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Dom 15.5.16. Pentecostés 1. Las obras del Espíritu Santo (educación y consejo)

Domingo, 15 de mayo de 2016

pentecostesDel blog de Xabier Pikaza:

Año tras año he venido repitiendo en esta fiesta, desde 2007, el tema y teología del Espíritu Santo, y así podrá verlo quien lo quiera, buscando en mi blog de RD.

Pues bien, este año he querido hablar de las Obras del Espíritu Santo, que se identifican con las obras del misericordia espirituales, esto es, Espíritu Santo, obras que iglesia viene proponiendo desde finales de la Edad Media.

Empezaré recordando, a modo de ejemplo que suele hablarse los siete “dones” del Espíritu Santo, en la línea de Is 11, para evocar después los siete frutos, citados por San Pablo en Gal 5, 22. Pero me detendré después en las obras del Espíritu Santo, que son obras de misericordia humana, pero son, al mismo tiempo, obras de la misericordia de Dios, que es el Espíritu Santo.

En esa línea, Pentecostés es la fiesta de Dios como Espíritu de amor/vida que se manifiesta y actúa en la vida de los hombres. Pero es al mismo tiempo la “fiesta y compromiso” de los hombres, que se van haciendo espirituales, en un gesto de amor mutuo, de experiencia de vida.

Como el tema es largo, publicaré hoy sólo las dos primeras obras (enseñar, aconsejar) A lo largo de la Semana de Pentecostés publicaré las cinco siguientes.

Como verá quien siga leyendo, según el evangelio, la primera “obra” del Espíritu Santo es la enseñanza (el Espíritu Santo os lo enseñará todo…). En esa línea, las obras del Espíritu Santo comienzan por la enseñanza. Buena Vigilia y día de Pentecostés.

Evangelio de Pentecostés: Juan 14, 15-16. 23b-26 (extracto)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros… Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”

1. SIETE DONES, SIETE FRUTOS

a. Siete dones (Is 11, 1-3)

La tradición católica ha puesto de relieve los siete dones o espíritus de los que habla la traducción latina de Is 11, 1-3 (cf. Catecismo de la Iglesia católica 1992, num 1831). El texto original hebreo habla sólo de de seis espíritus:

«Un retoño brotará del tronco de Jesé y un vástago de sus raíces dará fruto. Sobre él reposará el espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de conocimiento y temor de Yahvé. Él se deleitará en el temor de Yahvé».

La traducción de la Vulgata ha interpretado el texto, añadiendo un don:

Y descansará sobre él el Espíritu del Señor:
Espíritu de sabiduría y entendimiento,
Espíritu de consejo y fortaleza,
Espíritu de ciencia y de piedad,
y le llenará el Espíritu del temor de Dios.

Al final del texto hebreo se repetía, por paralelismo literario, el espíritu de temor; pero EL texto latino pone «piedad» en lugar de la primera vez en que aparece temor. De esa forma quedan los siete dones del Espíritu, que la tradición católica ha destacado.

Esos siete dones son la expresión más alta del “espíritu mesiánico”, es decir, de la presencia y acción del Espíritu Santo en la vida de los que siguen a Jesús:

sabiduría y entendimiento,
consejo y fortaleza,
conocimiento y piedad
y temor de Dios.

b. Los siete frutos (Gal 5, 22)

San Pablo conoce y expone, en un lugar privilegiado de su obra, los siete frutos del Espíritu Santo, es decir, los frutos que produce en el creyente la presencia y obra del Espíritu Santo. San Pablo los contrapone a las obras de la “carne”, es decir, de la vida estéril de aquellos que se cierran en su egoísmo (Gal 5, 19-21) que son:

fornicación, impureza, desenfreno,
idolatría, hechicería,
enemistades, pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, partidismos,
envidia, borracheras, orgías y cosas semejantes a éstas.

