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Alegría

Sábado, 10 de octubre de 2020
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La alegría que experimentamos por nosotros mismos –sin esa perspectiva moralizante que nos es tan familiar- nos la transmite el libro de Qohélet. El autor de este libro intenta unir la filosofía popular griega con la sabiduría judía. Pone en tela de juicio algunos dogmas judíos; por ejemplo, el dogma según el cual «hacer el bien trae siempre fortuna y una larga vida, y hacer el mal lleva al infortunio y a una muerte prematura».

La realidad es diferente. Qohélet nos invita a alegrarnos de la vida y a gozar plenamente de las alegrías del momento. Cuando recibimos alegrías, debemos pensar que es Dios quien nos las envía (9,7-9). Qohélet no está lleno de euforia. Sabe que todo esto no es más que un suspiro de viento, que el ser humano no puede encontrar la paz ni en el éxito ni en la propiedad.

Sabe que, pasadas las alegrías, vendrán los tiempos de la tristeza (3,1 Iss), pero, cuando Dios nos concede la alegría, debemos acogerla agradecidos y gozar de ella con plena conciencia.

La conciencia de ser pecadores no debe inducirnos sólo a dar vueltas como penitentes que se reprochan constantemente haberlo hecho todo de manera equivocada y no merecer el amor de Dios. Jesús empieza su predicación diciendo: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios» (Mc 1,15). Nos ofrece la plenitud de la vida. Cuando Dios está cerca y cuando nosotros nos encontramos cerca de Dios, entonces nuestra vida se encuentra en orden, se llena de una alegría nueva. Por eso cuenta Lucas en su evangelio que allí donde estaba Jesús reinaba la alegría. Allí donde estaba Jesús no había ni un mísero sentido de penitencia, ni de autodevaluación, ni de autoacusación, sino que se advertía el ofrecimiento de una nueva posibilidad de vida, que la libertad y la alegría podían determinar nuestra vida.

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Anselm Grün,
Recuperar la propia alegría,
Verbo Divino, Estella 1999

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

” Job y ¿Quién mató a mi padre?”, por Carlos Osma

Sábado, 10 de octubre de 2020
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father-1633655_1920De su blog Homoprotestantes:

Hace un par de semanas leí el libro de Edouard Louis ¿Quién mató a mi padre?(1), una especie de diario donde el autor hace reflexiones dirigidas a su padre. La relación con él no había sido buena, lo sabemos porque en un libro anterior: Para acabar con Eddy Bellegueule(2), Edouard narra su experiencia como gay en una familia obrera francesa, y explica el rechazo que sufrió por parte de su entorno, entre ellos su padre. Al leer el libro no pude evitar hacer conexiones con el libro de Job, y me pregunté cuáles eran las similitudes y las diferencias entre ambas reflexiones para reflejan experiencias de abuso y marginación por parte de familiares o amigos.

Lo interesante de ¿Quién mató a mi padre? es que Edouard Louis no se centra en sí mismo y en la homofobia padecida por una de las personas que debía protegerle y amarle, sino que trata de entender los poderes que habían intervenido en la vida de su padre para actuar como lo hizo. Louis no oculta su profundo dolor: “Contar la historia de tu vida es escribir la historia de mi ausencia”, pero es capaz de ver como las personas pobres como su padre han sido utilizadas por el sistema como objetos para producir beneficios. De ahí la insatisfacción, la necesidad de huir de la realidad, después la caída en el alcohol, la enfermedad, el despido por no ser productivo, y finalmente la amargura. “La historia qeu aprendíamos en la escuela no era tu historia. Nos enseñaban la historia del mundo y tú te habías quedado al margen del mundo”. Todo eso lleva a Edouard Louis a hacer una crítica de las políticas que generan tanto dolor en personas como su padre. De los políticos dirá: “La política no cambia sus vidas, o lo hace bastante poco. Esto también es curioso, ellos hacen la política, pero la política apenas tiene ningún efecto sobre sus vidas”. Sin embargo, esas políticas sí la tienen para personas como su padre: “Hollande, Valls, El Khomri, Hirsch, Sarkozy, Macron, Bertrand, Chirac. La historia de tu sufrimiento tiene nombres y apellidos. La historia de tu vida es la historia de esa gente que se ha ido turnando para acabar contigo. La historia de tu cuerpo es la historia de esos nombres que se han ido turnando para arruinarlo. La historia de tu cuerpo acusa la historia política”.

