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“Recuperar algo esencial “, por Gabriel Mª Otalora

Miércoles, 23 de agosto de 2023
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Está claro que los éxitos económicos y tecnológicos no van parejos a la necesidad humana de la serenidad. Hemos primado un desarrollo exiguo en afectos que no duda en sacrificar el equilibrio emocional en aras a una vida desenfrenada y consumista. Se nos convoca al progreso por el progreso, y nos piden correr más rápido cuando más necesitados estamos de muletas.

Estamos en verano, las vacaciones tan necesarias, y el desarrollismo que acumula mayores costes añadidos: desasosiego, estrés, obsesiones, angustia, intranquilidad, presión, miedo… todo forma parte del panorama vital de muchas personas, presas de un síndrome emocional más o menos permanente que se manifiesta en cefaleas, problemas musculares y estomacales, insomnios y demás efectos psicosomáticos con los que el organismo nos alerta de que algo no va bien. Somos una sociedad tensionada que no quiere renunciar a nada para recuperar la serenidad, a pesar del coste de tanta insatisfacción interior: tristeza, ira, culpas, frustraciones, baja autoestima, etc.

 Todo esto repercute en la calidad de vida, en el rendimiento y en las relaciones socio familiares, causando mucho sufrimiento en nosotros y en los que más queremos. Tanta obsesión por los logros en el trabajo y la relevancia social ha emborronado la lucidez para comprender que el mal y la solución están dentro, y no fuera de nosotros.

La falta de sentido vital y la crisis de principios y modelos intocables, ofrecen pocas seguridades a las que aferrarse, aparte de los ansiolíticos y el psiquiatra. La ausencia de serenidad señala un punto de deshumanización al haber perdido el disfrute con lo que realizamos, la admiración ante las maravillas que nos rodean o descubrir el sentido de lo que hacemos con la actitud agradecida, humilde, aceptando los propios límites para convivir con ellos. Así es como se crece hacia lo profundo, no hacia arriba. Por tanto, ¿qué podíamos esperar de semejante ciaboga?

Pero como decía, la solución está dentro de nosotros; junto al problema. La serenidad es posible incluso en medio del dolor, como lo han demostrado tantas personas con su ejemplo de vida cuando se aplicaron a sí mismos que lo importante no está en lo que acontece (por muy doloroso que sea) sino en la actitud ante el sufrimiento. No importa qué, sino cómo sufras, decía Séneca. Quitar el dolor no es posible, pero es evidente que no todos los que están inmersos en el mismo dolor sufren igual. No existe, pues, un dolor en sí mismo, sino dolor.

La serenidad no es indiferencia ni complacencia. Las personas serenas no se sienten demasiado asustadas, preocupadas o ansiosas por el porvenir. Tampoco se regodean en la infelicidad del pasado, ni fantasean con catástrofes futuras. Estamos ante una virtud que abre la puerta a la mejora de la calidad de vida. La serenidad cuesta, pero nos predispone mejor al amor y a reírnos de nosotros mismos; posiblemente, el mejor binomio que existe.

La serenidad también es paciencia para vivir el “ahora”, que es donde debemos concentrar nuestras energías; y es abrirse a la esperanza de las múltiples posibilidades de la vida. Menos teléfonos móviles de última generación y más dedicación a recuperar la serenidad perdida, para “aceptar las cosas que no se pueden cambiar, valor para cambiar lo que puedo cambiar y sabiduría para conocer la diferencia”.

Es tiempo de experimentar que la felicidad y la serenidad son más una consecuencia que una meta. Y que tenemos que trabajarlas, porque no vienen solas. Es tiempo de descanso y de reflexión para recuperar la serenidad perdida. Y existe un camino que Jesús nos invita a recorrer, pero parece no estar de moda.

          Querido Dios, concédenos la serenidad para aceptar lo que no podemos cambiar

          Valor para cambiar lo que sí podemos

          Y la sabiduría para reconocer la diferencia.

Feliz agosto; hasta el día 26. ¡Paz y bien!

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“Serenidad inquieta”, por Gerardo Villar.

Martes, 6 de septiembre de 2022
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20914653_784472475057130_3228609001432086639_nSueño con la tranquilidad, con una Paz con mayúsculas. Pero no me es posible. Abrir el periódico o escuchar los medios de información, aterra. Hambre, sequía, guerra, muertes. Resulta terrible el conocer estas realidades. Somos unas pocas personas las que gozamos de medios para poder vivir dignamente. Y esas personas muchas veces con dificultades de enfermedad, discapacidad, cárcel, guerras, refugio… Somos unos privilegiados algunos miles de personas, mientras tanto, millones están en la miseria e incluso mueren de hambre.

