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Contrastes

Domingo, 20 de junio de 2021
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EE19D6D5-1AD5-4746-84FF-2733B123E0E6Domingo XII del Tiempo Ordinario

20 junio 2021

Mc 4, 35-40

Las imágenes de contrastes suelen ser muy evocadoras de lo que es la condición humana, marcada con el sello de la paradoja.

  El relato de hoy dibuja dos contrastes notables: por un lado, la “gran calma” contrasta con el oleaje huracanado; por otro, la paz de Jesús “dormido” en medio de la tempestad choca con el miedo y la impotencia de los discípulos.

  En nuestra existencia experimentamos todo ello: oleajes de todo tipo, miedo e impotencia. Pero nada de eso niega que somos paz y fortaleza. Es cierto que, por diferentes motivos de nuestra psicobiografía, la paz y la fortaleza han podido quedar “sepultadas” hasta el punto incluso de haber llegado a ignorarlas, por lo que puede ser necesario un trabajo psicológico que las desbloquee. Pero están ahí y, aun con dudas y altibajos, algo en nuestro interior nos lo hace saber. Algo en nosotros sabe que, en lo profundo, somos paz y fortaleza.

Decía que la paradoja constituye el sello de lo humano. Y eso es así porque no hace sino reflejar el “doble nivel” que nos constituye: el de la personalidad (nivel psicológico) y el de la identidad (nivel espiritual o profundo). El primero se caracteriza por la impermanencia y la fragilidad; el segundo, por la estabilidad y la ecuanimidad.

La sabiduría consiste en reconocer ambos niveles y vivirlos de manera armoniosa, lo cual significa desplegar la personalidad en conexión consciente con nuestra identidad. Es vivir los altibajos de la existencia desde el “lugar” de la paz.

En la práctica, eso significa desarrollar la capacidad de tomar distancia de la mente pensante y situarnos en el Testigo ecuánime que observa. Al ser observada, la mente se detiene y entramos en contacto con aquella realidad profunda donde nos reconocemos como plenitud de vida. Las circunstancias difíciles continuarán sucediendo, pero nosotros habremos cambiado de “lugar” y podremos vivirlas de otro modo. Desde este lugar –nuestra identidad–, se desvanecen las “burbujas” mentales de miedo, preocupación o impotencia, se calma el “oleaje” y nos abraza la paz.

¿Desde dónde me vivo habitualmente? ¿Cómo –desde dónde– afronto los “oleajes” que aparecen en mi existencia?

 

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Jesús ¿está en nuestra barca?

Domingo, 20 de junio de 2021
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jespe191Del blog de Tomás Muro, La verdad es Libre:

  1. tempestades en la iglesia. El mar y la noche

Las cuatro veces que aparece en los evangelios el simbolismo de la barca y la tempestad en el lago (Mt 14,22-36; 16, 5-12; Mc 4,36; 6,46) se trata de relatos eclesiales, de dificultades y galernas en la Iglesia naciente y en todo momento histórico de la Iglesia.

  •  La barca es la Iglesia, el arca de Noé, donde se salva el ser humano de los naufragios de la vida. Siempre la barca (de Pedro) ha sido considerada como el símbolo de la Iglesia. La comunidad es esa pequeña chalupa que, a veces, puede navegar a la deriva.
  •  Las tempestades son los problemas, los hundimientos, las rupturas tanto personales como eclesiásticas, las enfermedades, la pandemia, la muerte….
  •  El relato de la tempestad presenta las dificultades por las que atravesaba la Iglesia primitiva en los primeros tiempos en el imperio romano, así como también las galernas internas.
  •  El mar y la noche son símbolos telúricos de peligro, evocan el caos inicial.
  •  Dificultades y tempestades en la vida y en la Iglesia han existido siempre, también hoy. Recordemos las grandes discusiones y rupturas que se han producido en la historia de la Iglesia.

También hoy vivimos entre borrascas y tormentas en la Iglesia. Nuestras propias tormentas personales y sociales. La pandemia es una gran tempestad que azota a la humanidad. El papa Francisco se ve discutido por altas y bajas jerarquías de la Iglesia. Incluso en nuestra propia diócesis las aguas no bajan tranquilas ni mucho menos: marginaciones, divisiones y tristezas embargan a muchos cristianos laicos y sacerdotes. La realidad de nuestra iglesia local es la de una de las tempestades eclesiales que relatan los evangelios.

  1. tenían miedo.

Es normal sentir miedo cuando uno va en una barca que se hunde. Sin embargo no es muy normal que alguien, Jesús, navegue tan tranquilo y dormido en aquella barca que se iba a pique.

Jesús asocia el miedo a la falta de fe (confianza). El enemigo de la confianza, de la fe no es el error, la heterodoxia, sino la falta de confianza. Miedo y fe están en contradicción. Quien confía no teme y quien teme, no confía.

Aquellos discípulos, primeros cristianos, tenían miedo en la sociedad romana, quizás a la persecución, quizás a las ansias de poder de algunos de ellos, la cuestión es que “aquello” se hundía.

También se puede sentir miedo en la vida y en la Iglesia:

+ La educación que recibimos muchas generaciones era no de miedo, sino de pánico al pecado, a la condenación. Una moral que rebosaba pecado, culpabilidad, angustia, escrúpulo. Tal moral y educación infundía pavor.

+ Miedo también  a la intransigencia y fanatismo jerárquico.

+ La pandemia que estamos viviendo es una tempestad que nos infunde miedo, cuando no angustia.

         + Miedo a los propios fracasos, a la enfermedad y, finalmente, a la muerte

  1. El miedo y la angustia paralizan, bloquean.

Cuando sentimos miedo o angustia nos quedamos paralizados. El miedo es una enorme fuerza negativa: miedo a que las cosas cambien, miedo a que me quiten el puesto, miedo a qué nos deparará el futuro en tal situación política, eclesiástica. El miedo, el pánico fundamentalista paraliza a gran parte de la jerarquía. ¿A qué es debido si no, que el papa Francisco encuentre tantas dificultades para dar pequeños pasos hacia una reforma eclesial y de la Curia?

Escribía K. Rahner que el único tuciorismo (opción por una mayor seguridad) permitido hoy en la vida práctica de la Iglesia es el tuciorismo de la audacia.[1] Abrir puertas, caminos y puentes es infinitamente más sensato y noble que seguir cavando trincheras.

Respondiendo a la pregunta ¿qué es el diablo? Decía B. Häring: El diablo es el pesimismo. Abandonarse a la angustia que disminuye las energías; creer que el mal vencerá, vivir esperando siempre lo peor: así es como el diablo tienta hoy … Por desgracia el diablo tiene muchos aliados que solamente se lamentan y no hacen nada por descubrir nuestras fuerzas positivas, no hacen nada por comprender la lucha que en el mundo contemporáneo se lleva a cabo contra los “espíritus malignos” personificados en la violencia y en los abusos de poder.[2]

La fe de muchos naufraga ante las amenazas y las presiones del miedo. Entonces es cuando hay que recordar que Jesús no ha abandonado la barca. El navega con ellos. Es capaz de derrotar la tempestad. La certeza de la presencia de Jesús fortalece la frágil fe de la comunidad.

  1. Angustia y confianza

         Resulta casi absurdo que en medio de la galerna Jesús estuviese tan tranquilo durmiendo a popa de la barca. Pero Jesús estaba tranquilo.

(Es evidente que este relato de la tempestad calmada es de tipo simbólico, no se trata de una “mala mar”, sino de un torbellino comunitario-eclesial).

         La angustia es un pavor (miedo) difuso y generalizado ante una realidad imprecisa que hace imposible toda esperanza.

         También nosotros podemos estar angustiados como los discípulos en la barca. También a nosotros nos pueden dominar las fuerzas telúricas del mal.

         Jesús está tranquilo, duerme en pleno “tifón” porque vive confiado en Dios. Frente a la angustia: serenidad, confianza en Dios. La fe no seda, eso es cosa del valium, orfidal y demás… La fe serena. ¿Por qué tener miedo? (No olvidemos que no es lo mismo estar dormido que estar en paz).

estoy callado y tranquilo,

como un niño recién amamantado

que está en brazos de su madre.

(Salmo 131,2)

         ¿Vivo tranquilo y sereno porque Cristo va en mi, en nuestra barca?

  1. Cuando Cristo no está, esto se hunde.

         ¿No te importa que nos hundamos?

         Jesús callaba, dormía… Es el “silencio de Dios” que calla también ante las tormentas y tempestades.

El papa Pablo VI -tras el asesinato de su amigo, el político Aldo Moro-, en 1978, pronunció una oración que causó un cierto escándalo: Pablo VI le “preguntaba a Dios”: ¿Dónde estaba -Dios- para que aquel asesinato no  Hubiera sucedido? ¿Dónde estaba Dios en el holocausto ante los miles y miles de exterminados? ¿Dónde está Dios ante la pandemia que nos asola?

         En el evangelio queda reflejado que aquellas comunidades sentían que se hundían cuando notaban la ausencia de Cristo, la ausencia de Dios. (Mc 6,46).

  1. ¿Aún no tenéis fe?

         ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

         Cuando la fe embarga nuestra vida, la tempestad cesa.

         En la vida nos puede pasar “de todo”, nos va a pasar de todo. Está muy bien acudir a la psicología, a la medicina, pero nuestra angustia y miedos cesarán cuando descansemos y confiemos en el Señor.

         Cuando el Señor está ausente, estamos siempre con el agua al cuello.

Cuando Jesús está presente en la barca -aunque sea dormido-, el viento cesa y torna la calma. Una paz profunda embargará nuestra existencia. Es esta una experiencia muy profunda, muy íntima más allá de las doctrinas y normas, más allá de la ortodoxia y preceptos. La serenidad, la calma, el buen sentido acontecen en el fondo de nuestro ser, cuando Cristo navega en nuestra barca, en nuestra vida. ¿Siento que Cristo va en mi barca y nos acompaña como a los dos de Emaús?

Gran parte de las cuestiones eclesiásticas son secundarias, reformables, incluso prescindibles. Las grandes cuestiones de la vida: el sentido, el horizonte absoluto, la muerte, el pecado, hallan serenidad en Cristo.

Quien importa que vaya en la barca es Cristo. Cristo calma nuestra existencia, nuestra angustia, nuestras tempestades. Cristo calmará las tempestades y luchas en el seno de la Iglesia.

Si Cristo estuviera en nuestra Iglesia viviríamos lo que hemos escuchado en el Evangelio:

El viento cesó y vino una gran calma.

[1] K. Rahner,  Escritos de Teología VII, 93.

[2] T. Becket, U. Benedetti, Una comunitá legge il vangelo di Marco, Bologna, Ededb, 1999, 171

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“Seguir a Jesús sin miedo” 12 Tiempo ordinario – A (Mateo 10,26-33)

Domingo, 21 de junio de 2020
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claveEl recuerdo de la ejecución de Jesús estaba todavía muy reciente. Por las comunidades cristianas circulaban diversas versiones de su pasión. Todos sabían que era peligroso seguir a alguien que había terminado tan mal. Se recordaba una frase de Jesús: «El discípulo no está por encima de su maestro». Si a él le han llamado Belcebú, ¿qué no dirán de sus seguidores?

Jesús no quería que sus discípulos se hicieran falsas ilusiones. Nadie puede pretender seguirle de verdad sin compartir de alguna manera su suerte. En algún momento alguien nos rechazará, maltratará, insultará o condenará. ¿Qué hay que hacer?

La respuesta le sale a Jesús desde dentro: «No les tengáis miedo». El miedo es malo. No ha de paralizar nunca a sus discípulos. No han de callarse. No han de cesar de propagar su mensaje por ningún motivo.

