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“Adecentando al indecente”, por Carlos Osma

Lunes, 3 de febrero de 2020
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soldado romanoDe su blog Homoprotestantes:

Hay veces que me pregunto cómo es posible que architeólogos y viceteólogas que se han estrujado el cerebro estudiando en las más prestigiosas facultades de teología con sello evangelical, se atrevan a decirnos que la única posibilidad de leer la Biblia es al pie de la letra y que todo lo demás son engaños de munditeólogos y femiteólogas liberales que no tienen otra cosa que hacer que engañar al personal. Y es que sinceramente considero que, sin necesidad de una formación teológica superior, únicamente sabiendo leer y teniendo un mínimo de sentido crítico, uno se da cuenta ojeando la Biblia de que ni siquiera sus propios autores le dieron demasiada importancia a eso de la literalidad.

Hay un milagro de Jesús en el evangelio de Juan que siempre me ha llamado la atención: la curación del hijo del oficial de Herodes Antipas[1]. Y no es por que tenga la extraña característica de ser un milagro a distancia (Jesús sana al hijo del oficial a 39 Km), sino porque cuando uno lee la misma historia en Mateo[2] o Lucas[3] las divergencias son tan notables que podemos llegar a dudar de que se trate del mismo hecho. La justificación que dan algunos especialistas es que Juan utilizó una tradición distinta del milagro que Mateo y Lucas. Vamos, que antes de que todo lo relacionado con la vida de Jesús se pusiera por escrito, sus enseñanzas, acciones, su vida y muerte, se fue transmitiendo de forma oral. Y esa tradición oral, además de diversa, no estaba tan interesada por la literalidad como nuestros hermanos y hermanas evangelicales, sino que su función era concretamente llevar el mensaje del evangelio (las buenas noticias) a cualquier persona.

En ocasiones al presentarnos a mi marido y a mí a alguien lo hacen diciendo: “Este es Manel y Carlos, su compañero”. La palabra compañero es un buen comodín, sirve para tantas cosas que en el imaginario de la persona que recibe la información puede querer decir que trabajamos en el mismo sitio, que somos amigos, o que estamos casados (por poner tres ejemplos). Otras veces, si quien presenta considera que está en territorio hostil nos definirá como “amigos”, que es bastante más vago, y difícilmente hará que se nos clasifique como un matrimonio. Y si por alguna razón nos presentan como “Manel y Carlos” a secas, puede que la otra persona acabe por preguntarnos: ¿Qué sois, hermanos? Con todo lo que tanta gente ha luchado por el derecho al matrimonio, y con lo que nos ha costado a nosotros, creo que no utilizar la palabra marido es una ofensa.

He explicado todo esto porque en el milagro del hijo del oficial pasa algo muy parecido, los evangelistas parece que tienen discrepancias a la hora de aclarar que relación tienen dos hombres. Mateo y Lucas no toman este relato del evangelio de Marcos que es el primero que se escribió y no lo contiene, sino que lo más probable lo hicieron de otra fuente que los especialistas llaman fuente Q. Mateo dice que quien pide el milagro a Jesús es un oficial romano (centurión), y lo pide para su criado (pais). El significado de esta palabra puede ser siervo, hijo, o amante, y teniendo en cuenta que generalmente las tropas romanas vivían lejos de su familia, quien lo escuchara pensaría que era su siervo y/o su amante. Que Lucas no era literalista, y que se dio cuenta de lo que significaba la palabra “pais”, queda claro porque intenta ser algo más ambiguo y la traduce como siervo (doulos), que carece de la connotación sexual. Sin embargo, quizás para mantener cierta ambigüedad, afirma que el centurión “amaba mucho a su siervo”. Pero, ¿qué es lo más escandaloso de esta historia? ¿qué Jesús sanara al amante de un centurión, un pagano al servicio del Impero Romano que oprimía a los israelitas? ¿o qué Jesús sanara al amante de otro hombre?

