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“Descansando sobre el pecho de Jesús”, por Carlos Osma

Lunes, 23 de noviembre de 2020
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pexels-joshua-mcknight-1149361De su blog Homoprotestantes:

“Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba reclinado en el pecho de Jesús”[1].

Pues sí, esta puede ser una de las frases que considero más bellas de la Biblia, y no porque rebose homoerotismo por todos lados, sino porque en ella observo amor cotidiano, ese que muchos tenemos cada día cuando después de una dura jornada de trabajo nos sentamos en el sofá y apoyamos la cabeza en el pecho de la persona que amamos. Es posible que para algunos este gesto no tenga importancia, que no quiera decir nada, pero para quienes de vez en cuando nos paramos a analizar nuestra cotidianidad, sabemos que en realidad son los más importantes.

A menudo este versículo pone nerviosos a los que se han erigido en defensores de la obligatoriedad de la heterosexualidad de Jesús y del resto de sus seguidoras. Por eso lanzan amenazas infernales a quienes se atrevan a insinuar que, cuando el resto de discípulos desaparecía, había sexo entre Jesús y su discípulo amado. Y nos da un poco de risa, porque cuando nosotras todavía no nos lo habíamos ni planteado, ellos ya habían visualizado las cien posturas imposibles que Jesús y su discípulo amado no podían realizar. Me quedo con las ganas de conocer ese Kamasutra prohibido, seguro que sería todo un bestseller de la literatura cristiana, mucho más ameno que aquellos insoportables libros de teología que tratan de repetir, sin ni siquiera pasar por la propia experiencia, lo que otras y otros ya han dicho antes. Como diría el Predicador: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”[2].

Mientras el discípulo amado descansaba en el pecho de su amado, Jesús anuncia que una de las personas que hay en la habitación le va a entregar. Agatha Christie no lo podría haber hecho mejor, la tensión y el miedo invaden la sala donde tiene lugar la cena, mientras por unos segundos el evangelista invita a los discípulos a convertirse en Miss Marple o en Sherlock Holmes para descubrir quién es el traidor. ¿Quién de todos los presentes entregará a la muerte a Jesús? ¿Seré yo maestro? ¿Serás tú Simón Pedro? ¿O será el discípulo amado? La desconfianza es el elemento más siniestro en esta escena. Saber que un discípulo con el que comparten el seguimiento de Jesús les traicionará, desestabiliza por completo la comunidad de seguidores del maestro. Frente al desconcierto y la desconfianza del resto, el discípulo amado reposa su cabeza en el pecho de Jesús.

Ya hemos dicho antes que la policía del pensamiento teológico verdadero al leer este texto dirige su dedo acusador hacia el discípulo amado. Es él quien supone la mayor amenaza para su evangelio de exclusión, y por tanto para ellos son las personas LGTBIQ las que quieren traicionar al maestro. “Eres tú”, nos dicen, “tú quieres acabar con el evangelio”. Ante esta fake news podemos responder manteniendo la confianza, sabiendo en quien hemos creído, teniendo esperanza, y acercándonos a Jesús para descansar. Pero a veces, en vez de hacer esto, acabamos imitándoles y preguntándonos también nosotras quienes son los traidores para los que el evangelio ya no es lo que era (o mejor dicho, lo que ellos querían que fuese). En nuestro caso suele ser una pregunta retórica, claro, porque no necesitamos señales divinas para saber quienes comparten con nosotros el pan y el vino, pero se venden por unas monedas de plata a los sacerdotes de la religiosidad oficial que quieren oprimirnos. Sin embargo, no deberíamos olvidar que no hemos sido llamados a ser detectives, ni inspectores de la vida y la fe de los demás, sino seguidores de Jesús que confían y descansan en su maestro. Discípulos y discípulas que ponen primero el oído, no en las palabras de los traidores del evangelio, sino en el corazón amoroso de Jesús.

