sentarse a su derecha y a su izquierda, para dirigir con violencia político-militar su empresa de reino: Mc 10, 35-41). En esa línea, Mc 9, 38-42 par, afirma que Juan Zebedeo quiso imponer en la iglesia un control de sacramentos, doctrina y exorcismo, expulsando (anatematizando a los que no fueran de su grupo, es decir, a los que no quisieran obedecerles a ellos).

A modo de anécdota pudiéramos seguir diciendo que Juan y Santiago formaron desde el principio de su llamada (Mc 1, 16-20 par) el ala derecha del movimiento de Jesús, en línea quizá más “militarista” (Santiago) y más mística (Juan). Pero eso son especulaciones. Lo cierto es que el espíritu violento de fuego y guerra está vinculado por Santiago con un tipo de catolicismo hispano, centrado en Zaragoza, donde la Virgen María había venido a visitarle en cuerpo mortal, y en Compostela (donde sus discípulos habrían traído más tarde el cuerpo muerto/reliquia de Santiago).

Un texto (un tema) que ha sido y sigue siendo discutido

Los zebedeos quisieron matar (=que el Dios de Jesús matara) con fuego del cielo a los samaritanos herejes y enemigos. Pero Jesús les reprimió (epetímêsen autois), como había reprimido (con epitimein) a Pedro, llamándoles “satanás”, cuando quiso actuara como mesías militar de victoria y muerte contra los enemigos (cf. Mc 8, 32-33).

Eso es lo que dicen actualmente los textos “oficiales”, conforme a la opción del New Testament Greek, votado y elegido como más probable por una serie de grandes expertos protestantes, católicos y agnósticos. Pero la opción de esos expertos no es “dogma”, ni ha convencido a todos, empezando por la versión oficial de la Vulgata (que dice nescitis cuius spiritus estis. Filius hominis non venit animas perderé sed salvare). Entre los textos y las traducciones antiguas hay muchas variantes.

La segunda parte del texto de la la Vulgata (no ha venido a perder almas=personas, sino a salvarlas) está menos atestiguada y aquí prescindimos de ella, aunque ofrece un buen comentario de todo el pasaje. Pero la primera (no sabéis de qué Espíritu sois) está firmemente anclada en el D (código de Beza o Cantabrigense, de Cambridge, donde se conserva).

 Los “críticos más oficiales” han tendido a dar prioridad al Códice Vaticano, rechazando sistemáticamente las “lecturas” (peculiaridades) del D (documento de Beza o Cambridge). No soy técnico en el tema, aunque seguí con pasión las clases del prof. C. Martini, luego Cardenal, uno de los editores del NT Griego y he apelado con cierta asiduidad al Código D, siguiendo la edición fac-símil de A. Ammassari, Ed. Vaticana 1996, compartiendo los principios críticos de mi amigo y colega J. Rius-Cams, el mayor experto actual en el tema (cf. The Message of Acts in Codex Bezae. London: T & T Clark International, 1-4, 2004/2009).

 En esa línea, me atrevo a pensar que esa expresión (no sabéis de qué Espíritu sois) forma parte del evangelio de Lucas y recoge la experiencia cristiana del Espíritu Santo. Es evidente que en la iglesia antigua hubo ya dos visiones del Espíritu Santo:

— Algunos identificaban y siguen identificando al Espíritu Santo con el fuego que destruye/mata (=debe matar) a los “contrarios” (a los que no son de nuestro grupo, en este caso a los samaritanos. Este sería el Pentecostés anti-samaritano, la revelación del fuego de Dios que desciende y destruye a los que los “buenos zebedeos” se atreven a tomar como “perversos” (mejor que murieran todo). Algunos, como el Pedro de Mc 8, 31-33 (par) tuvieron ese “espíritu”, eran partidarios de una “guerra santa” en contra de los enemigos, una guerra con fuego de Dios, con destrucción a infierno para los opositores, conforme a una ley del talión (amar a nos enemigos y odiar a los enemigos: Mt 5, 36-48). Pues bien, bien, Jesús dijo a ese Pedro “apártate de mí Satanás”, no piensas como Dios, sino como los hombres, no tienes el Espíritu de Dios, sino el de Satanás (Mc 8, 33).

Los zebedeos (que son con Pedro los primeros dirigentes de la iglesia militante criticada por Marcos y por todo el NT) siguen aquí (Lc 9, 51-55) en la línea de Pedro, no quieren hacer guerra ellos sí mismos, matando con su espada a los contrarios, sino pidiendo a Dios que los mate con su fuego. Según eso, el Fuego-Espíritu de Pentecostés, no sería fuente de comunión (palabra) de amor universal, sino fuego destructor de los contrarios. Pero, el Espíritu de Dios según Jesús no es principio de destrucción de los malvados, sino de salvación de todos. Así quiero mostrarlo en las reflexiones que siguen, en las que retomo y recojo los elementos fundamentales del “espíritu de Dios”, que, según Jesús es principio de salvación/liberación de todos, no de destrucción.

             Como he dicho, siguiendo una visión crítico-textual que concede prioridad (al menos relativa) al Texto D, pienso que esta versión final del pasaje de los zebedeos culmina con el apotegma clave de Jesús que dice no sabéis de qué Espíritu sois. En esa línea añado seis observaciones centrales:

  1. Jesús escoge a Doce, para iniciar con ellos un camino de transformación de Israel, pero los más importantes de esos Doce (Pedro, los zebedeos…) empiezan rechazando el camino de Jesús, queriendo fundar otra iglesia (la suya, no la de Jesús), imponiendo su poder y matando de un modo directo indirecto a los contrarios.
  2. Con grandes dificultades, en un camino que sólo al fin se aclara (por muerte-pascua-ascensión y pentecostés cristiano), los cristianos primeros (empezando por Pedro y siguiendo por los zebedeos, que al fin no matarán sino que “serán matados” por el evangelio: Mc 10, 39) entenderán al fin lo que implica el Espíritu de Jesús, que no es matar-triunfar, sino dar la vida.
  3. Nuestra iglesia (año 2023) sigue “en la misma pelea”. Hay un Lobby petrino-zebedeo, que se cree importante (superior a Jesús) y no acepta su Espíritu … Un lobby de gente más alta, observante (con tentáculo entre los Doce, Cardenales-Obispos y alto clero) que no tiene (¿no tenemos?) Espíritu de Jesús, sino un soplo de envidia, deseando la muerte física o “espiritual” (eclesial, social) de los contrarios, pidiendo que venga fuego del cielo contra ellos…
  4. Jesús reprende a los jefes de ese lobby de soplo zebedeo (epetimêsen autois, como dice el texto edulcorado de las tradiciones eclesiales…). Les reprende, sin duda, y yo pienso que añade “no sabéis de qué espíritu sois (ouk oidate oiou/poiou Pneumatos este)… No saben (no sabemos): No conocen el Espíritu de Dios (=no creen en Dios), no se conocen a sí mismos (no saben, no sabemos: ignoran su ignorancia, no reconocen su envidia, justifican su violencia…).
  5. Éste fue el tema del principio de la iglesia (los zebedeos con Pedro eran “malos”, pero quizá eran necesarios). Jesús no les mató con fuego del cielo, como solía hacer el Dios de los sacerdotes oficiales de Jerusalén, que lograron que Dios abrasara a sus adversarios: cf. Num 16). La iglesia primera no nació sólo de luces, sino de luces y sombras. Sólo las mujeres que entran en la tumba de Jesús (Mc 16, 1-8) lograrán sacarla del “atolladero” de condenas y contra-condenas…(sin que a ellas las hagamos simplemente santas, de torma que la historia termine)
  6. Ése es el tema de nuestro tiempo. No se trata quizá de poner nombre a los nuevos zebedeos para fulminarlos…, sino de cambiarles, de cambiarnos todos, haciendo el camino de Jesús, pues a todos se nos dice “no sabéis de qué Espíritu sois”, a no ser que hagamos todo el camino de Jesús

 EL ESPÍRITU DE DIOS

              El tema no son los zebedeos, sino el mismo Jesús a quien los escibas de siempre, con la ley o el CIC en la mano acusan diciendo: «Tiene a Belcebú y con el poder del Príncipe de los demonios (del Espíritu malo) expulsa a los demonios» (Mc 3, 22 par).

 Conforme a esos escribas de ley, los buenos exorcistas deberían avalar y confirmar el poder de las instituciones sagradas, sometiendo a los hombres bajo el poder de un sistema social de imposición, de una comunidad sagrada de pura ley. En contra de eso, conforme al pasaje centrar del Lc 11, 20 (cf. Mt 12, 28), Jesús proclama que sus exorcismos son presencia y acción liberadora de Dios, son experiencia, promesa y garantía de la llegada de su reino. Éste es, a su juicio, el testimonio de Dios: Que los hombres y mujeres puedan vivir en libertad, siendo dueños de sí mismos, capaces de ayudarse mutuamente, abriendo así un camino de transformación (de resurrección) sobre el mundo. Leer más…

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Alegría, esperanza, amor. Domingo 6º de Pascua.

Domingo, 14 de mayo de 2023
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jsalvDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Las lecturas continúan las tres situaciones de la iglesia que comenté el domingo pasado.

Iglesia naciente: modelo de una nueva comunidad (Hechos de los apóstoles)

En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.

Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

            Tras la institución de los diáconos, Lucas cuenta la actividad de uno de ellos, Felipe, en la fundación de la comunidad de Samaria. Esto le sirve para indicar las características que debería tener cualquier nueva comunidad.

            1) No debe excluir a nadie. Felipe se dirige a Samaria, la región más despreciada y odiada por un judío.

           2) Felipe predica a Cristo. Los misioneros no proponen una filosofía moral ni una ética; su intención primordial no es reformar las costumbres sino dar a conocer a Jesús.

           3) La palabra va acompañada de la acción. Lucas la concreta en signos y prodigios semejantes a los que realizaron Jesús y los apóstoles: curación de todo tipo de enfermos.

           4) El fruto de esta actividad es que «la ciudad se llenó de alegría». El evangelio no es un mensaje triste.

           5) Sólo falta algo que el diácono Felipe no puede dar: el Espíritu Santo. Eso lo concede la oración de los apóstoles Pedro y Juan, que simbolizan al mismo tiempo con su presencia la unión entre la nueva comunidad y la iglesia madre de Jerusalén.

Iglesia sufriente: calumnias y esperanza (1 de Pedro)

Queridos hermanos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal. Porque también Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.

            La carta de Pedro menciona el tema de las calumnias que sufrían los primeros cristianos. Recuerdo dos de ellas, tomadas de textos de Tertuliano y Minucio Félix.

Se decía que cuando uno iba a incorporarse a la comunidad e iniciarse en los misterios, se tomaba a un niño muy pequeño, se lo recubría por completo de harina y se lo colocaba sobre una mesa. Cuando el neófito entraba en la sala, le ordenaban golpear con fuerza aquella masa. Él lo hacía, pensando que no se trataba de nada grave. Y golpeaba una y otra vez hasta matar al niño. Entonces, todos se lanzaban sobre el niño muerto para lamer su sangre y repartirse sus miembros, sellando de ese modo la alianza con Dios.