A la fuente de la que se sirvió Juan[4] para escribir su relato parece que le ponía más nerviosa lo segundo que lo primero. Por eso se salta la santa literalidad y decide convertir al “país” o al “doulos” en hijo (huios), y como los centuriones no vivían con su familia, pues el centurión pasa a ser un oficial de Herodes Antípas. De esta forma, haciendo que la relación entre los dos hombres sea familiar, se acababa cualquier connotación sexual. Que quien pide un milagro a Jesús sea un indecente pagano y que Jesús se lo conceda, tiene un pase, incluso una intención teológica que hace que el cristianismo pueda expandirse por todo el mundo, pero toda indecencia tiene un límite incluso para los indecentes. Y parece que un centurión que amaba a su siervo, superaba con creces los límites de algunos cristianos.

Sin embargo, todo este adecentamiento del milagro del centurión-oficial del rey chirría con el mensaje que Juan quiere dar con el milagro, y que pone en boca de Jesús: “Si no veis señales y prodigios, no creéis”. Y es que el protagonista del milagro, el oficial, es el ejemplo de una persona que tienen fe, que cree en Jesús, y por eso se acerca a pedir el milagro para quien ama. No necesita nada más, no exige ver para poder creer, él ya cree, y es exactamente eso lo que quiere destacar el evangelio de Juan de él para ponerlo como ejemplo para el resto de la comunidad cristiana. Si es la fe sola lo que pide Juan, creo que no hace falta adecentarlo un poco para que sea merecedor de la acción de Jesús. Y si es fe impulsada por el amor a un ser humano que sufre, no es necesario que ese amor sea decente a los ojos de los demás. No hacen falta señales, no es necesario aferrarse a la literalidad de los textos bíblicos para saber en qué creer. Nuestro centurión primero, y nuestro oficial después, son ejemplos claros de que lo importante es la fe, una fe cuyo origen es el amor a los seres humanos y la meta la manifestación del amor de Dios.

Carlos Osma

Notas:

[1] Jn 4, 43-54

[2] Mt 8, 5-13

[3] Lc 7,1-10

[4] Me refiero a la comunidad joánica.

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“María y José: Decisiones y sueños en las familias lesbianas y gays”, por Carlos Osma

Domingo, 27 de diciembre de 2015
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paternidad1De su blog Homoprotestantes:

María y José no tenían conciencia de su orientación sexual, al menos como la tenemos hoy en día, ya que vivían en un mundo con categorías muy distintas a las nuestras. Por eso cuando nos aproximamos a ellos a través de los evangelios es tan absurdo insinuar que eran homosexuales como dar por sentada su heterosexualidad. Sin embargo, sorprende ver como las reacciones de María y José ante el ángel de Dios que les anuncia que tendrán un hijo, reflejan muchos de los miedos e inseguridades que las personas LGTBI tienen a la hora de ser madres o padres.

Cuando en el relato de la Anunciación[1], el ángel Gabriel le dice a María: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús”, ella responde lo que muchas mujeres lesbianas han interiorizado desde niñas: “¿Cómo será esto?, pues no conozco varón”. La maternidad parece estar ligada inevitablemente a la necesidad de un hombre, de una experiencia heterosexual, por lo que el reconocimiento de la homosexualidad lleva asociado en no pocos casos la renuncia a la maternidad.

Hay muchas mujeres que son conscientes muy pronto de los límites imaginarios con los que el patriarcalismo pretende anularlas, y otras aprenden a reconocerlos cuando deciden tomar ellas mismas la iniciativa, cuando pretenden escoger, elegir lo que desean, lo que quieren ser. En el relato de la Anunciación la divinidad elige a María y le propone ser madre, pero es María la que decide serlo. Es ella la que dice sí al ángel, la que voluntariamente y sabiendo que su decisión la enfrentará a una sociedad que le hará pagar caro su atrevimiento, elige ser madre de una forma poco convencional, poco heterosexual.

