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“Adorar sólo al Dios vivo y verdadero”, por Macario Ofilada Mina.

Miércoles, 8 de noviembre de 2023
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LAUDATE DEUM CUBIERTA.inddComo su antecesor, Laudate Deum es una llamada a la solidaridad, a la responsabilidad compartida. Dicha llamada supone la superación de todas las formas del egoísmo e individualismo

Yo nunca había visto un documento papal tan concreto en los datos que aporta, en las reflexiones de sus hermanos en el episcopado más cercanos a los hechos

En Filipinas, como en otras partes del mundo, hay hombres, gobernantes que se creen dioses por lo cual se convierten en el peor peligro para sí mismos y para sus conciudadanos. A la luz de ello, en el fondo, Laudate Deum es una llamada a la adoración del Dios vivo y verdadero y no a estos falsos dioses, muchas veces colocados o entronizados por nosotros mismos en los pináculos del poder

El 04.10.2023, memorial del Poverello de Asís, se publicó la secuela o la continuación de Laudate Sii, a las puertas de un Sínodo muy significativo y que merece un comentario aparte. Más bien creo que Laudate Deum junto, con su ‘antecesor’, forman un díptico franciscano, centrado en la creación. Ahora el título se centra en el Creador, pero el discurso se decanta por lo antropológico y dentro de este sendero por lo ético. Comienza con una doxología teológica y termina con ella.

Otra vez más el tema ecológico. Particularmente, el cambio climático global. El Papa quiere hablar a los hombres y mujeres de este, mejor dicho, nuestro ‘sufrido planeta’. De entrada, ya habla de la responsabilidad colectiva partiendo de la belleza de lo creado que supera incluso el esplendor del legendario rey Salomón. Y Dios cuida de su creación, de cada uno de sus componentes, nos recuerda Francisco, citando a Lucas 12, 16 (1). Es esta la lección teológica principal de esta exhortación que no aspira a construir en sí una teología ecológica. Pero, por el hecho de su aparición, esta exhortación es una llamada a los que tengan competencia a emprender este camino de reflexión.

Yo nunca había visto un documento papal tan concreto en los datos que aporta, en las reflexiones de sus hermanos en el episcopado más cercanos a los hechos. Hasta el número 18, habla el Papa de hechos ya constatados, cosas que ya saben todos. Lo más llamativo es que todos estos datos, que son un llamamiento en sí para un mayor cuidado del planeta, ahora pasen a formar parte del magisterio ordinario de la Iglesia. Una pena que todos hayamos tomado a la ligera todo esto en el nombre del progreso, por lo que el Papa ha pedido una mayor responsabilidad (18), dado que está en cuestión nuestra herencia para el futuro. Por lo pronto, esta exhortación es una llamada a una mayor concienciación acerca de esta responsabilidad.

La gran lección de la pandemia del covid-19, que es ‘la estrecha relación de la vida humana con la de otros seres vivientes y con el medio ambiente… lo que ocurre en cualquier lugar del mundo tiene repercusiones en todo el planeta’ (19), debe despertarnos de nuestro letargo colectivo e indiferencia generalizada. De esta gran lección, el Papa recalca dos convicciones fundamentales, a saber: ‘todo está conectado’ y ‘nadie se salva solo’ (Ibid.) Como su antecesor, Laudate Deum es una llamada a la solidaridad, a la responsabilidad compartida. Dicha llamada supone la superación de todas las formas del egoísmo e individualismo.

Los pobres, los más vulnerables

Los que más sufren por todos estos pecados ecológicos, frutos del egoísmo e individualismo, son precisamente los pobres, los más vulnerables en el sentido económico y que en Filipinas y en todo el mundo forman la gran mayoría. A estos, por tener muchos hijos, se les tacha de los culpables por todos estos problemas (9). Y a estos, dadas las circunstancias, se les puede denominar ‘la masa pasiva y silenciosa’.

