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7.1.24. Epifania 2: Benedicto XVI: Teología de los reyes magos (adorar a niños y excluidos).

Domingo, 7 de enero de 2024

IMG_2292Del blog de Xabier Pikaza:

Ayer (6.1: Epifanía) ofrecí, con U. Luz, exegeta suizo, una visión bíblica de la parábola/leyenda de los reyes magos (Mt 2). Hoy (7.1: Domingo de Epifanía) presento, la mejor interpretación teológica “tradicional” de ese pasaje, con J. Ratzinger (B.XVI),  La Infancia de Jesús (Planeta, Barcelona 2012).

No todos están de acuerdo con esa interpretación, pero ella ofrece una poderosa síntesis teológica, que ha de ser actualizada en sentido social: A Jesús niño se le adora sirviendo y abriendo vida para los niños perseguidos o amenazados.  

Conforme a la visión de Benedicto, los magos han sido y son los mejores teólogos del cristianismo, uniendo la sabiduría oriental con el pensamiento griego, vinculando los diversos planos  de la vida: mundo  (estrella), razonamiento (ciencia/filosofía) y contemplación religiosa vida).

BXVI ha sido un inmenso teólogo y así expongo aquí su visión teológica de la Epifanía. Dejo para una postal posterior (/3)  una visión centrípeta y centrífuga del mensaje de los magos, en la línea del Papa Francisco.

Introducción

Benedicto XVI ha querido presentarse en este libro como falible, en contra de la actitud de papas anteriores (como Pio XII) que estuvieron rodeados de un aura de infalibilidad constante. Por un momento, al escribir y presentar este libro,Benedicto no quiere actuar como Papa de la Iglesia universal sino como pensador y teólogo.

Benedicto ha recogido, en forma unitaria, algunos de sus recuerdos e interpretaciones mejores de la teología de los magos, desde la perspectiva de su formación de joven teólogo antes del Vaticano II (1962-1965), en clave de piedad, de apertura a los Padres de la Iglesia y simbolismo eclesial…

Desde antiguo, el relato de los Magos ha sido un campo propicio para la investigación y la imaginación, el simbolismo creador y el seco rigor científico, pues junta estrellas y magos, astrología y ciencia, realeza del niño y tragedia real. Benedicto XVI ha sabido interpretar ese relato recogiendo experiencias de su mundo eclesial  de Baviera y de su fe de niño y de adolescente germano que iba a arrodillarse ante el arca de los reyes de  Colonia (Renania)  donde los emperadores germanos, como pretendidos reyes supremos de la cristiandad, quisieron ser herederos de los magos, convertidos ya en Reyes del mundo).

Éstas son algunas posibles carencias de Benedicto:

‒ Benedicto XVI no sitúa el tema en la perspectiva de Mateo frente a Pablo: El mesianismo del Niño, frente al mesianismo de Jesús Mesías crucificado; la misión universal de Oriente, frente a la apertura de la Iglesia a partir de occidente; la búsqueda de un universalismo más ligado a la tradición judía, con lo que significa Babilonia en la creación y recreación del judaísmo…

No explora la experiencia específicamente religiosa de los magos, desde un fondo oriental y judío, f en clave de adoración del Niño que nace, no del Crucificado, como hace Pablo (como en Flp 2).

No ha precisado el sentido particular de la religión de los magos, que son más astrólogos que filósofos, y que buscan la armonía imaginada en el cielo de estrellas, más que la luz clara de los griegos. El Papa ha seguido buscando la ciencia y filosofía del helenismo, más que la sabiduría oriental (como puso de relieve en el discurso de Ratisbona).‒ No ha definido el tipo de ciencia y religión  que vincula a los magos de Oriente con el Rey de los judíos? Quizá debería haber comparado la religión de los magos con el realismo de Herodes, el rey semi-oriental que pacta con Roma para mantener por encima de todo el poder, la Real-Politik. Posiblemente, el Papa no ha querido (ni sabido) entrar en la gran crítica política que hallamos al fondo del pasaje. No sabe que el fondo un tipo de ciencia/religión ha caído en manos de la política

Significativamente, el Papa no ha destacado el tema de la Gebira, Madre del Rey Niño, un símbolo clave del Oriente y también del judaísmo, que se hará después esencial en la Iglesia… Por eso no encuentra explicación al hecho de que en el contexto de la adoración no aparezca José, sino sólo Jesús y su madre. En una postal anterior, propia del Adviento, he puesto de relieve el sentido de la Gebira (madre del rey), que el papa debería haber tenido cuenta. Es evidente que no ha leído las investigaciones recientes sobre el tema.