Jesús les explica cómo han de situarse ante la persecución. Con él ha comenzado ya la revelación de la Buena Noticia de Dios. Deben confiar. Lo que todavía está «encubierto» y «escondido» a muchos, un día quedará patente: se conocerá el Misterio de Dios, su amor al ser humano y su proyecto de una vida más feliz para todos.

Los seguidores de Jesús están llamados a tomar parte desde ahora en ese proceso de revelación: «Lo que yo os digo de noche, decidlo en pleno día». Lo que les explica al anochecer, antes de retirarse a descansar, lo tienen que comunicar sin miedo «en pleno día». «Lo que yo os digo al oído, pregonadlo desde los tejados». Lo que les susurra al oído para que penetre bien en su corazón, lo tienen que hacer público.

Jesús insiste en que no tengan miedo. «Quien se pone de mi parte», nada ha de temer. El último juicio será para él una sorpresa gozosa. El juez será «mi Padre del cielo», el que os ama sin fin. El defensor seré yo mismo, que «me pondré de vuestra parte». ¿Quién puede infundirnos más esperanza en medio de las pruebas?

Jesús imaginaba a sus seguidores como un grupo de creyentes que saben «ponerse de su parte» sin miedo. ¿Por qué somos tan poco libres para abrir nuevos caminos más fieles a Jesús? ¿Por qué no nos atrevemos a plantear de manera sencilla, clara y concreta lo esencial del evangelio?

José Antonio Pagola

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“No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”. Domingo 21 de junio de 2020. 12º Domingo Ordinario

Domingo, 21 de junio de 2020
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35-ordinarioa12Leído en Koinonia:

Jeremías 20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de los impíos.
Salmo responsorial: 68 Que me escuche tu gran bondad, Señor.
Romanos 5,12-15: No hay proporción entre el delito y el don.
Mateo 10,26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo.

No hay mentira que no encuentre su verdad tarde o temprano. En julio de 2014, luego de 38 años de impunidad, en un juicio sin precedentes, fueron condenados a cadena perpetua los autores del homicidio de Mons. Enrique Angelelli, obispo mártir de La Rioja, Argentina. Días antes el prelado había confesado a sus allegados que querían alejarlo del país: “Tengo miedo… pero no se puede esconder el evangelio debajo de la cama”. Su muerte fue presentada por la prensa local como un accidente y como tal fue tratada durante mucho tiempo, incluso por sus hermanos en el episcopado. Como tantos otros testigos de Jesús, Angelelli prefirió la verdad desnuda del evangelio a la incómoda seguridad de los cobardes.

El evangelio nos ha conservado algunos dichos o refranes con los que Jesús exhortaba a la comunidad de discípulos a no dejarse intimidar por las adversidades. Los discípulos, con frecuencia, veían la amenaza evidente que representaban los grupos armados, pero eran incapaces de descubrir el peligro encubierto en muchas personas e instituciones que alienaban y sometían ideológicamente a las personas.

Las comunidades cristianas primitivas tuvieron que afrontar la misma amenaza, que provenía de los ‘actores armados’ en conflicto. De una parte, las autoridades romanas con un despliegue enorme de fuerza militar y policial. De la otra parte, los fanáticos rebeldes dispuestos a eliminar al que no estuviera de acuerdo con ellos. En medio del ‘fuego cruzado’ estaba la comunidad cristiana con una propuesta alternativa de paz y justicia que no coincidía con ninguno de los dos bandos. Para los romanos, la justicia era, en gran medida, la aplicación universal de los principios que sostenían la legislación romana. El sometimiento a las duras condiciones de la ‘paz romana’ obligaba a las poblaciones de las colonias a pagar fuertes tributos, a incorporar en la propia religión el culto a los dioses imperiales y a destinar grandes masas de la población a la esclavitud y al servicio militar obligatorio. La comunidad cristiana luchaba por lugar un espacio para su propuesta en la sociedad: ellos querían una comunidad humana en la que fuera posible la solidaridad, el respeto por el otro, la distribución equitativa de los recursos. Sin embargo, en esta lucha estaban prácticamente solos. Los grupos rebeldes que se presentaban como la gran alternativa contra el imperio estaban regidos por la lógica de la violencia incontrolable, el sometimiento de los disidentes y por la imposición de la ideología del grupo. Estos grupos fanáticos veían a los cristianos como una amenaza para la identidad del grupo, por eso, con frecuencia los convertían en blanco de persecuciones y en ‘chivo expiatorio’ sobre el cual descargar toda su frustración, prepotencia e intolerancia.

Pero, Jesús ponía en guardia a toda la comunidad contra la creencia de que la única amenaza estaba representada por las armas de metal, piedra y madera. La amenaza mas grave provenía, con frecuencia, de las ideologías que estos grupos representaban. Tanto la ideología de legitimación del imperio romano como los ideales de venganza de los fanáticos rebeldes escondían todo su veneno. Cada grupo se presentaba como un defensor de la justicia, la paz y la libertad, pero evidentemente los hechos contradecían sus grandilocuentes discursos. Cada grupo perseguía sus intereses particulares ignorando los más mínimos principios éticos. El dilema para los cristianos era el de alinearse en uno u otro bando, creyendo que así se alcanzarían los ideales de justicia, paz y libertad que Jesús de Nazaret había propuesto con su ideal del reinado de Dios.

Este mismo problema lo afronta Pablo desde el punto de vista de la justificación por la ley. Las comunidades cristianas estaban deslumbradas por la creencia de que el cumplimiento estricto de los preceptos religiosos conducía inevitablemente a la salvación del individuo. Pero, Pablo denuncia esta falsa creencia al denunciar que el mero cumplimiento de la letra de la ley no conduce a la justicia. La ejecución de los deberes del culto, como las ofrendas, los baños rituales, los sacrificios, las peregrinaciones… no garantizan una auténtica experiencia de Dios. La reunión de grandes masas en los templos o en las sinagogas no son sin más expresión de un auténtico encuentro con el hermano. Los favores intercambiados entre parientes, colegas, coterráneos o correligionarios no constituyen genuina solidaridad. Pablo denuncia precisamente la incapacidad de los mecanismos habituales de la religión para brindar a la comunidad humana una auténtica experiencia de fraternidad, esperanza y comunión.

Pablo invita a la comunidad a no dejarse engañar por las artimañas de el legalismo, el ritualismo y la religión de masas. La justicia que nos une al Dios de la vida es un don para toda la comunidad. La auténtica religión es aquella que nos conduce del hermano hacia Dios, mediante la compasión, la misericordia y la solidaridad.

El cristiano que se ha comprometido con la causa del reino puede, entonces, hacer suyas las palabras del profeta Jeremías y clamar: «a ti, Señor, he encomendado mi causa». Pero no como expresión superflua de triunfalismo religioso ni como pura exaltación individualista de los bienes recibidos, sino como expresión de la única justicia posible: la vida plena del pobre. Porque, la vida plena es manifestación patente de que la lógica de la muerte no ha prevalecido. Si el pobre vive, vive por gracia de Dios y por la opción radical de las comunidades humanas que no se dejan sumir en la lógica legalizada de la barbarie. Por eso el profeta nos invita a alabar al Señor, porque Él ha salvado la vida del pobre.

Tanto la violencia, el afán de venganza, el imperialismo como el ritualismo, el legalismo y la alienación son armas ideológicas ocultas que conducen imperceptiblemente a la pequeña comunidad hacia la muerte. Estos son los enemigos que pueden matar no solo el cuerpo, sino también el alma y llevar a la gente a las inaplacables llamas del fanatismo. Si una comunidad no va a fondo en su conocimiento de la palabra de Jesús, si no descubre los peligros ocultos al interior de ella misma, si no es radical en su opción por la vida, es muy probable que termine creyendo que la paz es la ausencia de guerra y que la justicia es un asunto individual, negando así la gracia y la justicia como bien mayor. Leer más…

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Pikaza

Domingo, 21 de junio de 2020
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Ni miedo a hablar, ni miedo a morir. Domingo 12 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 21 de junio de 2020
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Jesús-y-sus-discípulos-Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Domingo 12 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Después de la fiesta del Corpus volvemos al Tiempo Ordinario y seguimos leyendo el evangelio de Mateo. Interrumpimos su lectura el 1 de marzo para dar paso al gran paréntesis de la Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Pentecostés y Trinidad. Ahora, cuando reanudamos la lectura de Mateo es como si entrásemos tarde en el cine, con la película empezada hace tiempo.

¿Qué ha ocurrido desde el Sermón del Monte, que es lo último que estábamos leyendo? Jesús ha realizado diez milagros, demostrando que su autoridad le capacita no solo a proponer una doctrina superior a la de Moisés, sino que tiene también poder sobre la enfermedad, la naturaleza y los demonios. Su actividad crece, reúne un grupo de doce discípulos y les dirige un discurso sobre la misión que deben realizar y sus consecuencias.

El discurso de misión

            El segundo de los cinco discursos de Jesús que incluye el evangelio de Mateo está dirigido a los discípulos, cuando los envía de misión. El domingo pasado (11 del Tiempo Ordinario), al coincidir con la fiesta del Corpus, no se leyó el comienzo, en el que Jesús, compadecido de la gente, elige a doce para que anuncien el Reino de Dios, curen enfermedades, y hagan todo de forma gratuita. Ninguno de ellos imagina que este mensaje o esta actividad, sin pedir nada a cambio, pueda provocarles calumnias y persecuciones. Sin embargo, repetir el mensaje de Jesús y vivir como él vivió provoca mucho malestar en ciertos ambientes. Por eso, les deja claro a los discípulos que van a ser muy perseguidos (Mt 10,16-25). Ante esto, corren dos peligros: callar, para no meterse en complicaciones; y dejarse arrastrar por el miedo a la muerte. Es el tema del evangelio de este domingo 12.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 26-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

  1. A) No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
  1. B) Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo, también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo

            Mateo ha recogido frases pronunciadas por Jesús en distintos momentos de su vida. Por eso, pueden desconcertar un poco. Por ejemplo, las palabras: “Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse”, no encajan muy bien en el contexto. Sería más claro si las suprimiésemos y dejáramos: “No tengáis miedo a los hombres. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea.” Pero el conjunto resulta claro. Podemos dividirlo en dos bloques; por motivos de claridad, los he titulado A y B.

            En el primero (A), llama la atención la triple repetición de “no tengáis miedo”. Aunque esas palabras se usan a menudo en el Antiguo Testamento, no debemos interpretarla como una fórmula hecha, de escaso valor. Los discípulos van a sentir miedo en algunos momentos. Un miedo tan terrible que los impulsará a callar, para evitar que los maten. La forma en que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa, usando tres argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene importancia alguna, lo importante es la muerte del alma; 2) por consiguiente, no hay que temer a los hombres, sino a Dios; 3) en realidad, a Dios no debéis temerlo porque para él contáis mucho; aunque caigáis por tierra, como los gorriones, él cuidará de vosotros.

            El segundo bloque (B) trata un tema algo distinto: el peligro no consiste ahora en callar sino en negar a Jesús, una situación que recuerda las persecuciones de los primeros cristianos. Y el argumento que se usa no es el del temor a Dios, sino tener en cuenta la reacción de Jesús: él se comportará con nosotros igual que nosotros nos comportemos con él. Si nos ponemos de su parte, él se pondrá de la nuestra; si lo negamos, él nos negará.

Resumiendo

            En el primer caso, a quien deben tener los apóstoles es a Dios, el único que puede matar el alma. En el segundo, a quien deben temer es a Jesús, que podría negarlos ante el Padre del cielo. A quienes no deben temer es a los hombres.