En ese contexto añade san Pablo los nueve frutos del Espíritu (que por paralilismo con lo anterior deberían llamarse obras del Espíritu Santo), que están mucho mejor estructurados que las obras de la carne (que eran al menos quince…):

amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, continencia (Gal 5, 22)

De esos nueve frutos del Espíritu, que forman un esquema completo, que consta de nueve miembros (3 por 3) sólo quiero citar y comentar aquí los tres primeros, que forman una clara unidad:

‒ El primer fruto del Espíritu es el amor. Más que fruto se le podría llamar identidad, conforme a todo lo indicado: el espíritu de Dios se identifica en sí como con el amor, como supone 1 Cor 13. Comparando este pasaje con otros de San Pablo, podemos añadir que el amor es la verdad del Espíritu Santo, es decir, del perdón creador que Dios ofrece a los humanos en el Cristo.

‒ El segundo fruto es el gozo… que nace del amor y que aparece como signo del Espíritu. Frente al mensaje del Bautista, que puede condensarse como voz amenazante de juicio (cf. Mt 3, 7-12), el Espíritu del Cristo viene a presentarse como llamada desbordante a la alegría. Quizá pudiéramos añadir que el amor mismo se vuelve gozo: es el amor que ya no juzga, no se impone, no pretende nada por la fuerza, nada teme.

‒ El tercer fruto del Espíritu es la paz. En la trilogía anterior la paz venía antes que el gozo, ahora aparece después, como despliegue y culminación de ese gozo del Espíritu. Se trata, sin duda, de una paz interna, pero es claro también que ella se expresa en las diversas circunstancias de la vida externa, como expresión de la reconciliación humana lograda por el Cristo.

Amor, gozo y paz… Esta es la más perfecta definición del Espíritu Santo y de la vida del cristiano. Esto es el Espíritu de Dios, esto es Pentecostés. Del amor brota de un modo natural el gozo de la vida, la felicidad de ser amados y amar, en camino donde emerge la paz y se supera la violencia de la “carne” que conduce a la lucha y a la muerte entre todos los humanos.

2. SIETE OBRAS DE MISERICORDIA

imagessinfotogif(El tema ha sido desarrollado en Entrañable Dios. Las obras de Misericordia)

Las obras de misericordia “espirituales” constituyen la mejor definición vital del Espíritu Santo, es decir, de la acción del Espíritu en Pentecostés. Estrictamente hablando, las obras de misericordia eran seis, y habían sido formuladas en Mt 25, 31-46: dar de comer/beber al hambriento y sediento, acoger/vestir al exilado y desnudo, visitar y ayudar al enfermo y encarcelado. Pues bien, desde el final de la Edad Media, la Iglesia ha querido añadir unas obras de misericordia espirituales, que se identifican con la acción y presencia del Espíritu santo en la vida de la iglesia.

Estas siete obras ofrecen un precioso ideario y camino de educación y maduración cristiana (humana) y pueden entenderse como la gran obra del Espíritu Santo que actúa y se manifiesta en la misma vida humana (en la acción y el compromiso de maduración de los hombres).

De un modo muy significativo, estas obras pueden entenderse como los siete escalones o grados de un camino de presencia del Espíritu Santo desde enseñar al que no sabe hasta orar por vivos y difuntos, como han formulado hacia el final del Medioevo en los catecismos y tratados de moral. Este es el Pentecostés de la Iglesia:

enseñar al que no sabe,
dar buen consejo a quien lo necesite,
corregir al que yerra,
perdonar la injurias,
consolar a los tristes,
soportar con paciencia las adversidades y defectos de los otros
y orar por los vivos y difuntos.

1. ENSEÑAR AL QUE NO SABE.

Estrictamente hablando, esta primera obra de misericordia (este primer Pentecostés) es una tarea de justicia (en la línea de las obras corporales de Mt 25, 37, propias de los justos) y retoma el motivo fundamental del mensaje y vida de Jesús, profeta y maestro de sabiduría, que impartió su enseñanza al pueblo llano, mal guiado y educado por pastores y escribas que tendían a ponerse al servicio de los privilegiados.

Jesús no montó una escuela de sacerdotes, reyes o ricos (ni de superdotados…), sino que habló y ofreció su mensaje en la calle, por la que iban y venían todos, de manera que los hombres y mujeres, pudieran escuchar y aprender en libertad y en gozo, como hijos de Dios.

