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Leyendo la narración de Emaús en la comunidad de Lucas.

Domingo, 26 de abril de 2020
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CLOFAS~1Cuando Cleofás terminó de narrar en la comunidad su encuentro con el Resucitado en el camino de Emaús, uno de los presentes dijo: “¡Dichosos vosotros, que comisteis y bebisteis con el Señor después de su Resurrección! No ha sido esa nuestra suerte,  sino que lo vamos conociendo de oídas y, aunque creemos en él, no es igual que haber visto su rostro y haber escuchado sus palabras…” Otros hermanos asintieron y todos nos quedamos en silencio.

Era inevitable que llegara aquél momento, y recordé palabras que decían proceder de Jesús en las que llamaba dichosos a los que creyeran en él a pesar de no haberle visto. Era una bienaventuranza difícil, como todas las suyas, que invitaba a los que no le conocimos personalmente a buscarle en el hoy de la comunidad, a contar cada día con su presencia y a seguir abiertos a su acción salvadora.

Me di cuenta de que estábamos en una situación grave y me decidí a preguntar:-“Dime, Andreas ¿de dónde venías antes de estar aquí esta noche?” -“Acabo de llegar de Magdala, adonde me enviasteis para conocer a unos galileos que quieren entrar en nuestro camino” -“¿Y tú, Ana?” -“Estuve llevando a Lidia, la viuda, la colecta que hicimos para ella y sus hijos”. Epafras, el presbítero, dijo: “Yo pasé la tarde releyendo en el Profeta Isaías el cuarto canto del Siervo para comentarlo el domingo en la fracción del Pan”.

Volví a tomar la palabra: “Os digo de verdad, hermanos, que cada uno de vosotros, ha tenido en el día de hoy un encuentro con el Señor Jesús: Estaba en esos galileos desconocidos a los que acogiste, Andreas. Estaba en las palabras de Isaías que tú leías, Epafras, y te hablaba en ellas. Y estaba en Lidia, la viuda con la que Ana y todos nosotros, compartimos los bienes.

Está aquí ahora, entre nosotros, que le recordamos al partir el Pan. ¿No veis que son las mismas formas de presencia que acabamos de escuchar a Cleofás? No, no fueron sus primeros discípulos más afortunados que nosotros porque él es el Viviente y se nos hace el encontradizo cada día lo mismo que a los de Emaús.

Han pasado muchos años pero aún recuerdo la alegría que vi en aquellos rostros y la luz que brilló en sus miradas: estaban experimentando, también ellos, el deslumbramiento de reconocer a Jesús y su corazón estaba en ascuas: el Espíritu les había desvelado el misterio del “hoy” y ahora tenían la convicción expectante de que en cada ser humano, en cada palabra de la Escritura en cada gesto de compartir fraterno, el Señor Resucitado, como a los de Emaús, les estaba saliendo al encuentro.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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El camino que vence a la tristeza

Domingo, 26 de abril de 2020
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compasion-en-guerra-coreaDomingo III de Pascua

26 abril 2020

Lc 24, 15-35

Parece claro que esta catequesis de Lucas responde a la que era, probablemente, la mayor inquietud de aquellos primeros discípulos: ¿cómo entender que Dios hubiera permitido la muerte violenta de Jesús?; ¿no sería esa una señal de que se trataba de un falso profeta? Si realmente era el “Hijo de Dios”, ¿no habría venido Dios en su ayuda? “Nosotros esperábamos…”, confiesan desde su decepción. Pues bien, a esa frustración y a todos esos interrogantes, la catequesis responde: “era necesario”, ya estaba anunciado en las Escrituras.

         Es sabido que esta lectura sería “elaborada” por la teología posterior, dando lugar a interpretaciones absolutamente deformadas de la muerte de Jesús y del significado de la cruz. Hasta el punto de que cruz y muerte se entenderían como la condición necesaria para que Dios pudiese perdonar el pecado de los “primeros padres”, mostrando la imagen de un Dios ofendido y vengativo que habría exigido “reparar” en Jesús, a través del dolor, la “ofensa” o pecado de Adán y Eva.

        Desde nuestra perspectiva, podemos ver que se trataba sencillamente de una interpretación “intencionada” -en cierto modo, se se entiende bien, “inventada”-, a la que recurrió la primera comunidad para explicarse el “escándalo” de la cruz. Pero el texto no se detiene aquí, sino que parece invitar a los creyentes el camino para encontrarse con el Resucitado: acoger a los desconocidos.

          Y aquí entramos ya en un principio de sabiduría universal: la humanidad se salva de la decepción gracias al encuentro con los demás. Al compartir el camino y acoger a las personas, notamos que nuestro corazón empieza a “arder” y vuelve la alegría. Porque la alegría –como la felicidad– no tiene un sujeto individual; solo es posible en la experiencia de comunión, cuando es compartida.

¿Vivo la acogida y la comunión como gozo?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Solamente el que pronunció la primera palabra creadora, tiene la última palabra de vida

Domingo, 26 de abril de 2020
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JESÚS - ROSTRO 170 - PEREGRINOS DE EMAÚSDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. una hermosa página del evangelio.

         El relato de los dos discípulos de Emaús (Lc 24,13-35)constituye una de las páginas más hermosas de la Biblia y del Evangelio de San Lucas.

         Podemos sentirnos identificados con los dos de Emaús, al fin y al cabo somos también caminantes, discípulos, que nos vamos del grupo, a veces desesperanzados, muchas veces discutiendo, etc…

         Bueno será que cada uno volvamos al texto y lo leamos, lo meditemos desde nuestra vida, y más en estos momentos que nos tocan vivir.

Vayan algunas consideraciones que, tal vez, puedan ayudarnos.

  1. v 15: Jesús en persona se acercó, iba con ellos.

         Aquellos dos discípulos se marchaban de la comunidad, del grupo e iban discutiendo por el camino de todo lo acontecido…

         Jesús se acerca e iba con ellos dice el texto original.

En el camino de la vida, Cristo -Dios- va siempre con nosotros. Aunque nosotros no le veamos o no le reconozcamos, como los dos de Emaús, Dios está siempre con nosotros; sobre todo en las situaciones personales, sociales, de enfermedad (pandemia) que son fuente de gran cansera y desesperanza. El Señor nos acompaña. Dios nos acompaña siempre, sobre todo cuanto mayor es nuestro fracaso o la dificultad de la vida. No estamos solos, en la vida siempre nos acompaña y nos queda Dios.

  1. v 14: Iban hablando y discutiendo.

         Aunque desilusionados, no habían perdido la memoria de Jesús. Por eso caminaban recordando, evocando, discutiendo y haciéndose preguntas sobre Jesús: lo que le habían escuchado, lo que le habían visto hacer, cómo la gente le quería, la persecución que sufrió sobre todo por parte del poder de los religiosos: fariseos, sacerdotes, etc. Recordarían sobre todo el trágico final de Jesús.

         También nosotros podemos estar cansados y apesadumbrados por el momento que nos toca vivir. Por eso hablamos y discutimos del virus que ha truncado muchos proyectos, ilusiones, que nos hace dudar de si y cómo “saldremos de esta”. Pero quizás “no nos hacemos preguntas”, no surgen las grandes cuestiones de la vida. Nos preguntamos -como mucho- ¿quién tiene la culpa de esto? ¿Por qué no nos dejan salir de casa? ¿Por qué el gobierno, las ideologías, etc…?

         Pero “no está permitido” que surjan las preguntas más hondas del ser humano broten: el sentido de la vida, la muerte como problema humano y no como mera estadística, la bondad de Dios… Ni la ciencia, ni la política, ni la economía tienen respuesta a las grandes cuestiones de la vida; por eso, “mejor no tocarlas”.

         Los creyentes, al menos, no perdamos la memoria, el recuerdo de Jesús.

  1. v 21: Nosotros esperábamos.

Los dos de Emaús se marchan frustrados de todo lo que había ocurrido con Jesús. El fracaso más absoluto. Esperaban que Jesús hubiera liberado a Israel, quizás esperaban algún cargo en el Reino que Jesús iba a instaurar, per todo ha terminado en una decepción espantosa.

         ¡También nosotros esperábamos tantas cosas de la vida!

         Hemos podido trabajar, esforzarnos, hemos tenido proyectos, pero se nos han derrumbado tantas ilusiones y se nos ha venido todo abajo.

         La frustración es una situación muy humana.

Pero incluso en los desengaños, Cristo permanece, sigue caminando y alentando la palabra, el diálogo con los suyos.

         Cristo les fue explicando cordialmente la Escritura, la Palabra, lo que es la vida, lo que iba a acontecer, lo que nos va a suceder en la vida.

         Dos breves consideraciones

  1. Los políticos, sanitarios y colectivos que trabajan por erradicar la pandemia tienen una palabra que decir y tienen mucho mérito; es una palabra necesaria, pero la “última palabra” (“explicar las Escrituras de la vida”) la tiene el que pronunció la “primera palabra” creadora y creativa.

En el principio existía la Palabra (Jn 1,11). In principum erat Verbum. Y la “última palabra” no la podemos decir nosotros, sino solamente Dios. Las nuestras pueden ser palabras intermedias, necesarias pero penúltimas. Solo quien ha pronunciado  la primera palabra, puede decir la última. De otro modo hace unos días lo decía el científico Pedro Miguel Etxenike: No somos Homo Deus, hemos de seguir siendo homo sapiens. Nosotros tenemos “una palabra, pero no la “última Palabra”. Quiera Dios que al menos seamos y vivamos como homo sapiens.

  1. Sería de desear que los cristianos, la Iglesia dijera una palabra sensata, evangélica. Francisco ha tenido, tiene presente en sus homilías de Semana Santa y otros días y momentos ese grave problema.

         Pero gran parte de las diócesis y obispos, se están limitando a poner o quitar preceptos dominicales, procesiones, a decir si vale la misa o confesión por internet o tv, a cuándo celebrar las primeras comuniones o, incluso, los funerales, etc.

         ¿Y la esperanza? ¿Quién sino el cristianismo puede dar un paso más allá de la ciencia y con ello intuir esperanza en estos momentos?

El evangelio de Jesús es una humilde palabra de esperanza  a los anhelos de plenitud que anidan ya en nuestro presente. El evangelio de Jesús nos dice que todo lo que vivimos y padecemos tiene sentido y no está irremisiblemente condenando al olvido o es absurdo y no merece la pena.

  1. v 29: quédate con nosotros, que atardece.

Es una hermosa, una gran oración: vísperas de un acto de fe profundo y ardiente: quédate con nosotros. Quédate conmigo.

La vida tiene muchos atardeceres en los que no vemos la luz ni el camino, porque hemos quedado bloqueados por una mala situación personal moral, de salud, por una ruptura, por un mal momento de salud personal o colectiva, por una situación eclesiástica, diocesana que nos deja el corazón helado… No faltan atardeceres y “noches oscuras” del alma  y del cuerpo, incluida la noche final.

         En muchas situaciones nos hará bien esta nostalgia de que el Señor se quede con nosotros. Pueden fallar familiares, amigos, políticos, obispos, instituciones. Cristo permanece siempre con nosotros

         A veces la oración de nuestra alma dolida puede ser: quédate con nosotros, conmigo, Señor, que atardece.

  1. vv 32.35: ¿No ardía nuestro corazón? le reconocieron al partir el pan

         La fe y la confianza no son cuestiones racionales, al menos únicamente racionales. En la fe hay mucho de sentimiento y amor.

         Son las dimensiones no racionales de la fe.