El juego del Cluedo al que nos invita el evangelista es resuelto con rapidez por el propio Jesús, él mismo desenmascara al traidor, al discípulo Judas Iscariote. Y es que es el propio evangelio, la buena noticia de salvación, el que nos pone a cada uno en nuestro lugar. A quienes lo entienden como un escape room de la comunidad de iguales, los lleva a través de la oscuridad hasta el poder y la respetabilidad del Templo que quiere acabar con Jesús. Y a quienes lo perciben como un mensaje de fraternidad, amor y salvación, los lleva a descansar confiados sobre el pecho del maestro. Los cristianos LGTBIQ también tenemos que decidirnos muchas veces ante estas dos maneras de entender el evangelio: ponerlo a nuestro servicio para obtener reconocimiento, dinero y poder, o dejarnos interpelar por él para mostrar de forma desinhibida nuestro amor por quienes a nuestro alrededor corren el peligro de ser crucificados.

A menudo, cuando hemos de tomar esta decisión, la demoramos, la dejamos para otro momento, intentando posponerla hasta que no haya otro remedio. Sabemos que descansar en el pecho de Jesús tiene un precio, la experiencia nos lo recuerda siempre. Pero las palabras que Jesús le dirige a Judas Iscariote antes de que este se decidiera por la traición, creo que también las podría dirigir al resto de sus discípulos, a su discípulo amado, y como no, a nosotros y a nosotras: “Lo que vas a hacer, hazlo pronto”[3]. Los traidores no dudan, quienes se deciden por el evangelio del amor, tampoco deberían hacerlo.

Carlos Osma

NOTAS:

[1] Jn 13,23

[2] Ecl 1,2

[3] Jn 13,27

Consulta dónde encontrar Solo un Jesús marica puede salvarnos

 

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“Adecentando al indecente”, por Carlos Osma

Lunes, 3 de febrero de 2020
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soldado romanoDe su blog Homoprotestantes:

Hay veces que me pregunto cómo es posible que architeólogos y viceteólogas que se han estrujado el cerebro estudiando en las más prestigiosas facultades de teología con sello evangelical, se atrevan a decirnos que la única posibilidad de leer la Biblia es al pie de la letra y que todo lo demás son engaños de munditeólogos y femiteólogas liberales que no tienen otra cosa que hacer que engañar al personal. Y es que sinceramente considero que, sin necesidad de una formación teológica superior, únicamente sabiendo leer y teniendo un mínimo de sentido crítico, uno se da cuenta ojeando la Biblia de que ni siquiera sus propios autores le dieron demasiada importancia a eso de la literalidad.

Hay un milagro de Jesús en el evangelio de Juan que siempre me ha llamado la atención: la curación del hijo del oficial de Herodes Antipas[1]. Y no es por que tenga la extraña característica de ser un milagro a distancia (Jesús sana al hijo del oficial a 39 Km), sino porque cuando uno lee la misma historia en Mateo[2] o Lucas[3] las divergencias son tan notables que podemos llegar a dudar de que se trate del mismo hecho. La justificación que dan algunos especialistas es que Juan utilizó una tradición distinta del milagro que Mateo y Lucas. Vamos, que antes de que todo lo relacionado con la vida de Jesús se pusiera por escrito, sus enseñanzas, acciones, su vida y muerte, se fue transmitiendo de forma oral. Y esa tradición oral, además de diversa, no estaba tan interesada por la literalidad como nuestros hermanos y hermanas evangelicales, sino que su función era concretamente llevar el mensaje del evangelio (las buenas noticias) a cualquier persona.

