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Gloria a Dios, paz en los hombres (Vigilia Navidad: Lc 2,14)

Domingo, 24 de diciembre de 2023

Navidad1Del blog de Xabier Pikaza:

Éste es el himno de los ángeles de Navidad: Gloria a Dios en las alturas (hypsistois) “y” en la tierra paz (eirênê) en/entre los hombres a quienes él ama (hombres de la eudokia o buena voluntad de Dios). Las gloria celeste de Dios se identifica con la paz terrestre de los hombres.

Buena voluntad (amor) de Dios, eso es la Navidad

Esa expresión (eudokía) podría referirse a la buena voluntad de algunos hombres (como cuando se dice: nosotros los demócratas, nosotros los pacíficos, nosotros  los de buena voluntad), dejando fuera de ese círculo de buenos al grupo inmenso de hombres y mujeres de mala voluntad, que serían en general “los otros” (bárbaros, incultos, pobres de la tierra).

Pero esa traducción referida a la buena/mala voluntad de los hombres es imposible por razones teológicas, psicológicas y de contexto

  • (a) Éste es un texto de “pasivo divino” y la buena voluntad a la que alude no puede ser la de los hombres, sino la de Dios. Los hombres no son aquí agentes,  sino destinatarios de la buena voluntad de Dios.
  • (b) Si el texto aludiera a unos hombres que presumen de “buena voluntad” sería una expresión de orgullo, y se le podría aplicar el refrán: “Dime de qué presumes y te diré de lo que careces”.
  • (c) Este es texto de “oráculo divino” (angélico) de navidad, como expresión suprema la buena voluntad de Dios (=amor)  que se expresa en el niño nacido de esa buena voluntad divina.

La Gloria a Dios en la altura se expresa en (=se identifica con) la paz en la tierra en los hombres de la buena  voluntad de Dios (= amados por Dios

Gloria de Dios “y” paz de los hombres no son dos cosas, de manera que una se pueda sumar a la otra, sino que son lo mismo:

La gloria de Dios es la paz entre los hombres, pues el “y” que une los dos “esticos” o elementos del paralelismo poético no es un “y” de separación o contraste, sino de identificación profunda, como en el caso del adagio de Ireneo de Lyon:  gloria dei / vivens homo, la gloria de Dios es el hombre viviente (la gloria de Dios consiste en que los hombre “vivan”)

En esa línea, el canto de los ángeles de Lc 2, 14 puede traducirse gloria dei / pax in hominibus bonae voluntatis, es decir, la gloria de Dios en la altura es la paz en la tierra entre los hombres de (la)  buena voluntad. Dios se expresa en el cielo como gloria/majestad y en la tierra como paz,  una paz que proviene su buena voluntad salvadora.

Navidad, paz de Dios en los hombres

Ésta es la expresión más honda de la Navidad, la teología de la encarnación, que Jn 1, 14 ha expresado de un modo muy suyo, diciendo “y el Verbo se hizo Carne” y que Lc 2, 14 describe de una forma casi idéntica: La gloria (doxa) de Dios se encarna en la paz (eirênê) entre los hombres.

No se podía haber dicho de un modo mejor, ni en un momento más oportuno (año 2023, tiempo de guerra en Israel), por boca del canto de los ángeles que son los mensajeros  de la verdad de Dios, tal como se revela en el cielo como gloria  y en la tierra como en la paz entre los hombres (que son depositarios de la buena voluntad de Dios.

            Éste es el himno supremo de la Navidad, el villancico de los ángels

Una palabra esa está latente en todo el AT, pero sólo se revela y despliega, se  canta y acoge plenamente en la Navidad del Hijo de Dios. Hay muchos que no se han enterado todavía, incluso dentro de los órdenes más altos de la iglesia, pensando que hay un tipo de “piedad/religión” que se expresa como gloria de Dios (en forma litúrgica o pietista), fuera del camino de paz entre los hombres. En contra de eso, según este canto de Navidad, la gloria de Dios (religión, piedad) se identifica con la paz/amor entre los hombres.No hay religión, hay culto, ni misa, ni hay santidad, sino en forma de paz entre los hombres

El Dios de Navidad no es obligación, imposición, ni miedo; no es amenaza ni castigo…  sino gloria divina y principio de paz  para cada familia, para todos los hombres y pueblos, que son presencia de la buena voluntad de Dios sobre la tierra. La gloria/culto de Dios consiste en que los hombres se amen, es decir, reciban y desplieguen en su vida la paz de la vida de Dios. Este es el lenguaje, éste es el canto y el “dogma” glorioso de la Navidad.