“Nada es imposible para Dios”, nada es imposible para quien decide ser madre. El hijo de Dios según la tradición no nació por un accidente, por un impulso sexual irrefrenable; nació como los hijos e hijas de las mujeres lesbianas, de una decisión libre, meditada y consciente. Nació, mirado con los ojos de la fe, del amor que Dios puso en el corazón de María, y que sigue poniendo hoy en el corazón de tantas y tantas mujeres lesbianas. Un amor para el que no hay imposibles y donde se hace presente, se encarna, Dios mismo. La salvación no vino a este mundo por vía heterosexual, sino por la voluntad de una mujer que se saltó esa lógica y eligió ser madre.

En el evangelio de Mateo[2] encontramos la reacción de José cuando el ángel le anuncia que iba a tener un hijo. Para empezar se resiste a acatar la ley[3], lo que estaba establecido, como miles y miles de hombres gays que se niegan a cumplir unas leyes patriarcales que tratan de impedir que sean padres. Tampoco quiere proteger su honor, su nombre manchado por el qué dirán. Se mueve con la determinación de quien quiere conseguir su sueño: “Quería ser padre y tener hijos, ¡mis hijos! Fue un impulso tal que la idea de vivir mi vida sin hijos fue imposible de imaginar[4]”.

Sin embargo José no fue en la dirección correcta, no se dirigió hacia el lugar donde estaba su futuro hijo, sino que huyó. No entendió en aquel momento que la paternidad no viene establecida por la sangre o el ADN, sino por el cuidado, la responsabilidad y el amor. Y mientras intentaba escapar de la voluntad divina, mientras corría hacia el lugar donde le habían dicho que era posible tener hijos, se cansó, se quedó dormido y soñó. Y en sus sueños descubrió que los hijos no se tienen, sino que se reciben, y que Dios iba a darle uno para que lo amase y le acompañase hasta que se convirtiera en un salvador.

Al despertar José se levantó y fue en busca de su hijo, como miles y miles de hombres gays que hoy van en busca de sus hijas, de manera incansable, con temor, pero con determinación. Y al final la encuentran, y ella sale disparada y se lanza en sus brazos, como si les “estuviera esperando desde que entró en el centro, esperando a alguien que la quisiera, esperando a su familia[5]”. Y ellos se dan cuenta de que hace ya mucho tiempo que Dios mismo les había hecho padre e hija.

El cristianismo nos explica que la heterosexualidad no tuvo nada que ver con el nacimiento de la salvación. Dios decidió explorar otra posibilidad para ser madre, para ser padre: el camino del amor y la libertad. El mismo camino que mujeres y hombres LGTBI escogen todos los días para hacer realidad su deseo de ser madres y padres. Y es que cuando creemos al mensajero de Dios, y cuando somos capaces de seguir nuestros sueños, la navidad es posible.

Carlos Osma

[1] Lc 1,26-38

[2] Mt 1,18-25

[3] Dt 22,23-24

[4] Borrás, V. “Familias también” (Ediciones Bellaterra. Barcelona 2014), Pág. 187.

[5] Ibíd. 113

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“El santo resentido”, por Carlos Osma

Martes, 30 de septiembre de 2014
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HypocriteDel blog Homoprotestantes:

“Entre tanto, el hijo mayor se hallaba en el campo. Al regresar, llegando ya cerca de la casa, oyó la música y el baile. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba, y el criado le contestó: – Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha mandado matar al becerro cebado, porque ha venido sano y salvo-. Tanto irritó esto al hermano mayor, que no quería entrar; así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciese. Él respondió a su padre: -Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. En cambio, llega ahora este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro cebado-“ [1].

