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Transfigúrame, Señor.

Domingo, 12 de marzo de 2017
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Transfigúrame.

Señor, transfigúrame.
Traspáseme tu rayo rosa y blanco.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla
en tu más alta catedral.

Quiero ser yo mismo, sí, mi historia,
pero de Ti en tu gloria traspasado.
Quiero poder mirarte sin cegarme,
convertirme en tu luz, tu fuego altísimo
que arde de Ti y no quema ni consume.

Déjame mirarte, contemplarte
a través de mi carne y mi figura,
de la historia de mi vida y de mi sueño,
inédito capítulo en tu Biblia.

Si he de transfigurarme hasta tu esencia,
menester fue primero ser ese ser con límites,
hecho vicisitud camino de figura,
pues solo la figura puede trans-figurarse.

Pero a mí solo no. Como a los tuyos,
como a Moisés (fuego blanco de zarza),
como a Elías (carro de ardiente aluminio),
cada uno en su tienda, a ti acampados,
purifica también a todos los hijos de tu padre,
que te rezan conmigo o te rezaron
o acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el padrenuestro.

Purifica a todos, a todos transfigúralos.
Si acaso no te saben, o te dudan,
o te blasfeman, límpiales piadoso
(como a ti la Verónica) su frente;
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, y te conozcan;
espéjate en su río subterráneo,
dibújate en su alma
sin quitarles la santa libertad
de ser uno por uno tan suyos, tan distintos.

Mira, Jesús, a la adúltera
y al violento homicida
y al mal ladrón y al rebelde soberbio
y a la horrenda –¡piedad! – madre desnaturada
y al teólogo necio que pretende
apresarte en su malla farisea
y al avaro de oídos tupidos y tapiados
y al sacrificador de rebaños humanos.

[A cada uno de ellos] sálvale Tú,
despiértale la confianza.
Allégatele bien, que sienta
su corazón cobarde contra el tuyo
coincidentes los dos en solo un ritmo.

Que todos puedan en la misma nube,
vestidura de ti, sutilísima fimbria de luz,
despojarse y revestirse
de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí con ellos todos, te lo pido,
la frente prosternada hasta hundirla en el polvo,
a mí también, el último, Señor,
preserva mi figura, transfigúrame.

*

Gerardo Diego

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***

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:

― «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:

― «Levantaos, no temáis.»

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

― «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

*

Mateo 17,1-9

***

*

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“Escuchar a Jesús”. 16 de marzo de 2014. 2. Cuaresma (A). Mateo 17, 1-9.

Domingo, 12 de marzo de 2017
Comentarios desactivados en “Escuchar a Jesús”. 16 de marzo de 2014. 2. Cuaresma (A). Mateo 17, 1-9.

je2El centro de ese relato complejo, llamado tradicionalmente “La transfiguración de Jesús”, lo ocupa una Voz que viene de una extraña “nube luminosa”, símbolo que se emplea en la Biblia para hablar de la presencia siempre misteriosa de Dios que se nos manifiesta y, al mismo tiempo, se nos oculta.

La Voz dice estas palabras: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”. Los discípulos no han de confundir a Jesús con nadie, ni siquiera con Moisés y Elías, representantes y testigos del Antiguo Testamento. Solo Jesús es el Hijo querido de Dios, el que tiene su rostro “resplandeciente como el sol”.

Pero la Voz añade algo más: “Escuchadlo”. En otros tiempos, Dios había revelado su voluntad por medio de los “diez mandatos” de la Ley. Ahora la voluntad de Dios se resume y concreta en un solo mandato: escuchad a Jesús. La escucha establece la verdadera relación entre los seguidores y Jesús.

Al oír esto, los discípulos caen por los suelos “llenos de espanto”. Están sobrecogidos por aquella experiencia tan cercana de Dios, pero también asustados por lo que han oído: ¿podrán vivir escuchando solo a Jesús, reconociendo solo en él la presencia misteriosa de Dios?

Entonces, Jesús “se acerca y, tocándolos, les dice: Levantaos. No tengáis miedo”. Sabe que necesitan experimentar su cercanía humana: el contacto de su mano, no solo el resplandor divino de su rostro. Siempre que escuchamos a Jesús en el silencio de nuestro ser, sus primeras palabras nos dicen: Levántate, no tengas miedo.

Muchas personas solo conocen a Jesús de oídas. Su nombre les resulta, tal vez, familiar, pero lo que saben de él no va más allá de algunos recuerdos e impresiones de la infancia. Incluso, aunque se llamen cristianos, viven sin escuchar en su interior a Jesús. Y, sin esa experiencia, no es posible conocer su paz inconfundible ni su fuerza para alentar y sostener nuestra vida.

Cuando un creyente se detiene a escuchar en silencio a Jesús, en el interior de su conciencia, escucha siempre algo como esto: “No tengas miedo. Abandónate con toda sencillez en el misterio de Dios. Tu poca fe basta. No te inquietes. Si me escuchas, descubrirás que el amor de Dios consiste en estar siempre perdonándote. Y, si crees esto, tu vida cambiará. Conocerás la paz del corazón”.

En el libro del Apocalipsis se puede leer así: “Mira, estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa”. Jesús llama a la puerta de cristianos y no cristianos. Le podemos abrir la puerta o lo podemos rechazar. Pero no es lo mismo vivir con Jesús que sin él.

José Antonio Pagola

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” Su rostro resplandecía como el sol”. Domingo 12 de marzo de 2017. Domingo 2º de Cuaresma.

Domingo, 12 de marzo de 2017
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15-CuaresmaA2Leído en Koinonia:

Gn 12,1-4ª: Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios
Salmo responsorial 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
2Ti 1, 8b-10: Dios nos llama y nos ilumina
Mt 17,1-9: Su rostro resplandecía como el sol

Abraham y Sara pertenecían a un clan de pastores seminómadas, de los muchos que buscaban pastos para sus rebaños lejos de las ciudades-estado que, por los años 1800 a.C. se estaban organizando en Mesopotamia y a lo largo de las costas del Mediterráneo. Abraham fue uno de los muchos grupos que emigraban, lo mismo que hoy, «buscando la vida». En ese andar luchando por la vida descubrieron el llamado de Dios a dejarlo todo y fiarse de su promesa de vida. Dios promete a Abraham que será padre de un pueblo numeroso y que tendrá una tierra, la “tierra prometida”. Es lo que anhelan sus corazones, lo que necesitan para vivir una vida humana y digna. Hoy son muchas las “minorías abrahámicas” que siguen escuchando el llamado de Dios, que les invita a buscar nuevas formas de “vida prometida” para todos los hijos de Dios. Hoy también hay muchísimos desplazados por el sistema neoliberal globalizado, que crea marginación y expulsa a los más débiles de sus tierras. Y millones de desplazados por efecto de las guerras y los problemas políticos. Son los nuevos Abrahán y Sara, que se ven forzados a dejarlo todo en busca de la vida digna que la realidad les niega en su lugar de origen.