No pidió paciencia a los pobres, para que así ellos, ignorantes y enfermos, siguieran sometidos en este mundo, sino, al contrario (en la línea del Dios que cuida a los pequeños), quiso abrir los ojos y oídos de todos para que así vieran y entendieran, caminando en la línea del reino. En esa línea se sitúa esta primera obra de misericordia/justicia: Enseñar al que no sabe. Por eso quiero concretarla, siguiendo unas cuestiones que solía plantear la escolástica: cur, quis, quibus, ubi, quomodo, quando, quibus auxiliis (para qué, quién, a quiénes, donde, cómo, con qué mdios):

‒ Cur (para qué). La enseñanza es necesaria porque el hombre es un ser de educación, de manera que sin ella muere, es inviable, como sabemos por los “niños lobo” que, no habiendo recibido educación humana, y careciendo de instintos animales de supervivencia, no pueden alcanzar la madurez. El niño recién nacido es, ante todo, alguien que no sabe (pero es capaz de aprender, si le enseñan), de manera que si no aprende, si no recibe educación, no puede vivir como humano.

Sin una educación familiar y/o social, que le transmita el lenguaje y le capacite para responder de una manera afectiva, social y laboral a los estímulos y llamadas del entorno, el ser humano queda atrofiado y retorna a la inconsciencia de la que ha nacido. Sin una educación que le permita situarse en la sociedad, relacionarse y trabajar, el hombre no puede vivir. La enseñanza no es, por tanto, una obra puramente espiritual, agregada o posterior, sino esencial para la vida humana.

‒ Quis (quién). En primer lugar educan los padres (la familia), pues, si ellos no le acogen y enseñan, el niño es inviable; pero también le ha de educar el conjunto social, como vengo destacando. En esa línea, he insistido en la importancia de Jesús como maestro, creador de una escuela itinerante, no sólo de adultos, sino también de niños y adolescentes, a quienes ha ofrecido un modelo educativo, curando a los padres de familia, en Galilea. Por eso he dicho que la Iglesia ha de actuar como unidad fundamental de educación, en clave de humanidad y Reino, no como simple alternativa o complemento de la escuela pública en las sociedades modernas, sino como fermento o levadura de plenitud humana.

En ese contexto he destacado la importancia de las escuelas cristianas, de tipo parroquial o regentadas por congregaciones religiosas, que se insertan en los planes y proyectos de la institución educativa de la sociedad, pero lo hacen en la línea de Jesús. Entendida así, la educación es una obra especializada, propia de profesionales, y en ella han colaborado y siguen colaborando cientos de miles de maestros y educadores, tanto laicos como miembros de congregaciones religiosas. Ella es también una obra social, dirigida a crear una cultura de conocimiento igualitario, con lo que eso implica de cambio económico y social.

‒ Quibus (a quiénes). Un tipo de enseñanza ha sido en nuestra sociedad patrimonio de ricos, un lujo que se vende en el mercado de aquellos que pueden comprarlo a buen precio, frente a la masa que sigue condenada a la incultura del panem et circenses, pan y circo (como en la Roma imperial). Pues bien, Jesús quiso ofrecer educación de Reino a todos, sin valerse para ello de las armas o el dinero, sino todo lo contrario, en línea de apertura personal y de comunicación humana (de Reino).

Jesús impartió una educación de justicia, misericordia y fidelidad, que se expresaba de un modo especial en la ayuda a los pobres y en la curación de los enfermos (cf. Mc 1, 21-28; Mt 23, 23), queriendo abrir así caminos de una nueva cultura de amor y de servicio muruo, para todos, en la “universidad de la calle”, si así puede decirse. En esa línea debe mantenerse la educación cristiana, como he venido destacando.

‒ Ubi, quomodo (dónde y cómo). He dicho que Jesús educaba en la calle, pero también en las sinagogas, que eran centros privilegiados de formación del judaísmo. Un texto de Lucas afirma que buscó el apoyo del Libro/Escritura, y que así comentó en la sinagoga de Nazaret uno de sus textos esenciales, tomado de Isaías (cf. Lc 4, 18-19). También se dice que enseñaba en el templo de Jerusalén, donde ofreció su propuesta de Reino, siendo rechazado (cf. Mc 12-13 par). No llevaba libros, no tuvo necesidad de andar por los pueblos con los veinticuatro rollos (libros) del Antiguo Testamento, pues no era escriba, y lo fundamental de esos libros (que se guardaban en el templo y en algunas sinagogas) lo sabían todos.