 Según el “Informe sobre la evolución de los delitos de odio en España [2], el pasado año  452 homosexuales fueron víctimas de un delito de odio. El estudio “Homofóbia en las aulas. ¿Educamos en la diversidad afectivo sexual? [3]que se realizó el mismo año también a nivel español, refleja que uno de cada diez alumnos que ha salido del armario ha sufrido alguna agresión por parte de sus compañeros, y que la mitad de los adolescentes LGTB se sienten rechazados por la familia. Dos años antes, en 2011, la Universidad de Málaga presentó el estudio “Transexualidad en España: Análisis de la realidad social y factores psicológicos asociados [4]” donde se señalaba que más de la mitad de las personas transexuales han tenido conflictos en su trabajo, que muchas de ellas no han tenido apoyo familiar, y que su índice de desempleo es muy superior a la media. En cuanto al número de personas que han sido víctimas de terapias reparativas, no hay estudios realizados en España, pero si testimonios que muestran que se siguen realizando, sobre todo por parte de psicólogos y psiquiatras que proceden de entornos religiosos conservadores [5]. Todos estos datos son de un país que según un estudio del Pew Research Center [6] encabeza la aceptación social de la homosexualidad en el mundo, y donde sólo un 6% de la población opina que la homosexualidad es moralmente inaceptable. Así que no es difícil imaginar cual es la situación de las personas LGTB en otros lugares.

 Si leemos la parábola del hijo pródigo teniendo en cuenta esta realidad vemos con claridad como la sociedad en las que vivimos se ha alejado de la casa del padre, de la casa común, a un mundo ficticio heteronormativo. Los estudios que se realizan ponen de relieve que ese mundo heterocentrado genera violencia, negación y dolor al intentar imponer una ideología que entiende la diversidad y la diferencia como un peligro a combatir. En ese mundo no hay padres, ni hijas, ni hermanos, ni amigas… quien no es como nosotros no es de los nuestros.

 Sin embargo las cosas van cambiando y muchos nos sentimos afortunados de formar parte de una sociedad que ha decidido ponerse en marcha, hacia la casa el hermano y del padre, creando mecanismos que protejan a todas y todos de la violencia heteronormativa y patriarcal. En Cataluña está previsto que El Parlament apruebe una ley contra la LGTBfobia el próximo mes de Octubre [7]. Una ley que ha sido debatida y pactada por la mayoría de partidos, que recoge también aportaciones de muchas entidades catalanas, y que comienza aclarando la finalidad que persigue: “El objetivo de la ley de derechos de las personas gays, lesbianas, bisexuales y transexuales para la erradicación de la homofobia, lesbofobia y transfobia es desarrollar y garantizar los derechos de las personas lesbianas y gays, mujeres y hombres bisexuales y transexuales, y evitar situaciones de discriminación y violencia hacia este colectivo”.

 Ante este tipo de reconocimiento, el de la necesidad de dotarse de unas leyes que permitan acabar con la lacra de la discriminación y la violencia hacia las personas LGTB que viven en Cataluña, nos sentimos algunas y algunos como en una fiesta donde el Padre ha sacado el “becerro cebado” para celebrar la vuelta de nuestros hermanos y hermanas a casa. Es un motivo de alegría ver delante de nuestros ojos lo que hace unos años éramos incapaces de soñar: la posibilidad de que las personas LGTB vean respetados sus derechos como cualquier otra ciudadana o ciudadano. No podemos bajar la guardia, claro está, y hay que ver como se llevan a la práctica estas leyes, pero indudablemente se abre un periodo de esperanza para la mayoría de la población. La invisibilización ha sido siempre una forma de humillar y someter, pero también de esconder la discriminación y el odio de los violentos. Pero nuestra sociedad ya no está por invisibilizarnos, se ha dado cuenta del pecado que ha cometido al alejarse de la casa compartida del Padre. Ha madurado, y ha entendido que la cohesión social tiene mucho que ver con el respeto a las minorías.

 Sabemos eso sí que leyes como ésta han levantado las críticas de entidades y grupos que desde años han decidido vivir en la marginalidad y abanderar los discursos homófobos que después se materializan, como los estudios indican, de manera dramática. La jerarquía católica o la Alianza Evangélica Española son ejemplos de quienes se oponen a la aprobación de esta ley. Sin duda, si no tenemos perspectiva histórica, puede llamar la atención que dos entidades cristianas que hablan de amor, evangelio, respeto al prójimo, entrega o humildad se opongan a que un colectivo objetivamente discriminado pueda ser protegido legalmente. Puede sorprender que no quieran alegrarse de algo que evidentemente es motivo de satisfacción para las personas que creen en la justicia.

