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Lo que va de hijo a hijo.

Lunes, 2 de octubre de 2023
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Todas tus parábolas, una vez iniciadas,
tienen un final
que nos alcanza como lanza afilada.

Recogen, en síntesis, lo que es historia cotidiana
de pugna y respuesta
a tu respetuosa invitación y llamada.

Y expresan en pocas palabras humanas
nuestra rebeldía
que algo tendrá que ver con tu espíritu y semejanza.

Los hay que saben expresar muy dignamente
respeto y obediencia:
es lo que se espera de gente religiosa y prudente.

Pero se quedan en la caravana en la que estaban;
no les da la gana
de interpretar tus gestos, hechos y palabras.

Dicen sí, porque es la respuesta correcta,
pero no hacen nada
aunque la brisa sople con fuerza y en dirección buena.

Y los hay que, desde el principio, se rebelan
y no quieren ser
ni siervos, ni beatos ni hijos deudores.

Saben recapacitar para encontrar en camino,
respuesta adecuada,
para trabajar la viña y vivir como hijos.

Quizá, Señor, te agrade más la frescura y rebeldía,
nuestra libertad,
que las palabras adecuadas de una respuesta perfecta.

Quizá temas más nuestro ser e historia vacíos
de amor y vida
que todos nuestros cuestionamientos e impertinencias.

No sé lo que dije,
hace un instante…
pero he venido,
me has acogido
y estoy contento…
y muy satisfecho.

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

***

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Profetismo y obediencia.

Miércoles, 12 de julio de 2023
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Durante siglos la Iglesia se ha involucrado en el poder de este mundo. La Iglesia misma es, en verdad, un poder terrenal. El gran problema de la vida contemplativa, de la vida religiosa, del sacerdocio y de cada uno de nosotros es que hemos sido corrompidos por ese poder. Hemos sido utilizados por esa estructura para justificar una política de poder en el seno de la Iglesia. Cualquiera de los argumentos en torno a la esencia de la vida contemplativa provenientes del sector conservador apunta en esa dirección. Los contemplativos son considerados, por excelencia, como personas que aceptan sin cuestionar todo cuanto viene de la jerarquía. Nos han convertido en el grupo religioso que venera y justifica a ese poder. «Ved a esas criaturas humildes, santas. Ellas saben que nuestro poder proviene de Dios». Podríamos estar involucrándonos en una de las grandes formas de la idolatría. No deliberadamente, pero podría interpretarse que esa es nuestra actitud.

Está claro que las cosas que hacemos de buena fe, las que hemos hecho en nombre de la obediencia y los sacrificios que hemos realizado no están perdidos para nosotros, como individuos. Dios lo toma todo en cuenta. Pero eso a la Iglesia no le hace ningún favor; puede incluso ser un escollo en su camino. Tenemos que reflexionar sobre eso. Si hemos de tomar en serio nuestra vocación profética, no podemos dejar de examinar este aspecto. Dios protegerá, sin duda, a la persona que obedece de buena voluntad. Pero eso no significa que le esté haciendo a la Iglesia ningún bien”.

*

Thomas Merton
Los manantiales de las contemplación

***

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“Roma locuta, causa finita“, por Eduardo de la Serna

Jueves, 25 de agosto de 2022
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28945BC5-FD0E-4938-BA38-CC8B9263D2CADe su blog Un oído en el Evangelio y otro en el Pueblo: 

Sectores tradicionalistas De la Iglesia van de cacería de “palabras romanas” para después de conseguirlas hablar de “comunión y fidelidad”.

Con frecuencia “Roma habla” y la causa no es “finita” sino que cambia y vuelve a cambiar.

La centralidad de la obediencia olvida que la obediencia primera es a la conciencia y luego al Evangelio del Reino.