La Biblia pone el origen de Israel en esta mitológica «migración» desde Oriente Próximo, «justificándolo» en la voluntad de Dios de elegirse un pueblo… Así, en unos textos que son «Palabra de Dios» y que hablan de Dios… en realidad es el pueblo judío el que habla de sí mismo, y se da una identidad a sí mismo, que consiste en la voluntad del Dios altísimo de crearse un pueblo eligiendo a la persona de cuyas entrañas lo haría nacer. Además de padre «biológico» de Israel, a Abraham la Biblia le atribuye el ser «padre en la fe» de Israel, y por tanto de las tres religiones en que derivó la fe de Israel: el judaísmo, el cristianismo y el islam.

Como el problema de la historicidad de los «mitos» bíblicos de la creación, de la primera pareja humana, y del pecado original que abordábamos en el domingo pasado, También los Patriarcas y los orígenes de Israel hoy están sometidos a un nuevo abordaje. Es algo muy nuevo. Hoy en Biblia se habla de un «nuevo paradigma arqueológico», una generación de arqueólogos desprendida de las adherencias y condicionamientos teológicos clásicos, que cree hallar en el subsuelo israelita un nuevo libro que nos habla fehacientemente de los demás libros que componen la Biblia. Israel Finkelstein es el nombre abanderado de este nuevo paradigma bíblico. «La Biblia desenterrada» (editorial Siglo XXI, Madrid 2003, original: The Bible Unearthed. Archeology’s New Vision of Ancient and the Origin of its Sacred Texts). Han aparecido también investigaciones importantes sobre el papel que la creación de la Biblia tuvo respecto a la construcción de la identidad de Israel; así por ejemplo, el libro de Shlomon SAND, Comment le peuple juïf fut inventé (Fayard, Paris 2008, original en hebreo). La visión que actualmente se está imponiendo desde un plano científico respecto al mundo de los patriarcas bíblicos significa una verdadera revolución, un conjunto de descubrimientos muy importantes que transforman el contexto en el que deben ser interpretados. No se trata de una intuición vaga o una primer anticipo, sino de una corriente fundamentada que merece más respecto incluso que las simples «hipótesis» sobre las que hasta ahora estaba basada la ciencia bíblica. Es urgente para los biblistas, los predicadores y todos los agentes de pastoral asomarse cuanto antes a este nuevo panorama, para no ser sorprendidos cualquier día proponiendo interpretaciones que hoy, a estas alturas del desarrollo de las ciencias, no tienen razón de ser.

La segunda carta de Timoteo nos asegura que la Palabra de Dios no está encadenada. Ella hace su propio camino en medio de los muchos caminos del pueblo. Aunque hagamos muchas lecturas interesadas de ella, el Espíritu siempre encontrará las formas de echarla a volar, sobre todo en manos de los que buscan mejores situaciones de vida en dignidad y justicia, como Abrahán y Sara, o como los desplazados de hoy. Todos ellos, minorías abrahámicas o mayorías desplazadas, están pronunciando con su vida el rechazo a este sistema excluyente que ha perdido la brújula, y que podría encontrarla con la Buena Noticia de Jesucristo.

La escena de la transfiguración que nos relatan los evangelios es, obviamente, otro símbolo. No tiene sentido hablar de ella con un «realismo ingenuo», como si la entendiéramos literalmente y a juzgáramos rigurosamente histórica. Escribieron el relato con mucha libertad –o a partir de un relato oral recontado y reelaborado en su transmisión– y hoy nosotros lo podemos interpretar también «de un modo puramente simbólico». En efecto: esa transfiguración de Jesús que el evangelio de Mateo nos cuenta es un símbolo de esas otras muchas «experiencias de transfiguración» que todos experimentamos. La vida diaria tiende a hacerse gris, monótona, cansada, y a dejarnos desanimados, sin fuerzas para caminar. Pero he aquí que hay momentos especiales, con frecuencia inesperados, en que una luz prende en nuestro corazón, y los ojos mismos del corazón nos permiten ver mucho más lejos y mucho más hondo de lo que estábamos mirando hasta ese momento. La realidad es la misma, pero nos aparece transfigurada, con otra figura, mostrando su dimensión interior, esa en la que habíamos creído, pero que con el cansancio del caminar habíamos olvidado. Esas experiencias, verdaderamente místicas, nos permiten renovar nuestras energías, e incluso entusiasmarnos para continuar marchando luego, ya sin visiones, pero «como si viéramos al Invisible».

Todos necesitamos esas experiencias, como los discípulos de Jesús la necesitaron. Nosotros no podemos encontrarnos con Jesús en el Tabor de Galilea. Necesitamos buscar nuestro Tabor particular, las fuentes que nos dan fuerzas, las formas con las que nos arreglamos para lograr renovar nuestro compromiso primero, siendo la oración, sin duda, el más importante Leer más…

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Dom 12.3.17. Transfiguración, una señal de Dios en la montaña

Domingo, 12 de marzo de 2017
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17156205_749635261880335_1321004131998447600_nEl blog de Xabier Pikaza:

Domingo de la Transfiguración, 2º de Cuaresma, ciclo A. Mt 17, 1-9. Una señal de Dios, señal de vida, como las primeras flores de la primavera en el hemisferio norte, anuncio y promesa de verano. Un signo de presencia divina y de futuro humano, un baile de amor (imagen 1) mientras subimos al monte los tres de Jesús (¡Pedro, Santiago, Juan! Todos y todas) donde parecía aguardarnos sin cesar la muerte.

Así debe entenderse este relato de la Transfiguración. Jesús ha dicho a los suyos que van a morir (Mt 16,21-28), pero después, para interpretar el sentido de esa muerte, les lleva a la Montaña, para que escuchen allí la voz de Dios, descubriendo con él a los testigos de la gran Promesa, que son así tres (Moisés y Elías con Jesús), como evoca el gran icono de la “Metamorfosis” (imagen 2).

El tema es “subir”, con Jesús, con otros dos (Santiago y Juan), hasta la cima de un monte grande, no como Sísifo, para bajar de nuevo, desesperados, porque la piedra rueda, vuelve al hondo del valle y debemos subirlas otra vez y otra vez por eternidad de eternidades de infierno creado por los hombres (imagen 3a y 3b: dos versiones del sísifo). No, arriba está Dios, con sus amigos antiguos, y está Jesús transfigurado, con sus nuevos amigos (empezando por Pedro, Santiago y Juan). Por eso queremos subir, pues la vida es un ascenso de gloria acompañada.