Otra acusación era la del incesto. Según ella, los cristianos se reúnen en sus días de fiesta para celebrar un gran banquete. Acuden con sus hijos, hermanas, madres, personas de todo sexo y edad. La sala está iluminada sólo por un candelabro, al que se encuentra atado un perro. Cuando han comido y bebido abundantemente, ya medio borrachos, excitan al perro tirándole trozos de carne a un sitio al que no puede llegar, hasta que el perro tira el candelabro, se apaga la luz, y todos se abrazan al azar y se entregan a la mayor orgía entre hermanos y hermanas.

En este contexto, la carta de Pedro recomienda:

1) Saber dar razón de nuestra esperanza con mansedumbre y respeto. Es decir, saber explicar qué creemos y esperamos, pero sin usar condenas y descalificaciones.

2) Es mejor padecer haciendo el bien que padecer haciendo el mal.

Esta conducta, humanamente tan difícil, sólo se puede conseguir recordando el ejemplo de Jesús que, siendo inocente, murió por los culpables. E igual que él resucitó, también nosotros recibiremos el premio de nuestra paciencia.

Iglesia creyente: una advertencia y dos promesas (Juan 14,15-21)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.

Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.

No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»

            Imaginemos la escena. Jesús está a punto de morir (en el lenguaje del cuarto evangelio, de “volver al Padre”). Es lógico que los discípulos se sientan abandonados. Jesús los anima con una advertencia y dos promesas.

            1) La advertencia. Este breve fragmento comienza y termina con palabras muy parecidas: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.» «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama». Como dice el refrán: «Obras son amores, y no buenas razones». La relación entre el amor y la observancia de los mandamientos es muy antigua en Israel: se remonta al Deuteronomio, donde amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser, se concreta en la observancia de sus leyes, mandatos y decretos. En el caso de Jesús hay una gran diferencia, sus mandamientos se resumen en uno solo: «Esto os mando: que os améis los unos a los otros como yo os he amado».

            2) Primera promesa. Nos prepara para la próxima fiesta de Pentecostés: «Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros». El término griego “paráclito” se suele traducir también como “valedor”, “consolador”, “intercesor”. En este caso subraya Jesús la relación del Espíritu con la Verdad. Idea que el evangelio aclara poco después: «El Valedor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os dije» (Jn 14,26); y «él dará testimonio de mí» (Jn 15,26). El Espíritu nos ayudará a conocer el mensaje y la persona de Jesús.

Resulta extraño que, después de decir que pedirá al Padre que les dé un defensor, Jesús añada que ese Espíritu «vive con vosotros y está con vosotros». Parece contradictorio pedir al Padre que nos dé algo que ya vive en nosotros. La solución se encuentra en los dos momentos recogidos por el discurso: el de Jesús, que mira al futuro y pide al Padre que nos dé un defensor; y el nuestro, que ya hemos recibido el Espíritu y vive en nosotros.

3) Segunda promesa. La vuelta de Jesús. «No os dejaré huérfanos, volveré.» ¿Cuándo volverá? Las opiniones se dividen: a) Jesús habla de su vuelta al fin de los tiempos, como lo sugiere la fórmula “en aquel día” (que la liturgia traduce por “entonces”; b) Jesús habla de su vuelta como resucitado, en las apariciones y en la vida actual de la Iglesia.

En cualquier hipótesis, esa vuelta nos servirá para advertir la unión plena de Jesús con el Padre y nosotros con él: «Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros.»

Reflexión final

            A menudo podemos sentirnos, como los discípulos en la última cena, angustiados y desconcertados. Más aún, Jesús no está a punto de irse, sino que se ha ido, no lo vemos ni encontramos fácilmente. Necesitamos alguien cercano, que nos consuele y anime, que nos asegure que no estamos solos, que Jesús y el Padre están con nosotros. Y la mejor forma de experimentar todo esto es amar a los demás como nos amó Jesús.

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14 de Mayo. Sexto Domingo de Pascua. Ciclo A

Domingo, 14 de mayo de 2023
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Las lecturas de este sexto domingo de Pascua nos pasean por nuestro interior a modo de guía turística para despertarnos a lo esencial, que, como decía El Principito, es invisible a los ojos. Nos llevan hacia lo que habita dentro, nuestros amores, lo que escuchamos, lo que vemos y conocemos y, muy importante, nuestros descubrimientos. Esas experiencias que anclan la existencia en Dios.
Felipe en Samaría es capaz de alegrar a toda la ciudad hablando de Jesús, de Cristo. Contando que vive y que su presencia es sanadora, liberadora, permite volar al viento del Espíritu.

La calle de la alegría

Así que la primera parada en nuestra ruta turística interior, es la calle de la alegría. Aquella que descubrimos cuando Dios se hizo presente en nuestra vida, o nos dimos cuenta de que siempre había estado ahí, acompañándonos con su mirada enamorada. ¿Cómo andamos de alegría? Atención, cuidado con desviarse por la calle de la amargura porque se nos avinagra la sonrisa.

Si pasamos a la segunda lectura, nos encontramos con una carta de Pedro. Nos anima a ser valientes y explicar abiertamente a quien nos lo pregunte, sin pudor, qué es lo que llena nuestra vida de esperanza, de confianza, de serenidad. Nos invita a hablar de Dios a quien nos quiera escuchar… pero nos pide que lo hagamos con delicadeza y respeto. Nada de caer en la tentación de imponer nuestra experiencia a otras personas, o despreciarlas y sentirnos por encima.

Nuestra guía turística interior después de mostrarnos la calle de la alegría nos para frente a la fuente de la esperanza… Agua fresca y gratuita, para todas las personas que se quieran acercar. Y digo que nos para porque es precisamente lo que se necesita, parar. Parar para comprender y contemplar cuál es nuestra verdadera fuente, qué aguas bebemos que a veces nos arrugan la mirada y nos decoloran la sonrisa.

Para escuchar las palabras de Jesús la Iglesia durante la Pascua nos acerca al Evangelio de Juan, que para algunas personas es belleza y poesía y para otras es más bien enigmático y filosófico. Este domingo, igual es porque escribimos desde una monasterio trinitario, lo que más resuena en el corazón es la presencia de las Tres Divinas Personas a lo largo del texto. Y, como no puede ser de otra manera, para hablar de Dios Trinidad habla de amar, del amor que damos, del que recibimos, del Amor. Y lo hace como simulando una danza de entrega y acogida.

«el Espíritu mora en vosotros»… «yo estoy en mi Padre, vosotros en mí, yo en vosotros»… «quien me ama, será amado por mi Padre, y y también lo amaré»

(Jn 14, 6-14)

Si leemos el texto con serenidad nos está invitando a participar en la danza del Amor, con Jesús, con Abba, con el Espíritu Santo. Así que, para nuestras sorpresa, esta ruta por nuestro interior no nos lleva a una clase teórica de dogmática cristiana sino a un taller de danza. La torpeza no es una excusa, porque el taller está preparado para quien se decida a dejar a un lado el pequeño mundo de los razonamientos y dejarse llevar por el ritmo trinitario del Amor. El Amor que habita en ti. Tan solo escucha, y que el latir del corazón se acompase con el latir de Dios. ¡A danzar!

Oración.

Tus palabras refrescan nuestra alma,
todo se hace posible,
envueltas y a la vez habitadas por Ti,
nos hacemos música para Ti.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros.

Domingo, 14 de mayo de 2023
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DOMINGO 6º DE PASCUA (A)

Jn 14,15-21

En este párrafo, se habla de la presencia de Dios de Jesús y del Espíritu en los miembros de la primera comunidad. Se trata de hacer ver a los cristianos de finales del s. I, que no estaban en inferioridad de condiciones con relación a los que habían conocido a Jesús; por eso es tan importante el tema para nosotros hoy. Nos pone ante la realidad de Jesús vivo que nos hace vivir a nosotros con la misma Vida que él tenía antes y después de su muerte; y que ahora se manifiesta de una manera nueva. Se trata de la misma Vida de Dios (Zoe). Esto explica que entre en juego un nuevo protagonista: el Espíritu.

No debemos dejarnos confundir por la manera de formular estas ideas sobre la relación de Jesús, Dios y el Espíritu por aquellos cristianos de finales del s. I. No se trata de una relación con alguna entidad exterior al ser humano. Tampoco se está hablando de tres realidades separadas, Dios, Jesús, Espíritu. Si uno se fija bien en el lenguaje, descubrirá que se habla de la misma realidad con nombres distintos. Una y otra vez insisten los textos en la identidad de los tres. Después de morir, el Jesús que vivió en Galilea, se identificó absolutamente con Dios que es Espíritu. Ahora los tres son indistinguibles.

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Mandamientos que en el capítulo anterior quedaron reducidos a uno solo: amar. Quien no ama a los demás no puede amar a Jesús, ni a Dios, porque ahora están en el otro. Los mandamientos son exigencia del amor. Las “exigencias” no son obligaciones impuestas desde fuera sino la exigencia que viene del interior y que se debe manifestar en hechos. Para Juan, “el pecado del mundo” era la opresión, que se manifiesta en toda clase de injusticias. El “amor” es también único, que se despliega en toda clase de solidaridad y entrega a los demás.

Yo pediré al Padre que os mande otro defensor que esté con vosotros siempre. Cuando Jesús dice que el Padre mandará otro defensor, no está hablando de una realidad distinta de lo que él es o de lo que es Dios. Está hablando de una nueva manera de experimentar el amor divino, que será mucho más cercana y efectiva que la presencia física de Jesús durante su vida terrena. Todo simbólico. Primero dice que mandará al Espíritu, después que él volverá para estar con ellos, y por fin que el Padre y él vendrán y se quedarán. Esto significa que se trata de una realidad múltiple y a la vez única, Dios.

“Defensor” (paraklêtos) = el que ayuda en cualquier circunstancia; abogado, defensor cuando se trata de un juicio. Se trata de una expresión metafórica. La defensa a la que se refiere no va a venir de otra entidad, sino que será la fuerza de Dios-Espíritu que actuará desde dentro de cada uno. Tiene un doble papel: interpretar el mensaje de Jesús y dar seguridad y guiar a los discípulos. El Espíritu será otro valedor. Mientras estaba con ellos, era el mismo Jesús quien les defendía. Cuando él se vaya, será el Espíritu el único defensor, pero será mucho más eficaz, porque defenderá desde dentro.

“El Espíritu de la verdad”. La ambivalencia del término griego (alêtheia) = verdad y lealtad, pone la verdad en conexión con la fidelidad, es decir con el amor. “De la verdad” es genitivo epexegético; quiere decir, el Espíritu que es la verdad. Jesús acaba de decir que él era la verdad. “El mundo” es aquí el orden injusto que profesa la mentira, la falsedad. El mundo propone como valor lo que merma o suprime la Vida del hombre. Lo contrario de Dios. Los discípulos tienen ya experiencia del Espíritu, pero será mucho mayor cuando esté en ellos como único principio dinámico interno.

No os voy a dejar desamparados. En griego órfanoús=huérfanos se usa muchas veces en sentido figurado. En 13,33 había dicho Jesús: hijitos míos. En el AT el huérfano era prototipo de aquel con quien se pueden cometer impunemente toda clase de injusticias. Jesús no va a dejar a los suyos indefensos ante el poder del mal. Pero esa fuerza no se manifestará eliminando al enemigo sino fortaleciendo al que sufre la agresión, de tal forma que la supere sin que le afecte lo más mínimo.

El mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo Vida y también vosotros también la tendréis. La profundidad del mensaje puede dejarnos en lo superficial de la letra. “Dejará de verme” y “me veréis”, no hace referencia a la visión física. No se trata de verlo resucitado, sino de descubrir que sigue dándoles Vida. Esta idea es clave para entender bien la resurrección. El mundo dejará de verlo, porque solo es capaz de verlo corporalmente. Ellos, que durante la vida terrena lo habían visto como el mundo, externamente, ahora serán capaces de verlo de una manera nueva.

Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. Al participar de la misma Vida de Dios, de la que el mismo Jesús participa, experimentarán la unidad con Jesús y con Dios. Es el sentido más profundo del amor (ágape). Ya no hay sujeto que ama ni objeto amado. Es una experiencia de unidad e identificación tan viva que nadie podrá arrancársela. Es una comunión de ser absoluta entre Dios y el hombre. Por eso, al amar ellos, es el mismo Dios quien ama. El amor-Dios se manifiesta en ellos como se manifestó en Jesús.

“El que acepta mis mandamientos y los guarda ese me ama”. Su mensaje es el del amor al hombre y no el del sometimiento. La presencia de Jesús y Dios se experimenta como una cercanía interior, no externa. En (14,2) Jesús iba a preparar sitio a los suyos en el “hogar”, familia del Padre. Aquí son el Padre y Jesús los que vienen a vivir con el discípulo. En el AT la presencia de Dios se localizaba en un lugar, la tienda del encuentro o el templo, ahora cada miembro de la comunidad será morada de Dios. No será solo una experiencia interior; el amor manifestado hará visible esa presencia.

Un versículo después de lo que hemos leído dice: el que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y permaneceremos con él. Los discípulos tienen garantizada la presencia del Padre y la de Jesús. Esa presencia no será puntual, sino continuada. Dios no tiene que venir de ninguna parte porque está en nosotros antes de empezar a ser. Una vez más se utiliza el verbo “permanecer” que expresa una actitud decidida de Dios. También queda una vez más confirmada la identidad del Jesús con Dios, una vez que ha terminado su trayectoria terrena.

Jesús vivió una identificación con Dios que no podemos expresar con palabras. “Yo y el Padre somos uno.” A esa misma identificación estamos llamados nosotros. Hacernos una cosa con Dios, que es espíritu y que no está en nosotros como parte alícuota de un todo que soy yo, sino como fundamento de mi ser, sin el cual nada puede haber de mí. Se deja de ser dos, pero no se pierde la identidad de cada uno. Esa presencia de Dios en mí no altera para nada mi individualidad. Yo soy totalmente humano y totalmente divino.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Las comunidades joaneas.

Domingo, 14 de mayo de 2023
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Jn 14, 15-21

«Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo, y yo con vosotros»

Sus discípulos, incluido Juan Zebedeo, habían creído en Jesús como el Mesías que había de venir; el ungido, el restaurador de la estirpe de David en todo su esplendor y todo su poder. Por supuesto, sin romanos y con gentes de todo el mundo viniendo a adorar a Yahvé en el Templo de Jerusalén. No olvidemos que tanto Juan como su hermano Santiago, llegaron a pedirle dos carteras ministeriales cuando instaurase su reino…

Pero subieron a Jerusalén y los sacerdotes lo crucificaron por medio de hombres sin Ley (los romanos) y aquella fe que se había mantenido en toda la etapa galilea murió en la cruz. Tras la cruz, sus discípulos tuvieron que dar un salto fundamental en su fe, y, de hecho, las primeras comunidades cristianas surgieron de la firme convicción en la relación estrecha de Dios con el crucificado. Y comenzaron a llamarle “El Señor”; título que lleva implícita esa relación, aunque evita llamarle directamente Dios.

Fue Pedro quien formuló la primera cristología explícita: «Dios estaba con él» (sencilla y asumible por todos), pero las comunidades del “discípulo amado” (tradicionalmente identificado con Juan) fueron más allá, y vieron en Jesús al Logos; la Palabra: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios» … Esta fórmula de Juan ponía en escena a dos dioses, el Padre y el Hijo, y tal como era de esperar, su enunciado les enfrentó de forma radical a los judíos —monoteístas netos—, y planteó un grave problema teológico al resto de cristianos; problema que no fueron capaces de afrontar de manera colegiada hasta el concilio de Nicea (325).

Su respuesta fue el dogma de la “Santísima Trinidad”; un dogma fundamental de la Iglesia que recurre a conceptos aristotélicos para tratar de explicar lo inexplicable. Quizá hubiese sido más sencillo admitir nuestra ignorancia; aceptar que la divinidad es inasequible a nuestra razón y que solo mirando a Jesús podemos conocer algo de Dios… pero eran otros tiempos, otra mentalidad y otras circunstancias.

En todo caso, enfrentadas a los judíos y de espaldas al resto de iglesias cristianas, las comunidades joaneas se convirtieron en comunidades herméticas directamente enganchadas a Jesús. Eran carismáticas y muy poco jerárquicas, vivían en unión mística con Jesús, y esto se manifestaba en la comunión en el amor de cada uno con el resto de los miembros de la comunidad. Mantenían una visión tan espiritualizada del cristianismo, que el resto de cristianos no terminaban de entenderles.

Pero murió el discípulo amado y las disputas internas se generalizaron. Una parte de sus miembros cayó en el docetismo, que solo admite la naturaleza divina de Jesús y afirma que su humanidad es mera apariencia. Otra fue presa del gnosticismo (que ya anidaba en su seno hábilmente mimetizado con la fe cristiana) y acabó absorbida por comunidades de ese signo. El resto se integró en alguna de las comunidades paulinas ya interconectadas en una gran red de creyentes extendida a lo largo y ancho del Mediterráneo… y dieron fruto abundante.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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No os dejaré huérfanos.

Domingo, 14 de mayo de 2023
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DOMINGO VI DE PASCUA. 14/5/2023

Jn 14, 23-29

La comunidad de Juan siente que Jesús, al irse, no les ha dejado solos. Él sigue con ellos en otra dimensión. Y con Él, sienten la presencia del Espíritu de Dios en ellos. Para transmitirnos esa experiencia, elaboran este relato que trasluce su vivencia. Ponen en boca de Jesús lo que ellos están viven: “Yo estoy en mi Padre, vosotros en mí y yo en vosotros”. “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros”. El Evangelio de Juan une la marcha de Jesús a la casa del Padre (Resurrección) y Pentecostés (yo pediré al Padre que os envíe un nuevo Defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad).

El texto evangélico de hoy pertenece al discurso de despedida del Evangelio de Juan. En el momento que este Evangelio se escribe las primitivas comunidades cristianas están sufriendo las persecuciones y el martirio. Por eso necesitan un Defensor que hable por ellos, que salga en su defensa ante los tribunales. Este Espíritu de la verdad es nuestro defensor, fortaleza, consuelo y fuerza. Es la “impronta” de Dios en el ser humano. Su Presencia. Estará siempre con ellos y con nosotros para aconsejarnos, guiarnos y fortalecernos en la realización de la misión encomendada: implantar el Reinado de Dios en la tierra.

El Espíritu es el gran “don” de Dios al ser humano. El proceso evolutivo de la creatura humana avanza hacia la plenitud humana, plenitud espiritual. Hacia la plenitud humano-divina. Había sido anunciado por los profetas (Isaías, Ezequiel y Joel) que cuando se realizase definitivamente el proyecto salvador de Dios, el Espíritu sería derramado sobre “toda carne”, es decir, sobre todos los humanos. Por tanto, el don, que es el Espíritu que Jesús Resucitado-Glorificado ruega al Padre que envíe a la comunidad, certifica y testimonia que Dios es fiel a su Palabra, a su Proyecto. Jesús de Nazaret es el modelo. El prototipo de la plenitud humano-divina.

Mi reflexión hoy ante el texto leído sobre la presencia del Espíritu en cada uno de los creyentes y en la comunidad es: No estamos solos. El Espíritu de Dios está siempre con nosotros. Estamos habitados por Él. ¿De verdad lo creemos? A mí me ayuda, para fortalecer mi fe, pensar: Que el Espíritu de Dios está en nosotros lo sabemos porque somos capaces de cumplir el mandamiento del amor a Dios en los hermanos. Somos capaces de vivir la fraternidad. El ser humano no es un lobo para otro ser humano, sino un hermano. Todos hijos de Dios y hechos a su imagen y semejanza. Todos iguales en la dignidad de ser hijos de Dios. Iguales pero diferentes. Unidad y diversidad juntas. Y esto no lo da la “carne”. Si cumplimos es que amamos, si amamos cumplimos. Somos semejantes a Dios si amamos como Él nos ama y porque Él nos amó primero. Nuestra bondad, buenas obras, ser capaces de hacer el bien, es el testigo, la transparencia de que Dios está con nosotros, que obra a través de nosotros. Que somos con Él y como Él. Que estamos ungidos como Jesús (Fr, Marcos). Dios está en nosotros y su Espíritu nos guía y fortalece. El abogado defensor al lado del acusado. No estás solo ante el peligro y dificultad.

Quiero acabar deseando que todos podamos decir como Jesús: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Que así sea.

Mª África de la Cruz

Fuente Fe Adulta

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Nunca estamos solos.

Domingo, 14 de mayo de 2023
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IMG_9653Domingo VI de Pascua

14 mayo 2023

Jn 14, 15-21

La comprensión de lo que somos aleja definitivamente la soledad, porque lo que somos es uno con todo lo que es. Es cierto que pueden seguir existiendo sentimientos-recuerdos de la soledad vivida, con su mayor o menor carga psicológica. Podrán seguir igualmente activos nuestros condicionamientos psicológicos. Sin embargo, la comprensión nos permitirá resituarnos y conectar con la unidad de fondo.

No se trata de un ser divino que nos acompañaría en todo momento, y en quien podríamos depositar nuestra necesidad de seguridad y de confianza, tal como tiende a pensarse desde un nivel mítico de consciencia.

Los textos evangélicos siguen expresándose en esa dualidad, que percibe el Fondo de lo real como un Dios separado o un Espíritu que nos guía desde fuera. Porque es así como tiende a leerlo la mente y es así como se ha transmitido.

Sin embargo, Dios o el Espíritu no es algo (alguien) separado. Esos términos aluden a nuestra mismidad más profunda, a nuestra identidad más íntima.

No hay soledad posible, porque todo es uno: Entonces sabréis que yo estoy con el Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros”.

La práctica meditativa o el cultivo del silencio mental es un camino privilegiado para, más allá del pensamiento, conectar esa realidad profunda, saborearla y vivirnos desde ella.

¿Frecuento la profundidad en la que me reconozco uno con todo lo que es?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Buenos samaritanos en la vida

Domingo, 14 de mayo de 2023
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

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01.- Pascua del enfermo.

Puede parecer una cierta ironía hablar de la Pascua del enfermo… Pero -al fin y al cabo- la situación de enfermedad es un tránsito, un paso difícil en la vida.

    No estará de más recordarnos que la palabra “enfermo” viene del latín y significa: “el que no está firme”. Los seres humanos somos frágiles y, en ocasiones o en momentos más o menos largos de nuestra vida,  “no estamos firmes”.