El dicho que encabeza estas reflexiones es casi un apotegma [tomado del sermón 131.10 de san Agustín, pero referido a los judíos], que “como corresponde, se formula en latín”. Significa que, puesto que “Roma” (= el Vaticano) ha hablado sobre un tema, ya no hay nada más que decir. El tema está terminado. Por más que la milenaria historia de la Iglesia lo ha desmentido y sigue desmintiendo, sin embargo, en ciertos ambientes eclesiales, se sigue esperando la palabra definitiva de Roma que ya no se modificará… Hasta que se modifique por el peso de la realidad.

Habitualmente suelen pronunciarlo los sectores más conservadores o tradicionalistas de la Iglesia, los que, con frecuencia, no se caracterizan por su libertad para avanzar con la osadía impulsada por el Espíritu Santo; por el contrario, suelen atarse a la ley, (por ejemplo, al Código de Derecho Canónico, o a momentos de la historia leídos sin ninguna mediación hermenéutica). Hijos o hijas del temor necesitan la seguridad que les da la ley, o la “madre” Iglesia que les da la seguridad necesaria para la vida sin zozobras. El miedo al error, por ejemplo, o a no hacer “lo debido” los o las paraliza hasta que “Roma habla” y, entonces, los o las invade una extraña paz. En ocasiones, además, algunas o algunos, después de que “Roma ha hablado”, “militan” la obediencia, la fidelidad, la “estricta observancia”, y – puesto que – según dicen – el tema está concluido por la “palabra romana” – levantan banderas religiosas de unidad, comunión, carismas, además de las mencionadas…

Se podría analizar el tema en su complejidad y preguntarnos si antes no han roto la unidad o la comunión las actitudes y acciones subrepticias, ocultas o demás mientras salen de cacería de la esperada palabra romana, luego de la cual respiran aliviados o aliviadas, y, ahora sí, visiblemente, pretenden exhibir a “los otros” como artífices de la desunión o la falta de unidad y comunión…

Por otro lado, podríamos hacer referencia a lo que Pedro Casaldáliga llamó “una rebelde fidelidad”, o – más todavía – a que muchos dudamos claramente que la “causa, realmente sea, finita”.

Empecemos señalando que nuestra primera fidelidad ha de ser a nuestra conciencia, el ámbito primero e ineludible de la obediencia. Pero luego de esta, es evidente que la obediencia fundamental y primera ha de ser al Evangelio del Reino. Obediencia que debe también “Roma”, algo que – no pocas veces – ha manifestado desconocer, aunque en ocasiones pida perdones 500 o 1000 años después.

Obedecer remite, etimológicamente (tanto en el latín como en el griego) a la audición. Se trata de una reacción ante lo que se ha escuchado (ob-audire). Una reacción acorde a lo escuchado.

Pero es importante destacar que – teniendo todo esto en cuenta – ciertamente no es lo mismo cuando la obediencia se aplica a ministros ordenados, a religiosos y religiosas y a laicos y laicas. Las y los religiosos, por ejemplo, profesan un “voto” de obediencia. Esta es a un “superior” o “superiora” (sic) y hace referencia, ciertamente, al carisma fundacional de la orden o congregación. De todos modos, ha de señalarse que, carismáticamente, no es lo mismo la obediencia entre los jesuitas que entre los franciscanos, por ejemplo. Se ha de señalar, claramente, que los votos (castidad, pobreza y obediencia) son constitutivos de la vida religiosa, aunque ciertamente estos hayan de entenderse teológicamente y antropológicamente además de carismáticamente (nunca fundamentalistamente). Otra es la obediencia de los ministros ordenados, presbíteros y diáconos, al obispo (“¿prometes respeto y obediencia?”). en este caso no se trata de un voto sino una promesa y, además, ligada al respeto. Pero no debe descuidarse lo ya dicho: también el obispo debe “respeto y obediencia” a la comunidad eclesial (también el obispo de Roma, ciertamente). Si un obispo “mandara” algo contrario al decir y sentir eclesial, ciertamente nadie estaría obligado a “obedecerlo”. Finalmente, la obediencia laical ciertamente se despliega según el propio carisma del laicado. Veamos:

Es sabido que se solía decir que había una Iglesia docente y una Iglesia discente (catecismo de Pio X [1905], nros. 181-192), es decir, una Iglesia que enseña y una que recibe la enseñanza, una que manda y una que obedece. La imagen piramidal que esto implica indicaba que el laicado debe “obedecer” a la Iglesia jerárquica. Dejamos de lado esta imagen de las y los laicos como “menores de edad” (los mismos que merecen ser alimentados con papilla, como sería un catecismo, y a quienes se les da la comunión en la boca). Esta eclesiología quedó felizmente detonada con el Concilio Vaticano II, aunque muchas y muchos que esperan que “Roma” hable, se resisten a sepultar.