BENEDICTO XVI: LOS MAGOS DE ORIENTE

1. Cuadro histórico y geográfico de la narración

IMG_2291Difícilmente habrá otro relato bíblico que haya estimulado tanto la fantasía, pero también la investigación y la reflexión, como la historia de los «Magos» venidos de «Oriente», una narración que el evangelista Mateo pone inmediatamente después de haber hablado del nacimiento de Jesús: «Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos [astrólogos] de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”» (2,1s).

Con la mención del rey Herodes y el lugar del nacimiento, Belén, encontramos aquí primero una neta determinación del contexto histórico. Se indica un personaje bien conocido de la época y un lugar geográfico fácilmente reconocible. Pero en ambas referencias se ofrecen al mismo tiempo elementos de interpretación. Rudolf Pesch, en su pequeño libro Die matthäischen Weihnachtsgeschichten —los relatos de Navidad según Mateo, ha resaltado con énfasis el significado teológico de la figura de Herodes: «Así como al principio del Evangelio de la Navidad (Lc 2,1-21) se menciona al emperador romano Augusto, la narración de Mateo 2 comienza de modo análogo denominando a Herodes, “rey de los judíos”.

Belén es el pueblo natal del rey David. El significado teológico de aquel lugar se esclarecerá todavía con mayor nitidez en el curso de la narración mediante la respuesta que dan los escribas a Herodes acerca del lugar en el que debía nacer el Mesías. También podría comportar una intención teológica el que la localización geográfica se precise aún más, añadiendo «de Judá». En la bendición de Jacob, el patriarca dice a su hijo Judá de manera profética: «No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos» (Gn 49,10). En una narración que trata de la llegada del David definitivo, del recién nacido rey de los judíos que salvará a todos los pueblos, se ha de percibir de algún modo esta profecía como trasfondo.Junto con la bendición de Jacob hay que leer también una palabra atribuida en la Biblia al profeta pagano Balaán. Balaán es una figura histórica de la que hay una confirmación fuera de la Biblia.

n 1967 se descubrió en Transjordania, una inscripción en la que aparece Balaán, hijo de Beor, como «vidente» de divinidades autóctonas; un vidente al que se le atribuyen anuncios de fortuna y de calamidad (cf. Hans-Peter Müller, en lthk3, II, 457). La Biblia le presenta como un adivino al servicio del rey de Moab, que le pide una maldición contra Israel. Pero Dios mismo impide que Balaán lleve a efecto lo que pretende, de manera que el profeta, en vez de una maldición, anuncia una bendición para Israel. A pesar de ello, sigue siendo mal visto en la tradición bíblica, como instigador a la idolatría, y muere de una forma considerada como punitiva (cf. Nm 31,8; Jos 13,22). Por eso adquiere más importancia aún la promesa de salvación que se le atribuye a él, no judío y siervo de otros dioses; su promesa era conocida también fuera de Israel. «Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza una estrella de Jacob, y surge un cetro de Israel…» (Nm 24,17).

¿Quiénes eran los «Magos»?Pero ahora es preciso preguntarse ante todo: ¿Qué clase de hombres eran esos que Mateo describe como «Magos» venidos de «Oriente»? El término «magos» (mágoi) tiene una considerable gama de significados en las diversas fuentes, que se extiende desde una acepción muy positiva hasta un significado muy negativo.

IMG_2293La primera de las cuatro acepciones principales designa como «magos» a los pertenecientes a la casta sacerdotal persa. En la cultura helenista eran considerados como «representantes de una religión auténtica»; pero se sostenía al mismo tiempo que sus ideas religiosas estaban «fuertemente influenciadas por el pensamiento filosófico», hasta el punto de que se presenta con frecuencia a los filósofos griegos como adeptos suyos (cf. Delling, Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, IV, p. 360). Quizá haya en esta opinión un cierto núcleo de verdad no bien definido; después de todo, también Aristóteles había hablado del trabajo filosófico de los magos (cf. ibíd.).