En la línea de Jesús, los nuevos educadores cristianos podrán utilizar los centros y lugares educativos de la sociedad, o crear otros, más apropiados y ágiles, de tipo itinerante. Por eso, el dónde y cómo de la educación cristiana actual han de actualizarse desde el conjunto de vida de Jesús, que se valía para su educación, de un modo especial, pero no exclusivo, de los itinerantes, liberados al servicio de la esperanza del Reino, es decir, de la nueva humanidad perdonada, sanada, reconciliada.

‒ Quando, cuándo. En principio, Jesús ha educado a lo largo de su ministerio público, tal como ha sido narrado por los evangelios. Por otra parte, como he puesto de relieve, él mismo fue cambiando, adaptándose a las etapas de su aprendizaje y de su vinculación con la realidad. Se educó, sin duda, en su mundo de trabajo, y así actuó como artesano, y maduró después como “alumno” y compañero de Juan Bautista, ofreciendo una enseñanza penitencial de bautismo y perdón de los pecados, para ser finalmente mensajero del Reino en Galilea y pretendiente mesiánico en Jerusalén.

También en nuestro tiempo es importante el cuándo, para fijar de esa manera las diversas etapas educativas, contando con los planes y momentos de la sociedad establecida, pero no para someterse servilmente a ellas, sino para recrearlas, según las circunstancias, desde el evangelio. Hay un cuándo educativo escolar, conforme a los programas de los ministerios de enseñanza de cada país; pero hay también un cuándo marcado por las actividades extra-escolares, vinculadas al ocio y deporte, con un tipo de educación artística o de encuentro con la naturaleza etc. En ese contexto ha de plantearse también el momento propicio para una educación más directamente religiosa, en un plano de conocimiento, celebración y compromiso moral.

‒ Quibus auxiliis (con qué medios). Hoy los medios económicos son mucho más importantes, tanto desde el punto de vista de la sociedad en general (las partidas monetarias para la educación son esenciales en el Estado moderno), como desde la perspectiva de las familias y grupos (en la educación pagada directamente por los padres, en la retribución de los profesores y del personal auxiliar etc.). Esos medios económicos resultan esenciales, pero, al lado de ellos, hay otros que no pueden pagarse con dinero.

En esa línea he puesto de relieve la conducta de Jesús que iba enviando a sus educadores mesiánicos “de dos en dos”, sin medios económicos, a cuerpo, para así educar con el testimonio y presencia de su vida, ofreciendo gratis lo que gratis habían recibido (Mt 10, 8). Esta gratuidad de fondo de la enseñanza cristiana constituye un reto y tarea esencial de los educadores.

Muchos entienden la enseñanza como un medio para alcanzar poder, en una sociedad donde el conocimiento se compra, calcula y almacena como objeto de dominio y consumo, de manera que sólo unos grupos privilegiados por su saber pueden elevarse, mientras los pobres siguen aplastados bajo el peso de la vida. Pues bien, en contra de eso, el evangelio presentó a Jesús como poeta y sabio de los pobres (expulsados, hambrientos, enfermos…), a quienes ofreció un conocimiento verdadero del amor y del servicio mutuo, conforme a la promesa del Reino.

En esa línea, Jesús abrió una Escuela Itinerante de Humanidad y de Vida, en cercanía de Dios, desde los poblados y caminos de Galilea, retomando los principios de la sabiduría antigua de Israel, fundándose en la Biblia, sin erudiciones elitistas, pero abriendo a los más pobres la capacidad de acceder a las raíces de la sabiduría. De esa forma quiso devolver la dignidad y el conocimiento a los pobres y excluidos, diciéndoles ¡mirad! y enseñándoles a ver, e interpretar la realidad.

En conclusión, conforme a todo lo anterior, la enseñanza es una obra de misericordia, siendo también de justicia, pues consiste en ofrecer a los más pobres un saber eficaz, que les permita vivir con dignidad, sin ser esclavizados. No se trata, pues, de empezar impartiendo catequesis (obra importante, pero situada en otro plano), sino de crear humanidad, en el amplio sentido de ese término, abriendo espacios de conocimiento y vida para los excluidos del mundo.