            Cuando se piensa en los recientes asesinatos de cristianos en Egipto, Siria y otros países, quienes vivimos en una sociedad tranquila y segura (por mucho que nos quejemos) podemos tener la impresión de que estas palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo, a esos cristianos perseguidos de todos los tiempos les han infundido enorme esperanza y energía para confesar su fe. Han preferido la muerte a renegar de Jesús; han preferido ponerse de su parte, salvar el alma antes que el cuerpo.

Jeremías, apóstol y anti-apóstol

            La primera lectura sirve de paralelismo y contraste con el evangelio. El destino de Jeremías, calumniado y perseguido por sus paisanos de Anatot y por las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén, recuerda lo que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero hay una gran diferencia. El profeta termina pidiendo a Dios que lo vengue de sus enemigos. Jesús nunca sugiere algo parecido a sus discípulos. Al contrario, morirá perdonando a quienes lo matan.

Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13

Dijo Jeremías:

Oía el cuchicheo de la gente: “Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo.” Mis amigos acechaban mi traspié: “A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él.” Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará. Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos. porque a ti encomendé mi causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos.

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21 De Junio. Domingo XII del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 21 de junio de 2020
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No tengáis miedo a las gentes, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.”

(Mt 10, 26-33)

En este pequeño fragmento del evangelio de Mateo Jesús nos repite hasta en tres ocasiones “no tengáis miedo.” Y he oído decir que la biblia repite esa misma invitación 365 veces. Podríamos decir que la Palabra de Dios tiene una invitación a la confianza para cada día del año.

Dios, que nos conoce muy bien, sabe que el miedo es nuestro peor enemigo. El miedo nos deshumaniza. Nos lleva a cometer las peores traiciones.

Y si el miedo se une al poder el resultado son los grandes tiramos de la historia. También los pequeños. El miedo a perder el poder nos hace ver en las demás personas enemigos a los que hay que eliminar.

Jesús sabe que el miedo, aunque es una reacción humana ante el peligro, puede ser dañino, por eso nos repite: “no temáis.”

Es decir, nos invita a la confianza que también es una realidad humana y que además humaniza.

Pero, ¿cómo vamos a confiar en una época en la que nos inyectan miedo a diario? ¿Es posible confiar en una sociedad dónde la corrupción campa a sus anchas? ¿Cómo vamos a confiar cuando nos han enseñado desde pequeños a no fiarnos de nadie?

A simple vista parece que la confianza no tiene cabida. Pero en definitiva solo cuando la realidad es ambigua y hay riesgo de perder y ser traicionada es cuando puede ejercerse la confianza.

Porque la confianza es un acto de libertad que asume riesgos en busca de una realidad alternativa.

La espiral del miedo solo puede destruirse con confianza, de la misma manera que solo el amor nos salva del odio y la venganza.

Oración

¡Llámanos a la confianza! Tú que nos conoces, Tú que sabes que solo la confianza puede cambiar nuestras relaciones humanas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El miedo a un peligro real puede salvarte la vida.

Domingo, 21 de junio de 2020
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paureMt 10,26-33

El “no tengáis miedo”, que hoy hemos escuchado una y otra vez en el evangelio, está encuadrado en el contexto de la misión. Jesús acaba de decir a sus seguidores que les perseguirán, les encarcelarán, incluso les matarán. Sin embargo, está claro que la advertencia podemos aplicarla a todas las situaciones de miedo paralizante que podemos encontrar en la vida. No solo porque Jesús dice lo mismo en otros contextos, sino porque así lo insinúan las bellísimas imágenes de los gorriones y los cabellos.

Hay un miedo instintivo que es producto de la evolución. Este es imprescindible para mantener la vida biológica de cualquier ser vivo. Es un logro de la evolución y por lo tanto bueno. Su objeto primero es defender la vida biológica; ya sea huyendo, sea liberando energía para enfrentarse a la amenaza. Este miedo es natural y sería inútil luchar contra él. Pero el hombre puede ser presa de un miedo aprendido racionalmente, que le impide desplegar sus posibilidades de verdadera humanidad. Este es el que nos traiciona y nos lleva a desatinos constantes porque nos paraliza y atenaza. Este miedo artificial en lugar de defender, aniquila. Este miedo es contrario a la fe-confianza.

¿Por qué tenemos miedo? Anhelamos lo que no podemos conseguir y surge en nosotros el miedo de no alcanzarlo. No estamos seguros de poder conservar lo que tenemos y surge el temor de perderlo. El miedo racional es la consecuencia de nuestros apegos. Creemos ser lo que no somos y quedamos enganchados a ese falso “yo”. No hemos descubierto lo que realmente somos y por eso nos apegamos a una quimera inconsistente. Jesús dijo: “La verdad os hará libres”. Los miedos, que no son fruto del instinto, son causados por la ignorancia. Si conociéramos nuestro verdadero ser, no habría lugar para esos miedos.

Si Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos prometa un camino de rosas. No se trata de confiar en que no me pasará nada desagradable, o de que si algo malo sucede, alguien me sacará las castañas del fuego. Se trata de una seguridad que permanece intacta en medio de las dificultades y limitaciones, sabiendo que los contratiempos no pueden anular lo que de verdad somos. Dios no es la garantía de que todo va a ir bien, sino la seguridad de que Él estará ahí en todo caso. Cuando exigimos a Dios que me libere de mis limitaciones, estoy demostrando que no me gusta lo que hizo.

La confianza no surge de un voluntarismo a toda prueba, sino de un conocimiento cabal de lo que Dios es en nosotros. Aceptar nuestras limitaciones y descubrir nuestras verdaderas posibilidades, es el único camino para llegar a la total confianza. La confianza es la primera consecuencia de salir de uno mismo y descubrir que mi fundamento no está de mí. El hecho de que mi ser no dependa de mí, no es una pérdida, sino una ganancia, porque depende de lo que es mucho más seguro que yo mismo. Mi pasado es Dios, mi futuro es el mismo Dios; mi presente es Dios y no tengo nada que temer.

Hablar de la confianza en Dios, nos obliga a salir de las falsas imágenes de Dios. Confiar en Dios es confiar en nuestro propio ser, en la vida, en lo que somos de verdad. No se trata de confiar en un Ser que está fuera de nosotros y que puede darnos, desde fuera, aquello que nosotros anhelamos. Se trata de descubrir que Dios es el fundamento de mi propio ser y que puedo estar tan seguro de mí mismo como Dios está seguro de sí. Por grande que sea el motivo para temer, siempre será mayor el motivo para confiar. Confiar en Dios no es esperar su intervención desde fuera para que rectifique la creación. Confiar es descubrir que la creación es como tiene que ser y lo que falla es mi percepción.

El miedo es utilizado por todo aquel que pretende someter al otro. No solo es explotado por empresas que se dedican a vendernos toda clase de seguros, sino también por las religiones, que explotan a sus seguidores ofreciéndoles seguridades absolutas, después de haberles infundido un miedo irracional a lo sagrado. Creo que todas las religiones han intentado manipular la divinidad para ponerla al servicio de intereses egoístas. El miedo es el instrumento más eficaz para dominar a los demás. Todas las autoridades, civiles y religiosas, lo han utilizado siempre para conseguir el sometimiento de sus súbditos.

En nuestra religión, el miedo ha tenido y sigue teniendo una influencia nefasta. La misma jerarquía ha caído en la trampa de potenciar y apuntalar ese miedo. La causa de que los dirigentes no se atrevan a actualizar doctrinas, ritos y normas morales, es el miedo a perder el control absoluto. La institución se ha dedicado a vender, muy baratas por cierto, seguridades externas de todo tipo, y ahora su misma existencia depende de los que sus adeptos sigan confiando en esas seguridades engañosas que les han vendido. Han atribuido a Dios la misma estrategia que utilizamos los hombres para domesticar a los animales: zanahoria o azúcar y si no funciona, palo, fuego eterno.

Las religiones siguen necesitando un Dios que sea todopoderoso, y que ese poder omnímodo lo ponga al servicio de sus intereses. Pero Dios es nadapoderoso, porque todo su poder ya lo ha desplega­do, mejor dicho lo está desplegando constantemente, por lo tanto no puede en un momento determinado actuar con un poder puntual. Por eso mismo, tenemos que confiar totalmente en él, porque nada puede cambiar de su amor y compromiso con los hombres. La causa de Dios es la causa del hombre. No nos engañemos, ponerse de parte de Jesús es ponerse de parte del hombre. Dios no está desde fuera manejando a capricho su creación. Está implicado en ella inextricablemente. Su voluntad es inmutable. No es algo añadido a la creación, sino la misma creación.

Si de verdad me creo que, vistas desde Dios, las criaturas no se distinguen del creador, entonces surgirá en mí un sentimiento de total seguridad, de total confianza en mí, en lo que soy y en lo que yo significo para Dios. Lo mismo que descubriré lo que Dios significa para mí. Esta experiencia no tiene nada que ver con lo que yo individualmente sea. La confianza no es un regalo para los buenos, sino una necesidad de los que no lo somos. Cuando confiamos porque nos creemos buenos, entramos en una dinámica peligrosísima, porque no confiamos en Dios, sino en nosotros mismos y en nuestras obras. Jesús nos invita a no tener miedo de nada ni de nadie. Ni de las cosas, ni de Dios, ni siquiera de ti mismo. El miedo a no ser suficientemente bueno es la tortura de los más religiosos.

Todos los miedos se resumen en el miedo a la muerte. Si fuésemos capaces de perder el miedo a morir, seríamos capaces de vivir en plenitud. Todo lo que tememos perder con la muerte, es lo que teníamos que aprender a abandonar durante la vida. La muerte solo nos arrebata lo que hay en nosotros de contingente, de individual, de terreno, de caduco, de egoísmo. Temer la muerte es temer perder todo eso. Es un contrasentido intentar alcanzar la plenitud y seguir temiendo la muerte. En el evangelio está hoy muy claro. Aunque te quiten la vida, lo que te arrebatan es lo que no es esencial para ti.

Meditación

Si tienes miedos, no has hecho tuya la salvación que Jesús te ofrece
Si sigues temiendo a Dios,
en vez de avanzar en tu liberación,
te has metido por un callejón oscuro y sin salida.
No pienses que tienes que ser bueno para salvarte.
Tienes que sentirte ya salvado para ser bueno.

 

 Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Sin preocuparse por nada.

Domingo, 21 de junio de 2020
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preocuparse-por-nadaLos ojos de los demás son nuestras cárceles, sus pensamientos nuestras jaulas (Virginia Woolf)

21 de junio. DOMINGO XII DEL TO

Mt 10, 16-23

Cuando os entreguen, no os preocupéis por lo vais a decir

“Donde hay poca justicia es un peligro tener razón”, decía Francisco de Quevedo recordando su injusto encarcelamiento en el convento Real de San Marcos de León por el Conde Duque de Olivares sin motivo alguno.

La verdad está reñida con un entorno injusto, y entonces sí que hay que preocuparse porque, en este caso, si la justicia nos persigue y amenaza con la cárcel, lo mejor es sacudirse las sandalias y evadirse a otra parte, como aconseja Jesús a sus discípulos.

El rey Herodes temía mucho a Juan Bautista, y preocupado, le temía, pero Herodías le sujetó más firmemente en sus redes y se vengó de Juan, induciendo a Herodes a encarcelarle.

Después, durante una macabra escena en la que Salomé danza ante Herodes, le ruega que le ejecute. Herodías le quiso demostrar que la orden había sido cumplida, enarbolando una bandeja de plata, en la que estaba sangrando la cabeza del Bautista.

Tres años más tarde, también otro murió Crucificado, así como en el siglo XIX fueron también asesinados, Thomas Moro, Jonh Fitzgerald Kennedy, Luther King, Arnulfo Romero, Ignacio Ellacura y tantos otros.

A ninguno de ellos les permitieron sacudirse el polvo de las sandalias y marcharse a otra ciudad cualquiera.