         En la vida hay dimensiones que no son especialmente racionales, pero son valiosas: el afecto, la emoción estética, sentir misericordia, compartir la pena, la pertenencia a un pueblo-cultura, etc. son aspectos “no lógicos, matemáticos”, no racionales.[1]

         A los dos de Emaús les ardía el corazón.

Las ideas mueven el mundo, y es verdad, porque las ideas mueven el corazón. San Agustín decía que solamente se conoce lo que se ama.

         Jesús no fue un ideólogo, sino que se pasó la vida haciendo el bien: curando enfermos, sanando al que sufre…

         El cristianismo no es solamente cuestión de ideas super-precisas, la Iglesia no es una cuestión de ultraortodoxia, sino que ha de hacer arder el corazón. Probablemente los super-puritanos de la teología, de la liturgia, del clerygman, etc, lo son porque no les arde el corazón.

  1. v 35. le conocieron al partir el pan.

         El relato de los dos de Emaús es la Eucaristía: les explica las Escrituras y le reconocen al partir el pan.

         Gracias a Dios estamos viviendo esta pandemia con muchos gestos de “partir el pan”, es decir, en solidaridad: ayudas, donaciones, voluntariado, etc.

         Es muy cristiano no tanto celebrar una “mini-misa” con cinco personas a dos metros de distancia cada una, sino el gesto del vecino que le hace la compra a una persona anciana, el personal sanitario que entrega su vida, aquel a quien le arde el corazón y ve a Cristo en el necesitado

         Solemos cantar: te conocimos, Señor, al partir el pan. La Eucaristía, la fracción del pan no es un rito, sino es compartir el pan con quien tiene hambre, con quien sufre, cuando intentamos aliviar al que pena, al que está hundido, decepcionado, enfermo. Te conocemos, Señor, al partir el pan.

Quédate con nosotros, que atardece…

[1] En otro orden de cosas, la circulación de la sangre, la digestión, el sueño no son cuestiones que pertenezcan al discurso intelectual, sino que van como van…

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“Al amanecer”. 3 Pascua – C (Juan 21,1-19)

Domingo, 5 de mayo de 2019
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san pedro el pescadorEn el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea. Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.

Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.

La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza: «Salieron, se embarcaron y aquella noche no pescaron nada». Vuelven con las redes vacías. ¿No es esta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?

Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?

En este contexto de fracaso, el relato dice que «estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla». Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero «no sabían que era Jesús».

¿No es este uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.

Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce: «¡Es el Señor!». No están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente. Con humildad, pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús: «Señor, tú sabes que te quiero». Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.

En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra, nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. A veces, no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.

José Antonio Pagola

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“Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”. Domingo 05 de mayo de 2019. 3er Domingo de Pascua

Domingo, 5 de mayo de 2019
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28-pascuaC3 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 5, 27b-32. 40b-41: Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.
Salmo responsorial: 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Apocalipsis 5, 11-14: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza.
Juan 21, 1-19: Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado

En el pasaje de Hechos, los apóstoles son llamados a rendir indagatoria ante el Sanedrín, o Junta Suprema de los judíos. Conviene reflexionar sobre lo que implica concretamente la fe en la resurrección de Jesús; esto es, el testimonio de que él continúa vivo y actuando no ya físicamente, sino a través de la comunidad que ha asumido con el coraje y la valentía de su Maestro el proyecto del Reino. La Resurrección carece de pruebas históricas, y el creyente no las necesita. La prueba más segura y contundente nos la da, precisamente, la comunidad misma de creyentes que se fue formando alrededor de la fe en la Resurrección y que da testimonio de ella a través de una experiencia vital que ha evolucionado desde una total ignorancia e incapacidad para comprender a Jesús, hasta un cambio tan radical que ya nadie teme dar testimonio de que Jesús está vivo y que su proyecto sigue adelante. Con una valentía increíble, aquellos que habían huido abandonando al Maestro en su prendimiento, recalcan ahora que seguirán predicando porque “hay que obedecer a Dios antes que a los humanos”. Esta situación se repetirá innumerables veces en la historia de la Iglesia, cuando la autenticidad del mensaje entre en conflicto con los intereses que se le oponen.

En el evangelio Jesús se presenta a los apóstoles junto al lago Tiberíades, en medio de la vida ordinaria a la que ellos estaban acostumbrados. Habían dejado de ser los pescadores de personas a que los había llamado Jesús, y tras el supuesto fracaso del Maestro habían vuelto a su oficio de siempre. Allí se les presenta Jesús y aprovecha lo que les es familiar. Y allí Dios les manifiesta su poder y su gloria, a través del símbolo de la pesca y de la comida.

El Resucitado los invita a tirar la red, que recogerá una pesca milagrosa; una red que es símbolo de la Iglesia y de la pesca multitudinaria que harían los seguidores de Jesús después de este encuentro, cuando vuelvan a tomar el rumbo que habían perdido.

El discípulo a quien el Señor más amaba le reconoce en el milagro de la abundancia de peces, y Pedro se siente nada delante de aquel que le encomendó una tarea especifica que dejó de cumplir.

El capítulo 21 del cuarto evangelio fue agregado posteriormente. Es claro que Jn 20,30-31 era la conclusión original. Y es interesante que el capítulo 21 esté centrado en la figura de Pedro. En todo el evangelio los grandes protagonistas habían sido “el discípulo amado”, los discípulos en general y especialmente las discípulas, y entre ellas la madre de Jesús y María Magdalena. La figura de Pedro tiene relieve secundario; más aun, aparece siempre contrapuesta y subordinada a la del “discípulo amado”. Para Juan lo más importante es ser discípulo/discípula. Ahora, en el capítulo 21, se afirma a Pedro como pastor a partir de la inquietante pregunta triple de Jesús resucitado: “Simón, ¿me amas?… Apacienta mis ovejas”. Pedro es reconocido como pastor porque ahora cumple la condición de buen discípulo. Durante la Pasión negó tres veces ser discípulo de Jesús. Ahora el Señor le pide una triple confesión de su sincero amor como discípulo.

Antes que jerárquica, la Iglesia es una comunidad de discípulos. En la tradición de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) es una iglesia fundada y dirigida por los 12 apóstoles, llamados también comúnmente los 12 discípulos. El capítulo 21 de Juan expresa la armonización de la dos tradiciones: Pedro es reconocido como pastor, pero bajo la condición de que acepte su definición fundamental como discípulo. Una vez reconocido como pastor, Jesús le anuncia la clase de muerte con la que glorificaría a Dios: su crucifixión en Roma. Después el Señor le reiterará su consigna favorita: “sígueme”, es decir, lo urge formalmente a ser su discípulo. Leer más…

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5.5.19 Pedro ¿me quieres? (Cura ¿ tú me amas?)

Domingo, 5 de mayo de 2019
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Del blog de Xabier Pikaza:

Ministro del evangelio: una historia de amor

Saber amar, no hay otra condición

No hay otra condición para ser testigo de Jesús, ministro de la iglesia: papa, como Pedro (imagen 3), o cura de barrio como  Federico (Imagen 1).  Lo que importa es  querer ala gente de Jesús y ser querido por la gente. En esa línea, este Jesús resucitado que pregunta Pedro si le quiere para confiarle el encargo de animar a la iglesia (Jn 21) es cualquiera de los creyentes, la viejecita o el niño, el profesor o el carbonero.

Saber querer y ser querido por la gente: esa es la tarea del Papa de Roma o del vicario de Villagarcía, y al mismo tiempo la misión todos los cristianos y cristianas que realizan funciones de Jesús (¡todos!) en el ancho mundo y en la Iglesia.

Éste es el argumento del evangelio de este Dom. 3 después de Pascua (Jn 21). Después de Magdalena (dom. 1) y de Tomás (dom 2) vienen Pedro y el Discípulo Amado (dom. 3), y su experiencia de pascua como amor complementario de estos dos discípulos constituye el centro de la Iglesia.

pescamilagrosaContengo la respiración al comentar este evangelio, pues día tras día me avergüenzo de leer en la prensa escándalos de curas pederastas o poco finos en amores. A pesar de todo, pienso que es necesario comentar ese evangelio, con amor y temblor, con temor y  esperanza, pues la Iglesia de Jesús resucitado no tiene más herencia ni capital que el amor, de manera que sus ministros (Pedro y/o Discípulo Amado/a) han de saber que sólo en amor es mi ejercicio (Juan de la Cruz)

Todo lo demás, si papa y clérigos son casados o solteros (si son célibes por vocación o circunstancia), varones o mujeres, homo- o hetero-sexuales) es a la postre secundario, tomar el rábanos por la hojas y no por su “cuerpo” comestible.

   Varias veces he tratado de este argumento en mi blog. Ahora me limito a ofrecer un comentario general de Jn 21. Ciertamente, está en el fondo el tema de la pederastia o mal amor, pues donde es más grande la llamada al amor puede ser mayor su riesgo, sobre todo si va unido a un tipo de poder eclesiástico y/o civil.  Pero de aquí en adelante no me ocupo ya de la pederastia (aunque todo lo que digo puede aplicarse a ella).

Siga quien quiera, y que tenga buen domingo (domingo de la madre o del padre, del amigo… y de cura), pues Jesús pidió y ofreció a los suyos simplemente que se amaran, es decir, que amaran y se dejaran amar por los demás, de un modo integral, como buena nueva o evangelio de Dios.

   Este es el tema de fondo que he desarrollado en alguno de mis libros, cuya portada presento a continuación, especialmente la del Diccionario de la biblia o la de La novedad e Jesús. Buen domingo a todos.

Introducción. Jn 21, un evangelio especial, resumen de todo el evangelio.

   Habían pasado algunos decenios desde el comienzo de la Iglesia, con idas y venidas y variantes, y hacia el  año 100 una comunidad cristiana muy especial, de origen judío, que había empezado a desarrollarse primero en Jerusalén y después (quizá tras la guerra del 67-70) en alguna zona del entorno (Siria-Transjordania o Asia Menor), se integró en la Gran Iglesia.

pedro-me-amas-001Esa comunidad que llamó a las puertas de Pedro (símbolo de la Gran Iglesia) había estado animada por un personaje enigmático, que se presentaba como el «discípulo amado» (cf. Jn 21, 24), su máxima autoridad era el Espíritu Santo, que Jesús les había prometido y ofrecido (cf. Jn 14, 16; 15, 16; 16, 13) y desarrolló una intensa fraternidad, de tipo carismático, sin grandes instituciones externas.

Pues bien, pasados unos decenios (entre el 30-90 d. C.), esos «amigos de Jesús», a quienes podemos presentar como carismáticos del amor, representados por el Discípulo Amado, corrieron el riesgo de perder su identidad, entre disputas internas y tensiones de tipo gnóstico (impulsadas por un tipo de espiritualismo que podría separarles del Jesús de la historia) y entonces, algunos (quizá una mayoría) se integraron en la Gran Iglesia, donde la memoria y autoridad de Pedro aparecía como garantía de fidelidad cristiana y unidad eclesial [1].

Ellos trajeron consigo un evangelio (Jn) donde, al lado del Discípulo amado, que era signo clave de la comunidad, se  reconocía también a Pedro (Jn 1, 40; 6, 68; 11, 6-9) y se recordaba su figura en el contexto de la pascua (Jn 20, 1-17) y, sobre todo, de la misión de la iglesia, como indicaremos, comentando de un modo especial el capítulo final (Jn 21), añadido quizá en la última etapa de la redacción del evangelio, para trazar las relaciones históricas e institucionales entre Pedro (Iglesia organizada y misionera) y el Discípulo amado (libertad en el amor, identidad carismática cristiana).