Los otros significados mencionados por Gerhard Delling designan a los dotados de saberes y poderes sobrenaturales, y también a los brujos. Y, finalmente, a los embaucadores y seductores. En los Hechos de los Apóstoles encontramos este último significado: Pablo califica a un mago llamado Barjesús «hijo del diablo, enemigo de toda justicia» (13,10), manteniéndolo así a raya.

Los diversos significados del término «mago» que encontramos aquí hacen ver también la ambivalencia de la dimensión religiosa en cuanto tal. La religiosidad puede ser un camino hacia el verdadero conocimiento, un camino hacia Jesucristo. Pero cuando ante la presencia de Cristo no se abre a él, y se pone contra el único Dios y Salvador, se vuelve demoníaca y destructiva.

Qué tipo de hombres eran aquellos que se pusieron en camino hacia el rey. Tal vez fueran astrónomos, pero no a todos los que eran capaces de calcular la conjunción de los planetas, y la veían, les vino la idea de un rey en Judá, que tenía importancia también para ellos. Para que la estrella pudiera convertirse en un mensaje, debía haber circulado un vaticinio como el del mensaje de Balaán. Sabemos por Tácito y Suetonio que en aquellos tiempos bullían en el ambiente expectativas según las cuales surgiría en Judá el dominador del mundo, una expectación que Flavio Josefo interpreta como referida a Vespasiano, con el resultado de que éste pasó a gozar de su favor (cf. De bello Iud., III, 399-408).

Varios factores podían haber concurrido a que se pudiera percibir en el lenguaje de la estrella un mensaje de esperanza. Pero todo ello era capaz de poner en camino sólo a quien era hombre de una cierta inquietud interior, un hombre de esperanza, en busca de la verdadera estrella de la salvación.

Los hombres de los que habla Mateo no eran únicamente astrónomos. Eran «sabios»; representaban el dinamismo inherente a las religiones de ir más allá de sí mismas; un dinamismo que es búsqueda de la verdad, la búsqueda del verdadero Dios, y por tanto filosofía en el sentido originario de la palabra. La sabiduría sanea así también el mensaje de la «ciencia»: la racionalidad de este mensaje no se contentaba con el mero saber, sino que trataba de comprender la totalidad, llevando así a la razón hasta sus más elevadas posibilidades.

Basándonos en todo lo que se ha dicho, podemos hacernos una cierta idea de cuáles eran las convicciones y conocimientos que llevaron a estos hombres a encaminarse hacia el recién nacido «rey de los judíos

Podemos decir con razón que representan el camino de las religiones hacia Cristo, así como la autosuperación de la ciencia con vistas a él.Están en cierto modo siguiendo a Abraham, que se pone en marcha ante la llamada de Dios. De una manera diferente están siguiendo a Sócrates y a su preguntarse sobre la verdad más grande, más allá de la religión oficial. En este sentido, estos hombres son predecesores, precursores, de los buscadores de la verdad, propios de todos los tiempos.

Más tarde se ha relacionado a los tres reyes con las tres edades de la vida del hombre: la juventud, la edad madura y la vejez. También ésta es una idea razonable, que hace ver cómo las diferentes formas de la vida humana encuentran su respectivo significado y su unidad interior en la comunión con Jesús.

Queda la idea decisiva: los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representan únicamente a las personas que han encontrado ya la vía que conduce hasta Cristo. Representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro de Cristo.

La estrellaPero ahora hemos de volver aún a la estrella que, según la narración de san Mateo, impulsó a los Magos a ponerse en camino. ¿Qué tipo de estrella era? ¿Existió realmente?Exegetas de renombre, como Rudolf Pesch, opinan que esta cuestión tiene poco sentido. Se trataría aquí de un relato teológico, que no se debería mezclar con la astronomía. San Juan Crisóstomo había desarrollado en la Iglesia antigua una postura similar: «Que ésta no fuera una estrella común, para mí incluso que no fuera siquiera una estrella, sino un poder invisible que había tomado esa apariencia, me parece consecuencia sobre todo de la trayectoria que había tomado. En efecto, no hay una sola estrella que se mueva en esa dirección» (In Matth., hom. VI, 2: PG 57, 64).