El tema es subir, como quiso San Juan de la Cruz, que interpretó este monte de la Transfiguración como el Carmelo, Jardín de Dios, donde crecen las plantas de la vida, realizando el recorrido del gran Cántico, como he querido mostrar en mi libro de San Juan de la Cruz transfigurada (imagen 4).

imagesEn medio del camino de la vida, en una larga Cuaresma sin luces, tiene que haber un momento de Ascenso a la Transfiguración, con Jesús, con sus amigos… para descubrir así en la altura la Gran Luz de Dios que nos dice “Este es mi Hijo”, vosotros sois mis hijos. Sin un momento de ascenso, de amor, la vida humana pierde su sentido.

Una vez más, en este domingo de la Transfiguración, en medio de la Gran Cuaresma, quiero y debo comentar este gran pasaje, según el evangelio de Mateo (cuyo comentario estoy preparando para la imprenta). Esta escena, este relato, esconde otros temas y misterios. Estos son los que quiero destacar esta mañana. Buen domingo a todos, buen comienzo de primavera en ese hemisferio norte.

Texto. Mt 17

17 1 Y después de seis días, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y les hizo subir en privado a un monte alto. 2 Y fue transfigurado delante de ellos. Su rostro resplandeció como el sol, y sus vestiduras se hicieron blancas como la luz. 3 Y he aquí que les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. 4 Entonces intervino Pedro y dijo a Jesús: Señor, es bueno que nosotros estemos aquí. Si quieres, levantaré aquí tres tabernáculos: uno para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
5 Mientras él aún hablaba, de pronto una nube brillante les introdujo en la sombra, y salió una voz de la nube diciendo: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Escucharle. 6 Al oír esto, los discípulos se postraron sobre sus rostros y temieron en gran manera. 7 Entonces Jesús se acercó, los tocó y dijo: Levantaos y no temáis. 8 Y cuando ellos alzaron los ojos, no vieron a nadie sino al mismo Jesús solo.

Pasados seis días,

una semana después del anuncio de la pasión (Mt 16, 21-28), subió Jesús con tres discípulos a una montaña,para caminar con ello, para ofrecerles allí un signo de la gran promesa de la vida, en medio de la cuaresma.

La escena tiene un sentido positivo, de ratificación de un misterio, y ha de entenderse en forma de culminación del pasado (Moisés y Elías dan testimonio de Jesús) y de anticipación (como si se adelantara la pascua). Mateo la sitúa en el camino hacia Jerusalén (16, 21) de manera que sólo en ese contexto se entiende, pero Pedro (¡que debía ser la Roca de la Iglesia, el que protestaba contra la entrega de Jesús!) quiere permanecer allí (¡gozar del triunfo de Dios y del cumplimiento de las Escrituras sin entregar la vida!), construyendo tres tabernáculos, que expresan la culminación del tiempo, con Moisés y Elías dando testimonio de Jesús. De esa manera, estos privilegiados (Pedro, Santiago y Juan) quieren compartir la gloria de Jesús (con Moisés y Elías), sin compartir su entrega.

− Transfiguración o metamorfosis, lenguaje paulino (17, 2).

Imágenes, dos sísifos:

17098303_751864554990739_3710803414829335468_nMetemorphôthê, en pasiva, significa “fue trans-figurado” por Dios (metamorfosis), tomando una apariencia distinta, y mostrando así su realidad profunda. Esa transformación ilumina y desvela la verdad del Cristo que, según el himno de Flp 2, 6-11, existiendo en la forma o morfe de Dios, tomó la forma de siervo, haciéndose como nosotros, para entregar de esa manera su vida hasta la muerte y muerte de Cruz.

En este camino de entrega en el que se ha situado ya 16, 21, Jesús muestra en la montaña, su rostro verdadero de Dios. Eso significa que la cruz forma parte del camino y verdad de Dios (cf. 17, 5), pues Jesús se ha transfigurado para que también nosotros nos transfiguremos con él (2 Cor 3,18) reproduciendo su imagen. Éste es, pues, un lenguaje paulino (de la iglesia antigua), que ha visto en Jesús al mismo Dios en forma (morphe) humana.
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((Nota erudita:
Según el pensamiento antiguo, la forma (morfh/|) no es una apariencia externa (objeto de una visión imaginativa ilusoria), sino la verdad o la realidad más honda (como si dijéramos el “alma” de una realidad). Esta comprensión de la morfh/|, ha sido desarrollada por el pensamiento griego, extendido incluso en el área israelita. En esa línea, la morfé es la realidad esencial, como ha puesto de relieve todo el hile-morfismo, con sus diversas maneras de entender la relación entre materia (visibilidad) y forma (esencia). En esa línea, la transfiguración es una meta-morfosis, el descubrimiento de la realidad de Jesús, que no es divino sólo al final (resurrección), sino en el mismo camino hacia Jerusalén (cf. Flp 2, 6-11).
Gran parte de la teología e iconografía, especialmente en la Iglesia Oriental, constituye una reflexión y comentario de esta experiencia, como he puesto de relieve en No hará ídolos: Imágenes de la Fe 1000, PPC, Madrid 2016. Cf. A. Andreopoulos, Metamorphosis: The Transfiguration in Byzantine Theology and Iconography, St Vladimir, New York. 2005; F. Boespflug y N. Lossky, Nicée II: 787-1987. Douze siècles d’images religieuses, Cerf, Paris 1987; P. Eudokimov, El Arte del Ícono, Claretianas, Madrid 1991; D. Lee, Transfiguration, Bloomsbury, London 2004; L. Oupensky, Teología del icono, Sígueme, Salamanca 2013; A. M. Ramsey, The Glory of God and the Transfiguration of Christ, Longmans, London 1949; P. A. Sáenz, El icono, esplendor de los sagrado, Gladius, Buenos Aires 1991; Ch. Schönborn, El Icono de Cristo. Una Introducción Teológica, Encuentro, Madrid 1999.
Sobre visión de Dios en Is 6, cf. A. Colunga. La vocación profética de Isaías, CiTom (1924) 5-23; O. Keel, Yahwe-Visionem und Siegelkunst. Eine neue Deutung der Majestätsschilderungen in Jes 6, Ez 1 und 10 und Sach 4, SBS 84/85, Stuttgart 1988; B. Renaud, La vocation d’Isaïa. Expérience de la foi: VieSpir 119 (1968) 129-145. O. H. Steck, Bermenkungen zu Jesaja 6: BZ 16 (1972) 188-206; E. Eichrodt, Teología del AT I, Cristiandad, Madrid 1975, 307-356. ))

‒ Como el sol, como la luz, icono de Dios (17, 2).

El texto de Mc 9, 2-3 era más sobrio, sólo decía que se transfiguró y que sus vestiduras quedaron blancas (como ningún batanero podría haberlas blanqueado…). Mateo, en cambio, elaborando una tradición ya evocada en Lc 9, 29, describe los rasgos de las transfiguración de un modo muy preciso: Brilló su rostro como el sol. Esta imagen poderosa proviene de la tradición de las religiones “solares”, que presentan al Gran Dios o a su enviado como Astro del día. Pues bien, Mateo evoca aquí con toda precisión al Cristo-Sol, como rostro que mira y que irradia, expandiendo su luz.