Pedro Pescador, la iglesia misionera,iglesia de los Siete

Pedro, que aparece como representante de la iglesia institucional, sale a pescar en la barca, con otros seis discípulos, como para recordar que la misión fundadora de la iglesia, en su primera apertura a los pueblos, fue decisión y tarea de Siete discípulos del Cristo (no de los Doce, ni siquiera de otros misioneros como Pablo). Al frente de esos Siete (que recuerdan a los helenistas de Hech 6-7) se encuentra Pedro y a su lado, inseparable y necesario, está el Discípulo amado, que así aparece como testigo de la verdad del evangelio, pues se ha dejado transformar por ella y no tiene más autoridad y tarea que amar y ser amado, a partir de un Cristo a quien vemos como presencia de Dios (es Señor, Hijo Divino), siendo fundador de una comunión de «amigos» (Jn 15, 15).

Este discípulo expresa la esencia de la iglesia, refleja su verdad, pero debe mantenerse unido a Pedro. Por eso, si se aísla y separa, puede acabar destruyendo al mismo grupo, pues la comunidad necesita estructuras para organizar el amor. Así le vemos, y vemos a su Iglesia, en comunión con Pedro.

La función de Pedro aparecía anunciada al principio del evangelio (Jn 1, 42), cuando Jesús le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que significa Pedro, es decir, Piedra-cimiento de la iglesia (como suponía Mt 16, 17-18). Por eso, el Discípulo Amado acepta a Pedro, como expresión de identidad eclesial, junto a la autoridad carismática del Espíritu (que aquí recibe el nombre de Paráclito: abogado, animador, consuelo).

maxresdefaultDe esta manera se indica la gran tarea de la Iglesia: La comunidad del Discípulo amado (que ha condensado su más honda experiencia en el Paráclito) debe dialogar con la iglesia institucional (simbolizada en Pedro); por eso tiene que aceptar y acepta al final de su evangelio a Pedro. En esa línea, este (Jn 21) parece la expresión de un pacto constituyente, quizá implícito, que se realizó en el paso del siglo I al II, entre la Gran Iglesia (representada por Pedro) y la comunidad del Discípulo amado.

Este pasaje, todo Jn 21, no quiere narrar unos hechos antes ignorados, nuevas historias sobre Jesús y sus discípulos, sino recrear la esencia cristiana, vinculando la comunidad del Discípulo amado con la iglesia de Pedro, como había hecho, desde otra perspectiva y con otro lenguaje, aunque con intenciones semejantes, el evangelio de Mateo (cf. Mt 16, 16-19).

(1) Según Mateo, Pedro era garante de una interpretación universal de la Ley, testigo y signo de la apertura del evangelio a los gentiles y a los pobres; por eso, los judeo-cristianos legalistas, que habían ido elaborando las tradiciones de Mateo, debían confiar en Pedro y aceptar su misión universal (Mt 28,16-20).

(2) Según Juan, Pedro es también garante de una misión universal que se funda en la pascua de Jesús y lleva a los creyentes desde el Mar de Galilea a todos los pueblos de la tierra; pero Jn 21 añade que esa misión debe realizarse conforme a los principios de un amor del Discípulo amado.

Los símbolos de Jn 21 (pesca milagrosa, comida a la orilla del lago…) son tradicionales (cf. Lc 5, 1-11). Nueva es su forma de entenderlos.

En el comienzo del relato está Simón Pedro que dice voy a Pescar. Sin esta decisión de Pedro, que asume la iniciativa misionera del evangelio (que de hecho parece haber surgido entre los helenistas y Pablo), no hubiera existido una iglesia universal. Pedro aparece así guiando un grupo de Siete discípulos (no Doce), con Tomás, Natanael, los zebedeos (Santiago y Juan) y otros dos cuyos nombres no se dicen (Jn 21, 2).

Uno de ellos, a quien la tradición posterior identificará sin pruebas con Juan Zebedeo, es el Discípulo amado. El tiempo de los Doce testigos de las tribus de Israel ha terminado, y también el de Santiago de Jerusalén. Estamos en el tiempo de los Siete (entre ellos Pedro y el Discípulo amado). Pedro lleva a sus amigos al “mar de Galilea”, que es la tierra de Jesús y símbolo del mundo entero (no va a Roma como hace Pablo en Hechos).

Una noche sin pesca

Subieron a la barca y esa noche no pescaron nada. Amanecía y estaba Jesús a la orilla, pero los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo:«¡Muchachos! ¿Tenéis algo de comer?». Respondieron: «¡No!». Él les dijo: «¡Echad la red a la derecha de la barca y encontrareis!». La echaron y no podían arrastrarla por la cantidad de peces. Entonces, el Discípulo al que Jesús amaba dice a Pedro: «¡Es el Señor!». Y Simón Pedro, oyendo es el Señor, se ciñó el vestido y se lanzó al mar (Jn 21, 3-7).

Pedro ha dirigido la faena, pero no conoce aún a Jesús, no le distingue en la noche, de manera que parece incapaz de discernir lo que está haciendo (lo que de verdad está pasando en la noche de la historia humana, sobre el mar desconocido). Por el contrario, el Discípulo amado ha conocido a Jesús en la noche y sabe lo que pasa y se lo dice a Pedro, compartiendo de esa forma su experiencia con los compañeros de la barca. Pedro dirige la faena (en la línea de lo que podrá hacer luego el Papa de Roma), pero depende de los otros y especialmente del Discípulo amado, y no sólo de Jesús que espera en la orilla, recibiendo los peces que traen los discípulos y ofreciéndoles el pan y el pez del Reino.

Oficio de amor

Pues bien, cuando todo parece haber terminado y los discípulos toman en la orilla el pan de Jesús con los peces de la pesca misionera, el texto sigue, de manera sorprendente, como seguiré comentando:

Después que comieron, Jesús dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?». Le dijo «¡Sí, Señor! Tú sabes que te quiero». Le dijo: «¡Apacienta mis corderos!». Por segunda vez le dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me amas?». Le dijo: «¡Sí, Señor! Tu sabes que te quiero». Le dijo: «¡Apacienta mis ovejas!». Por tercera vez le dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me quieres?». Se entristeció Pedro, porque por tercera vez le había dicho ¿me quieres? Y le dijo: «¡Señor! Tú lo sabes todo, sabes que te quiero». Y le dijo:«¡Apacienta mis ovejas!» (Jn 21, 15-17).

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Perseguido, exaltado, misterioso. Tres aspectos de Jesús. Domingo 3º de Pascua. Ciclo C.

Domingo, 5 de mayo de 2019
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pedro-me-amas1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Domingo 3º de Pascua. Ciclo C.

Las lecturas de este domingo nos ofrecen tres rasgos muy distintos de Jesús.

Jesús perseguido (1ª lectura)

           En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo: «¿No os hablamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.» Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.» Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.

[Nota: La traducción litúrgica ha suprimido algo esencial: los azotes a los apóstoles. El texto griego dice: “llamando a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron”. En el leccionario, al faltar los azotes, no se comprende por qué se marchan “contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”].

            En esta lectura Jesús es perseguido no en sí mismo, en su persona, sino en sus seguidores. Lo ocurrido en Sri Lanka hace pocos días es la versión ampliada y más trágica de lo que cuenta el libro de los Hechos. A los apóstoles los dejaron con vida; gran parte de los cristianos (y no cristianos) de Sri Lanka murieron. Los apóstoles salieron contentos de sufrir por Jesús; los de Sri Lanka seguirán llorando a sus difuntos, con el único consuelo de la fe en la resurrección. La celebración de la Pascua no anula las dificultades y angustias de muchos cristianos a lo largo del mundo.

Jesús exaltado (2º lectura)

Este tema lo ha tratado Pedro ante el sumo sacerdote cuando dice: “La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador”.  El Apocalipsis desarrolla este aspecto hablando del Cristo glorioso del final de los tiempos.

          Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos-, que decían: «Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.» Y los cuatro vivientes respondían: «Amén.» Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje

Jesús misterioso (evangelio)

El cuarto evangelio tuvo dos ediciones. La primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se añadió un nuevo relato, el que leemos hoy. El hecho de que se añadiese a un evangelio ya terminado significa que su autor le daba especial importancia.

Un comienzo sorprendente

            Según el cuarto evangelio, cuando Jesús se aparece a los discípulos al atardecer del primer día de la semana, les dice: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Pero ellos no deben tener muy claro a dónde los envía ni cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su oficio de pescadores; en todo caso, resulta interesante que Natanael, el de Caná, no se dirige a su pueblo; se queda con los otros. Pero no son once, solo siete. Pedro propone ir a pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos le siguen, se embarcan… y no pescan nada.

Algunos comentaristas han destacado las curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos una de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos, también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré pescadores del hombres”.

            En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:

            Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice:

            – Me voy a pescar.

            Ellos contestan:

            – Vamos también nosotros contigo.

            Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.

Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

            Jesús les dice:

            – Muchachos, ¿tenéis pescado?

            Ellos contestaron:

            – No.

            Él les dice:

            – Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.

            La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.

            Dos reacciones: el impulsivo y el creyente

El relato de lo que sigue es tan escueto que parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que falta.

Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:

            – Es el Señor.

            Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:

            – Traed de los peces que acabáis de coger.

            Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

            El contraste más marcado es entre el discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro. El primero reconoce de inmediato a Jesús, pero se queda en la barca con los demás. Pedro, al que no se le pasado por la cabeza que se trate de Jesús, se lanza de inmediato al agua… pero no sabemos qué hace cuando llega a la orilla. Tampoco Jesús le dirige la palabra. Espera a que lleguen todos para decir que traigan los peces, y de nuevo es Pedro el que sube a la barca y arrastra la red hasta la orilla. Hay dos formas de protagonismo en este relato: el de la intuición y la fe, representado por el discípulo al que quería Jesús, y el de la acción impetuosa representado por Pedro.

            [La cantidad de 153 peces se ha prestado a numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse.]

El misterio de la fe: seguridad sin certeza

Jesús les dice:

            – Vamos, almorzad.

            Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

            Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

            La mayor sorpresa para el lector, y uno de los mensaje más importantes del relato, son las palabras: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque su aspecto es totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre Lucas y Juan. Los dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a primera vista: María Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de Emaús hablan largo rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento que es un fantasma.

            Frente a la apologética barata que nos enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan demostrable como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más profundos y honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar.

Pedro de nuevo: humildad y misión

La última parte, que se puede suprimir en la liturgia, vuelve a centrarse en Pedro. Va a recibir la imponente misión de sustituir a Jesús, de apacentar su rebaño. Hoy día, cuando se va a nombrar a un obispo, Roma pide un informe muy detallado sobre sus opiniones políticas, lo que piensa del aborto, del matrimonio homosexual, el sacerdocio de la mujer… Jesús también examina a Pedro. Pero solo de su amor. Tres veces lo ha negado, tres veces deberá responder con una triple confesión, culminando en esas palabras que todos podemos aplicarnos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. A pesar de las traiciones y debilidades.

            Y Jesús le repite por tres veces la nueva misión: “pastorea mis ovejas”. Cuando escuchamos esta frase pensamos de inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “mis ovejas”. La imagen del pueblo como un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese rebaño es “de Dios”. Cuando Jesús habla de “mis ovejas” está atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los que tanto habla el cuarto evangelio.

            Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:

            – Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

            Él le contestó:

            – Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

            Jesús le dice:

            – Apacienta mis corderos.

            Por segunda vez le pregunta:

            – Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

            Él le contesta:

            – Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

            Él le dice:

            – Pastorea mis ovejas.

            Por tercera vez le pregunta:

            – Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

            Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
– Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice:

– Apacienta mis ovejas.

Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.