Al leer el libro de Job, nos encontramos a una persona cuya situación de sufrimiento no es atendida por los demás con empatía, sino con juicio y añadiendo culpa. ¡Algo has hecho para que te ocurra esta desgracia! Job se dirige al cielo porque sus amistades más cercanas lo abandonan, se sitúan en el bando de la ortodoxia, de quienes ostentan el poder y la influencia para convertirlo en un pecador. Y me preguntaba qué pasaría si además de dirigirse al cielo, Job hubiera reflexionado sobre las razones que llevaron a sus tres amigos a tratarlo de una forma tan inhumana. Evidentemente no puedo responder a esa pregunta, no conozco a Bildad, Sofar y Elifaz, pero sí a personas cercanas que han actuado conmigo de una forma semejante por mi orientación sexual. No quiero hacer una comparación entre el sufrimiento de Job y la bendición de mi orientación sexual, sino entre nuestros ortodoxos amigos.

Si tengo que destacar una característica, es la falta de empatía, lo cual sorprende de personas que dicen dirigir su vida con el amor de dios (el suyo es en mayúsculas claro). Y la falta de empatía, según indican muchos estudios psicológicos, está relacionada con problemas afectivos en la infancia, por ejemplo. La falta de empatía suele ir acompañada con la rigidez, con negarse ni siquiera a valorar que pueden estar equivocados. Y la rigidez de pensamiento es la materialización del miedo y la inseguridad, algo que no debería extrañarnos, porque muchos discursos religiosos están dirigidos a personas a las que les da miedo el mundo cambiante en el que viven y necesitan que les proporcionen verdades inamovibles para bajar su nivel de ansiedad. Por último, y para no alargarme, he observado también que muchas veces las personas más rígidas y menos empáticas no han tenido, o han perdido, un entorno familiar estable, a lo que suele sumarse la falta de una red de amistades fuerte, por lo que se sienten solas. Por eso, si tienen que decidir entre una amiga, un hijo, una hermana, un padre o una tía LGTBIQ, y la comunidad cristiana LGTBIQfóbica de la que forman parte y que les proporciona un entorno de relaciones personales de las que carecen, pues se decantan por la segunda opción.

En cuando a Job, si nos centramos ahora en nuestra experiencia eclesial, creo que es un ejemplo a seguir para los cristianos LGTBIQ porque él no se resigna y se convierte en insumiso de un sistema teológico que no responde a su experiencia. Job nos sitúa no solo ante la crisis de un ser humano, sino ante la crisis de una teología que producía víctimas, o que no es una ayuda para ellas. Porque Job, como Edouard Louis y su padre, “no es víctima de Dios sino de la violencia humana; es el chivo expiatorio sobre el que su grupo social carga sus propios males y expulsa fuera de su seno”(3). Y las personas LGTBIQ estamos en nuestro derecho de preguntarnos qué hemos hecho nosotros para ser el chivo expiatorio de las comunidades cristianas en las que crecimos, pero en realidad la pregunta más pertinente sería por qué nuestras comunidades necesitan chivos expiatorios. ¿Qué tapan con su LGTBIQfóbia? ¿Por qué dan la espalda al evangelio? ¿Por qué eligen la ortodoxia en vez de la empatía? Mi experiencia me dice que la respuesta es que su teología está agotada, acabada, muerta. Porque el Espíritu hace años que les abandonó.

La no resignación ante los poderes que intentan hundirnos creo que es un elemento interesante del libro de Job, algo que nos puede ayudar como cristianos LGTBIQ. “¡Lejos de mí daros la razón! No renunciaré a mi honradez hasta que muera. Me aferro a mi inocencia, no cederé libre de reproche hasta el último de mis días”(4). También el hecho de hacer discursos de contrapoder, discursos que se opongan a los que los poderes LGTBIQfóbicos han impuesto como únicos válidos. Es posible, como en Job, que esos discursos de contrapoder no sean lo más precisos posibles, o que no lleguen a encontrar una respuesta definitiva para acabar con una teología que se impone para oprimir. Pero siempre es necesario que alguien haga el primer paso para que otros puedan llegar a la meta. Y creo que eso es lo que hace Job, no ofrece todas las respuestas para hundir la doctrina de la retribución, pero es un eslabón de la cadena que acabará por hacerlo. Nosotros solos no podremos dar siempre y en todo momento respuestas a las lecturas y mensajes LGTBIQfóbicos de las iglesias que dejan caer todo su odio sobre nosotros, pero debemos seguir trabajando para que finalmente la teología de odio que muchos abrazan como divina, sea abandonada.

