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Jesús Maestro de oración

Domingo, 24 de julio de 2016
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jesus orando“A través de la oración silenciosa y sin palabras, Jesús nos llama a un camino interior que, a la larga, conduce a una profundización esencial de la misión apostólica” (Franz Jalicz)

24 de julio, domingo XVII del TO

Lc 11, 1-13

Y yo os digo: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis,, llamad y os abrirán, pues quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abre

Jesús, el Maestro –que está siempre ahí: “Yo te instruiré, y te mostraré el camino a seguir y me ocuparé de ti constantemente” (Sal 32, 8)–, enseña a orar a sus discípulos y les exhorta a ser perseverantes en la oración. Lo hace de camino a  Jerusalén; quizás queriéndonos indicar  que orar es caminar; es realizar un proyecto que empeña toda la vida del cristiano; un compromiso con el prójimo, con quien y por quien nos comprometemos a luchar por la justicia para que todo lo que Dios ha creado, los bienes de la creación, los materiales y los inmateriales, los de la cultura, la ciencia y la tecnología, sean de verdad para todos cada día, como proponen algunos exégetas.

El óleo manierista Oración del Huerto, -Botticelli y Tintoretto también la dibujaron- nos muestra un Jesús un Jesús sumido en profundo éxtasis y arrodillado. Los discípulos, plácidamente dormidos y ajenos a la escena. Una luna compasiva ilumina entre nubes una parte del cuadro. También aquí su luz de plata es ofertada a manos llenas para todos. Y no sólo el arte visual le otorga este significado trascendental. Igualmente el auditivo, como apunta en esta cita de su obra Música y Religión, Hans Küng: “Pues bien, la música puede, en definitiva, ser expresión y referencia de lo trascendente, de lo divino, encauzamiento hacia ello”.

Se ha dicho que orar es conversar con Dios; lo que a mi me parece correcto siempre que no pensemos en un “Padre nuestro que estás en los cielos” como ser personal ajeno a nosotros mismos que atiende las peticiones que la propia oración evangélica de Lucas y de Marcos nos señalan. En la película  Hasta donde los pies me lleven, citada el pasado domingo, el mismo protagonista se queja y grita desesperado y hambriento: “¡El pan nuestro de cada día!… ¿Por qué no nos lo das ahora? El pintor danés Carl Heinrich Bloch (1834-1890) recogió la escena en El Sermón del Monte, cuando quiso enseñar a orar a sus seguidores. Éstos sí parecen estar más interesados y despiertos que los discípulos de la de Botticelli. ¿Por qué será que sus representantes jerárquicos son más dormilones?

En Biografía del silencio, Pablo D’Ors viene a identificar en cierto modo oración con meditación, y nos dice que: “La meditación nos concentra, nos devuelve a casa, nos enseña a convivir con nuestro ser.  Sin esta convivencia con uno mismo, sin ese estar centrado en lo que realmente somos, veo muy difícil, por no decir imposible, una vida que pueda calificarse de humana y digna”Una visión que el monje cisterciense Thomas Keating percibe como un espacio interior que nos abre a la sanación, a la terapia divina, por así decirlo. La oración cura y ayuda a mantener buena salud: Médico, Meditación y Medicina, tienen raíz común.

Y no sólo cura en su particular consulta –¿por qué a los clérigos católicos encargados de la “cura de almas” de una parroquia- se les llamará “cura”?- sino que cuando la oración es comunitaria, el consultorio se torna Hospital General de Sanidad Pública.

“A través de la oración silenciosa y sin palabras, Jesús nos llama a un camino interior que, a la larga, conduce a una profundización esencial de la misión apostólica”(Franz Jalicz en Jesús, Maestro de meditación).

LA TORTUGA CAREY

Soñó en la playa un sueño la carey:
Soñó que no soñaba, que era cierto
que en su caparazón de mar abierto,
brillaba el sol con aires de virrey.