 Pero en la parábola se nos habla claramente del hermano mayor, del santo resentido, aquel que no quiere entrar en la fiesta que el padre mandó organizar por la vuelta del hijo pródigo. Se nos habla de quienes creyéndose mejor que sus hermanos, y que incluso pudieron ser el motivo de que estos decidiera alejarse, se quejan por no ver respetado su trabajo, su opinión, su manera de ver las cosas. En el fondo es posible que el santo resentido se alejara de la casa del padre antes que su hermano, quizás no de forma física, pero sí emocional: su padre había dejado de ser su padre desde hacía tiempo para convertirse en un amo. Había cambiado el amor por la ley, y el cumplimiento de la letra le ayudaba a sentirse bueno, mejor que los demás. Leer más…

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¿Cómo leer la parábola del hijo pródigo desde una experiencia gay?

Martes, 16 de septiembre de 2014
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HIJO-PRODIGODel blog Homoprotestantes:

Esa fue la pregunta sobre la que estuve conversando hace unos días con un buen amigo… Su conclusión fue bastante contundente: “No le des más vueltas Carlos, muchos homosexuales se han alejado de Dios y viven una vida de excesos sexuales y sin sentido. La parábola es una invitación a volver a casa, a volver a Dios”. En aquel momento no pude darle una respuesta con demasiado sentido, sólo le dije que la suya no me satisfacía y que necesitaba pensarlo un poco más.

 Al llegar a casa volví a leer la parábola y a centrarme en el personaje del hijo pequeño, del hijo pródigo. Y quise dividir su experiencia en tres partes, para ver si veía conexiones con la experiencia de las personas gays o lesbianas que he conocido.

 Parte 1. “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: – Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde- Y les repartió los bienes”. No muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada…”[1].

 Si identificamos al padre que aparece en la parábola con la familia o el entorno más próximo de la persona lesbiana o gay, o si lo hacemos con Dios o el entorno religioso al que pertenece, creo que la parábola tiene poco que ver con la experiencia lésbico-gay mayoritaria. La identidad que dan los conceptos gay y lesbiana, el espacio que crean para la propia autocomprensión, y el mundo simbólico que generan para la vida de tantas y tantas personas; no han sido recibidos dentro del entorno familiar ni religioso. Las herencias maternas/paternas han sido diversas, y cada lesbiana o gay podría explicar lo que le tocó en el reparto, pero nunca he conocido a nadie a la que su familia o su experiencia religiosa le dejara en herencia una autocomprensión satisfactoria de su ser gay o lesbiana. Más bien esta identidad se ha construido en oposición, confrontación, o como mínimo en ausencia de ellas.

 Por otra parte, en la parábola se habla de un desplazamiento voluntario del hijo pródigo, una huída, una marcha en busca de experiencias nuevas. El hijo pródigo se siente autosuficiente y piensa que no necesita de su padre ni de su hermano. La herencia recibida basta para encarar la vida con completa libertad. De nuevo encuentro diferencias importantes con la experiencia mayoritaria de gays y lesbianas. Las personas homosexuales que he conocido viven mayoritariamente desplazadas de su entorno familiar y religioso inicial, pero no de forma voluntaria, sino obligada. En una parábola con un hijo pródigo gay o una hija pródiga lesbiana, el Padre o Madre les echaría de su casa desde el primer momento. La forma de estar en el mundo, para las personas homosexuales tiene más que ver con el desplazamiento forzado a un lugar no escogido voluntariamente, que con la marcha de un hijo inconsciente tras un espejismo de felicidad.

 Identificarse como gay o lesbiana, tener la herencia paterna en las manos, no significa hoy lo mismo que hace unos cuantos años: me refiero al ostracismo y la discriminación. Pero indudablemente la identificación sigue sacando a la mayoría de su casa paterna, del lugar que la familia y la religión tenían pensado para él o ella. Una experiencia que se aleja de la que encontramos en esta parábola pero que tiene mucho en común con la de los primeros seguidores y seguidoras de Jesús, que dejaron la casa del padre/madre en busca de una vida más plena.