Vigilia de Navidad

Será bueno, en esta vigilia de Navidad 2023,  crear un momento de silencio, para que cada uno y todos podamos escuchar, la palabra del canto de paz que nos llega a todos, desde la noche de Belén, con los ángeles del cielo y los pastores de la tierra, acompañándonos unos a otros, acogiéndonos en amor, de manera que no quede nadie expulsado, condenado y rechazado sobre el mundo.

 No dijeron más los ángeles en la noche de Belén, ni más se necesitaba; pero tampoco dijeron menos. Sólo acogiendo, viviendo y comunicando la paz del Cristo de Belén podemos celebrar la Navidad.  Shalam/shalom aleikum, Eirênê hymin, Paz a vosotros, “feliz Navidad Gabon, Egun barri.

DESARROLLO BÍBLICO

(1) Principios y elementos.Paz (shalom) es una de las palabras y experiencias centrales del judaísmo. La Biblia supone que hombre real vive amenazado por la guerra, aunque llamado a la paz, como sabe un texto clave del Deuteronomio: «hoy pongo ante ti bien y mal, vida y muerte» (cf. Dt 30, 15). Dios coloca al hombre ante la paz y la guerra, pero no se mantiene indiferente, como si nada le importara una cosa ni otra, sino que se  compromete por la paz, de manera que la experiencia de Israel, su religión, viene a mostrarse como una llamada y camino de paz, que se identifica con el triunfo de la vida.

Es una paz histórica, vinculada a la presencia del Dios soberano que “truena y cabalga” sobre las nubes de la tormenta, conforme a la palabra solemne deSal 29: desde el alto cielo, sentado sobre el trono, al final del huracán, Dios extiende su mano y bendice a su pueblo con la paz (cf. Sal 29, 11). Ésta es la paz del reino mesiánico, cuya venida se espera y se canta en el templo, es la paz de una vida que puede extenderse gozosa, abundante, por toda la tierra, desde el centro de Jerusalén.:

«Oh Dios, da tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey. Él juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus pobres con rectitud. Los montes producirán paz para el pueblo; y las colinas, justicia. Juzgará a los pobres del pueblo; salvará a los hijos del necesitado y quebrantará al opresor. Durará con el sol y la luna, generación tras generación… En sus días florecerá el justo; habrá abundancia de paz, hasta que no haya más luna» (Sal 77, 1-7; cf. 86, 8-10).

Es una paz vinculada al orden del cosmos. Arco iris. Los textos apocalípticos empezaban a propagar la idea de que el mismo cosmos se hallaba pervertido, de que había una lucha superior de astros contra astros, de satanes contra arcángeles (como pone de relieve la literatura del ciclo de Henoc). Pues bien, en ese contexto, después de haber destacado el riesgo del pecado y desmesura, que puede llevarnos al diluvio, el autor bíblico ha querido poner de relieve el fundamento de paz de este mundo que se expresa, por encima del diluvio, en el arco iris. Éste es el pacto de una paz, expresada en la estabilidad básica del mundo, al servicio del hombre:

«No volveré jamás a maldecir la tierra por causa del hombre… Tampoco volveré a destruir todo ser viviente… Mientras exista la tierra, no cesarán la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche» (Gen 8, 21-22). «Ésta será la señal del pacto que establezco entre yo y vosotros…: Yo pongo mi arco en las nubes como señal del pacto que hago entre yo y la tierra. Y sucederá que cuando yo haga aparecer nubes sobre la tierra, entonces el arco se dejará ver en las nubes…» (Gen 9, 12-14).