2. BUEN CONSEJO A QUIEN LO NECESITE

La distancia entre enseñar y aconsejar es corta, especialmente en una escuela cuya finalidad no es sólo impartir conocimientos, sino ofrecer modelos, como en el caso de Jesús. Es importante ofrecer un buen consejo verbal, como ayuda para el discernimiento, pero también dar ejemplo e, incluso, en algún caso, abrir caminos, dejando en libertad al educando, sin imponerle nada.

Esta educación por el consejo pueden y deben impartirla todos los miembros de la comunidad (empezando por los familiares), pero en especial lo han de hacer los educadores, consiliarios-consultores, confesores y directores de conciencia (y en un plano convergente amigos, médicos, psicólogos, coaches y/o entrenadores). La humanidad necesita hoy más que nunca buen consejo, personas que ayuden a otros a sanarse, restaurarse, a fin de que vivamos en justicia y concordia, y no dilapidemos la riqueza interior, la vida social, el valor del mundo entero, como seguiré indicando, a través de los ejemplos que siguen:

‒ El buen consejo tiene un aspecto de mayéutica, que se expresa en el esfuerzo de ayudar a otros para que descubran sus potencialidades y desarrollen lo mejor de sí, como lo muestran los diálogos de Platón, que propiamente hablando no son ejercicios de consejo, sino de búsqueda compartida de virtud, valores y conocimientos. En ellos aparece Sócrates como buen consejero: No enseña a los demás una verdad objetiva, que quede fuera de ellos, sino que les ayuda a descubrir su potencial interno, con el arte del partero (=mayeuta) que ayuda a cada uno para dar a luz la verdad que lleva dentro.

Así actúa Jesús, como hemos visto, cuando educa, poniendo a sus interlocutores ante el valor más hondo de su vida (vinculado a la presencia de Dios), de forma que sus oyentes descubran y desarrollen el germen vital que llevan dentro. Pero él no sólo da consejos de un modo neutral a quienes vienen a escucharle, sino que les impulsa a creer y cambiar, de manera que al fin puede decirles: “vete, tu fe te ha salvado” (cf. Mc 5, 34; 10, 50).

‒ Enseñaba por parábolas (cf. Mc 4, 2). Ciertamente, él podía argumentar, y declaraba también, en algún caso, con autoridad, de un modo directo: “Yo, en cambio, os digo” (cf. Mt 5, 38-42), con un “yo enfático”, que evoca sabiduría intensa, revelación, presencia de Dios. Pero, en general, enseñaba con parábolas, de un modo indirecto, presentando a sus oyentes un enigma, una comparación, una “historia”, para que ellos mismos recogieran su sentido y aplicaran su enseñanza y se comprometieran.

Las parábolas son un tipo de educación evocadora, que ilumina la mente y ensancha la voluntad de los oyentes, a fin de que ellos mismos puedan sacar su conclusión, de manera que él les dice al fina “vete, y haz lo mismo”, esto es, “decídete, ponte en camino” y obra en consecuencia, conforme a lo que has visto o descubierto (cf. Lc 10, 37). Ésta es la enseñanza esencial del evangelio, que no impone una verdad ya hecha, ni argumenta con razones objetivas, sino que ofrece a los oyentes una nueva y más honda capacidad para pensar y decidirse por sí mismos.

‒ Un impulso: ven y sígueme. En un momento dado el consejo se puede volver indicación directiva (casi en línea de mandato, aunque no de imposición), como en el caso del rico que viene y pregunta a Jesús qué ha de hacer para alcanzar la vida eterna, añadiendo que ha cumplido ya los mandamientos (Mc 10, 17-22). Pues bien, en este caso, Jesús ya no le dice como en los ejemplos anteriores “vete, tu fe te ha salvado”, ni “vete y haz lo mismo”, sino que mirándole amoroso, se atreve a proponerle: “Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, ven y sígueme” (Mc 10, 21).

