Inicio > Biblia, Espiritualidad > 14.5.23. No sabéis de qué Espíritu sois. Pecado original de la iglesia y del “mundo” (Lc 9, 51-55, Dom 6 pascua)

14.5.23. No sabéis de qué Espíritu sois. Pecado original de la iglesia y del “mundo” (Lc 9, 51-55, Dom 6 pascua)

Domingo, 14 de mayo de 2023

Duccio_di_Buoninsegna- Jesús aparece alos discipulosDel blog de Xabier Pikaza:

Jesús condena a los que quieran mandar excluyendo (matando) a los contrarios. Su palabra se dirige contra el “ala derecha” (zebedea) de su iglesia, que quiere que Dios mande fuego del cielo y devores a los samaritanos. Pero ella se alza, al mismo tiempo, contra todos los poderes del mundo, que más que el triunfo de todos (e incluso el de su grupo) quieren la destrucción y muerte de los contrarios, adorando al ídolo mezquino de la envidio antes que al de la soberbia altanera.

Éste es un pasaje esencial (y textualmente muy discutido) de Iglesia; pero es, al mismo tiempo, un pasaje de humanidad, como advertirá quien lo sitúe en el contexto de algunas pre-campañas políticas como las de USA y España en estos mismos días.

Introducción

Termina el tiempo de pascua, viene tras éste el domingo de la Ascensión del Señor, y después el de Pentecostés. De forma consecuente, en una iglesia que se siente bien fundada en el Espíritu de Cristo, el evangelio trata del Paráclito (Jn 14, 15-21). En más de una docena de postales de FB y RD, a lo largo de los últimos años, he desarrollado ese motivo, como podrán ver sin dificultad mis lectores, buscando esas postales.

 Por eso he preferido citar y comentar un texto que se lee y medita en las iglesias, el texto clave con el que Lucas comienza, de un modo solemnísimo, la segunda Parte de su evangelio: Jesús tomó la decisión de subir a Jerusalén, para culminar (realizar) Pascua, su Ascensión y su Pentecostés. Pues bien, en este contexto, oponiéndose al ala derecha de su iglesia que quiere tomar el poder y matar a los contrarios, empezando por los samaritanos, Jesús eleva su advertencia más solemne: No sabéis de qué Espíritu sois (Lc 9, 51-56). Así Jesús a los zebedeos, así puede decirnos a muchos de nosotros, pues no sabemos de qué “espíritu” somos, del Espíritu de Dios o del espíritu del Diablo.

 Este es un pasaje histórica, teológica y textualmente discutido, pues los primeros copistas de los evangelios han andado un poco “a la greña”, sin saber si debía ponerse “no sabéis de qué Espíritu sois” y decírselo a la cara a los dos jefes zebedeos (Santiago y Juan) o si debía suavizarse el tema, diciendo sencillamente que Jesús les “regañó” un poco (epetimêsen), pasando de largo, como si eso fueran “pecados menores”, gajes del oficio sufrido de tener que mandar.

            Como verá quien siga leyendo, según todo el evangelio de Lucas (y el conjunto de los evangelio) éste no es un pecado más, pero pequeño, del “clero mandante”, sino el pecado original (y muy actual) de una iglesia a la que Jesús fundó para dar vida a todos, pero que ha empezado viviendo a costa de los otros (mandando sobre ellos, queriendo dominarles). De eso trata esta postal, centrada en el don y pecado de la iglesia, abierta al conjunto de la humanidad. Empiezo citando el texto, ofrezco después una lectura crítica de su contenido (no sabéis de qué Espíritu sois), para exponer finalmente el sentido del Espíritu de Jesús, en un contexto de Asunción y peparación de Pentecostés

Texto. Lc 9, 51-55. Sois del espíritu del diablo

51 Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. 52 Y envió mensajeros delante de él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. 53 Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén. 54 Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?». 55 Él se volvió y los regañó: No sabéis de qué Espíritu sois (pues el Hijo del Hombre no ha venido a destruir a los hombres, sino a salvarles). 56 Y se encaminaron hacia otra aldea.

