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¡Palpadme!

Domingo, 15 de abril de 2018
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laaLucas 24, 35-48

Las lecturas del tiempo pascual nos ofrecen el testimonio de muchos hombres y mujeres que experimentaron, de diferentes formas, que Jesús estaba vivo. A partir de esa experiencia, pudieron ayudar a muchas otras personas con su testimonio. Eran testigos y se convirtieron también en maestr@s de espiritualidad.

El evangelio de hoy no es una secuencia de una película, es un camino para que aprendamos a ser testigos hoy y demos testimonio con valentía (y, a ser posible, con salero). Por eso, podemos comenzar preguntándonos: ¿cómo y cuándo nos encontramos con Jesús resucitado, personalmente y en comunidad? ¿Cómo transforma esta experiencia nuestra vida?

Cuando unas mujeres tuvieron esta experiencia, los apóstoles se sobresaltaron (se descolocaron, diríamos hoy). ¿También se burlarían de ellas, porque sus palabras “les parecieron un delirio”?

La catequesis de Emaús nos invita a tomar conciencia de que otras personas experimentaron que ni la cruz, ni el fracaso, tenían la última palabra. La Vida se abría paso al partir el pan. Cualquier cena podía reavivar el fuego y hacer que volviera a arder su corazón, siempre que fueran capaces de descubrir a Jesús en esa cena-Eucaristía.

En el texto de hoy, el resucitado se hace presente como portador de paz. Pero el grupo no puede reconocerlo porque sus mentes están llenas de miedo. Y donde está presente el miedo, no cabe la fe, a menos que el miedo se rinda y deje el espacio libre.

Confunden a Jesús con un fantasma. ¿Con qué o con quién lo confundo yo? ¿Con una varita mágica que me concederá lo que le pido, si me pongo cansina? ¿Con un juez que me juzgará el último día? ¿Con un economista que lleva cuenta exacta de todo lo bueno y malo que hago? ¿Con un ser “de quita y pon”, al que recurro solo en momentos de necesidad y olvido a diario, porque gestiono bien la vida sin su presencia?

¿Con qué “disfraz” he colocado a Jesús en la hornacina de mi vida, en lugar de dejarme transformar por el Viviente?

¿Qué ocurre en nuestras parroquias y comunidades? Si viene alguien de fuera ¿qué percibe? ¿Nos relacionamos con un pastor amable y dulce que no nos pide gestos de conversión y al que contentamos con ritos y más ritos? ¿Con un revolucionario que solo nos invita a luchar, aunque perdamos la caridad en el intento? ¿Hacia dónde caminan nuestras comunidades y cómo vivimos la experiencia de que nos convoca Jesús resucitado?

Jesús les invita a palparle. Preciosa catequesis que nos anima a perder el miedo y tener con Jesús un encuentro “cuerpo a cuerpo”, en lugar de que nuestra mente o “la doctrina” nos hablen de Él. Como Jacob, luchemos hasta rendirnos, hasta quedar “tocad@s”. ¿A qué tenemos miedo?

Quienes se acercaban a las primeras comunidades tenían dificultades para reconocer al Viviente tras el cuerpo de un crucificado. En los diferentes textos de las apariciones nos dicen que el reconocimiento de Cristo, fue lento y costoso.

Lucas tiene la difícil tarea de explicar que el resucitado y Jesús de Nazaret son la misma persona. Y lo hace con las claves literarias de su tiempo. Para nosotros es impensable que Jesús, resucitado, masticara el pescado para demostrar que estaba vivo. Pero, de este modo, las comunidades podían recordar las comidas en las que Jesús se había hecho presente y abrirse a una realidad nueva, que estaba más allá de lo que percibían por los sentidos.

Ni entonces, ni ahora, es fácil abrirnos a esa realidad; la Historia de la Iglesia nos muestra que muchos hombres y mujeres han traspasado ese umbral a través del servicio a las personas más pobres.

Dar de comer al hambriento y de beber al sediento no solo beneficia a quien lo recibe, sino que es un camino seguro para reconocer a Jesús, vivo, en cada persona.

Este encuentro con Jesús también nos abre el entendimiento y nos ayuda a comprender las Escrituras desde otra perspectiva.

Sin ese encuentro, podemos pasar toda nuestra vida estudiando la Palabra como quien disecciona un cadáver. Seremos capaces de explicar cada versículo, sin habernos dejado encontrar por el Viviente. Podemos estudiar teología y vivir como si no hubiera resurrección. Podemos organizar las comunidades eclesiales como si fueran la mejor ONG.

Entonces… ¿de qué y de quien damos testimonio?

¿Dónde es urgente dar testimonio del Viviente hoy y ayudar a la gente a palparle?

Marifé Ramos

(http://www.mariferamos.com/)

Fuente Fe Adulta

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Partir, compartir el pan.

Domingo, 15 de abril de 2018
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imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. LOS DOS DE EMAÚS.

El texto del evangelio que acabamos de escuchar es el final del hermoso relato de los dos de Emaús.

Aquellos dos discípulos se marchaban de Jerusalén tras el trágico fracaso de Jesús el Viernes en el calvario.

Los dos de Emaús abandonan la ciudad (Jerusalén), desertan de la causa de Jesús, se van.

02. IBAN CAMINANDO Y HABLANDO.

Sin embargo, a pesar de todo, estos dos discípulos decepcionados de JesuCristo, no pierden la memoria de Jesús, siguen recordando, hablando, discutiendo, evocando. Recuerdan la Palabra.

o Los creyentes estaban hablando, discutiendo.

o Jesús les dice, les explica las Escrituras, la Palabra

En las decepciones y problemas que tenemos todos en la vida: el miedo, preocupaciones, heridas físicas y psíquicas, enfermedades, conflictos comunitarios, etc., la actitud puede ser la de caminar, recordar, evocar la paz, los encuentros en la vida, buscar luz.

La palabra, el diálogo (Logos: palabra) es algo específicamente humano. La Palabra conserva la memoria, nuestra memoria histórica; la palabra conserva la cultura, la fe. Si el asunto Jesús no se ha perdido es por la fe en la Palabra, por el testimonio de los cuatro evangelios, el Nuevo Testamento, por la Palabra que nos transmitió nuestra familia, la catequesis en la Parroquia, la vida eclesial, las homilías, que hemos tenido en nuestra vida.

La palabra es memoria, creatividad y futuro.

La lectura de la Palabra, la conversación con quien merece mi confianza, el diálogo en la familia, en la iglesia, en política, etc es recordar, proyectar, crear, compartir, perdonar, abrir caminos hacia la vida.

03. ¿DINAMITAR LA MEMORIA?

018_discipulos_emausEs una discusión que surge intermitentemente en los medios de comunicación, en la vida política y eclesiástica: las raíces cristianas -o no- de los pueblos, de Europa.

Los dos de Emaús van recordando lo vivido con Jesús. Guardan la memoria.

No quiero llevar las aguas a “mi molino” y decir con estas cosas que la Iglesia tenga siempre y en todo la razón y que haya que volver al mundo eclesiástico y cuanto mayor sea la resistencia numantino-eclesiástica, mejor. Ni es esa la cuestión ni con ese tratamiento.

Quiero decir que es una simpleza pensar que la humanidad ha nacido y ha encontrado la solución a los problemas “anteayer” con la modernidad y la tecnología. El ser humano ha nacido, ha vivido y sufrido, ha cantado y caminado, ha pensado, ha enfermado y envejecido, ha esperado y desesperado, ha muerto mucho antes que surgiera el pensamiento moderno y lo seguirá haciendo siempre. Siempre trabajaremos, celebraremos, enfermaremos, pecaremos, moriremos siempre.

Tal vez, si tratamos de suavizar o eliminar hoy en día los grandes problemas humanos es porque no tenemos una respuesta, porque, tal vez, hemos olvidado nuestra memoria.

Guardemos en nuestra vida la memoria de JesuCristo.

04 VAMOS A COMER

apasc03bnk02El relato de los dos de Emaús es Eucaristía: la Mesa de la palabra y del Pan de Vida. Les explica las Escrituras y parte con ellos el pan.

Tras la resurrección, Jesús se muestra humano. El mismo Jesús que murió, vive. Y su humanidad se muestra en gestos sencillos como comer, compartir, se deja tocar por Tomás, da la paz, transmite alegría.

La comida es el lugar de encuentro, de amistad, de amor (bodas), de encuentro, de fiesta familiar o popular, de amistad o de compartir sufrimiento (muerte).

En el fondo todo eso es la Eucaristía y la mesa de la vida: reunirse, recordar, encontrarse, conversar, comer. En la tradición de la Iglesia se hablaba de la Eucaristía como con dos alimentos: la Palabra y el Pan de Vida.

La VIDA se compone de elementos muy sencillos y creer en esta sencillez es creer en el Señor Resucitado. Una limosna, un poco de pan, cuidar la “herida” de un enfermo, saber escuchar son pequeños sacramentos de la Resurrección y de la vida.

Decía Martin Luther King (1929-1968): Aunque supiera que el mundo se acaba mañana, hoy todavía plantaría un árbol.

A pesar de las desilusiones y de los desánimos, sembremos vida.

05. MENTE Y CORAZÓN ABIERTOS

Lucas resalta la ciudad: Jerusalén significa para Lucas el final de una etapa y el comienzo de otra. “Termina Jerusalén” (judaísmo) y comienza el universalismo: transmitid estas cosas a todas las naciones.

VOSOTROS SOIS TESTIGOS DE ESTO.

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“Acoger la fuerza del Evangelio”. 30 de abril de 2017. 3 Pascua (A). Lucas 24, 13-35.

Domingo, 30 de abril de 2017
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timthumb.phpDos discípulos de Jesús se van alejando de Jerusalén. Caminan tristes y desolados. En su corazón se ha apagado la esperanza que habían puesto en Jesús, cuando lo han visto morir en la cruz. Sin embargo, continúan pensando en él. No lo pueden olvidar. ¿Habrá sido todo una ilusión?

Mientras conversan y discuten de todo lo vivido, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen. Aquel Jesús en el que tanto habían confiado y al que habían amado tal vez con pasión, les parece ahora un caminante extraño.

Jesús se une a su conversación. Los caminantes lo escuchan primero sorprendidos, pero poco a poco algo se va despertando en su corazón. No saben exactamente qué. Más tarde dirán: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?”

Los caminantes se sienten atraídos por las palabras de Jesús. Llega un momento en que necesitan su compañía. No quieren dejarlo marchar: “Quédate con nosotros”. Durante la cena, se les abrirán los ojos y lo reconocerán. Este es el primer mensaje del relato: Cuando acogemos a Jesús como compañero de camino, sus palabras pueden despertar en nosotros la esperanza perdida.

Durante estos años, muchas personas han perdido su confianza en Jesús. Poco a poco, se les ha convertido en un personaje extraño e irreconocible. Todo lo que saben de él es lo que pueden reconstruir, de manera parcial y fragmentaria, a partir de lo que han escuchado a predicadores y catequistas.

Sin duda, la homilía de los domingos cumple una tarea insustituible, pero resulta claramente insuficiente para que las personas de hoy puedan entrar en contacto directo y vivo con el Evangelio. Tal como se lleva a cabo, ante un pueblo que ha de permanecer mudo, sin exponer sus inquietudes, interrogantes y problemas, es difícil que logre regenerar la fe vacilante de tantas personas que buscan, a veces sin saberlo, encontrarse con Jesús.