En ocasiones al presentarnos a mi marido y a mí a alguien lo hacen diciendo: “Este es Manel y Carlos, su compañero”. La palabra compañero es un buen comodín, sirve para tantas cosas que en el imaginario de la persona que recibe la información puede querer decir que trabajamos en el mismo sitio, que somos amigos, o que estamos casados (por poner tres ejemplos). Otras veces, si quien presenta considera que está en territorio hostil nos definirá como “amigos”, que es bastante más vago, y difícilmente hará que se nos clasifique como un matrimonio. Y si por alguna razón nos presentan como “Manel y Carlos” a secas, puede que la otra persona acabe por preguntarnos: ¿Qué sois, hermanos? Con todo lo que tanta gente ha luchado por el derecho al matrimonio, y con lo que nos ha costado a nosotros, creo que no utilizar la palabra marido es una ofensa.

He explicado todo esto porque en el milagro del hijo del oficial pasa algo muy parecido, los evangelistas parece que tienen discrepancias a la hora de aclarar que relación tienen dos hombres. Mateo y Lucas no toman este relato del evangelio de Marcos que es el primero que se escribió y no lo contiene, sino que lo más probable lo hicieron de otra fuente que los especialistas llaman fuente Q. Mateo dice que quien pide el milagro a Jesús es un oficial romano (centurión), y lo pide para su criado (pais). El significado de esta palabra puede ser siervo, hijo, o amante, y teniendo en cuenta que generalmente las tropas romanas vivían lejos de su familia, quien lo escuchara pensaría que era su siervo y/o su amante. Que Lucas no era literalista, y que se dio cuenta de lo que significaba la palabra “pais”, queda claro porque intenta ser algo más ambiguo y la traduce como siervo (doulos), que carece de la connotación sexual. Sin embargo, quizás para mantener cierta ambigüedad, afirma que el centurión “amaba mucho a su siervo”. Pero, ¿qué es lo más escandaloso de esta historia? ¿qué Jesús sanara al amante de un centurión, un pagano al servicio del Impero Romano que oprimía a los israelitas? ¿o qué Jesús sanara al amante de otro hombre?

A la fuente de la que se sirvió Juan[4] para escribir su relato parece que le ponía más nerviosa lo segundo que lo primero. Por eso se salta la santa literalidad y decide convertir al “país” o al “doulos” en hijo (huios), y como los centuriones no vivían con su familia, pues el centurión pasa a ser un oficial de Herodes Antípas. De esta forma, haciendo que la relación entre los dos hombres sea familiar, se acababa cualquier connotación sexual. Que quien pide un milagro a Jesús sea un indecente pagano y que Jesús se lo conceda, tiene un pase, incluso una intención teológica que hace que el cristianismo pueda expandirse por todo el mundo, pero toda indecencia tiene un límite incluso para los indecentes. Y parece que un centurión que amaba a su siervo, superaba con creces los límites de algunos cristianos.

Sin embargo, todo este adecentamiento del milagro del centurión-oficial del rey chirría con el mensaje que Juan quiere dar con el milagro, y que pone en boca de Jesús: “Si no veis señales y prodigios, no creéis”. Y es que el protagonista del milagro, el oficial, es el ejemplo de una persona que tienen fe, que cree en Jesús, y por eso se acerca a pedir el milagro para quien ama. No necesita nada más, no exige ver para poder creer, él ya cree, y es exactamente eso lo que quiere destacar el evangelio de Juan de él para ponerlo como ejemplo para el resto de la comunidad cristiana. Si es la fe sola lo que pide Juan, creo que no hace falta adecentarlo un poco para que sea merecedor de la acción de Jesús. Y si es fe impulsada por el amor a un ser humano que sufre, no es necesario que ese amor sea decente a los ojos de los demás. No hacen falta señales, no es necesario aferrarse a la literalidad de los textos bíblicos para saber en qué creer. Nuestro centurión primero, y nuestro oficial después, son ejemplos claros de que lo importante es la fe, una fe cuyo origen es el amor a los seres humanos y la meta la manifestación del amor de Dios.

Carlos Osma

Notas:

[1] Jn 4, 43-54

[2] Mt 8, 5-13

[3] Lc 7,1-10

[4] Me refiero a la comunidad joánica.