 LECTURA CRÍTICA. PECADO ZEBEDEO

Éste es un texto clave del evangelio de Lucas, marca el paso (tránsito definitivo) del mensaje de Reino en Galilea a la subida a Jerusalén (con pasión, ascensión y Pentecostés) Ante ese camino se abren los dos espíritus: (a) Los zebedeos, ilustres “dirigentes” de la iglesia tienden a escoger al “mal espíritu”, que es la violencia y destrucción del Diablo. (9) Pero Jesús quiere que ellos sean, que seamos, de “otro espíritu”, del suyo. Ante la opción zebedea o cristianos nos sitúa el evangelio.

En ese contexto ha introducido Lucas ese pasaje esencial de “preparación”, centrado en el paso por una aldea de samaritanos, que no compartían la visión judía del templo y que, posiblemente, consideraban que el hecho de que Jesús y sus doce pasaban por allí subiendo hacia Jerusalén como una provocación (y tenían razones para hacerlo, pues muchos judíos de “obediencia” jerosolimitana actuaban como provocadores entre los samaritanos, acusándoles de ser infieles, renegados y malditos.

Jesús pasa con los suyos por Samaría, pero no como provocador, sino respetando y valorando con todo cuidado a los samaritanos, aunque algunos no lo saben (no lo han visto, no lo aceptan) y no les reciben. No les hace nada positivamente malo. Se limitan a cerrar la puerta.

De un modo consecuente, con su “genio Zebedeo”, Santiago y Juan quieren responder con violencia: Piden a Jesús que mande fuego del cielo (como se dice que hacía en otro tiempo Elías) y mate así a todos los malos samaritanos. Así retoman así su línea eclesial que aparece clara en el texto donde se dice que pidieron a Jesús sus dos “ministerios principales” (sentarse a su derecha y a su izquierda, para dirigir con violencia político-militar su empresa de reino: Mc 10, 35-41). En esa línea, Mc 9, 38-42 par, afirma que Juan Zebedeo quiso imponer en la iglesia un control de sacramentos, doctrina y exorcismo, expulsando (anatematizando a los que no fueran de su grupo, es decir, a los que no quisieran obedecerles a ellos).

A modo de anécdota pudiéramos seguir diciendo que Juan y Santiago formaron desde el principio de su llamada (Mc 1, 16-20 par) el ala derecha del movimiento de Jesús, en línea quizá más “militarista” (Santiago) y más mística (Juan). Pero eso son especulaciones. Lo cierto es que el espíritu violento de fuego y guerra está vinculado por Santiago con un tipo de catolicismo hispano, centrado en Zaragoza, donde la Virgen María había venido a visitarle en cuerpo mortal, y en Compostela (donde sus discípulos habrían traído más tarde el cuerpo muerto/reliquia de Santiago).

Un texto (un tema) que ha sido y sigue siendo discutido

Los zebedeos quisieron matar (=que el Dios de Jesús matara) con fuego del cielo a los samaritanos herejes y enemigos. Pero Jesús les reprimió (epetímêsen autois), como había reprimido (con epitimein) a Pedro, llamándoles “satanás”, cuando quiso actuara como mesías militar de victoria y muerte contra los enemigos (cf. Mc 8, 32-33).

Eso es lo que dicen actualmente los textos “oficiales”, conforme a la opción del New Testament Greek, votado y elegido como más probable por una serie de grandes expertos protestantes, católicos y agnósticos. Pero la opción de esos expertos no es “dogma”, ni ha convencido a todos, empezando por la versión oficial de la Vulgata (que dice nescitis cuius spiritus estis. Filius hominis non venit animas perderé sed salvare). Entre los textos y las traducciones antiguas hay muchas variantes.

La segunda parte del texto de la la Vulgata (no ha venido a perder almas=personas, sino a salvarlas) está menos atestiguada y aquí prescindimos de ella, aunque ofrece un buen comentario de todo el pasaje. Pero la primera (no sabéis de qué Espíritu sois) está firmemente anclada en el D (código de Beza o Cantabrigense, de Cambridge, donde se conserva).