 Parte 2. “El hijo menor se fue lejos a una provincia apartada, y allí desperdició su herencia viviendo perdidamente. Cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual lo envió a su hacienda para que apacentara cerdos. Deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Volviendo en sí, dijo. -¡Cuantos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a buscar a mi padre-[2]”.

 Si pensamos en las personas que viven dentro del armario, el país construido para ellos y ellas por la heteronormatividad es un lugar de engaño, marginalidad, culpabilidad, y donde el otro u otra queda reducida a lo puramente corporal, a lo sexual, a un objeto de satisfacción temporal del deseo reprimido. Es posible que la hacienda de cerdos que apacentaba el hijo pródigo refleje esta experiencia. Un lugar creado para culpabilizar y oprimir a quienes no acaban de marchar de la casa del padre, de la heteronormatividad obligatoria, y simplemente juegan a escaparse a veces a una hacienda próxima. En esos campos de cerdos es fácil sentir que la única opción viable es resignarse y volver a la casa del padre, aun sabiendo que jamás se podrá formar parte de ella y que muy pronto la necesidad de volver a escapar se hará presente. Hay muchos jornaleros que tienen pan de sobra en la casa paterna, pero el pan que reciben no podrá nunca saciarnos. Podemos leer la parábola como una invitación a la resignación, pero en mi opinión la parábola no habla de resignación, sino de redescubrimiento del amor del Padre y su perdón ilimitado.

 El hijo pródigo se marchó lejos de allí, lejos de la casa del padre, algo que creo sí tiene mucho que ver con la experiencia lésbico-gay de la mayoría de personas que viven su diferencia sin esconderse, personas para las que su orientación sexual integra la faceta sexual, pero también muchas otras, como la afectiva, espiritual, familiar, laboral… Se alejan del mundo creado para ellos, el de la heteronormatividad o el de la homosexualidad armarizada, para construir otro mundo lejos del anterior. La homosexualidad por sí misma no crea mundos perfectos, así que es posible que como en cualquier otro, las personas que lo integran tengan que lidiar con miedos, incongruencias, errores, etc.  Pero identificar los espacios de vida construidos por las personas lesbianas y gays con un lugar de vida disoluta, creo que sólo puede hacerse desde la homofobia, sea esta heteronormativa o interiorizada.

 El mundo creado por las personas lesbianas y gays tras la marcha de la casa del padre es más bien un lugar de búsqueda de sentido y de comprensión de lo que uno mismo y una misma es más allá de la definición que se recibía en la casa paterna/materna. El desplazamiento ha sido forzado, pero algunas y algunos han hecho de este desplazamiento una oportunidad para construir una nueva casa materna/paterna donde poder vivir, con todas sus limitaciones, felices y en paz. No son casas perfectas, son espacios de vida, y por lo tanto están sometidos a imperfección, pero al menos ofrecen lo que la casa del padre no fue capaz: un lugar donde sentir que estás viva o vivo. Un lugar donde poder respirar, donde poderse perdonar, donde atreverse a ser uno mismo o una misma.

 Parte 3. “Entonces se levantó y fue a buscar a su padre…. El hijo le dijo: -Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado tu hijo[3]”.

 Seguro que como el hijo pródigo algunas lesbianas y gays desean volver a casa de su padre. Probablemente tras su lucha por el matrimonio igualitario, por tener hijos e hijas, o por construir nuevas comunidades inclusivas, había en algunas lesbianas y gays una petición inconsciente de perdón a la heteronormatividad. Es posible que en algunos casos sean acertadas las críticas de quienes piensan que las lesbianas y los gays han sucumbido al poder del patriarcado y que ya no ofrecen una propuesta alternativa creíble. Quizás es cierto que a veces se cae en la necesidad de ser un gay o una lesbiana ejemplar en la familia, el trabajo o la iglesia para pedir perdón por no estar a la altura de las expectativas. Tal vez haya personas que poniendo banderas rainbow de vez en cuando en sus iglesias, diciendo que Jesús nos ama a todas  y todos, o formando una familia respetable, crean que han construido una nueva casa materna/paterna; aunque la realidad sea que no se han atrevido a salir de aquella en la que viven oprimidas.