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“Unidos por el amor a un crucificado”, por Carlos Osma

Viernes, 14 de abril de 2017
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discipulo-amado

De su blog Homoprotestantes:

Una reflexión de Jn 19, 17-30.

“Jesús, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, en hebreo, Gólgota. Allí lo crucificaron con otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio”.

El Jesús del Evangelio de Juan es tan diferente al del resto de evangelios que a menudo nos desconcierta. Y lo hace porque el evangelista en su intento de presentar a Jesús en plena intimidad con Dios, parece deshumanizarlo y alejarlo de nosotros. Es evidente que hay una intencionalidad teológica, pero ver a Jesús cargando su cruz y marchando con ella hacia el Gólgota, como quien decide darse un paseo triunfal hasta el trono en el que ocupará el lugar central, no ayuda para que empaticemos con la experiencia histórica de una persona que fue torturada y asesinada de una forma tan cruel.

Sin embargo el evangelista no busca nuestra empatía, sino que, en un momento histórico en el que el cristianismo tenía que reafirmarse frente a un judaísmo de carácter fariseo, era necesario dar valor al elemento central de su conflicto: a Jesús. Y en la medida en el que aquel Mesías se convertía en un ser divino, la ruptura con el fariseísmo estaba servida. Así que la estrategia del autor (o autores), no fue en ningún momento la de buscar puntos de conexión o elementos de encuentro, sino la de reafirmar el elemento central de la fe cristina. Puede parecernos más o menos acertada su intención, pero deberíamos preguntarnos si los cristianos y cristianas del siglo XXI utilizamos la misma estrategia para lidiar con nuestras diferencias.

Que no pretendiese tender puentes de diálogo, no significa necesariamente que la voluntad de Juan fuese la de hacerlos saltar por los aires. La obra no va dirigida a los fariseos, sino a los seguidores de Jesús, para reforzar y profundizar su fe en un momento de confrontación. Y si hay algo que tiene muy claro el evangelista, es que sólo poniendo la mirada en Jesús y a él como centro, el cristianismo puede tener algo que decir en un mundo donde la diversidad va en aumento. Si eso se traduce en rupturas, pues bienvenidas sean.

“Escribió también Pilato un letrero, que puso sobre la cruz, el cual decía: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Muchos de los judíos leyeron aquel letrero, porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad, y el letrero estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos, sino: Este dijo: Soy rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito”.

De repente Jesús desaparece de la escena, y ésta se centra en una discusión sobre su identidad. Definir a un ser humano al que se ha crucificado antes, no puede tener como intención entender quién es. Lo que quieren los representantes religiosos, es simplemente reafirmar su teología y su posición social. Es una falsa discusión, no hay diálogo, algo muy común en el pensamiento religioso que dice buscar la verdad, pero que cuando está ante ella la ignora porque rompe sus esquemas arcaicos. La verdad para Juan era un ser humano, y ellos lo habían crucificado. Y frente al que había sido torturado y traspasado por clavos, los sacerdotes solo quieren poner un broche final, uno que dice que tienen la razón y el ajusticiado no. Según el evangelista, los fariseos no quieren que la mirada de quienes pasan frente a la cruz se dirija hacía Jesús, sino hacia la letra, hacia un cartel que etiqueta al crucificado con una identidad que no es la suya, pero que permite que la teología farisea quede indemne, y a sus dirigentes disfrutar de sus beneficios.

Podríamos creer que el poder político sí ha entendido quien es Jesús y es capaz de definirlo correctamente. Pilato ha acertado, ¿ha entendido lo que al poder religioso se le escapa? El evangelista parece decirnos que no, que se puede dar la identidad que corresponde a Jesús por error, o simplemente por intentar provocar al fariseísmo recordándole quien ostenta el poder realmente. El cartel que manda colocar Pilato sobre la cruz expresa la identidad que Jesús mostró, pero no está basada en una mirada sincera hacia Jesús, en una aceptación real de su identidad. El crucificado seguía en la cruz, aquella a la que le habían subido quienes decían reconocer quien era. Y es que se puede ser muy comprensivo, tener toda la razón, y seguir subiendo a la cruz a quienes nos son incómodos, porque con esa cruz nuestro poder se impone frente a otros poderes que nos incomodan.

“Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos e hicieron cuatro pares, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era costura, de un solo tejida de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. Y así lo hicieron los soldados”.

Quienes mueven los hilos a su conveniencia, no se ensucian las manos de sangre, para ello tienen a sus soldados que ejecutan a la perfección las órdenes recibidas. En estos versículos la mirada sigue alejada del Jesús crucificado, pero también se aleja de los centros de poder que lo han llevado hasta el Gólgota, ahora la acción se sitúa en la mano de obra de la ideología dominante. Los soldados no piensan, ni dudan, ni sienten… se limitan a hacer lo que han hecho toda la vida, lo que es natural: “que quienes molestan sean eliminados”. Frente a una humanidad crucificada que parecen ignorar se comportan como simples máquinas, ¿dónde agoniza realmente la vida, arriba en la cruz, o delante de ella?

Los soldados cumplen a raja tabla la Escritura, ellos son sus guardianes, y al hacerlo desnudan a un Jesús sufriente que ya agoniza. Allí ante ellos todo se muestra en su verdadera humanidad, sin que nada quede escondido. Pero su mirada no se dirige hacia el cuerpo vulnerable y herido, hacia el sufriente, sino hacia ellos mismos, por eso se disponen a obtener algún beneficio. Y reparten sus vestidos de forma ordenada, organizada, como si estuvieran acostumbrados a hacerlo todos los días. Y es que los ejecutores de las ideologías asesinas, no suelen ser víctimas inocentes, aunque algunos discursos los presenten de esta forma. Los ejecutores se lanzan como buitres sobre los despojos que otros han decidido dejar por el camino, y de esta manera cumplen la Escritura, pero no por ello dejan de ser unos asesinos.

“Estaba junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo al que él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió como madre propia”.

Finalmente Juan nos devuelve a la cruz, al punto de partida. Y allí encontramos a la madre de Jesús, junto a otras mujeres, y al hombre al que Jesús amaba. Parece como si solo ellos tuvieran la vista puesta en el crucificado. A las tres Marías no les importa si en aquel momento se cumplían o no cumplían las profecías del Antiguo Testamento. Al amado de Jesús le traía sin cuidado si estaba o no frente al Rey de los Judíos. Lo que las Escrituras profetizaban podría ser relevante para quienes querían tener razón y poseer la verdad, pero lo que Juan destaca sobre cualquier otro elemento, es que las seguidoras y seguidores de Jesús están al lado del crucificado, mirándole a él, y sufriendo por/con él. Ese es el elemento central que quiere destacar, esa es la verdadera mirada cristiana, la que fundamenta cualquier reflexión, cualquier debate, cualquier acción. Se puede estar al lado de la cruz por muchas razones que no sean el amor a quién ha sido clavado en ella.

Y desde esta manera de estar frente a la cruz, se puede escuchar la voz de Jesús. El amor de María por su hijo, y el del discípulo por su amado, une irremediablemente a ambos, los convierte en una familia. Una madre que abre el corazón al hombre al que su hijo ama, y un hombre que abre su casa y su vida a la madre de quien le amó como ningún otro. Una familia contranatura para muchos, pero una familia cristiana para quienes son capaces de escuchar el mensaje de la cruz. Y así es como el evangelista Juan entiende la comunidad cristiana, como una familia que no sigue los dictámenes biologicistas, que no cumple la Ley sobre todas las cosas, que no se doblega frente a las costumbres y las exigencias de la religiosidad. Sino como un conjunto de hombres y mujeres unidos por el amor a un crucificado, y cuyas relaciones únicamente son juzgadas por el amor que contienen. Ese es el centro del cristianismo que propone, uno que tiene su mirada puesta únicamente en la cruz. Con esta mirada es posible que la comunidad Joánica esté abocada a una ruptura con el judaísmo fariseo, pero sin ella habrá perdido inevitablemente y para siempre su esencia cristiana, su motivo de ser. Sólo mirando a Jesús el cristianismo, sea del tipo que sea, sigue siendo cristianismo.