Ésta, al mismo tiempo, una paz mesiánica, vinculada a la ciudad de Jerusalén. Es la paz del mensajero de Dios (evangelista) que llega a su ciudad, para anunciar la concordia. Es la paz de los que vienen a Sión, para aprender el oficio de la concordia, destruyendo sus armas, haciendo de las espadas arados y de las lanzas podaderas, conforme a la visión y esperanza final de Is 2, 2-4. En el fondo, el mesianismo israelita se identifica con la paz, entendida como plenitud y justicia, como reconciliación y alabanza. Por eso se dice ante el Mesías, portador de paz: «Alégrate mucho, hija de Sion! ¡Da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén! He aquí, tu rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado sobre un asno, sobre un borriquillo, hijo de asna. Destruiré los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén. También serán destruidos los arcos de guerra, y él hablará de paz a las naciones. Su dominio será de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra». Éste es el rey de la paz mesiánica que Jerusalén ha esperado, como sabía Jesús de Nazaret, cuando subió de esa manera a la ciudad, aunque (evidentemente) no todos los judíos hayan aceptado su signo ni todos los cristianos lo hayan seguido (Zac 9, 9-10; cf. Mt 21, 4-7). A continuación presento algunos de los rasgos de esa paz mesiánica.

(2) Esa paz implica renuncia a la guerra, nueva Jerusalén. Otros pueblos han esperado también algún tipo de paz final, entendida como paraíso. Pero Israel lo ha hecho de un modo muy especial, partiendo de su visión de Dios que Fuente de Paz, y que así ha venido (viene) a revelarse a los hombres y mujeres de su pueblo Israel, que responden confiados y comprometidos:   «Asiria no nos salvará, no montaremos a caballo ni llamaremos “dios” a la obra de nuestras manos» (Os 14, 4). En esa línea, los grandes profetas han condenado a los que buscan la paz por medio de las armas: «Ay de los que bajan a Egipto por auxilio, confiados en su caballería; confían en los carros numerosos, en los jinetes fuertes, sin mirar al Santo de Israel… Pues bien, los egipcios son hombre y no dioses; sus caballos, carne, y no espíritu» (Is 31, 1-3).

La paz se concibe así como experiencia superior de reconciliación, centrada en la fe en Dios, vinculada al surgimiento y cuidado de la vida: «La doncella concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, Dios con nosotros» (Is, 7, 4-14). Por eso, cuando Dios se manifieste en plenitud, las armas cesarán, será tiempo de paz (Is 2, 2-5; cf. Miq 4, 1 ss.). Sobre la montaña simbólica del templo se manifestará el mismo Yahvé, abriendo ante los hombres un camino de paz para siempre, de manera que ellos dejarán las tácticas de guerra, licenciarán los ejércitos y convertirán las armas en instrumento de trabajo pacífico, al servicio de la vida.

Paz de Dios, paz de los hombres. Los creyentes romperán sus armas, aprendiendo a vivir de esa manera en paz, culminando la esperanza de Sión: «Venid a ver las obras del Yahvé, sus prodigios en la tierra: pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe, rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos. Yahvé es conocido en Judá; su fama es grande en Israel, su refugio está en Jerusalén; su morada, en Sión. Allí quebró los relámpagos del arco, el escudo, la espada, la guerra (Sal 46, 9-10; 76, 2-4). El mismo Dios es el que “rompe los arcos y quiebra las lanzas”, destruyendo así las armas de guerra. En este contexto, los ejércitos, que antes podían parecer sagrados (si eran israelitas) aparecen ahora como idolatría, un poder que quiere divinizarse.

            La paz aparece de esa forma como tiempo de revelación del verdadero Dios se manifiesta en Sión (en Israel) como portador de una paz sin armas, es decir, de una concordia superior, hecha de comunión y de perdón, como reconciliación final (cf. Jer 31, 31-34). Así culmina la más honda experiencia israelita en la que Dios viene a presentarse como padre, amigo, esposo que cuida de sus fieles. Por eso, aquellos que ponen su confianza en la armas y quieren defenderse por ellas confiesan de hecho que no confían en Dios, negándole en la práctica (cf. Os 8, 14; 10, 13; Miq 5, 9-10, Hab 1, 16, Zac 4, 6). En esa línea, Dios se introduce como fuente de paz superior en la vida de los hombres y mujeres de su pueblo que, precisamente por ser pueblo de Dios, ha de renunciar a luchar y defenderse como los restantes pueblos.