 Y aunque creo importante hacer una reflexión sobre todo esto, estoy convencido de que la mayoría de lesbianas y gays no han caído en ese error y que ni han vuelto, ni tienen intención de volver a la casa del padre sino que más bien han construido la suya propia. Es cierto que muchas parejas heterosexuales también intentan dejar atrás la carga del patriarcado, pero sin duda están en clara desventaja con las parejas formadas por personas del mismo sexo: los roles y expectativas son muy diferentes. Una pareja de personas del mismo sexo no repite el patrón patriarcal, en esencia es imposible. Estaban en lo cierto quienes decían que no se podía llamar matrimonio a dos personas del mismo sexo, porque defendían una visión del matrimonio basada en un reparto tradicional de roles y en la desigualdad de quienes forman la pareja. Pero se olvidaban que también tenían que llamar de otra forma a todas aquella parejas heterosexuales que, con un esfuerzo aún mayor, intentan escapar del modelo patriarcal en el que habían sido educadas.

 Las familias formadas por lesbianas y gays, con o sin hijos e hijas, no son una petición de perdón al padre, sino más bien una nueva casa materna/paterna donde se ha cambiado la esencia misma que le da sentido. De la ley de la sangre que daba cohesión a la familia patriarcal, se ha pasado a la ley del amor que constituye y da sentido a las familias de lesbianas y gays. Y del reparto tradicional de lo que cada miembro de la familia debe hacer y lo que se espera de él y ella, se ha pasado al valor de la diversidad y el respeto a la diferencia. Tienen suerte los niños y niñas que se educan en estas nuevas casas, puesto que evidentemente serán más libres del poder patriarcal. Son afortunados de vivir lejos de las últimas remodelaciones de la casa patriarcal, porque esas remodelaciones no cambian la esencia de lo que en realidad es: un lugar de poder masculino heterosexual.

 En cuanto a las nuevas comunidades inclusivas que nacen tras huir de las comunidades para heterosexuales creo que todavía es pronto para saber si son sólo una forma de pedir perdón y volver tras el poder del dios padre heterocentrado, o si por el contrario son espacios capaces de generar un nuevo lugar de libertad donde las personas lesbianas y gays viven su espiritualidad de forma plena y desde lo que ellas y ellos sienten, viven y son. Creo que es difícil sacarse de un plumazo el veneno recibido durante tanto tiempo, pero veo indicios claros de que se quieren construir comunidades realmente más evangélicas donde no sólo se aceptan a personas lesbianas y gays, sino que se entiende que las diferentes formas de ser lesbiana, gay, bisexual o heterosexual pueden aportar a la comunidad y pueden ayudar a ver el evangelio bajo otros matices y acentos. El Dios que transmiten quienes forman estas comunidades tiene todavía que desprenderse de muchos prejuicios con el que la heteronormatividad lo ha envuelto; no basta con anunciar a un Dios que nos ama como somos. Es necesario descubrir como ese Dios se manifiesta en la forma de amar, de ser y de sentir de gays y lesbianas. Y es importante también atreverse a mirar a Dios directamente desde lo que somos, y no a través de lo que nos han dicho que deberíamos ser. Sólo así las nuevas comunidades inclusivas serán nuevas casas maternas/paternas donde Dios se revele de forma más plena.

 Las cristianas lesbianas y los cristianos gays somos llamados a seguir el camino de Jesús. Un camino que le llevo de la casa patriarcal de José, María y sus hermanos y hermanas, a una nueva casa que construyó junto a sus discípulos y discípulas. Una nueva casa donde los valores patriarcales fueron sustituidos por los valores del Reino y donde el amor es la medida de todas las cosas.

 Carlos Osma

 [1] Lc 15, 11-13

[2] Lc 15, 13-18.

[3] Lc 15, 20a-21

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