Para acabar diré que en Job la dependencia de dios es absoluta, nada ocurre que él no permita. Por un lado, es una actitud que podemos entender como infantil y poco reflexiva, pero por otro la veo muy acertada porque Job no se deja robar a dios. No deja a dios en manos de los poderes que le culpabilizan, sino que se dirige a él para encontrar respuesta y salvación. Edouar Louis no habla de dios en su libro, pero leído desde una óptica cristiana ¿Quién mató a mi padre? nos interpela a vivir un cristianismo con los pies en el suelo, que analice cuáles son las verdaderas causas de nuestro sufrimiento y del de las personas que tenemos alrededor, para intentar erradicarlas. Y este cristianismo real y encarnado, no se opone en ningún momento a la convicción de la absoluta dependencia del poder de dios. El mundo fue entregado al ser humano para que lo cuidara y lo protegiera, un mundo que tiene su sentido de existencia, para nosotros los creyentes LGTBIQ, en el amor de dios.

Carlos Osma

NOTAS:

(1) Louis, E. ¿Quién mató a mi padre? (Ediciones Salamandra. Barcelona, 2019).

(2) Louis, E. Para acabar con Eddy Bellegueule. (Ediciones Salamandra. Barcelona, 2015).

(3) Trebolle, J. & Pottecher, S. Job (Editorial Trotta. Madrid, 2011), p.208.

(4) Job 26,5-6.

Consulta dónde encontrar “Solo un Jesús marica puede salvarnos”

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Huyó de Honduras por ser LGBT y lo pagó con un año de cárcel en EEUU: la historia de César Mejía

Sábado, 10 de octubre de 2020
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IMG_3664-1024x768Por Dunia Orellana, desde Honduras

El activista César Ramón Mejía tuvo que huir de Honduras en 2018 debido a la violencia, el desempleo y la discriminación contra las personas LGBTI. Cuando llegó a la frontera con Estados Unidos, lo deportaron y lo condenaron a no regresar a tierra estadounidense en los próximos veinte años. Su delito fue salir forzosamente de su país debido a la violencia, el desempleo y la discriminación contra los grupos LGBTI a los que pertenece.

 “Ahora estoy en San Pedro Sula y posiblemente más tarde amanezca muerto. A muchos chicos y chicas los matan porque andan personas homofóbicas que dicen ‘un culero menos en la calle’”, dice César, de 26 años.

“Derrotado, sin dinero, sin haber logrado nada”. Así se siente César, luego de los dos intentos fallidos de migrar a Estados Unidos y en medio de la pandemia de coronavirus. Vive con la angustia de no saber de dónde le va a caer el siguiente plato de comida o la siguiente bala. Presentes conversó con él para contar su historia.

Del sueño americano a la cárcel   

A finales de 2018, César estaba en la frontera entre México y Estados Unidos cuando decidió entregarse a las autoridades para ver si conseguía asilo en EEUU. Había hecho el viaje de rigor de todo hondureño en busca del “sueño americano”, expresión que ha popularizado la prensa del país.

Se había unido meses antes a la primera caravana de migrantes que partió desde el norte de Honduras, atravesó Guatemala y llegó a México. La caravana estaba formada por un grupo variopinto de las clases sociales hondureñas menos favorecidas. Viajaban ancianos, niñes, mujeres y hombres cis, personas trans. Incluso niñes de pecho que sus madres llevaban cargados en sábanas amarradas a los hombros.

En México, César, apodado “El “auténtico”, se refugió junto con otros indocumentados de varias nacionalidades en una residencial del centro de la capital. Allí apareció en varios medios de comunicación, en defensa de los indocumentados. En YouTube puede verse al menos un corto documental en el que aparece en Ciudad de México, acompañado por un reportero del medio Vice.