 Los “críticos más oficiales” han tendido a dar prioridad al Códice Vaticano, rechazando sistemáticamente las “lecturas” (peculiaridades) del D (documento de Beza o Cambridge). No soy técnico en el tema, aunque seguí con pasión las clases del prof. C. Martini, luego Cardenal, uno de los editores del NT Griego y he apelado con cierta asiduidad al Código D, siguiendo la edición fac-símil de A. Ammassari, Ed. Vaticana 1996, compartiendo los principios críticos de mi amigo y colega J. Rius-Cams, el mayor experto actual en el tema (cf. The Message of Acts in Codex Bezae. London: T & T Clark International, 1-4, 2004/2009).

 En esa línea, me atrevo a pensar que esa expresión (no sabéis de qué Espíritu sois) forma parte del evangelio de Lucas y recoge la experiencia cristiana del Espíritu Santo. Es evidente que en la iglesia antigua hubo ya dos visiones del Espíritu Santo:

— Algunos identificaban y siguen identificando al Espíritu Santo con el fuego que destruye/mata (=debe matar) a los “contrarios” (a los que no son de nuestro grupo, en este caso a los samaritanos. Este sería el Pentecostés anti-samaritano, la revelación del fuego de Dios que desciende y destruye a los que los “buenos zebedeos” se atreven a tomar como “perversos” (mejor que murieran todo). Algunos, como el Pedro de Mc 8, 31-33 (par) tuvieron ese “espíritu”, eran partidarios de una “guerra santa” en contra de los enemigos, una guerra con fuego de Dios, con destrucción a infierno para los opositores, conforme a una ley del talión (amar a nos enemigos y odiar a los enemigos: Mt 5, 36-48). Pues bien, bien, Jesús dijo a ese Pedro “apártate de mí Satanás”, no piensas como Dios, sino como los hombres, no tienes el Espíritu de Dios, sino el de Satanás (Mc 8, 33).

Los zebedeos (que son con Pedro los primeros dirigentes de la iglesia militante criticada por Marcos y por todo el NT) siguen aquí (Lc 9, 51-55) en la línea de Pedro, no quieren hacer guerra ellos sí mismos, matando con su espada a los contrarios, sino pidiendo a Dios que los mate con su fuego. Según eso, el Fuego-Espíritu de Pentecostés, no sería fuente de comunión (palabra) de amor universal, sino fuego destructor de los contrarios. Pero, el Espíritu de Dios según Jesús no es principio de destrucción de los malvados, sino de salvación de todos. Así quiero mostrarlo en las reflexiones que siguen, en las que retomo y recojo los elementos fundamentales del “espíritu de Dios”, que, según Jesús es principio de salvación/liberación de todos, no de destrucción.

             Como he dicho, siguiendo una visión crítico-textual que concede prioridad (al menos relativa) al Texto D, pienso que esta versión final del pasaje de los zebedeos culmina con el apotegma clave de Jesús que dice no sabéis de qué Espíritu sois. En esa línea añado seis observaciones centrales:

  1. Jesús escoge a Doce, para iniciar con ellos un camino de transformación de Israel, pero los más importantes de esos Doce (Pedro, los zebedeos…) empiezan rechazando el camino de Jesús, queriendo fundar otra iglesia (la suya, no la de Jesús), imponiendo su poder y matando de un modo directo indirecto a los contrarios.
  2. Con grandes dificultades, en un camino que sólo al fin se aclara (por muerte-pascua-ascensión y pentecostés cristiano), los cristianos primeros (empezando por Pedro y siguiendo por los zebedeos, que al fin no matarán sino que “serán matados” por el evangelio: Mc 10, 39) entenderán al fin lo que implica el Espíritu de Jesús, que no es matar-triunfar, sino dar la vida.
  3. Nuestra iglesia (año 2023) sigue “en la misma pelea”. Hay un Lobby petrino-zebedeo, que se cree importante (superior a Jesús) y no acepta su Espíritu … Un lobby de gente más alta, observante (con tentáculo entre los Doce, Cardenales-Obispos y alto clero) que no tiene (¿no tenemos?) Espíritu de Jesús, sino un soplo de envidia, deseando la muerte física o “espiritual” (eclesial, social) de los contrarios, pidiendo que venga fuego del cielo contra ellos…
  4. Jesús reprende a los jefes de ese lobby de soplo zebedeo (epetimêsen autois, como dice el texto edulcorado de las tradiciones eclesiales…). Les reprende, sin duda, y yo pienso que añade “no sabéis de qué espíritu sois (ouk oidate oiou/poiou Pneumatos este)… No saben (no sabemos): No conocen el Espíritu de Dios (=no creen en Dios), no se conocen a sí mismos (no saben, no sabemos: ignoran su ignorancia, no reconocen su envidia, justifican su violencia…).
  5. Éste fue el tema del principio de la iglesia (los zebedeos con Pedro eran “malos”, pero quizá eran necesarios). Jesús no les mató con fuego del cielo, como solía hacer el Dios de los sacerdotes oficiales de Jerusalén, que lograron que Dios abrasara a sus adversarios: cf. Num 16). La iglesia primera no nació sólo de luces, sino de luces y sombras. Sólo las mujeres que entran en la tumba de Jesús (Mc 16, 1-8) lograrán sacarla del “atolladero” de condenas y contra-condenas…(sin que a ellas las hagamos simplemente santas, de torma que la historia termine)
  6. Ése es el tema de nuestro tiempo. No se trata quizá de poner nombre a los nuevos zebedeos para fulminarlos…, sino de cambiarles, de cambiarnos todos, haciendo el camino de Jesús, pues a todos se nos dice “no sabéis de qué Espíritu sois”, a no ser que hagamos todo el camino de Jesús