En el cielo, Dios rechinó los dientes, y en la Capilla Sixtina, el Cristo de Miguel Ángel hubiera condenado a tan inicuos jueces al infierno de Dante.

Virginia Woolf, dijo que “Los ojos de los demás son nuestras cárceles, sus pensamientos nuestras jaulas, que a lo largo de su vida se vio igualmente acosada por los periódicos, de cambios de humor y enfermedades asociadas.

Y para Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia:

“Las leyes son semejantes a las telas de araña; detienen a lo débil y ligero y son deshechas por lo fuerte y poderoso, lo que por otra parte confirma el aforismo latino del Summum ius summa iniuria. 

Y lo mejor de todo, no estar preocupados por nada: Como el cínico Diógenes, que habitaba en un tonel, y que no tenía más bienes que una capa, un bastón y una bolsa de pan. Una vez en que estaba sentado tomando el sol delante de su tonel, le visitó Alejandro Magno, el cual se colocó delante del sabio y le dijo que, si deseaba alguna cosa, él se la daría. Diógenes contestó: “Sí, que te apartes un poco y no me tapes el sol”.

Francisco de Quevedo calificó de esta manera todos los hechos mencionados:

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¿Esclavos de nuestros miedos o discípulos y discípulas de Jesús?

Domingo, 21 de junio de 2020
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12-to-aMt 10, 26-33

En el texto de hoy Jesús repite tres veces “No temáis”. Recordamos que el número 3 en la Biblia representa “la totalidad” o “siempre”. Es decir, en este texto se refiere a todos los miedos que podemos tener como discípulos. En el Antiguo Testamento esta expresión, “No temáis” iba siempre unida a la ayuda de Dios: Él era la causa por la que podían vivir sin temor.

Jesús es consciente de los miedos que amenazan a sus primeros seguidores y de nuestros miedos y nos presenta, a lo largo del texto, tres caminos para que seamos conscientes de la ayuda de Dios.

En primer lugar, que no tengamos miedo a manifestar la revelación; la Palabra, se va des-velando: revela y desvela el misterio oculto de Dios. Por eso, lo que se nos dice en la oscuridad, o lo que se nos comunica en la intimidad, hay que sacarlo a la luz y los discípulos de Jesús tenemos la misión de contribuir a esa revelación, a dar a conocer a todos quién es Dios y su mensaje de salvación. El mensaje que Dios mismo quiere revelarnos.

En segundo lugar, que no tengamos miedo a las persecuciones de todo tipo. Cuando Mateo escribió el evangelio, las persecuciones físicas, tortura y muerte, eran habituales; pero para que los discípulos comprendieran que en medio de las persecuciones estaban en las manos del Abbá utiliza un recurso habitual en la literatura judía: observar lo que ocurre en la naturaleza y aprender de ella. Más de una vez los textos del evangelio utilizan el recurso a los animales, así se nos dice que debemos ser inteligentes como las serpientes y sencillos como las palomas, o que tengamos cuidado con los lobos que se disimulan bajo la piel de corderos… En este caso nos habla de los gorriones, pequeños e indefensos, como debían sentirse los primeros cristianos ante las persecuciones judías y romanas, para decirnos: Si Dios cuida a los gorriones ¡cuanto más! nos cuidará a nosotros… Cuanto más cuidará a los que comparten la misión de su hijo.

En tercer lugar, no debemos tener miedo, porque si damos testimonio de Él, Jesús mismo será testigo nuestro ante el Padre. Mateo se dirige a una comunidad misionera que experimenta la persecución y multitud de dificultades y les ayuda a reflexionar para que el miedo no los lleve a la negación de Jesús, al silencio de la Buena Noticia, a la apostasía, etc. En tiempos de Jesús y cuando se escriben los evangelios, dar testimonio de una persona ante la autoridad podía suponer salvar o perder la vida. La justicia impartida por los tribunales se apoyaba en los testimonios, en quien salía valedor de los acusados. Por eso Jesús les dice: No tengáis miedo de dar testimonio de mí porque yo daré testimonio de vosotros ante el Padre.

Dar testimonio de Jesús puede suponer muchos peligros, hasta la muerte, pero si Jesús va a ser nuestro testigo ante el Padre, sabemos que estamos en buenas manos, protegidos y salvados… si es Jesús el que nos defiende, estamos salvados y tendremos la vida plena que nadie nos podrá quitar.

En el contexto de miedo en el que vivimos también nosotros, el evangelio de hoy nos invita a preguntarnos, ¿A qué y a quienes tenemos miedo? ¿A dónde nos conducen nuestros miedos? ¿Qué germen de cobardía descubrimos en nosotros como discípulos y discípulas? ¿Estamos sacando a la luz la revelación, desvelando el velo que oculta el rostro de Dios y su mensaje de salvación? Cuando, como en esta época, nos experimentamos como personas débiles y frágiles, ¿a quién recurrimos? ¿En quién ponemos nuestra confianza?

El evangelio nos recuerda que cuando damos testimonio de Jesús ante las personas que nos rodean, sirviéndolas, acompañándolas, desvelándoles el amor que Dios les tiene… Jesús también será el que dé testimonio de nosotros ante el Padre. Esta es nuestra profunda esperanza y nuestra fuente de alegría. De esa clase de alegría que no depende de lo que nos ocurra, de lo que otros nos puedan hacer… porque se nos ha dado para siempre.

Para Mateo el juicio final (25, 31-46) es importante, ese encuentro con Jesús en el que se revela la coherencia y la verdad de nuestra fe y de nuestras obras. En esta perspectiva y en contexto de las persecuciones o de las dificultades actuales, insiste: no tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo (como ocurría entonces y ocurre hoy aunque sea por otras causas) pero no os pueden arrebatar la vida en plenitud. Dale importancia a lo fundamental, a lo que puede destrozar todo tu ser para la eternidad; el ser esencial no lo mata nadie. Nuestra fe afirma que la vida es mucho más que la vida física.

Estas son pues las claves para combatir el miedo que este domingo se nos ofrecen. Vivir desde ellas y ayudar a desvelar la revelación, para que otros puedan hacerlo, es la misión que se nos encomienda. Misión que queremos vivir sin miedos, porque estamos en buenas manos y hay quien da testimonio por nosotros.

Mª Guadalupe Labrador Encinas. fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Confianza

Domingo, 21 de junio de 2020
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2AE750E6-06B1-4026-AFA8-3D64B26ACBFCDomingo XII del Tiempo Ordinario

21 junio 2020

Mt 10, 26-33

El miedo es lo opuesto a la confianza. Y aseguran los neurocientíficos que ambos usan las mismas redes neuronales. Lo cual implica que alimentar el miedo –consciente o inconscientemente– significa socavar la posibilidad misma de confiar.

          El miedo es una emoción importante que nos permite detectar las amenazas y protegernos ante ellas. Forma parte, por tanto, de nuestro equipamiento biológico. El problema surge cuando la amenaza no es real, sino fabricada por nuestra mente, como consecuencia de miedos “heredados” generacionalmente, de experiencias infantiles más o menos traumáticas o de la ignorancia acerca de lo que realmente somos.

          Con tales condicionamientos, no es extraño que la mente vea peligros por doquier, instalándonos en el miedo de manera habitual, incrementando la ansiedad y encerrándonos en una cárcel interna que cada vez oprimirá más. El miedo acobarda y constriñe, aísla y obliga a vivir a la defensiva en permanente estado de alerta.

          Frente a tales miedos-fantasmas –creados y alimentados por una mente temerosa e ignorante–, el mensaje de las personas sabias aparece indefectiblemente coloreado por la confianza. Es lo que percibimos, por ejemplo, en Jesús de Nazaret quien, de manera constante, insiste: “No tengáis miedo”, confiad.

          La confianza brota de la comprensión, de la certeza de que aquello que somos se halla siempre a salvo. En palabras del propio Jesús: “pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Experimentaremos dolor y muerte en nuestra forma vulnerable, pero lo que somos realmente permanece siempre inafectado. Por decirlo de manera simple: somos aquello que no puede ser dañado.

          Y habla Jesús de “gorriones” y de “cabellos”… Todo, absolutamente todo, hasta lo más insignificante, responde a un designio sabio. Vivimos confundidos porque percibimos solo una apariencia muy limitada de la realidad. Si pudiéramos apreciarla en su conjunto, advertiríamos que, en lo profundo, todo está bien, todo tiene su lugar. Y que la vida no se equivoca cuando cae un pájaro del cielo o un cabello de nuestra cabeza.

          Si lo quiero analizar desde mi mente analítica, no entenderé nada, me sublevaré ante ese tipo de afirmaciones y, con toda probabilidad, añadiré sufrimiento. Si comprendo que soy (somos) la misma vida expresándose, superada la consciencia de separatividad, viviré en la confianza. Porque quien percibe su (nuestra) verdadera identidad vive ecuánime e imperturbable en toda situación.

          De una forma que puede sonar escandalosa tanto a la mente analítica como a la ortodoxia religiosa, la mística beguina del siglo XIV, Juliana de Norwich, proclamaba gozosa: “El pecado es necesario, pero todo acabará bien, y todo acabará bien, y cualquier cosa, sea cual sea, acabará bien”.

¿En mi día a día, alimento más el miedo o la confianza?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El fundamento de la religión es el miedo, el fundamento del cristianismo es el amor y la confianza

Domingo, 21 de junio de 2020
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. El miedo. Tal vez el eje central de la Palabra de hoy la encontramos en la primera lectura del profeta Jeremías: el Señor está conmigo. Jesús constata que los seres humanos tenemos miedo. No tengáis miedo. Y la razón última de este “no tener miedo” es que el Señor está conmigo…

En principio el miedo es un instinto de auto-conservación por el que tendemos a autoprotegernos de la enfermedad, de una agresión, de diversos peligros. El miedo es como un mecanismo de defensa ante los peligros de la vida.

También nosotros podemos sentir miedos de todo tipo: miedo a la enfermedad, al futuro: a que no nos llegue el dinero, la pensión, miedo a quedar relegado, a perder brillo social, ante la decrepitud de las fuerzas, de las capacidades. ¿Quién está libre de un cáncer, de un infarto, de un Alzheimer? Miedo ante la muerte.

Podemos sentir miedo ante las instituciones. A mí que no me quiten el puesto de trabajo. En la vida política esto lo vemos todos los días, también en la vida eclesiástica: cargos, potestades, miedos a no medrar o a perder el puesto. Por eso sentimos miedo ante las instituciones eclesiásticas: que el “obispo no me toque” o vamos a ver si me “asciende”. (A veces da la impresión de que los curas y los obispos son los “gestores” de la salvación. Dios no tiene más remedio que hacer lo que dice un obispo).

También hemos vivido otros miedos más profundos y traidores: miedos y angustias de tipo moral-religioso. ¡Cuánto daño y angustia ha infundido la moral que hemos recibido!

“El fundamento de la religión es el miedo”, el fundamento del cristianismo es la confianza y la paz.

El miedo es insuficiente para vivir. El miedo bloquea, paraliza. Hace falta confianza en el bien para superar los miedos, sobre todo los miedos últimos y definitivos de la vida. El miedo (angustia) y la confianza son principios antagónicos.

En esta pandemia muchas personas, ¿todos?, tenemos miedo y, mejor o peor, ponemos los medios que nos aconsejan las instituciones sanitarias y políticas. Pero el miedo profundo y último se supera con confianza, con la intimidad con Dios.