Este egoísmo se está viviendo en Filipinas de manera intensa, sobre todo a nivel institucional. La pandemia vivida en Filipinas es un botón de muestra de la corrupción y las medidas opresivas tomadas por el régimen dutertiano y que ha desembocado en secuelas desastrosas, sobre todo de tipo económico. Y ahora, con este nuevo régimen, que lleva ya más de un año al frente del gobierno, que se preocupa más de fondos confidenciales inexplicables y persecución de críticos del gobierno (iniciada por el anterior régimen), con el incremento vertiginoso de la deuda exterior, en vez de centrarse el mencionado régimen las necesidades básicas como el control de los precios de los comestibles en un país pobre y asolado ahora por El Niño. Por este fenómeno desconcertante, ahora Filipinas está pasando por una época no solo caracterizada por la sequía extendida sino también por supertifones con los acompañantes destrozos en la agricultura y en la infraestructura, así como la pérdida de numerosas vidas.

La vida en Filipinas se caracteriza por una palabra: la precariedad. Esta se ha acrecentado de manera dramática por el cambio climático global. Tampoco ha de olvidarse la historia sangrienta de esta tierra, la única cristiana en Asia, que se ha convertido en campos de exterminio en tiempos recientes. Recuérdense el holocausto de la Ley Marcial de los años setenta y ochenta que es una cultura de violencia que ha continuado a través de diversos regímenes y que tienen sus muestras más recientes en la guerra contra las drogas de Duterte y de la continuación de esta ola de violencia en contra de los indefensos en el régimen actual.

El problema prevalente en Filipinas, en medio de toda esta precariedad arraigada en la pobreza económica de longue durée, se debe a los intereses egoístas que el Papa acertadamente ha denominado un ‘paradigma tecnocrático (que) se retroalimenta monstruosamente’ (21). El resultado —y ahora el Papa pone el dedo en la llaga— consiste en ‘acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable, frente al cual la realidad no humana es un mero recurso a su servicio. Todo lo que existe deja de ser un don que se agradece, se valora y se cuida, y se convierte en un esclavo, en víctima de cualquier capricho de la mente humana y sus capacidades’ (22). Se han visto todas las consecuencias de dicho paradigma no solo en los efectos del cambio climático en el país, sino también en el incremento de la contaminación medioambiental experimentada por todo el país. Las riadas en las estaciones húmedas de los monzones proverbiales de estos pagos nos devuelven todos los deshechos eliminados de manera irresponsable.

La esclavitud de toda una nación

Este régimen actual, como su antecesor inmediato, vive del poder no para servir sino para abusar, es decir, vive por el poder en sí mismo, mas sin el crecimiento tecnológico de que el Papa habla (que es más propio del primer mundo) sino más bien con un crecimiento de deshumanización caracterizada por la centralización del poder, de todas las facilidades (ya que la tecnología en el fondo es facilitación) por intereses propios, por reclamar, reivindicar ante todo el puesto perdido por el régimen actual años atrás por medios extraordinarios cuyo resultado en la esclavitud de toda la nación y de todos sus recursos. En otras palabras, los intereses del régimen son propios y no los de sus conciudadanos.

Todo esto es el resultado de la pérdida lamentable, empezando en estas clases políticas y elitistas, de la noción metafísica del don de la creación de la cual los hombres somos cuidadores y no dueños. Al respecto prestemos atención a estas palabras de antología del Sumo Pontífice: ‘todo lo que existe deja de ser un don que se agradece, se valora y se cuida, y se convierte en un esclavo, en víctima de cualquier capricho de la mente humana y sus capacidades’ (Ibid).

Hombres, como nosotros, con motivaciones no del todo honestas, se constituyen para los hombres, para los más débiles de esta tierra filipina que necesitan un mayor cuidado, una gobernanza benévola sobre todo en estos tiempos precarios, en nuestros peores enemigos. Homo hominis lupus, como nos recuerda el proverbio latino. Nosotros mismos nos arrastramos hacia el abismo y con nosotros arrastramos también a nuestro hogar común, a nuestro planeta, que debería ser nuestro legado a las generaciones venideras. En efecto, todos los consabidos problemas, algunos de los cuales el Papa subraya en esta exhortación apostólica, tienen su raíz en los intereses egocéntricos de muchos hasta legitimar un régimen que ha olvidado que los hombres mutuamente nos condicionamos no solo los unos a los otros sino que también condicionamos a la naturaleza, a nuestra tierra, a nuestro hogar común.