¿No ha llegado el momento de instaurar, fuera del contexto de la liturgia dominical, un espacio nuevo y diferente para escuchar juntos el Evangelio de Jesús? ¿Por qué no reunirnos laicos y presbíteros, mujeres y hombres, cristianos convencidos y personas que se interesan por la fe, a escuchar, compartir, dialogar y acoger el Evangelio de Jesús?

Hemos de dar al Evangelio la oportunidad de entrar con toda su fuerza transformadora en contacto directo e inmediato con los problemas, crisis, miedos y esperanzas de la gente de hoy. Pronto será demasiado tarde para recuperar entre nosotros la frescura original del Evangelio.

José Antonio Pagola

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“Lo reconocieron al partir el pan”. Domingo 30 de abril de 2017. 3º Domingo de Pascua

Domingo, 30 de abril de 2017
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25-PascuaA3Leído en Koinonia:

En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, encontramos a Pedro pronunciando su primera predicación pospascual, dirigida tanto a los judíos presentes como a todos los habitantes de Jerusalén. El sermón es de tipo kerigmático, con la presentación de tres aspectos de la vida de Jesús, que componen el credo de fe más antiguo del cristianismo: un Jesús histórico, acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales; su muerte a mano de las autoridades judías, y finalmente, su resurrección obrada por Dios para salvación de toda la humanidad. Pedro termina su discurso con un sello de autenticidad: de todo esto, «nosotros somos testigos» (Hch 2,32). Creer en Jesús resucitado era reconocerlo como Mesías, lo que según las Escrituras, abría las puertas para su segunda venida y el fin del mundo. Esto explica las actitudes de recogimiento y miedo que llevan a los discípulos a encerrarse bajo llave. Sin embargo, Pentecostés cambia para siempre las cosas, pues antes que miedo por el fin del mundo, el Espíritu les indica que el mundo apenas comienza, y que la iglesia que acaba de nacer tiene el compromiso de contribuir en la reconstrucción de este mundo con la clave del amor. Así comenzó la Iglesia su misión, cambiando los miedos del fin del mundo, por la alegría, el optimismo y el compromiso de hacer que cada mañana el mundo nazca con más amor, justicia y paz.

La referencia a la primitiva comunidad cristiana nos hace descubrir la importancia que la praxis del amor y de la solidaridad tuvo en el surgimiento del cristianismo. No fue sin más una teoría, sino un cambio de vida, una praxis, una transformación social, lo que estaba en juego. Importante tenerlo presente, cuando tantos piensan que el cristianismo es cuestión de aceptar intelectualmente un paquete de verdades, teorías o dogmas.

En la segunda lectura, el apóstol Pedro hace un llamado a mantener la fidelidad a Dios aún en situaciones de destierro, desplazamiento, marginación o exclusión, porque Dios, en un nuevo Exodo, nos libera de una sociedad sometida a leyes injustas e inhumanas, que protegen sólo al que paga con oro o plata. Esta liberación fue asumida por Jesús con el sello de su propia sangre, como una opción de amor, consciente y voluntaria, por los hombres y mujeres del mundo entero. El precio que debemos pagar a Jesús por tanta generosidad, no es con oro ni plata, sino, dando vida a los hermanos que siguen muriendo, víctimas de la injusticia y la deshumanización. Eso será realmente «devolver con la misma moneda».

En el evangelio, dos discípulos, que no eran del grupo de los once (v.33) se dirigen a Emaús. Probablemente se trata de un hombre y una mujer, casados, (también había mujeres discípulas), que regresaban a su pueblo natal frustrados por los últimos acontecimientos de la capital. Mientras conversaban, Jesús se acerca y comienza a caminar con ellos, al fin y al cabo es el Emmanuel. Pero ellos no pueden reconocerlo, sus ojos están cerrados. ¿Por qué? Porque en el fondo todavía tenían la idea de un mesías profeta-nacionalista, que conquistaría el mundo entero para ser dominado por las autoridades de Israel, un mesías necesariamente triunfador… Por eso, estaban viendo en la cruz y en la muerte del maestro, el fracaso de un proyecto en el cual habían puesto sus esperanzas.

Serán las Escrituras las primeras gotas que Jesús echa en los ojos del corazón de estos discípulos, para que puedan ver y entender que no es con el triunfalismo mesiánico, sino con el sufrimiento del siervo de Yavé, como se conquista el Reino de Dios; un sufrimiento que no es masoquismo, sino un cargar conscientemente con las consecuencias de la opción de amar a la humanidad, actitud difícil de entender en una sociedad dominada por un poder de dominio que mata a quien se interpone en su camino. Por la vida, hasta dar la misma vida, es el testimonio de Jesús ante sus dos compañeros.

El relato de los discípulos de Emaús es una pieza bellísima, evidentemente teológica, literaria. No es, en absoluto, una narración ingenua directa de un hecho tal como sucedió. Es una composición elaborada, simbólica, que quiere dar un mensaje. Y como todo símbolo, que no lleva adjunto un manual de explicación, permanece «abierto», es decir, es susceptible de múltiples interpretaciones. Y desde cada nuevo contexto social, en cada nueva hora de la historia, los creyentes se confrontarán con ese símbolo y extraerán nuevas lecciones… Leer más…

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30.4.17. Emaús, catequesis de Pascua. El retorno de Jesús

Domingo, 30 de abril de 2017
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18157329_784655581711636_3947511234207925766_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 3 de Pascua. Lc 24, 13-35. Este relato puede tener un fondo histórico, pero el evangelio lo ha convertido en catequesis de pascua, una de las más hermosas narraciones de vida y presencia del Resucitado.

Entendida así, la pascua significa un retorno a Jesús, un redescubrimiento de su historia, es decir, del valor permanente de su vida.Ésta es quizá la experiencia de Cleofás y María (cf. Jn 19, 29), que podrían ser el primer matrimonio expresamente cristiano de los comienzos de la Iglesia. Pero puede ser también la experiencia de dos hombres (dos amigos), que vuelven a la rutina normal de su pueblo, una vez que la “aventura” de Jesús ha terminado.

Vuelven con la tristeza del fracaso de Jesús, pero hay algo, una voz, que les sacude en las entrañas… la voz y recuerdo de Jesús, que les interpela, les llama y enriquece

Ésta puede ser nuestra historia, pues nosotros somos Cleofás, nosotros somos su mujer (o su hermano/amigo o hermana), en un camino de tristeza, que se vuelve (se puede volver) experiencia de pascua .

Dos fugitivos

No van con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerte, ni quedan en Jerusalén, como los otros, sino que escapan. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera aparecido ante sus ojos como un bello y duro engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla sería mejor: la vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, sobre palabras vanas, como las de las mujeres del sepulcro (cf 24, 11-22).

Escapan por los caminos de la vida y para volver hacia el Cristo y su mensaje necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres de Mc 16, 1-8; a ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, estando como estaban al borde de su tumba vacía. Estos necesitan toda la palabra de Escritura, necesitan la fracción del pan, tienen que ver a Jesús. De esa manera, su misma gran incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis pascual.

Son muchos los motivos que podríamos destacar en esa catequesis, convertida en principio de la más intensa teología de la pascua.

— Podríamos hablar de una hermenéutica, es decir, de una nueva comprensión de la Escritura, desde el Cristo muerto.

— También podemos hablar de una revelación, pues Dios se manifiesta por medio del Cristo como vencedor sobre la muerte, y de una iluminación transformadora, pues los antiguos fugitivos descubren que su vida cambia al contacto con Jesús resucitado.

— Hay en el fondo de todo una experiencia de conversión/vocación, pues aquellos que escapaban de Jesús y de su grupo vuelven y descubren a la iglesia como una comunidad que se reúne en torno a la confesión pascual…

Desde ese fondo, en contraste con las mujeres del sepulcro que no acaban de creer… (cf. Lc 24,10) presenta Lc 24, 13-35 a estos testigos de la pascua, realizando un camino de resurrección que va del desengaño (¡Jesús fue sólo una ilusión!) al reconocimiento del misterio completo del Cristo.

Experiencia de Emaús. El comienzo.

El texto es una joya de teología narrativa: la verdad no se argumenta ni demuestra a base de razones; la verdad viene a expresarse en forma de relato; sólo convence quien sepa contar una historia de forma que su verdad (su mensaje) vuelva a hacerse presenta allí donde se cuenta.

Y he aquí que dos de ellos
(del grupo de Once y los otros: cf 24,9),
en aquel mismo día caminaban hacia una aldea llamada Emaús,
que distaba como una sesenta estadios de Jerusalén.
Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas
que habían acontecido.
Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban
el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos.
Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:
– ¿Qué son esas palabras que os decís entre vosotros,
mientras camináis?
Y ellos se pararon, quedando tristes.
Y uno, llamado Cleofás, respondiéndole le dijo:
– ¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras
las cosas que han pasado en ella en estos días?
Y les preguntó: ¿Cuáles? Y ellos le dijeron:
– Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta,
poderoso en acción y palabra, ante Dios y ante todo el pueblo,
cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes,
en juicio de muerte y le crucificaron.
Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel,
pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días…
(Lc 24, 13-21)

Estos fugitivos de Emaús son signo de todos los han ido caminando con Jesús pero después se han decepcionado. No pueden entender la cruz, no saben situar su muerte en el esquema salvador del reino: ¡pensábamos que tenía que redimir a Israel! Como fracasados escapan, huyendo de su propia historia, del pasado de su encuentro con Jesús, con la esperanza rota.

Escapan y sin embargo siguen hablando de Jesús, como si tuvieran necesidad de recrear su recuerdo, de recuperar su figura. Uno se llama Cleofás (24, 18). El otro permanece innominado (¿su mujer Maria, una hermana, un amigo?). Si María, la mujer de Cleofás que estaba bajo la cruz (cf. Jn 19, 25) es la misma que ahora acompaña a Cleofás (y este Cleofás es el mismo de aquel texto), tenemos que afirmar que ella no cree, ni ella ni su marido, que vuelven a su casa.

Sea como fuere, ellos abandonan la comunidad donde sigue reunido el resto de discípulos incrédulos con las mujeres creyentes (cf 24, 9-10.33-35). Parecen el comienzo del fin; empieza a disgregarse el grupo que Jesús había formado a lo largo de su vida. Escapan de Jesús, pero le llevan en su mente y conversación (cf. Lc 24, 14). Pues bien, la misma huida viene a convertirse en principio de un nuevo encuentro.

Muchas veces resulta necesaria la distancia: separarse del lugar de la experiencia inmediata, tomar tiempo para revivir lo que ha pasado. Quien no sufra el choque fuerte del fracaso de Jesús, quien no sienta la tentación de escaparse no podrá entender el evangelio. Ese momento de decepción, ese intento de evadirse de recuperar la tranquilidad de un pasado sin cruz, constituye un elemento integrante de la resurrección cristiana.

Sentido básico

Al principio hallamos dos fugitivos de Jerusalén (que para Lucas es principio y centro de la nueva comunidad). Son dos, como los varones de la tumba vacía, pues sólo así pueden ser testigos oficiales de aquello que han visto y oído. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso y ellos, tras haberle descubierto en la fracción del pan, vuelven a Jerusalén, hallando a la comunidad reunida en confesión creyente: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (Lc 24, 34).

No han ido con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerto, ni quedan en Jerusalén, como los otros; huyen. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera terminado, como un bello y mentiroso engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla mejor: parecen suponer que la vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, palabras vanas, como las que dicen las mujeres del sepulcro (cf Lc 24, 11-22). Escapan por los caminos del olvido imposible, y para que Cristo les haga retornar a su mensaje y vida necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres: a ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, al borde de su tumba vacía.