Por eso, el texto sigue diciendo que sus vestiduras eran blancas como la luz, luz de Dios que todo lo alumbra y transforma en Jesús. Ya no estamos ante el signo de la Estrella que viene a la cuna de Jesús nacido (2, 1-4), sino ante el mismo Sol crecido, que desde su montaña alumbra todo lo que existe. Ésta es evidentemente la montaña de la transfiguración, que definirá desde ahora toda la experiencia religiosa y la “mística” cristiana, una transfiguración que sólo se despliega y expresa en el camino de entrega de la vida, a favor de los demás, subiendo a Jerusalén.

((Nota erudita 2:
Gran parte de la teología e iconografía, especialmente en la Iglesia Oriental, constituye una reflexión y comentario de esta experiencia, como he puesto de relieve en No hará ídolos: Imágenes de la Fe 1000, PPC, Madrid 2016. Cf. A. Andreopoulos, Metamorphosis: The Transfiguration in Byzantine Theology and Iconography, St Vladimir, New York. 2005; F. Boespflug y N. Lossky, Nicée II: 787-1987. Douze siècles d’images religieuses, Cerf, Paris 1987; P. Eudokimov, El Arte del Ícono, Claretianas, Madrid 1991; D. Lee, Transfiguration, Bloomsbury, London 2004; L. Oupensky, Teología del icono, Sígueme, Salamanca 2013; A. M. Ramsey, The Glory of God and the Transfiguration of Christ, Longmans, London 1949; P. A. Sáenz, El icono, esplendor de los sagrado, Gladius, Buenos Aires 1991; Ch. Schönborn, El Icono de Cristo. Una Introducción Teológica, Encuentro, Madrid 1999. )))

‒ Moisés y Elías (17, 3).

De manera muy significativa, este Cristo Icono de Dios, sol divino cuyos vestidos son luz, no está con serafines como el Dios de Is 6, 1, cuyo manto llenaba con sus vuelos todo el templo, sino acompañado por Moisés y Elías. Éste es un Dios que se “encarna” en el camino de los profetas, de manera que no está en Jerusalén, sino que va a morir allí, dando su vida… Esta diferencia entre el Dios del templo (Is 6) y el Cristo de la montaña (Mt 17) marca la conexión y diferencia entre Israel y el cristianismo.

La conexión viene dada por la presencia de Moisés y Elías. De una forma lógica, Mateo corrige el orden en que ellos aparecían en Marcos, poniendo a Moisés (Ley), antes que a Elías (profecía; Mt 17, 3; cf. Mc 9, 4), para mantener en principio el esquema “canónico” de Israel, con la Ley antes de los profetas. De todas maneras, en la discusión que sigue, el referente fundamental para entender el camino de Jesús será Elías, vinculado a Juan Bautista, más que Moisés. Están los dos con Jesús, pero sólo Jesús irradia luz como sol, sólo a él se dirige la palabra de Dios que dice “este es mi Hijo”, como centro y meta del camino “epifánico” de Israel, subiendo a Jerusalén para dar la vida de Dios a los hombres.

((Sobre visión de Dios en Is 6, cf. A. Colunga. La vocación profética de Isaías, CiTom (1924) 5-23; O. Keel, Yahwe-Visionem und Siegelkunst. Eine neue Deutung der Majestätsschilderungen in Jes 6, Ez 1 und 10 und Sach 4, SBS 84/85, Stuttgart 1988; B. Renaud, La vocation d’Isaïa. Expérience de la foi: VieSpir 119 (1968) 129-145. O. H. Steck, Bermenkungen zu Jesaja 6: BZ 16 (1972) 188-206; E. Eichrodt, Teología del AT I, Cristiandad, Madrid 1975, 307-356)).

− Kyrios, Hijo de Dios (17, 4-5).

Pedro llama a Jesús “Kyrie” (Señor), en vez de Rabbi (Maestro), a diferencia de Mc 9, 5, destacando así su grandeza y soberanía, como Señor Pascual, signo divino, por encima (a diferencia) de Moisés y Elías. Esta denominación y título ha de entenderse en sentido estricto; y a ella se debe añadir la voz de la nube (del Dios de Israel diciendo: ¡Este es mi Hijo… escuchadle!

La nube es signo de la presencia y providencia de Dios que guía al pueblo de Israel (Ex 13, 21-22), como ha recordado Pablo al afirmar que todos los israelitas se hallaban bajo la nube de Dios (cf. 1 Cor 10, 1-2). Pues bien, la Voz de la Nube es la voz de Dios, que da testimonio de Jesús, llamándole su Hijo Querido, a quien los hombres deben escuchar, ratificando así la palabra del bautismo (comparar Mt 17, 5 con 3, 17). Quizá se puede evocar en ese contexto la voz grande (27, 46) de Jesús que grita a Dios ante la muerte, con la voz de la nube que Dios dirige aquí a Jesús, diciendo “este es mi Hijo querido” (17, 5).
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‒ Terror divino, experiencia de resurrección (17, 6-7).

En esa línea se sitúa estos versos en los que Mateo pone de relieve el poder sobrecogedor de la experiencia de Dios que habla a Jesús en la montaña y deja a los tres discípulos (Pedro, Santiago y Andrés) paralizados, llenos de terror, de manera que el mismo Jesús tiene que tocarles y despertarles, diciendo (ege,rqhte, levantaos, resucitad), para que así vuelvan a la vida.

Al oír la voz de Dios, los discípulos han caído sobre el rostro, llenos de temor, pues han descubierto a Dios en Jesús, han ido más allá de los límites del mundo, tienen que morir (y en el fondo han muerto), como bien sabe la tradición israelita (cf. Is 6, 5).

De esa forma, Jesús viene a ellos desde más allá de la muerte, desde el lado de Dios, y les despierta, es decir, les eleva, diciéndoles levantáos, resucitad. Esta experiencia es un toque de resurrección, y así se dice que tocándoles… les levantó de nuevo, para que siguieran viviendo en este mundo, pero bien fundados en el más allá, desde la presencia del Dios de Jesús que nos resucita.

‒ Y abriendo los ojos sólo vieron a Jesús (17, 8).

Ésta ha sido una experiencia de muerte, y los tres discípulos de Jesús han desbordado los límites de este mundo, han entrado en eso que podría llamarse el “espacio celeste”, contemplando más allá de la muerte la gran Luz de Dios en Jesús, la palabra que dice “éste es mi hijo, escuchadle”. Lógicamente tendrían que haber muerto sin retorno a este mundo, pero ésta ha sido una muerte para retornar, y por eso Jesús les toca y les despierta (cf. 9, 25: tomó de la mano a la niña y resucitó…). Pues bien, Jesús toca aquí a los tres y les resucita, para que vivan desde el otro lado, como testigos de la resurrección que supera a la muerte (cf. 16, 21).