Dicho esto, añadió:

– Sígueme.

Reflexión final

            Las lecturas de este domingo son muy actuales. Además de la persecución sangrienta de Jesús a través de los cristianos, está el intento de silenciarlo, como pretendía el sumo sacerdote. Aunque a veces, el problema no es que nos prohíban hablar de Jesús, sino que no hablamos de él por miedo o por vergüenza.

            Otras veces nos resulta difícil, casi imposible, identificarlo en la persona que tenemos enfrente. O admitir ese triunfo suyo del que habla el Apocalipsis. Las lecturas nos invitan a reflexionar y rezar para vivir de acuerdo con la experiencia de Jesús resucitado.

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III Domingo de Pascua. 05 mayo, 2019

Domingo, 5 de mayo de 2019
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3Do-Pascua

“Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla;

pero los discípulos no sabían que era Jesús…”

(Jn 21, 1-19)

 

El tiempo de Pascua es el tiempo de las sorpresas del Resucitado. Los discípulos y discípulas de la primera hora nos han legado su experiencia de encuentro con el Resucitado. En cada uno de esos encuentros hay un algo de sorpresa.

Siempre les cuesta descubrir quién es el personaje que irrumpe en la escena, da igual que se haya aparecido otras veces, es difícil de reconocer. El texto nos dice que era “la tercera vez que Jesús se aparecía a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos.”

Parece que los discípulos se han quedado tan sobrepasados tras la muerte violenta de su maestro que no pueden reconocerle resucitado, pero recuerdan sus gestos. Porque ya en otras ocasiones les había invitado a echar las redes o había bendecido con ellos los alimentos.

La apariencia del Resucitado es distinta, desconocida, pero sus gestos son inconfundibles, en ellos sus discípulos reconocen al Crucificado. Lo que la lógica es incapaz de razonar lo descubre el amor en los gestos pequeños.

Un pequeño gesto es capaz de cambiar por completo la dirección de una vida. Cuenta el autor de un libro que se titula “La guerra no es santa: Relato del infierno Muyahidin”, cómo la ternura de un gesto le hizo conectar con la luz que después de toda la violencia vivida, aún quedaba en su corazón. Invitado en casa de un amigo se puso enfermo con una fiebre muy alta, entonces la madre de su amigo se acercó a su cama y le tomó la fiebre poniéndole la mano sobre su frente. Ese gesto le recordó lo que solía hacer su propia madre cuando él era pequeño y enfermaba.

Ese gesto le hizo descubrir la ternura en las personas que siempre había considerado enemigas, infieles y a las que deseaba eliminar. Había crecido en un país lleno de violencia y con la creencia de que matar “infieles” era la llave de entrada al Paraíso.

Él, que había crecido viendo semanalmente como los infieles eran castigados con la muerte de una manera pública, a modo de espectáculo y con ello se había ido oscureciendo su corazón, afirma que aquel gesto, unido a otros, hizo que el pequeño punto blanco que todavía quedaba en su corazón fuera ganando espacio.

Los gestos, nuestros gestos como los del Resucitado pueden transformar la realidad. Claro que no vale con cualquier gesto, son los gestos nacidos del amor, aquellos que brotan de lo más puro, de nuestra misma esencia. Gestos que no siempre son fáciles porque en nosotros también hay violencia y oscuridad.

Oración

Ayúdanos, Trinidad Santa, a vivir conectadas a nuestra propia esencia, ese lugar bondadoso e inviolable, del que nace el amor que nos hace semejantes a Ti.

 

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Nadie le reconoce… pero sabían bien qué era el Señor.

Domingo, 5 de mayo de 2019
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Nuestro problema sigue siendo la experiencia pascual. Se trata de una vivencia interior que, o se tiene y entones no hay que explicar nada, o no se tiene y entonces no hay manera de explicarla. Esta simple constatación es la clave para afrontar los textos evangélicos que quieren transmitir dicha experiencia. No hay ni palabras ni conceptos en los que poder meter la realidad vivida, por eso lo primeros cristianos acudieron a los relatos simbólicos.

El objeto de estos textos no es explicar ni convencer, sino invitar a la misma experiencia que hizo posible la absoluta seguridad de que Jesús estaba vivo. Descubriremos la fuerza arrolladora de esa Vida y podremos intuir la profundidad del cambio operado en ellos. Las autoridades religiosas y romanas no solo pretendieron matar a Jesús, sino borrarle de la memoria de los vivos. La crucifixión llevaba implícita la absoluta degradación del condenado y la práctica imposibilidad de que esa persona pudiera ser rehabilitada de ninguna manera.

La probabilidad de que Pilato condenara a la cruz a Jesús por la mañana y por la tarde permitiera que fuera enterrado con aromas y ungüentos, en un sepulcro nuevo, es prácticamente inexistente. Pero es lógico que los primeros cristianos tratasen de eliminar las connotaciones aniquilantes de la muerte de Jesús. También es natural que, al contar lo sucedido a los que no conocieron lo hechos, tratasen de omitir todo aquello que había sido inaceptable para ellos mismos y los sustituyeran por relatos más de acuerdo con su deseo.

En el relato que hoy leemos, nada es lo que parece. Todo es mucho más de lo que parece. Responde a un esquema teológico definido, que se repite en todas las apariciones. No pretenden decirnos lo qué pasó en un lugar y momento determinado, sino transmitirnos la experiencia de una comunidad que está deseando que otros seres humanos vivan la misma realidad que ellos estaban viviendo. En aquella cultura, la manera de transmitir ideas, era a través de relatos, que podían estar tomados de la vida real o construidos para el caso.

Se manifestó (ephanerôsen) tiene el significado de “surgir de la oscuridad”. Implica una manifestación de lo celeste en un marco terreno. “Al amanecer”, cuando se está pasando de la noche al día, los discípulos pasan de una visión terrena de Jesús a través de los sentidos, a una experiencia interna que les permite descubrir en él lo que no se puede ver ni oír ni tocar. Seguimos el esquema, de que hablábamos el domingo pasado.

Situación dada.- Los discípulos están pescando, es decir, habían vuelto a su tarea habitual, ajenos a lo que les va a pasar, ni lo esperan ni lo buscan. Los discípulos están juntos, es decir, forman comunidad. No se hace alusión a los doce. Aparece el siete que es signo de plenitud, (todas las naciones paganas). Misión universal de la nueva comunidad. La noche significa la ausencia de Jesús. Sin él, la labor misionera es estéril. El relato distorsiona la realidad a favor del simbolismo. La pesca se hace de noche, no de día. Sin embargo, aquella a la que se refiere el relato se consigue cuando se siguen las directrices de Jesús.

Jesús se hace presente.- Toma la iniciativa y, sin que ellos lo esperen, aparece. La primera luz de la mañana es señal de la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje simbólico. Jesús es la luz que permite trabajar y dar fruto. Jesús no les acompaña; su acción en el mundo se ejerce por medio de los discípulos. Las palabras de Jesús son la clave para dar fruto. Cuando siguen sus instrucciones, encuen­tran pesca y le descubren a él mismo.

Saludo.- Una conversación que pretende acentuar la cercanía. “Muchachos” (paidion) diminutivo de (pais) = niño. Es el “chiquillo de la tienda”. Al darles ese nombre, está exigiéndoles una disponibilidad total. Por parte de Jesús, la obra está terminada. Él tiene ya pan y pescado. Ellos tienen que seguir buscando y compartiendo ese alimento. Jesús sigue en la comunidad, pero sin actuar directamente en la acción que ellos tienen que realizar.

Lo reconocen.- La dificultad de reconocerle se manifiesta en que solo uno lo descubre, el que está más identificado con Jesús. Reconoce al Señor en la abundancia de peces, es decir, en el fruto de la misión. Solo el que tiene experiencia del amor sabe leer las señales. El éxito, es señal de la presencia del Señor. El fracaso delataba la ausencia del mismo. Juan Comunica su intuición a Pedro. Así se centra la atención en éste para introducir lo siguiente.

Pedro no había percibido la presencia, pero al oír al otro discípulo comprendió enseguida. El cambio de actitud de Pedro, reflejado de un modo simbólico en la palabra “se ató”. La misma que se utilizó Jn para designar la actitud de servicio cuando Jesús se ató el delantal en el relato de la última cena. Se tira al agua después de haberse ceñido el símbolo del servicio, dispuesto a la entrega. Solo Pedro se tira al agua, porque solo él necesita cambiar de actitud. Jesús no responde al gesto de Pedro; responderá un poco más tarde.

No ven primero a Jesús, sino fuego y la comida, expresión de su amor a ellos. Son los mismos alimentos que dio Jesús antes de hablar del pan de vida. Allí el pan lo identificó con su carne, dada para que el mundo viva. Es lo que ahora les ofrece. El alimento que él les da se distingue del que ellos logran por su indicación. Hay dos alimentos: uno es don gratuito, otro se consigue con el esfuerzo. El primero lo aporta Jesús. El segundo lo deben poner ellos.

El don de sí mismo queda patente por la invitación a comer y es tan perceptible que no deja lugar a duda. Recuerda la multiplicación de los panes. Es el mismo alimento, pan y pescado. Jesús es ahora el centro de la comunidad, donde irradia la fuerza de vida y amor. Esa presencia hace capaces a los suyos de entregarse como él. Al decirnos que es la tercera vez que se aparece, significa que es la definitiva. No tiene sentido esperar nuevas apariciones.

La misión.- Hoy se personaliza la misión en otro personaje, Pedro. Había reconocido a Jesús como Señor, pero no lo aceptaba como servidor a imitar. Con su pregunta, Jesús trata de enfrentar a Pedro con su actitud. Solo una entrega a los demás, como la de Jesús, podrá manifestar su amor. La respuesta es afirmativa, pero evita toda comparación. Solo él lo había negado. Jesús usa el verbo “agapaô” = amor. Pedro contesta con “phileô” =querer, amistad.

Apacentar. Jesús le pide la muestra de ese amor. Procurar pasto es comunicar Vida. Solo puede hacerse en unión con Jesús. “Corderos” y “ovejas” indican a los pequeños y a los grandes. Debe renunciar a toda idea de Mesías que no coincida con lo que Jesús es. Pedro le había negado porque no estaba dispuesto a arriesgar su vida. Para la misión, Jesús es modelo de pastor, que se entrega por las ovejas. Para la comunidad, es el único pastor.

Al preguntarle por 3ª vez, pone en relación este episodio con las tres negaciones. Espera una rectificación total. Ahora es Jesús el que usa el verbo “phileô”, ¿me quieres?, que había utilizado Pedro. Le hace fijarse en ello y le pregunta si está seguro de lo que ha afirmado. Ser amigo significa renunciar al ideal de Mesías que se había forjado. Jesús no pretende ser servido sino que sirva a los demás. Pedro comprende que la pregunta resume su historia de oposición.

Meditación

Solo el discípulo más cercano a Jesús lo reconoce.
Si vivo la presencia de Jesús, dentro de mí,
lo descubriré en los acontecimientos más sencillos de la vida.
No lo buscaré en personas o hechos espectaculares.
Si pongo amor en las cosas que hago,
estaré haciendo presente al Dios manifestado en Jesús.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Reconocer a Jesús

Domingo, 5 de mayo de 2019
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A6D7C498-A326-4637-8F8B-3FD005FBA91ALa vida no es fácil, pero hay un motor llamado corazón, un seguro llamado fe, y un conductor llamado Dios.

5 de mayo. Domingo III de Pascua

Jn 21, 1-9

El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!». Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.