Nos creemos fuertes, potentes y más con la medicina, la ciencia, y todavía más con el super-ordenador IBM Quantum System One que Gobierno Vasco  va a poner en Ibaeta el año que viene seremos los reyes de la tecnología, etc…

Sin embargo la enfermedad, la edad lentamente van haciendo su trabajo y vamos notando la decrepitud de la vida…

El enfermo es un paciente. Los términos paciencia y paciente vienen del griego: pathos: padecer. Enfermo es quien sufre, padece. Los padecimientos serán diversos según la enfermedad: dolor físico, sufrimientos psíquicos, morales, padecimiento por la decrepitud de la vida que se va o que no está en plenitud de energías y facultades.

Y la enfermedad nos sume en un mar de dudas, inestabilidad, quizás de angustia: ¿Qué será de mí? ¿Esta enfermedad será el comienzo del fin? ¿Qué será de mi familia, los hijos, etc?

Por otra parte, la enfermedad nos puede condicionar toda nuestra vida: nuestras relaciones, nuestro trabajo, etc…

(No olvidemos que detrás de toda enfermedad vive agazapada la muerte).

    ¿Hemos estado alguna vez o en alguna etapa de la vida seriamente enfermos?

¿Habrá habido algún ser humano que no haya sido “tocado” en su vida por la enfermedad?

02.- Salud y enfermedad.

El ser humano con salud (“sano”) vive en armonía y en la actividad que le es propia según sus capacidades, su edad, etc.

Vivir es tener un cuidado continuo ante la enfermedad, (finalmente la muerte).

    La enfermedad somete al ser humano a una gran crisis (crisol) en la vida, que puede incluso cambiar la perspectiva y orientación de la existencia.

03.- La enfermedad nos sitúa en lo más íntimo de nosotros mismos.

    En la enfermedad el ser humano está “muy cerca o muy dentro de sí mismo”.

Seguramente que al enfermo no le faltará la compañía de la familia, de los amigos, de todo el “universo” médico, quizás de alguna persona cercana en la amistad o en la fe.

Pero el enfermo vive él sólo, vive su enfermedad “por dentro” en su intimidad. Es uno quien vive su propia interioridad enferma.

    Por otra parte cuando enfermamos no es que esté dañado solamente tal órgano o parte del cuerpo. La enfermedad “acontece” no solamente en un órgano de mi cuerpo, sino en lo más íntimo de mi ser. “Yo” me siento –estoy- enfermo. Todo mi yo está enfermo, no “está firme”.

    Una enfermedad seria sobreviene como un “tsunami” y nos sume en un mar de dudas, preocupaciones, preguntas, amenazas de todo tipo: desde la rebeldía de Job, pasando por los dilemas que se me presentan, hasta la inseguridad del futuro. Y todo ello, quizás, agravado por el dolor, el sufrimiento.

04.- El enfermo es un paciente, que no es lo mismo que ser cliente de médicos y hospitales.

    Seguramente que toda enfermedad tiene un tratamiento médico, al menos hasta un cierto límite.

Pero en la enfermedad necesitamos valor, afecto, horizonte, esperanza.

Algo de esto decía también el neurólogo donostiarra, J Félix Martí Massó en los cursos de verano de la UPV: la curación y la salida de las enfermedades “del alma” se asienta en tres piedras angulares: la medicina (química-farmacia), la logoterapia (grupo, familia, amigos, etc.) y en la dimensión espiritual.

05.- Jesús pasó su vida sanando enfermos.

    Jesús pasó toda su vida sanando dolencias. Jesús no le dijo nunca a nadie: Dios te ha enviado esta enfermedad, ten paciencia, soporta, etc. Más bien, Jesús cura ciegos, leprosos, neuróticos – epilépticos (endemoniados), sana a la mujer hemorroísa, paralíticos, etc.

los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva, (Mt 11,5)

06.- Buenos samaritanos.

    Podríamos decir que Jesús fue siempre un “buen samaritano”.

    Siempre en la vida, pero más en las situaciones de sufrimiento físico o moral seamos buenos samaritanos.

    Acerquémonos en silencio y discreción al enfermo con simpatía. Simpatía significa exactamente “padecer con”: compadecer con calma y amor, con respeto, sin verborrea inútil. Las personas: familiares, amigos, el pueblo, la Iglesia nos acompañamos en la salud, en el trabajo, en la fiesta, también en el dolor y la enfermedad.

    En este día, en esta Pascua del enfermo tomemos conciencia de que somos seres muy limitados y que es muy humano acompañar (en silencio y en la oración) a los que sufren alguna enfermedad.

Veamos a Cristo en los enfermos.

 

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“El Espíritu Santo Te Enseñará Todo”

Lunes, 23 de mayo de 2022
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cristianos_gays_en_americaLa reflexión de hoy es de la colaboradora de Bondings 2.0, Yunuen Trujillo, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí. Yunuen es la autora del nuevo libro, LGBTQ Catholics: A Guide to Inclusive Ministry., (Católicos LGBTQ: Una guía para el ministerio 

Las lecturas litúrgicas de hoy para el Sexto Domingo de Pascua se pueden encontrar aquí.

El Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho. (Juan 14:26)

¿Alguna vez te has sentido desesperado? ¿temeroso? ¿cansado? Estos sentimientos se repiten muy a menudo en el Ministerio LGBTQ. Muchos de nosotros a menudo nos preguntamos por qué tenemos que luchar para crear espacios inclusivos en el único espacio donde las comunidades vulnerables, como la nuestra, deberían estar automáticamente protegidas. ¿Por qué tenemos que crear nuestros propios espacios acogedores? ¿No es esta la responsabilidad de la jerarquía?

Muchos de nosotros hemos sentido miedo durante buena parte de nuestra vida, miedo de ser nosotros mismos, miedo de la respuesta de nuestra familia, miedo de la respuesta de nuestras comunidades, miedo de Dios, entre otras cosas.

El tiempo de tener miedo ha terminado.

Después de que Jesús fue crucificado, los sentimientos de miedo y agotamiento plagaron a los discípulos. No solo su maestro había sido asesinado y condenado, sino que sus esperanzas de lo que Jesús representaba parecían haber muerto con él. Para algunos, Jesús representó una salvación en el ámbito espiritual. Otros vieron a Jesús como un héroe revolucionario que literalmente los liberaría de la pobreza y otros males sociales. Algunos lo vieron como una combinación de ambos. Cualquier cosa que la gente creyera que Jesús iba a traer, parecía haber muerto con él. Los discípulos no entendían lo que vendría después. El Espíritu Santo, el Abogado, soplaría su poder vivificante para marcar un nuevo comienzo.

Más de 2000 años después, nos encontramos en una encrucijada similar. Una Iglesia institucional que tiene demasiado miedo de abrir las ventanas y dejar entrar el aire, demasiado miedo de acercarse a las heridas de aquellos a quienes ha herido, demasiado miedo al cambio, demasiado miedo a perder su poder, ahora está recibiendo una nueva vida. -dando aliento. El Espíritu Santo se está moviendo a través de nosotros, los católicos LGBTQ y nuestras familias. El cambio, el verdadero cambio, no viene de arriba hacia abajo.

Todos estamos llamados a construir el Reino de Dios, en el aquí y ahora. Estamos llamados a no esperar a que suceda el cambio, sino a ser agentes de cambio. Estamos llamados a continuar el trabajo de amor, de compasión o de solidaridad radical que fue la marca registrada de las primeras comunidades cristianas. Estamos llamados a posiciones de liderazgo y a delegar, para que ninguna persona involucrada en el Ministerio LGBTQ sienta que está haciendo todo el trabajo sola. Estamos llamados a conectarnos unos con otros, para que podamos compartir recursos y organizarnos juntos. Estamos llamados a no tener más miedo. No estamos solos.

Nuestro movimiento de base es un movimiento del Espíritu Santo. En la lectura del evangelio de hoy, Jesús dice: “[e]l Espíritu Santo. . . te enseñará todo”. El Espíritu Santo le recuerda a la Iglesia universal que aún hay mucho que aprender acerca de Dios, que aún hay mucho que Dios está revelando acerca de Sí Mismo. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo le recuerda a la Iglesia universal que el único lugar desde donde puede comenzar su camino de aprendizaje y discernimiento es desde un lugar de amor. Amor incondicional, revolucionario, radical; volviendo a sus raíces y estando con Jesús.

Al enraizarnos en Jesús y los Evangelios, dejamos de lado todos los comentarios adicionales, dejando espacio en nuestras mentes y corazones para un nuevo aprendizaje y crecimiento. No se trata de si la Iglesia algún día nos celebrará plenamente como Hijos De Dios; es cuestión de cuándo. El Espíritu Santo no puede ser contenido.

—Yunuén Trujillo, 22 de mayo de 2022

Fuente New Ways Ministry

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“El gran regalo de Jesús”. 6 Pascua – C (Juan 14,23-29)

Domingo, 22 de mayo de 2022
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06-PASC-CSiguiendo la costumbre judía, los primeros cristianos se saludaban deseándose mutuamente la «paz». No era un saludo rutinario y convencional. Para ellos tenía un significado más profundo. En una carta que Pablo escribe hacia el año 61 a una comunidad cristiana de Asia Menor, les manifiesta su gran deseo: «Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones».

Esta paz no hay que confundirla con cualquier cosa. No es solo una ausencia de conflictos y tensiones. Tampoco una sensación de bienestar o una búsqueda de tranquilidad interior. Según el evangelio de Juan, es el gran regalo de Jesús, la herencia que ha querido dejar para siempre a sus seguidores. Así dice Jesús: «Os dejo la paz, os doy mi paz».

Sin duda recordaban lo que Jesús había pedido a sus discípulos al enviarlos a construir el reino de Dios: «En la casa en que entréis, decid primero: “Paz a esta casa”». Para humanizar la vida, lo primero es sembrar paz, no violencia; promover respeto, diálogo y escucha mutua, no imposición, enfrentamiento y dogmatismo.

¿Por qué es tan difícil la paz? ¿Por qué volvemos una y otra vez al enfrentamiento y la agresión mutua? Hay una respuesta primera tan elemental y sencilla que nadie la toma en serio: solo los hombres y mujeres que poseen paz pueden ponerla en la sociedad.

No puede sembrar paz cualquiera. Con el corazón lleno de resentimiento, intolerancia y dogmatismo se puede movilizar a la gente, pero no es posible aportar verdadera paz a la convivencia. No se ayuda a acercar posturas y a crear un clima amistoso de entendimiento, mutua aceptación y diálogo.

No es difícil señalar algunos rasgos de la persona que lleva en su interior la paz de Cristo: busca siempre el bien de todos, no excluye a nadie, respeta las diferencias, no alimenta la agresión, fomenta lo que une, nunca lo que enfrenta.

¿Qué estamos aportando hoy desde la Iglesia de Jesús? ¿Concordia o división? ¿Reconciliación o enfrentamiento? Y si los seguidores de Jesús no llevan paz en su corazón, ¿qué es lo que llevan? ¿Miedos, intereses, ambiciones, irresponsabilidad?

José Antonio Pagola

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“El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho”. Domingo 22 de mayo de2022. 6º Domingo de Pascua

Domingo, 22 de mayo de 2022
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31-pascuaC6 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 15, 1-2. 22-29: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables.
Salmo responsorial: 66:  Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Apocalipsis 21, 10-14. 22-23: Me enseñó la ciudad santa, que bajaba del cielo.
Juan 14, 23-29: El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho.