Claramente lo que se necesita es repensar el poder (24-28) con su correspondiente aguijón ético (29-33). Superando los formalismos heredados de la tradición kantiana, la exhortación apostólica fenomenológicamente propone datos, filones, análisis, perspectivas históricas, contenido material que no agotan su temática central, sino que nos invitan a pensar más y a repensar hasta lograr trazar y forjar, sobre todo por el consenso y el diálogo, caminos concretos.

Se debatirán tanto la presentación de los datos como los análisis alegados. Seguramente este documento provocará discusiones y discrepancias. Pero no cabe duda que el mérito principal de Laudate Deum es el camino espiritual que propone sobre todo al final y que puede resumirse con esta advertencia lapidaria que tiene el sabor vetusto de una cautela o un dictamen de los maestros clásicos de la espiritualidad: ‘un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo’ (73).

En Filipinas, como en otras partes del mundo, hay hombres, gobernantes que se creen dioses por lo cual se convierten en el peor peligro para sí mismos y para sus conciudadanos. A la luz de ello, en el fondo, Laudate Deum es una llamada a la adoración del Dios vivo y verdadero y no a estos falsos dioses, muchas veces colocados o entronizados por nosotros mismos en los pináculos del poder y a quienes hemos constituido en los agentes vicarios de nuestro propio egoísmo, en nuestros propios castigadores y en los destrozadores de nuestra tierra común. Este morbo tan patológico de elegir a los peores dirigentes refleja la mentalidad colectiva que no sabe eliminar correctamente los deshechos políticos y éticos lo cual tiene su dramatización visible en la devolución mencionada durante las riadas causadas por los monzones de los deshechos materiales eliminados incorrectamente. Este retorcimiento parece insuperable, pues refleja la falta de educación y concienciación ética a nivel colectivo. Nuestra historia es incomparable testigo de esta triste realidad. Efectivamente, es el trastorno nacional; el malestar del pueblo que se deja arrastrar por las corrientes de personalismos rimbombantes, con su retórica vacía y aduladora, en vez de dejarse guiar por criterios racionales que suelen ser sobrios y discretos. Constituye esta la lección vital que los filipinos todavía no hemos aprendido. Es, sin lugar a dudas, la gran asignatura nacional que para nosotros filipinos, grandes amantes de los espectáculos y de las exhibiciones, sigue siendo pendiente.

El primer paso para que Filipinas salga de este atolladero consiste en escarmentar, de una vez por todas, a la hora de elegir a sus gobernantes. De ahí se puede trazar el camino concreto de la conversión de nuestra actitud colectiva dañina que puede resumirse en los siguientes términos: en el fondo queremos ser dioses egoístas y caprichosos y queremos tenerlo, acapararlo todo y no dar, ser dones a los demás, sobre todo a los más necesitados. Solo la adoración del Dios vivo y verdadero nos puede enseñar el camino de la salida. Ya en tiempos antiguos, el vínculo de la política o la gestión de la ciudad con la buena religión o camino de la religación hacia lo trascendente estaba patente. Lo que pasa es que se ha optado muchas veces por el camino equivocado de la religación, esto es, se ha optado por sendas desacertadas que han confundido la transcendencia que es gracia, don y gratuidad, por el esplendor de las riquezas inmanentes que se identifican con el ensanchamiento mundanal de egos temporales y lábiles.