Esta experiencia define a los cristianos, que han descubierto la presencia y acción de Dios en la muerte de Jesús, que han experimentado a Jesús como el viviente, aquel a quien deben seguir, como ha dicho Dios (escuchadle: 17, 5). Por eso, lógicamente, abriendo de nuevo los ojos, tras la luz cegadora de la montaña sagrada y la Palabra de Dios, sólo ven a Jesús hombre, al mesías concreto de la historia, que les lleva hacia Jerusalén. Leer más…

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“Por la renuncia al triunfo”. Domingo. 2º de Cuaresma. Ciclo A.

Domingo, 12 de marzo de 2017
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08-transfiguaracionDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El tema común a las tres lecturas de este domingo es “por la renuncia al triunfo”. En la primera, Abrahán debe renunciar a su patria y a su familia, experiencia muy dura que sólo conocen bien los que han tenido que emigrar. Pero obtendrá una nueva tierra y una familia numerosa como las estrellas del cielo. Incluso todas las familias del mundo se sentirán unidas a él y utilizarán su nombre para bendecirse.

En la segunda lectura, Timoteo deberá renunciar a una vida cómodo y tomar parte en el duro trabajo de proclamar el evangelio. Pero obtendrá la vida inmortal que nos consiguió Jesús a través de su muerte.

En el evangelio, si recordamos el episodio inmediatamente anterior (el primer anuncio de la pasión y resurrección) también queda claro el tema: Jesús, que renuncia a asegurarse la vida, obtiene la victoria simbolizada en la transfiguración. Así lo anuncia a los discípulos: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar a este Hombre como rey». Esta manifestación gloriosa de Jesús tendrá lugar seis días más tarde.

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:

― «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:

― «Levantaos, no temáis.»

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

― «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

El relato podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña (v.1), la visión (vv.2-8), el descenso de la montaña (9-13). Desde un punto de vista litera­rio es una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, conviene recordar algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.

La teofanía del Sinaí

Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a la que no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces acompaña su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presen­cia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, “histórico”, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testa­mento.

La subida a la montaña

Jesús sólo elige a tres discípu­los, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros nueve no debemos interpretarla sólo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presen­ciado por todos. Se dice que subieron «a una montaña alta y apartada». La tradición cristiana, que no se contenta con estas indicaciones generales, la ha identificado con el monte Tabor, que tiene poco de alto (575 m) y nada de aparta­do. Lo evangelistas quieren indicar otra cosa: usan el frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí (u Horeb). También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén. Una montaña «alta y apartada» aleja horizontalmente de los hombres y acerca verticalmente a Dios. En ese contexto va a tener lugar la mani­festación gloriosa de Jesús, sólo a tres de los discípulos.

La visión

En ella hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud. El primero es la transformación del rostro y las vestiduras de Jesús. El segundo, la aparición de Moisés y Elías. El tercero, la aparición de una nube luminosa que cubre a los presentes. El cuarto, la voz que se escucha desde el cielo.

1. La transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas pala­bras: «sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (Mc 9,3). Mateo omite esta comparación final y añade un dato nuevo: «su rostro brillaba como el sol». La luz simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente.

2. «De pronto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él». Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humana­mente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin Elías habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípu­los (no a Jesús) es una manera de garantizarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.

En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a simple despropósito. Pero son simple conse­cuencia de lo que dice antes: «qué bien se está aquí». Cuando el primer anuncio de la pasión, Pedro rechazó el sufrimiento y la muerte como forma de salvar. Ahora, en la misma línea, considera preferible quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que seguir a Jesús con la cruz.

3. Como en el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella.

4. Sus primeras palabras reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: “¡Escuchadlo!” La orden se relaciona directamente con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto escán­dalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. “¡Escuchadlo!”

El descenso de la montaña

Dos hechos cuenta Mt en este momento: La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite y la pregunta de los discípulos sobre la vuelta de Elías.

Lo primero coincide con la prohibición de decir que él es el Mesías (Mt 16,20). No es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria.

El segundo tema, sobre la vuelta de Elías, lo omite la liturgia.

Resumen

Este episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva para los apóstoles. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo.

Esto supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vesti­dos tienen la expe­riencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) al aparecérseles Moisés y Elías se confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revela­ción de Dios; 3) al escuchar la voz del cielo saben que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.

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Segundo Domingo de Cuaresma. 12 Marzo, 2017

Domingo, 12 de marzo de 2017
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dii-cuaresma

“Delante de ellos se transfiguró”

(Mt 17, 1-9)

Jesús tomó a los cercanos, a los que podían “ver” la grandeza de su humanidad y divinidad unidas.

Jesús permite que le vean en su “completud”, transfigurado. Hoy sólo quiero fijarme en la palabra “transfiguración”. La palabra “trans” significa etimológicamente al otro lado de. En el lenguaje de hoy, traspasar.

En Occidente, en nuestra sociedad  racional y dualista hablamos en términos antagónicos. Eres humano o divino, es de noche o de día. Pero Jesús no vivió eso. Me viene el ejemplo de los polos opuestos de una pila. No son antagónicos, son complementaros. Sin la comunión de los dos, no hay corriente que genere vida en términos de luz, calor, etc.

Descubrir en los polos opuestos, los complementarios. Las dos orillas de un rio, la una sin la otra no pueden existir,  pues no habría posibilidad que el cauce del mismo fluyera… Las dos alas de los pájaros, la una sin la otra no posibilitaría el vuelo.

Esto le pasó a Jesús, fue un instante, una ráfaga, una eternidad sin tiempo. En donde se encontró con Su Padre y esto le hizo sentirse profundamente amado y tener una experiencia de unidad en Él y con todo. Una experiencia de transcendimiento. La sincronía entre lo humano y lo divino. La Unidad de ser  hace resplandecer la Luz que es su esencia y todo es transparencia en Él.

Trans, es ir al otro lado de. Integrar las orillas, integrar humanidad y divinidad. Ser y hacer, nada sobra, todo es posibilidad de comunión.

Jesús se siente pleno, colmado, completo. Ha llegado a la perfección, pero no como lo entendemos nosotros, sino en términos de ser uno con el Padre. De Paz interior, de completud, de no caber nada más en Él. Vive un lleno total, no necesita ni quiere nada, disfruta de su ser en el Padre.

Toda oscuridad es traspasada por la Luz de la Vida, no hay sombras. Solo el resplandor de la completud del Padre en el Hijo… “Tú eres  mi Hijo amado”.

Jesús, Dios y hombre, comunión de plenitud.