Oraba la tortuga en son de amores
y agradecía a Dios el don del viento,
el vaivén de las olas, y el acento
soñador de la luz y los colores.

Y yo doblé con ella mi rodilla.
Oré también piadosamente y luego,
tornando a retomar timón y remo,
seguí mi viaje a Dios en mi barquilla

(NATURALIA. Los sueños de las criaturas, Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Jesús fue un Laico

Martes, 11 de agosto de 2015
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tumblr_ml9lfd38yk1rg8z06o1_500Ya es costumbre entre escrituristas y teólogos decir que Jesús fue un «laico», que se enfrentó con los grandes problemas de su pueblo, y parece que no sin razón.

Parece claro que los sumos sacerdotes lo condenaron a muerte, porque se había metido a saco con lo que pasaba en el templo de Jerusalén, y no estaba dispuesto a admitir que se hubiera convertido en cueva de bandidos; «volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas» (Mt 21, 12-13), al fin cogió un látigo y, sin más miramientos, los echó a todos fuera del templo.

Habría que recordar aquí la parábola del buen samaritano, que Jesús emplea para explicar a un jurista quién es su «prójimo»: sucedió que bajaba un hombre por aquel camino que iba de Jerusalén a Jericó, y en aquel momento unos bandidos arremetieron contra él y le dejaron allí medio muerto. Por allí pasaba un “sacerdote” que, “al verlo, dio un rodeo y pasó de largo”. Y lo mismo pasó con un “levita” que, al acercarse por aquel mismo lugar, “dio un rodeo y pasó de largo” (Lc 10, 30-32).

Se da por supuesto en esta parábola que ya se sabe para qué están los sacerdotes y levitas del templo: para el gran negocio de atender al servicio del altar, y que eso les dispensa de las demás preocupaciones, entre ellas hacerse el desentendido ante un problema tan grave como aquel hombre al que los bandidos habian dejado maltrecho y casi muerto en el camino.

Ante él surge un samaritano, un hereje para los judíos, que hace con ese hombre todo lo que había que hacer para semejante caso: «le dio lástima; se acercó a él y le vendó las heridas, echándoles aceite y vino; luego le montó en su propia cabalgadura, le llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta»(Lc 10, 30-35).

Es decir, hizo por él lo que Jesús, que no se porta como el sacerdote y el levita del templo, hubiera hecho por aquel hombre, e hizo por los más necesitados de su pueblo. Lo que no hacen los sacerdotes del templo es exactamente lo que hace el laico Jesús por aquella persona.

Jesús fue permanentemente un Laico

Pero aquí las cosas comienzan a estar claras cuando a alguien se le ocurre escribir eso que en el Nuevo Testamento se llama la Carta a los Hebreos. Una carta donde se dice, sin más, que Jesús es sacerdote. Se dice rotundamente, y además se dice con una tal novedad que no entronca para nada con el sacerdocio del pueblo de Israel. Con toda intención se contrapone el sacerdocio de Melquisedec al sacerdocio de Aarón, para concluir que Jesús es sacerdote «en la línea de Melquisedec, no en la línea de Aarón» (Hb 7, 11).

Era un tiempo en que vivía un personaje llamado Melquisedec, en tiempos de Abrahán, cuando no existía para nada el pueblo de Israel, y Melquisedec quer1a decir «rey de justicia», «rey de paz», cuando era a la vez «sacerdote del Altísimo», y de este hombre se dice en la carta a los Hebreos que Jesús era «sacerdote en la línea de Melquisedec».

¿Por qué dice esto el autor de este escrito? Porque, según él, en Jesús se da radicalmente un «cambio del sacerdocio», pasa a ser otra cosa muy distinta del sacerdocio de Israel. Es cosa bien sabida que «Jesús nació de Judá, y de esta tribu nunca habló Moisés tratando del sacerdocio»(Hb 7, 13-14), no pertenecía a la tribu de Levi, que era la tribu del «sacerdocio levítico».