Jacques Leclercq señala en El problema de la fe: “La conversión es un encuentro con Cristo; encuentro personal con la persona viva de Cristo, es una auténtica experiencia vital. Si Cristo es lo que dice ser, no hay más remedio que seguirle, y no hay cosa alguna fuera de ésta, que pueda interesarnos. Así, pues, la fe cristiana es un contacto de hombre a hombre, de creyente a Salvador. Se presenta como un estado de confianza en una persona determinada”.

A lo que José A. Pagola añade que “Para los cristianos, es vital reconocer y confesar cada vez con más hondura el misterio de Jesús el Cristo. Si ignora a Cristo, la Iglesia vive ignorándose a sí misma. Si no le conoce, no puede conocer lo más esencial y decisivo de su tarea y misión. Pero para conocer y confesar a Jesucristo, no basta llenar nuestra boca con títulos cristológicos admirables. Es necesario seguirlo de cerca y colaborar con él día a día. Esta es la principal tarea que debemos promover en los grupos y comunidades cristianas”.

Los textos de la Biblia son muy sugerentes al respecto. Citaremos algunos de los más significativos:

“Por tanto, digo: El Señor es todo lo que tengo. ¡En él esperaré!” (Lamentaciones 3, 24)

“Si alguien reconoce que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Juan 4, 15)

“Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Respondió Natanael y le dijo: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás. Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo. En esta escritura podemos ver como Natanael reconoce a Jesús al decirle “tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (Juan 1, 48-51).

“Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. Y aconteció que, estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón. Entonces ellos contaban las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan” (Lucas, 24, 29-35).

Esta escritura es un fragmento del pasaje “El camino a Emaús” que nos narra el capítulo 24 del evangelio según San Lucas, para poder entender esta escritura veremos el contexto de estos acontecimientos. Necesitamos que el Señor abra nuestros ojos (sentidos espirituales) para poder reconocerle, así como estos discípulos, que pasaron de la tristeza y la desesperanza a tener una pasión por Jesús. Esto lo demuestran los discípulos al decir “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” Lo interesante es que cuando reconocen a Jesús se levantan y vuelven a reunirse con el grupo.

Pedro, que tenía una fe profunda en Jesús, se arroja al agua sin dudarlo. Una manera de seguirle muy propia de este apóstol profundamente testarudo.

Rabindranath Tagore cantó el episodio de este modo en el poema:

CAMINO DE EMAÚS

Soy como un jirón de una nube de otoño, que vaga inútilmente por el cielo.

¡Sol mío, glorioso eternamente; aún tu rayo no me ha evaporado, aún no me has hecho uno con tu luz! y paso mis meses y mis años alejado de ti.

Si éste es tu deseo y tu diversión, ten mi vanidad veleidosa, píntala de colores, dórala de oro, échala sobre el caprichoso viento, tiéndela en cambiadas maravillas.

Y cuando te guste dejar tu juego, con la noche, me derretiré, me desvaneceré en la oscuridad; o quizás, en una sonrisa de la mañana blanca, en una frescura de pureza transparente.

Me has hecho conocer a amigos que no conocía, me has hecho sentar en casas que no eran la mía. me has llevado cerca del lejano y convertido al extraño en un hermano.

Cuando uno te conoce ninguno es extranjero, ninguna puerta está cerrada.

Escucha mi oración: que nunca pierda la caricia del uno en el juego de los muchos.

Vicente Martínez

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Fuente Fe Adulta

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Comunión en la diversidad

Domingo, 5 de mayo de 2019
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EA40232D-AF96-4855-9D82-7ABC120861C7El evangelio de Juan se nos muestra siempre cargado de símbolos y de una gran hondura narrativa. Su complejidad es a veces difícil de desentrañar para los lectores y lectoras contemporáneos porque nuestros marcos culturales y sociales están ya muy lejos de los que estaban vigentes en el mundo en que vio la luz este texto.

Las comunidades cristianas, que están detrás de este evangelio, se fueron configurando entrono a un proyecto de discipulado en el que confluyeron diferentes corrientes no sin conflictos, tanto en su desarrollo interno como en sus relaciones con otros grupos cristianos. Este caminar fue dejando su huella a lo largo de todo el evangelio y posibilitó que los y las creyentes que sostenían su fe en estas comunidades fuesen progresivamente profundizando en la persona de Jesús de Nazaret a la luz de las tradiciones heredadas y de su fe en él.

El capítulo 21 que hoy comentamos, fue añadido cuando la obra ya estaba terminada y es signo de un proceso difícil de consenso que posibilitó a la comunidad joanica incorporarse plenamente a la corriente mayoritaria de la Iglesia naciente. Una corriente que posteriormente se denominó la Gran Iglesia y en la que se sustenta la Iglesia que conocemos hoy.

El relato de la pesca milagrosa se presenta como un escenario en el que van a confluir dos personajes que van a representar las dos corrientes cristianas que han de articularse para que las comunidades receptoras del evangelio puedan responder a los desafíos doctrinales y organizativos que están viviendo. Estas figuras son Pedro y el discípulo amado.

En el marco de un peculiar relato de aparición del Resucitado Juan pone las bases de la incorporación de las comunidades de su círculo a las que ya han reconocido a Pedro como el líder indiscutible de los comienzos cristianos. En el centro de la escena está Jesús invitando a sus compañeros galileos a un nuevo encuentro con él.

Los discípulos, decepcionados y cansados después de una pesca infructuosa, no son capaces de ver en el visitante que se acerca a la orilla al maestro con el que tantas veces compartieron la comida y la tarea. Solo uno de ellos, el discípulo amado, es capaz de recordar la voz y los gestos del Maestro. Él era el testigo central de la fe en Jesús para las comunidades destinatarias del cuarto evangelio. Y en el relato es él que confiesa la fe primero.

Sin embargo, Pedro, necesita una nueva llamada por parte del Maestro para tomar conciencia y asumir la nueva realidad que amanece en su vida tras el encuentro con el resucitado. Pedro va a ser confirmado como la figura que ha de liderar el nuevo comienzo de la primera comunidad de creyentes en Cristo.

El desarrollo de la escena, la actitud de los dos personajes centrales y la autoridad del resucitado ofrecen a las comunidades jónicas el fundamento y las razones para incorporarse al grupo mayoritario. Pero en esta incorporación no se difuminan las diferencias, sino que se reconocen los carismas diferentes y los valores que cada grupo representa. El discípulo amado cree y su fe sale fortalecida en el encuentro con el Resucitado. Pedro, arriesga un nuevo comienzo, confía en los resultados de la pesca y la pesca es milagrosa. Su fe necesita mas tiempo y más dialogo, pero se compromete con valentía en el seguimiento.

Esta experiencia vivida por las comunidades joanicas, sus desafíos iluminados por su encuentro con el Resucitado, nos hablan a nosotras y a nosotros hoy. Las diferencias enriquecen, pero solo el dialogo, el encuentro, el respeto nos permitirán reconocer nuestros dones diversos, nuestras miradas plurales, nuestros orígenes diferentes como una “pesca milagrosa” que nos hace comunidad, fortalece nuestra fe y nuestra esperanza y nos constituye en testimonio auténtico de Cristo Resucitado.

Carmen Soto Varela

Fuente Fe Adulta

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Somos cauce y vida, a la vez

Domingo, 5 de mayo de 2019
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FE66EB5D-083F-49CE-9794-8A9F63C7CB02III Domingo de Pascua

5 mayo 2019

Jn 21, 1-9

El capítulo 21 del cuarto evangelio constituye un apéndice tardío, cuyo objetivo parece claro: legitimar la tradición joánica sobre la base de la figura del “discípulo amado”, frente a la gran Iglesia, representada por Simón Pedro. De ahí que todo este apéndice gire en torno a ambas figuras, para subrayar, por un lado, que es el discípulo amado el primero en reconocer al resucitado y para clarificar, por otro, el destino diferente de ambos discípulos. En la misma línea “apologética”, concluirá garantizando la veracidad de lo atestiguado.

En el texto presente hallamos una catequesis, mucho más elaborada que otras, sobre la presencia inequívoca de Jesús en medio de la actividad (misión) del grupo y, especialmente, en la eucaristía (representada aquí por el pescado y el pan).

La barca era símbolo de la propia comunidad –todavía hoy se oye hablar de la “barca de Pedro” para referirse a la Iglesia– y la pesca era imagen de la misión.

Toda la noche –en el cuarto evangelio, este término denota oscuridad interior– han estado trabajando, pero solo cuando toman consciencia de la presencia de Jesús, el trabajo da fruto. Esa toma de consciencia no hay que leerla en un sentido mágico –alguien, desde fuera, opera un milagro–, sino como una presencia interior que nos hace anclarnos en nuestra verdadera identidad. Al hacer así, venimos a descubrir que somos solo cauce, puente, canal, a través del cual la Vida, gratuita, fluye. Y es entonces cuando se opera el milagro, en todas las dimensiones de nuestra existencia. Hasta que no nos percibimos como canal, nuestro propio ego –con el que nos mantenemos identificados– constituye un bloqueo que tapona la Vida.

Finalmente, el relato aporta otra constatación, que tampoco es superflua, al afirmar que “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. La presencia del Resucitado no es idéntica a la del Jesús terreno; aunque no se palpa como anteriormente –y esto resulta frustrante para nuestros sentidos y nuestra mente–, la certeza permanece.

Se trata, sin duda, de una certeza experimentada a nivel “transpersonal”. Acallada la mente, emerge la evidencia de la Unidad en la que todo es sin costuras de ningún tipo, la Unidad no-dual en la que los discípulos se perciben no-separados de Jesús, compartiendo comida, misión y vida en la Presencia atemporal que todos somos.

El trabajo que da fruto es aquel que brota limpiamente de nuestra verdad interior; el que es consecuencia de nuestro alinearnos con la Vida y su sabiduría.

El ego puede esforzarse hasta el agotamiento e incluso, en un cierto nivel, creer que los frutos son resultado de su propio mérito. La realidad, sin embargo, es que la apropiación del trabajo, antes o después, pervierte el resultado. Por el contrario, al ajustarnos al fluir de la Vida, brotará la acción adecuada en cada momento: esa es, vista desde otro ángulo, la sabiduría del presente.

 ¿Vivo el gozo de saberme Vida que se expresa a través del cauce de mi persona?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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La Iglesia no es un Ghetto

Domingo, 5 de mayo de 2019
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6F0B6AEC-C680-478B-9177-2195C0170370 Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

El pasado domingo veíamos cómo los discípulos estaban en el cenáculo encerrados y con miedo. Hoy están ya afuera, en el lago (el mar es siempre lugar de riesgos y peligros). La Iglesia naciente se ha abierto.

         Están en el lago “Tiberíades” (de Tiberio, emperador romano). Lo normal hubiese sido que hablaran del lago de Galilea, pero quieren subrayar el aspecto de paganismo en el que se encuentran.

         Aquella iglesia naciente no se lamenta de la situación: ¡qué mal estamos!, ¡cuánta secularización y ateísmo tenemos! ¡La gente se ha ido y las iglesias están vacías! No es esa la actitud de Pedro y de la iglesia naciente; enseguida Pedro dirá: voy a pescar. El lugar del evangelio es el mundo, la sociedad, si se le quiere llamar paganismo, pues el paganismo. Ser cristiano es vivir abiertos, en la sociedad, en diálogo con el mundo, con la vida, las gentes, la cultura, la política, etc. Eso es la Gaudium et Spes del Vaticano II: la Iglesia en el mundo.

         Nosotros tenemos una concepción de iglesia casi exclusivamente jerárquica y clerical.