ORACIÓN

Padre, que  nuestra vida se transcienda de Amor para poder ser resplandor de Vida nueva, transparente, llena de Humanidad y Danza

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Lo divino en Jesús no puede verse ni oírse

Domingo, 12 de marzo de 2017
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trasfigurazione2Mt 17, 1-9

El domingo pasado, tirarse del templo para ser recogido por los ángeles, era una tentación. Pero hoy, una espectacular puesta en escena de luz y sonido, nos parece la cosa más natural del mundo. Desde la razón, es una contradicción, pero en el orden trascendente, una formulación puede ser verdad y la contraria también.

Aunque no sabemos cómo se fraguó este relato, debe ser muy antiguo, porque Mc, ya lo narra completamente elaborado. Una vez que, descubrieron en la experiencia Pascual lo que Jesús era, trataron de comunicar esa vivencia que les había dado Vida. Para hacerlo creíble, lo colocaron en la vida terrena de Jesús, justo antes del anuncio de la pasión. Así disimulaban la ceguera que les impidió descubrir quién era.

No podemos pensar en una puesta en escenapor parte de Jesús; no es su estilo ni encaja con la manera de presentarse ante sus discípulos. Por lo tanto, debemos entender que no es la crónica de un suceso. Se trata de una teofanía, construida con los elementos y la estructura de las muchas relatadas en el AT. Probablemente es un relato pascual, retrotraído a la época de su vida pública, tiempo después de haberse elaborado.

El relato está tejido con los elementos simbólicos, aportados por las numerosas teofanías que se narran en el AT. Nada en él es original; ni siquiera la voz de Dios es capaz de aportar algo nuevo, pues repite exactamente lo que dijo en el bautismo. Se trata de expresar la presencia divina en Jesús, con un lenguaje que todos podían reconocer. Lo importante es lo que quiere comunicar, no los elementos que utiliza para la comunicación.

No es verosímil que esta visión se diera durante la vida de Jesús. Si los apóstoles hubieran tenido esta experiencia de lo que era Jesús, no le hubieran negado poco después. Tampoco fue un intento de preparar a los apóstoles para el escándalo de la cruz. Si fue ese el objetivo, el fracaso fue absoluto: “Todos le abandonaron y huyeron”.

En la experiencia pascual descubrieron los discípulos lo que era Jesús. Todo lo que descubrieron después de su muerte, estaba ya presente en él cuando andaban por los caminos de Palestina. Los exégetas apuntan a que estamos ante un relato pascual. Si se retrotrae a la vida terrena es con el fin de hacer ver que Jesús fue siempre un ser divino.

No podemos seguir pensando en un Jesús que lleva escondido en la chistera el comodín de la divinidad, para sacarlo en los momentos de dificultad. Lo que hay de Dios en él, está en su humanidad. Lo divino nunca podrá ser percibido por los sentidos. Es hora de que tomemos en serio la encarnación y dejemos de ridiculizar a Dios.

La única gloria de Dios es su ser. Nada que venga del exterior puede afectarle ni para bien ni para mal. El aplicar a Dios nuestras perspectivas de grandeza, es sencillamente ridiculizarle. La única gloria del hombre es manifestar que en él está ya ese mismo amor. Manifestar amor hasta la muerte por amor, es la mayor gloria de Jesús y del hombre.

Jesús vivió constantemente trasfigurado, pero no se manifestaba externamente con espectaculares síntomas. Su humanidad y su divinidad se expresaban cada vez que se acercaba a un hombre para ayudarle a ser él. La única luz que transforma a Jesús es la del amor y solo cuando manifiesta ese amor ilumina. En lo humano se transparenta Dios.

Los relatos de teofanía que encontramos en el AT, son intentos de trasmitir experiencias personales de seres humanos. Esa vivencia es siempre interior e indecible. La presencia de Dios es el punto de partida. Esa presencia es nuestro verdadero ser. La gloria no es una meta a la que hay que llegar, sino el punto de partida para llegar al don total.

Tomó consigo a tres: La experiencia interior es siempre personal no colectiva, por eso los presenta con sus nombres propios. Moisés también subió al Sinaí acompañado por tres personas. El monte: Es el ámbito de lo divino. Si Dios está en el cielo, la montaña será el mejor lugar para que se manifieste. El monte alto es el lugar donde siempre está Dios.

Rostro resplandeciente: la gloria de Dios se comunica a aquellos que están cerca de Él. A Moisés, al bajar del monte, después de haber hablado con Dios, tuvieron que taparle el rostro porque su luminosidad hería los ojos. La luz: ha sido siempre símbolo de la presencia de la Gloria de Dios. La nube: Símbolo de la presencia protectora de Dios. A los israelitas les acompañaba por el desierto una nube que les protegía del calor del sol.

Moisés y Elías: Jesús conectado con el AT. La Ley y los Profetas en diálogo con Jesús. El evangelio es continuación del AT pero superándolo. La voz: la palabra ha sido siempre la expresión de la voluntad de Dios. ¡Escuchadlo! Es la clave del relato. Solo a él, ni siquiera a Moisés y a Elías. El miedo, aparece en todas las teofanías. Ante la presencia de lo divino, el hombre se siente empequeñecido. Miedo incluso de morir por ver a Dios.

El relato propone a Jesús como la presencia de Dios entre los hombres, pero de manera muy distinta a como se había hecho presente en el AT. Por eso hay que escucharlo. Su humanidad llevada a plenitud es Palabra definitiva. Escuchar al Hijo es transformarse en él y vivir como él vivió, ser capaces de manifestar el amor a través del don total de sí.

Ni la plenitud de Jesús ni la de ningún hombre están en un futuro propiciado por la acción externa de Dios. La plenitud del hombre está en la entrega total. No está en la resurrección después de la muerte ni en la dicha después del sufrimiento. La Vida y la gloria están allí donde hay amor. La vida de Jesús se presenta como un éxodo, pero el punto de llegada será el Padre, que era el punto de partida al empezar el camino.

A los cristianos nos queda aún un paso por dar. No se trata de aceptar el sufrimiento y la prueba como un medio para llegar a “la gloria”. Se trata de ver en la entrega, aunque sea con sufrimiento, la meta de todo ser humano. El amor es lo único que demuestra que somos hijos de Dios.Darse a los demás por una recompensa, no tiene nada de cristiano.

Jesús nos descubre un Dios que se da totalmente sin pedirnos nada a cambio. No es la esperanza en un premio, sino la confianza de una presencia, lo que me debe animar. La transfiguración nos está diciendo lo que era realmente Jesús y lo que somos realmente cada uno de nosotros. ¡Sal de tu tierra! Abandona tu materialidad y adéntrate por los caminos del Espíritu. Vives exiliado en tierra extraña, que no es el lugar que te pertenece.

Meditación-contemplación

Jesús era todo luz porque Dios lo inundaba.
Ese es el punto de partida para él y para nosotros.
No debemos esperar ninguna transfiguración
sino de descubrir nuestro ser no desfigurado.