La necesaria conversión a nivel colectivo (que necesariamente supone el nivel individual), conforme al espíritu de Laudate Deum, halla su raíz en este reto: el de aprender a adorar solo al Dios vivo y verdadero que solo desea nuestro bien y que todos seamos buenos dones a los demás. En otras palabras, todos debemos saber quién es el Dios vivo y verdadero para no confundirlo con los ídolos que las circunstancias y los hombres proponen en las pasarelas culturales de la historia. Ir en contra de esto significa sufrir y hacer sufrir a los demás, sobre todo a los más vulnerables, todas las consecuencias nefastas ecológicas y económicas cuyo núcleo es el egoísmo, aquel ‘paradigma tecnocrático’ denominado por el papa, cuya única finalidad es destrozar y no construir. Solo entonces, en medio de nuestra conversión cuyo resplandor consiste en vernos a todos mutuamente como hermanos, con el empeño común de mejorar la situación en nuestro país y en nuestro mundo, empezando con la elección de dirigentes cabales para crear ámbitos propicios y ampliados para colaboraciones beneficiosas, todos podríamos gritar al unísono la gran doxología: Laudate Deum!

Macario Ofilada Mina

Fuente Religión Digital

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Consuelo Vélez: ‘Laudate Deum’: Fe y cuidado de la casa común, dos realidades inseparables.

Viernes, 27 de octubre de 2023
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De su blog Fe y Vida:

El lenguaje es claro, directo, dando nombre a los responsables de tal crisis. Al ser un documento corto, será fácil apropiarse de él. Sin embargo, quiero hacer algunos subrayados que pueden ayudar a tenerlos más en cuenta

Con seguridad esta exhortación va a molestar a más de una persona (o gobierno) porque Francisco no habla en abstracto. Se refiere a lo que continuamente está pasando en tantas partes del mundo

Muy importante es la afirmación que hace la exhortación sobre “las burlas irresponsables que presentan este tema como algo sólo ambiental, ‘verde’, romántico, frecuentemente ridiculizado por los intereses económicos”

Esperábamos la publicación de la Exhortación Laudate Deum -sobre la crisis climática-, anunciada hace unos días por Francisco. Acompañó el inicio del Sínodo de la sinodalidad. Es un buen presagio que invita a la iglesia a mirar la realidad actual, llamar las cosas por su nombre y pedir cambios reales y prontos. La exhortación consta de 73 numerales y 6 apartados. Los cinco primeros son dirigidos a todas las personas de “buena voluntad” y, el último apartado, a los creyentes (las motivaciones espirituales). El lenguaje es claro, directo, dando nombre a los responsables de tal crisis. Al ser un documento corto, será fácil apropiarse de él. Sin embargo, quiero hacer algunos subrayados que pueden ayudar a tenerlos más en cuenta.

En la introducción Francisco constata que pasados ocho años de la publicación de la Encíclica Laudato si, no se ven reacciones suficientes para afrontar la crisis climática. Yo me pregunto si a nivel eclesial hubo suficiente recepción de dicha encíclica. Se han dado algunas acciones y movimientos eclesiales, pero a nivel del pueblo de Dios en general, no me parece que se haya avanzado demasiado. Ojalá esta exhortación tenga mayor recepción. Una afirmación importante que se hace en la introducción se refiere a lo que dijeron los obispos de África sobre el cambio climático: “es un impactante ejemplo de pecado estructural” (n. 3).

El primer apartado muestra cómo no se puede negar la urgencia de afrontar el cambio climático. Algunos pretender negar, esconder, disimular o relativizar los signos del cambio climático pero los fenómenos que vivimos, muestran la evidencia irrefutable. Algo muy importante de este apartado es la línea que atraviesa las reflexiones del pontífice, es decir, su defensa de los pobres. En esta ocasión señala que “no falta quienes responsabilizan a los pobres porque tienen muchos hijos (…) como siempre, pareciera que la culpa es de los pobres. Pero la realidad es que un bajo porcentaje más rico del planeta contamina más que el 50% más pobre de toda la población mundial y que la emisión per cápita de los países más ricos es muchas veces mayor que la de los más pobres. ¿Cómo olvidar que África, que alberga más de la mitad de los más pobres del planeta, es responsable de una mínima parte de las emisiones históricas?” (n. 9). Añade que otra excusa es que al pretender mitigar el cambio climático se van a reducir los puestos de trabajo. El papa exhorta a los políticos y empresarios que se ocupen de gestionar esa transición la cual no lleva a esa consecuencia si lo hacen bien (n. 10).