Estos necesitan toda la Escritura y la fracción del pan: tendrán que ver a Jesús para creer, aunque no necesitarán fijarse de un modo detallado en sus manos y pies (como la iglesia pascual de Jn 20, 20 y Lc 24, 40). De esa manera, su misma incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis. Son muchos los motivos que podemos destacar en esta catequesis de la pascua. Leer más…

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Del desencanto al entusiasmo. Domingo 3º de Pascua. Ciclo A.

Domingo, 30 de abril de 2017
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20._jesus_appears_at_emmaus-lowresDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

26 de abril de 2014

La víspera de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, volviendo al Instituto Bíblico, encuentro a un compañero jesuita acompañado de un visitante que ha venido a la ceremonia. Me lo presenta, me pregunta qué enseño y le respondo: Antiguo Testamento. «¿No estamos ya en el Nuevo? Para qué sirve el Antiguo?» «Sin el Antiguo no se puede entender el Nuevo», le contesté. El evangelista Lucas, en su relato sobre la aparición a los dos discípulos que van camino de Emaús, parece darme la razón.

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo:

― ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?

Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:

― ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?

Él les preguntó:

― ¿Qué?

Ellos le contestaron:

― Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.

Entonces Jesús les dijo:

― ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?

Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:

― Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron:

― ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:

― Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Hay que olvidar lo que sabemos

Para comprender el relato de los discípulos de Emaús hay que olvidar todo lo leído en los días pasados, desde la Vigilia del Sábado Santo, a propósito de las apariciones de Jesús. Porque Lucas ofrece una versión peculiar de los acontecimientos. Al final de su evangelio cuenta sólo tres apariciones:

1) A todas las mujeres, no a dos ni tres, se aparecen dos ángeles cuando van al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús.

2) A dos discípulos que marchan a Emaús se les aparece Jesús, pero con tal aspecto que no pueden reconocerlo, y desaparece cuando van a comer.

3) A todos los discípulos, no sólo a los Once, se aparece Jesús en carne y hueso y come ante ellos pan y pescado.

Dos cosas llaman la atención comparadas con los otros evangelios: 1) las apariciones son para todas y para todos, no para un grupo selecto de mujeres ni para sólo los once. 2) La progresión creciente: ángeles – Jesús irreconocible – Jesús en carne y hueso.

Jesús, Moisés, los profetas y los salmos

Hay un detalle común a los tres relatos de Lucas: las catequesis. Los ángeles hablan a las mujeres, Jesús habla a los de Emaús, y más tarde a todos los demás. En los tres casos el argumento es el mismo: el Mesías tenía que padecer y morir para entrar en su gloria. El mensaje más escandaloso y difícil de aceptar requiere que se trate con insistencia. Pero, ¿cómo se demuestra que el Mesías tenía que padecer y morir? Los ángeles aducen que Jesús ya lo había anunciado. Jesús, a los de Emaús, se basa en lo dicho por Moisés y los profetas. Y el mismo Jesús, a todos los discípulos, les abre la mente para comprender lo que de él han dicho Moisés, los profetas y los salmos. La palabra de Jesús y todo el Antiguo Testamento quedan al servicio del gran mensaje de la muerte y resurrección.

La trampa política que tiende Lucas

Para comprender a los discípulos de Emaús hay que recordar el comienzo del evangelio de Lucas, donde distintos personajes formulan las más grandes esperanzas políticas y sociales depositadas en la persona de Jesús. Comienza Gabriel, que repite cinco veces a María que su hijo será rey de Israel. Sigue la misma María, alabando a Dios porque ha depuesto del trono a los poderosos y ensalzado a los humildes, porque a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Los ángeles vuelven a hablar a los pastores del nacimiento del Mesías. Zacarías, el padre de Juan Bautista, también alaba a Dios porque ha suscitado en la casa de David un personaje que librará al pueblo de Israel de la opresión de los enemigos. Finalmente, Ana, la beata revolucionaria de ochenta y cuatro años, habla del niño Jesús a todos los que esperan la liberación de Jerusalén. Parece como si Lucas alentase este tipo de esperanza político-social-económica.

Del desencanto al entusiasmo

El tema lo recoge en el capítulo final de su evangelio, encarnándolo en los dos de Emaús, que también esperaban que Jesús fuera el libertador de Israel. No son galileos, no forman parte del grupo inicial, pero han alentado las mismas ilusiones que ellos con respecto a Jesús. Están convencidos de que el poder de sus obras y de su palabra va a ponerlos al servicio de la gran causa religiosa y política: la liberación de Israel. Sin embargo, lo único que consiguió fue su propia condena a muerte. Ahora sólo quedan unas mujeres lunáticas y un grupo se seguidores indecisos y miedosos, que ni siquiera se atreven a salir a la calle o volver a Galilea. A ellos no los domina la indecisión ni el miedo, sino el desencanto. Cortan su relación con los discípulos, se van de Jerusalén.

En este momento tan inadecuado es cuando les sale al encuentro Jesús y les tiene una catequesis que los transforma por completo. Lo curioso es que Jesús no se les revela como el resucitado, ni les dirige palabras de consuelo. Se limita a darles una clase de exégesis, a recorrer la Ley y los Profetas, espigando, explicando y comentando los textos adecuados. Pero no es una clase aburrida. Más tarde comentarán que, al escucharlo, les ardía el corazón.

El misterioso encuentro termina con un misterio más. Un gesto tan habitual como partir el pan les abre los ojos para reconocer a Jesús. Y en ese mismo momento desaparece. Pero su corazón y su vida han cambiado.

Los relatos de apariciones, tanto en Lucas como en los otros evangelios, pretenden confirmar en la fe de la resurrección de Jesús. Los argumentos que se usan son muy distintos. Lo típico de este relato es que a la certeza se llega por los dos elementos que terminarán siendo esenciales en las reuniones litúrgicas: la palabra y la eucaristía.

Del entusiasmo al aburrimiento

Por desgracia, la inmensa mayoría de los católicos ha decidido escapar a Emaús y casi ninguno ha vuelto. «La misa no me dice nada». Es el argumento que utilizan muchos, jóvenes y no tan jóvenes, para justificar su ausencia de la celebración eucarística. «De las lecturas no me entero, la homilía es un rollo, y no puedo comulgar porque no me he confesado». En gran parte, quien piensa y dice esto, lleva razón. Y es una pena. Porque lo que podríamos calificar de primera misa, con su dos partes principales (lectura de la palabra y comunión) fue una experiencia que entusiasmó y reavivó la fe de sus dos únicos participantes: los discípulos de Emaús. Pero hay una grande diferencia: a ellos se les apareció Jesús. La palabra y el rito, sin el contacto personal con el Señor, nunca servirán para suscitar el entusiasmo y hacer que arda el corazón.

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Tercer Domingo de Pascua. 29 Abril, 2017

Domingo, 30 de abril de 2017
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pascua

“Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.”

(Lc 24, 13-35)

Nos ponemos en marcha, en camino, como los dos discípulos que iban a Emaus.

Y es que esto de la resurrección es un proceso.

La Vigilia Pascual tiene un día señalado en el calendario pero el encuentro de cada una con el resucitado no tiene por qué coincidir. Tampoco las primeras discípulas de Jesús se encontraron con el resucitado en el mismo momento ni de la misma manera.

Dios es mucho más original, mucho más sorprendente y, sobre todo, mucho más delicado. Nos conduce y sabe lo que necesitamos.

Sabe que hay personas que no pueden esperar a que amanezca y que llegarán al sepulcro al despuntar la aurora, como María Magdalena, sabe que otras correrán y creerán, al mismo tiempo que otras tomarán el camino contrario alejándose de Jerusalén, de Jesús.

Los dos de Emaus se marchan abrumados por una realidad que a sus ojos tiene un único nombre: FRACASO. Mientras caminan comparten sus esperanzas rotas. Conversan y discuten. Se hacen preguntas. Pero andan enredados en un torbellino sin salida.

Así el resucitado se hace presente sin ser reconocido y lo primero que hace es escucharles. Dejar que desahoguen el corazón.

¡Cuánta ternura y delicadeza en este gesto del resucitado! Él, que conoce mejor que nadie lo que ha sucedido, se deja contar la historia por dos discípulos que van abandonando el seguimiento…

Jesús sigue empeñado en que no se pierda ni uno solo y hace, con cada una de nosotras el camino. Aun cuando el camino sea equivocado.

Sabe que lo mejor para nosotras es que Le sigamos, pero cuando la vida nos llena de dudas y decidimos caminar otro camino, nos acompaña. Pierde el tiempo con nosotras. Nos escucha, nos habla. Se toma tiempo para transformarnos.

Hace arder nuestros corazones.

Oración

Nuestra oración de hoy puede ser la misma súplica de los dos de Emaus: “-¡Quédate con nosotras porque atardece y el día va de caída! ¡Quédate!

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Vivir lo que vivió Jesús es la pascua.

Domingo, 30 de abril de 2017
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emmausLc 24, 13-35

Por tercer domingo consecutivo se nos propone un relato enmarcado en el “primer día de la semana”. Estos dos discípulos pasan, de creer en un Jesús profeta pero condenado a una muerte destructora, a descubrirlo vivo y dándoles Vida. De la desesperanza, pasan a vivir la presencia de Jesús. Se alejaban de Jerusalén tristes y decepcionados; vuelven a toda prisa, contentos e ilusionados. El pesimismo les hace abandonar el grupo, el optimismo les obliga a volver para contar la gran noticia.

El relato de los discípulos de Emaús, es un prodigio de teología narrativa. En ella podemos descubrir el verdadero sentido de los relatos de apariciones. El objetivo de todos ellos es llevarnos a participar de la experiencia pascual que los primeros cristianos tuvieron. En ningún caso intentan dar noticias de acontecimientos históricos. Los dos discípulos de Emaús no son personas concretas, sino personajes. No quiere informarnos de lo que pasó una vez, sino de lo que está pasando cada día, a los seguidores de Jesús.

Es Jesús quien toma la iniciativa, como siempre. Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén. Solo querían apartar de su cabeza aquella pesadilla. Pero a pesar del desengaño sufrido por su muerte y muy a pesar suyo, van hablando de Jesús. Lo primero que hace Jesús es invitarles a desahogarse, les pide que manifiesten toda la amargura que acumulaban. La utopía que les había arrastrado a seguirlo, había dado paso a la más absoluta desesperanza. Pero su corazón todavía estaba con él, a pesar de su muerte.

En este sutil matiz, podemos descubrir una pista para explicar lo que sucedió a los primeros seguidores de Jesús. La muerte les destrozó, y pensaron que todo había terminado; pero a nivel subconsciente, permaneció un rescoldo que terminó siendo más fuerte que las evidencias tangibles. En el relato de la conversión de Pablo, podemos descubrir algo parecido. Perseguía con ahínco a los cristianos, pero sin darse cuenta, estaba subyugado por la figura de Jesús y en un momento determinado, cayó del burro.

La manera de reconocerlo (después de haber caminado y discutido durante tres kms.) y la instantánea desaparición, nos indican claramente que la presencia de Jesús, después de su muerte, no es la de una persona normal. Algo ha cambiado tan profundamente, que los sentidos ya no sirven para reconocer a Jesús. Estos detalles nos vacunan contra la manera física de interpretar los relatos que nos hablan de Jesús después de su muerte.