Pedir asilo

El 23 de diciembre de 2018 decidió entregarse a las autoridades de Estados Unidos “porque pensaba que es un país de leyes y de cosas justas, no como el país de donde vengo”,  según contó a Presentes. Tenía esperanzas de conseguir asilo.

Los funcionarios estadounidenses comenzaron a interrogarlo ferozmente. Querían conocer su relación con los líderes de la caravana, aunque solo podían culparlo de haber apoyado a los demás migrantes ayudándoles a obtener alimentos y denunciando maltratos y discriminación.

Allí también lo culparon de trata de personas. “Yo no tenía nada que ver con los líderes de la caravana. Yo iba solo, pero en el camino uno toma como familia a la gente que va con uno. Los cipotes me miraban como alguien que ayudaba a resolver cosas. Nadie puede hablar mal de mí, a nadie prostituí ni mandé a prostituirse”, cuenta a Presentes.

Primer encierro

El 28 de diciembre de 2018, el Departamento de Migración le hizo una mala pasada y lo encerró en una cárcel de Arizona, en el suroeste de Estados Unidos. De ahí lo trasladó, el 15 de enero de 2019, a la correccional del condado de Tallahatchie, Mississippi, en el sur del país, donde pasó tras las rejas la mayor parte de ese año.

Enrejado en Tallahatchie, estuvo a punto de perder la razón por la angustia: “No sabía cuándo era de noche o de día. Perdí la noción del tiempo por el encierro”, relata.

Recuerda el día en que le dieron un “alegrón de pobre”. “Me mandaron la confirmación del ‘parole’, de que podía llevar mi caso afuera. Sentí alegría, dije ‘aquí voy a empezar de cero’, a olvidar todo, a sacar adelante a mi mamá, a mi familia”.

Pero tres días después volvieron a engañarlo, según el relato de César. Su peregrinaje de cárcel en cárcel continuó cuando, veinte días después, de la correccional de Tallahatchie lo mandaron para Louisiana. “Aquí vas a ver un juez que va a decidir si te vas para tu país o te quedas aquí”, le dio la bienvenida un oficial estadounidense.

Tratos políticos y viajes de locos

“El juez estadounidense le decía a todo hondureño que llegaba a la corte: ‘Tu país es seguro. Tenemos un convenio con él. Le dimos millones de dólares para que haya más desarrollo y puedas estar bien allá, así que te vas de vuelta’”, cuenta César. El juez ni volteó a ver su expediente.

Eso pasó en agosto de 2019. Lo que no sabía César es que le faltaban al menos cuatro meses de cárcel antes de que lo deportaran en noviembre de ese año. “En la cárcel tuve que pelear por la comida, aguantando que me preguntaran si no había una cárcel para maricas. Me sentí peor que nunca”.

La depresión lo destrozó. Además de medicinas contra la taquicardia, tomó antidepresivos. “Varias veces me tocó ir a celda de castigo por defenderme”.

Después de meses, sus abogadas le dijeron que por un error técnico de la justicia podían lograr una apelación. Parecía una buena noticia. El problema era que tenía que quedarse en prisión otros seis meses.

“Al menos voy a ver de vuelta a mi mamá”

César firmó su autodeportación. “Mejor que me maten en Honduras, pero por lo menos voy a ver de vuelta a mi mamá”. Pero no solo lo deportaron.  También lo convirtieron en un paria. Le prohibieron acercarse a Estados Unidos durante los próximos veinte años. Las autoridades hondureñas lo ficharon como a un delincuente peligroso a quien le sale mil veces mejor quedarse calladito. Cualquier “brinco” contra las instituciones hondureñas puede traerle graves problemas. “¿Cómo mata el gobierno de Honduras”, se pregunta César. Y se contesta a sí mismo: “Institucionalmente”.

El 19 de noviembre de 2019, Migración puso en un avión a César y lo envió de vuelta a Honduras. Al menos esa fue la intención. Pero el vuelo iba a Jamaica.

En el avión que aterrizó en el aeropuerto de Kingston, capital jamaiquina, llevaban a César “encadenado de manos, cintura y pies, como si fuera el Chapo”, cuenta, refiriéndose al famoso narco mexicano Joaquín Guzmán. “Pueden dejarme acá. Por mí no hay problema”, les pidió a los oficiales de Migración cuando descubrieron el error que habían cometido.

