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“El rector del Seminario ha abusado de tantos niños, que ni se sabe, ni se puede saber, las vidas que ha destrozado”. Castillo recuerda su investigación, silenciada, de abusos en un seminario andaluz

Martes, 16 de noviembre de 2021
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abusosDe su blog, Teología sin Censura:

“¿Usted quiere saber lo que pasa en ese seminario? Se lo digo en pocas palabras: el Rector del seminario ha abusado de tantos niños, que ni se sabe, ni se puede saber, la cantidad de chicos y jóvenes que ese rector ha destrozado”

“Pero en Roma, en la Conferencia Episcopal Española, ni en el palacio episcopal, se daban cuenta de que, con aquel gobierno de ocultamiento, lo que los curas le estaban diciendo a la gente era – y por desgracia son muchos los clérigos los que (sin darse cuenta) lo siguen diciendo – es que la dignidad del clero es más importante que los derechos de los niños”

El escándalo del clero francés está servido: 216.000 niños y niñas han sido víctimas de abusos clericales, desde 1950 hasta el día de hoy. Esto ha sido reconocido por el episcopado de Francia, que está dispuesto a vender sus bienes y propiedades para pagar a sus víctimas la multa que la Justicia les imponga.

Lo más grave, en este asunto, es que un escándalo como éste no sucede sólo en Francia. ¿Se puede pensar y decir, por ejemplo, que esto ocurre también en España? Me limito a relatar lo que yo tuve que vivir en los lejanos años 50 del siglo pasado. Cuando entré en los jesuitas (por 2ª vez), al día siguiente de la ceremonia de mis votos religiosos, recibí una llamada telefónica apremiante. El Superior Provincial de Andalucía me necesitaba con urgencia. ¿Para qué? Para mandarme al seminario Menor de una diócesis de Andalucía. El Superior Provincial se limitó a imponerme con firmeza sólo una cosa, que me sorprendió: “De tocar a los niños, NADA”. Al día siguiente, desde Córdoba (donde estaba entonces el Provincial) viajé a Granada, para estar un par de días con mis padres. Cuando me despedí del Rector de la Facultad de Teología de Cartuja, tuve que oír la mismo orden del Provincial: De tocar a los niños, NADA”.  

Ante el extraño mandato, doblemente repetido, me quedé tan desconcertado, que me fui derecho al despacho de un anciano jesuita (hombre muy tradicional, por cierto), que conocía los entresijos del clero en la región a donde iba a vivir y trabajar. El anciano jesuita no se anduvo por las ramas. Y me dijo sin rodeos: “¿Usted quiere saber lo que pasa en ese seminario? Se lo digo en pocas palabras: el Rector del seminario ha abusado de tantos niños, que ni se sabe, ni se puede saber, la cantidad de chicos y jóvenes que ese rector ha destrozado”. Y para colmo, el tal rector era un canónigo importante, un hombre bien conocido por toda la ciudad.

En semejante seminario, tuve que estar cuatro años. Y lo que más me impresiona, después de tanto tiempo,es que cada mes nos visitaba un mandatario del Superior Provincial para inspeccionar si todo estaba en orden y, sobre todo, para transmitirnos el mandato tajante que venía de Roma, concretamente del Vaticano, siempre con la misma consigna: De lo que ha pasado con los niños, que no se sepa nada”. Una ingenuidad fabulosa. Porque, si de algo se hablaba en la ciudad (en bares y barberías, tiendas, tertulias y cualquier esquina donde había gente), el tema de todos los días era siempre el mismo: “los abusos de los curas con los niños”.

Pero en Roma, en la Conferencia Episcopal Española, ni en el palacio episcopal, se daban cuenta de que, con aquel gobierno de ocultamiento, lo que los curas le estaban diciendo a la gente era – y por desgracia son muchos los clérigos los que (sin darse cuenta) lo siguen diciendo – es que la dignidad del clero es más importante que los derechos de los niños. Y la consecuencia es patética: un “clero” que, en tantos y tan graves asuntos, procede con semejante criterio, ¿cómo se atreve a predicar el Evangelio? Y si lo predica, ¿qué le dice a la gente? ¿lo que necesita oír la gente o lo que a los curas les conviene? Esto es lo que más le hace sufrir al papa Francisco. Y sobre todo, esto es lo que ha vaciado los templos y lo que le ha quitado a mucha gente la poca fe en el Evangelio, que hasta hace poco quedaba.

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“El silencio cómplice”, por José Mª Castillo, teólogo.

Sábado, 2 de junio de 2018
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silencio_compliceUno de los factores más determinantes del malestar, que se palpa (en España y fuera de España) en tantos ambientes, es el silencio de miles de cosas, que habría que saber y no se saben. Porque nadie se atreve a tirar de la manta. Y que, de una vez, nos enteremos de lo que realmente está pasando en este país.

Hay un hecho que es incuestionable: la corrupción está cimentada en el silencio; y el silencio es lo que la ha hecho posible. Cada año que pasa, España es más rica. Y cada año que pasa, el 90 % de la población se ve más apurado para salir adelante o simplemente para llegar a fin de mes. ¿Dónde se meten la cantidad de millones de euros que entran continuamente en este país? Esta pregunta no tiene respuesta porque hay demasiada gente, que sabe cosas que habría que decir, pero se las calla.

Yo no soy político, ni economista, ni jurista, ni sociólogo. Yo he dedicado toda mi vida a la teología. O sea, a las cosas de la religión. Por eso me pregunto muchas veces: ¿no es responsable también en esto la religión? Claro que lo es. Y mucho. La Iglesia tiene que mantener y proteger los privilegios que el Estado le concede. Pero eso tiene un precio. Que se paga con dinero o con silencio. ¿Por qué las mujeres se han tirado a la calle cuando se ha sabido el escándalo de “La Manada”? ¿Han hecho algo parecido los obispos y los curas? Unas monjas carmelitas de clausura han dicho lo que tenían que decir. Y los que nos hemos quedado tan tranquilos en nuestras casas, ¿por qué nos quedamos calladitos? ¿para no complicarnos la vida? ¿Por qué nos tranquilizamos la conciencia pensando que “esto a mí, ni me va ni me viene”?

Los cristianos tendríamos que saber – y tenerlo siempre muy presente – que en el Evangelio hay una palabra fuerte y clara, que fue dicha por Jesús cuando lo llevaban al tribunal para condenarlo a muerte. “Yo lo he dicho todo con libertad” (“ego parresía leláleka tó kósmo”) (Jn 18, 20). Aquí el término clave es “parresía”, que designa propiamente la libertad para decirlo todo (H. Balz).

En misas y sermones, los hombres de la religión predican contra los peligros del sexo, la falta de fe y de piedad, las amenazas del pecado, la muerte y el infierno. Y no cabe duda que todo eso, si se hace como Dios manda, es importante. ¿Pero han escuchado Vds muchas predicaciones que nos expliquen con claridad los peligros que entraña el silencio de tantas cosas que habría que decir y no las decimos?

El Papa Francisco ha sacado a la luz tantos y tantos escándalos de la Iglesia y sus clérigos por abusos que nos dan vergüenza ¿No es esto el mejor servicio que se nos puede hacer a todos para sanearnos desde lo más hondo de nosotros mismos?

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