¿Qué podemos hacer? Cada vez que oigo discursos, charlas en favor de la justicia y el bien, me quedo dolorido, porque veo que no arreglamos la realidad. El poder domina, los vulnerables de cualquier clase salen heridos y viven al margen de la vida.

Admiro y alabo la gran labor que realizan los misioneros y tantos voluntarios de todas las clases en la vida.

Hay un primer capítulo que abarca la justicia, las relaciones humanas ¿Cómo podemos conseguir que funcionen unas leyes justas entre personas, cómo se puede conseguir que haya justicia entre estados, personas, grupos, colectivos? ¿Cómo podemos llegar a las acciones concretas?

Me considero un privilegiado de la vida. Puedo vivir dignamente pero no veo eso en los alrededores del mundo.

Después de darle muchas vueltas, orar y sufrir la realidad, no se me ocurre sino la frase de San Francisco. Llenarme de realismo de humildad y decir sintiendo aquello «Luchemos por alcanzar la serenidad de aceptar las cosas inevitables, el valor de cambiar las cosas que podamos y la sabiduría para poder distinguir unas de otras».

Me fortalecen las palabras del Papa en el Ángelus de la Asunción: “La Virgen anuncia un cambio radical, una inversión de valores, serenidad en constante intento por transformar el mundo. Vivir en ascuas, en constante luchas por un mundo justo”.

Y mientras, una actitud constante de intento, de lucha por la justicia.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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Serenidad

Miércoles, 20 de julio de 2022
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9B489920-C96A-4FEF-8CBC-9BDF19A834A4Vengo del consultorio médico. He ido acompañando a un familiar. Y ha sido tremendo. Si no tienes vez pedida desde hace días, ya te puedes sentar y esperar. Los nervios se exaltan y cada vez se hacen más largos lo minutos de espera.

Esto ocurre en ese consultorio médico, pero ocurre en otras muchas ocasiones: en la peluquería, en el dentista, en la compra. Me cuesta porque estaba acostumbrado a llegar y besar al santo.

No estoy acostumbrado a la espera, al turno sin prisa.

Vivimos en la sociedad de las prisas, del todo ahora mismo. Y sin embargo, veo que en la naturaleza, en la realidad de la vida, hace falta tiempo para que todo se realice, para que maduren los productos. Cualquier proyecto requiere espacio para pensarlo, programarlo, prepararlo y llegar por fin a realizarlo. Cada vez corremos más y cada vez queremos que las cosas se hagan antes. Necesitamos volver a la cultura de la lentitud, del pensar, del esperar, del madurar.

También en nuestra religión pretendemos a veces hacerlo rápido: queremos misas cortas, celebraciones rápidas. Y no tenemos tiempo de saborear, de gustar, de vivir con paz y tranquilidad el sentido de la oración, la lectura de la Palabra… Sin duda cada celebración requiere un tiempo y una paz. He participado en una eucaristía en la que el celebrante devoró en 16 minutos la eucaristía y las Flores a María. Eso es un verdadero sprint, no da tiempo a encontrarse y sentir a Dios.

Me da grima cuando entro en un templo y por los altavoces están recitando el rosario contestado por unas pocas personas a toda velocidad.

El encuentro consciente con Dios requiere serenidad, tiempo, paz. Tampoco se trata de hacer largas las celebraciones. Pero sí, que haya una pronunciación lenta y vocalización, que los ritos se hagan de una forma expresiva, que se guarden silencios. No podemos olvidar que se trata un encuentro con Dios.

No por mucho correr vamos a encontrar antes a Dios, su presencia y su voz.

Cada celebración requiere su ritmo. No podemos atropellar las lecturas ni las oraciones. Demos sentido a cada frase, entonación a cada oración. Tranquilidad Reposo.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

Espiritualidad

“Moderación”, por José Arregi

Jueves, 6 de mayo de 2021
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A young monk at the blue palace in Bhutan De su blog Umbrales de Luz:

La moderación es una virtud fundamental de la vida. Y al decir “virtud” no me refiero a su acepción moral, ascética y religiosa, sino a su sentido etimológico: fuerza. La moderación significa fuerza vital tranquila, energía serena e invencible.

Está hecha de cordura, mesura, templanza. Cordura: el buen juicio de la cordialidad. Mesura: la sabiduría inspirada por la medida de todas las cosas y de nosotros mismos. Templanza: el equilibrio del deseo, libre y atemperado.

La moderación requiere contención y renuncia, pero no son éstas su inspiración y su móvil. Tampoco es fruto del esfuerzo. No fuerces nada, no te fuerces. El sabio Laozi enseñó: “Quien se sostiene de puntillas no permanece mucho tiempo en pie, quien da largos pasos no puede ir muy lejos” (Dao De Jing, 24). Deja que fluya la fuerza de tu ser más hondo.