Carlos Osma

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“Aunque todos te fallen, yo no lo haré”, por Carlos Osma.

Viernes, 13 de mayo de 2016
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Negación de PedroNegación de Pedro, Sagrada Familia, Barcelona

De su blog Homoprotestantes:

“Aunque todos te fallen, yo no lo haré”, eso es lo que le dijo Pedro a Jesús cuando este último le avanzó que antes de que el gallo cantase por segunda vez lo negaría tres veces. Según los entendidos el cacareo de los gallos no tiene como finalidad darnos los buenos días, sino más bien demostrar su status de macho dominante frente al resto de gallos, y lanzar un claro mensaje a las gallinas para que sepan donde se encuentra y que está activo sexualmente. Así que más que marcar un límite horario, quizás lo que Jesús le estaba diciendo a Pedro, es que en el momento en el que el gallo ejerciese a la perfección su rol de macho, y proclamase a los cuatro vientos su heterosexualidad, Pedro se daría cuenta de que él no estaba a la altura de lo que iba pregonando delante del resto de machotes discípulos con los que convivía.

Sorprende la energía que constantemente utilizaba Pedro para que las cosas fueran como debían ser, para que nadie se saliese de los roles y los moldes que se habían construido para ellos. La primera vez que Jesús conoció a Pedro le cambió el nombre, le dijo más o menos que su identidad no era la que su entorno le había dado, que más que creerse que sabía todo lo que Dios podía decirle, necesitaba ser fuerte y persistente para ser útil a la causa de Jesús. Y Pedro decidió seguir al maestro, pero comportándose como Simón, como quien le habían enseñado a ser, pensar y sentir. Por eso en más de una ocasión, cuando Jesús no se comportó como el Mesías que todos esperaban, Pedro se atrevió a reprenderle, a llamarle al orden para que volviese al redil de los Mesías aceptables. No había dejado él su casa y su vida, para seguir a un Mesías indecente. ¡Cuánto miedo a la libertad! ¡Cuando miedo a la vida! Cuando miedo a dejar que las cosas sean como son, observándolas, sin esa continua necesidad de valorarlas y decir si entran en el terreno de lo aceptable. A esa actitud tan represiva Jesús la denominó demoníaca, satánica, blasfema; y exigió a Pedro que la abandonase si quería seguirle.

Quizás por eso cuando Jesús fue arrestado y llevado a casa del sumo sacerdote para ser interrogado, Pedro se atrevió a hacer algo distinto al resto de machos alfa seguidores del maestro. Si todos los discípulos abandonaron a Jesús y salieron huyendo en búsqueda de un lugar seguro donde nadie pudiese relacionarles con aquel Mesías indeseable; Pedro tiró de corazón y decidió desprenderse de su hombría para comportarse como las mujeres que siguieron a Jesús hasta el último momento. El patio del sumo sacerdote, no era un lugar para hombres cristianos, para ellos había una casa bien lejos en la que esconderse. Pedro siguiendo a Jesús, atemorizado e inseguro, se atrevió a ocupar un espacio distinto al del resto de discípulos. Quizás por vez primera intentó ser aquella roca fuerte que Jesús vio en él cuando se conocieron.