Nosotros esperábamos… Esperaban que se cumplieran sus expectativas. No podían sospechar que aquello que esperaban, se había cumplido. Fijaros bien, como refleja esa frase nuestra propia decepción. Esperamos que la Iglesia… Esperamos que el Obispo… esperamos que el concilio… Esperamos que el Papa… Esperamos lo que nadie puede darnos y surge la desilusión. Lo que Dios puede darnos ya lo tenemos. El desengaño es fruto de una falsa esperanza. Por no esperar lo que Jesús da, la desilusión está asegurada.

No es Jesús el que cambia para que le reconozcan, son los ojos de los discípulos los que se abren y se capacitan para reconocerle. No se trata de ver algo nuevo, sino de ver con ojos nuevos lo que tenían delante. No es la realidad la que debe cambiar para que nosotros la aceptemos. Somos nosotros los que tenemos que descubrir la realidad de Jesús Vivo, que tenemos delante de los ojos, pero que no vemos. Hay momentos y lugares donde se hace presente Jesús de manara especial, si de verdad sabemos mirar.

1) En el camino de la vida. Después de su muerte, Jesús va siempre con nosotros en nuestro caminar. Pero el episodio nos advierte que es posible caminar junto a él y no reconocerlo. Habrá que estar mucho más atento si, de verdad, queremos entrar en contacto con él. Es una crítica a nuestra religiosidad demasiado apoyada en lo externo. A Jesús ya no lo vamos a encontrar en el templo ni en los rezos sino en la vida real, en el contacto con los demás. Si no lo encontramos ahí, cualquier otra presencia será engañosa.

La concepción dualista que tenemos del mundo y de Dios nos impide descubrirle. Con la idea de un Dios creador que se queda fuera del mundo, no hay manera de verle en la realidad material. Pero Dios no es lo contrario del mundo, ni el Espíritu es lo contrario de la materia. La realidad es una y única, pero en la misma realidad podemos distinguir dos aspectos. Desde el deísmo que considera a Dios como un ser separado y paralelo de los otros seres, será imposible descubrir en las criaturas la presencia de la divinidad.

2) En la Escritura. Si queremos encontrarnos con el Jesús que da Vida, tenemos en las Escrituras un eficaz instrumento. Pero el mensaje de la Escritura no está en la letra sino en la vivencia espiritual que hizo posible el relato. La letra, los conceptos no son más que el soporte, en el que se ha querido expresar la experiencia de Dios. Dios habla únicamente desde el interior de cada persona, porque el único Dios que existe, es el que fundamenta cada ser. Dios solo habla desde lo hondo del ser. Esa experiencia, expresada, es palabra humana, pero volverá a ser palabra de Dios si nos lleva a la vivencia.

3) Al partir el pan: No se trata de una eucaristía, sino de una manera muy personal de partir y repartir el pan. Referencia a tantas comidas en común, a la multiplicación de los panes, etc. Sin duda el gesto narrado hace también referencia a la eucaristía. Cuando se escribió este relato ya había una larga tradición de su celebración. Los cristianos tenían ya ese sacramento como el rito fundamental de la fe. Al ver los signos, se les abren los ojos y le reconocen. Fijaos, un gesto es más eficaz que toda una perorata sobre la Escritura.

4) En la comunidad reunida. Cristo resucitado solo se hace presente en la experiencia de cada uno. Al compartir con los demás esa experiencia, él se hace presente en la comunidad. La comunidad (aunque sea de dos) es imprescindible para provocar la vivencia. La experiencia de uno compartida, empuja al otro en la misma dirección. El ser humano solo desarrolla sus posibilidades de ser, en la relación con los demás. Jesús hizo presente a Dios amando, es decir, dándose a los demás. Esto es imposible si el ser humano se encuentra aislado y sin contacto alguno con el otro.

El mayor obstáculo para encontrar a Cristo hoy, es creer que ya lo tenemos. Los discípulos creían haber conocido a Jesús cuando vivieron con él; pero aquel Jesús que creían ver, no era el auténtico. Solo cuando el falso Jesús desaparece, se ven obligados a buscar al verdadero. A nosotros nos pasa lo mismo. Conocemos a Jesús desde la primera comunión, por eso no necesitamos buscarle. El verdadero Jesús es nuestro compañero de viaje, aunque es muy difícil reconocerlo en todo aquel que se cruza en nuestro camino.

Meditación

Caminó con ellos, discutió con ellos, pero no lo conocieron.
Ni teologías ni exégesis racionales te llevarán al verdadero Jesús.
El único camino para encontrarlo es el que conduce al “corazón”.
Tenemos que abrir los ojos, pero no los del cuerpo.

Si los ojos de nuestro corazón están bien abiertos,
lo descubriremos presente en todos y en todo.
A Dios no podemos encontrarlo en un lugar.
En cualquier lugar, en cualquier momento lo puedes encontrar.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Cuándo y en qué nos reconocen?

Domingo, 30 de abril de 2017
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Arcabas-Emmaus“No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano” (Teilhard de Chardin)

30 de abril. III domingo de Pascua

Lc 24, 13-15

Mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron. Pero él desapareció de su vista

“Me enseñarás el camino de vida”, ruega a Dios el Salmista (Sal 15, 11). Ruego al que Jesús de Nazaret responde, y de quien Pedro dice a los demás apóstoles en la Fiesta de Pentecostés, que “fue hombre acreditado por Dios ante vosotros por los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis” (Hch 2, 22)Y el evangelio de Mateo nos da pistas sobre los signos fehacientes que nos muestran cómo evitar los riesgos de no interpretarlos adecuadamente: “Guardaos de los falsos profetas que se os acercan disfrazados de ovejas y por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconoceréis. ¿Se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos?” (Mt 7, 15-16).

Los dos discípulos de Emaús no hubieran podido reconocer al Señor resucitado en la “fracción del pan”, si antes no hubieran hecho cosas para ello: acogerle como compañero de camino, escuchar su Palabra, y mantener los ojos bien abiertos (Lc cap. 24). Sólo de esta manera podrán los demás reconocernos a nosotros viendo que somos sal de la tierra y luz del mundo, cuando nos ven dejar nuestra ofrenda ante el altar y vamos primero a reconciliarnos con el hermano (Mt 5, 13-14 y 23-24) y que no somos zarzas ni cardos; que somos fieles discípulos del Maestro, y que lo de “por sus obras les reconoceréis” está cumplido en él y en el diario quehacer nuestro como cristianos.

Lo estaba también en el del jesuita poeta, sacerdote y teólogo Ernesto Cardenal, ministro de Cultura durante ocho años en el gobierno de Nicaragua. Fue obligado a dejar la Compañía para seguir siendo ministro, no sin antes responder al Vaticano, de quien venía la amonestación: “Es posible que me equivoque manteniendo mi doble función de jesuita y ministro, pero déjenme equivocar a favor de los pobres, porque durante muchos siglos la Iglesia se ha equivocado a favor de los ricos”. En una ocasión manifestó a un periodista que revolución es lo que Jesús anunciaba: “Hoy hay teólogos que dicen que el reino de Dios que él predicaba era una expresión semejante al concepto actual de revolución, es verdad. Una revolución subversiva, que en el caso de Jesús fue lo que le llevó a la muerte. Significaba también un cambio político y social. La juventud de hoy sigue diciendo “otro mundo es posible”, y yo también lo creo, como lo creyó Jesús. Es posible, y necesario. Y, como dice el obispo brasileño Casaldáliga, también otra Iglesia es posible. Hasta hay quien dice que otro Dios es posible”.

¿Habrá que declarar la guerra al Dios de nuestros padres? Posiblemente sí, en el sentido que ellos le entendieron. Jesús, fiel a las creencias de su tiempo, no lo hizo. Pero hoy son otros tiempos: 30 de abril de 1917, nos marca el calendario. Lo hicieron -revolucionarios pacifistas- Gandhi, Teresa de Ávila, la de Calcuta, y Vicente Ferrer.

El austriaco Kurt Pahlen (1907-2003), escritor y director de orquesta, nos dice del Julio César de Händel  en su obra Diccionario de la Ópera, que detrás de su música “latía un corazón sensible y se podía encontrar una serena interioridad. Más de dos siglos y medio después de su muerte, sus obras nos conmueven y estremecen como sólo una obra de arte eterno puede hacer”. El protagonista hace gala de su nobleza militar cuando canta estos apasionados versos: “Non è da Rè quel cor / che donnase al rigor / che in sen non ha pietá” (No es de rey ese corazón / que se complace en el rigor / que ignora la piedad). Quizás nos suene a música de Evangelio.

El compositor cubano Leo Brouwer (La Habana, 1939), guitarrista y director de orquesta, canta, en “Paisaje con lluvia”, que “hay que ir dejándose gotear hasta empaparse”De lo contrario, se quiebra una cadencia musical en la partitura de la vida y del Evangelio. Y entonces, la voz del agua viva se torna ineficaz en el silencio.

Esperemos que nadie tenga que hacerse la inquietante pregunta del hombre invisible, que se cansó de que no le vieran y un día no pudo soportarlo más, como se relata en el tercer cuento de la película estrella  del Festival de San Sebastián 2017 The Monster Call, dirigida por Brayan Bertino: “No era porque fuera invisible de verdad. Era sólo que las personas estaban acostumbradas a no verlo. Se preguntó, si nadie te ve ¿en verdad estás allí?”

Aquí viene de perlas la frase de Teilhard de Chardin citada en el comienzo de nuestro artículo: “No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano”.

Como Poema incluimos Yo te diré, una hermosa habanera – compuesta por el músico húngaro Jorge Halpern y cantada por Clara, protagonista del film Los últimos de Filipinas, dirigida por el cineasta español Antonio Román en 1945. La canción -prodigio de sensibilidad y nostalgia- nos trae a la memoria resonancias de lo acaecido aquel bello atardecer de Pascua en el encuentro de Jesús y los de Emaús.

YO TE DIRÉ

Yo te diré
por qué en mi canción
se siente sin cesar:
Mi sangre latiendo,
mi vida pidiendo
que tú no te alejes más.

Cada vez que el viento pasa y se lleva una flor,
pienso que nunca más volverás, mi amor.
No me abandones nunca al anochecer,
que la luna sale tarde y me puedo perder.

Y así sabrás
por qué mi canción
te llama sin cesar:
me faltan tus besos,
me falta tu risa,
me falta tu despertar.
Me faltan tus besos,
me falta tu risa,
me falta tu despertar.

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Ni se molestaron en comprobarlo.

Domingo, 30 de abril de 2017
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CLOFAS~1El texto de los discípulos de Emaus, existente únicamente en Lucas, es una obra de ingeniería y una pieza clave en la urdimbre de este evangelio. La densidad de cada elemento hace fascinante la lectura que, tras dos mil años no se agota, hasta el punto que su interpretación no se puede dar por concluida. Desde la realidad eclesial en que estamos insertos quisiera centrarme en un único elemento que llama poderosamente la atención: los discípulos de Emaus, a diferencia de otros, no se molestaron en ir a comprobar al sepulcro lo que las mujeres estaban diciendo.

¿Quiénes eran estos discípulos? es una buena pregunta, pues muchos estudiosos piensan que se trataba de un matrimonio. De hecho, en Jn 19,25 se habla de una María de Cleofás. Ahora bien, si su identificación resulta compleja, hay mayor consenso a la hora de reconocer que la indeterminación es querida por Lucas, probablemente para que el auditorio, y nosotros también lectores, nos veamos reflejados en ellos.