No tengo que caminar hacia una meta fantástica que me prometen,
sino descubrir ya en mí el más sublime don: Dios mismo.
Debo vivir mi realidad esencial que ya está en mí.
Dios está ya en la profundidad de mi propio ser.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Salir de su tierra

Domingo, 12 de marzo de 2017
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El abbé Pierre, el 1 de Febrero de 1954, en Radio Luxemburgo

Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos” (Ortega y Gasset)

12 marzo, II domingo de Cuaresma

Mt 17, 1-9

Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada.

El Génesis relata en 12, 1-4 la vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios: “Sal de la tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”Y Abrahán sale mirando lejos, respondiendo a la llamada de un Dios que nos ilumina (2 Tim 1, 10) y con la vista puesta en el futuro. Nada importa la realidad o no del hecho. Lo trascendente es lo que el mito significa. Hace poco me enviaba un amigo el dibujo de una pareja en la cama. Ella leyendo un libro y él medio sentado. Le dice él: “Cariño, estoy sin calzoncillos”. Y ella le contesta sin tan solo mirarle: “No te preocupes, cielo; mañana te compro unos”.

De un mensaje, lo de menos es lo que se dice; lo importante es lo que con él se quiere decir. Hay que evitar la letra que mata y recuperar el Espíritu que vivifica. San Pablo nos lo recuerda en su 2 Cor 3, 5-6: “nuestra capacidad viene de Dios, que nos capacita para ilustrar una alianza nueva: no de puras letras sino de Espíritu; porque la letra mata, el Espíritu da vida”.

Ortega y Gasset dijo: “Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos”.

Y esto es lo que hace el papa Francisco cuando en septiembre de 2015 se abraza con cuatro representantes de las principales creencias -una budista, un judío, un cristiano y un musulmán- y pronuncia este memorable discurso: “La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar un diálogo entre las religiones. No debemos dejar de orar por él y colaborar con quienes piensan distinto. Muchos piensan distinto, sienten distinto. Buscan a Dios o encuentran a Dios de diversa manera. En esta multitud, en este abanico de religiones hay una única certeza que tenemos para todos: todos somos hijos de Dios. Que el diálogo sincero entre hombres y mujeres de diversas religiones conlleve frutos de paz y justicia”. Nuestro cardenal, Carlos Osoro, declaraba en octubre de 2016 que “La libertad auténtica se alcanza cuando se respeta la libertad religiosa”.

Ojalá seamos esa luz que el protagonista Hiroyuki Sanada proponía, como final de cinta, fueran sus hijos Eliseo y Eladia: “las luces más brillantes en la más oscura noche”Babel (2006), del mejicano Alejandro González Iñárritu. Un noble deseo como el de Abrahán, el de Pablo, el de Francisco, el de Osoro, el de Ortega, y el de Jesús, comprometido como el Abbé Pierre (1912-2007) –“Ángel de los pobres”– y fundador de Los Traperos de Emaús en mirar el futuro sin dejar de atender las necesidades del presente.

El 1 de febrero de 1954 irrumpió por sorpresa en Radio Luxemburgo y consiguió que le permitieran hablar en directo. Conmovió a los oyentes con un discurso en el que proclamó la insurrección de la bondad: “Una mujer acaba de morir congelada esta madrugada en la acera del bulevar de Sebastopol, manteniendo aún aferrada a su mano la notificación judicial de expulsión de su domicilio. No podemos aceptar que sigan muriendo personas como ella. Cada noche son más de 2 000 personas soportando el hielo, sin techo, sin pan, más de uno casi desnudo; para esta misma noche es necesario reunir 5 000 mantas, 300 grandes tiendas de campaña, 200 ollas. Venid los que podáis con camiones para ayudar al reparto […] Al Hotel Rochester, calle Le Boétie 92. Imploro, frente a los hermanos que mueren de miseria, aumente en nosotros el amor para hacer desaparecer esta lacra. «¡Que tanto dolor despierte el alma maravillosa de Francia!»

EL ÁNGEL DE LOS POBRES (Abbé Pierre)

Yo continuaría creyendo, incluso si el mundo pierde esperanza.

Y continuaría amando, incluso si los otros destilan odio.

Yo continuaría construyendo, incluso si otros destruyen.

Yo continuaría hablando de paz, incluso dentro de una guerra.

Yo continuaría iluminando, incluso en medio de la obscuridad.

Yo continuaría sembrando, incluso si los otros pisotean la cosecha.

Y yo continuaría gritando, incluso si los otros se callan.

Y yo dibujaría sonrisas en los rostros con lágrimas.

Y yo aportaría alivio, cuando se vea dolor.

Y yo ofrecería motivos de alegría allí donde no hay más que tristeza.

Y yo invitaría a caminar aquel que ha decidido detenerse…

Y yo extendería los brazos a aquellos que se sienten agotados”.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Escuchadle

Domingo, 12 de marzo de 2017
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2cuares-aMt 17, 1-9

En el tiempo de Cuaresma, la liturgia del segundo domingo nos acerca cada año al relato de la Transfiguración de Jesús. Después de acompañarle en el desierto (el primer domingo), somos llevados a una montaña alta de la mano de Jesús. Del desierto al monte. Conocemos la simbología de estos dos espacios. El desierto es el lugar de la soledad y el silencio, de la sequía, del ardor y la sed, del calor y la ausencia de caminos claros por los que avanzar. Pero, como bien sabemos, es también (y por ello mismo) el lugar del encuentro con el Dios de la Vida, con Aquel que está enamorado de nosotros (cf. Os 2,14). El monte es el lugar por excelencia de la comunicación de Dios. En el monte Dios se revela, se muestra, se comunica. En todas las tradiciones religiosas es el ámbito de lo divino.

El relato ante el que nos encontramos está muy elaborado y en él se presenta una teofanía descrita con la estructura y los elementos que hallamos en el Antiguo Testamento. Los primeros cristianos, tras la experiencia pascual, construyen un relato para expresarnos la presencia divina en Jesús con los elementos que para ellos eran conocidos y comprensibles.

Si lo que nos relatan lo hubieran experimentado los discípulos con anterioridad a la muerte de Jesús, seguramente se hubieran enfrentado al final de su vida de otra manera. Pero, como bien sabemos, la confirmación de quién era realmente Jesús les llega a los discípulos sólo tras la experiencia pascual. Es entonces cuando son capaces de entender y acoger que el Jesús Resucitado con el que se encontraron tras la experiencia en Jerusalén es el mismo que caminó con anterioridad junto a ellos por los caminos de Palestina, el mismo que murió en una cruz. Y es entonces cuando pueden elaborar este texto, tan cargado de simbolismo y expresividad.

En muchas cosas nos recuerda al del Bautismo (Mt 3,17). La voz de Dios expresa prácticamente lo mismo: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto”. Sin embargo, hay una novedad: el imperativo “escuchadle”.