Éste Jesús ya no aconseja de un modo indirecto, sino que propone, incluso manda, aunque a partir de una mirada de amor: (a) Le dice “ven” porque le ama, y sólo amándole puede atreverse a proponerle algo semejante, indicándole que venda todo y lo dé a los hombres. (b) Después le dice “sígueme”, como un mandato positivo, pero en línea de colaboración o, mejor dicho, de comunión personal; no dice al rico que vaya y busque su vida por sí mismo, sino que le siga, como si le dijera “vamos juntos, tú y yo”. No le dice como en los casos anteriores “vete”, sino “ven, hagamos los dos”, después que has dado a los pobres todo lo que tienes. De esa forma, el consejo va unido al ejemplo personal, al testimonio de su vida.

‒ Consejo y vocación (envío). En esa línea, hay un momento excepcional donde el consejo puede convertirse en mandato, pero interpretado en su sentido fuerte como “envío”, empoderamiento, no obligación impuesta desde arriba por ley, bajo pecado, en línea judicial, como sucede en grupos de poder, poco atentos al estilo de Jesús. En esa línea de envío ha formulado Mc 1, 16-20 la vocación de los cuatro primeros discípulos: “Seguidme y os haré pescadores de hombres” (si me seguís, podréis pescar de otra manera).
Entendido así, este consejo forma parte de la tradición profética de Israel, donde Dios mismo aparece como aquel que ha ido mandando una vez y otra a los profetas, con su propia autoridad, diciéndoles “vete y di de esta manera…, vete y haz”. En este último caso, aconsejar no es sólo insinuar de un modo indirecto, diciendo “tú podrías”, sino decir directamente “tú puedes”, arriesgándose al decirlo y ofreciendo así al aconsejado (al enviado) la garantía de que asumirá la tarea encomendada, haciéndole ver que su vida es vocación (llamada) y misión (tarea).

La obra de los consejeros puede entenderse a veces en un plano de autoridad, y así han actuado en general los ministros ordenados de las Iglesias o las consultorías económicas, políticas o religiosas (counselors, consejos administrativos, políticos o diocesanos). Pero, en sentido más profundo, los verdadero consejeros han de realizar su servicio de un modo personal, con su propia autoridad moral, sin mandato externo: Buen consejero es quien despierta la vocación escondida en aquel que escucha y acoge su palabra, y que así puede decirle vete, abriendo de esa forma un camino, una tarea.

En esa línea, la vocación (la educación más honda) es propia de cada persona, pero sólo se despierta y pone en marcha cuando otro dice “tú puedes” y quizá “tú debes”, pero sin imponerse primero, ni abandonarle luego, sino para caminar con él. Entendidos así, los consejeros constituyen un elemento esencial de toda educación, que no consiste en imponerse sobre el educando, sino en darle autoridad para que actúe de un modo responsable. En esa línea los cristianos han interpretado a Jesús como el consejero admirable (Is 9, 6), y Hebr 12, 2 le ha llamado arkhegós, el pionero y guía que abre un camino y dirige a otros, descubriendo, asumiendo y cultivando las señales del reino que se acerca.

Jesús no ha creado una asesoría laboral o judicial, sino que ha realizado algo más hondo: Ha puesto en marcha una especie de gran consultoría mesiánica, a partir de su propia experiencia y tarea de maestro del Reino. En esa línea, su buen consejo se expresa en forma de iniciación para aquellos que le escuchan o vienen a su encuentro, abriendo un camino de Dios entre los excluidos. De esa forma, rodeado de cojos, man¬cos, sordos, ciegos, publicanos y prostitutas, ha empezado a recorrer la travesía del Reino, como prodro¬mos (Hebr 6, 20), aquel que se adelanta, precede y anima a los otros.

Han existido otros consejeros importantes (Confucio y Sócrates, Buda y Mahoma), con sus perspectivas especiales. Pues bien, entre ellos destaca Jesús, con su doctrina y testimonio, tal como se expresa en el momento clave, cuando sube a Jerusalén, para proclamar abiertamente su llamada de Reino en las calles de la ciudad y en los pórticos del templo, apareciendo así como consejo y consejero, en un camino que él mismo ratifica con su muerte. En esa línea, hoy más que nunca, es necesario un buen acompañamiento de dirección y maduración personal, en línea de justicia y reconciliación, propio de aquellos que saben y pueden guiar a los demás, por el camino de la paz.

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