Este apartado sigue describiendo los cambios que se han dado y la urgencia de responder a ellos. Pero, con voz profética, denuncia cómo la crisis climática “no es un asunto que interese a los grandes poderes económicos, preocupados por el mayor rédito posible con el menor costo y en el tiempo más corto que se pueda” (n.13). Y aprovecha para decir que “ciertas opiniones despectivas y poco racionales se encuentran incluso dentro de la Iglesia católica” (n.14).

Sobre el paradigma tecnocrático, tema del segundo apartado, recuerda lo que ya había dicho en la Laudato si (n. 107): “En el fondo consiste en pensar como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. Como lógica consecuencia, de aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos” (n.20). Para Francisco “el mayor problema es la ideología que subyace a una obsesión: acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable, frente al cual la realidad humana es un mero recurso a su servicio” (n. 22). Y, más grave aún: “¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad” (n.23). Para contrarrestar este peligro de un poder tan peligroso, no podemos olvidar que “el mundo que nos rodea no es un objeto de aprovechamiento, de uso desenfrenado, de ambición ilimitada. Ni siquiera podemos decir que la naturaleza es un mero ‘marco’ donde desarrollamos nuestra vida y nuestros proyectos, porque estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados de manera que el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro” (n. 25). En este sentido, las culturas indígenas pueden enseñarnos de esa interacción del ser humano con el ambiente (n. 27). Por tanto, es indispensable “repensar la cuestión del poder humano, cuál es su sentido, cuáles son sus límites” (n. 28).

Con seguridad esta exhortación va a molestar a más de una persona (o gobierno) porque Francisco no habla en abstracto. Se refiere a lo que continuamente está pasando en tantas partes del mundo: se llega a las poblaciones, se les hace creer que todo será mejor para ellos y lo que en realidad sucederá es que pasado el tiempo de explotación de esos recursos naturales, aquel territorio quedará arrasado, con condiciones más desfavorables para vivir y prosperar, territorios menos habitables para sus pobladores (n. 29). Esa “lógica del máximo beneficio con el menor costo, disfrazada de racionalidad, de progreso y de promesas ilusorias, vuelve imposible cualquier sincera preocupación por la casa común y cualquier inquietud por promover a los descartados de la sociedad (…) a veces los mismos pobres caen en el engaño de un mundo que no se construye para ellos” (n. 31).

En el tercer apartado sigue llamando por su nombre a los responsables de la crisis climática. Se refiere a la “debilidad de la política internacional”. Francisco plantea la necesidad de organizaciones mundiales más eficaces dotadas de autoridad (real) para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria y la defensa cierta de los derechos humanos elementales. Son necesarios acuerdos multilaterales entre todos los Estados que no dependan de las circunstancias políticas cambiantes o de los intereses de unos pocos (n. 34-35). En este sentido, pide reconocer el trabajo de las organizaciones de la sociedad civil que “ayudan a paliar las debilidades de la comunidad internacional” (n. 37) pero, la realidad actual exige “un marco diferente de cooperación efectiva. No basta pensar en los equilibrios de poder sino también en la necesidad de dar respuesta a los nuevos desafíos y de reaccionar con mecanismos globales ante los retos ambientales, sanitarios, culturales y sociales y al cuidado de la casa común (n. 42). Urge el surgimiento de instituciones que preserven los derechos de todos y no solo de los más fuertes (n. 43).