Cuando uno escucha el relato que, los discípulos mismos narran en primera persona, le entran ganas de intervenir en el texto y, detener por unos momentos la conversación para, preguntarles: “pero ¿por qué no fuisteis a comprobarlo?”. De hecho, ellos se esperan los tres días de rigor, suponemos que recordando los anuncios que había hecho Jesús sobre su muerte y resurrección. Y, luego, cuentan que algunas mujeres les han sobresaltado con la noticia de que no estaba en el sepulcro, a lo que otros discípulos corren para verificarlo y regresan diciendo lo mismo. Lo sorprendente es que, tras estos hechos, ellos deciden emprender camino pero no hacia el sepulcro para cerciorarse sino en sentido contrario.

La falta de “experiencia” del resucitado convive con lo que saben y con que son capaces de resumir perfectamente. De hecho, se admiran de que este desconocido que les aborda por el camino sea el único que no se “haya enterado de la película” y se lo cuentan en un sintético y perfecto credo de fe que condensa vida, muerte y resurrección. Parecerían estos de Emaus un par de “enteradillos” capaces de verbalizar a la perfección lo sucedido pero sin mojarse. Creo que esta última consideración no les hace justicia, pues ellos ponen toda su carne en el asador al expresar su decepción: nosotros esperábamos…

En cierto modo, la imagen de estos dos discípulos caminando desilusionados y hacia otro lado no es un mal icono para expresar cierta desesperanza de una iglesia que, a veces, camina aturdida por el desenlace rápido de los acontecimientos y el vertiginoso ritmo de nuestro mundo. Una iglesia un poco confundida sobre qué dirección tomar, a veces incluso la contraria a la del sepulcro, aunque como los de Emaús sea perfectamente conocedora del kerigma. Es como si el “ha resucitado” no cruzara la esfera de lo verbal y tuviera la suficiente garra de hacerles traspasar la experiencia del sepulcro vacío. Sin embargo, para Dios hay otros muchos caminos. El resucitado mismo se les hace el encontradizo y se muestra en buena forma y con buenos reflejos para deshacer sus miedos y reilusionarlos.

Él está vivo y la incipiente iglesia vive de una experiencia del resucitado comunitaria, a la vez que personal y significativa, que se abre espacio entre la incredulidad y el miedo de los que siempre han estado allí, pero también de los que se han marchado descorazonados y vuelven convencidos porque alguien, a la par que los ojos, les “ha abierto las Escrituras” y les ha “hecho arder su corazón”. Estos regresan para que también otros ojos se abran a la fantasía de un Dios que caldea nuestra fe en la fraternidad forjada alrededor de un pan roto y compartido. Ojalá los cuerpos rotos y marginados sembrados por los caminos de nuestra historia abran nuestros sentidos, nos quemen por dentro y movilicen la creatividad de una iglesia samaritana que, como su Dios, se queda cuando llega la noche.

Marta García Fernández

Fuente Fe Adulta

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“Sin Jesús no es posible”. 3 Pascua – C (Juan 21,1-19)

Domingo, 10 de abril de 2016
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3-PASCUA-600x584El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos junto al lago de Galilea está descrito con clara intención catequética. En el relato subyace el simbolismo central de la pesca en medio de mar. Su mensaje no puede ser más actual para los cristianos: solo la presencia de Jesús resucitado puede dar eficacia al trabajo evangelizador de sus discípulos.

El relato nos describe, en primer lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la oscuridad de la noche. Todo comienza con una decisión de Simón Pedro: «Me voy a pescar». Los demás discípulos se adhieren a él: «También nosotros nos vamos contigo». Están de nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan escuchando su llamada, sino siguiendo la iniciativa de Simón Pedro.

El narrador deja claro que este trabajo se realiza de noche y resulta infructuoso: «aquella noche no cogieron nada». La «noche» significa en el lenguaje del evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.

Con la llegada del amanecer, se hace presente Jesús. Desde la orilla, se comunica con los suyos por medio de su Palabra. Los discípulos no saben que es Jesús, solo lo reconocerán cuando, siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una captura sorprendente. Aquello solo se puede deber a Jesús, el Profeta que un día los llamó a ser «pescadores de hombres».

La situación de no pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen. Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda clase de tareas: siempre los mismos y los mismos para todo. ¿Hemos de seguir intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio, o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en nuestro trabajo?

Para difundir la Buena Noticia de Jesús y colaborar eficazmente en su proyecto, lo más importante no es «hacer muchas cosas», sino cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos.

No podemos quedarnos en la «epidermis de la fe». Son momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Llenamos nuestras comunidades de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo es que, entre nosotros, se escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la más importante es la que nos congrega cada domingo para celebrar la Cena del Señor. Solo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.

José Antonio Pagola

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“Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”. Domingo 10 de abril de 2016. 3er Domingo de Pascua

Domingo, 10 de abril de 2016
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28-pascuaC3 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 5, 27b-32. 40b-41: Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.
Salmo responsorial: 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Apocalipsis 5, 11-14: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza.
Juan 21, 1-19: Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado

En el pasaje de Hechos, los apóstoles son llamados a rendir indagatoria ante el Sanedrín, o Junta Suprema de los judíos. Conviene reflexionar sobre lo que implica concretamente la fe en la resurrección de Jesús; esto es, el testimonio de que él continúa vivo y actuando no ya físicamente, sino a través de la comunidad que ha asumido con el coraje y la valentía de su Maestro el proyecto del Reino. La Resurrección carece de pruebas históricas, y el creyente no las necesita. La prueba más segura y contundente nos la da, precisamente, la comunidad misma de creyentes que se fue formando alrededor de la fe en la Resurrección y que da testimonio de ella a través de una experiencia vital que ha evolucionado desde una total ignorancia e incapacidad para comprender a Jesús, hasta un cambio tan radical que ya nadie teme dar testimonio de que Jesús está vivo y que su proyecto sigue adelante. Con una valentía increíble, aquellos que habían huido abandonando al Maestro en su prendimiento, recalcan ahora que seguirán predicando porque “hay que obedecer a Dios antes que a los humanos”. Esta situación se repetirá innumerables veces en la historia de la Iglesia, cuando la autenticidad del mensaje entre en conflicto con los intereses que se le oponen.

En el evangelio Jesús se presenta a los apóstoles junto al lago Tiberíades, en medio de la vida ordinaria a la que ellos estaban acostumbrados. Habían dejado de ser los pescadores de personas a que los había llamado Jesús, y tras el supuesto fracaso del Maestro habían vuelto a su oficio de siempre. Allí se les presenta Jesús y aprovecha lo que les es familiar. Y allí Dios les manifiesta su poder y su gloria, a través del símbolo de la pesca y de la comida.

El Resucitado los invita a tirar la red, que recogerá una pesca milagrosa; una red que es símbolo de la Iglesia y de la pesca multitudinaria que harían los seguidores de Jesús después de este encuentro, cuando vuelvan a tomar el rumbo que habían perdido.

El discípulo a quien el Señor más amaba le reconoce en el milagro de la abundancia de peces, y Pedro se siente nada delante de aquel que le encomendó una tarea especifica que dejó de cumplir.

El capítulo 21 del cuarto evangelio fue agregado posteriormente. Es claro que Jn 20,30-31 era la conclusión original. Y es interesante que el capítulo 21 esté centrado en la figura de Pedro. En todo el evangelio los grandes protagonistas habían sido “el discípulo amado”, los discípulos en general y especialmente las discípulas, y entre ellas la madre de Jesús y María Magdalena. La figura de Pedro tiene relieve secundario; más aun, aparece siempre contrapuesta y subordinada a la del “discípulo amado”. Para Juan lo más importante es ser discípulo/discípula. Ahora, en el capítulo 21, se afirma a Pedro como pastor a partir de la inquietante pregunta triple de Jesús resucitado: “Simón, ¿me amas?… Apacienta mis ovejas”. Pedro es reconocido como pastor porque ahora cumple la condición de buen discípulo. Durante la Pasión negó tres veces ser discípulo de Jesús. Ahora el Señor le pide una triple confesión de su sincero amor como discípulo.

Antes que jerárquica, la Iglesia es una comunidad de discípulos. En la tradición de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) es una iglesia fundada y dirigida por los 12 apóstoles, llamados también comúnmente los 12 discípulos. El capítulo 21 de Juan expresa la armonización de la dos tradiciones: Pedro es reconocido como pastor, pero bajo la condición de que acepte su definición fundamental como discípulo. Una vez reconocido como pastor, Jesús le anuncia la clase de muerte con la que glorificaría a Dios: su crucifixión en Roma. Después el Señor le reiterará su consigna favorita: “sígueme”, es decir, lo urge formalmente a ser su discípulo. Leer más…

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Dom 10.4.16. Barca de Pedro: Discípulo Amado, Amante Maestro

Domingo, 10 de abril de 2016
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la-familia-en-la-bibliaDom 3 Pascua. Ciclo C. Mañana, 8.4.16, se publica la exhortación apostólica post-sinodal Amoris laetitia (La alegría del amor), sobre el tema de la familia en la humanidad y la iglesia.

Como sabrán mis lectores, he venido acompañando los trabajos de preparación de ese documento desde hace más de dos años (con ocasión de los dos sínodos sobre la familia), dedicándole el libro que aparece en la primera imagen.

En ese contexto, sobre un tema que he estudiado en este blog en numerosas ocasiones, recibe todo su sentido el evangelio de este Segundo Domingo de Pascua, que se ocupa, de un modo sorprendente del Discípulo Amado, que convierte a Jesús en Maestro Amante, en la barca de Pedro.

Éste es, además, un tema al que he querido dedicar la parte central de mi libro sobre la misericordia (imagen 2), entendida de un modo eclesial y social, familiar y universal, en clave de amor intimista (discípulo amado) y de justicia social, en la línea de las grandes obras de “humanidad” que ha puesto de relieve Mt 25, 31-46.

Entendido así, en ese doble trasfondo, el evangelio de este domingo: Jn 21, nos sitúa ante uno de los pasajes más sorprendentes y luminosos no sólo del Evangelio, sino de la literature universal.

entrañable-diosLo he comentado más de cinco veces a lo largo de la historia de este blog. Hoy me animo a rehacerlo y presentarlo de nuevo, en este tiempo (en este mundo) necesitado de amor, donde palabras como Amante y Amado aparece prostituídas con frecuencia, no solo en la sociedad, sino en la misma Iglesia.

Conforme a este evangelio, Pedro ha recibido una autoridad de amor y debe ejercerla siguiendo a Jesús y cuidando a las ovejas, pero no puede imponerse sobre el Discípulo amado, ni fiscalizarle, sino que debe hacerse él también discípulo amigo del amigo Jesús.

Contra la patología de un pastor (jerarca) que quiere tener la exclusiva y vigila a los demás, eleva nuestro texto el buen recuerdo del Pedro ya muerto, que abrió en su Iglesia un espacio para el Discípulo amado, y eleva también el buen recuerdo de aquel Discípulo amado que supo mantenerse al lado de Pedro.

Éste es el evangelio de Jesús Amante, y de Pedro y de Juan… y de todos los cristianos, que han de subir a la barca de pascua como amigos, para echar de nuevo las redes en la noche, para echarse al agua, al encuentro de Jesús y sus amigos (de todos los seres humanos), en una playa que, un día como hoy (7.4.16), puede ser la de Lesbos, famosa en otro tiempo por un tipo de amor que se decía cultivar en aquellas tierras.

Buen fin de semana a todos.

Texto: Juan 21, 1-19. En el barco del amor

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: “Me voy a pescar.” Ellos contestan: “Vamos también nosotros contigo.”

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”. Ellos contestaron: “No.” Él les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.”

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: “Es el Señor.” Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: “Traed de los peces que acabáis de coger.” Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.Jesús les dice: “Vamos, almorzad.”