Paz, evangelio de Dios. En un momento dado, la misma fe yahvista (que antes se expresaba a través de la guerra) empieza a exigir el desarme y el rechazo de cualquier tipo de pacto militar con los imperios que fundan su poder sobre bases de violencia. Sólo en ese contexto se puede formular la gran esperanza de reconciliación cósmica (pastarán juntos el oso y el cordero…, y un muchacho los pastoreará…; cf. Is 11, 6-9) que el texto actual del libro de Isaías vincula al banquete final de los pueblos: «El Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos un festín de manjares suculentos…» (Is 24, 6-8).

            En esa línea, el Dios Guerrero de las historia antiguas (Yahvé Sebaot) viene a presentarse así ante los creyentes de Israel como portador de un banquete universal de concordia, abierto a todos los pueblos, sir armas, ni guerra, ni soldados. Humanamente hablando, los profetas que entendieron y formularon la fe de esa manera buscaron de hecho un imposible, renunciando por un ideal divino a la defensa armada y a los pactos militares. En esa línea, ellos aparecen como adelantados de la humanidad mesiánica, testigos y vigías de un futuro de paz. Ésta es la verdad más honda del “evangelio” israelita como indica el mensaje de Segundo Isaías (Is 40-55): «Súbete a un monte elevado, evangelizador de Sion, grita con voz fuerte, evangelizador de Jerusalén; grita con fuerza, no temas, di a las ciudades de Judá: ¡Aquí está vuestro Dios!» (Is 40, 9). Ésta es la buena nueva de Dios, el mensaje de libertad, que empieza en Israel y se abre al mundo entero.

            Ésta es la paz del “anuncio de Dios”. El portador de la buena noticia (el mebasserhebreo, que el texto griego de los LXX ha traduci­do como euangelidsome­nos o evangelizador), es un personaje central de la “historia” israelita, que anuncia la buena noticia de la paz de Dios (de su gracia) en un mundo violento que todo lo quiere resolver por guerra. En esa línea sigue un nuevo texto, cargado de poesía y esperanza: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del evangelizador que anuncia la paz, del evangelizador bueno que anuncia salvación! De aquel que dice a Sión: ¡Reina tu Dios! ¡Escucha! Tus vigías alzan la voz, cantan a coro pues ven cara a cara a Yahvé que vuelve a Sión. Cantad a coro ruinas de Jerusalén… pues los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios» (Is 52, 7-10). Estos versos hablan del mensajero final de paz (shalom), del evangelizador que anuncia y trae las buenas noticias de Dios, que se identifican con la paz de Jerusalén.

(3) Paz, reino de Dios, humanidad reconciliada. La revelación del reinado de Dios se expresa como fuente de paz para Israel y para todos los hombres, desde Jerusalén, como saben y cantan los salmos: «Cantad a Yahvé un cántico nuevo, evangelizad (bassru) día tras día su victoria… Decid a los pueblos: ¡Yahvé es rey! Alégrese el cielo, goce la tierra…, delante de Yahvé que llega, ya llega a regir la tierra» (Sal 96, 2. 10. 11. 13). La esperanza de la llegada de ese Dios de paz ha marcado y sigue marcando la historia israelita y cristiana. Ciertamente, el Reino esperado incluye también otros rasgos, como indica la misma tradición del Segundo Isaías que presenta a Dios “como autor de la paz, creador de la desgracia (cf. Is 44, 24; 45, 6-7). Pero, en su conjunto, el Dios israelita ha sido Dios de paz y su esperanza ha estado marcada por la certeza de que llega el tiempo de reconciliación para los hombres, como recordará Jesús.

Éste es el contexto en el que surgen y se entienden las palabras más realistas y utópicas, exigentes y esperanzadas del Antiguo Testamento. El poderío militar de los imperios, entendido como el ídolo, queda superado por la revelación definitiva de Yahvé, que actúa como salvador para su pueblo. En el tiempo de las guerras santas el ejército del pueblo aparecía como “visibilización” de la justicia de Dios; ahora Israel no tiene que apelar más a las armas; los ejércitos del mundo se han venido a demostrar como perversos. «Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor… hacia él confluirán naciones, caminarán pueblos numerosos…De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas…» (Is 2, 2-5; cf. Miq 4, 1 y sigs.).