Pero no se podía dejar de plantear la pregunta sobre si, a pesar de todo, acaso no se hubiera tratado de un fenómeno que se podía determinar y clasificar astronómicamente. Sería un error rechazar a priori esta pregunta remitiéndose a la naturaleza teológica de la historia. Con el surgir de la astronomía moderna, desarrollada también por cristianos creyentes, se ha planteado nuevamente también la cuestión sobre este astro.

Johannes Kepler († 1630) adelantó una solución que sustancialmente proponen también los astrónomos de hoy. Kepler calculó que entre el año 7 y el 6 a. C. —que, como se ha dicho, se considera hoy el año verosímil del nacimiento de Jesús— se produjo una conjunción de los planetas Júpiter, Saturno y Marte. Él mismo había notado una conjunción semejante en 1604, a la cual se había añadido también una supernova. Este término indica una estrella débil o muy lejana en la que se produce una enorme explosión, de manera que desarrolla una intensa luminosidad durante semanas y meses. Kepler creía que la supernova era una nueva estrella. Opinaba que también la conjunción ocurrida en los tiempos de Jesús debía de estar relacionada con una supernova; intentó explicar así astronómicamente el fenómeno de extraordinaria luminosidad de la estrella de Belén.

El citado Ferrari d’Occhieppo puso ad acta la teoría de la supernova. Según él, para explicar la estrella de Belén era suficiente la conjunción de Júpiter y Saturno en el signo zodiacal de Piscis, y pensaba que podía determinar con precisión la fecha de este fenómeno. Es importante a este respecto que el planeta Júpiter representaba al principal dios babilónico Marduk. Ferrari d’Occhieppo lo resume así: «Júpiter, la estrella de la más alta divinidad de Babilonia, compareció en su apogeo en el momento de su aparición vespertina junto a Saturno, el representante cósmico del pueblo de los judíos» (p. 52). Dejemos los detalles. Los astrónomos de Babilonia —afirma Ferrari d’Occhieppo— podían deducir de este encuentro de planetas un evento de importancia universal, el nacimiento en el país de Judá de un soberano que traería la salvación.

¿Qué podemos decir ante todo esto? La gran conjunción de Júpiter y Saturno en el signo de Piscis en los años 7-6 a. C. parece ser un hecho constatado. Podía orientar a los astrónomos del ambiente cultural babilónico-persa hacia el país de Judá, hacia un «rey de los judíos». Los pormenores de cómo aquellos hombres han llegado a la certeza que los hizo partir y llevarlos finalmente a Jerusalén y a Belén, es una cuestión que debemos dejar abierta. La constelación estelar podía ser un impulso, una primera señal para la partida exterior e interior. Pero no habría podido hablar a estos hombres si no hubieran sido movidos también de otro modo: movidos interiormente por la esperanza de aquella estrella que habría de surgir de Jacob (cf. Nm 24,17).

Que los Magos fueran en busca del rey de los judíos guiados por la estrella y representen el movimiento de los pueblos hacia Cristo significa implícitamente que el cosmos habla de Cristo, aunque su lenguaje no sea totalmente descifrable para el hombre en sus condiciones reales. El lenguaje de la creación ofrece múltiples indicaciones. Suscita en el hombre la intuición del Creador. Suscita también la expectativa, más aún, la esperanza de que un día este Dios se manifestará. Y hace tomar conciencia al mismo tiempo de que el hombre puede y debe salir a su encuentro. Pero el conocimiento que brota de la creación y se concretiza en las religiones también puede perder la orientación correcta, de modo que ya no impulsa al hombre a moverse para ir más allá de sí mismo, sino que lo induce a instalarse en sistemas con los que piensa poder afrontar las fuerzas ocultas del mundo.

En nuestra narración pueden verse las dos posibilidades: ante todo, la estrella guía a los Magos sólo hasta Judea. Es del todo normal que en su búsqueda del recién nacido rey de los judíos fueran a la ciudad regia de Israel y entraran en el palacio del rey. Era de suponer que el futuro rey habría nacido allí. Después, para encontrar definitivamente el camino hacia el verdadero heredero de David, necesitan la indicación de las Sagradas Escrituras de Israel, las palabras del Dios vivo.

Los Padres han destacado aún otro aspecto. Gregorio Nacianceno dice que, en el momento mismo en que los Magos se postraron ante Jesús, la astrología había llegado a su fin, porque desde aquel momento las estrellas se moverían en la órbita establecida por Cristo (Poem. dogm., V, 55-64: PG 37, 428-429).