Cuando nosotros pensamos o preguntamos: qué dice la Iglesia acerca de un determinado problema: del divorcio, del aborto o lo que fuere, estamos pensando en que dice la jerarquía, el papa, el obispo acerca de tal cuestión. No pensamos en lo que dice el pueblo de Dios, que no puede decir nada, sino que tenemos in mente lo que dice la Jerarquía… Pero Iglesia no es sola y exclusivamente la jerarquía, los obispos, la conferencia episcopal, los curas, etc. Iglesia somos todo el pueblo de Dios.

         La Iglesia es la presencia de Cristo en la historia a través o por medio de los creyentes. Esta es la idea de la Iglesia como sacramento: la Iglesia es la comunidad de creyentes que continúan haciendo presente a Cristo en la historia.

         Todos los creyentes, mejor o peor, hacemos presente a Cristo en la vida.

         Todos somos Iglesia.

Pedro tiene una cierta relevancia en la vida eclesial: toma la iniciativa de ir a pescar (v 3), se echa al mar (v 7), saca la red llena de peces (v 11), por tres veces dirá al Señor que le ama, que es su amigo: un juego de palabras entre ágape y filia: amor y amistad.

La autoridad en la Iglesia viene del amor y es para apacentar, para pastorear la comunidad.

Posiblemente como evocación de las tres negaciones de Pedro, ahora Jesús, antes de encargar a Pedro la tarea de apacentar la comunidad le pregunta tres veces si le ama: ¿Pedro, me amas?

La autoridad proviene y se ejerce desde el amor y con amor, o si no se convierte en un despotismo tiránico, como tantas veces hemos visto en la historia de la Iglesia y también en algunas iglesias locales hoy en día.

Dice la 1ª carta de Pedro (5,2-3):

Cuidad de las ovejas de Dios que os han sido confiadas;hacedlo de buena voluntad, como Dios quiere, y no como a la fuerza o por ambición de dinero. Realizad vuestro trabajo de buena gana, no comportándoos como si fuerais dueños de quienes están a vuestro cuidado, sino procurando ser un ejemplo para ellos.

         En la iglesia de JesuCristo la autoridad no es el poder que emanan unas elecciones, sino el servicio a la comunidad proveniente del amor.

         Por otra parte apacentar el rebaño no es dominarlo.

No pescaron nada y la razón es evidente: estaban de noche y Cristo no estaba con ellos.

         Que no se nos olvide -que se nos ha olvidado- que lo más importante, lo único decisivo en la Iglesia es Cristo: infinitamente más importante que las estructuras, los curas, las Unidades Pastorales, la jerarquía, los ritos y las leyes, más decisivo que todo eso, es Cristo.

         Una Iglesia en la que se da una dialéctica del poder, o una búsqueda de los puestos, una iglesia en la se discute quién manda aquí, o cuestiones menores como una absolución general o particular, la misa así o asá, es una iglesia en la que Cristo queda relegado y, por tanto, “no tienes que ver nada conmigo” (Jn 13). Si eso sigue así, seguiremos sin pescar nada.

         La luz es Cristo, donde hay luz está Cristo o donde está Cristo, hay luz.

Donde una persona y una comunidad buscan caminos para la luz y la Verdad, Cristo está ya está muy cerca.

No hay gente en las iglesias, no hay seminaristas, ni vocaciones… A lo mejor es que Cristo no va en nuestra barca.

Tal vez en la iglesia no hemos llegado a decir, como Tomás, ¡Señor mío uy Dios mío! o, como el discípulo amado: ¡es el Señor!

Quien es decisivo en la Iglesia, -y en la vida-, es Cristo.

Amanecerá en la Iglesia y en nuestra vida, la pesca será abundante cuando el Señor se haga presente en la vida.

¡Cuánta paz infunde en el alma “ver y estar con el Señor”: ¡es el Señor!

         Este relato del lago es una Eucaristía. Cristo celebra la Eucaristía con los suyos. Cristo es el pan de Vida. Cristo es la Vida y el calor (las brasas) de la comunidad. Una comunidad cristiana, un grupo en el que Cristo está presente, tiene Vida y nadie pasa necesidad.

Lo de las brasas tiene su retranca y su ternura: está resonando la noche de la pasión del Señor, cuando Pedro niega a Jesús tres veces: hacía frío, los soldados romanos hacen fuego ya había unas brasas, (Jn 18,18). Resuena también el atardecer de Jesús con los dos de Emaús al calor del hogar.

Las brasas de Cristo son calor y vida.

¿Y qué otra cosa debería ser la iglesia, sino recordar a Cristo y Eucaristía?

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“Testigos”. 3 Pascua – B (Lucas 24, 35-48)

Domingo, 15 de abril de 2018
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821287Lucas describe el encuentro del Resucitado con sus discípulos como una experiencia fundante. El deseo de Jesús es claro. Su tarea no ha terminado en la cruz. Resucitado por Dios después de su ejecución, toma contacto con los suyos para poner en marcha un movimiento de «testigos» capaces de contagiar a todos los pueblos su Buena Noticia: «Vosotros sois mis testigos».

No es fácil convertir en testigos a aquellos hombres hundidos en el desconcierto y el miedo. A lo largo de toda la escena, los discípulos permanecen callados, en silencio total. El narrador solo describe su mundo interior: están llenos de terror; solo sienten turbación e incredulidad; todo aquello les parece demasiado hermoso para ser verdad.

Es Jesús quien va a regenerar su fe. Lo más importante es que no se sientan solos. Lo han de sentir lleno de vida en medio de ellos. Estas son las primeras palabras que han de escuchar del Resucitado: «La paz esté con vosotros… ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?».

Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo ocultamos con nuestros protagonismos; cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad… estamos pecando contra el Resucitado. Así no es posible una Iglesia de testigos.

Para despertar su fe, Jesús no les pide que miren su rostro, sino sus manos y sus pies. Que vean sus heridas de crucificado. Que tengan siempre ante sus ojos su amor entregado hasta la muerte. No es un fantasma: «Soy yo en persona». El mismo al que han conocido y amado por los caminos de Galilea.

Siempre que pretendemos fundamentar la fe en el Resucitado con nuestras elucubraciones lo convertimos en un fantasma. Para encontrarnos con él hemos de recorrer el relato de los evangelios; descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de los más olvidados; descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado por el Padre.

A pesar de verlos llenos de miedo y de dudas, Jesús confía en sus discípulos. Él mismo les enviará el Espíritu que los sostendrá. Por eso les encomienda que prolonguen su presencia en el mundo: «Vosotros sois testigos de estas cosas». No han de enseñar doctrinas sublimes, sino contagiar su experiencia. No han de predicar grandes teorías sobre Cristo, sino irradiar su Espíritu. Han de hacerlo creíble con su vida, no solo con palabras. Este es siempre el verdadero problema de la Iglesia: la falta de testigos.

José Antonio Pagola

Audición del comentario

Marina Ibarlucea

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“Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día”. Domingo 15 de abril de 2018. Domingo tercero de Pascua

Domingo, 15 de abril de 2018
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29-PascuaB3 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.
Salmo responsorial: 4: Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor.
1Juan 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y también por los del mundo entero:
Lucas 24,35-48: Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.

En la lectura de los Hechos encontramos de nuevo a Pedro, que se dirige a todo Israel y lo sigue siendo invitado a la conversión. Pedro tranquiliza a sus oyentes haciéndoles ver que todo ha sido fruto de la ignorancia, pero al mismo tiempo invita a acoger al Resucitado como al último y definitivo don otorgado por Dios. La muerte de Jesús se convierte para el creyente en sacrificio expiatorio. No hay asomo de resentimiento ni de venganza, sino invitación al arrepentimiento para recibir la plenitud del amor y de la misericordia del Padre, que se concreta en la confianza y en la seguridad de haber recuperado aquella filiación rota por la desobediencia.

El creyente, expuesto a las tentaciones, rupturas y caídas no tiene por qué sentirse condenado eternamente al fracaso o a la separación de Dios. San Juan nos da hoy en su Primera Carta el anuncio gozoso del perdón y de la reconciliación consigo mismo y con Dios. El cristiano está invitado por vocación a vivir la santidad; sin embargo, las infidelidades a esta vocación no son motivo de rechazo definitivo por parte de Dios, más bien son motivo de su amor y su misericordia, al tiempo que son un motivo esperanzador para el cristiano, para mantener una actitud de sincera conversión.

En el evangelio nos encontramos una vez más con una escena pospascual que ya nos es común: los Apóstoles reunidos comentado los sucesos de los últimos días. Recordemos que en esta reunión que nos menciona hoy san Lucas, están también los discípulos de Emaús que habían regresado a Jerusalén luego de haber reconocido a Jesús en el peregrino que los ilustraba y que luego compartió con ellos el pan.

En este ambiente de reunión se presenta Jesús y, a pesar de que estaban hablando de él, se asustan y hasta llegan a sentir miedo. Los eventos de la Pasión no han podido ser asimilados suficientemente por los seguidores de Jesús. Todavía no logran establecer la relación entre el Jesús con quien ellos convivieron y el Jesús glorioso, y no logran tampoco abrir su conciencia a la misión que les espera. Digamos entonces que “hablar de Jesús”, implica algo más que el simple recuerdo del personaje histórico. De muchos personajes ilustres se habla y se seguirá hablando, incluido el mismo Jesús; sin embargo, ya desde estos primeros días pospascuales, va quedando definido que Jesús no es un tema para una tertulia intranscendente.

Me parece que este dato que nos cuenta Lucas sobre la confusión y la turbación de los discípulos no es del todo fortuito. Los discípulos creen que se trata de un fantasma; su reacción externa es tal que el mismo Jesús se asombra y corrige: “¿por qué se turban… por qué suben esos pensamientos a sus corazones?”.

Aclarar la imagen de Jesús es una exigencia para el discípulo de todos los tiempos, para la misma Iglesia y para cada uno de nosotros hoy. Ciertamente en nuestro contexto actual hay tantas y tan diversas imágenes de Jesús, que no deja de estar siempre latente el riesgo de confundirlo con un fantasma. Los discípulos que nos describe hoy Lucas sólo tenían en su mente la imagen del Jesús con quien hasta un poco antes habían compartido, es verdad que tenían diversas expectativas sobre él y por eso él los tiene que seguir instruyendo; pero no tantas ni tan completamente confusas como las que la “sociedad de consumo religioso” de hoy nos está presentando cada vez con mayor intensidad. He ahí el desafío para el evangelizador de hoy: clarificar su propia imagen de Jesús a fuerza de dejarse penetrar cada vez más por su palabra; por otra parte está el compromiso de ayudar a los hermanos a aclarar esas imágenes de Jesús.

Es un hecho, entonces, que aún después de resucitado, Jesús tiene que continuar con sus discípulos su proceso pedagógico y formativo. Ahora el Maestro tiene que instruir a sus discípulos sobre el impacto o el efecto que sobre ellos también ejerce la Resurrección. El evento, pues, de la Resurrección no afecta sólo a Jesús. Poco a poco los discípulos tendrán que asumir que a ellos les toca ser testigos de esta obra del Padre, pero a partir de la transformación de su propia existencia.

Las expectativas mesiánicas de los Apóstoles reducidas sólo al ámbito nacional, militar y político, siempre con característica triunfalistas, tienen que desaparecer de la mentalidad del grupo. No será fácil para estos rudos hombres re-hacer sus esquemas mentales, “sospechar” de la validez aparentemente incuestionable de todo el legado de esperanzas e ilusiones de su pueblo. Con todo, no queda otro camino. El evento de la resurrección es antes que nada el evento de la renovación, comenzando por las convicciones personales. Este pasaje debe ser leído a la luz de la primera parte: la experiencia de los discípulos de Emaús.