A las conferencias sobre el clima dedica el cuarto apartado mostrando la ineficacia de sus decisiones porque “evidentemente, no se cumplen” (n. 44). Las diferentes conferencias que se han dado, ratifican algunas políticas, pero a la larga no hay sanciones para el incumplimiento de lo acordado ni instrumentos eficaces para asegurarlos (n. 47). En definitiva, “los acuerdos han tenido un bajo nivel de implementación porque no se establecieron adecuados mecanismos de control, de revisión periódica y de sanción de los incumplimientos (…) También que las negociaciones internacionales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global (n. 52).

El quinto apartado lo dedica a responder a la pregunta sobre lo que se espera de la COP28 de Dubái que se realizará en el próximo mes de diciembre. Francisco no se atreve a afirmar que no sucederá nada porque eso sería un acto suicida exponiendo “a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, a los peores impactos del cambio climático” (n. 53). Por eso “no podemos dejar de soñar que esta COP28 dé lugar a una marcada aceleración de la transición energética, con compromiso efectivos y susceptibles de un monitoreo permanente” (n. 54). Para Francisco es “imprescindible insistir en que buscar sólo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial (…) Suponer que cualquier problema futuro podrá ser resuelto con nuevas intervenciones técnicas es un pragmatismo homicida” (n. 57).

Muy importante es la afirmación que hace la exhortación sobre “las burlas irresponsables que presentan este tema como algo sólo ambiental, ‘verde’, romántico, frecuentemente ridiculizado por los intereses económicos” (n. 58). Además, valora los grupos que ejercen presión sobre el tema y que algunos critican como “radicalizados”. En realidad, esos grupos cubren el vacío de la sociedad que debería ser la que ejerza “presión” para garantizar el futuro de sus hijos (n. 58). La COP28 tendrá sentido si es capaz de proponer transiciones energéticas que sean eficientes, obligatorias y puedan monitorearse (n. 59).

Finalmente, el apartado sexto, se dirige a los fieles católicos y a todos los creyentes de otras religiones, recordándoles que “la fe auténtica no sólo da fuerzas al corazón humano, sino que transforma la vida entera, transfigura los propios objetivos, ilumina la relación con los demás y los lazos con todo lo creado” (n. 61). Francisco recuerda como la Biblia señala esa relación con la tierra y la responsabilidad del ser humano con ella (n. 62). Jesús también muestra su conexión con la creación (n.64) y por su resurrección toda la creación participa también de ella, conduciéndola a su plenitud (n. 65).

Muy importante es la actualización que debe darse de la cosmovisión judeocristiana para estos tiempos. Si esta defiende el valor peculiar y central del ser humano en el concierto de la creación, hoy es necesario reconocer un ‘antropocentrismo situado’, es decir, reconocer que “la vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas, porque todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde” (n. 67).

Hemos de emprender “un camino de reconciliación con el mundo que nos alberga” (n. 69) porque el cuidado de la casa común “tiene que ver con la dignidad personal y con los grandes valores” (n. 69). Esto no significa que no sean necesarias las grandes decisiones en la política nacional e internacional. No obstante, los esfuerzos individuales son necesarios y todo esfuerzo por reducir la contaminación ayuda a crear una nueva cultura (n. 71), tan necesaria para asegurar que los cambios sean duraderos (n. 70).

La exhortación termina señalando que, si “las emisiones per cápita en Estados Unidos son alrededor del doble de las de un habitante de China y cerca de siete veces más respecto a la media de los países más pobres, podemos afirmar que un cambio generalizado en el estilo de vida irresponsable ligado al modelo occidental tendría un impacto significativo a largo plazo. Así junto con las indispensables decisiones políticas, estaríamos en la senda del cuidado mutuo” (n.72). Un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para si mismo” (n. 73).

En resumen, esta exhortación aborda nuevamente el cambio climático, mostrando como la fe cristiana tiene consecuencias sociales inherentes a ella que hemos de tomar con toda responsabilidad. Es necesario el compromiso individual y, sobre todo, seguir presionando para que las políticas internacionales den respuestas efectivas para el cuidado de nuestra casa común. Esto responde al querer de Dios, garantizando la vida de la humanidad, especialmente, la de los más pobres.

 

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