Al entrar en el mundo pagano, la fe cristiana debía volver a abordar la cuestión de las divinidades astrales. Por eso Pablo insiste con vehemencia en sus cartas desde la cautividad a los Efesios y a los Colosenses en que Cristo resucitado ha vencido a todo principado y poder del aire y domina todo el universo. También el relato de la estrella de los Magos está en esta línea: no es la estrella la que determina el destino del Niño, sino el Niño quien guía a la estrella. Si se quiere, puede hablarse de una especie de punto de inflexión antropológico: el hombre asumido por Dios —como se manifiesta aquí en su Hijo unigénito— es más grande que todos los poderes del mundo material y vale más que el universo entero.

De paso en Jerusalén

Es hora de volver al texto del Evangelio. Los Magos han llegado al presunto lugar del vaticinio, al palacio real de Jerusalén. Preguntan por el recién nacido «rey de los judíos». Ésta es una expresión típicamente no judía. En el ambiente hebreo se hubiera hablado del rey de Israel. En efecto, el término «pagano», «rey de los judíos», vuelve a aparecer únicamente en el proceso a Jesús y en la inscripción en la cruz, utilizado en ambos casos por el pagano Pilato (cf. Mc 15,9; Jn 19,19-22). Por tanto, se puede decir que aquí —cuando los primeros paganos preguntan por Jesús— se transparenta de algún modo el misterio de la cruz, que está indisolublemente unido con la realeza de Jesús.

Esto se anuncia con bastante claridad en la respuesta a la pregunta de los Magos por el rey recién nacido: «El rey Herodes se sobresaltó y todo Jerusalén con él» (Mt 2,3). Los exegetas hacen notar que era ciertamente muy comprensible el sobresalto de Herodes ante la noticia del nacimiento de un misterioso pretendiente al trono. Pero resulta más difícil entender por qué motivo debía alarmarse en aquel momento todo Jerusalén. Tal vez se trate aquí de una alusión anticipada a la entrada triunfal de Jesús en la ciudad santa la vigilia de su Pasión, a propósito de la cual Mateo dice que «toda la ciudad se sobresaltó» (21,10).

Con el fin de aclarar la cuestión sobre el pretendiente al trono, extremadamente peligrosa para Herodes, éste «convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país» (Mt 2,4).

¿Cómo respondió esta alta asamblea a la pregunta sobre el lugar del nacimiento de Jesús? Según Mateo 2,6, con una sentencia compuesta con palabras del profeta Miqueas y el Segundo Libro de Samuel: «Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe [cf. Mi 5,1] que será el pastor de mi pueblo Israel [cf. 2 S 5,2]»..

La respuesta de los jefes de los sacerdotes y de los escribas a la pregunta de los Magos tiene sin duda un contenido geográfico concreto, que resulta útil para los Magos. Pero no es únicamente una indicación geográfica, sino también una interpretación teológica del lugar y del acontecimiento. Que Herodes saque sus conclusiones, es comprensible. Sorprende sin embargo que los versados en la Sagrada Escritura no se sientan impulsados a tomar las decisiones concretas que ello comporta. ¿Se puede vislumbrar tal vez en esto la imagen de una teología que se agota en la disputa académica?

Adoración de los Magos 

En Jerusalén, la estrella ciertamente se había ocultado. Después del encuentro de los Magos con la palabra de la Escritura, la estrella les vuelve a brillar. La creación, interpretada por la Escritura, vuelve a hablar de nuevo al hombre. Mateo recurre a superlativos para describir la reacción de los Magos: «Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría» (2,10). Es la alegría del hombre al que la luz de Dios le ha llegado al corazón, y que puede ver cómo su esperanza se cumple: la alegría de quien ha encontrado y ha sido encontrado.

«Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). En esta frase llama la atención la falta de san José, que es el punto de vista desde el cual Mateo escribió el relato de la infancia. Durante la adoración a Jesús encontramos sólo a «María, su madre». Todavía no he hallado una explicación del todo convincente para esto. Hay algún que otro pasaje del Antiguo Testamento en el que se atribuye a la madre del rey una importancia particular (p. ej. Jr 13,18). Pero quizá esto no es suficiente. Probablemente está en lo cierto Gnilka cuando dice que Mateo pretende traer a la memoria el nacimiento de Jesús de la Virgen y describir a Jesús como el Hijo de Dios (p. 40).