Las instrucciones de Jesús basadas en la Escritura infunden confianza en el grupo; no se trata de un invento o de una interpretación caprichosa. Se trata de confirmar el cumplimiento de las promesas de Dios, pero al estilo de Dios, no al estilo de los humanos.

De alguna forma conviene insistir que el evento de la resurrección no afecta sólo al Resucitado, afecta también al discípulo en la medida en que éste se deja transformar para ponerse en el camino de la misión. Nuestras comunidades cristianas están convencidas de la resurrección, sin embargo, nuestras actitudes prácticas todavía no logran ser permeadas por ese acontecimiento. Nuestras mismas celebraciones tienen como eje y centro este misterio, pero tal vez nos falta que en ellas sea renovado y actualizado efectivamente.

Queremos llamar la atención sobre el necesario cuidado al tratar el tema de las apariciones del Resucitado, y su conversar con los discípulos y comer con ellos… No podemos responsablemente tratar ese tema hoy como si estuviéramos en el siglo pasado o antepasado… Hoy sabemos que todos estos detalles no pueden ser tomados a la letra, y no es correcto teológicamente, ni responsable pastoralmente, construir toda una elaboración teológica, espiritual o exhortativa sobre esos datos, como si nada pasara, igual que si pudiéramos dar por descontado que se tratase de daos empíricos rigurosamente históricos, sin aludir siquiera a la interpretación que de ellos hay que hacer… Puede resultar muy cómodo no entrar en ese aspecto, y el hacerlo probablemente no suscitará ninguna inquietud a los oyentes, pero ciertamente no es el mejor servicio que se puede hacer para el para el pueblo de Dios…

Permítasenos transcribir sólo un párrafo del libro «Repensar la resurrección» (Trotta, Madrid 2003, cuyo resumen puede leerse o recogerse en la Revista Electrónica Latinoamericana de Teología, http://servicioskoinonia.org/relat/321.htm):

«Si antes influía sobre todo la caída del fundamentalismo, ahora es el cambio cultural el que se deja sentir como prioritario. Cambio en la visión del mundo, que, desdivinizado, desmitificado y reconocido en el funcionamiento autónomo de sus leyes, obliga a una re-lectura de los datos. Piénsese de nuevo en el ejemplo de la Ascensión: tomada a la letra, hoy resulta simplemente absurda. En este sentido, resulta hoy de suma importancia tomar en serio el carácter trascendente de la resurrección, que es incompatible, al revés de lo que hasta hace poco se pensaba con toda naturalidad, con datos o escenas sólo propios de una experiencia de tipo empírico: tocar con el dedo al Resucitado, verle venir sobre las nubes del cielo o imaginarle comiendo, son pinturas de innegable corte mitológico, que nos resultan sencillamente impensables».

Invitamos a leer el texto completo (o, mejor aún, el libro entero). Leer más…

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Dom 15.4.18. Resurrección: Cuerpo y comida, perdón y Espíritu Santo

Domingo, 15 de abril de 2018
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30652926_963918797118646_3780939794933646511_nDel blog de Xabier Pikaza:

Domingo III de Pascua, Lc 24, 36-49. Este evangelio ofrece la experiencia central de los discípulos reunidos, que reciben a Jesús y le conocen cuando él come con (ante) ellos y les concede el “poder” de perdonar y extender su pascua. De esa forma muestra que nosotros mismos somos la resurrección de Dios Jesús resucitado.

No están sólo Doce, está toda la Iglesia, formada por los Once (falta Judas) con las mujeres de Lc 24, 1-11 (que han convertido a esos Once), los fugitivos de Emmaús, 24, 13-35 (que han dado testimonio a todos) y los otros compañeros (cf. Lc 24, 9.33). Son muchos, los ciento veinte que cita Hch 1, 15, la comunidad que espera y acoge a Jesús. Somos (estamos) todos los cristianos, llamados a ser resurrección de Cristo, que nos ofrece sus cuatro signos:

— El primer signo de pascua es el cuerpo, las manos y los pies… No es cuerpo en la forma anterior de muerte, pero es el mismo: Pies y manos, signo y testimonio de la corporalidad humana, hecha de pies y manos, corazones y presencia. Cristo resucita en el cuerpo sufriente de la humanidad llamada al respeto, al cuidado y respeto, al cariño y amor que resucitan. Sin cuerpo no hay Cristo, no hay vida de Dios en la tierra (como tierra).

— El segundo signo es la comida. Ciertamente, Jesús resucitado no come como antes, el texto es simbólico… Pero en el sentido más profundo del símbolo él es Cuerpo que necesita comer pan o pescado, leche o miel, compartiendo la comida de su cuerpo eclesial, de todos los creyentes y en especial de los hambrientos de la tierra. Cristo resucita como pan real, concreto:los hombres y mujeres vivan, que los pobres se alimenten, que todos puedan compartir comida y esperanza, eso es resurrección. Una iglesia donde los creyentes no comen (no comparten la comida) no es Jesús resucitado.

— El tercero es el perdón… El signo más hondo de resucitado no es un tipo de visión contemplativa aislada, separada de los otros, en medio de una tierra de lucha mutua, engaño y muerte. Cristo resucita en el perdón mutuo del amor que se ofrece y recibe, un perdón que es patrimonio de todos los creyentes, pues donde ellos se perdonan y extienden el perdón sobre la tierra vive Dios y el Cristo resucita. Creer en la pascua es perdonarse y perdonar, es amarse y amar, pero de tal forma que allí donde no se perdona Jesús resucitado no puede mostrarse. Nosotros mismos al perdonarnos somos la resurrección de Dios.

— El cuarto signo es el Espíritu Santo, esto es, la presencia creadora y transformadora de Dios que convierte a los hombres en portadores de vida, de Jesús resucitado. En este último sentido, nosotros mismo, acogiendo y ofreciendo la Palabra de la Vida de Dios somos el Espíritu Santo, la vida extendida de Dios, su resurrección.

Siga leyendo quien quiera entender mejor esta palabra de vida, que es el testimonio de la resurrección de Jesús según el evangelio de Lucas, que queremos comparar con el de Juan. Buen domingo a todos.

Texto

[Visión]Hablaban de estas cosas, cuando él (=Jesús) se presentó entre ellos y les dijo:
– La paz con vosotros.

[Identidad]Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo:
– ¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?
Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo.
Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.
Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies.

[Comida] Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo:
– ¿Tenéis aquí algo de comer? Ellos le dieron un trozo de pez asado.
[muchos manuscritos añaden: y un trozo de panal con miel].
Lo tomó y comió delante de ellos.

[Palabra]Después les dijo:
– Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando aún estaba con vosotros:
Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito
en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.

[Misión de perdón] Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo:
– Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos…

[Espíritu Santo] Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre.
Vosotros permaneced en la ciudad hasta recibir el Poder de lo alto (Lc 24, 36-49).

Explicación

Este es así el testimonio total de la pascua según Lucas. En contra de lo que parece indicar Hech 1,3 (¡Jesús se habría aparecido muchas veces!), este pasaje que Jesús se ha mostrado sólo una vez y para siempre al conjunto de la Iglesia. Estos son los signos de su presencia, los elementos fundantes de la Iglesia:

– Visión. Parece un fantasma (24, 36-37).

Viene y dice la paz sea con vosotros, conforme al saludo normal entre judíos. Pero algunos que le miran sienten miedo, pensando que es un espíritu (Lc 24, 37; cf. Jn 20, 24-29). Es muy posible que se trate de una acusación de los no creyentes del entorno contra los cristianos: ¡habéis visto un fantasma!. Así habían rechazado los “sabios” discípulos a las mujeres de la tumba vacía (cf. Lc 24, 11.23).

La historia antigua y moderna está llena de visiones: muchos han visto figuras “celestes”: ovnis y vírgenes, rostros de carácter simbólico o fantástico. En sentido general, no podemos dudar de ellas, porque el ser humano tiene gran capacidad de alucinación, de tal modo que muchos forman (dicen recibir) y descubren (miran) imágenes precisas (religiosas, mágicas, etc.) de realidades que les desbordan. Entre ese tipo de personas podrían encontrarse los primeros “testigos” de la pascua. Por eso, la acusación es lógica. Los mismos discípulos deben estar preparados para superarla.

– Identidad. “¿Por qué estáis turbados?

Mirad mis manos y mis pies” (Lc 24, 38-40). Fantasma es algo que se forma en la imaginación. Jesús en cambio viene de la historia antigua: es un hombre real y concreto que ha vivido y ha muerto: conserva su corporalidad en el sentido fuerte del término. Según eso, la pascua no es evasión de fantasía que nos lleva y pierde entre ilusiones, sino encuentro con Jesús resucitado, que vuelve a llevarnos a la corporalidad de su vida y de su muerte, como indicará la eucaristía. Leer más…

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Perdón, resurrección y misión. Domingo 3º de Pascua. Ciclo B

Domingo, 15 de abril de 2018
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20._jesus_appears_at_emmaus-lowresDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El perdón

            Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de Jesús. La primera termina: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.” La segunda comienza: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo.” En el evangelio, Jesús afirma que “en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”.

Gente con muy poco conocimiento de la cultura antigua suele decir que la conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeo-cristiana para amargarle la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes, en Babilonia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados gracias a la muerte de Jesús.

La resurrección y sus pruebas

            El evangelio de este domingo concede especial importancia al tema de la resurrección. Imaginemos la situación de los primeros misioneros cristianos. ¿Cómo convencer a la gente para que crea en una persona condenada a la muerte más vergonzosa por las autoridades, religiosas, intelectuales y políticas? Necesitaban estar muy convencidos de que su muerte no había sido un fracaso, de que Jesús seguía realmente vivo. Y la certeza de su resurrección la expresaban con los relatos de las apariciones. En ellas se advierte una evolución muy interesante:

  1. En el relato más antiguo, el de Marcos, Jesús no se aparece; es un ángel quien comunica a las mujeres que ha resucitado, y éstas huyen asustadas sin decir nada a nadie (Mc 16,1-8).
  1. En el relato posterior de Mateo, a la aparición del ángel sigue la del mismo Jesús; su resurrección es tan clara que las mujeres pueden abrazarle los pies (Mt 28,9-10).
  1. Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección (recuérdese que en Corinto había cristianos que la negaban), y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el pan. Pero sobre todo el episodio siguiente, el que leemos este domingo, insiste en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos.

En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice:

̶  Paz a vosotros.

Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo:

̶  ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

̶  ¿Tenéis ahí algo que comer?

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

  1. Juan parece matizar el enfoque de Lucas: Jesús ofrece a Tomás la posibilidad de meter el dedo en sus manos y en el costado. Pero ese tipo de prueba física no es el ideal. Lo ideal es “creer sin haber visto”, como el discípulo predilecto cuando acude con Pedro al sepulcro. En esta misma línea se mueve la aparición final junto al lago: cuando llegan a la orilla y encuentran ven las brasas preparadas y el pescado (Jesús no come) “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor”. Juan ha expresado de forma magistral la unión de incertidumbre y certeza. No hay pruebas de que sea Jesús, pero no les cabe duda de que lo es.
  1. La sección final del evangelio de Marcos, que se añadió más tarde, inspirándose en relatos conocidos, ofrece un punto de vista muy curioso. Las personas que hablan de la resurrección de Jesús no parecen las más dignas de crédito: de María Magdalena había expulsado siete demonios; los dos que dialogan con él por el camino dicen que se les apareció «con otro aspecto». Parece lógico que no les crean. Sin embargo, Jesús les reprocha su incredulidad.

