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“Dinero y cristianismo”, por Gabriel María Otalora

Sábado, 1 de febrero de 2025
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Faith without works is dead (Lat. Fides sine operibus mortua est). Crucifixion of Jesus Christ against money coins background. Concept of charity, resources and opportunities for material assistance.

De su blog Punto de Encuentro:

Adam Smith (s. XVIII) pretendía explicar la realidad sin juicios de valor, lo cual parece imposible. A la vez, consideraba que la economía es un campo autónomo, al margen de otras esferas de la sociedad y de las aportaciones de la ética. Y esto es todavía menos posible. Para otros, como el profesor Duncan K. Foley, la economía más bien parece una teoría que una ciencia deductiva e inductiva. El gran problema, me parece, es que no hay una regla consensuada sobre los dogmas de la economía para todos, cuyas consecuencias afectan también a todos.

Así las cosas, vemos las dificultades para que lo económico pueda alcanzar un resultado socialmente beneficioso de la mano de la política, que es donde la búsqueda del interés humano es moralmente problemática porque debe ser compartida con otros fines e intereses. Es lo que ocurre cuando se produce la separación entre el ámbito económico y la política, el conflicto social y los valores éticos, y que es el objetivo de la actual estrategia neoliberal globalizada. De esta manera, se desliga la obligación de sopesar lo bueno y lo perjudicial, haciendo superflua la valoración moral de las decisiones económico financieras.

Lo que subyace aquí es la sacralización del libre mercado, junto a las ganas que tienen algunos de frenar como sea la intervención del Estado en los impuestos y regulaciones y en el control de precios, buscando revertir la provisión pública de los servicios solidarios asociados al Estado del Bienestar.

Parece evidente que hay caminos mejores para transitar entre el colectivismo sin fisuras y el modelo ultra liberal, cada vez más extendido. La socialdemocracia demuestra que se puede convivir en el libre mercado salvaguardando derechos fundamentales individuales y colectivos. Algunos economistas cristianos ya han intentando incluir en el pensamiento económico consideraciones éticas que dan un paso más hacia valores como la dignidad humana, la fraternidad, la reciprocidad, el compromiso con los pobres, etc. Esto sería un estilo que ya aparece en las primeras comunidades cristianas. El teólogo Alejandro de Hales y después san Buenaventura reflexionaron sobre los principios del cristianismo desde la visión económica solidaria -fraternal- de la tradición franciscana en el Medioevo. Ambos son considerados fundadores de la Escuela franciscana de la Universidad de París.

Además, franciscanos como Bernardino de Siena -entre otros- negaron que el valor de una mercancía sea el precio por el que se puede vender por lo que supone de poder sobre quienes sufren necesidades básicas careciendo de recursos. Por su parte, Francisco de Asís entendía el trabajo así: “Los que no saben, que aprendan, no por la codicia de recibir el precio del trabajo, sino por el ejemplo y para rechazar la ociosidad”. Por último, Antonio Genovesi (s. XVIII), a partir de la tradición franciscana, consideraba el mercado como una institución que ha de enmarcarse en la promoción del bien del otro y la confianza (philia y fides).

Por no repetir lo que el propio Jesús de Nazaret dijo sobre el mal uso del dinero, bien diferente a la noción de Adam Smith y la de quienes le han superado ampliamente por la derecha, llegando mucho más lejos del “beneficio mutuo” o gano-ganas individual típico de Smith. Lo específicamente cristiano es ofertable porque va más allá de lo que exige el enfoque ético de mínimos, por encima de la lógica de la utilidad se superpone la solidaridad fraterna en el ámbito económico, articulando lo personal y lo comunitario en las relaciones.

Se comprende, pues, la pretensión de los poderes económicos y financieros de minimizar lo que entienden como intromisiones morales al acaparamiento codicioso, cada vez más indisimulado, que abusa de los instrumentos económicos en beneficio de una minoría. Se busca maximizar el bienestar individual sin ninguna discusión ética previa, como si el campo económico financiero no tuviese una vertiente moral y social. Es una pena lo desapercibida que ha pasado la encíclica Cáritas in veritate, de Benedicto XVI, verdadero aldabonazo a la injusticia económica estructural que además aboga por la responsabilidad social de las empresas.