Segundo intento en medio del coronavirus

Le dieron el trato de un diplomático de altura. Estados Unidos mandó a Kingston un avión cargado de hondureños para traer a César ese mismo día a San Pedro Sula. Fue el único que abordó el avión. Al menos se dio el lujo de pasar cuatro horas en Jamaica.

Sin trabajo, sin casa, sin un centavo en la bolsa, César llegó a su ciudad natal solo con la ropa que traía puesta. “Un montón de deportados se quedaron durmiendo en la terminal” sampedrana, esperando el amanecer para subirse a un bus con un boleto que les regalaron, relata César. De pura casualidad se topó en el centro de la ciudad con una amiga que le dio cien lempiras. “‘Tené para que vayas a ver a tu mamá’, me dijo. Entonces me fui adonde mi mami. Le caí de sorpresa”.

Al cabo le dieron igual los veinte años de prohibición. Dos meses después de haber regresado, desesperado por la falta de trabajo, César se unió a una pequeña caravana que partió de San Pedro Sula en enero de 2020. Un mes antes, las noticias habían empezado a hablar de un nuevo virus aparecido en Wuhan, China.

La segunda aventura de César terminó en Tabasco, México, cuando la pandemia de coronavirus iba cerrándolo todo. Allá, César dio vuelta en redondo y regresó a Honduras.

“Quiero irme de aquí, pero Estados Unidos ya no es una opción. Si regreso, ya no son ocho meses o un año de cárcel. No sé qué hice mal. No tengo antecedentes penales. Solo me han quedado estos papeles para leerlos”, dice con la voz quebrada, señalando el hatajo de documentos que carga en su mochila y que respaldan su historia de encierro en la tierra del “sueño americano”.

Fuente Agencia Presentes

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Rusia amenaza con detener a hombres gais con hijos nacidos vía vientre de alquiler

Sábado, 10 de octubre de 2020
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Publicidad-Allstate-familia-LGTB1-290x150Una fuente del gobierno ruso habría confirmado que se preparan para detener a hombres gais que han tenido hijos a través de un vientre de alquiler acusándolos de “tráfico de bebés

El pasado mes de enero un bebé nacido a través de un vientre de alquiler murió en un piso de Moscú. En el mismo piso había otros tres pequeños, que se cree fueron gestados por la misma madre, y dos niñeras que los vigilaban mientras los padres arreglaban el papeleo para llevarse a los bebés a su país de origen.

Pero la muerte, de causas naturales según el abogado de los padres, llevó a las autoridades al piso y acabaron afirmando que fue debida a una “negligencia” y que el acuerdo de subrogación era en realidad “tráfico de bebés”. Y eso que los vientres de alquiler son legales en Rusia.

El caso llevó a la detención de siete personas, el personal médico y los abogados relacionados con la gestión de la subrogación; y los otros tres bebés de once meses fueron (según los padres) ingresados en un centro psiquiátrico. Ahora los padres han demandado al gobierno de Rusia por “secuestrar” a unos bebés que están legalmente reconocidos como ciudadanos extranjeros.

En mitad de todo esto, el periódico The Independent asegura que los medios nacionales rusos han hecho circular las palabras de una fuente del Comité de Investigación ruso que comparaba los vientres de alquiler con el tráfico de personas y que era un delito que los hombres con “orientaciones no tradicionales” usen su esperma en procesos de fecundación in vitro.

“Nuestra intención es detener a un número de sospechosos, hombres solteros, y ciudadanos rusos, que han usado a madres subrogadas para dar a luz a bebés“, añadía esa fuente.

Por el momento el gobierno no ha confirmado ni desmentido esa intención, pero el abogado de los padres de los bebés antes mencionados, Igor Trunov, cree que el gobierno utiliza el sentimiento anti-LGTB+ para relacionar el tráfico de bebés con los hombres gais: “Quieren conectar la idea del tráfico a la de la orientación sexual, sabiendo que eso causa más impacto entre el público. Entienden que nadie va a defender a los gais.“

Para Trunov, además, no cabe ninguna duda de que hay una “orden política” detrás del interés del repentino interés de los investigadores en los hombres gais que utilizan este método para formar una familia.

Fuente The Independent, vía la SuperQueer

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