 EL ESPÍRITU DE DIOS

              El tema no son los zebedeos, sino el mismo Jesús a quien los escibas de siempre, con la ley o el CIC en la mano acusan diciendo: «Tiene a Belcebú y con el poder del Príncipe de los demonios (del Espíritu malo) expulsa a los demonios» (Mc 3, 22 par).

 Conforme a esos escribas de ley, los buenos exorcistas deberían avalar y confirmar el poder de las instituciones sagradas, sometiendo a los hombres bajo el poder de un sistema social de imposición, de una comunidad sagrada de pura ley. En contra de eso, conforme al pasaje centrar del Lc 11, 20 (cf. Mt 12, 28), Jesús proclama que sus exorcismos son presencia y acción liberadora de Dios, son experiencia, promesa y garantía de la llegada de su reino. Éste es, a su juicio, el testimonio de Dios: Que los hombres y mujeres puedan vivir en libertad, siendo dueños de sí mismos, capaces de ayudarse mutuamente, abriendo así un camino de transformación (de resurrección) sobre el mundo.

Hay una religión que tiende a ponerse al servicio del orden establecido, es decir, del sometimiento social, que se impone a través de un tipo de sacralización del poder socio-militar (del imperio) y socio-religioso (del templo) como si Dios fuera poder de dominación para (sobre) los hombres, al servicio de un tipo seres más altos, divino (emperadores, reyes, sacerdotes). Pues bien, en contra de eso, Jesús insiste en el poder sanador de Dios que se manifiesta en la curación de los enfermos, en la sanación de los endemoniados, desde los más pobres del mundo, de tal forma que allí donde él expulsa a los demonios es Dios mismo quien actúa instaurando su reino.

Sus críticos le acusan diciendo que, bajo capa de bien (de ayuda externa a unos posesos), Jesús rompe o destruye la unidad sacral (iglesia pura) de Israel, de manera que el conjunto del pueblo de Dios corre el riesgo de caer en manos de un Diablo destructor de la nación sagrada (del poder sagrado del templo y/o del imperio, que mantiene pacificado el mundo por el miedo, por la fuerza. En contra de eso, Jesús se defiende diciendo que la libertad y curación de los pobres y posesos es el signo supremo de la presencia salvadora de Dios en la Iglesia y en el mundo.

Los adversarios de Jesús afirman que una “buena” estructura social sólo puede edificarse y defenderse separando a justos y culpables, a endemoniados y sanos, poniendo así una valla entre lo puro y lo impuro, lo firme y lo arruinado. Por eso, quien acepta y cura, quien valora y reintegra como Jesús a unos posesos, apelando a la Palabra de Dios pone en riesgo esa buena sociedad de puros ciudadanos. Esos escribas defienden la vida del pueblo sagrado, que se protege a sí mismo y rechaza a quienes le amenazan. Por eso, dejan fuera de las fronteras del pueblo limpio a los leprosos y posesos. No hace falta matarles, ni encerrarles en la cárcel, pero hay que dejarles fuera de la buena sociedad.