Así pues, Jesús era de la tribu de Judá y, como tal, nunca perdió la categoría de «laico» que presentó durante toda su vida, por más que en esta carta del Nuevo Testamento se cargue sobre él la categoría de «sacerdocio». Por más que en esta carta se trate de decir que Jesús es «sacerdote», y aun «sumo sacerdote», o «gran sacerdote», no habrá que perder de vista jamás este cambio radical que se ha realizado en Jesús, por lo cual él permanece siendo un laico para poder así ejercer un nuevo tipo de sacerdocio.

Es de gran interés para esta carta precisar bien esta gran novedad del sacerdocio de Jesús, por lo cual se contradistingue bien de todo otro tipo de sacerdocio: Jesús fue sacerdote «según la fuerza de una vida indestructible» (Hb 7, 16).

Lo cual nos remite directamente a la vida histórica de Jesús: Jesús hizo de su vida una tal «ofrenda de si mismo», una entrega tan radical por la liberación de su pueblo, que terminó en la cruz. Pero la muerte de Jesús no fue su destrucción, sino al revés: la que consumó su vida como una realidad indestructible, la que le convirtió en «el hombre consumado para siempre» (7, 27-28).

Es evidente que llamar a esto «sacerdocio» obliga a salirse de las categorías habituales, y acercarse a él como a una realidad absolutamente nueva. Es lo que se hace en este escrito del Nuevo Testamento: lo mismo que el «sumo sacerdote» del templo lleva la sangre de los cadáveres de los animales para el rito de la expiación, pero luego esos cadáveres «se queman fuera del campamento», pues de la misma manera Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, «murió fuera de las murallas» (13, 10-12). Jesús fue expulsado fuera de la ciudad por los sacerdotes del templo, y allí, en contradicción con todo lo que se hace en el templo de Jerusalén, Jesús aparece como un laico por más que se le represente convertido en sacerdote: «nosotros tenemos un altar (el altar de la cruz) del que no tienen derecho a comer los que dan culto en el tabernáculo» (13, 10).

Rasgos fundamentales del mensaje de Jesús como Laico

news_jv73wr9o50sy2pmJesús permanece siempre laico. Todo lo que hizo en su vida histórica fue claramente laica, determinado por su condición de ser de la tribu de Judá, no de la tribu de Levi. Jesús aparece tan claramente como un laico, tan distante de toda realidad sacerdotal, que lo que siempre habrá que tener en cuenta es que en él se ha realizado un «cambio del sacerdocio» por lo que no se parece en nada al sacerdocio del pueblo de Israel. La cuestión de Jesús se va siempre por unos derroteros que contradicen su condición de sacerdote: se va, por ejemplo, por los pobres, que fue siempre lo que fascinó a Jesús. Así continúa puntualmente su función como laico.

a) Los privilegiados de Dios son los pobres: Hasta tal punto se distancia Jesús del sacerdocio del templo que esto le obliga a preocuparse de algo que ha sido desde el principio muy querido por él: los pobres de su pueblo.

Pero esto nos fuerza a poner en primer plano las «Bienaventuranzas» de Jesús, que fue lo primero de que se preocupó Jesús al poco tiempo de haber comenzado su misión en Cafarnaún. «Dichosos vosotros los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios»: esta es la primera bienaventuranza que proclama Jesús. Los pobres, que eran la gran mayoría del pueblo de Israel, pasan a ser los preferidos de Jesús, porque eran también los preferidos de Dios, cuyo Reino comienza a proclamar Jesús como la gran alternativa entre ricos y pobres en que va a centrar su misión.

Jesús sabía muy bien cuán deteriorada y falsificada estaba la imagen de Dios en su mundo, y más directamente en los dirigentes religiosos de su pueblo. En tales circunstancias, no basta con que los dirigentes digan que representan a Dios, ni de actuar en su nombre. En la primera bienaventuranza aparece con toda claridad que Dios está en otra parte que donde solemos colocarle los hombres para manipularlo en favor nuestro. Más exactamente: Dios está en la parte contraria de donde le han colocado los poderosos de su tiempo, lo mismo los dirigentes religiosos judíos como el poder imperial romano en Palestina. Esa parte contraria es el ámbito de los pobres, de los sometidos y marginados, dentro del pueblo de Israel.