Una breve nota sobre el laicado: antes del concilio, y del despliegue de la teología post-conciliar, era habitual presentar a los laicos y laicas como aquellas y aquellos que “no son” … No son religiosos, no son ministros ordenados. No están dirigidos a la perfección (vida religiosa), no son los que deben “conducir” (ministros ordenados), son quienes deben ser enseñados. Modelo de esta eclesiología eran aquellos laicos o laicas cuyo sentido estaba dado por actuar bajo la enseñanza de la jerarquía (ieros – arjé, “principio sagrado”, sic). Los modernos estudios teológicos y bíblicos llevaron a la teología (y al Concilio) a entender la Iglesia como “pueblo de Dios”, una comunidad ya no “jerárquica” sino circular (o poliédrica, como le gusta decir al papa Francisco). Un pueblo en medio de los pueblos implica la urgencia (como la levadura en medio de la masa) de “encarnarse” en la historia, en los sindicatos, la empresa, la educación, la política, los medios de comunicación, etc. Pero no como “obedientes” a una orden superior (al estilo de los antiguos partidos cristianos, empresarios cristianos, etc.) sino como fermento. Quizás hoy la pregunta no sea tanto cuál es el rol o el ser del laicado, sino el de los ministros ordenados. Pero es otro tema.

Decenas de comunidades religiosas, movimientos o instituciones laicales nacidas en la historia, han debido, con resistencias y creatividades, modelarse según la nueva vida eclesial del postconcilio. Curiosamente, hay quienes en nombre de la fidelidad se han resistido y resisten a aquel que “hace nuevas todas las cosas” (ver Ap 21,5). El ejemplo de lo ocurrido con las carmelitas descalzas ciertamente es significativo (curiosamente, en todo el proceso de renovación y división del Carmelo, “Roma” habló varias veces y se desdijo otras tantas) y – como ocurre tantas veces – hoy asistimos a dos grupos bastante diferentes entre sí y cada una afirma y se sienten las “herederas del verdadero espíritu y carisma de Teresa”. Debemos decir, además, que, en este caso, “Roma”, en lugar de ser garante de la unidad, fue artífice de la división.

Muchas palabras entran en cuestión cuando de “obediencia” se trata. Para empezar, una palabra que se escucha y ante la que se reacciona. Pero una palabra que debe “pesarse”, ya que una es la palabra que pronuncia nuestra conciencia, otra la palabra de Dios en las Escrituras, otra la palabra que la Iglesia ha pronunciado de un modo comunitario y universal (un Concilio, por ejemplo), etc. Los llamados “lugares teológicos”, codificados por Melchor Cano (1509 – 1560) pueden ser un buen punto de partida de esta “jerarquía” de “palabras”. Pero no es posible – sería teológicamente insustancial – ignorar el presente. La historia es el ámbito donde se pronuncia (o se encarna) la “palabra”. Es evidente que una palabra sabiamente pronunciada ayer, ha de mirar sabiamente el hoy antes de ser “escuchada” y “obedecida”. El fundamentalismo, una especie de “suicidio del pensamiento”, conduce a una obediencia que está lejos de la libertad, lejos de la vida y lejos de una verdadera “escucha”. Seguir “ciegamente” los textos bíblicos, conduce a una evidente deshumanización y, además, manifiesta un Dios bastante diferente al que Jesús en su vida y palabras eligió revelar. Y, ciertamente, es evidente que, si hemos de “interpretar” a los nuevos tiempos los viejos textos bíblicos, no es menos evidente que hemos de interpretar, adaptados a esos mismos nuevos tiempos, los carismas fundacionales, por ejemplo. “Roma” podrá hablar – ¡tantas veces movida por el temor, por el “siempre se hizo así” o por ideologías siempre conservadoras, cuando no por otras razones menos sanctas todavía! (y algunas canonizaciones son expresión evidente de esto) – pero, ciertamente, antes, es indispensable escuchar lo que “el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2-3). “Roma habló” al hablar de Iglesia docente e Iglesia discente (algo que fue aceptado durante todo el s. XX hasta el Concilio) pero luego “Roma habló” otras palabras. Si de unidad y comunión se trata, no es esto en torno a una “palabra” fija sino en torno a un pueblo de Dios vivo, a una unidad “perijorética” (comunión en la diversidad y el amor). La comunión incluye las diferencias en la gestación de la unidad. Sin diferencias se trataría de “uniformidad”, que es algo bastante diferente… y dudosamente evangélico. Habrá quienes, desde el temor, o desde ideologías esclerosadas, salen de cacería en búsqueda de “palabras romanas”, pero habrá quienes desde el amor (que vence al temor, como se sabe; ver 1 Jn 4,18) eligen la osada escucha del Espíritu. Creo que ya sé dónde elijo estar.