 En esa línea, estos escribas quieren resolver los problemas imponiendo sobre el mundo un tipo cárcel social, religiosa, personal, expulsando fuera (o manteniendo dentro sometidos) a los endemoniados, para así mantener sus estructuras de seguridad política y religiosa. Jesús, en cambio, quiere ofrecer un camino de nueva y más alta libertad, mostrando así que ha llegado el Reino de Dios, que se manifiesta a instaura a través de una iglesia abierta en perdón y acogida a los impuros, enfermos y posesos. Desde ese fondo se entiende su gran proclamación mesiánica:

Si yo expulso a los demonios con el Espíritu [Lc 11, 20: dedo] de Dios,el Reino de Dios ha llegado a vosotros (Mt 12, 28).

  Ésta ha sido y sigue siendo la mejor definición del cristianismo, tanto en el mensaje y vida de Jesús como en la iglesia de los tiempos posteriores, hasta el día de hoy (año 2023): La iglesia es un camino, un espacio de comunión abierta y compartida en el que hombres y mujeres pueden vivir y viven en comunión de amor, liberados de la opresión (posesión) y todos aquellos poderes que oprimen y esclavizan a los hombres. Contra el Diablo/Satán y contra todo poder de opresión que mantiene a los hombres sometidos bajo un tipo de miedo, esclavitud o enfermedad, la iglesia se define como espacio de libertad y comunión, de encuentro mutuo de amor entre los hombres.

Mal espíritu, espíritu del diablo (la línea zebedea)

El mal espíritu es Mammón, poder dominador del dinero/capital en el que creemos, como verdad y riqueza capital, que en vez de liberarnos nos destruye (Mt 6, 24); no es el dinero como objeto de intercambio (comunicación), que puede ponerse al servicio de la vida de todos, en gratuidad de amor, sino en el capital objetivado como principio y meta de la fe, fuente dominación en la que confiamos, pensando que puede salvarnos (cf. Mc 3, 22-24; Mt 12, 22-30; Lc 11, 14-23).

El mal espíritu es Belcebú, señor pervertido de la casa humana, un tipo pensamiento deseo que se encierra en sí mismo, seduciéndonos por dentro, haciéndonos incapaces de pensar, de sentir, de buscar en transparencia de amor, en esperanza de vida. Entendido así, Beelzebú viene presentarse como señor de la humanidad. Como dirá Pablo (Hch 17, 28), el hombre ha sido creado para vivir, moverse y ser en Dios, pero corre el riesgo de mal-vivir, mal-moverse y morir en lo diabólico [1]. Éste es el pecado del mal Espíritu: Destruir a los hombres, dejar que se destruyan. Éste es el pecado imperdonable:

 En verdad os digo (Dios) perdonará a los hombres todos los pecados y blasfemias que blasfemen. Pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, sino que es reo de pecado eterno: porque decían «tiene un Espíritu impuro (Mc 3, 28-30).

 Este pecado contra el Espíritu Santo es el pecado contra el Dios liberador, el pecado de aquellos que impiden que Jesús y otros como él instauren un movimiento de comunión liberación en el mundo en forma de “iglesia”.

(a) Por un lado está Dios-Espíritu como fuente originaria de perdón y liberación de los posesos: Aquel que todo lo entiende y perdona, el Dios que acoge en su entraña (que cura, transfigura y eleva) a los “endemoniados”, en contra de unos escribas que les expulsan del orden social y religioso. (b) Por otro lado están aquellos que, defendiéndose a sí mismo, expulsan y condenan como endemoniados a unos hombres y mujeres que se oponen a su visión del mundo y de la vida. Desde aquí se entienden “los dos espíritus” o principios de la historia humana:

El Espíritu Santo es poder de libertad que actúa por Jesús, soltando aquellas ataduras que aprisionan a los hombres. Éste es el espíritu del “Dios ampliado”, Dios que acoge en su camino a los “chivos emisarios” de un tipo de sociedad que se define a sí misma como justa y que expulsa como endemoniados a los que son distintos. Éste gesto de expulsión (de rechazo y condena de los “endemoniados”) constituye para Jesús el gran pecado de la historia, no de los endemoniados, sino de los “demonizadores”, es decir, de los considerados justos.