El libro de los Hechos nos presenta la controversia de los apóstoles con algunas personas del pueblo que decían que los no circuncidados no podían entrar en el reino de Dios. Los apóstoles descartaban el planteamiento judío de la circuncisión. Ésta se realizaba a los ocho días del nacimiento al niño varón, a quien sólo así se le aseguraban todas las bendiciones prometidas por ser un miembro en potencia del pueblo elegido y por participar de la Alianza con Dios. Todo varón no circuncidado según esta tradición debía ser expulsado del pueblo, de la tierra judía, por no haber sido fiel a la promesa de Dios (cf. Gn 17,9-12). El acto ritual de la circuncisión estaba cargado -y aún lo está- de significado cultural y religioso para el pueblo judío. Estaba ligado también al peso histórico-cultural de exclusión de las mujeres, las cuales no participaban de rito alguno para iniciarse en la vida del pueblo: a ellas no se les concebía como ciudadanas.

Es bien importante este episodio dentro de la elaboración literaria que Lucas hace del nacimiento de la primitiva Iglesia. Ésta fue capaz de intuir genialmente que aquel rito de la circuncisión discriminaba inevitablemente entre hombres y mujeres, y entre judíos y paganos. Los dirigentes principales de la Iglesia central (por así decir) ratificaron la intuición que los misioneros de vanguardia pusieron en marcha al evangelizar en la frontera con el mundo pagano. En aquel contexto cultural diferente, el signo de la circuncisión no sólo no era significativo, sino que implicaba una marginación de la mujer, y una imposición incomprensible para quienes s convertían desde el paganismo. Fue una lección de sentido histórico, de comprensión de la relatividad cultural, y de aceptación de los signos de los tiempos.

No deberíamos reflexionar hoy sobre este tema de un modo meramente arcaizante: «cómo hicieron ellos», sino preguntándonos qué otros signos, elementos, dimensiones… del cristianismo están hoy necesitados de una reformulación o reconversión, en esta la nueva frontera cultural que hoy atravesamos, probablemente mucho más profunda que la que se vivía en aquel momento que los Hechos de los Apóstolos nos relatan. Muchas cosas que hasta ahora significaban, se han vaciado de valor evocativo. En muchos casos, no sólo se han vaciado, sino que se han cargado de sentido contrario. Acabamos haciendo gestos que se quedan en simples ritos sin significado vivo, o repitiendo fórmulas que dicen cosas en las que ya no creemos –o en las que ya no podemos creer–.

Permítasenos evocar la publicación que el movimiento judío conservador de EEUU ha realizado el pasado mes de febrero (http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/02/actualidad/1456932458_958209.html) de una nueva edición del manual de oraciones, Sidur en hebreo, edición que ha puesto todas las oraciones en un lenguaje que no distingue entre hombres y mujeres, entre personas y/o parejas hetero y homosexuales. Hay que recordar que el idioma hebreo –y otros– tiene formas verbales diferentes para el hombre y la mujer. «Yo rezo», por ejemplo, no utiliza la misma palabra igual cuando lo dice un hombre o cuando lo dice una mujer. Lo cual quiere decir que cuando se reza juntos, normalmente la mujer ha tenido que quedar supeditada a rezar con expresiones masculinas. Este nuevo Sidur es un esfuerzo para acomodar símbolos religiosos tan importantes como los de un oracional, a la sensibilidad actual. Lo que en siglos y milenios anteriores parecía intocable, hoy ya no nos lo parece a muchas personas y comunidades; las más intuitivas y clarividentes están reivindicando la necesidad de dar pasos adelante, y deberíamos apoyarles.

También en otros idiomas persisten las diferencias discriminatorias de género, pero no tanto ya por las diferencias de las formas verbales y otras, cuanto por las desactualizaciones en términos culturales y epistemológicos: se trata de conjuntos completos de símbolos que ya no están culturalmente vigentes, fórmulas de fe que dicen cosas hoy realmente no creemos, creencias que ya todos sabemos que son mitos, pero que son repetidas ritualmente con toda seriedad como si de descripciones históricas se tratara, esperando que aparezcan por alguna parte los niños del cuento de Andersen que nos hagan caer en la cuenta a todos de que «el rey está desnudo». Por eso, es de profunda actualidad la lucidez de que hizo gala la Iglesia primitiva en torno a la práctica de la circuncisión.

El Apocalipsis nos presenta también una crítica a la tradición judía excluyente. Juan vio en sus revelaciones la nueva Jerusalén que bajaba del cielo y que era engalanada para su esposo, Cristo resucitado. Esta nueva Jerusalén es la Iglesia, triunfante e inmaculada, que ha sido fiel al Cordero y no se ha dejado llevar por las estructuras que muchas veces generan la muerte. Aquí yace la crítica del cristianismo al judaísmo que se dejó acaparar por el Templo, en el cual los varones, y entre éstos especialmente los cobijados por la Ley, eran los únicos que podían relacionarse con Dios; un Templo que era señal de exclusión hacia los sencillos del pueblo y los no judíos.

La Nueva Jerusalén que Juan describe en su libro no necesita templo, porque Dios mismo estará allí, manifestando su gloria y su poder en medio de los que han lavado sus ropas en la sangre del Cordero. Ya no habrá exclusión -ni puros ni impuros-, porque Dios lo será todo en todos, sin distinción alguna.

En el evangelio de Juan, Jesús, dentro del contexto de la Ultima Cena y del gran discurso de despedida, insiste en el vínculo fundamental que debe prevalecer siempre entre los discípulos y él: el amor. Judas Tadeo ha hecho una pregunta a Jesús: “¿por qué vas a mostrarte a nosotros y no a la gente del mundo”? Obviamente, Jesús, su mensaje, su proyecto del reino, son para el mundo; pero no olvidemos que para Juan la categoría “mundo” es todo aquello que se opone al plan o querer de Dios y, por tanto, rechaza abiertamente a Jesús; luego, el sentido que da Juan a la manifestación de Jesús es una experiencia exclusiva de un reducido número de personas que deben ir adquiriendo una formación tal que lleguen a asimilar a su Maestro y su propuesta, pero con el fin de ser luz para el “mundo”; y el primer medio que garantiza la continuidad de la persona y de la obra de Jesús encarnado en una comunidad al servicio del mundo, es el amor. Amor a Jesús y a su proyecto, porque aquí se habla necesariamente de Jesús y del reino como una realidad inseparable.

Ahora bien, Jesús sabe que no podrá estar por mucho tiempo acompañando a sus discípulos; pero también sabe que hay otra forma no necesariamente física de estar con ellos. Por eso los prepara para que aprendan a experimentarlo no ya como una realidad material, sino en otra dimensión en la cual podrán contar con la fuerza, la luz, el consuelo y la guía necesaria para mantenerse firmes y afrontar el diario caminar en fidelidad. Les promete pues, el Espíritu Santo, el alma y motor de la vida y de su propio proyecto, para que acompañe al discípulo y a la comunidad.

Finalmente, Jesús entrega a sus discípulos el don de la paz: “mi paz les dejo, les doy mi paz” (v. 27); testamento espiritual que el discípulo habrá de buscar y cultivar como un proyecto que permite hacer presente en el mundo la voluntad del Padre manifestada en Jesús. Es que en la Sagrada Escritura y en el proyecto de vida cristiana la paz no se reduce a una mera ausencia de armas y de violencia; la paz involucra a todas las dimensiones de la vida humana y se convierte en un compromiso permanente para los seguidores de Jesús. Leer más…

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Dom 6 pascua: No es la paz del “mundo”. La iglesia, una tarea de paz (Jn 14, 23-29)

Domingo, 22 de mayo de 2022
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 pikaza_camino_paz-938c8Del blog de Xabier Pikaza:

Recojo y comento en estas reflexiones las palabras centrales del evangelio de este domingo: “La paz os dejo, mi paz os doy; no es como la paz que ofrece el mundo…” (Jn 14, 27).

La paz del  mundo (propia de un sistema de poder) proviene de la imposición económica, militar e ideológica de los vencedores, tal como se impone en los arcos de triunfo de los antiguos y los nuevos vencedores.

En contra de eso, la paz de Jesús se expresa a través del perdón de las víctimas. Esa ha de ser la paz de la iglesia entendida como institución o comunión no violenta de los seguidores de Jesús, pacificador crucificado.

LA PAZ,HIJA DEL PERDÓN, ES LA VICTORIA DE LAS VÍCTIMAS

            La paz no es resultado de la victoria de las armas riunfadoras, sino del perdón  de los vencidos. No proviene de los que vencen y se imponen por ley de poder sobre los derrotados, sino de aquellos que, siendo vencidos y estando derrotados, responden perdonando[1]. (Las dos primeras imágenes recogen la paz del “arco” militar de los triunfadores).

  1. El riesgo de un perdón interesado.

  Había en el judaísmo de tiempos de Jesús un tipo de paz controlado por sacerdotes del templo Jerusalén y políticos de Roma, al servicio del sistema.

Era el perdón del templo y se expresaba a través de sacrificios rituales, por medio de una especie de «máquina sacral», que culminaba el día de la Gran Expiación (Lev 16), celebrada por sacerdotes y regulada según Ley por los escribas.

Por su parte, el perdón de Roma (parcere subiectis, debellare superbos: Virgilio, Eneida 855) estaba al servicio del sistema imperial y político, no de los necesitados. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón mesiánico, que actúa a través de los que sufren y que busca una nueva humanidad, superando el orden del templo y el sistema del imperio. Para entender su alcance, quiero delimitarlo mejor:

Puede haber un perdón arbitrario y caprichoso, propio de dictadores o autócratas, que muestran su magnanimidad indultando de un modo irracional (sin necesidad de justificaciones) a quienes ellos quieren y castigando también a quienes quieren (sin dar tampoco razones). Así descargan su violencia sobre algunos, para mostrarse soberanos, imponiendo su terror sobre posibles rebeldes o contrarios, y perdonan a otros para decir que son magnánimos y aparecer como benefactores, a través de un gesto arbitrario, que está muy alejado de la justicia racional (y del perdón cristiano).

En contra de ese perdón interesado de los autócratas, que es una imposición de su dictadura y un capricho de su prepotencia, Jesús ofrece y promueve un perdón puramente gratuito que no va en contra de la justicia, sino que la desborda y fundamenta. Éste es un perdón que sólo pueden ofrecer las víctimas (los ofendidos y humillados), sin que sean capaces de ofrecerlo en su nombre (en contra de ellos) unos dictadores o sacerdotes pretendidamente superiores.

Puede haber un perdón o amnistía al servicio de una política partidista. Casi todos los vencedores del mundo han decretado amnistías, desde los asirios del siglo VIII a. C. hasta los romanos del tiempo de Jesús o los revolucionarios franceses de finales del XVIII. Suelen ser amnistías políticamente calculadas, para gloria de los soberanos o de los estados que las proclaman, al servicio de su propia estabilidad, como una forma de justificarse.  Este perdón puede ser provechoso, pero que corre el riesgo de situar la oportunidad política (su racionalidad partidista) por encima de la justicia legal[2].