Foto tomada de https://archive.org/details/CatecismoMayorDeSanPoX/mode/2up

 

Espiritualidad , , , , ,

Obediencia de los superiores

Viernes, 10 de enero de 2020
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

En esas lecturas navideñas a ratos perdidos, he vuelto a leer esta perla cultivada de Bernard Häring. Siempre tiene actualidad lo que piensa y, entre otras cosas sobre la obediencia, dice lo siguiente:

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Obediencia de los superiores

         Son desobedientes aquellos superiores que no permiten que las personas dotadas de carismas tales como la iniciativa, imaginación, sentido del humor, espíritu crítico constructivo y cordial, etc. usen estos talentos o pongan esa riqueza al servicio del bien común.

       Los superiores deben ser especialmente obedientes al bien común y a las necesidades del grupo; deben estar siempre dispuestos a examinar sus motivaciones y la validez de su servicio. En ciertos casos puede suceder que la forma más perfecta de obediencia al servicio del bien común sea retirarse; esta postura podría representar la última y la mayor de las contribuciones de un obispo o de superior al bien común de toda la comunidad

*

Bernard Häring,
Rebosad de esperanza,
Salamanca, Ed Sígueme, 1973, 164

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“Demasiada autoridad”, por Jesús Fernández.

Viernes, 3 de mayo de 2019
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1409398727452superarzo00003Falsa obediencia ante tanta falsa autoridad. Demasiada organización.

Decía Lutero que en la Iglesia hay demasiada jerarquía, demasiada autoridad, exceso de rango. La palabra “jerarquía” viene de dos vocablos griegos y significa “orden sagrado”. ¿Creen los fieles que en la Iglesia de Jesús que tiene su origen en Aquel que se humilló hasta la muerte y una muerte de cruz, exista tanto rango y se luche por ocupar una posición más alta que otros? Esto afecta al terreno de las iniciativas. No se reconocen más que aquellas que procedan de la superioridad o del poder. No hay otros principios de legitimidad que la superioridad, la autoridad, que no es, como tal, una convicción sino una condición de la financiación de las ideas. Porque en los superiores está la llave de la caja. ¿Creen los fieles que cuando lleguen al cielo y toquen el timbre les va a abrir la puerta un cardenal, un obispo? Decía Nietzsche que el cielo estaba vacío de cristianos. Busquen obispos en el cielo. No les encontrarán. La muerte iguala a todos. La reducción es total. Todos han sido reducidos al estado laical de creyentes. Allí no hay poder. Sólo hay gloria. En el cielo nuevo y en la tierra nueva no hay lágrimas ni dolor pero tampoco rango y autoridad. La jerarquía se ha convertido en anarquía. Todos laicos.