Ante el niño regio, los Magos adoptan la proskýnesis, es decir, se postran ante él. Éste es el homenaje que se rinde a un Dios-Rey. De aquí se explican los dones que a continuación ofrecen los Magos. No son dones prácticos, que en aquel momento tal vez hubieran sido útiles para la Sagrada Familia. Los dones expresan lo mismo que la proskýnesis: son un reconocimiento de la dignidad regia de aquel a quien se ofrecen. El oro y el incienso se mencionan también en Isaías 60,6 como dones que ofrecerán los pueblos como homenaje al Dios de Israel.

La tradición de la Iglesia ha visto representados en los tres dones —con algunas variantes— tres aspectos del misterio de Cristo: el oro haría referencia a la realeza de Jesús, el incienso al Hijo de Dios y la mirra al misterio de su Pasión.

X. PIKAZA. LECTURA VALORATIVA. 

Benedicto XVI ha ofrecido la mejor visión teológica de conjunto del relato de los magos, desde una perspectiva  tradicional, vinculando elementos de  Ciencia, filosofía y religión:  religión

Ciencia: Valor de la estrella: El mundo entero como expresión de lo divino.

Filosofía: El pensamiento abierto a la religión… vinculando el misterio oriental (magia) con la ciencia y pensamiento de occidente (helenismo).

Religiones… Valoración de conjunto. Benedicto XVI ha puesto de relieve el hecho de que el camino de las religiones de oriente y occidente va dirigido hacia Cristo, donde culmina, en forma de adoración… camino hacia Cristo. Pero, a mi juicio,  no ha destacado la novedad de la gran “conversión” cristiana, como  pondré de relieve en mi  tercera postal (Epifanía 3).  Aquí me limito a indicar la novedad de la “adoración cristiana de los magos.

LA HISTORIA DE LOS MAGOS COMO GRAN INVERSIÓN 

Hay una adoración “evasiva”, que mantiene a los hombres y mujeres sometidos, haciéndoles de alguna forma “esclavos” de Dios (no hijos y amigos…), justificando así, al menos de un modo indirecto, la sumisión humana. Religión para sometidos, eso implica una mala adoración cristiana.

Para nosotros, los cristianos, el modelo y centro de toda adoración es Cristo, que ha ofrecido a Dios su vida «en espíritu y verdad», como destaca el evangelio (cf. Jn 4, 23). Ésta es la verdadera adoración: vivir como Jesús y procurar que nuestra vida sea rica y gozosa ante Dios, en gesto de verdad, enriquecidos por la fuerza del Espíritu divino

Por eso, los cristianos no nos inclinamos y arrojamos en el suelo, ante Dios, como unos siervos (en la línea de la hištajawah de los antiguos israelitas), aunque comprendamos el sentido de ese gesto (repetido, por ejemplo en algunas ceremonias litúrgicas de ordenación ministerial o profesión religiosa). Tampoco ofrecemos a Dios la sangre y la carne de animales muertos que simbolizan, de algún modo, nuestra furia agresiva y la dirigen hacia un plano más alto de misterio, para así pacificarnos.

Estrictamente hablando, tampoco nos “arrodillamos” ante el misterio, como en la proskynesis de ciertas liturgias solemnes.

Los cristianos  adoramos a Dios al ofrecerle todo lo que existe y de manera especial al ofrecernos nosotros mismos, en espíritu y verdad, como una «ofrenda viva y santa», sabiendo que éste es nuestro culto «racional» (logikên), humano, como Pablo ha resaltado (Rom 12, 12). Adoramos a Dios en especial al “adorar” (=servir) a los niños y excluidos, como Jesús. A 

 A Dios adoramos sirviendo a niños y excluidos sociales  

Adorar al Niño, como los magos de Oriente (Mt 2, 8). Vienen guiados por la “estrella” de los cálculos astrales y de las promesas proféticas, dispuestos a postrarse ante el nuevo Poder que ha de mostrarse en Occidente. Pero al llegar al lugar indicado descubre sólo a un Niño con su Madre, al que ofrecen los dones de su sabiduría humana y su realeza (oro, incienso y mirra).