Sobre la montaña del templo actúa la presencia de Yahvé como principio de nueva revelación, como la paz definitiva. Dios mismo enseñará a los hombres el camino de una ley de paz por siempre; los hombres dejarán las tácticas de guerra. Esta paz humana será la revelación definitiva de Dios: «Venid a ver las obras del Señor, los prodigios que hace en la tierra: pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe, rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos. Dios se manifiesta en Judá; su fama es grande en Israel, su albergue está en Jerusalén; su morada, en Sión. Allí quebró los relámpagos del arco, el escudo, la espada, la guerra» (Sal 46, 9-10; 76, 2-4).

            ¿Cómo lo hace Dios? El texto no dice la forma concreta en que se expresará la paz, pero sabe que los ejércitos y fuerzas de este mundo constituyen realidades idolátricas: expresan su poder como violencia, y en virtud de esa violencia acaban pereciendo. Dios se manifiesta de manera diferente: como voz de paz que enseña y transfigura al hombre para hacerle buscador de paz (Isaías). Inmersos en un tipo de combate que no tiene salida, dominados por un mundo que ellos juzgan pervertido, los profetas como Isaías hablan de un camino de paz que viene a través de la enseñanza, de una ley que cambiará los corazones, educando a los hombres para la paz (cf. Jer 31, 31-34).

 4. Nuevo testamento, paz de Jesús, navidad.

La paz, en el cristianismo, sigue siendo la misma paz judía; por eso, en principio, no sería necesario tratar de ella. Pero puede y debe introducirse una novedad significativa: los cristianos creen que Jesús ha explorado y recorrido el camino israelita de la paz, proponiéndola ya, de un modo directo para todas las naciones. Es aquí donde se ha mantenido y se sigue manteniendo, de algún modo, la relación y diferencia entre la paz judía y la cristiana.

(a) Algunos judíos afirman que, de hecho, Jesús no ha traído la paz mesiánica, aunque puede ser un buen iniciador en ese camino; no ha traído la paz, porque sigue habiendo enfermedades e injusticias y porque, sobre todo, los cristianos (que se llaman hombres de paz) han utilizado pronto la guerra no solo en la lucha de unos estados contra otros, sino como medio de oponerse a los judíos (de perseguirlos) y de imponer su religión por fuerza.

(b) Los cristianos responden que, a pesar de sus errores, el cristianismo es religión de paz, pues Jesús vino a cumplir la esperanza profética y mesiánica de Israel. Lo que pasa es que algunos cristianos han contestado y dicho que la paz cristiana es del corazón (paz espiritual, interior, religiosa), mientras que la paz judía era exterior (material). Evidentemente, esta respuesta no convence del todo a otros cristianos, pues piensan que la paz de Jesús tiene que ser “israelita”, siendo universal, interior y exterior.

El cristianismo un movimiento de paz, y toda guerra pretendidamente santa es contraria a al Dios de Cristo y de la En esa línea se debe añadir que la iglesia cristiana es una comunidad de creyentes que se unen y expanden a través de la palabra, sin medios de guerra o lucha fratricida. Por eso, ella se configura a modo de comunidad pacífica, no como estado o pueblo que se expande y/o defiende por armas, aunque a veces, los cristianos han tomado el poder y han apelado a la violencia para mantenerlo y defenderse.

La paz cristiana es la paz de Jesús, esto es, una paz de tipo judío, asumida y desplegada por un pretendiente mesiánico, llamado Jesús de Galilea, que subió a Jerusalén sin armas, para anunciar y proponer el cumplimiento de la paz final de los profetas. Éstos fueron algunos de los rasgos principales del programa de Jesús, asesinado precisamente por promoverlos: (a) Ofrecer ayuda a los más pobres, a los excluidos de los modelos sociales de aquel tiempo. (b) Curar a los enfermos. (c) Instaurar y extender un proyecto de perdón universal, empezando por los más pequeños que perdonan a los grandes. (d) Amar al enemigo y no responder a su violencia con violencia. Las autoridades del lugar (sacerdotes del templo, soldados de Roma) le mataron, porque no querían aceptar su proyecto, que les parecía peligroso.

Los discípulos de Jesús creyeron que su muerte había sido precisamente la prueba de la verdad de su proyecto de paz y así empezaron a crear comunidades “mesiánicas”, es decir, comunidades que creían que había llegado la paz escatológica, anunciada por los profetas y que se comprometían a extenderla por el mundo, no sólo con su vida, sino con su mensaje.