Puede haber un perdón sacral, controlado por los sacerdotes del templo, al servicio del propio sistema, para mantener el orden establecido, como sucedía en Jerusalén, en tiempo de Jesús. También éste es un perdón interesado, propio de los vencedores, al servicio del sistema; es el perdón de los templos y de las grandes instituciones religiosas, entendidas como instancias de control sobre los “pecadores”, como ha podido suceder en la religión de los Incas y en algunas instituciones cristianas. Lo mismo que los anteriores, este perdón sigue estando al servicio del sistema, es decir, de la violencia de los poderosos.

En contra de eso, Jesús ha ofrecido el perdón de un modo gratuito, no en contra, sino por encima de la Ley, pidiendo a los ofendidos que perdonen a sus ofensores (¡ellos son los únicos que pueden hacerlo desde Dios!), para abrir de esa manera un camino de reconciliación más alta, superando la violencia.

El perdón sacral del Templo (lo mismo que la amnistía de los grandes imperios) estaba al servicio de los poderosos, que monopolizaban el orden del sistema. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón (que estrictamente hablando no es suyo, sino de los pobres) de un modo mesiánico, superando el sistema del del imperio y de un templo al servicio de los vencedores. No es que él perdone desde arriba, por excepción, sin necesidad de templo y sacrificios, a los expulsados y excluidos de la comunidad sagrada de Israel y del imperio, sino que son ellos, los expulsados y excluidos, los que pueden ofrecer perdón (como representantes de Dios). Ésta es la novedad del evangelio y ella supera todos los sistemas religiosos o sociales donde el perdón está al servicio del orden establecido. El sistema político o religioso no puede perdonar, sino que se limita a buscar su equilibrio o, a lo sumo, procurar una igualdad de ley. Los únicos que pueden perdonar son los ofendidos y/o robados, es decir, las víctimas, como Jesús.

Jesús, un perdón gratuito.

 El sistema político/religioso necesita un talión (¡a cada uno según su merecido!), controlando el perdón desde arriba. En contra de de eso, Jesús sitúa a los hombres y mujeres ante el don y tarea del perdón, haciéndoles capaces de superar una justicia legal que, cerrada en sí, puede acabar destruyendo a todos. Lo que algunos llaman actualmente justicia infinita (un tipo de Ley particular llevada hasta el extremo) nos deja simplemente en el nivel de la lucha de todos contra todos. En ese sentido podemos añadir, con Pablo, que la justicia de la Ley es insuficiente. Sólo la gracia que perdona a los pecadores es fundamento de paz[3].

  1. Sólo el perdón rompe la espiral de la venganza(un talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente) y de esa forma libera al hombre del automatismo de la violencia y permite que su vida se despliegue por encima de una Ley, en la que nada se crea ni destruye, sino que se transforma, permaneciendo siempre idéntico. Sólo el perdón rompe el encerramiento de la pura Ley y nos sitúa en un nivel de gratuidad, donde los hombres pueden vivir y amarse por sí mismos (como valor supremo). El perdón es gracia y sólo así puede superar la violencia del pasado, haciendo que la vida se abra al futuro de la Vida, por encima de sus contradicciones y luchas de poder.
  2. Perdón gratuito, no expiación. Expiar es pagar por la culpa, de manera que quien ha quebrantado la Ley tiene que recibir su merecido y penar (ser castigado). Sin duda, parece conveniente un tipo de reparación para mantener el orden del sistema, como saben las religiones sacrificiales y los sistemas políticos en los que domina una Ley punitiva (como parece suceder en USA). Pero el Dios de Jesús no exige expiación o sometimiento, para afianzar de esa manera su poder, sino que él mismo expía por los pecados de los hombres, es decir, les ama de un modo gratuito. En ese contexto ha de entenderse la actitud de Jesús, que ha perdonado a los pecadores, sentándose a su mesa y dialogando con ellos (cf. Mc 2, 15-17 par; Mt 11, 29 par; Lc 15, 1).

Según eso, el perdón tiene que venir de las víctimas. Jesús no ratifica el poder de perdón de los de arriba, sino que pide a los excluidos y pobres que perdonen, en gesto que no es sometimiento (¡encima de haber sido ofendidos deben perdonar a quienes les ofenden!), sino que viene a mostrarse como expresión de la mayor de todas las autoridades Ellos, los oprimidos, son sacerdotes y portadores de perdón, es decir, de un nuevo orden social que no se funda en el dominio de unos sobre otros, ni en la revancha de los sometidos, sino en la gracia creadora, desde abajo, a partir de los marginados y ofendidos. Los pobres son precisamente los que toman la iniciativa y, sin luchar externamente contra los sacerdotes y jerarcas, asumen la autoridad del perdón, sin necesidad de imponerse por la fuerza, ni de tomar el poder externo, sino iniciando una comunidad de iguales.

Evangelio, textos del perdón.

Principio. Perdón quiero, no pura justicia: “No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37; cf. Mt 7, 1). En un nivel político, la justicia social es buena y necesaria; pero ella tiene que imponerse con violencia, como sabe Pablo en Rom 13, 1-7, pues el juez necesita la ayuda de la espada y de la cárcel (y en algunos países de la silla eléctrica). Pues bien, superando ese plano de violencia legal (políticamente legítima), Jesús pide a sus fieles que se perdonen, que no acudan a la pura ley, ni a la espada. Al decir expresamente ¡no-juzguéis!, Jesús no ha pensado en unos objetivos particulares, ni ha propuesto unos casos en los que el perdón debe aplicarse, sino que abre un camino ilimitado de vida, que sólo puede recorrerse en amor, un proceso de no-violencia para voluntarios, no un ordenamiento obligatorio.

Esta palabra aparece en el evangelio como revelación, una mutación antropológica radical. No puede probarse, pero se pueden probar sus consecuencias, pues allí donde los hombres no perdonan ellos mismos terminan cayendo bajo el poder del juicio («con el juicio con que juzguéis seréis juzgados»). El juicio se sitúa y nos sitúa ante el talión (ojo por ojo…) y así nos deja en manos de la Ley de la espada (quien a hierro mata a hierro muere: Mt 26, 52), como sabe Pablo (Rom 13, 4). Pues bien, por encima del juicio está el Dios de la gracia, que no defiende la vida con espada, sino que la crea en amor y perdón y así quiere que nosotros perdonemos (cf. Rom 13, 10).

 Perdón amante. Ese perdón sólo es posible por amor, como gesto creador, desde los ofendidos, como dice Jesús: “Habéis oído que se ha dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo… Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian” (Mt 5, 38; Lc 6, 27-28). El texto supone que vivimos en un mundo dominado por la enemistad y el odio, la maldición y la calumnia (Lc 6, 27-28), un mundo de violencia donde cada uno parece que quiere imponerse sobre los otros a golpe de opresión física (herida en la mejilla) o económica (quitar la capa, robar). Suele decirse que el mundo es así y en él estamos. Pues bien, sobre ese mundo, por encima de una justicia que se cierra en un círculo de “amigos interesados” (do ut des, doy para que me devuelvas), abre Jesús un camino de perdón y gratuidad, que empieza precisamente desde los pobres (ofendidos y víctimas). En el lugar donde ellos perdonan y aman empieza la paz[5]. Leer más…

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¿Somos un hotel de cinco estrellas? Domingo 6º de Pascua. Ciclo C.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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6DE19477-750B-4014-B027-29A3FFB6259EDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 

Igual que el domingo anterior, la primera lectura (Hechos) habla de la iglesia primitiva; la segunda (Apocalipsis) de la iglesia futura; el evangelio (Juan) de nuestra situación presente, como morada de Dios.

1ª lectura: la iglesia pasada (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29)

Uno de los motivos del éxito de la misión de Pablo y Bernabé entre los paganos fue el de no obligarlos a circuncidarse. Esta conducta, compartida por la comunidad cristiana de Antioquía de Siria, no sólo provocó la indignación de los judíos sino también de un grupo cristiano de Jerusalén educado en el judaísmo más estricto. Para ellos, renunciar a la circuncisión equivalía a oponerse a la voluntad de Dios, que se la había ordenado a Abrahán. Algo tan grave como si entre nosotros dijese alguno ahora que no es preciso el bautismo para salvarse.

            Como ese grupo de Jerusalén se consideraba “la reserva espiritual de oriente”, al enterarse de lo que ocurre en Antioquía manda unos cuantos a convencerlos de que, si no se circuncidan, no pueden salvarse. Para Pablo y Bernabé esta afirmación es una blasfemia: si lo que nos salva es la circuncisión, Jesús fue un estúpido al morir por nosotros.

             En el fondo, lo que está en juego no es la circuncisión sino otro tema: ¿nos salvamos nosotros a nosotros mismos cumpliendo las normas y leyes religiosas, o nos salva Jesús con su vida y muerte? Cuando uno piensa en tantos grupos eclesiales de hoy que insisten en la observancia de la ley, se comprende que entonces, como ahora, saltasen chispas en la discusión. Hasta que se decide acudir a los apóstoles de Jerusalén.

            Tiene entonces lugar lo que se conoce como el “concilio de Jerusalén”, que es el tema de la primera lectura de hoy. Para no alargarla, se ha suprimido una parte esencial: los discursos de Pablo y Santiago (versículos 3-21).

            En la versión que ofrece Lucas en el libro de los Hechos, el concilio llega a un pacto que contente a todos: en el tema capital de la circuncisión, se da la razón a Pablo y Bernabé, no hay que obligar a los paganos a circuncidarse; al grupo integrista se lo contenta diciendo a los paganos que observen cuatro normal muy importantes para los judíos: abstenerse de comer carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre, de animales estrangulados y de la fornicación.

            Esta versión del libro de los Hechos difiere en algunos puntos de la que ofrece Pablo en su carta a los Gálatas. Coinciden en lo esencial: no hay que obligar a los paganos a circuncidarse. Pero Pablo no dice nada de las cuatro normas finales.

            El tema es de enorme actualidad, y la iglesia primitiva da un ejemplo espléndido al debatir una cuestión muy espinosa y dar una respuesta revolucionaria. Hoy día, cuestiones mucho menos importantes ni siquiera pueden insinuarse. Pero no nos limitemos a quejarnos. Pidámosle a Dios que nos ayude a cambiar.

 En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia. 

            Los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barrabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta:

            Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud.

2ª lectura: la iglesia futura (Lectura del libro del Apocalipsis 21,10-14. 22-23)

            En la misma tónica de la semana pasada, con vistas a consolar y animar a los cristianos perseguidos, habla el autor de la Jerusalén futura, símbolo de la iglesia.

            El autor se inspira en textos proféticos de varios siglos antes. El año 586 a.C. Jerusalén fue incendiada por los babilonios y la población deportada. Estuvo en una situación miserable durante más de ciento cincuenta años, con las murallas llenas de brechas y casi deshabitada. Pero algunos profetas hablaron de un futuro maravilloso de la ciudad. En el c.54 del libro de Isaías se dice:

            11 ¡Oh afligida, venteada, desconsolada!

            Mira, yo mismo te coloco piedras de azabache, te cimento con zafiros,

           12 te pongo almenas de rubí, y puertas de esmeralda,

            y muralla de piedras preciosas.

            El libro de Zacarías contiene algunas visiones de este profeta tan surrealistas como los cuadros de Dalí. En una de ellas ve a un muchacho dispuesto a medir el perímetro de Jerusalén, pensando en reconstruir sus murallas. Un ángel le ordena que no lo haga, porque Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella oráculo del Señor (Zac 2,8-9).