Mucha autoridad y poca libertad. Mucho mandato y mucha obediencia. Falsa obediencia ante tanta falsa autoridad. Demasiada organización. Esa es la fórmula y la ecuación en la Iglesia Católica. Cuando Lutero critica el exceso de autoridad temporal en la Iglesia de su tiempo se refiere a estos dos aspectos: primero demasiado poder temporal dentro de la comunidad de fe y segundo, relaciones de poder del Papado en relación con los otros poderes de este mundo, de esta sociedad.

Raymond Cardinal Leo Burke visits the Oratory of Ss. Gregory and Augustine to celebrate Benediction of the Blessed Sacrament followed by a Reception. As Archbishop of St Louis, Cardinal Burke canonically established the Oratory on the first Sunday of Advent 2007, the same year as our Holy Father's motu proprio, Summorum Pontificum. This will be his first pastoral visit to the Oratory!

Aquí comienza la crítica a la Iglesia dual. Primero Marx  con la religión como alienación económica. Y ahora Freud con la afectividad como descarga y sublimación. Estos son los dos problemas de la Iglesia de hoy: la riqueza y la afectividad. Muchos de sus miembros más cualificados han cambiado o mezclado la economía, el amor al dinero por sensaciones, por emociones, por otras sensaciones de la epidermis. Marx y Freud. A este paso, como disminuyan tanto los clérigos y sigan nombrando tantos obispos y jerarquía, va a haber más jerarquía que fieles. Esto no puede seguir así. La fe no nace de la autoridad. Los obispos, como decía San Agustín, son los primeros creyentes. Comparaba a la Iglesia con una esfera que tiene dos mitades, dos caras: una oscura, opaca y otra clara, luminosa. Pero está girando y a medida que se oscurece una parte se ilumina otra. La Iglesia organización está perdiendo credibilidad. Ojalá la gane por la otra parte.

Jesús Fernández González

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, General , , ,

Vivir para el Señor

Martes, 26 de marzo de 2019
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Existe una obediencia a Dios, con frecuencia muy exigente, que consiste sencillamente en obedecer a las situaciones. Cuando se ha visto que, a pesar de todo el esfuerzo y las oraciones, se dan, en nuestra vida, situaciones difíciles, incluso a veces absurdas y, a nuestro parecer, espiritualmente contraproducentes, que no cambian,  hay que dejar de dar coces contra el aguijón” y empezar a ver en tales situaciones la silenciosa pero no menos cierta voluntad de Dios con nosotros. Es preciso, además, dejar todo, para hacer la voluntad de Dios: trabajo, proyectos, relaciones […].

La conclusión más hermosa de vida de obediencia sería “morir por obediencia”, es decir, morir porque Dios dice a su siervo “¡Ven!”, y él viene. La obediencia a Dios en su forma concreta no es exclusivo de los religiosos en la Iglesia, sino que está abierta a todos los bautizados. Los laicos no tienen, en la Iglesia, un superior al que obedecer -por lo menos no en el sentido en que lo tienen los religiosos y clérigos-, pero, en compensación, tienen un “Señor” al que obedecer. Tienen su Palabra. Desde sus más remotas raíces hebreas, la palabra “obedecer” indica la escucha y se refiere a la Palabra de Dios. El camino de la obediencia se abre al que ha decidido vivir “para el Señor”; es una exigencia que se desprende la verdadera conversión.

*

Ricardo Cantalamessa,
La obediencia,
Milán 1986, 59-63, passim

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Cuando Dios se sienta por encima del aguacero

Miércoles, 10 de octubre de 2018
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Del blog de Thomas Merton:

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Escribe Jean Leclercq a Merton, el28 de noviembre de 1959:

“Siempre resulta muy difícil ver claro dentro de nosotros mismos, alrededor nuestro. Se aprecian entonces los beneficios de la obediencia a una autoridad, que, suficientemente informada sobre todos los aspectos de un problema, con la suficiente distancia y elevación como para ser imparcial, puede juzgar sobre nosotros mucho mejor que nosotros mismos”.