Lo cierto es que vamos en dirección contraria desde la perspectiva del bien común y la sostenibilidad económica, social y medioambiental. Cuando las finanzas suponen un 60% frente al 40% de la economía productiva mundial, intuimos el problema de la primacía de los mercados especulativos. En la práctica no es sencillo el diálogo entre el poder del dinero y el cristianismo, ni siquiera en el terreno institucional eclesial tanto católico como protestante. Incluso algunos han leído al revés el Evangelio al afirmar que no existe una perspectiva propiamente cristiana de la economía. Ni siquiera se acuerdan de la Doctrina Social de la Iglesia (católica) a la hora de formular propuestas concretas.

Recuerdo la crisis de 2008 como especialmente durísima. Fue la crisis financiera mundial provocada por las hipotecas llamadas subprime que contagió a todo el sistema financiero estadounidense y después a todo el Planeta. Los analistas coinciden en que fue la mayor recesión económica desde la Gran Depresión de 1929. Entonces se destinó enormes cantidades de dinero público para salvar a las entidades financieras por sus comportamientos irresponsables, dignos del Código Penal.

Tal fue la sumisión a los mercados financieros a base de mentiras que un pequeño grupo de prestigiosos economistas franceses sacaron en 2010 un manifiesto ético denunciando algunas mentiras que titularon “Manifiesto de economistas aterrados”. A este breve texto con gran éxito editorial se adhirieron pronto otros tres mil profesionales denunciando las soluciones que proponían las políticas neoliberales demostrando con datos la falacia lo que proponían como solución a la crisis.

La vía comunista del colectivismo ha fracasado en todos los países en los que dicha ortodoxia ha sido puesta en marcha con graves consecuencias para la libertad y el bienestar de las personas. La vía neoliberal tampoco puede mantenerse en sus postulados teóricos de máximos cuando decide socializar las pérdidas y privatizar las ganancias. Ni siquiera es un modelo capaz de lograr el bienestar de todos sus administrados; no hay más que ver las bolsas de marginación en los países del Primer Mundo y las desigualdades que provoca el neocolonialismo en el Tercer y Cuarto Mundo. Por algo será que el Papa Francisco se ha atrevido a afirmar alto y claro que esta economía capitalista, mata (sic).

La socialdemocracia fue la “tercera vía” que hubiera podido equilibrar la realidad, pero el modelo imperante neoliberal se la comió con patatas fritas como modelo global a seguir. Es Francisco quien más pistas sensatas de convivencia justa está aportando al mundo. Pero le faltan seguidores, incluso entre sus propias filas…

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, Espiritualidad Inclusiva , , , , , , , , , , , , , , ,

“¿Cuál es el viaje más largo?… rumbo al propio corazón, dijo Jung”, por Leonardo Boff.

Viernes, 31 de enero de 2025
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IMG_9548De su blog La fuerza de los pequeños:

“Lo que nos mueve y nos pone en marcha”

“El gran observador y conocedor de los meandros de la psique humana C.G. Jung, dijo una vez que el viaje más largo no era a la Luna o a alguna estrella. Era rumbo al propio corazón”

“Pero, ¿cómo llegar a él y auscultar sus indicaciones?”

“Hay una pregunta nunca resuelta entre los pensadores de la condición humana: ¿cuál es la estructura de base del ser humano?”

“Para mí, no es la razón como comúnmente se afirma… La razón pura kantiana no existe”

El gran observador y conocedor de los meandros de la psique humana C.G. Jung, dijo una vez que el viaje más largo no era a la Luna o a alguna estrella. Era rumbo al propio corazón. En él habitan ángeles y demonios, tendencias que pueden llevar a la locura y a la muerte así como energías que conducen al éxtasis y a la comunión con el Todo. ¿Cómo llegar a él y auscultar sus indicaciones?

Hay una pregunta nunca resuelta entre los pensadores de la condición humana: ¿cuál es la estructura de base del ser humano? Muchas son las escuelas de intérpretes, pero no es el momento de resumirlas.

Yendo directamente al asunto diría que, para mí, no es la razón como comúnmente se afirma. Esta no es la primera que irrumpe en el proceso de la antropogénesis. El cerebro neocortex en su configuración actual, que responde por la racionalidad, irrumpió hace solo un millón de años. Mucho antes, hace 313 millones de años, surgió el cerebro reptiliano que responde por nuestros movimientos instintivos. Luego estaba el cerebro límbico, responsable de la  sensibilidad, del afecto y del cuidado, surgido con los mamíferos hace 210 millones de años.

Por lo tanto, la razón actual es tardía y hunde sus raíces en los cerebros anteriores, especialmente en el límbico, portador de la ternura y el amor que florecen en nosotros. Somos antes mamíferos racionales que animales racionales.