            Podría citar otros textos parecidos. Basándose en ellos dibuja su visión el autor del Apocalipsis. La novedad de su punto de vista es que esa Jerusalén futura, aunque baja del cielo, está totalmente ligada al pasado del pueblo de Israel (las doce puertas llevan los nombres de las doce tribus) y al pasado de la iglesia (los basamentos llevan los nombres de los doce apóstoles).

            Pero hay una diferencia esencial con la antigua Jerusalén: no hay templo, porque su santuario es el mismo Dios, y no necesita sol ni luna, porque la ilumina la gloria de Dios.

El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. “Brillaba como una piedra preciosa, como Jaspe traslúcido. 

            Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al occidente tres puertas. 

            La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. 

            Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero.

            La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

3ª lectura: la comunidad presente (Juan 14, 23-29)

            El texto del evangelio de Juan ofrece, en pocas líneas, tres temas:

            1) El cumplimiento de la palabra de Jesús y sus consecuencias.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. 

            Se contraponen dos actitudes: el que me ama ‒ el que no me ama. A la primera sigue una gran promesa: el Padre lo amará. A la segunda, un severo toque de atención: mis palabras no son mías, sino del Padre.

            La primera parte es muy interesante cuando se compara con el libro del Deuteronomio, que insiste en el amor a Dios (“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser”) y pone ese amor en el cumplimiento de sus leyes, decretos y mandatos. En el evangelio, Jesús parte del mismo supuesto: “el que me ama guardará mi palabra”. Pero añade algo que no está en el Deuteronomio: “mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

            El tema de Dios habitando en nosotros se trata con poca frecuencia porque lo hemos relegado al mundo de los místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, etc. Pero el evangelio nos recuerda que se trata de algo que nos afecta a cada uno de nosotros y que no debemos pasar por alto. Pensemos en el influjo enorme que siguen ejerciendo en nosotros personas que han muerto hace años: familiares, amigos, educadores, que siguen “vivos dentro de nosotros”. Una reflexión parecida deberíamos hacer sobre cómo Dios está presente dentro de nosotros e influye de manera decisiva en nuestra vida. Y lo deberíamos ver como una prueba del amor de Dios: “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

            Por otra parte, decir que Dios viene a nosotros y habita en nosotros supone un novedad capital con respecto al Antiguo Testamento, donde se advierten diversas posturas sobre el tema. 1) Dios no habita en nosotros, nos visita, como visita a Abrahán. 2) Dios se manifiesta en algún lugar especial, como el Sinaí, pero sin que el pueblo tenga acceso al monte. 3) Dios acompaña a su pueblo, haciéndose presente en el arca de la alianza, tan sagrada que, quien la toca sin tener derecho a ello, muere. 4) Salomón construye el templo para que habite en él la gloria del Señor, aunque reconoce que Dios sigue habitando en “su morada del cielo”. 5) Después del destierro de Babilonia, cuando el profeta Ageo anima a reconstruir el templo de Jerusalén, otro profeta muestra su desacuerdo en nombre del Señor: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso?” (Isaías 66,1).

            Cuando Jesús promete que él y el Padre habitarán en quien cumpla su palabra, anuncia un cambio radical: Dios no es ya un ser lejano, que impone miedo y respeto, un Dios grandioso e inaccesible; tampoco viene a nosotros en una visita ocasional. Decide quedarse dentro de nosotros. ¿Qué le ofrecemos? ¿Un hotel de cinco estrellas o un hostal?

            2) La promesa del Espíritu Santo.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. 

            Dentro de poco celebraremos la fiesta de Pentecostés. Es bueno irse preparando para ella pensando en la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Este breve texto se fija en el mensaje: enseña y recuerda lo dicho por Jesús. Dicho de forma sencilla: cada vez que, ante una duda o una dificultad, recordamos lo que Jesús enseñó e intentamos vivir de acuerdo con ello, se está cumpliendo esta promesa de que el Padre enviará el Espíritu. 

            Pero hay algo más: el Espíritu no solo recuerda, sino que aporta ideas nuevas, como añade Jesús en otro pasaje de este mismo discurso: “Me quedan por deciros muchas cosas, pero no podéis con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.” Parece casi herético decir que Jesús no nos transmite la verdad plena. Pero así lo dice él. Y la historia de la Iglesia confirma que los avances y los cambios, imposibles de fundamentar a veces en las palabras de Jesús, se producen por la acción del Espíritu.

            3) La vuelta de Jesús junto al Padre

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»

            Estas palabras anticipan la próxima fiesta de la Ascensión. Para comprenderlas, lo mejor es compararlas con la famosa oda de Fray Luis de León:

            ¿Y dejas, Pastor santo,

            tu grey en este valle hondo, escuro,

            con soledad y llanto;

            y tú, rompiendo el puro

            aire, ¿te vas al inmortal seguro?

            Los antes bienhadados,

            y los agora tristes y afligidos,

            a tus pechos criados,

            de ti desposeídos,

            ¿a dó convertirán ya sus sentidos?

            ¿Qué mirarán los ojos

            que vieron de tu rostro la hermosura,

            que no les sea enojos?

            Quien oyó tu dulzura,

            ¿qué no tendrá por sordo y desventura?

            Aqueste mar turbado,

            ¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto

            al viento fiero, airado?

            Estando tú encubierto,

            ¿qué norte guiará la nave al puerto?

            ¡Ay!, nube, envidiosa

            aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?

            ¿Dó vuelas presurosa?

            ¡Cuán rica tú te alejas!

            ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

            Las palabras de Jesús en el evangelio de Juan pretenden que no nos sintamos tristes y afligidos, pobres y ciegos, sino alegres por el triunfo de Jesús. Pero de esto hablaremos otro día.

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VI Domingo de Pascua. 22 de Mayo, 2022

Domingo, 22 de mayo de 2022
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6-Do-Pascua

“Quien me ama guardará mi palabra,
y mi Padre lo amará,
y vendremos a él y haremos morada en él.”

(Jn 14, 23-29)

Llevamos ya un largo recorrido de Pascua, nos asomamos a la sexta semana y la cotidianidad de nuestras vidas le ha ido robando brillo al grito jubiloso del Domingo de Resurrección. Quizá por eso hoy el evangelio propuesto para la Eucaristía nos invita a “guardar la palabra”.

Se guardan aquellas cosas que se necesitan o que son queridas. Cuando hacemos limpieza en casa o en nuestra habitación volvemos a guardar cosas aparentemente inútiles de las que no podemos desprendernos. Normalmente cosas que nos hacen recordar, pequeños “sacramentos”(sacramento = realidad visible que evoca algo que no vemos). Y los recuerdos forman parte de nuestro almacén interior, son esos objetos que llenan los cajones de nuestra casa interior.

Hoy Jesús nos pide que guardemos su palabra, que le hagamos un sitio en nuestra casa, nos está diciendo: “Quiero que Tú seas mi casa, la casa de Dios Trinidad.

Enamorarnos

Cuando nos enamoramos no podemos pensar en nada más que en la persona amada, todo lo que vemos, oímos y sentimos lo relacionamos con esa persona. Y casi sin querer no hablamos de otra cosa. Enamorarse es dejarse habitar por otra persona.

Y Jesús al decirnos: “quien me ama guardará mi palabra”, nos está invitando a ENAMORARNOS, a dejarnos habitar por Dios, a vivir en Su Amor.

Nos llama a un compromiso, a dejar que el grito de Pascua ahonde en nosotras, enraíce, pase de la explosión de la alegría al compromiso continuado. Es decir, del enamoramiento primero al amor fiel.

El entusiasmo primero es bueno, ¡y necesario! pero no es suficiente. Seríamos como aquellas semillas que crecieron rápidamente, pero se secaron por falta de raíz (Mc 4, 5-6). Al entusiasmo primero hay que sumarle su buena dosis de compromiso, una pizquita de locura, dos cucharadas colmadas de generosidad y todo el amor que sea necesario. Todo junto, bien amasado, da como resultado el pan del Reino.

Porque si Jesús se hizo pan, nosotras también nos tendremos que dejar comer, partir y repartir. ¿Casa? ¿Pan? ¿Discípula?

Oración

“Trinidad Santa, amásanos con la levadura nueva de tus sueños,
haznos pan tierno que calma el hambre,
hogar cálido que descansa el alma
y discípulas fieles a tu Palabra.”

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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El agape-Dios no está condicionado por mi amor.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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07278g-entender-espiritualidad

DOMINGO 6º DE PASCUA (C)

Jn 14,23-29

Seguimos en el discurso de despedida después de la última cena. El tema del domingo pasado era el amor manifestado en la entrega. Terminábamos diciendo que ese amor era la consecuencia de una experiencia interior, relación con lo más profundo de mí mismo, que es Dios. Hoy nos habla el evangelio de lo que significa esa vivencia íntima. La Realidad que soy es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser separado que está en alguna parte de la estratosfera sino el fundamento de mi ser y de cada uno de los seres del universo.

En estos siete versículos podemos descubrir las dificultades que encontraron para expresar la experiencia interior. Por cada afirmación que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio otra que dice exactamente lo contrario. Es la prueba de que las expresiones sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra. Necesitan interpretación porque nuestros conceptos no son adecuados para expresar las realidades trascendentes. En este orden puede ser verdad una afirmación y la contraria. El dedo y la flecha pueden apuntar los dos a la luna.

Dos versículos antes acaba de decir: el que cumple mis palabras ese me ama. Aquí dice: el que me ama cumplirá mi palabra. En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado. Aquí dice: “si alguno me ama le amará mi Padre y le amaré yo. ¿Está su amor condicionado a nuestro amor? Jesús había dicho que iba a prepararles sitio para después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él vendrán al interior de cada uno. ¿Puede Dios, y Jesús, localizarse en un lugar determinado? En (16,7) os conviene que me vaya, si no el Espíritu no vendrá a vosotros, pero si me voy os lo enviaré. Aquí: el Padre os lo enviará.

Les había advertido: no he venido a traer paz sino división y “como me persiguieron a mí, os perseguirán a vosotros” (Jn 16,2). Ahora nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Nos había dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9). Ahora nos dice: El Padre es más que yo. ¿Pueden armonizarse estas dos expresiones? Unos versículos antes les había dicho: No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros (14,18). Y ahora Jesús dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar. Digerir estas aparentes contradicciones es una de las claves para entender la experiencia pascual.

Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no  tiene que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe “alguna parte” donde Dios pueda estar, fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace posible mi existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de ser. El descu­brirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad.

El hecho de que no llegue a mí desde fuera, ni a través de los sentidos, hace imposible toda reflexión racional. Todo intermediario, sea persona o institución, me aleja de Él más que  acercarme. En el AT, la presencia de Dios se localizaba en la tienda del encuentro o el templo. La “presencia” debía ser una característica de los tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre. Dentro de ti lo tienes que experimentar. Será más fácil de comprender si superas la idea de Dios como una entidad separada e inaccesible.

El Espíritu es el garante de esa presencia dinámica: “os irá enseñando todo”. Por cinco veces en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (Ruaj), como Vida, como sabiduría que todo lo explica. “Santo” significa separado; pero no separado de Dios, sino separado de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de Dios no nos separa del mundo, entendido como lugar de enfrentamiento y opresión, nunca podremos comprender el amor.