De un modo consecuente, los primeros cristianos renunciaron a defenderse con violencia ante los ataques de otros grupos sociales y, llegado el momento culminante del sitio de Jerusalén (67-70 d.C.), no apoyaron la defensa armada, sino que decidieron desertar, pues pensaban que había otros caminos de extensión del mensaje y del proyecto de Jesús (cf. Mc 13, 14). Pero esta renuncia a la defensa armada de Jerusalén no fue exclusiva de los cristianos, sino que hubo otros grupos judíos (los más significativos para el rabinismo posterior) que renunciaron también a la lucha armada contra Roma, como muestra el ejemplo de Yohanan Ben Zakai, de quien se dice que escapó de la Jerusalén sitiada haciéndose el muerto, en un ataúd.

El saludo cristiano es “que la paz sea contigo (con vosotros), y de esa forma mantiene el Shalom judío. Así pide Jesús a sus discípulos que saluden cuando van de camino, ofreciendo evangelio, es decir, paz (cf. Lc 10, 5). Así quiere Jesús que sus discípulos tengan siempre paz, una paz que se conserva, no se pierde (cf. Mc 9, 50). De todas formas, los cristianos han “inventado” un saludo característico, uniendo la paz israelita con la “gracia” helenista, pero entendida en forma cristiana, es decir, en claves de gratuidad amorosa. Así saludan “que la gracia y la paz…” (cf. Rom 1, 7; 1 Cor 1, 3; 2 Cor 1, 2; Gal 1, 3 etc). Ésta es la paz que brota de la gracia, la paz del amor que tiene que extenderse en todo el mundo.

Bienaventurados los pacificadores.En este contexto se entiende, por citar sólo un caso, la bienaventuranza de los constructores de paz (Mt 5, 9). Otros grupos podían tener sus propios bienaventurados: guerreros de Dios que conquistan un reino (celotas), buenos sacerdotes con su ritual de sacrificios, cumplidores de la ley… (en línea farisea). Pues bien, para Jesús, judío mesiánico, la bienaventuranza verdadera culmina allí donde los se comprometen a instaurar (hacer, poiein) la paz del Reino, regalando generosamente la vida a los demás. De los pobres de la primera a los pacificadores de la séptima bienaventuranza de Mateo (5, 9) discurre así un camino especial, la Via Pacisde la plenitud mesiánica, que se opone no sólo a otras formas particulares de judaísmo, sino al ideal de victoria del imperio romano.

Así culmina el mensaje de Jesús, de esa forma se condensa su proyecto, centrado en el surgimiento de unos hombres y mujeres que sean hacedores de paz (eirenopoioi),  portadores de su victoria mesiánica, que no es producto de una lucha contra nadie, ni imposición sobre ninguno (como en el imperio romano), sino victoria de la paz para todos, empezando por los pobres, los hambrientos, los mansos. Éste es el principio de la paz israelita, tal como ha sido profundizada por Jesús y vivida en el origen por sus seguidores.

Pero muchos cristianos la han vinculado después con la “pax romana”, hecha del triunfo sobre los adversarios y entendida como un “imperio” religioso (social, espiritual). Así ha podido surgir un tipo de paz entendido como “sistema” que puede extenderse y mantenerse por la fuerza, que se parece más a la pax romana del Imperio que a la eirenê mesiánica del evangelio.   Sólo una recuperación radical de la paz israelita y mesiánica de Jesús nos capacitará para entender y vivir el mensaje de la Biblia, empezando por la Navidad con el canto de los ángeles: Pan en la tierra a los hombres, porque Dios les ama.

Bibliografía

Antiguo Testamento. Cf. G. Barbaglio, Dios ¿violento?, Verbo Divino, Estella 1992 X. Pikaza, El Señor de los ejércitos. Historia y teología de la guerra, PPC, Madrid 1996; A. van der Lingen, Les Guerres de Yahvé, Cerf, Paris 1990.

Nuevo Testamento. X. Pikaza:  El Señor de los ejércitos. Historia y teología de la guerra, PPC, Madrid 1997;  Violencia y diálogo de religiones. Un proyecto de paz, Sal Terrae, Santander 2004; Violencia y religión en la historia de occidente,  Tirant lo Blanch, Valencia 2005;  El camino de la paz, Khaf, Madrid 2009.

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