Pero Pedro no estuvo finalmente a la altura porque intentó jugar a la ambigüedad, y aunque se atrevió a estar en el lugar adecuado, no tuvo la valentía de hacerlo a cara descubierta. Quiso estar al lado de Jesús, al lado de la verdad, pero haciendo como si todo aquello no tuviera nada que ver con él. Quizás si le hubieran dado tiempo, podría haber intentado defender a Jesús en nombre de la justicia, o habérselo llevado de allí a la fuerza. Pero una de las sirvientas le reconoció:“Tú andabas con Jesús, el de Nazaret”, tú eres uno de ellos, le vino a decir. Y Pedro atemorizado mintió para protegerse: “No le conozco ni sé de qué estás hablando”, yo no soy uno de esos. Y salió fuera de la casa, como intentando buscar un lugar menos cercano a Jesús que fuera más seguro, pero no hubo tregua para él e inmediatamente volvió a encontrarse con la sirvienta que explicó a todo el mundo que Pedro era “uno de ellos”.

Sorprende que una sirvienta se atreviese a hablar directamente con un hombre, pero quizás ella sabía que Pedro estaba a su nivel, que no era un hombre como los demás, que también él estaba preso del poder patriarcal. Por eso le habló de tú a tú. Y Pedro, al sentirse amenazado, intentó negar lo evidente y se ocultó tras una identidad que no era la suya, hizo un último esfuerzo para parecerse al resto de hombres cristianos que conocía y estaban escondidos muy lejos de allí. Quizás fue su manera de moverse, o su forma de hablar la que le delató definitivamente: “Seguro que eres uno de ellos”, afirmaron todos los que estaban allí. Y Pedro juró y perjuró que no era así, que él no era quien ellos decían, que él era otra persona. A lo mejor deseaba ser otro, volver a ser el Simón de antes, y no estar a medio camino entre quien se comporta como “Dios manda” y quien se libera de la opresión religiosa para vivir el evangelio de Jesús.

Supongo que Pedro se sintió perdido, sin saber hacia donde tirar. Podía huir y esconderse junto al resto de discípulos, entrar de nuevo a la casa para intentar ver al maestro, o volver de nuevo a su barco y a sus redes. Pero justo en ese momento el gallo cantó por segunda vez y Pedro rompió a llorar al recordar las palabras de Jesús. Había sido absurdo fingir tanto para estar a la altura de lo que los demás esperaban, haber jugado a ser otra persona y haberle dicho a tanta gente como tenían que vivir para no enfrentarse a su propia falta de vida. Había sido tan incoherente vivir durante años siguiendo a Jesús sin haber sido sincero con él. ¿Le había seguido de verdad? ¿Había entendido realmente que significaba ser uno de sus discípulos?

El evangelio de Juan nos explica que tras la muerte de Jesús, Pedro decidió volver a su tierra y seguir su vida junto al resto de discípulos como si nada hubiera pasado. Decidió enterrase en vida, apostar por lo aparentemente más fácil, por ser un cobarde, por ser el hombre que antes era: Simón. Pero el Jesús que venció a la muerte volvió al infierno en el que Pedro vivía y le preguntó: “Simón, ¿me amas?”, y él avergonzado, pero con la sinceridad que jamás antes había tenido, le respondió: “Señor, tú lo sabes todo”.  Y es verdad que Jesús lo sabía, pero Pedro probablemente lo había olvidado, por eso vivía como quien tiene miedo, como un cobarde, como un mentiroso, como si no existiera una vida distinta y un amor diferente. Y tras examinar sus sentimientos le respondió: “Tú sabes que te amo”. Sabía ahora con toda seguridad que amaba a aquel hombre que le pedía que lo dejase todo, su familia, su sinagoga, sus amigos, sus ideas preconcebidas, sus planteamientos sobre lo santo y lo pecaminoso. Un precio muy alto por una vida junto al maestro…, aunque más alto es el precio de la muerte. Por eso no dudo ni un momento cuando Jesús se dirigió a él para decirle: “Pues entonces, sígueme”.

Carlos Osma

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