‒ Frente al Espíritu Santo está el espíritu de aquellos que expulsan a los otros como impuros, condenándoles al “infierno” de una vida sin dignidad, sin libertad personal y social. El Dios verdadero es “perdón”, espacio y camino abierto en el que “caben todos”, incluso los llamados posesos… Pues bien, por su misma identidad, ese Dios de amor y vida sin límite tiene que empezar trazando un límite: No puede aceptar a los que expulsan y condenan a los otros, pues al hacerlo se condenan a sí mismos, es decir, se excluyen del camino de la vida abierta a todos. No se podía haber dicho de un modo más claro: Dios es perdón y vida universal; en él caben todos, menos aquellos que expulsan y condenan a otros, condenándose de esa forma a sí mismos.

También otros terapeutas “curaban”, pero lo hacían en principio para reintegrar a los pretendidos enfermos en el orden de violencia sistema, que así quedaba “fortalecido”. Pero, en general, esos terapeutas no ensanchaban la conciencia humana, sino que la estrechaban (como siguen haciendo algunos de este tiempos, que curan por dinero y para el dinero, al servicio del sistema social, político y religioso [2].

Jesús cambio no curaba para apuntalar el sistema de poder, reintegrando a los “desviados” en el orden social establecido, sino para crear un espacio más alto y más ancho de humanidad mesiánica, de enriquecimiento interior y ampliación comunitaria (rompiendo los esquemas de un tipo de sociedad impositiva, como sabe y dice Mt 11, 4‑6 par.

Por eso le mataron, porque curaba y liberaba a todos, judíos y samaritanos (a los que Santiago y Juan querían matar). Jesús promovió (quiso crear) un tipo de familia universal, en oposición al sistema militar de Roma y al orden legal de Jerusalén, una familia donde sólo importara el ser humano, abierto al amor a todos, de forma que compartieran la vida, en especial con los pobres, enfermos y expulsados. Así fue revelador‒iniciador de un arquetipo universal de fraternidad, en contra de un poder estamental (Roma, jerarquía imperial) y de un poder sacral (templo de Jerusalén, imposición religiosa), que respondieron condenándole a muerte.

 Frente a una mala religión de escribas que absolutiza la ley, que encierra al hombre en un nivel de imposición y moralismo, Cristo aparece como milagro de gracia: es el amor que triunfa de la muerte, es la gracia que libera a los hombres. En esa línea, los evangelistas han sentido la necesidad de contar los milagros de Jesús como expresión de su enseñanza sanadora.

Más que con títulos de dogma o teoría (como ser celeste, esencia divina, homousios…), Jesús viene a presentarse y revelarse de esa forma como principio de amor y libertad. Se cree en Jesús allí donde los fieles actualizan sus milagros al servicio de los pobres, allí donde el amor triunfa del odio, allí donde la gracia se convierte en principio de existencia. Sólo se pueden contar los milagros “haciendo milagros”, es decir, actualizando su verdad en nuestro tiempo. Esto es lo que han hecho los evangelios, como ha dicho uno de los pensadores cristianos más significativos del siglo XX:

(El evangelio) presenta a  Jesús como vencedor cósmico de la muerte y el demo­nio. Se mueve en la fuerza del Espíritu divino, que lo llena por completo… La fuerza que emana de Jesús capacita a los que sufren para una vida nueva, para la salud, para la anti­cipación terrena de la salvación eterna… Marcos habla de la “desdemonización” de la tierra. (De esa forma…) ha escrito el evangelio de la liber­tad. No se limitó a tratar de la libertad a la que hemos sido llamados. Predicó también aque­lla (libertad) que se reveló corporalmente en Jesús, aquella que Jesús mismo era de modo incomparable, como el historiador puede atestiguar de él todavía (E. Käsemann, La llamada de la libertad, Sígueme, Salamanca 1974, 71‑75).

 Notas.

[1] He desarrollado extensamente el tema, insistiendo en el paralelismo y vinculación entre Mammón y Belzebú/Satán en Dios o el Dinero Teología y economía, Sal Terrae, Santander 2021

[2] Cf. R. Girad, Veo a Satán caer como el relámpago, Anagrama, Barcelona 2002.

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