Cuatro veces aparece hoy en el evangelio la situación de miedo, “no tengáis miedo”. Es una llamada frecuente en Jesús: no perdáis la calma, no temáis…

Si bien no siempre, pero en estas cuestiones tienen mucho que decir la psicología, tal vez a la medicina-psiquiatría, pero también la bondad, la cercanía, la familiaridad, la empatía tienen mucho que decir y hacer. Evidentemente que la farmacopea puede calmar, sedar, y no es menos cierto que en ciertos momentos habrá que echar mano de la farmacia, pero no es lo mismo estar dormido que estar en paz. El miedo y la angustia son problemas que encuentran un buen tratamiento en la confianza, en el amor, la amistad, la fe. La bondad es una buena -excelente- terapia.

         Jesús dice que no tengamos miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma, la persona podríamos decir. Es evidente que Dios no nos va a liberar de la muerte física, ni –posiblemente- de una enfermedad, Dios no nos va a liberar de algunos desasosiegos personales. Pero a eso no hay que temer.

         Hay que tener miedo a lo que puede matar el alma, la persona. Y no olvidemos que se puede estar muerto en vida. Recordemos que este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, (hijo pródigo).

Hay realidades que pueden matar la persona: el racismo, la ambición de dinero, el poder; las adicciones matan…

  1. El miedo se supera con confianza.

         El miedo aparece con frecuencia en el NT

El lago, el mar es sitio de peligro y la barca (la Iglesia naciente) atravesó como pudo diversas tormentas en las que los creyente sintieron miedo y angustia. Pedro sintió miedo en el mar y se hundía. (Mt 14,26ss). ¿Y quién no siente miedo en las travesías de la vida? Cuando Cristo está presente en la vida de la comunidad y de los comuneros (creyentes) se hace la calma (Mt 8,26). Cuando la misericordia y el amor de Dios se están haciendo presentes en la Iglesia con el papa Francisco, sentimos un cierto alivio) A veces las instituciones infunden miedo. Los padres del ciego del Templo no se atrevían a hablar por miedo a los judíos del Templo (Jn 19,38). Las instituciones eclesiásticas y algunos de sus representantes con sus modos de actuar han infundido miedo y desesperanza José de Arimatea fue un hombre valiente y, al mismo tiempo, con miedo pues pide a Pilatos el cadáver de Jesús para darle tierra. (Jn 19,38).  ¿Nos haríamos cargo de un ejecutado en una pena de muerte? Tras la muerte de Jesús, los discípulos estaban encerrados por miedo a los judíos (Jn 20,19). Cuando Jesús no está en mi vida, en nuestra vida eclesial, vivimos encerrados y con miedo.

  1. confianza: Jesús insiste: no tengáis miedo. Vivid en paz.

         Jesús seguro que sintió miedo en su vida. Era hombre y en muchos momentos “le venían mal dadas”: de hecho lo buscaron para despeñarlo por el barranco. Jesús fue audaz y valiente, pero sintió miedo ante los fariseos (la ley Y el poder del pueblo), ante Herodes, ante los sacerdotes del Templo (la banca), Jesús sintió miedo ante la cruz: la víspera de su muerte sudó sangre en el huerto de los Olivos: estoy triste hasta la muerte; y en la cruz se sintió abandonado. Muchas realidades le tuvieron que infundir miedo.

         Sin embargo, Jesús fue un hombre de calma y de paz. No perdáis la calma, confiad (Jn 14,1-12). No temáis a los que pueden hacer daño al cuerpo, pero no pueden tocar la vida y los valores (Mt 10,28). La paz os dejo, mi paz os doy. No se turbe vuestro corazón, no tengáis miedo. (Jn 10,27). no temas, pequeño rebaño.

         Para un creyente vivir sin miedo es confiar en Dios, vivir en la paz de Dios. Toda la primera lectura de hoy (Hebreos) está impregnada de confianza, de fe en Dios: Abraham y Sara en situaciones imposibles se fían y viven en la paz de Dios, La paz en el plano personal es la integración y armonía de la existencia.[1] Dejar, descansar toda nuestra existencia en manos de Dios. Hay una expresión popular que creo recoge bien este sentimiento: que sea lo que Dios quiera. Es -probablemente- el acto de fe más hondo que podemos hacer en la vida.

         Una enfermedad incierta, puede ser fuente de gran preocupación. Un superior, un jefe, un político o un obispo despótico pueden hacer daño, hacen mucho daño, pero mi vida no descasa en ellos, solamente en Dios descansa mi vida (salmo 61) y ahí encuentro la paz.

         Estas cosas son más para pensarlas y vivirlas en nuestro interior, que para decirlas.

Nos pase lo que nos pase que no nos pase sin el Señor.

  1. Seamos gente que sembramos calma.

         En nuestro convivir y transcurrir seamos gente de calma. No infundamos miedo, nervios, despotismo, sino serenidad. Hay personas que tienen veinte céntimos de poder, un cargo o un bastón de mando y van perdonando la vida a los demás. No infundamos miedo. Muchas veces somos una cabeza hitleriana y un manojo de nervios: transmitimos miedo, angustia, ansiedad.

         No encendamos el ventilador y aireemos enseguida litigios, defectos, malos augurios y chismes. No seamos un vulgar Internet que airea todo lo que recibe. Juan XXIII decía aquello: no seamos profetas de calamidades.

         El Seños nos dejó su paz, la paz os dejo, mi paz os doy. No temamos, comuniquemos paz.

No temas, pequeño rebaño. Dios Padre nos lleva al Reino

[1] No es el momento, pero también hemos de tener en cuenta el problema de la paz socio-política y de la pacificación. Los cristianos hemos de trabajar para pacificar la vida de los pueblos, de nuestro pueblo.

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“¿Por qué Tanto miedo?”. 12 Tiempo Ordinario – B (Marcos 4,35-40)

Domingo, 24 de junio de 2018
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La barca en la que van Jesús y sus discípulos se ve atrapada por una de aquellas tormentas imprevistas y furiosas que se levantan en el lago de Galilea al atardecer de algunos días de calor. Marcos describe el episodio para despertar la fe de las comunidades cristianas, que viven momentos difíciles.

El relato no es una historia tranquilizadora para consolarnos a los cristianos de hoy con la promesa de una protección divina que permita a la Iglesia pasear tranquila a través de la historia. Es la llamada decisiva de Jesús para hacer con él la travesía en tiempos difíciles: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis fe?».

Marcos prepara la escena desde el principio. Nos dice que era «al caer la tarde». Pronto caerán las tinieblas de la noche sobre el lago. Es Jesús quien toma la iniciativa de aquella extraña travesía: «Vamos a la otra orilla». La expresión no es nada inocente. Les invita a pasar juntos, en la misma barca, hacia otro mundo, más allá de lo conocido: la región pagana de la Decápolis.

De pronto se levanta un fuerte huracán, y las olas rompen contra la frágil embarcación, inundándola. La escena es patética: en la parte delantera, los discípulos luchando impotentes contra la tempestad; a popa, en un lugar algo más elevado, Jesús durmiendo tranquilamente sobre un cabezal.

Aterrorizados, los discípulos despiertan a Jesús. No captan la confianza de Jesús en el Padre. Lo único que ven en él es una increíble falta de interés por ellos. Se les ve llenos de miedo y nerviosismo: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».

Jesús no se justifica. Se pone de pie y pronuncia una especie de exorcismo: el viento cesa de rugir y se hace una gran calma. Jesús aprovecha esa paz y silencio grandes para hacerles dos preguntas que hoy llegan hasta nosotros: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis fe?».

¿Qué nos está sucediendo a los cristianos? ¿Por qué son tantos nuestros miedos para afrontar estos tiempos cruciales y tan poca nuestra confianza en Jesús? ¿No es el miedo a hundirnos el que nos está bloqueando? ¿No es la búsqueda ciega de seguridad la que nos impide hacer una lectura más lúcida, responsable y confiada de estos tiempos? ¿Por qué nos resistimos a ver que Dios está conduciendo a la Iglesia hacia un futuro más fiel a Jesús y a su Evangelio? ¿Por qué buscamos seguridad en lo conocido y establecido en el pasado, y no escuchamos la llamada de Jesús a «pasar a la otra orilla» para sembrar humildemente su Buena Noticia en un mundo indiferente a Dios, pero tan necesitado de esperanza?

José Antonio Pagola

Audición del comentario

Marina Ibarlucea

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“¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”. Domingo 24 de junio de 2018. Domingo 12º ordinario

Domingo, 24 de junio de 2018
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37-ordinarioB12 cerezoLeído en Koinonia:

Job 38,1.8-11: Aquí se romperá la arrogancia de tus olas.
Salmo responsorial: 106: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
2Corintios 5,14-17: Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.
Marcos 4,35-40: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

En la primera lectura vemos cómo el Señor le contesta a Job desde un torbellino, una forma muy común en el Antiguo Testamento para las apariciones de Dios. Le muestra lo que el Señor es capaz de hacer por el ser humano, hasta frenar el mar para que no irrumpa contra él. Las comunidades cristianas crecen en medio de dificultades y conflictos. Se encuentran asediadas por muchas amenazas internas y externas. Son como una pequeña barca navegando en altamar, en aguas turbulentas. Cunde la desesperación y el desencanto. Job es el símbolo de la paciencia y la resistencia. Se siente asediado por todas partes. Dios lo interpela haciéndole caer en cuenta de que él es el Señor de la historia. Las dificultades de la vida no podrán derrotar a quien pone toda su confianza en Dios.

En La carta a los Corintios se nos expone la nueva humanidad que a través de la muerte de Cristo recobra la vida plena. Cristo murió por todos para que todos tengamos vida por medio de él. El amor de Cristo ha sido tan grande que nos ha rescatado de la muerte y de la esclavitud del pecado, y nos ha hecho partícipes de la vida nueva. Lo antiguo ha sido superado por la muerte y resurrección del Señor.

En el evangelio, el llamado relato de la tempestad presenta las dificultades por las que atravesaba la Iglesia primitiva en el contexto del imperio romano. El mar es símbolo de peligro; es una amenaza para quienes viven cerca de él, porque saben que por ahí vienen los perseguidores. La comunidad es esa pequeña nave que navega a la deriva. La fe de muchos naufraga ante las amenazas y las presiones del medio. Entonces es cuando hay que recordar que Jesús no ha abandonado la barca. El navega con ellos. Es capaz de derrotar la tempestad. La certeza de la presencia de Jesús fortalece la frágil fe de la comunidad.

Nos sentimos amenazados de muchas formas. La injusticia, la violencia y la corrupción por una parte; el consumismo, el relativismo y el sensualismo por otra. Sentimos la tentación de ceder. Fácilmente caemos en el pesimismo y la resignación. Desistimos de todo esfuerzo y dejamos que la historia empuje la barca a su propio viento. El ambiente nos ahoga y nos sentimos perdidos, desorientados o perplejos. Las palabras de Pablo resultan alentadoras: Cristo murió y resucitó; con él hemos muerto nosotros, y tenemos la firme esperanza de participar en su resurrección. Sólo la certeza de que Jesús camina con nosotros nos puede ayudar a vencer los miedos y las incertidumbres y a “remar mar adentro, hacia aguas profundas”.

Temas clásicos relacionados con este tipo de milagros de Jesús, centrados en la acción sobre la naturaleza, que tal vez ya perdieron su aliciente, son los de la posibilidad misma del milagro, las relaciones entre Dios y la naturaleza, y el tema de la oración de petición, cuando la petición se centra en una acción sobre la naturaleza. Formulamos estos temas en el apartado «para la reunión de grupo» Leer más…

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Dom 24.6.18 Economía de Juan ¡Quien tenga dos túnicas dé una a quien no tiene!

Domingo, 24 de junio de 2018
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icono-san-juan-bautista-ft-img-300x282Del blog de Xabier Pikaza:

Juan Bautista, profeta del fuego y del agua de Dios, cuya fiesta hoy celebramos, viene anunciando la Navidad, seis meses antes (solsticio de verano, en el hemisferio norte).