“Os conviene que yo me vaya, porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros.” Ni el mismo Jesús con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta la experiencia de Dios. Mientras estaba con ellos vivían apegados a sus manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero que les impedía descubrir la verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron la realidad de Dios dentro de ellos. Cuando desapare­ció, se vieron obligados a buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera.

El Espíritu no añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la vida de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicar. Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán claramente.

Shalom (paz) era el saludo ordinario entre los semitas. No solo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el “shalom” Judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el evangelio de Jn hace hincapié en un “plus” de significado sobre el ya rico significado judío. La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas. Sería la consecuencia del amor que es Dios en nosotros, descubierto y vivido. La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor.

Deben alegrarse de que se vaya porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia. Será la manifestación suprema del amor, será la verdadera victoria sobre el mundo y la muerte. El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. No habla de una entidad separada, sería una herejía. Para el evangelista, Jesús es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos”. Dios se manifiesta en lo humano, pero Dios no es lo que se ve en Jesús.

Dios se revela y se vela en la humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él no es demostrable. Está en el hombre sin añadir nada; Dios es siempre un Dios escondido. “Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera” (Pascal). El sufí lo dejó bien claro: Calle mi labio carnal, / habla en mi interior la calma / voz sonora de mi alma / que es el alma de otra alma  / eterna y universal. /  ¿Dónde tu rostro reposa  / alma que a mi alma das vida? /  Nacen sin cesar las cosas, / mil y mil veces ansiosas /de ver tu faz escondida.

En toda la Biblia existe una tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver a Dios sin morir. No puede ser represen­tado por ninguna imagen. No puede ser nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo, como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre. En el NT, se acentúa el intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de “Mesías”, “Siervo”, “Hijo de hombre”, “Palabra”, “Espíri­tu”, “Sabiduría”, incluso “Padre”, son ejemplos de ese intento.

Meditación

Jesús descubrió la presencia absoluta de Dios.
Todo lo que vivió y enseñó fue consecuencia de esa experiencia.
Sabía que era la clave para que el hombre alcanzase plenitud.
Sin identificación con lo divino no puede haber verdadera humanidad.
Sin descubrir el tesoro que hay dentro de ti,
nunca estarás dispuesto a prescindir de todo lo demás.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Al final, el Triunfo de Dios.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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paloma de las manos del espírituJuan 14, 23-29

«El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho»

El libro del Éxodo es el punto culminante de la epopeya de Israel, pero es también una excelente metáfora del transcurrir de nuestra vida: “Desde la cómoda esclavitud de las pasiones, a través del desierto de la vida, acompañados por el Espíritu, hasta la casa del Padre”.

El pueblo de Israel se sintió acompañado del espíritu de Dios —el Ángel de Yahvé— hasta que se vio a salvo al otro lado del mar de las Cañas, pero cuando tuvo que enfrentarse a los rigores del desierto y vio pasar el tiempo sin llegar a la Patria prometida, se impacientó, se sintió abandonado y se rebeló contra Dios.

Quizá las comunidades cristianas de finales del siglo primero sintieron una sensación parecida, y de ahí que Juan escribiese el Apocalipsis para atajar la creciente desesperanza del pueblo. Habían empezado su andadura con el espíritu de Jesús a flor de piel, se habían enfrentado a enormes dificultades y lo habían soportado todo gracias a su fe en la inminente venida del Señor… pero pasaba el tiempo y el Señor no terminaba de llegar.

Nosotros corremos el mismo riesgo que los Israelitas del desierto y los primeros cristianos. Vemos pasar generación tras generación sin que se vislumbre siquiera el fin de las guerras, del dolor, del sufrimiento, de la injusticia, de la opresión… y nos preguntamos: ¿Dónde está la acción del Espíritu?… ¿Dónde está su luz para no errar el camino, y su fuerza para no desfallecer en nuestro peregrinar hacia ese mundo humanizado, civilizado, justo, libre y honesto que se supone nuestro destino?

Y nos impacientamos, y nos agobiamos porque sabemos que con nuestras fuerzas nunca llegaremos, y dudamos de que el espíritu de Dios esté acompañando a la humanidad, y nos preguntamos si no estaremos asistiendo al fracaso de Dios… Y nuestra fe se tambalea y nos sentimos condenados a vivir en un mundo que se rige por sus propias leyes y camina errático hacia ninguna parte…

Y, quizá desconcertados por la tardanza, llegamos a la lectura del texto de Juan.

Y Juan, que vivió estas mismas dudas y vacilaciones en el seno de sus propias comunidades, nos invita hoy —y lo hace aún con más fuerza en el Apocalipsis— a hacer un acto de fe en el triunfo final de Dios; a ver con optimismo el destino de la humanidad. Nos invita a no caer en la desesperanza; a confiar en que el Espíritu de Dios está con nosotros y que algún día dejaremos de vagar por el desierto y llegaremos también a la Patria… Porque Dios ha apostado muy fuerte por nosotros y no puede fallar.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

 Fuente Fe Adulta

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El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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12261a-errores-practicar-espiritualidadDOMINGO 6º DE PASCUA (C)

(Jn 14, 23-29)

El ser humano vive en tensión en medio de la estructura del mundo que le ha tocado vivir. Conflictos provocados por la injusticia, la codicia, el egoísmo, los sistemas económicos y sociales que rigen la convivencia. Hay quienes se conforman con estar en desacuerdo; otros realizan su propia transformación personal esperando que, con el paso del tiempo, todo cambie y evolucione.

Vano intento. No basta con pensar lo recto, lo justo, sino esforzarse en “cumplirlo con la ayuda de Dios”. La estructura del mundo está basada en la injusticia, la mentira, el odio. El ser humano honrado ha de trabajar para rechazar el espíritu del mal que nos amenaza y tener confianza: “que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. El Espíritu de Dios está presente en el mundo para liberarlo de la injusticia, la prepotencia, la sinrazón; debemos esforzarnos por recuperar la fe paciente que no escatima sacrificios, confiando en que lo que el ser humano no sea capaz de lograr le será dado por Dios.

En esta lucha para lograr la justicia, la paz, no hay espacios reservados. Las situaciones en las que nos movemos deben estar atravesadas por la crítica y la transformación del Resucitado. Afirmar hoy que Jesús ha resucitado no crea ninguna inquietud, pero estamos obligados a obrar conforme a nuestra conciencia cristiana. Tenemos unos límites muy estrictos en el ejercicio del derecho a defendernos a nosotros mismos y a nuestro país por medio de la fuerza, y también en lo referente a someternos de forma pasiva al mal y a la violencia. El cristiano no sólo está obligado a evitar determinados males sino que también es responsable de unos bienes enormes. Esto supone defender y fomentar los valores humanos más altos: el derecho de la persona a vivir libremente y a poder desarrollar su vida, pero también protegerla contra los abusos del poder destructivo que él mismo ha adquirido [1]. Tarea que se reduce a luchar contra las dictaduras totalitarias y contra las guerras. Pero también contra nuestra propia violencia, fanatismo y ambición.

El Evangelio de Juan nos recuerda que la paz cristiana es distinta de la paz mundana. El mundo llama paz al silencio impuesto por la guerra que gana el más fuerte. Basten algunos ejemplos: la perversa invasión de Rusia en Ucrania, la guerra en Afganistán, en Etiopía, en Yemen, el permanente conflicto entre Israel y Palestina, Siria, Haití, Myanmar (Birmania); África sigue siendo escenario de enfrentamientos entre los países y los yihadistas: Camerún, Mali, Níger, Burkina Faso, Mozambique, el Congo, el enquistado problema del Sahara Occidental y Marruecos… El Cristianismo llama paz a la aceptación del “otro”, precisamente en cuanto “otro”. La responsabilidad cristiana está del lado de Dios y de la verdad y de la totalidad de la humanidad.

La guerra es un recurso que siempre acaba golpeando a los más débiles, población vulnerable, civiles en zonas de combates; todo en nombre de intereses que, casi siempre, son lejanos y ajenos a cada persona.

La paz es mensaje, es compromiso, es actitud y es misión. Así envía el Padre a Jesús Resucitado; y así envía Él a sus discípulos/as, y también a mí, hoy: “Os dejo la paz, os doy mi propia paz; una paz que el mundo no os puede dar” (27-28).

¿Y qué ocurre cuando la guerra parece inevitable y se hace realidad? ¿Qué pasa cuando se instala la obstinación o los intereses son tan contradictorios que parecen ser el único camino? ¿No es legítimo entonces, luchar y defenderse? Jesús respondió a la violencia con paz, al insulto con silencio, al pecado con el perdón en la cruz y su muerte no fue un fracaso. ¡Qué difícil de comprender hoy!

Podemos sentirnos unidos, en palabras de Pablo, a todas las guerras y conflictos olvidados: “Si un miembro del cuerpo sufre, todo el cuerpo sufre con él”.

Juan anima a sostener el mundo sin acobardarse ante la hostilidad. Para él, Jesús es el Verbo encarnado, el enviado de Dios. Se trata, por tanto, de su persona, de su misión, de la actitud de los hombres ante él; colocarse en la alternativa de vivir como esclavo o como hijo/a de Dios. Juan reivindica la libertad humana. La maldad no está en lo físico, sino en lo social: “el mundo” significa la humanidad, y en su sentido peyorativo, el orden social creado por los hombres, el sistema de relaciones humanas basado en la mentira, el odio y la injusticia.

El mensaje y la exigencia de Dios, la Palabra encarnada en Jesús, es el amor leal entre todos, como el que Dios ha mostrado a la humanidad: “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (1,14).

Este mensaje condena la maldad del orden presente, “el mundo”, y ante él la humanidad se divide, aceptándolo o rechazándolo. El mandamiento del amor es el signo distintivo de los que siguen a Jesús, rechazando los criterios y la escala de valores del mundo injusto: ellos/as anulan al mundo en medio del mundo (17,16.18) Quien se desentiende del Jesús humano no es cristiano; vivir como él vivió es la norma y el único mandamiento a seguir.

Podríamos preguntarnos: ¿somos consecuentes con este mensaje?, ¿dejo que el Espíritu de Jesús sea el referente de mi vida?, ¿cuáles son nuestras verdaderas intenciones?

Decir que el Cristianismo es la revelación del amor significa que el amor es la clave de la vida misma y de la totalidad del sentido del cosmos y de la historia. Si las potencias relevantes tomaran en serio la cuestión del desarme podríamos acceder a acuerdos viables e ir reduciendo gradualmente el armamento. La paz necesita ser considerada como una posibilidad real. El equilibrio del terror es inaceptable, inmoral e inhumano. El desarme debe ser algo más que una tapadera para los embustes políticos. No podemos seguir celebrando conferencias en las que se toman propuestas de paz para olvidarlas a continuación. “La sabiduría que viene de arriba es intachable, pacífica, tolerante, compasiva, imparcial, sin hipocresía. Los que promueven la paz siembran frutos de justicia. ¿Qué es lo que os lleva a las guerras y a los conflictos entre vosotros? Vuestras pasiones infectan vuestros cuerpos. Ambicionáis y no tenéis, y por ello, matáis” (Sant 3,17. 4,2)

Shalom!

Mª Luisa Paret

[1] T. Merton, Paz en tiempos de oscuridad, DDB, 2006, 91-93

Fuente Fe Adulta

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