MERTON le escribe en su siguiente carta (24 diciembre 1960):

“Sé muy bien que Dios mismo está encima y más allá de las soluciones y decisiones de los hombres, y que si mis deseos provienen de Él, Él mismo no tendrá ninguna dificultad en llevarme donde Él quiera, y concederme la soledad que quiera”.

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La Danza de la vida

Sábado, 17 de diciembre de 2016
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Porque si hay personas santas a quienes no gusta bailar,
hay otros muchos santos que necesitan hacerlo,
pues se sienten tan dichosos de vivir:
santa Teresa con sus castañuelas,
san Juan de la Cruz con un Niño Jesús en brazos,
y san Francisco ante el papa.

Si estuviéramos contentos de Ti, Señor,
no podríamos resistir
a esta necesidad de danzar que desborda el mundo,
y llegaríamos a adivinar
qué danza es la que te gusta hacernos danzar,
siguiendo los pasos de tu Providencia.

Porque pienso que debes estar cansado
de gentes que hablan siempre de servirte
con aire de capitanes,
de conocerte con ínfulas de profesor,
de alcanzarte por reglas de deporte.
De amarte como se ama un viejo matrimonio.

Y un día en que deseabais otra cosa
inventaste a san Francisco
e hicistes de él vuestro juglar.
Y a nosotros nos corresponde dejarnos inventar
para ser gentes alegres que dancen su vida contigo.

Hacednos vivir nuestra vida,
no como juego de ajedrez en el que todo es calculado,
no como un “partido“, en el que todo es difícil
no como un teorema que nos rompa la cabeza,
sino como una fiesta sin fin donde se renueva vuestro encuentro,
como un baile, como una danza,
entre los brazos de tu gracia,
con la música universal del amor.
Señor, ven a invitarnos
*

Madeleine Delbrêl

El baile de la obediencia

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Para ser buen bailarín contigo

Viernes, 11 de diciembre de 2015
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Si estuviéramos contentos de ti, Señor,
no podríamos resistir a esa necesidad de danzar que desborda
el mundo y llegaríamos a adivinar qué danza es la que te gusta
hacernos danzar, siguiendo los pasos de tu Providencia

Porque pienso que debes estar cansado
de gente que hable siempre de servirte
con aire de capitanes;
de conocerte con ínfulas de profesor;
de alcanzarte a través de reglas de deporte;
de amarte como se ama un viejo matrimonio.

Y un día que deseabas otra cosa
inventaste a San Francisco
e hiciste de él tu juglar.
Y a nosotros nos corresponde dejarnos inventar
para ser gente alegre que dance su vida contigo.

Para ser buen bailarín contigo
no es preciso saber adónde lleva el baile.
Hay que seguir, ser alegre,
ser ligero y, sobre todo, no mostrarse rígido.
No pedir explicaciones de los pasos que te gusta dar.
Hay que ser como una prolongación ágil y viva de ti mismo
y recibir de ti la transmisión del ritmo de la orquesta.
No hay por qué querer avanzar a toda costa
sino aceptar el dar la vuelta,
ir de lado, saber detenerse y deslizarse en vez de caminar.
Y esto no sería más que una serie de pasos estúpidos
si la música no formara una armonía.

Pero olvidamos la música de tu Espíritu
y hacemos de nuestra vida un ejercicio de gimnasia;
olvidamos que en tus brazos se danza,
que tu santa voluntad es de una inconcebible fantasía,
y que no hay monotonía ni aburrimiento
más que para las viejas almas
que hacen de inmóvil fondo
en el alegre baile de tu amor.

Señor, muéstranos el puesto
que, en este romance eterno iniciado entre tú y nosotros,
debe tener el baile singular de nuestra obediencia.
Revélanos la gran orquesta de tus designios,
donde lo que permites toca notas extrañas
en la serenidad de lo que quieres.