Pedro, Santiago y Juan suben junto a Jesús al monte como lo hicieron Aarón, Nadab y Abiú y 70 ancianos acompañando a Moisés (Ex 24,1). Moisés y Elías, representantes de la Ley y los profetas, son mostrados en diálogo con Jesús. Pero Jesús y su Evangelio trascienden todo lo vivido anteriormente. Por eso, aunque Pedro propone levantar una tienda igual para cada uno, es Dios mismo quien le interrumpe (“Todavía estaba hablando…”) para que todo quede resituado.

Es a él, a Jesús, a su Hijo amado, a quien hay que escuchar. En griego, “akouete autou” significa escuchadle a él solo. Dios se hace presente como lo ha hecho a lo largo de toda la historia pero ahora, en Jesús, lo lleva a cabo de un modo nuevo. Por eso hay que escucharlo. Y escuchar al Hijo predilecto es conformarse con él, transformarse en él y vivir como él, entregando la vida hasta el final por amor.

El espanto con el que los discípulos caen de bruces en el suelo es el propio de las teofanías. La presencia de lo divino asusta al ser humano porque éste se hace consciente de quién es él y quién es Dios. Pero el miedo que este relato nos describe podemos entenderlo también como aquel que brota en el creyente ante esta conciencia. ¿Cómo puede Dios mismo manifestarse ante mí? ¿Y cómo puede ser que se manifieste en Jesús, cuyo camino pasa por la cruz y la muerte?

No debemos olvidar el contexto en el que Mateo introduce este relato. Se incluye inmediatamente después del primer anuncio de la Pasión y de la reacción enardecida de un Pedro que no termina de enterarse bien y a quien Jesús regaña fuertemente. ¿Cómo no temer cuando lo último que Jesús les ha dicho es: “si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con sus cruz y me siga” (Mt 16,24)?

Los discípulos caen aterrados de miedoJesús se acerca y los toca. Como lo hizo siempre en el camino ante quienes sufrían alguna enfermedad o estaban abatidos. Jesús, a quien reconocemos como nuestro Dios y Señor, no se queda en el monte ni en la nube, ni en la luz resplandeciente… Nuestro Dios y Señor se acerca una y otra vez a ti, a mí… nos toca y nos habla invitándonos a no tener miedo y a ponernos en pie; invitándonos a volver a los caminos sanando, proclamando la Buena Noticia, liberando.

En este tiempo de Cuaresma, tiempo intenso de oración y de preparación, tiempo de conversión, este relato se nos regala como una invitación a mantener la esperanza y la consciencia de que caminamos hacia la Pascua y Resurrección. Pero no de cualquier modo, lo hacemos de la mano de Jesús, a quien debemos escuchar y quien nos conduce por los caminos invitándonos a vivir como él, quien –si caemos por alguna razón– se acerca siempre, nos levanta y nos dice: “no temas”.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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Daniel: “Denuncié porque no quería que otros pasarán por lo que yo”

Domingo, 12 de marzo de 2017
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declaracion-de-danielLa víctima de abusos de Granada ratifica los abusos sufridos por Román y el resto del clan

Rompió a llorar tras narrar los hechos: “Tenía pánico cada vez que me tenía que quedar a dormir allí”

Duro relato de la víctima del ‘caso Romanones’ sobre abusos y sexo en grupo

El acusado Padre Román niega relaciones homosexuales y habla de amor cristiano

Sacerdotes del clan de los Romanones niegan prácticas o abusos sexuales en su grupo

Un nuevo testigo acusa al padre Román de tocamientos y de intentar obligarle a dormir con él en la misma cama

El arzobispo de Granada admite la “verosimilitud” de las acusaciones de abusos contra Román

(Jesús Bastante).-Denuncié porque no quería que otros pasaran por lo que yo pasé“. “Daniel”, la víctima del caso Romanones, puso esta mañana cara, y voz, a los desgarradores abusos a menores en el seno de la Iglesia. Por primera vez desde que en noviembre de 2014 RD destapara el caso, el denunciante declaró en la vista oral. Detrás, observándole atentamente, el padre Román.

Daniel compareció tranquilo, acompañado de sus familiares, en la sede de la Audiencia Provincial de Granada. Vestido con un suéter azul marino, camisa y pantalones negros, el joven (que hoy tiene 27 años de edad) reiteró las acusaciones de abusos sexuales, masturbaciones y tocamientos que padeció entre 2004 y 2007 y que denunció ante los tribunales tras la intervención del Papa Francisco.

En su declaración ante el tribunal, Daniel ha confirmado íntegramente sus declaraciones ante la Policía y el juez instructor, y ha acusado directamente de los abusos tanto al padre Román como a varios de los sacerdotes con los que convivía. Su relato no se ha movido un ápice de lo que en el verano de 2014 escribió al Papa Francisco, ni de los sucesivos interrogatorios.

el-padre-roman-a-su-llegada-a-la-audiencia“Yo tenía pánico cada vez que me tenía que quedar a dormir allí”, ha asegurado en referencia a la casa parroquial, donde, aseguró, el padre Román le “metía la mano en los calzoncillos” y le “masturbaba” en la misma cama.

Durante el interrogatorio del fiscal, Daniel” ha roto a llorar provocando la suspensión de la vista durante varios minutos. El joven salió de la sala llamando “hijos de puta” a algunos de los curas, miembros del clan, sentados en los bancos del tribunal, ante lo que el presidente de la sala le ha pedido que se tranquilizara.

Pese a lo que se esforzaron en sugerir ayer los otros miembros del clan inicialmente imputados -y sólo exonerados, tal y como se refleja en el auto de instrucción, por la prescripción de sus delitos-, la motivación de “Daniel” no fue la venganza contra Román o sus deseos por llamar la atención, sino evitar que otros pudieran pasar por la traumática experiencia que él vivió. “No quería que otros pasaran por lo que yo pasé”, declaró la víctima, quien reiteró, a preguntas de las partes, que el padre Román “abusó de mí”.

Antes de comenzar el interrogatorio, el fiscal del caso, Francisco Hernández, aseguraba a los medios apostados a la entrada al tribunal que “de la declaración y la forma de declarar del demandante dependerá el resultado de la prueba”. “Estamos ante uno de los días cruciales de la vista oral”, recalcaba el fiscal, quien considera el testimonio de “Daniel” la declaración fundamental, básica, la de la víctima”.

el-padre-roman-durante-su-declaracionEl juicio, que cumple hoy su tercer día, está discurriendo “conforme a lo que esperábamos”, afirmó Hernández, quien no vio extraño que ayer, los testigos miembros de clan, negaran los abusos y trataran de cuestionar las razones del denunciante. “Ya lo habían expuesto durante la instrucción judicial y era lógico que lo confirmaran”.

Por su parte, el abogado del joven, Jorge Aguilera, mostró su esperanza en que hoy quedara establecida la versión definitiva de los hechos, la relatada por “Daniel”.

Fuente Religión Digital

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