Profeta del fuego que quema toda injusticia de los hombres, para que puedan presentarse limpios ante Dios. Por eso se elevan hogueras, el día más largo (hemisferio norte), por eso se promete y exige un cambio radical de vida.

Profeta del agua que destruye y anega para dar nueva vida, promotor de un bautismo que iguala a todos los hombres y mujeres, desnudos, solidarios, sin poder ocultar nada, ante la promesa nueva de la vida.

Desde ese fondo retomo el argumento que presenté el pasado Adviento (10.12.17), comentando el pasaje en el que Lc 3, 10-14 expone con detalle el proyecto económico-social de Juan Bautista, camino de fuego, con sus tres partes:

–proyecto para todos los hombres y mujeres: Quemar el mundo viejo en la hoguera de las vanidades e injusticias, comenzar un mundo nuevo, compartido, nacer así a la vida en justicia y esperanza;

–proyecto especial para publicanos (cobradores de impuestos, administradores de dinero), con una política al servicio de la vida, de la acogida de los expulsados, del pan de los hambrientos…

–proyecto también especial para soldados, es decir, para profesionales de una violencia que debe ponerse al servicio de la justicia, convirtiéndose al fin en un servicio social.

ffce1ccf-7ae1-406d-81e6-7c2679963175Juan fue ajusticiado porque ese proyecto triple, unido a su anuncio de juicio contra un mundo injusto, llenó de miedo a muchos, entre ellos a Herodes Antipas, reyezuelo rico, tetrarca de Galilea, que tenía mucho que perder con hombres como Juan, al que por otro lado admiraba, condenándole a muerte.

Pero ningún Herodes podrá acallar la voz del Bautista, ningún egoísmo particular, ningún tipo de política social y/o religiosa impositiva y mentirosa podrá acallar la generosidad generosa, expresada de forma lapidaria en su mensaje: ¡Quien tenga dos túnicas que dé una a quien no tiene!

Túnica es aquí casa y dinero, es tierra y trabajo, es humanidad… Juan sabe que sólo se tiene y disfruta de verdad aquello que se comparte, convirtiendo el “dinero” (posesiones, honores…) en Medio de Vida para todos. De esa forma ha instaurado Juan Bautista una ética universal, que se aplica al mismo tiempo (de un modo intenso) a propietarios de dinero y de las armas.

935020c4-cb65-4941-8d50-ad6c13299d16Ética universal: Quien tenga dos túnicas dé una a quien no tiene, y quien tenga comida haga lo mismo… ¿Qué pasa con África, campo de robo universal para los ricos?
¿Que diría hoy Juan a los que sostienen y promueven la injusticia reflejada en barcos de mercancía humana que nadie quiere recibir en su puerto?

Ética de economistas-publicanos: No ser corruptos, no engañar a los demás, contentarse con lo suficiente, pues la vida es para todos y ellos son siervos de los otros en el campo del dinero.

¿Qué diría hoy Juan a los nuevos señores del dinero de muerte, publicanos-prostituidos, muchas veces a nombre de un sistema que llaman “cristiano” (civilización occidental que ha perdido el alma?

Ética para soldados: No hacer violencia, contentarse con la paga…, poniendo su vida al servicio de la convivencia y de un orden social que favorezca a los pobres.

¿Qué diría hoy Juan a los nuevos señores de la guerra, que no solamente matan, sino que ganan fortunas por matar?

Éste es hoy el mensaje de Juan, que ahora tomo de Lc 3, 7-9 donde el aparece como como mensajero profético del juicio; presentándose, al mismo tiempo, nuestro pasaje le presenta como maestro y promotor de “organización ética del mundo” en línea de justicia económica para todos, pero empezando por los ricos y soldados.

Mensaje político-social

Lucas presenta así a Juan como profeta cristianizado (o, quizá mejor) universalizado, en la línea de una moral judeo-cristiana, un predicador de justicia, convertido por algunos de sus discípulos (y por la Iglesia) en un orden mundial de comunión económica y de sabiduría, en la línea de otros judeo-helenistas y pensadores griegos de su tiempo:

1. Economía compartida

“La gente le preguntaba: – ¿Qué tenemos que hacer? Y les contestaba: Quien tenga dos túnicas, que le dé una al que no tiene ninguna, y el que tenga comida que haga lo mismo” (Lc 3, 10-11).

Comida y vestido no ha de ser objeto de compra-venta, sino de comunicación y así deben compartirse. Quien atesore dos túnicas (casas, comida, monedas…), mientras otros no tienen ninguna, destruye el principio central de la justicia.

Éste es, según Lucas, el sentido profundo de la moral económica de Juan Bautista, que se dirige a todos los hombres, judíos y gentiles, no sólo a sacerdotes o gobernantes judíos más o menos “ortodo-xos”, superando un orden monetario de la compra-venta, que esclaviza a los pobres, y optando por la comunicación directa de los bienes. De esa forma, los signos básicos de su vida (vestido, comida) han de convertirse en medio de comunión universal, en línea de gratuidad, no de compraventa.

Conforme a este mensaje, lo que importa no es creer en Juan Bautista (o en Jesús), ni de aceptar unos dogmas o caminos religiosos especiales… La única verdad moral consiste en compartir la vida, en contra de un sistema capitalista que amontona dinero (Mammón) mientras sigue habiendo muchos que no tienen comida o vestido.

2 Economía de servicio monetario

“Vinieron también unos publicanos a bautizarse y le dijeron: Maestro, ¿qué tenemos que hacer? Él les respondió: No exijáis nada fuera de lo establecido” (diatetagmenon) (3, 12-13).

Dando por sabido el nivel anterior, donde las cosas se comparten directamente entre todos, Juan supone que hay un orden (sistema) de economía que administra el dinero público, y en el que existen oficiales (funcionarios), que regulan los impuestos y tasas del Estado.

Según eso, este Juan ya no anuncia el fin de este tipo de Estado (como hacía el Juan histórico), sino que lo acepta y quiere re-formarlo. En esa línea, Juan pide a los funcionario de ese Estado que se haya regulado, que no cobren más, ni utilicen su poder económico al servicio propio.

Este Juan de Lucas debe saber, sin duda, que puede haber normas injustas, que deberían cambiarse, y además mantiene firme (también sin duda alguna), el principio anterior de compartir con los demás lo que cada uno tiene. Pues bien, sobre ese principio, como buen ciudadano de un imperio, él conoce la existencia de “publicanos”, entendidos de un modo general como “oficiales” de impuestos, y (en contra de lo que dirá el Apocalipsis), piensa que en principio los gestores de ese dinero pueden cumplir un buen servicio (¡y así no los demoniza!), aunque manteniendo el principio anterior (dar lo que sobra a los necesitados), pidiéndoles sólo que no exijan más de lo estipulado.

En la línea de la glosa de Pablo (Rom 13, 1-7), este Bautista de Lucas supone que reyes y publicanos tienen un derecho económico, según el cual no son dueños arbitrarios sino administradores del dinero (los impuestos) para todos. En esa línea, él aparece como reformador (no destructor) del sistema eco-nómico imperante (con dinero, con impuestos), no para destruirlo, sino para ponerlo al servicio del bien común (para compartir túnica y comida, es decir, humanidad). Leer más…

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“ ¿Quién es este? ¿Quiénes somos nosotros?”, Domingo 12. Ciclo B.

Domingo, 24 de junio de 2018
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mc 4 35-41Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Si en la liturgia se leyera el evangelio de Marcos tal como él lo escribió, no a saltos, trompicones y omisiones, habríamos advertido que la popularidad creciente de Jesús suscita tres reacciones muy distintas: desconfianza por parte de su familia, rechazo por parte de los escribas, aceptación por parte de su nueva familia (“estos son mis hermanos, mis hermanas y mi madre”). A esa nueva familia, Jesús la instruye en el capítulo de las parábolas (de las que sólo leímos dos el domingo pasado) e, inmediatamente después, la salva. Con este episodio de la tempestad calmada Marcos pretende también que el lector se pregunte una vez más quien es Jesús.

El mar como símbolo de las fuerzas caóticas (Job 38,1.8-11)

En el mito mesopotámico de la creación (Enuma elish) el dios Marduk debe luchar contra la diosa Tiamat, que representa el mar, para poder crear el universo. El mar simboliza el peligro, la amenaza a la vida. (En términos modernos, el tsunami que devora y destruye la tierra firme.)

La primera lectura, del libro de Job, recoge este tema, pero despojándolo de sus connotaciones politeístas. El mar no es una diosa, es una fuerza caótica que amenaza con cubrirlo todo. El Señor no le machaca el cráneo ni la descuartiza, como hace Marduk con Tiamat; se limita a encerrarlo con doble puerta, a fijarle un confín en el que «se romperá el orgullo de tus olas».

Entonces el Señor respondió a Job desde el seno de la tempestad: ¿Quién encerró con doble puerta el mar, cuando salía borbotando del seno, cuando una nube le puse por vestido y el oscuro nublado por pañales; cuando le fijé sus confines y le puse en torno puertas y cerrojos, y le dije: «No pasarás de aquí, aquí se romperá la soberbia de tus olas»?

El peligro del mar (Salmo 107)

El mar no es sólo una amenaza para la tierra firme, lo es también cuando se intenta cruzarlo en una pequeña nave como las antiguas. En el momento más inesperado se oscurece el cielo, estalla la tormenta, la nave sube y baja al ritmo frenético del oleaje. Sólo cabe la posibilidad de encomendarse a Dios. Esta es la experiencia que recoge el fragmento del Salmo 107, al que quizá mucha gente no preste atención, pero esencial para entender el evangelio de hoy.

Los que a la mar se hicieron con sus naves,

buscando su negocio en las aguas inmensas,

vieron las obras del Señor

y sus milagros en el alta mar.

A su palabra se desató una tempestad

que levantó unas grandes olas:

subían a los cielos, bajaban al abismo,

se vinieron abajo ante el peligro;

En su angustia gritaron al Señor,

y él los libró de sus apuros.

Redujo la tempestad a suave brisa

y las olas se calmaron.

Se llenaron de alegría al verlas ya calmadas,

y él los llevó al puerto deseado.

Den gracias al Señor por su amor,

por sus milagros en favor de los humanos.

Jesús, los discípulos y el mar (Marcos 4,35-41)

El pasaje del evangelio podemos dividirlo en cinco partes: 1) introducción: Jesús y los discípulos se embarcan a la otra orilla; 2) la tormenta: reacción opuesta de Jesús, que duerme, y de los discípulos, que lo despiertan asustados; 3) Jesús calma la tormenta; 4) Palabras de Jesús a los discípulos; 5) reacción final de éstos.

1) Aquel mismo día, ya caída la tarde, Jesús dijo a sus discípulos: «Pasemos a la otra orilla». Y dejando a la gente, lo llevaron con ellos en la barca tal como se encontraba; y le acompañaban otras barcas.

2) Se levantó entonces una fuerte borrasca, y las olas saltaban por encima de la barca, de suerte que estaba a punto de llenarse. Jesús estaba durmiendo sobre un cabezal en la popa. Ellos lo despertaron y le dijeron: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».

3) Él se levantó, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla! ¡Cálmate!». Y el viento cesó y se hizo una gran calma.

4) Después les dijo: «¿Por qué sois tan miedosos? ¿Por qué no tenéis fe?».

5) Ellos quedaron sumamente atemorizados, y se decían unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?».

Tres de estas partes tienen especial relación con los textos de Job y el Salmo.

La segunda (la tormenta) recuerda la situación de grave peligro descrita en el Salmo. Pero, en este caso, los discípulos no se encomiendan a Dios, acuden a Jesús; no creen que pueda resolver el problema, simplemente les asombra que duerma tan tranquilo mientras están a punto de hundirse.

