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Los ojos de Jesús.

Domingo, 7 de noviembre de 2021
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Mc 12, 38-44

«¿Veis a aquella mujer?»

Otra escena para contemplar; para saborear.

Imaginemos el inmenso Templo abarrotado de gente. Los sacerdotes paseando en grupos de dos o tres embutidos en sus magníficas vestimentas. Los doctores de la Ley luciendo sus ostentosas túnicas a franjas. Los ricos saduceos echando con estruendo sus monedas de plata en el arca del tesoro. El mármol del Templo brillando esplendoroso bajo los rayos del sol. Sus cientos de columnas de cedro sosteniendo los pórticos interminables y proyectando su sombra sobre los suelos enlosados del mejor mosaico de la región… Todo lo que allí hay rezuma grandeza y esplendor.

Imaginemos que es media mañana. Jesús se halla desde primera hora en la escalinata del pórtico de Salomón predicando el Reino a los judíos, aunque en ese momento se ha permitido un breve descanso y está rodeado de sus discípulos. Tiene razones para estar seriamente preocupado, pues las cosas se le han puesto muy feas en Jerusalén y en cualquier momento puede aparecer un pelotón de guardias para prenderle.

Sus discípulos, galileos de pueblo, están embobados con tanto lujo, tanta magnificencia y tanto trajín, cuando Jesús les sorprende con esta pregunta. «¿Veis aquella mujer?»

Ellos buscan con la vista alguna mujer que destaque sobre las demás por su porte, su belleza, sus ricos atavíos, o que esté rodeada de un gran séquito de criados, o que tenga cualquier otro atributo capaz de llamar la atención de su amigo.

Alguien le dice: «Jesús, hay mucha gente. ¿A cuál te refieres?» … Y Jesús le responde: «A aquella que está ahora junto al arca del tesoro depositando una monedita; la que parece temerosa de que la expulsen de allí porque su dinero no vale nada».

Dirigen hacia allí su mirada y ven a una anciana (muy anciana y vestida con un humilde vestido negro) medio encorvada ante el arca. Hay cientos de personas en el templo, docenas de sacerdotes, gran cantidad de ricos ostentosos en quienes todos se fijan… y una pobre viuda que pasa desapercibida de todos… menos de Jesús. Si alguien se había fijado en ella, solo habría visto una vieja insignificante, pero Jesús mira siempre al corazón y ante esta mirada todas las apariencias se van al traste.

Van por un camino y se les acerca un leproso. Todos los que le rodean ven solo una fuente de contaminación e impureza… y se apartan. Jesús ve su amargura, su soledad… y se acerca. Entran en Jericó, encaramado a un sicómoro está Zaqueo, el jefe de los publicanos. Todos ven en él a un pecador público, al opresor amigo de los romanos… y se apartan, pero Jesús ve su marginación, el desprecio y humillación a las que le someten los tenidos por buenos… y se acerca.

¡Los ojos de Jesús!… Donde los demás vemos un sembrador que siembra, o un pastor que cuida de su rebaño, o un arbusto de mostaza, o una hogaza de pan crujiente, él ve a Dios; la mejor versión de Dios que nadie haya sido capaz de imaginar.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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