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis corderos.” Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Él le dice: “Pastorea mis ovejas.” Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.” Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”

Discípulo Amado, Maestro Amante

Hacia el año 100-110 d.C, animada por un enigmático Discípulo Amado de Jesús, una comunidad cristiana de origen judío, que había empezado a desarrollarse en Jerusalén y después (quizá tras la guerra del 67-70 d. C.) en el entorno de Siria-Transjordania o Asia Menor, se integró en la Gran Iglesia. Sus componentes trajeron consigo un evangelio (Juan, Jn) donde, junto al Discípulo amado, se recuerda a Pedro, los dos relacionados entre sí y con Jesús.

No sabemos quién era ese Discípulo. Todo nos permite suponer que el Evangelio de Juan ha mantenido su identidad (real o simbólica) en la sombra, para que todos puedan identificarse con ella, presentándole sin más como el Discípulo que se reclinó y que apoyó su rostro sobre el pecho de Jesús, en la última cena, en gesto de hondo simbolismo, que implica intimidad (cf. 13, 23), en relación don Pedro y Judas (Jn 13, 21-27). En el contexto simbólico de la última cena (Jn 13-17 tiempo de revelación de amor), éste personaje es signo de aquellos que para seguir a Jesús y comprenderle han de hacerse amigos suyos (cf. Jn 15, 15: No os llamo siervos, sino amigos, pues os he dicho todo lo que me ha dicho el Padre.

En un sentido, el relato que sigue parece indicar que ese Discípulo amado, que acompaña a Pedro es un hombre real, de cierta importancia, porque aparece como amigo (conocido) del Sumo Sacerdote (cf. Jn 18, 15-16), un tema que plantea uno de los grandes enigmas del evangelio de Juan. Probablemente, el cuarto evangelio ha querido presentar al Discípulo Amado como alguien que se encuentra cerca de la élite sacerdotal, como judío importante que se ha hecho amigo de Jesús.

Sea como fuere, este evangelio sigue diciendo que el Discípulo Amado se ha mantenido firme, para aprender la lección bajo la cruz, donde no está Pedro, en una iglesia que acoge a la Madre de Jesús, representando así la unidad del Antiguo y Nuevo Testamento, de Israel y la Iglesia (Jn 19, 26-27).

El Discípulo amado y Pedro siguen juntos tras la muerte de Jesús y, por indicación de María Magdalena, corren al sepulcro vacío, donde ven el sudario y las vendas, cuidadosamente dobladas, que bastan para que el Discípulo amado entienda y crea, a diferencia de Pedro, que ha de iniciar un camino de amor, para hacerse verdadero discípulo de Jesús, como ratifica Jn 21, donde se conserva probablemente el recuerdo de un pacto institucional entre la Iglesia del Discípulo Amado y la Gran Iglesia (representada por Pedro).

De manera muy significativa, este capítulo (Jn 21) resitúa a los dos personajes, en clave de amor.

— El relato comienza con Simón Pedro, que afirma: voy a Pescar. Sin este principio (es decir, sin la decisión misionera de Pedro) no hubiera existido esta iglesia, como indican otros testimonios del NT (Mt, Lc-Hech…). Se le juntan varios discípulos, hasta siete: Pedro, Tomás, Natanael, dos zebedeos (Santiago y Juan) y dos cuyo nombre no se cita (Jn 21, 2). Uno (¿un zebedeo, alguien desconocido?) es el Discípulo Amado. Leer más…

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El misterio de la fe: seguridad sin evidencia. Domingo 3º de Pascua. Ciclo C.

Domingo, 10 de abril de 2016
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pedro-me-amas1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El Papa no es un cantante de rock

El domingo pasado escuché por televisión las palabras del papa Francisco. Me gustaron mucho. Pero antes tuve (tuvimos) que soportar el histerismo de unas quinceañeras de lengua española que lo aclamaban como si fuera un artista. El evangelio de hoy ofrece una imagen muy distinta de Pedro y de su misión.

Pedro, un líder con poca vista, impetuoso y activo

El cuarto evangelio tuvo dos ediciones. La primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se añadió un nuevo relato, el que leemos hoy. El hecho de que se añadiese a un evangelio ya terminado significa que su autor le daba especial importancia.

El comienzo es muy interesante. Según el cuarto evangelio, cuando Jesús se aparece a los discípulos al atardecer del primer día de la semana, les dice: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Pero ellos no deben tener muy claro a dónde los envía ni cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su oficio de pescadores; en todo caso, resulta interesante que Natanael, el de Caná, no se dirige a su pueblo; se queda con los otros. Pero no son once, solo siete. Pedro propone ir a pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos le siguen, se embarcan… y no pescan nada.

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice:

Me voy a pescar.

Ellos contestan:

Vamos también nosotros contigo.

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.

Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:

Muchachos, ¿tenéis pescado?

Ellos contestaron:

No.

Él les dice:

Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.

Algunos comentaristas han destacado las curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos una de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos, también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré pescadores del hombres”.

El relato de lo que sigue es tan escueto que parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que falta.

Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:

Es el Señor.

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:

Traed de los peces que acabáis de coger.

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

El contraste más marcado es entre el discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro. El primero reconoce de inmediato a Jesús, pero se queda en la barca con los demás. Pedro, al que no se le pasado por la cabeza que se trate de Jesús, se lanza de inmediato al agua… pero no sabemos qué hace cuando llega a la orilla. Tampoco Jesús le dirige la palabra. Espera a que lleguen todos para decir que traigan los peces, y de nuevo es Pedro el que sube a la barca y arrastra la red hasta la orilla. Hay dos formas de protagonismo en este relato: el de la intuición y la fe, representado por el discípulo al que quería Jesús, y el de la acción impetuosa representado por Pedro.

[La cantidad de 153 peces se ha prestado a numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse.]

El misterio de la fe: seguridad sin certeza

Jesús les dice:

Vamos, almorzad.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

La mayor sorpresa para el lector, y uno de los mensaje más importantes del relato, son las palabras: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque su aspecto es totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre Lucas y Juan. Los dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a primera vista: María Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de Emaús hablan largo rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento que es un fantasma.

Frente a la apologética barata que nos enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan demostrable como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más profundos y honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar.

Pedro de nuevo: humildad y misión

Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:

Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

Él le contestó:

Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice:

Apacienta mis corderos.

Por segunda vez le pregunta:

Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Él le contesta:

Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Él le dice:

Pastorea mis ovejas.

Por tercera vez le pregunta:

Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:

Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice:

Apacienta mis ovejas.

Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.

Dicho esto, añadió:

– Sígueme.

La última parte, que se puede suprimir en la liturgia, vuelve a centrarse en Pedro. Va a recibir la imponente misión de sustituir a Jesús, de apacentar su rebaño. Hoy día, cuando se va a nombrar a un obispo, Roma pide un informe muy detallado sobre sus opiniones políticas, lo que piensa del aborto, del matrimonio homosexual, el sacerdocio de la mujer… Jesús también examina a Pedro. Pero solo de su amor. Tres veces lo ha negado, tres veces deberá responder con una triple confesión, culminando en esas palabras que todos podemos aplicarnos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. A pesar de las traiciones y debilidades.

Y Jesús le repite por tres veces la nueva misión: “pastorea mis ovejas”. Cuando escuchamos esta frase pensamos de inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “mis ovejas”. La imagen del pueblo como un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese rebaño es “de Dios”. Cuando Jesús habla de “mis ovejas” está atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los que tanto habla el cuarto evangelio.

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III Domingo de Pascua. 9 abril, 2016

Domingo, 10 de abril de 2016
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Pascua16

*

“Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Se manifestó de esta manera…”
(Jn 21, 1)

“Manifestarse” es la manera de hacerse presente ante nosotros algo que ya estaba ahí, pero que hasta ahora estaba como velado para nosotros. El verbo griego phainesthai, que aparece en el texto, significa precisamente eso: “quitarse el velo”. Así pues, se nos va a narrar “de qué manera” se desveló, se manifestó el Resucitado a sus discípulos. Y lo que se nos pinta es una escena, una situación. Podemos entrar en ella como en un cuadro, permitir que cada detalle nos envuelva y nos hable… y abrirnos a descubrir que el cuadro en el que hemos entrado es, quizá, nuestra propia vida.

Pincelada 1: Los discípulos “estaban juntos”. Sin más. Quizá envueltos en el desconsuelo, en el vacío de ese espacio tantas veces compartido con Jesús.

Pincelada 2: “Pedro dice: voy a pescar. En medio de este vacío, me vuelvo a mi faena cotidiana. Quizá sin ganas, quizá sin sentido… pero voy.

Pincelada 3: “Le contestan ellos: también nosotros vamos contigo”. Parece que Lo importante sigue siendo “estar juntos”

Pincelada 4: “Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. El vacío, el desconsuelo que podíamos intuir en el ánimo del grupo se muestra ahora en toda su crudeza. Vacío de resultados, vacío de logros. Una larga noche de vacío.

Pincelada 5: “Cuando ya amaneció, Jesús estaba en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Jesús”. El amanecer es la Hora de la resurrección. Jesús ya está presente… pero aún no lo hemos descubierto.

Pincelada 6: “Les dice Jesús: Muchachos, ¿no tenéis pescado? Le contestaron: no”. Seguimos cargando con nuestro vacío. Resuenan aquí los ecos de otros vacíos que, al ser reconocidos, pudieron ser colmados por Jesús: El “No tienen vino” de María en las bodas de Caná… El “No tenemos más que cinco panes y dos peces” antes de la multiplicación de los panes… Con su pregunta, Jesús nos “obliga” a mirar de frente nuestra verdad: a reconocer que “no tenemos nada”.

Pincelada 7: Y entonces, ante este vacío que reconocemos -¡y aún no sabemos que lo estamos haciendo ante Jesús!-, se desborda su Gracia y su Presencia: la sobreabundancia de peces es simultánea al reconocimiento de Juan: “Es el Señor”.

“Oh Cristo Resucitado,
tú estás presente en cada pincelada de nuestra vida.
Te muestras cada vez que reconocemos nuestra verdad.
Nos esperas en el fondo de nuestra pobreza
y nos desbordas con la sobreabundancia de tu amor.”

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“Creer por experiencia propia”. 3 Pascua – B (Lucas 24,35-48)

Domingo, 19 de abril de 2015
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821287No es fácil creer en Jesús resucitado. En última instancia es algo que solo puede ser captado y comprendido desde la fe que el mismo Jesús despierta en nosotros. Si no experimentamos nunca «por dentro» la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección.

Algo de esto nos viene a decir Lucas al describirnos el encuentro de Jesús resucitado con el grupo de discípulos. Entre ellos hay de todo. Dos discípulos están contando cómo lo han reconocido al cenar con él en Emaús. Pedro dice que se le ha aparecido. La mayoría no ha tenido todavía ninguna experiencia. No saben qué pensar.

Entonces «Jesús se presenta en medio de ellos y les dice: “Paz a vosotros”». Lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder intuir, también hoy, su presencia en medio de nosotros, y hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos tiempos nada fáciles para la fe.

El relato de Lucas es muy realista. La presencia de Jesús no transforma de manera mágica a los discípulos. Algunos se asustan y «creen que están viendo un fantasma». En el interior de otros «surgen dudas» de todo tipo. Hay quienes «no lo acaban de creer por la alegría». Otros siguen «atónitos».

Así sucede también hoy. La fe en Cristo resucitado no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi solo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande?