La tercera, en cambio, recuerda la lectura de Job, no por el tono poético, sino por el poder y la autoridad suprema que Jesús manifiesta sobre el mar, semejante a la de Dios en el Antiguo Testamento.

La quinta, que habla de la reacción de los discípulos, recuerda la reacción de los navegantes en el Salmo, pero con un cambio fundamental: los marineros del salmo se llenan de alegría y dan gracias a Dios, los discípulos sienten gran miedo y se preguntan quién es Jesús. Curiosamente, Marcos no ha dicho que los discípulos tuvieran miedo durante la tormenta, pero ahora sí lo tienen; es el miedo que provoca el contacto con el misterio.

Prescindiendo de la introducción, la parte que queda sin paralelo es la cuarta, las palabras de Jesús a los discípulos, que les interroga sobre su miedo y su fe. La ausencia de paralelo sugiere que estas dos preguntas son esenciales en el relato. De hecho, el pasaje dice al lector dos cosas: 1) el poder de Jesús es semejante al que se atribuye a Dios en el Antiguo Testamento; poder para dominar el mar y poder para salvar. 2) Al escuchar la lectura, el cristiano debe reconocer que sus miedos son muchos y su fe poca. Conocer a Jesús no es saberse de memoria unas fórmulas de antiguos concilios. El evangelio debe sorprendernos día a día y hacer que nos preguntemos quién es Jesús.

Desde antiguo se valoró el aspecto simbólico del relato: la nave de la iglesia, sometida a todo tipo de tormenta, es salvada por Jesús. Un aspecto que también podemos valorar a nivel individual.

¿Quiénes somos nosotros? (2 Cor 5,14-17)

En el Tiempo Ordinario, la segunda lectura corre al margen de la primera y del evangelio. Se basa en la ingenua idea de que, leyendo cada domingo un trocito de san Pablo, se terminará conociendo su pensamiento. Nada más lejos de la realidad. Pero el fragmento de hoy podemos verlo como un complemento al evangelio de Marcos.

«¿Quién es este?», se preguntan los discípulos, sorprendidos por su poder sobre el viento y el mar. La respuesta de Pablo sobre quién es Jesús no se basa en el poder sino en la debilidad: «el que murió por nosotros». Pero esta aparente debilidad tiene un enorme poder transformador: convierte a los cristianos en criaturas nuevas. Ya no deben vivir para ellos mismos, «sino para quien murió y resucitó por ellos.»

Vivir para Cristo es la mejor síntesis de lo que fue la vida de Pablo después de su conversión. Viajes continuos, peligros de muerte, fundación de comunidades, persecuciones de todo tipo, prisiones, redacción de cartas… todo estaba motivado por el deseo de servir a Cristo y vivir para él. Un buen espejo en el que mirarnos.

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Domingo XII del Tiempo Ordinario. 24 de junio de 2018

Domingo, 24 de junio de 2018
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Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz

(Lc 1,57-66.80)

Efectivamente, esto me recuerda que todo tiene un tiempo, ya lo dice el Eclesiastés. “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Tiempo de nacer y tiempo de morir”.

Al entrar en el tiempo de Dios, lo cronológico no existe. Su nacimiento físico entra dentro de las coordenadas humanas, pero a la vez es la inauguración de un nuevo tiempo, un tiempo que no calcula el reloj.

Isabel, una mujer anciana, queda embarazada de un hombre anciano porque permitieron a Dios abrir en ellos un nuevo tiempo, el tiempo de las posibilidades más allá de lo humano, un kairós; en el seno de un útero viejo nace la vida en novedad.

Volvemos a las similitudes. Zacarias no podía hablar, porque aún no se había completado en él la transformación operada por el espíritu.

Zacarias no creía en el proyecto de Dios. Su mente racional no podía dar crédito a que pudieran tener un hijo, y por eso enmudeció. Dios lo volvió niño, para que en su interior volviera a disfrutar de la sencillez, de ese volver a ser como una criatura. Posibilidad de nacer de nuevo, en una nueva dimensión de persona creyente, llena de fe, que confía por encima de lo que las leyes físicas establecen.

Dios permitió un tiempo de silencio en la vida de Zacarias para que germinase la confianza más allá de las palabras. En un auténtico diálogo llevado a cabo en su hondura interior arropado de silencio, pero no de un silencio cualquiera, sino de un Silencio de escucha donde todo el ser se dilata y comprende lo inentendible. En ese silencio, Zacarias entró en la dinámica del Amor, confió sin condiciones, “y entonces se le soltó la traba de la lengua y hablaba bendiciendo a Dios”.

¿Cómo no bendecir a Dios cuando en su interior ha germinado la comprensión de una nueva realidad llena de espíritu?

Y al final, El niño crecía y su espíritu se fortalecía”, todo se conjuga y llega la nueva dimensión, que aúna lo físico y lo espiritual, en una simbiosis plena donde el espíritu encuentra su morada y hace de él, el precursor.

Oración

Ayúdanos a vivir en el sin tiempo de tu Amor, donde la vida es comprender la novedad de tu Espíritu.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Creer es confiar en uno mismo porque Dios está en mí.

Domingo, 24 de junio de 2018
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tempestad-calmadaMc 4, 35-40

Leemos hoy el final del c. 4. Podemos tener la sensación de tomar un tren en marcha sin saber de donde viene ni a donde va. Después de enseñar en Cafarnaúm, dejando clara la reacción de los jefes religiosos, narra Mc varias parábolas y termina con el relato de la tempestad calmada. Los milagros llamados de naturaleza son los que menos visos tienen de responder a hechos reales. Son todo simbolismo.

La Biblia utiliza varias palabras para expresar lo que hoy llamamos milagro. El concepto de milagro que manejamos hoy es muy reciente. No tiene sentido preguntarnos si los evangelios nos hablan de milagros con este significado. Lo que nos importa es descubrir el sentido de esa manera de hablar. El milagro era un modo de expresarse, comprensible para todos los que vivían en aquel tiempo.

Jesús pide a los discípulos que vayan a la otra orilla. Está haciendo referencia al paso del mar Rojo. Aquel paso les llevó a la tierra prometida. La otra orilla del mar de Galilea era tierra de gentiles. Es una invitación a la universalidad, más allá del ámbito Judío, que se opone a la apertura. La primera “tormenta” que se desató en el seno de la comunidad cristiana fue precisamente por el intento de apertura a los paganos.

La tempestad está haciendo referencia a Jonás (fue increpado por el capitán por estar durmiendo mientras ellos estaban muertos de miedo). El mar es en la Biblia, símbolo del caos, lugar tenebroso de constantes peligros. Dominar el mar era exclusivo de Dios. De ahí podemos sacar la enseñanza simbólica. El mensaje de Jesús tiene que llegar a todos los hombres, pero no se conseguirá si no se abandona la falsa seguridad de pertenecer a un pueblo elegido sino a través de la lucha contra las fuerzas del mal.

Mientras todos estaban muertos de miedo, él dormía… Hay que tener en cuenta que se llamaba también “cabezal” a la especie de almohada, donde se colocaba la cabeza de un muerto. Están haciendo clara referencia a una situación post-pascual. La primera comunidad tiene claro que Jesús está con ellos pero de una manera muy distinta a cuando vivía. Aunque no lo vean, tienen que seguir confiando en él.

¿No te importa que nos hundamos? La necesidad extrema les obliga a pedir ayuda a Jesús como último recurso. Las palabras que le dirigen nos indican su estado de ánimo. No dudan que Jesús pueda salvarlos, dudan de que esté interesado en hacerlo, lo cual es el colmo de la desconfianza. Es dudar de su amor. Es lo que Jesús reprocha a los discípulos. Siguen necesitando de la acción externa para encontrar la seguridad.

Increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! Son las mismas palabras que Jesús dirige a los espíritus inmundos. Además, en singular, como queriendo personalizar al viento. Recordad que la palabra “ruah” (viento) es la misma que significa espíritu. Viento que perjudica, equivale a mal espíritu. El “poder” de Jesús se dirige contra la fuerza del mal, no contra los elementos, que aunque sean hostiles, nunca son malos.

¿Por qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe? No son preguntas, sino constataciones de una evidencia palpable. Ni confiaban en sí mismos ni confiaban en él. Aquí tenemos otra clave para la reflexión. Confiar en un Dios que está fuera y actuará desde allí, nos ha llevado siempre al callejón sin salida del infantilismo religioso. Una vez más queda manifiesto que, en la Biblia, la fe no es la aceptación de unas verdades teóricas, sino la adhesión confiada a una persona. Jesús les acusa de no confiar, ni en Dios ni en él.

¿Quién es este? El miedo y la pregunta final dejan claro que no habían entendido quién era Jesús. El relato no tiene en cuenta que Mc ya había adelantado varios títulos divinos aplicados a Jesús desde la primera línea de su evangelio: “Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. Queda demostrado que no vale una respuesta intelectual. Lo que es Jesús, no hay manera de mostrarlo ni demostrarlo. El descubri­miento tiene que ser experiencia personal de la cercanía de Jesús.

A todos nosotros nos invita hoy el evangelio a cruzar a la otra orilla. Estamos tan seguros en nuestra orilla que no será fácil que nos arriesguemos a cruzar el mar. Ni siquiera estamos convencidos de que exista otra Orilla, más allá de las comodidades y las seguridades que ambicionamos. Sin embargo, nuestra meta está al otro lado del riesgo y del peligro. La falta de confianza sigue siendo la causa de que no nos atrevamos a dar el paso. No terminamos de creer que Él va en nuestra propia barca.

El mensaje de Jesús es que debemos confiar, aunque nos parezca que Dios no se preocupa de nosotros. El enemigo del hombre no es la naturaleza, sino una falsa visión de la misma. La naturaleza es siempre buena. Dios no tiene que rectificar su obra para que los hombres confíen en Él. Flaco favor haría Jesús a sus discípulos si accediera a entrar en la dinámica de un Dios, que pone su poder al servicio de los buenos. Jesús les habla de un Dios que se identifica con ellos en todas las circunstancias.

Job plantea una cuestión muy seria, pero la solución que da no es la adecuada. Dios tiene que devolver a Job todo lo que le había quitado para que su fidelidad sea creíble. El Dios en quien Jesús confió fue el Dios escondido, en quien hay que confiar aunque no le veamos actuar. Dios está siempre dormido. Su silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni instrumentos para hacer ruido. Mientras no busquemos a Dios en el silencio, nos encontraremos con un ídolo fabricado por nosotros.

No son las acciones espectaculares de Dios, las que nos tienen que llevar a confiar en Él. El maestro Eckhart decía que tomamos a Dios por una vaca de la que podemos sacar leche y queso. Pero también decía: utilizamos a Dios como una vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, la tiramos. La idea de un Dios que pone su poder a mi servicio es nefasta. No se trata de confiar en otro, si no de confiar en que Él está más cerca de mí que yo mismo. Solo si siento a Dios en mí, me  sentiré seguro.

Meditación

¿Quién es éste? Nunca podrás saberlo
si en tu vida no reflejas la suya.
Lo importante no es encontrar respuestas
sino vivir la Vida verdadera.
Lo que es Jesús es lo que tú también eres.
Jesús ha desplegado todas sus posibilidades.
Tú tienes esa tarea aún por hacer.

Fray Marcos

Fe Adulta

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El mayor de los nacidos de mujer.