El pensamiento occidental es logocéntrico. Dio centralidad a la razón. Puso el afecto bajo sospecha, con el pretexto de que perjudica la objetividad del conocimiento. La razón pura kantiana no existe. La razón, al estar incorporada, viene siempre impregnada de interés (J.Habermas), de emoción y de pasión, por tanto está imbuida de cerebro límbico. Conocer es siempre un entrar, con todo lo que somos, en comunión con la realidad. De ese encuentro nace el conocimiento. La palabra francesa para conocer es etimológicamente rica: connaître: nacer juntos sujeto y objeto.

Más que ideas y visiones del mundo, son las pasiones, los sentimientos fuertes, las ideas-fuerza, las experiencias seminales y el amor o el odio lo que nos mueve y nos pone en marcha. Nos levantan, nos hacen afrontar peligros e incluso arriesgar la vida.

Lo que primero reacciona en nosotros es la inteligencia cordial, sensible y emocional. Esto lo demostró Daniel Goleman en su conocido libro Inteligencia Emocional (1995). Segundos después de la emoción, entra la razón.

Pero en Occidente la razón ha sido absolutizada, como la única forma válida de entrar en contacto con lo real. Ocurrió algo que se ha exacerbado y ha perdido la justa medida: el racionalismo, que significa el totalitarismo de la razón. Este llegó a producir en algunos sectores humanos una especie de lobotomía, es decir, una completa insensibilidad ante el otro que es diferente y ante el sufrimiento humano y el de la Madre Tierra. Es lo que estamos presenciando en la Franja de Gaza, un genocidio, a cielo abierto, de muchos miles de niños asesinados por orden de un Primer Ministro israelí insensible y sin corazón.

Modernamente el afecto, el sentimiento y la pasión (pathos) están recuperando centralidad. Ese paso es hoy imperativo, pues solamente con la razón (logos) no podemos explicar las graves crisis por las que pasan la vida, la humanidad y la Tierra. La razón intelectual precisa integrar la inteligencia emocional sin la cual no construiremos una realidad social de rostro humano. Solo con el afecto nos acercamos a los demás. El afecto y el amor son los que nos hacen realmente humanos.

Sin embargo, hay un dato que conviene resaltar por su relevancia y por la gran ascendencia de que goza: laestructura del deseoque marca la psique humana. Partiendo de Aristóteles, pasando por san Agustín y por los medievales como san Buenaventura (llama a san Francisco vir desideriorum, hombre de deseos), culminando con Sigmund Freud y René Girard en tiempos más recientes, todos afirman la centralidad de la estructura deseante del ser humano.

El deseo no es un impulso cualquiera. Es un fuego interior que dinamiza y moviliza toda la vida psíquica. Por su naturaleza, el deseo no conoce límites. No queremos solo esto o aquello, queremos todo, hasta la eternidad, como observaba Nietzsche. Ese impulso irrefrenable da un carácter insaciable e infinito al proyecto humano.

El deseo hace dramática y, a veces, trágica la existencia. Pero también, cuando se realiza, aporta una felicidad sin igual. Por otro lado, produce una grave desilusión cuando el ser humano identifica una realidad finita como siendo el objeto que realiza su impulso infinito. Puede ser la persona amada, una profesión siempre ansiada, una propiedad, un viaje.

No pasa mucho tiempo y esas realidades deseadas y finitas le parecen insatisfactorias y solo hacen aumentar el vacío interior, grande, del tamaño de Dios. ¿Cómo salir de este impase intentando armonizar lo infinito del deseo con lo finito de toda realidad? Revolotear de un objeto finito a otro significa no encontrar descanso nunca. El ser humano tiene que plantearse seriamente la pregunta: ¿cuál es el verdadero y oscuro objeto adecuado a su deseo? Me atrevo a responder: es el Ser y no el ente, es el Todo y no la parte, es el Infinito y no lo finito, es Dios y no el mundo, por bueno que sea. Nuestra sed de infinito es el eco de un oscuro Infinito que nos llama. ¿Quién es?

Después de mucho peregrinar, el ser humano es llevado a hacer la experiencia del cor inquietum de san Agustín, el incansable hombre del deseo y el infatigable peregrino del Infinito. En su autobiografía, Las Confesiones afirma conconmovido sentimiento:

Tarde te amé, oh Belleza tan antigua y tan nueva. Tarde te amé. Tú me tocaste y yo ardo de deseo de tu paz. Mi corazón está inquieto hasta que descanse en ti (libro X, n.27).