He querido alargarme en estas diferencias entre los evangelistas porque a menudo se utilizan los relatos de las apariciones como armas arrojadizas contra los que tienen dudas. Dudas tuvieron todos y, de acuerdo con los distintos ambientes, se contó de manera distinta esa certeza de que Jesús había resucitado y de que se podía creer en él como el Salvador al que merecía la pena entregarle toda la vida.

La sección final de Lucas

            El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no para los lectores del evangelio, que debían hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas.

            Por eso, Lucas añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de ella, de los anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación.

Y les dijo:

̶  Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:

̶  Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.

La mejor prueba de la resurrección de Jesús

Las últimas palabras de Jesús anuncian el futuro: “En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.” La frase final: “vosotros sois testigos de esto” parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice la primera carta de Pedro, “lo amáis sin haberlo visto”. Esta es la mejor prueba de la resurrección de Jesús.

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3º Domingo de Pascua. 08 Abril, 2018

Domingo, 15 de abril de 2018
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iii-d-pascua

“Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: ‘Paz a vosotros.’ Entonces ellos, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados y surgen dudas en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpad y ved.’”

(Lc 24, 35-48).

En este tercer domingo de Pascua leemos el mismo episodio que el domingo pasado, esta vez en el evangelio de Lucas. Nos encontramos en el tiempo que va entre la Resurrección de Jesús y su Ascensión al cielo. Es un tiempo en que Jesús hace saber a sus discípulos que, tal y como había dicho, ha resucitado, está vivo y está con ellos. Les devuelve el sentido.

En el evangelio de Lucas, justo antes del texto que leemos hoy, tenemos a Jesús manifestándose a los dos discípulos que iban hacia Emaús y que han vuelto corriendo a Jerusalén, y también se nos dice que se ha mostrado a Pedro. Ahora Jesús se aparece a sus discípulos reunidos, que viven una experiencia de comunidad. En ella, al fin entenderán plenamente quién es ese Mesías tantas veces incomprensible, y a partir de ahí podrán cumplir lo que les ha encargado: predicar la conversión y el perdón, vivir de la manera que les ha enseñado.

Desde que entraron en Jerusalén, los discípulos han vivido en el desconcierto. Su Maestro ha muerto. Antes, ha sufrido a manos de su propio pueblo, y en nombre de Dios. Ellos mismos, las personas más cercanas a él, lo han traicionado, negado, abandonado. Pero algo les sigue uniendo, esperan sin saber qué, y el desconcierto crece desde que han encontrado el sepulcro vacío y las mujeres aseguran su resurrección.

El evangelio nos habla en este punto de extrañamiento, de incomprensión, de tristeza, de expectativas defraudadas, de incredulidad. En el fragmento que leemos hoy, vemos que las primeras reacciones de los discípulos al ver a Jesús son de espanto, de duda, de turbación. Después empiezan a sentir alegría, aunque mezclada con sorpresa e incredulidad. Esta alegría será completa poco después, en la Ascensión. Junto con la alegría, la aparición del Maestro resucitado les trae comprensión y sentido. Ahora comprenden lo que Jesús les ha explicado tantas veces antes.

Si hasta aquel momento los seguidores de Jesús hablaban con desazón, ahora, de nuevo delante de él, callan y escuchan a su Maestro, que les quiere hacer entender que es el mismo que habían conocido de tan cerca, y que sigue presente y guiándolos hasta que recibirán el Espíritu en Pentecostés.

Oración

Padre, concédenos el don de sentir a Jesús siempre con nosotras. Que esta certeza llene nuestras vidas de alegría y de sentido. Que comprendamos todos los hechos de nuestra vida a la Luz de aquél que tú has resucitado.”

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Que les costara tanto creer, es una garantía para nosotros.

Domingo, 15 de abril de 2018
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resucitado4Lc 24, 35-48

Vamos a hacer un rápido repaso por todos los relatos de apariciones para que quede claro  que no son crónicas de lo que sucedió tal día a tal hora en cierto lugar. Si fueran relatos de algo que ha sucedido, los primeros que escriben los tendrían más recientes y podían hacerlo con mucha más precisión que aquellos que lo hacen habiendo pasado mucho más tiempo. Pero resulta que en los relatos pascuales que nos han llegado, pasa justo lo contrario.

Mc que es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas apariciones constatadas ya en otros evangelistas. En Mt tampoco hay ningún relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda anunciar a los discípulos que vayan a galilea y allí le verán. En un monte en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar y a bautizar. Lc y Jn, que son los últimos que escriben, tienen relatos con todo lujo de detalles, lo que nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de los años.

Lc y Jn nos trasmiten relatos muy elaborados teológicamente. En los textos más antiguos se habla siempre de (ôphthè) “dejarse ver”. Es un término técnico, que normalmente se traduce por aparecerse, pero no es una traducción adecuada. Para que veáis la dificultad de traducir esa palabreja, basta recordar que Pablo la utiliza en 1 Cor, 15 para decir que Cristo se apareció a Cefas, a Santiago y a Pablo; y en 1 Tim 3,16, para decir que se apareció a los ángeles. La misma palabra se emplea para decir que Moisés y Elías se “aparecieron” junto a Jesús. Las lenguas de fuego también “aparecieron” sobre los apóstoles en Pentecostés.

En los relatos más tardíos, se tiende a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mt se duda que sea el Cristo; en Lc y Jn se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: confundir lo real con lo que se puede constatar por los sentidos.

En el evangelio de Lc todas las apariciones y la subida al cielo tienen lugar en el mismo día. En el episodio que leemos hoy, Jesús aparece ‘a los once y a todos los demás’, de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la primitiva iglesia, cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio.

Llenos de miedo. No tiene mucha lógica. Los discípulos ya conocían el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que fue difícil comprender que la Vida puede vencer a la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Jn, los discípulos tienen miedo de los judíos; en Lc, tienen miedo del mismo Jesús.

“Creían ver un fantasma”. El texto se empeña en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerle. Incluso Magdalena pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir estas acotaciones? Era Jesús, pero no era él. En relato de hoy se dice: “Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos.

Mirad mis manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz; y de que ese Jesús que se deja ver ahora, es el mismo que crucificaron. Una vez más se insiste en la materialidad, para demostrar que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el común sentir de todos ellos. Esto da plena garantía de autenticidad a lo que nos quieren trasmitir, aunque al empaquetarlo en una narración, tenemos el peligro de quedarnos en el cuento. No les importa la falta de lógica del relato.

Así estaba escrito. Lc insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y reivindica al humillado. Los primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para interpretar su figura. Al insistir en que la Escrituras se tienen que cumplir, nos está diciendo que todo está bajo el control de Dios.

Mientras estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que tenemos que advertir para no caer en la trampa de una interpretación material. Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús.

También el encargo de predicar se apoya en la Escritura. La buena nueva es la conversión y el perdón. Si pecado es toda opresión, el dejarse matar, antes que oprimir a nadie, es la señal de que el pecado está superado. La buena noticia de Jesús es que Dios es amor. Su experiencia del Abba nos tiene que tranquilizar a todos. En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que debemos manifestar ese amor de Dios. “Arrepentíos y convertíos para que se perdonen los pecados“; y Juan: “Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él”.

Para terminar, recordar la última diferencia notable entre Lc y Jn. En Jn exhala su aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lc les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu ni tiene que mandarlo ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad Espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser.

La epístola de Jn tiene que hacernos reflexionar. Quien dice: yo le conozco y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso. Está claro que no habla de un conocimiento teórico, sino de una identificación con él. Una erudición exhaustiva sobre la figura de Jesús no garantiza una vida cristiana. Aceptar con escrupulosidad todos los dogmas no dará garantía ninguna de verdadera salvación en Jesús. No se trata de conocer mejor a Jesús, sino de nacer a la Vida que él vivió y desplegarla con la mayor intensidad posible.

Meditación

Jesús se hace presente en medio de la comunidad.
Ésta es la realidad pascual vivida por los primeros seguidores.
Ésta es la realidad que tememos que vivir hoy.
Somos nosotros los que tenemos que hacerle presente.
Eso solo es posible a través del amor manifestado.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La Amada de Jesús Resucitado.

Domingo, 15 de abril de 2018
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mary-magdalene-6e5a131d0dc85e1439fe556313b910251421f22f-s6-c30Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama (S.Agustín)

15 de abril. III domingo de Pascua

Lc 24, 35-48

Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino

La resurrección de Jesús es un signo que expresa una vida nueva y un modo de actuar diferente. El personaje no es un fantasma, como creyeron sus discípulos cuando se les apareció días después en las orillas del Mar de Galilea. Al revés, le sentimos más cercano, similar a una fuerza que nos impulsa a una nueva forma de vivir. Fue El sueño de lo posible, como las sugerentes esculturas tituladas El Ajedrez, de Gustavo Herrera, que decoran uno de los parques madrileños.

En la obra de María y José Ignacio López Vigil Otro Dios es posible, Jesús dice: “Encontrar a María fue como encontrar una perla de gran valor… La lámpara de su cuerpo eran sus ojos… Era muy alegre… Con ella, el Reino era un banquete, una fiesta”. A propósito de lo cual, comentan “Que María la de Magdala sea presentada como primer testigo de la resurrección de Jesús en el cuarto evangelio (Juan 20, 1-18) indica la importancia de esta mujer en el movimiento de Jesús y en la primera comunidad de quienes integraron el movimiento”.

En la película La última tentación, del griego Nikos Zazantzaquis, y El Código da Vinci, del estadounidense Dan Brown, se resalta el gran valor que en la vida de Jesús tuvo María Magdalena. Y en el Evangelio apócrifo de Felipe, es mencionada como particularmente próxima al Maestro: “Tres eran las que caminaban continuamente con el Señor: su madre María, la hermana de ésta y Magdalena, a quien se designa como su compañera. En otro fragmento de este mismo evangelio se lee: Y la compañera del Señor es María Magdalena. En otro texto se añade que la amaba más que a ninguno de sus seguidores. Tanto que los demás discípulos acabaron quejándose por tan patente preferencia, y le dijeron: ¿Por qué la amas más que a ninguno de nosotros?

El texto de Jn 20, 15 sobre lo acaecido en la mañana de la resurrección, pone de relieve las preferencias de María por el resucitado: “Jesús le dice: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándole por el hortelano le dice: señor, si tú te lo has llevado dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo”. El pintor italiano Antoni Allegri da Correggio detuvo el instante en un óleo sobre tabla, hoy en el Museo Nacional del Prado. Un Cristo tranquilo y sereno, con una Magdalena muy efusiva que le mira embelesada. Jesús aparece con un manto azul símbolo del cielo a donde va a subir, frente a los colores más cálidos del vestido de María. Con el brazo derecho hacia abajo parece decirle el Noli me tangere –no me toques-, mientras con el izquierdo le señala el cielo. Parece estarle recordando las palabras de Juan: “No me retengas más, porque todavía no he subido a mi Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy al Padre, que es vuestro Padre; mi Dios, que es vuestro Dios (Jn 20, 17).

“Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama”, decía S. Agustín. Y lo que Magdalena amaba estaba claro en la mirada dirigida a Jesús en el cuadro de Correggio. A ella le transmitió el encargo de comunicar el acontecimiento a los Apóstoles.

AMOR DE ENAMORADA

Yo quiero estar enamorado
del Jesús Jardinero
que cultiva las rosas.

Y una mujer que llore y que me busque
como hacía María Magdalena.

Quiero que con Jesús
sea ella Jardinera
y vengan a buscarme,
pues nadie sabe como ellos
cultivar mi enamoramiento.

(EVANGÉLICO CUARTETO. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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