No es nada fácil captar la carga subversiva de este mensaje de Jesús: los que hasta entonces no habían contado para nada en la construcción de aquella sociedad, porque en realidad no servían para nada, son los que cuentan para Dios a la hora de construir su Reino. No era de la parte «religiosa» de su pueblo, ni siquiera del templo de Jerusalén, de donde cabría esperar las promesas de Dios para su pueblo, sino de las manos de un laico como Jesús.

Pero no hay que olvidarse de las malaventuranzas que Jesús dedica a los prepotentes de su pueblo: “¡Ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!» (Lc 6, 20-24). En otra ocasión, cuando Jesús se encuentra con un joven rico, que renuncia a seguirle porque “tenía muchas posesiones”, aprovecha para decirles a sus discípulos: “¡Con qué dificultad van a entrar en el Reino de Dios los que tienen el dinero!…Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios” (Me 10, 22-25).

No podría decirlo Jesús más claro: emplea un símil, que pronto se convertirá en proverbio, para explicar lo difícil que es que un rico entre en el Reino de Dios. Y esto nos obliga a considerar quiénes son los ricos dentro de su pueblo: los poderosos y los opulentos, que son los que tienen el dinero en el pueblo de Israel. Estos son, sin duda, los sacerdotes del templo, que lo han convertido en un «mercado» (Jn 2, 16) Y en la irrisión de la gente. Nadie podía lanzar en nombre de Dios la corrupción del templo sino un laico como Jesús, que había puesto en vigencia, contra los ricos, los preferidos de Dios que son los pobres, de manera que la Buena Noticia que es el Evangelio pertenece únicamente a los pobres.

b) El buen samaritano: Jesús presenta siempre como un «prójimo» a toda la inmensa mayoría de los pobres que forman parte de todo el pueblo de Israel. Ese “prójimo» que, para el sacerdote y el levita «dan un rodeo y pasan de largo», sucede que a Jesús «le dio lástima», es decir, «le conmovieron las entrañas» al ver lo que acababa de ver.

En otra ocasión, cuando da de comer a cinco mil hombres, y ocasionó un entusiasmo popular en torno a él, «le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor» (Mc 6, 34). ¿Qué es lo que ocurrió a Jesús? Pues le ocurrió que «se le conmovieron las entrañas» al ver a tanta gente a quien los dirigentes del pueblo habían abandonado a su suerte. Un laico como Jesús, que se compadece de los pobres, es capaz de responder como nadie a la inmensa muchedumbre de los pobres que los sacerdotes del templo habían dejado abandonados como ovejas sin pastor. El laico Jesús sabe que «mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y les doy vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 27-28).

c) El «pueblo sacerdotal»: Jesús fue el «arrojado fuera de la ciudad» por los sacerdotes de su pueblo. Sólo desde él nosotros los cristianos somos un «pueblo sacerdotal» que estamos llamados a salir donde él fue arrojado: «Salgamos, pues, donde él fuera del campamento, cargando con su oprobio, pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la futura». Y se nos recuerda lo que deberíamos tener siempre presente: «No os olvidéis de hacer el bien, ni de la puesta en común de los bienes: esos son los sacrificios que agradan a Dios» (Hb 13, 13-16).

d) El final de la historia: Jesús fue definitivamente un laico. Sólo al final de la historia, todos los hombres serán llamados a aparecer delante de él: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjero y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme». ¿Cuándo pasó todo esto? «Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo» (Mt 25, 35-40). «El criterio determinante del juicio de Dios sobre la historia no va a ser un criterio religioso, sino estrictamente laico»,dice un conocido teólogo Latinoamericano.

Rufino Velasco

Reflexión y Liberación Nº 93 / Junio de 2012
Santiago de Chile.

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