Aquí tenemos el camino del deseo que busca y encuentra ese real y oscuro objeto siempre deseado, en el sueño y en la vigilia: el Infinito. Sólo el Infinito se adecúa al deseo infinito del ser humano. Sólo entonces termina el viaje más largo y comienza el sábado del descanso humano y divino. Es el descanso dinámico y la paz serena, frutos del viaje más largo y tormentoso rumbo al propio corazón.

*Leonardo Boff es teólogo y filósofo y ha escrito Tiempo de Trascendencia: el ser humano como proyecto infinito, Sal Terrae 2002; La justa medida: para equilibrar el planeta Tierra, Vozes 2023.

Traducción de María José Gavito Milano

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Sobre la Afectividad…

Martes, 13 de enero de 2015
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09c7a7_faf2be4cbc524f44a23ee5144daaaf3b.jpg_srz_p_481_403_75_22_0.50_1.20_0.00_jpg_srzEl hermano En arjé ha comenzado una serie de posts en el Foro, que creo merece la pena traer a la página web:

¿Qué es la afectividad?

Desde la razón pura se nos respondería algo similar a esto: la psicología usa el término afectividad para designar la susceptibilidad que el ser humano experimenta ante determinadas alteraciones que se producen en su entorno.

Peeeero… Aquí entran en juego las emociones y los afectos, ¿no?

Y, ¿cómo entran estas experiencias exteriores a nuestro interior? A través de “nuestro cuerpo físico”. ¿No? Por tanto, el cuerpo es el vehículo privilegiado de nuestras experiencias. Nuestra realidad física es nuestro vínculo con nuestro mundo, con el Mundo y forma parte de él. Formamos parte del Mundo. Tanto el Mundo como el Ser-humano (con su cuerpo incluído) somos imagen de Dios. Nuestro cuerpo forma parte de nosotros, no es malo, ni siquiera será rechazado el día de la Resurrección final, pues nuestro Señor no resucitó sin él. Como vemos, no siempre los dogmas de fe son malos.

Pues entonces, a parte de la “razón” (que sabe mucho), habrá que preguntarle también al “corazón” qué es lo que dice.

Pero con el corazón hemos topado. ¡Ah, amigo! Nos encontramos con ese gran desconocido y conocido a la vez. Con esa dimensión humana que está ahí, constantemente funcionando, recibiendo información y queriendo expresarse. Lo oímos, pero no lo escuchamos. No. Mejor dicho, no le dejamos hablar ni expresarse. En vez de escuchar y expresar lo que nuestro corazón nos dice, nos emperramos en traducir nuestras emociones y afectos con el lenguaje de la razón. Y ahí ya hemos metido la pata. Porque entonces, es como si quisiésemos hacerle decir al corazón lo que la mente quiere decir. Y no. No es así. Aquella frase famosa de Blaise Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”, y algo similar que decían los medievales (la Escuela de san Víctor), va por ahí.

La razón es mecánica, automática, sistemática, de predominancia occidental, juiciosa (en el buen y en el mal sentido), condenatoria, lógica, numérica, consecuente, controladora, busca respuestas exactas y demostrables, empírica, científica, se expresa en el lenguaje hablado y escrito.

El corazón es más contemplativo; de predominancia oriental; no tiene mapas ni sistemas determinados; no razona sino que intuye; no habla por la boca en palabras, sino que imagina; no se expresa exclusivamente en el lenguaje escrito, sino que usa el lenguaje artístico; lo musical, lo tridimensional lo acompañan…

Desde los tiempos antiguos hasta hoy, nuestra dimensión racional, nuestra mente ha estado castigando a nuestro cuerpo y a nuestro corazón. Aquel ejemplo del mito del “Caballo alado” del Fedón de Platón, en el que la razón tiene que castigar con el látigo al caballo negro que son los afectos (el corazón), para “guiarlo”. Las autodisciplinas corporales, la letra con sangre entra, el no reconocer nuestros valores para no caer en soberbia o vanidad, el no mirarnos al cuerpo, los saludos distantes, los abrazos secos, los besos de judas, no decir lo que sentimos por si piensan no-sé-qué o se ríen de mí, y así un largo etc.