Domingo, 24 de junio de 2018
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Juan-Bautista-John-BaptistLc 1, 57-80

Simplemente la fecha escogida para celebrar el nacimiento de Juan Bautista es toda una manifestación de grandeza. Para Jesús se eligió el solsticio de invierno el 25 de Diciembre, (“conviene que él crezca…”) Para Juan el solsticio de verano el 24 de Junio (“…Y que yo disminuya”). Son las dos fechas más significativas del año astronómico. Con ello se garantiza la importancia de ambas figuras. En ambos casos, se pretendió sustituir fiestas paganas por cristianas. En las iglesias de toda España podremos comprobar que la figura de Juan es la más repetida, después de la de Jesús y María.

No es fácil hacerse una idea de lo que pudo significar la figura de Juan para Jesús, y tampoco tenemos elementos suficientes para valorar lo que significó para las primeras comunidades cristianas. Todo es confuso en lo referente a este personaje, porque a la vez que se hacen elogios increíbles, se pone mucho cuidado en no ponerlo por delante de Jesús. Naturalmente no podemos considerar históricos los relatos del nacimiento que nos proponen los evangelios. De todas formas, son muy interesantes las diferencias con los relatos sobre Jesús. Ahí podemos descubrir que se trata de relatos teológicos.

Hacía por lo menos trescientos años que no aparecía un profeta en Israel, por eso todos los evangelistas resaltan su importancia. Para los primeros cristianos no tuvo que ser fácil aceptar la influencia de Juan en la trayectoria de Jesús, sobre todo desde que se aceptó el carácter divino de su mesianismo. El hecho de que Jesús acudiese a Juan para ser bautizado manifiesta que Jesús se sintió atraído e impresionado por su figura y su mensaje. Juan tuvo una influencia muy grande en la religiosidad de su época. Relatos extrabíblicos lo confirman. En el momento del bautismo de Jesús, él era ya muy famoso.

La importancia de Juan no disminuye por el hecho de que el mensaje de Jesús se aparta en gran medida del suyo. Juan predica un bautismo de conversión, de metanoya, de penitencia. Habla del juicio inminente de Dios, y de la única manera de escapar de ese juicio: su bautismo. No predica un evangelio -buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay que escapar. No es probable que tuviera conciencia de ser el precursor, tal como lo entendieron los cristianos. Habla de “el que ha de venir”, pero, con toda seguridad, se refiere al juez escatológico, en la línea de los antiguos profetas.

Jesús por el contrario, predica una “buena noticia”. Dios es Abba, es decir Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga, simplemente hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de Dios. Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor, lo que tiene que llevarnos hacia Él. Muchas veces me he preguntado, y me sigo preguntando, por qué, después de veinte siglos, nos encontramos más a gusto con la  predicación de Juan que con la de Jesús. ¿Será que el Dios de Jesús no lo podemos utilizar para meter miedo y tener así a la gente sometida?

Hay un aspecto de sus doctrinas en la que sí coinciden. Ambos critican duramente una esperanza basada en la pertenencia a un pueblo o en las promesas hechas a Abrahán sin compromiso personal alguno. Es curioso que los cristianos hayamos mantenido esa manera de pensar, después de las críticas de Juan y de Jesús. Tanto Juan como Jesús dejan muy claro que el comporta­miento personal es el único medio para alcanzar la verdadera salvación. Por eso coinciden también los dos en la crítica del ritualismo cultual.

Juan era hijo de sacerdote, pero no se presentó como tal ante el pueblo. Por el contrario se alejó del ámbito del templo y bautizaba lejos de la influencia de las instituciones religiosas de su tiempo. Arremetió contra todo lo que oliera a privilegios de castas o poderes establecidos y predicó y vivió la libertad de ser él mismo. Jesús pudo aprender de él que lo que se cocía en el templo no podía estar de acuerdo con la voluntad de Dios, por más que se cumpliera la Ley meticulosamente.

La figura del profeta fue clave en el AT. De hecho a los escritos bíblicos se les llamó “la Ley y los profetas”. Claro que el concepto de profeta del AT, nada tiene que ver con lo que entendemos hoy por profeta, aunque se está recuperando su verdadera imagen. Su primera tarea era de denuncia. Y no de falta de piedad o religiosidad, sino de falta de justicia. Esto es muy importante porque sin esta perspectiva la figura del profeta queda descafeinada. Pero resulta que la injusticia, la opresión, el sometimiento del otro, vienen siempre de parte de los poderosos, que tienen también capacidad para tomar represalias contra el que les incomoda.

Para mí, la principal característica de la figura del profeta, de antes y de ahora, es que no actúa en nombre propio. Tiene la conciencia clara de ser un enviado, que tiene la obligación de ser fiel a quien le envía. Es el caso de Juan, enviado y precursor al mismo tiempo. Esto le coloca en un plano inmejorable para hablar con humildad pero también con total libertad ante cualquier clase de coacción. En última instancia, esa valentía a la hora de denunciar la injusticia le costó la vida, como a todos los verdaderos profetas.

Hoy más que nunca, necesitamos profetas que sean capaces de criticar los abusos de los poderosos de todo pelaje, y nos aclaren el camino por el que tenemos que transitar para alcanzar plenitud humana. Al ser humano se le ofrecen hoy infinidad de caminos por los que puede desarrollar su existencia. ¿Cuál será el que le lleve a la verdadera salvación? Precisamente porque las ofertas engañosas son más variadas y mucho más atrayentes que nunca, es más difícil acertar con el camino adecuado. La orientación de una persona libre e independiente de intereses bastardos es más necesaria que nunca. Todos tenemos la obligación de ser un poco profetas, sobre todo viviendo.

Ni hoy ni nunca, puede el ser humano planificar, de una vez por todas, su salvación trazando un camino claro y directo que le lleve a su plenitud. Su capacidad de conocer es limitada, por eso solo tanteando puede descubrir lo que es bueno para él. También en el orden espiritual tenemos que aumentar el conocimiento. La idea de que la revelación está ya terminada, va en contra de la misma naturaleza del ser humano. Jesús dijo: “hay muchas cosas que no podéis cargar con ellas por ahora, el Espíritu os irá llevando hasta la plenitud de la verdad”. Nadie puede dispensarse de la obligación de seguir buscando.

Más que nunca, nos hace falta una crítica sincera de la escala de valores en la que desarrollamos nuestra vida. Digo sincera, porque no sirve de nada afirmar teóricamente una determinada escala de valores y después desplegar en nuestra vida la opuesta. Tal vez sea esto el mal de nuestra religión, que se queda en la pura teoría. Hace ya algún tiempo, un ministro del gobierno, hablando de los problemas del norte de África, decía muy serio: Es que para los musulmanes, la religión es una forma de vida. Qué pena que se dé por supuesto que para los cristianos no es así.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Faro de todos los Pueblos.

Domingo, 24 de junio de 2018
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san juan bautista el grecoLa habilidad de un hombre es el conocimiento que emana de luz divina (Zaratustra)

24 de junio. Natividad de San Juan Bautista

Lc 1, 57-66.80

Cuando a Isabel se le cumplió el tiempo del parto, dio a luz un hijo (Lc 1, 57)

Es la Noche de San Juan, a quien Lucas calificó como “más que un profeta” (Lc 7, 26), que “vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él” (Jn 1, 7). Palabras con resonancias al profeta Isaías, de quien Jehová: “Poco es que tú me seas siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures los asolamientos de Israel: también te di por luz de las gentes, para que seas mi salud hasta lo postrero de la tierra” (Is 49, 6).

La figura de San Juan Bautista está unida a la de Jesús por la luz. Ambas natividades se celebran en el solsticio de invierno y en el de verano. Jesús es el Faro de todos los pueblos y Juan es su precursor. En su austeridad monacal, llevaba un vestido de pelo de camello y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y a quienes querían escucharle les decía: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”. Un camino que con frecuencia se apartaba de las autopistas trazadas por las autoridades religiosas oficiales: el de Juan Bautista de Ein Karem y Jesús de Nazaret.

El Misal romano incluye la siguiente oración, que resume este simbolismo: “Oh, Dios, fuente y origen de toda luz, que has mostrado hoy a Cristo, luz de las naciones, al justo Simeón”. Y el Evangelio (Lc 2, 29-32) lo reafirma en estos sus términos: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra dejar a tu siervo que se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”.

Ya el profeta Isaías lo había anunciado en el AT con estas palabras en 49, 1-6: “Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.

Todo esto tiene que ver con la fiesta de la Candelaria o de la Luz que, en sus comienzos, tuvo su origen en el Oriente con el nombre del Encuentro y, posteriormente, se extendió al Occidente en el siglo VI, llegando a celebrarse en Roma con un carácter penitencial. Aunque según otros investigadores, es originaria de la antigua Roma, donde la procesión de las candelas formaba parte de la fiesta de las Lupercales.

En la película estadounidense, Arrival de ciencia ficción y drama (2017), del director Davis Villeneuve, uno de los protagonistas, Jeremy Renner, le dice a Amy Adams: “He tenido la cabeza inclinada hacia las estrellas desde que puedo recordar. Pero ¿sabes lo que me sorprendió? No las estaba mirando a ellas. Te estaba encontrando a ti”. Como Jeremy, estamos todos invitados a elevar nuestra mirada al cielo y mirar la luz de Jesús que, como un sol infinito, ilumina el universo entero.

Lo cual se consigue cuando de nuestros ojos vamos liberando con el cincel las sombras de la miopía que nos impide ver correctamente y nos libera. Decía Michelangelo: “Vi el Ángel en el mármol y tallé hasta que lo puse en libertad”. Tarea sutil y complicada con la que hay que tener sumo cuidado porque, como dijo el polémico y heterodoxo dominico belga Edward Schillebeeckx (1914-2009): “Si pudiera quitar de mí, lo que hay de mí, quedaría Dios. Si pudiera quitar de mí, lo que hay de Dios, quedaría nada”.

Retoma Miguel Ángel tu cincel y labra el mármol vital mío de Carrara hasta que me permita no sólo correr, sino volar en libertad por los cielos de toda mi existencia. No quiero ser tu Bacus preso en el marmóreo pedestal. Prefiero ser el Ángel de Fray Angélico, a punto de lanzarme en libre vuelo, y quedarme en lo que hay de Dios en mí, aunque sin despojarme de mí nada. También cuanto hay de mí -lo malo y lo bueno- es muy valioso y es ligero. Y lo aprecio, como tu Michelangelo apreciaste todas las obras que con tus pinceles y buriles tan artísticamente y con tanta libertad salieron de tus manos. Jesús es luz que, como un Sol infinito, ilumina todos los caminos del universo y despeja de nuestros ojos las sombras de una profunda miopía, que nos impide ver la realidad de la existencia. Ruégale tú por mi y las mías.

Es posible que, siguiendo el consejo de Zaratustra, profeta y fundador del Mazdeísmo, nos facilitara la tarea: La habilidad de un hombre es el conocimiento que emana de luz divina”. Antonio Colinas, poeta y novelista (1946), escribe en El mito de Orfeo, este bello texto, donde la luz de los ojos, las estrellas perfumadas y la voz de una campana que resuena en cada fibra del cuerpo, nos sumergen en celestiales vivencias que nos permiten volver a soñar con el regreso de las palomas blancas a nuestro palomar terrestre.

JARDÍN DE ORFEO

De nuevo, mis sentidos -que ya no eran los míos- quedaron en libertad. Y alcé mis ojos a la luz de tus ojos, y respiré en tus manos flores mojadas de estrellas perfumadas, y volví a oír con nitidez tu voz como una campana que resonara en cada fibra de mi cuerpo.

Y abrí mis labios para musitar con piedad: “No insistas más con tu voz, no insistas más con tu música; aparta de mí ese cáliz de dulzura, pues podría enloquecer, que es peor que morir.

Déjame que olfatee el paso de tu túnica. Déjame que solo sienta y vea y bese en este nuevo espacio al que tu voz me ha conducido, desde el que tu voz me llama.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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