Según el relato, Jesús se queda, come entre ellos, y se dedica a «abrirles el entendimiento» para que puedan comprender lo que ha sucedido. Quiere que se conviertan en «testigos», que puedan hablar desde su experiencia, y predicar no de cualquier manera, sino «en su nombre».

Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que, a veces, puede durar años. Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas.

José Antonio Pagola

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“Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día”. Domingo 19 de abril de 2015 Domingo tercero de Pascua

Domingo, 19 de abril de 2015
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29-PascuaB3 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.
Salmo responsorial: 4: Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor.
1Juan 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y también por los del mundo entero:
Lucas 24,35-48: Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.

En la lectura de los Hechos encontramos de nuevo a Pedro, que se dirige a todo Israel y lo sigue siendo invitado a la conversión. Pedro tranquiliza a sus oyentes haciéndoles ver que todo ha sido fruto de la ignorancia, pero al mismo tiempo invita a acoger al Resucitado como al último y definitivo don otorgado por Dios. La muerte de Jesús se convierte para el creyente en sacrificio expiatorio. No hay asomo de resentimiento ni de venganza, sino invitación al arrepentimiento para recibir la plenitud del amor y de la misericordia del Padre, que se concreta en la confianza y en la seguridad de haber recuperado aquella filiación rota por la desobediencia.

El creyente, expuesto a las tentaciones, rupturas y caídas no tiene por qué sentirse condenado eternamente al fracaso o a la separación de Dios. San Juan nos da hoy en su Primera Carta el anuncio gozoso del perdón y de la reconciliación consigo mismo y con Dios. El cristiano está invitado por vocación a vivir la santidad; sin embargo, las infidelidades a esta vocación no son motivo de rechazo definitivo por parte de Dios, más bien son motivo de su amor y su misericordia, al tiempo que son un motivo esperanzador para el cristiano, para mantener una actitud de sincera conversión.

En el evangelio nos encontramos una vez más con una escena pospascual que ya nos es común: los Apóstoles reunidos comentado los sucesos de los últimos días. Recordemos que en esta reunión que nos menciona hoy san Lucas, están también los discípulos de Emaús que habían regresado a Jerusalén luego de haber reconocido a Jesús en el peregrino que los ilustraba y que luego compartió con ellos el pan.

En este ambiente de reunión se presenta Jesús y, a pesar de que estaban hablando de él, se asustan y hasta llegan a sentir miedo. Los eventos de la Pasión no han podido ser asimilados suficientemente por los seguidores de Jesús. Todavía no logran establecer la relación entre el Jesús con quien ellos convivieron y el Jesús glorioso, y no logran tampoco abrir su conciencia a la misión que les espera. Digamos entonces que “hablar de Jesús”, implica algo más que el simple recuerdo del personaje histórico. De muchos personajes ilustres se habla y se seguirá hablando, incluido el mismo Jesús; sin embargo, ya desde estos primeros días pospascuales, va quedando definido que Jesús no es un tema para una tertulia intranscendente.

Me parece que este dato que nos cuenta Lucas sobre la confusión y la turbación de los discípulos no es del todo fortuito. Los discípulos creen que se trata de un fantasma; su reacción externa es tal que el mismo Jesús se asombra y corrige: “¿por qué se turban… por qué suben esos pensamientos a sus corazones?”.

Aclarar la imagen de Jesús es una exigencia para el discípulo de todos los tiempos, para la misma Iglesia y para cada uno de nosotros hoy. Ciertamente en nuestro contexto actual hay tantas y tan diversas imágenes de Jesús, que no deja de estar siempre latente el riesgo de confundirlo con un fantasma. Los discípulos que nos describe hoy Lucas sólo tenían en su mente la imagen del Jesús con quien hasta un poco antes habían compartido, es verdad que tenían diversas expectativas sobre él y por eso él los tiene que seguir instruyendo; pero no tantas ni tan completamente confusas como las que la “sociedad de consumo religioso” de hoy nos está presentando cada vez con mayor intensidad. He ahí el desafío para el evangelizador de hoy: clarificar su propia imagen de Jesús a fuerza de dejarse penetrar cada vez más por su palabra; por otra parte está el compromiso de ayudar a los hermanos a aclarar esas imágenes de Jesús.

Es un hecho, entonces, que aún después de resucitado, Jesús tiene que continuar con sus discípulos su proceso pedagógico y formativo. Ahora el Maestro tiene que instruir a sus discípulos sobre el impacto o el efecto que sobre ellos también ejerce la Resurrección. El evento, pues, de la Resurrección no afecta sólo a Jesús. Poco a poco los discípulos tendrán que asumir que a ellos les toca ser testigos de esta obra del Padre, pero a partir de la transformación de su propia existencia.

Las expectativas mesiánicas de los Apóstoles reducidas sólo al ámbito nacional, militar y político, siempre con característica triunfalistas, tienen que desaparecer de la mentalidad del grupo. No será fácil para estos rudos hombres re-hacer sus esquemas mentales, “sospechar” de la validez aparentemente incuestionable de todo el legado de esperanzas e ilusiones de su pueblo. Con todo, no queda otro camino. El evento de la resurrección es antes que nada el evento de la renovación, comenzando por las convicciones personales. Este pasaje debe ser leído a la luz de la primera parte: la experiencia de los discípulos de Emaús.

Las instrucciones de Jesús basadas en la Escritura infunden confianza en el grupo; no se trata de un invento o de una interpretación caprichosa. Se trata de confirmar el cumplimiento de las promesas de Dios, pero al estilo de Dios, no al estilo de los humanos.

De alguna forma conviene insistir que el evento de la resurrección no afecta sólo al Resucitado, afecta también al discípulo en la medida en que éste se deja transformar para ponerse en el camino de la misión. Nuestras comunidades cristianas están convencidas de la resurrección, sin embargo, nuestras actitudes prácticas todavía no logran ser permeadas por ese acontecimiento. Nuestras mismas celebraciones tienen como eje y centro este misterio, pero tal vez nos falta que en ellas sea renovado y actualizado efectivamente.

Queremos llamar la atención sobre el necesario cuidado al tratar el tema de las apariciones del Resucitado, y su conversar con los discípulos y comer con ellos… No podemos responsablemente tratar ese tema hoy como si estuviéramos en el siglo pasado o antepasado… Hoy sabemos que todos estos detalles no pueden ser tomados a la letra, y no es correcto teológicamente, ni responsable pastoralmente, construir toda una elaboración teológica, espiritual o exhortativa sobre esos datos, como si nada pasara, igual que si pudiéramos dar por descontado que se tratase de daos empíricos rigurosamente históricos, sin aludir siquiera a la interpretación que de ellos hay que hacer… Puede resultar muy cómodo no entrar en ese aspecto, y el hacerlo probablemente no suscitará ninguna inquietud a los oyentes, pero ciertamente no es el mejor servicio que se puede hacer para el para el pueblo de Dios…

Permítasenos transcribir sólo un párrafo del libro «Repensar la resurrección» (Trotta, Madrid 2003, cuyo resumen puede leerse o recogerse en la Revista Electrónica Latinoamericana de Teología, http://servicioskoinonia.org/relat/321.htm):

«Si antes influía sobre todo la caída del fundamentalismo, ahora es el cambio cultural el que se deja sentir como prioritario. Cambio en la visión del mundo, que, desdivinizado, desmitificado y reconocido en el funcionamiento autónomo de sus leyes, obliga a una re-lectura de los datos. Piénsese de nuevo en el ejemplo de la Ascensión: tomada a la letra, hoy resulta simplemente absurda. En este sentido, resulta hoy de suma importancia tomar en serio el carácter trascendente de la resurrección, que es incompatible, al revés de lo que hasta hace poco se pensaba con toda naturalidad, con datos o escenas sólo propios de una experiencia de tipo empírico: tocar con el dedo al Resucitado, verle venir sobre las nubes del cielo o imaginarle comiendo, son pinturas de innegable corte mitológico, que nos resultan sencillamente impensables».

Invitamos a leer el texto completo (o, mejor aún, el libro entero). Leer más…

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Dom 19.4.15 (Pascua 5). Jesús resucitado: Un “fantasma histórico” recorre…

Domingo, 19 de abril de 2015
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viacrucislatinoamericano_15_smallDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 3 pascua. Retomo el “itinerario de pascua”, aparcado hace unos días en mi blog, con el evangelio del Dom 3 de Pascua (Lc 24, 35-49) parecido al de Jn 20, 19-21 (domingo anterior, escena de Tomás)resaltando sus seis rasgos más significativos, para comentarlos luego. Hablo de Jesús como “fantasma histórico”, en muy hondo sentido real (no literalista), distinto de aquel famoso “fantasma” que empezó a recorrer Europa el año 1843,

1. Jesús se aparece a muchos, no a unos pocos (dos o tres mujeres, Magdalena, Pedro, los 12…), como lo hacía en Jn 20, 19-31, revelándose así a la iglesia entera, en la que estamos incluidos nosotros, con los once (doce sin Judas), y con todos los restantes compañeros y compañeras, y los tres de Emáus(cf. Lc 24, 9-34). También a nosotros se nos muestra hoy, si ensanchamos el corazón y abrimos los oídos, los ojos, con las manos, de manera que no podemos decir ya que “aquellos vieron y nosotros no”, sino que todos nosotros podemos ver y sentir con el corazón como ellos.

2. Jesús se aparece de forma “histórica”, pero no en sentido historicista (físico), como parecen haber dicho desmañadamente algunos obispos hispanos en declaraciones discutidas de días pasados. No queremos discutir con ellos, pero nos sentimos obligados a ofrecer una respuesta más ajustada a los textos bíblicos y a la visión del evantelio. Nos hallamos ante una “historia nueva”, ante el comienzo y sentido de una experiencia distinta de presencia personal, que sólo con fe puede comprenderse (aceptarse), ante una realidad más honda, una “música” más alta de vida.

3. Ésta “aparición” pascual no se impone por la fuerza (de forma “tumbativa”), de manera que podemos y debemos afirmar (si no creemos y acogemos) que ese Jesús pascual es un “fantasma”, como empezaron diciendo los reunidos del principio: “¡creían ver un fantasma!”. ¡Evidentemente, eso creían! En un plano, Jesús resucitado forma parte de un tipo de “imaginación” sagrada, y así muchos han podido seguir dudando de la realidad de su presencia. Pero es un fantasma poderoso que recorre el mundo, abriendo para aquellos que escuchan su voz una dimensión de vida más real, más “histórica”, más alta.

4. Ese “fantasma” de Pascua nos introduce en la “herida de la historia”, en las llagas de los “crucificados”, que son signo de Dios (¡ver a Dios en los oprimidos y asesinados!), para hacernos de esa forma solidarios con la “carne” más sangrante de la historia humana. Es un fantasma que nos introduce en la realidad más concreta, llevándonos a compartir el alimento, de manera que sólo aprendiendo a comer en solidaridad podemos “comprender” su realidad. Por eso, Jesús sigue diciendo: ¿Qué tenéis de comer? Allí donde damos de comer y compartimos el alimento (aquí unos peces) sabemos que es él, que “está en persona” (ésta es la traducción exacta del texto litúrgico). Es él, Jesús, el que se muestra en vida, el que sustenta y pone en marcha nuestra nueva historia.