Hemos crecido así. Y no sabemos hacerlo de otra manera, porque no nos lo han enseñado. Y siempre que sentimos algo, tenemos que cribarlo por la razón, para establecer un juicio sano sobre esos sentimientos. Y, ¿para cuándo al revés? Lo que nuestro corazón nos dice o intenta decir, ¿siempre es perjudicial para el resto de la persona? ¿No somos los cristianos los abanderados de la religión del Amor? ¿Dónde queda la verdadera devoción al Corazón (humano y divino) de Jesús, si lo del corazón es malo?

Los autores de la filósofía clásica pensaban así, pero también es cierto que hablaban (Aristóteles) de que la virtud residía en un término medio (“in medio virtus”). Por tanto, de la mano de ellos mismos podríamos sostener lo siguiente: “la razón, como encargada de las valoraciones y las medidas, puede ayudar a discernir al corazón para que éste no cometa atrocidades, ni se deje engatusar fácilmente por los fuertes sentimientos sin saber tomar cartas en el asunto de manera serena y con criterio, y así no sufrir. Al mismo tiempo el corazón, con su dimensión intuitiva, trascendental y misericordiosa debe decirle a la razón lo que ella no sabe, pero que éste ha aprehendido a través de las vivencias, las emociones y los sentimientos. El corazón puede ayudarle a la mente a quitar prejuicios, a pensar con el corazón y no sólo con la lógica, que las personas no somos ecuaciones de segundo grado, ni raíces cuadradas, ni súbditos que cumplen dogmas así sin más. Sino seres vivos semejantes a Dios“.

viewimage_story.phpPero, ¿cómo escucha la mente al corazón? En el silencio interior. En la contemplación, porque contemplar significa que los juicios de la razón no participan, se quedan suspendidos, como entre paréntesis. Solo haciendo silencio podemos escuchar a nuestro corazón. ¿Por qué no lo experimentamos? San Buenaventura hablaba del corazón como el tercer ojo, el ojo de la contemplación, el que nos lleva a las realidades trascendentales, las que superan la lógica formal, es decir, las que la razón no entiende. Y no digamos ya la del año teresiano, la Santa Madre, que se recogía en su oración suspendiendo las potencias del alma (persona): la memoria (razón), el entendimiento (corazón) y la voluntad (obras, experiencia); y no era tonta.

Tenemos que aprender a educar el corazón, la mente y el cuerpo. Pero no por encima de las demás dimensiones humanas, sino en su lugar correspondiente. Tenemos que caminar hacia una espiritualidad más integral, más sana y sanadora, más humanizadora, donde TODO entre en juego, donde todo se valore. No sé si lo de la Nueva Evangelización no tendría que ver con esto.

Muchos de nuestros sufrimientos se provocan en nosotros, o nos los provocamos nosotros, por no asimilar e integrar bien, porque hay un desequilibro en nuestra vida, porque algo no funciona bien, porque no estamos a gusto con algo o alguien. No hemos nacido para sufrir, aunque haya dolor, sino para aprender a vivir en medio de lo que venga. Sin miedo. Queriéndonos, a nosotros mismos y a los demás.

Besos y abrazos para tod@s.

En arjé.

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“La belleza salvará al mundo”: Dostoyevski nos dice cómo, por Leonardo Boff, teólogo y escritor

Martes, 6 de mayo de 2014
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baron113Leído en la página web de Redes Cristianas:

Aprendimos de los griegos, y luego pasó a través de todos los siglos, que todo ser por diferente que sea tiene tres características trascendentales (están siempre presentes poco importa la situación, el lugar y el tiempo): es unum, verum et bonum, es decir, goza de una unidad interna que lo mantiene en la existencia, es verdadero, porque se muestra así como es en realidad, y es bueno porque desempeña bien su papel junto los demás seres ayudándolos a existir y coexistir.

Los maestros franciscanos medievales, como Alexandre de Hales y especialmente San Buenaventura fueron los que, prolongando una tradición venida de Dionisio Aeropagita y de san Agustín, añadieron al ser otra característica transcendental: lo pulchrum, es decir, lo bello. Basados seguramente en la experiencia personal de san Francisco que era un poeta y un esteta de calidad excepcional, que “en lo bello de las criaturas veía lo Bellísimo,” enriquecieron nuestra comprensión del ser con la dimensión de la belleza. Todos los seres, incluso aquellos que nos parecen repugnantes, si los miramos con afecto, en los detalles y en el todo, presentan, cada cual a su modo una belleza singular, si no en la forma, en el modo en que todo viene articulado en ellos con un equilibrio y armonía sorprendentes.