Enséñanos a vestirnos cada día con nuestra condición humana
como un vestido de baile, que nos hará amar de ti
todo detalle como indispensable joya.
Haznos vivir nuestra vida,
no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula,
no como un partido en el que todo es difícil,
no como un teorema que nos rompe la cabeza,
sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro contigo,
como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia,
con la música universal del amor.

Señor, ven a invitarnos.
*

Madeleine Delbrel

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Padre, hágase tu voluntad…

Jueves, 6 de agosto de 2015
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Un precioso texto que nos dejó en el Foro el hermano Dorian:

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“Haz memoria de todo lo que hay en tu vida de rebeldía,
resistencias, rechazo de la voluntad de Dios.

Quizá lo sientes ante algunos acontecimientos de tu pasado
o ante circunstancias personales que no acabas de integrar:
tu salud, tus condicionamientos y limitaciones personales, etc.

Quizá tienes miedo a lo que Dios puede pedirte,
o ser cristianos te resulta demasiado exigente.

Siente todo eso como una carga que metes en una mochila imaginaria,
ponla sobre tus hombros y dirígete al huerto
donde Jesús estuvo orando la víspera de su pasión.

Al llegar allí busca a Jesús entre los árboles,
acércate sin ruido y quédate junto a él mirándole largamente.
Le ves postrado en el suelo y escuchas como dice:

Padre, hágase tu voluntad…

Deja que poco a poco, esa obediencia filial de Jesús
vaya derritiendo las resistencias que hay metidas en tu mochila.

Cuando sientas su impulso en el fondo de tu corazón, únete
a sus palabras y repítelas lentamente al ritmo de tu respiración,
para que ese deseo vaya haciéndose verdad en ti.”

*

Dolores Aleixandre

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El baile de la obediencia

Domingo, 7 de septiembre de 2014
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Si estuviéramos contentos de ti, Señor,
no podríamos resistir a esa necesidad de danzar que desborda
el mundo y llegaríamos a adivinar qué danza es la que te gusta
hacernos danzar, siguiendo los pasos de tu Providencia

Porque pienso que debes estar cansado
de gente que hable siempre de servirte
con aire de capitanes;
de conocerte con ínfulas de profesor;
de alcanzarte a través de reglas de deporte;
de amarte como se ama un viejo matrimonio.

Y un día que deseabas otra cosa
inventaste a San Francisco
e hiciste de él tu juglar.
Y a nosotros nos corresponde dejarnos inventar
para ser gente alegre que dance su vida contigo.

Para ser buen bailarín contigo
no es preciso saber adónde lleva el baile.
Hay que seguir, ser alegre,
ser ligero y, sobre todo, no mostrarse rígido.
No pedir explicaciones de los pasos que te gusta dar.
Hay que ser como una prolongación ágil y viva de ti mismo
y recibir de ti la transmisión del ritmo de la orquesta.
No hay por qué querer avanzar a toda costa
sino aceptar el dar la vuelta,
ir de lado, saber detenerse y deslizarse en vez de caminar.
Y esto no sería más que una serie de pasos estúpidos
si la música no formara una armonía.

Pero olvidamos la música de tu Espíritu
y hacemos de nuestra vida un ejercicio de gimnasia;
olvidamos que en tus brazos se danza,
que tu santa voluntad es de una inconcebible fantasía,
y que no hay monotonía ni aburrimiento
más que para las viejas almas
que hacen de inmóvil fondo
en el alegre baile de tu amor.

Señor, muéstranos el puesto
que, en este romance eterno iniciado entre tú y nosotros,
debe tener el baile singular de nuestra obediencia.
Revélanos la gran orquesta de tus designios,
donde lo que permites toca notas extrañas
en la serenidad de lo que quieres.

Enséñanos a vestirnos cada día con nuestra condición humana
como un vestido de baile, que nos hará amar de ti
todo detalle como indispensable joya.
Haznos vivir nuestra vida,
no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula,
no como un partido en el que todo es difícil,
no como un teorema que nos rompe la cabeza,
sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro contigo,
como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia,
con la música universal del amor.

Señor, ven a invitarnos.
*

Madeleine Delbrel

El baile de la obediencia

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