5. Éste es un fantasma anunciado: ¿no era esto lo que os dije cuando estaba con vosotros, no era esto lo que dice la Escritura? Ciertamente, la pascua de Jesús sigue siendo una “sorpresa”, la gran novedad de la historia de los hombres. Peo, al mismo tiempo, este “fantasma histórico” (pascual) viene a revelarse y presentarse como la más honda y verdadera de todas las verdades y presencia de la vida humana. Este Jesús presente tras su muerte nos permite interpretar la historia y conocer su densidad (su realidad), no a partir de los vencedores, sino de los crucificados y excluidos. Éste es la lección suprema de la pascua: Por ella podemos entender, interpretar la historia, comprender el sentido de la vida de los hombres (y condenar toda la injusticia…).

6. La pascua se traduce finalmente en forma de perdón y reconciliación universal, algo que es contrario a toda pura fantasía. “Y en su nombre se proclamará la conversión y el perdón…”. Esto es lo que dice Jesús a todos los discípulos, no sólo a los Doce. Esto es lo que nos dice la pascua…, que no es una verdad para aceptar sin más, ni una “historia pasada”, sino una verdad para cumplir y una historia para realizar (para actualizar). La pascua de Jesús no se encuentra atrás (no se cierra en el pasado), sino que nos hace avanzar y crear, siendo así “pascua viviente”, resurrección para los hombres, creando historia de evangelio.

Buen domingo a todos, con el deseo de que acojáis al “fantasma realísimo” de Jesús resucitado.

imagesLucas 24,35-48.

En aquel tiempo, contaban los discípulos (venidos de Emaús) lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: “Paz a vosotros.” Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma.

Él les dijo: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.” Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: “¿Tenéis ahí algo de comer?”

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: “Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.”

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.”

Comentario

Ésta es la aparición fundante de Jesús en Lc 24, 36-49. Sabemos que en el fondo siguen estando los Doce discípulos del grupo de Jesús, convocados a manera de signo del nuevo Israel escatológico. Pero el grupo en cuanto tal se ha roto (no son ya Doce) y se ha expandido (hay mujeres, parientes etc.). Ahora están reunidos todos los discípulos del principio, el conjunto de la Iglesia primitiva.

Según eso, Jesús no se aparece ya a los Doce, como representantes del nuevo Israel, ni simplemente a Magdalena o Pedro (como sabe y dice el texto anterior: ¡Ha resucitado el Señor de verdad, y se ha aparecido a Simón! Lc 24, 34), sino a la iglesia entera. Esta es la fiesta de todos los cristianos, día de gozo que funda todo el transcurso de la historia de la iglesia. Leer más…

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Perdón, resurrección y misión. Domingo 3º de Pascua. Ciclo B

Domingo, 19 de abril de 2015
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20._jesus_appears_at_emmaus-lowresDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El perdón

            Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de Jesús. La primera termina: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.” La segunda comienza: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo.” En el evangelio, Jesús afirma que “en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”.

Gente con muy poco conocimiento de la cultura antigua suele decir que la conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeo-cristiana para amargarle la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes, en Babilonia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados gracias a la muerte de Jesús.

La resurrección y sus pruebas

            El evangelio de este domingo concede especial importancia al tema de la resurrección. Imaginemos la situación de los primeros misioneros cristianos. ¿Cómo convencer a la gente para que crea en una persona condenada a la muerte más vergonzosa por las autoridades, religiosas, intelectuales y políticas? Necesitaban estar muy convencidos de que su muerte no había sido un fracaso, de que Jesús seguía realmente vivo. Y la certeza de su resurrección la expresaban con los relatos de las apariciones. En ellas se advierte una evolución muy interesante:

  1. En el relato más antiguo, el de Marcos, Jesús no se aparece; es un ángel quien comunica a las mujeres que ha resucitado, y éstas huyen asustadas sin decir nada a nadie (Mc 16,1-8).
  1. En el relato posterior de Mateo, a la aparición del ángel sigue la del mismo Jesús; su resurrección es tan clara que las mujeres pueden abrazarle los pies (Mt 28,9-10).
  2. Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección (recuérdese que en Corinto había cristianos que la negaban), y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el pan. Pero sobre todo el episodio siguiente, el que leemos este domingo, insiste en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos.

En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice:

̶  Paz a vosotros.

Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo:

̶  ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

̶  ¿Tenéis ahí algo que comer?

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

  1. Juan parece matizar el enfoque de Lucas: Jesús ofrece a Tomás la posibilidad de meter el dedo en sus manos y en el costado. Pero ese tipo de prueba física no es el ideal. Lo ideal es “creer sin haber visto”, como el discípulo predilecto cuando acude con Pedro al sepulcro. En esta misma línea se mueve la aparición final junto al lago: cuando llegan a la orilla y encuentran ven las brasas preparadas y el pescado (Jesús no come) “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor”. Juan ha expresado de forma magistral la unión de incertidumbre y certeza. No hay pruebas de que sea Jesús, pero no les cabe duda de que lo es.
  1. La sección final del evangelio de Marcos, que se añadió más tarde, inspirándose en relatos conocidos, ofrece un punto de vista muy curioso. Las personas que hablan de la resurrección de Jesús no parecen las más dignas de crédito: de María Magdalena había expulsado siete demonios; los dos que dialogan con él por el camino dicen que se les apareció «con otro aspecto». Parece lógico que no les crean. Sin embargo, Jesús les reprocha su incredulidad.

He querido alargarme en estas diferencias entre los evangelistas porque a menudo se utilizan los relatos de las apariciones como armas arrojadizas contra los que tienen dudas. Dudas tuvieron todos y, de acuerdo con los distintos ambientes, se contó de manera distinta esa certeza de que Jesús había resucitado y de que se podía creer en él como el Salvador al que merecía la pena entregarle toda la vida.

La sección final de Lucas

            El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no para los lectores del evangelio, que debían hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas.

            Por eso, Lucas añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de ella, de los anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación.

Y les dijo:

̶  Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:

̶  Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.

La mejor prueba de la resurrección de Jesús

Las últimas palabras de Jesús anuncian el futuro: “En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.” La frase final: “vosotros sois testigos de esto” parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice la primera carta de Pedro, “lo amáis sin haberlo visto”. Esta es la mejor prueba de la resurrección de Jesús.

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“De incógnito, hacia Emaús”, por Juan Masiá, sj

Domingo, 19 de abril de 2015
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image_content_medium_325152_20130312145617Leído en el blog Vivir y Pensar en la Frontera:

Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída… Estando a la mesa, con Juana y Cleofás, Lucas y Myriam, tomó el pan, lo partió y se lo ofreció. Se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él, que viajaba de incógnito por sendas de resurrección, desapareció de su vista (Cf. Lc 24, 30-31).

Juana y Cleofás, Lucas y Myriam iban camino de Emaús aquel mismo día. Juana y Myriam, unos pasos por delante. Lucas y Cleofás, algo rezagados. A ritmo de marcha, ellas; cariacontecidos, ellos.

Dice Myriam exultante. “Alegrad esas caras, chicos, que el campo está precioso, almendros en flor y aroma de tomillo”. “Déjate de bobadas, en pleno duelo”, dice Lucas. “¿Cuántas veces habrá que repetirlo para que nos creáis?”, dice Juana y añade: “Él vive, nos aguarda en Galilea, lo aseguró el mensajero de lo alto”. “Así es, dice Myriam. Por tanto, en Emaús solo parada y fonda”. “Callad ilusas”, dicen ellos.

A la altura del cruce de los Almendrales un peregrino confluye con el grupo. Turbante calado, el velo protege su cara del polvo del camino. “Shalom, chicas. ¿La misma ruta? ”, saluda sonriente. “Hola, caminante. Nosotras, a Emaús, de paso para Galilea”, contestan a la par con voz alegre Myriam y Juana. “Yo tengo una cita en Galilea”. “Pues se te hará de noche. Más te vale hacer escala en Emaús”. “Es que no quiero hacerles esperar… ¿Y vosotros, chicos, al mismo sitio?” “Hmmm”, saludan de mala gana Cleofás y Lucas, sin ánimo de platicar. “Van con nosotras, aclara Juana, pero estos dos no tiran de su cuerpo”. “Anda, insiste Myriam, vamos todos juntos, y apretad el paso que la tarde está cayendo…”.

Marchan de cinco en fondo, Juana a la izquierda de Lucas, Cleofás en el centro, Myriam junto a él y, a su derecha, el Peregrino, que comenta: “Mirad qué hermosura de lirios en la colina”. Se le ha ladeado el velo al señalar al horizonte y su rostro descubierto cruza la mirada con Myriam, que susurra: “Ya decía yo que tu voz me sonaba, Rabboní”.  El Peregrino se lleva un dedo a la boca y sugiere a Myriam silencio significativo. Juana no consigue hacer hablar a Lucas y Cleofás. Les interpela el peregrino: “¿Por qué esas caras largas?”. Responden: “¿Eres el único que no sabe lo de anteayer en el Gólgota?”. “¿Qué?”. “Lo de Jesús, lo ejecutaron los de la casta que manda en el culto, la banca y los guardias… Nosotros esperábamos de él la liberación, pero…ya no hay nada que hacer, está enterrado”.

Entretanto, Mryam y el peregrino cruzan de nuevo miradas de complicidad. “¿No leéis las Escrituras?”, dice el peregrino. “Tenía que pasar lo de siempre, al inocente lo asesinan, pero Abba le da la razón y su Espíritu lo saca de muerte a vida: Éxodo, Tránsito y Pascua” .

Descansan bajo una higuera, Myriam saca pan de su alforja: “Peregrino, vas a necesitar esto para convencerlos”. El Peregrino mira al cielo y parte el pan. “¡Conque eras tú!”, exclama atónito Lucas. Pero en ese instante desapareció de su vista. De pie, pan en mano, solo están ante ellos Myriam, que es la que partía pan, y Juana, escanciando vino. Las dos unen sus voces a coro: “Abba, envía tu Espíritu que transforme y consagre la vida de quienes comparten estos frutos de la tierra y el trabajo de tantos hombres y mujeres”.

“¿En qué quedamos?”, dice Lucas desconcertado. “¿Era Él o sois vosotras?” Y Cleofás añade perplejo. “¿Ha sido un sueño, una ilusión?”.

“No, dice Myriam, necesitáis una homilía que lo explique. Quien nos ve a nosotras ejerciendo el ministerio ordenado, haciendo lo que Él hizo en memoria suya, le está viendo a Él. El Peregrino viajaba desde el principo con nosotros, pero de incógnito, con cuerpo de resurrección”.

“Pero… ¿Adónde se ha ido? ¿Por dónde vino?”. “Ni se va ni viene,en Oriente le llamaríanTathâgata , es decir, el Así-Siempre-Presente, como nos decía aquel oriental que nos mostró de pequeñas los secretos de la iluminación en el Sutra de la Flor del Loto. Se lo contamos a Jesús una tarde que merendábamos con él en Betania. Le gustó el nombre y nos dijo: El Espíritu sopla donde quiere. Dejaos llevar por él y os dará vida; vosotras estáis llamadas a repartir el pan de esa vida al mundo”.

Cleofás y Lucas, al fin, despiertan: “¿Cómo no nos dimos cuenta mientras comentaba las Escrituras?”. “Corramos a Jerusalén, a contarlo, dicen Myriam y Juana. Él vive, Él es El Que Vive. Esto ya no hay quien lo pare, el amor es más fuerte que la muerte.”

(Nota: Este relato de “ficción real”, de presencia real por medio de la ficción, está inspirado en el de Lucas 24, 13-35. Lucas compuso la escena de Emaús como resumen típico de una catequesis de la fe y de la vida de la comunidad que escucha y transmite la Palabra de Jesús, al que encuentra en el camino de la vida, en la proclamación de su Palabra y en el compartir eucarístico : compartir la vida, la palabra y la fe).

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