Uno de los grandes apreciadores de la belleza fue Fiodor Dostoyevski. La belleza era tan central en su vida, nos cuenta Anselm Grün, monje benedictino y gran espiritualista, en su último libro Belleza: una nueva espiritualidad de la alegría de vivir (Vier Türme Verlag 2014) que el gran novelista ruso iba todos los años a contemplar la hermosa Madonna Sixtina de Rafael. Permanecía largo rato en contemplación delante de esa espléndida obra. Tal hecho es sorprendente, pues sus novelas penetraron en las zonas más oscuras e incluso perversas del alma humana, pero lo que en verdad lo movía era la búsqueda de la belleza. Nos legó esta famosa frase: “La belleza salvará al mundo”, escrita en su libro El idiota.

En la novela Los hermanos Karamazov profundiza la cuestión. Un ateo, Ippolit, pregunta al príncipe Mischkin: “¿cómo “salvaría la belleza al mundo?” El príncipe no dice nada pero va junto a un joven de 18 años que está agonizando. Y se queda allí lleno de compasión y amor hasta que muere. Con eso quiso decir que belleza es lo que nos lleva al amor compartido con el dolor; el mundo será salvado hoy y siempre mientras ese gesto exista. ¡Y que falta nos hace hoy!

Para Dostoyevski la contemplación de la Madonna de Rafael era su terapia personal, pues sin ella habría desesperado de los hombres y de sí mismo, ante tantos problemas como veía. En sus escritos describió a personas malas y destructivas y otras que se asomaban a los abismos de la desesperación. Pero su mirada, que rimaba amor con dolor compartido, conseguía ver belleza en el alma de los personajes más perversos. Para él, lo contrario de lo bello no era lo feo sino el utilitarismo, el espíritu de usar a los otros y así robarles la dignidad.

“Seguramente no podemos vivir sin pan, pero también es imposible existir sin belleza”, repetía. Belleza es más que estética; posee una dimensión ética y religiosa. Veía en Jesús un sembrador de belleza. “Él fue un ejemplo de belleza y la implantó en el alma de las personas para que a través de la belleza todos se hiciesen hermanos entre sí”. Dostoyevski no se refiere al amor al prójimo; al contrario: es la belleza la que suscita el amor y nos hacer ver en el otro un prójimo al que amar.

Nuestra cultura dominada por el marketing ve la belleza como una construcción del cuerpo y no de la totalidad de la persona. Entonces surgen métodos y más métodos de plásticas y botoxs para hacer a las personas más “bellas”. Por ser una belleza construida, no tiene alma. Y si lo miramos bien, estas bellezas fabricadas hacen emerger personas con una belleza fría y con un aura de artificialidad, incapaz de irradiar. Ahí irrumpe la vanidad, no el amor, pues belleza tiene que ver con amor y comunicación. Dostoyevski en Los hermanos Karamazov observa que un rostro es bello cuando se percibe que en él litigan Dios y el Diablo en torno del bien y del mal. Cuando percibe que ha vencido el bien irrumpe la belleza expresiva, suave, natural e irradiante. ¿Qué belleza es mayor, la del rostro frío de una top model o el rostro arrugado y lleno de irradiación de la Hermana Dulce de Salvador de Bahía o de la Madre Teresa de Calcuta? La belleza es irradiación del ser. En las dos hermanas la irradiación es manifiesta, en la top model no tiene fuerza.

El Papa Francisco ha dado especial importancia en la transmisión de la fe cristiana a la via pulchritudinis (la vía de la belleza). No basta que el mensaje sea bueno y justo. Tiene que ser bello, pues solo así llega al corazón de las personas y suscita el amor que atrae (Exhortación La alegría del Evangelio, n 167). La Iglesia no busca el proselitismo sino la atracción que viene de la belleza y del amor cuya característica es el esplendor.

La belleza es un valor en sí mismo. No es utilitarista. Es como la flor que florece por florecer, poco importa si la miran o no, como dice el místico Angelus Silesius. ¿Pero quién no se deja fascinar por una flor que sonríe gratuitamente al universo? Así debemos vivir la belleza en medio de un mundo de intereses, trueques y mercancías. Entonces ella hace realidad su origen sanscrito Bet-El-Za que quiere decir: “el lugar donde Dios brilla”. Brilla por todo y nos hace también brillar por lo bello.

Leonardo Boff escribió La fuerza de la ternura, Editorial Mar de Idéias, Rio 2011.

Traducción de MJ Gavito Milano

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