Adorar a Dios significa ofrecer nuestro dones al Niño perseguido, amenazado, a todo niño, para que así pueda vivir, aunque se halle perseguido por Herodes y por todos los reyes de la vieja tierra, que tienen miedo de perder sus privilegios, su reinado de poder injusto. Adorar a Dios es ponerse al servicio de la Vida que nace, crear un mundo donde los niños puedan crecer en amor y esperanza.

Adorar la Cruz, bajando de ella (desclavando) a los crucificados. Los cristianos que adoran a Dios en el Niño de Belén, con los magos de Oriente, le siguen adorando en la cruz del Viernes Santo, en la liturgia más solemne de la Muerte del Mesías. Adorar la Cruz (postrarse ante ella y besarla) es ponerse al servicio de todos los crucificados, es decir, de aquellos que sufren y son expulsados, hallándose al borde de la muerte. De esa forma, los “magos” del día de Reyes han de volverse compañeros y amigos (defensores y liberadores) de los crucificados y sufrientes de la tierra. Inclinarse ante Dios significa amar y servir a sus pobres. Besar a Dios es besar (acompañar) a los que sufren. En esa línea, los cristianos se definen como adoradores de la cruz de Cristo.

 Adorar la Eucaristía, celebrar la vida compartida. El tercero de los signos de la adoración cristiana, sobre todo en perspectiva católica y ortodoxa, es la Eucaristía, es decir, el Pan y el Vino donde los creyentes celebran la victoria de Jesús y la expresan en forma de comunión. De esa manera, los Magos que han ido a Belén con oro-incienso-mirra, los que han acompañado a Jesús (y a sus amigos sufrientes) en la Cruz, vienen ahora y se sientan, con todos los que van y vienen, para compartir con ellos el Pan y Vino de la Acción de Gracias.

De esa manera, la Eucaristía (¡la gran bendición y alabanza!) se convierte en momento de máxima adoración ante el “Santísimo”, es decir, ante el Dios que se muestra “tres veces santo” (Sanctus, Sanctus, Sanctus… Kadosh, Hagios…) en el pan compartido. Éste es el momento y el lugar del Beso verdadero de la adoración, la vida compartida que es Dios, el Dios de Cristo adorado en Belén por los Magos.

Dios está en todo, especialmente en los niños perseguidos, amenazados…

El Dios de Jesús está en todas las cosas, pero esta presencia no es igual en todas ellas, pues él se encuentra especialmente en los hombres y, de un modo aún más especial, en los pequeños y perdidos de la historia, en el niño de Belén, perseguido por Herodes, en los hambrientos y encarcelados de Mt 25, 31-46, y es en ellos donde debemos encontrarle y adorarle, adorándole también en la Eucaristía, es decir, en la fraternidad y la comida compartida.

Por eso, en el origen de ese gesto que aquí estamos presentando (adoración de los magos)  no se encuentra una actitud o acción de prepotencia humana (unos hombres que se imponen sobre otros y les obligan a inclinarse, en postración oriental). En el principio está la gracia de Dios que se desvela en Cristo por los pobres; ellos son lugar de Dios, portadores de evangelio, ellos son revelación de la gracia infinita. La respuesta activa de los hombres que adoran a Dios sirviendo a los pequeños viene sólo después, como segundo momento o consecuencia.

Esta actitud de adoración, interpretada como gesto de servicio socio-religioso, ha de vivirse  de una forma gozosa y esperanzada. Es fuente peculiar de gozo la presencia de Dios en los pequeños, un misterio que sólo hemos venido a descubrir en Cristo, como plenitud escatológica y verdad definitiva de la historia. Debe hacerse fundamento de alegría nuestro gesto de servicio, pues ahora no debemos inclinarnos ante nadie por la fuerza.Servimos libremente. Dios mismo nos ha dado el privilegio de encontrarle entre los pobres y nosotros podemos responder con voz gozosa, diciendo  yo quisiera ser feliz, para así hacer felices a los hombres (a los pobres); quisiera tener los ojos bellos, bella el alma, para así expandir belleza entre los hombres que se encuentran a mi lado; quisiera tener mucho, hacerme creador, para crear y expandir así la vida a manos llenas, como el Cristo (cf. Jn 10, 10).

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