La moderación brota cuando acogemos nuestras sombras y heridas, y nos abrimos al aliento profundo. Las ambiciones se disuelven, y los complejos se disipan. No necesitamos luchar contra nosotros mismos y contra aquello que, en los demás, amenaza nuestros ilusorios sueños de grandeza. No tenemos nada que defender, nadie a quien atacar. Nos volvemos modestos, humildes. Y emerge la mesura, serena y firme.

La moderación es nuestro ser natural, verdadero. Y no estamos lejos, aunque así nos parezca. Solo nos falta un paso: reconocer y acoger los fantasmas, miedos, angustias que nos habitan, y dejar que se diluyan, sin defenderte ni agredirte. Sin condenarte por lo que eres ni aspirar a lo que no eres.

Pero la moderación no es un asunto meramente personal y privada, sino eminentemente social, económico, político, ecológico y planetario. Lo mismo sucede con el Camino Medio enseñado por Buda: no es mero desapego (falsamente) “espiritual” ni mero “término medio” (ficticio) entre dos extremos, sino humanidad, compasión comprometida. La moderación es una manera solidaria de vivir, de trabajar, producir y consumir, en un mundo donde los excesos de unos causan las carencias mortales de otros, donde la opulencia depredadora de unos desgarra la igualdad humana y el equilibrio de la vida en el planeta. La moderación –cordura, mesura, templanza– conlleva una mirada política a la realidad, un programa político global, una acción política pacífica y subversiva contra el sistema inhumano dominante. En la moderación personal y común se juega la supervivencia de la humanidad y de la comunidad planetaria de vivientes.

Y en último término, la moderación personal y política brota de la confianza profunda, y en ella se sostiene. Así lo expresa el Salmo 131, uno de los más profundos y bellos de la Biblia:

Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros.
No pretendo grandezas que superan mi capacidad,
sino que acallo y modero mis deseos.
Como un niño en brazos de su madre,
como un niño sostengo mi deseo.
¡Espere Israel en el Señor, ahora y por siempre!

Nuestro ser egocentrado es pueril, veleidoso, inquieto, presa inconsciente de necesidades y deseos superficiales. Este salmo es un canto a la paz, una invitación a aquietar, moderar, recoger nuestro deseo egoico como a un niño en brazos de su madre.

Si este sencillo Salmo te resulta inspirador, apréndelo de memoria y repítelo a menudo, sobre todo cuando tus pretensiones de grandeza arruinan tu paz, y cada noche al acostarte, poniendo tu confianza en lo más profundo de ti y de tu prójimo, en el Aliento vital que engendra y sostiene cuanto es.

José Arregi

Aizarna, 1 de marzo de 2021

(Publicado en el libro Respira tu ser, Ediciones feadulta.com, Madrid 2021)

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Serenidad

Miércoles, 14 de enero de 2015
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“Haz tu trabajo,

y después retírate.

Es el único camino hacia la serenidad”

*

Lao Tsé

***

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La perla preciosa

Miércoles, 20 de agosto de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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¡ Y cuando se está seguro de amarse, cuando  se ha reconocido en el ser amado la fraternidad que buscaba allí, qué serenidad en el alma!

La palabra misma expira; sabemos por anticipado lo que van a decirse; las almas se entienden, los labios se callan.

¡ Oh! ¡ Qué silencio! ¡ Qué olvido de todo!

 

*

Alfred de Musset, en “La Confesión de un hijo del siglo”

*

(Nota)

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De todas maneras…

Jueves, 30 de enero de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

La gente es a menudo insensata, ilógica y egoísta;
Perdónalos de todas maneras.

Si eres noble, la gente te puede acusar de egoísta, Sé noble de todas maneras.

Si eres exitoso, ganarás algunos amigos falsos y algunos enemigos;
Sé exitoso de todas maneras.

Si eres honesto y franco la gente te puede engañar;
Sé honesto y franco de todas maneras.

Cuando pases años construyendo alguien podría destruirlo de la noche a la mañana;
Construye de todas maneras.

Si encuentras serenidad y felicidad Ellos podrían volverse envidiosos;
Sé feliz de todas maneras.

El Bien que hagas hoy la gente a menudo lo olvidará mañana;
Haz el bien de todas maneras.

Dale al mundo lo mejor que tengas y podría no ser suficiente;
Dale al mundo lo mejor que tengas de todas maneras.

Verás, en el análisis final Es entre tú y Dios;
Nunca fue entre tú y ellos de todas maneras.

“No podemos hacer grandes cosas
Sólo cosas pequeñas con Gran Amor”

*

Madre Teresa

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