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El cambio climático nos ayuda a comprender el evangelio de hoy.

Domingo, 18 de noviembre de 2018
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be049393-b957-4c3c-b627-bff8f43ca607Mc 13, 24-32

Desde hace años, asistimos a cambios profundos en la naturaleza. Se están produciendo  fenómenos de una magnitud desconocida,  y pequeños hechos que nos sorprenden. Por ejemplo, ha llovido en el desierto de Atacama y ha cambiado la biodiversidad de esa zona.

El cambio climático ya está aquí, entre nosotros; sus efectos devastadores, también. Pero estamos a tiempo de controlarlo y de dar un giro, para recuperar la armonía con la naturaleza.

Algo similar ocurría cuando el evangelista Marcos escribió este texto: los cambios sociales, políticos y religiosos eran tan profundos que solo podían comprenderse con la imagen de un cataclismo en la naturaleza. ¿Podía pasar algo peor que el hecho de que cayeran “sobre sus cabezas” el sol, la luna y las estrellas? Si el firme-firmamento que sostenía los astros se quebraba… nada en el universo era estable y firme.

Cuando se escribió este texto, Jerusalén ya había sido destruida y muchas comunidades cristianas se habían dispersado por temor al martirio. En Roma y Jerusalén cada día era más difícil ser cristiano. La situación política y religiosa era confusa.

¿Merecía la pena mantener la fe hasta dar la vida? Jesús había muerto como un proscrito ¿merecía la pena esperar su venida de nuevo? ¿Y si no volvía y perdían la vida mientras esperaban?

¿Cuántas preguntas se harían en las comunidades? ¡Como intentarían recordar las palabras y gestos de Jesús para encontrar sentido a lo que estaban viviendo, para encontrar fuerza y poder resistir con fe firme!

Marcos recoge la angustia de la comunidad y muestra el sentido de la espera.  En medio del caos, el evangelista reaviva la esperanza de que Jesucristo (el Hijo del Hombre) se manifestará con poder y gloria, empezará un tiempo nuevo, una nueva creación; habrá un llamamiento universal, hacia los cuatro puntos cardinales (los cuatro vientos) y hasta los confines de la tierra.

En el texto de hoy, Marcos ofrece dos tipos de señales para mantener la esperanza: cósmicas y de la naturaleza. Las imágenes de destrucción del cosmos corresponden a la tradición de los profetas y del lenguaje apocalíptico; era un lenguaje familiar para las primeras comunidades. El riesgo está en que ahora nos quedemos “con el decorado” y no busquemos el mensaje más profundo que conllevan.

Las señales de la naturaleza conectaban perfectamente con su vida diaria. Es como si Marcos les dijera: intentad comprender los signos que os rodean, con la misma agudeza que observáis las ramas de la higuera.

Hoy tenemos muchas señales en la sociedad y en el cosmos: el calentamiento global, la contaminación atmosférica, la basura espacial, la brecha entre pobres y ricos, la carrera de armamentos, el enriquecimiento de muchos hombres y mujeres que se dedican a la política y olvidan el bien común etc.

Son señales evidentes del deterioro progresivo de la calidad humana y del cuidado del universo.  Se oyen muchas voces que nos invitan a la conversión y a la esperanza. También se hacen y hacemos gestos. Sería muy cómoda una segunda venida del Señor para que empezara una segunda creación…,  pero el cambio está en nuestras manos. En las tuyas y en las mías. En los pequeños gestos de cada día y en las manifestaciones, denuncias y protestas. Dentro de nuestro hogar y en las urnas, en la acción política.

En tiempo de Jesús, era motor de esperanza el imaginar al Hijo viniendo con poder y majestad entre las nubes. Ojalá hoy sea motor de esperanza y de cambio el recordar que somos imagen y semejanza de Dios.  Hoy Jesús no viene entre nubes, viene entre la justicia y la misericordia, cuando trabajamos para transformar la tierra y que sea un hogar que ofrece alimentos, amor, trabajo  y dignidad para tod@s.

Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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¿Qué podemos esperar en la vida?

Domingo, 18 de noviembre de 2018
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22227651-25017884Del blog de Tomás Muro, La Verdad es Libre:

01. EL FINAL.

La muerte, el final de la historia, el fin del mundo nos emplaza ante la pregunta que siempre ha estado presente en la conciencia del ser humano: ¿Qué me cabe esperar en la vida?, (Kant).

Qué puedo esperar en la vida, si es que me cabe esperar algo.

Y esta cuestión nos sitúa ante la esperanza.

02. ESPERANZA.

En la vida tenemos proyectos, esperanzas. Es bueno tener ilusiones en la vida, que nos muevan a trabajar, a crear, a vivir.

Habitualmente ponemos nuestra esperanza en la ciencia, en los logros tecnológicos, médicos, etc.

La ciencia puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad.

Los logros científicos, las buenas estructuras sociopolíticas ayudan, pero por sí solas no bastan.

El hombre nunca puede ser redimido por la ciencia, ni por la política, ni por lo eclesiástico, desde afuera. El hombre no puede ser redimido por medio de la ciencia. Es pedir demasiado a la ciencia. Esta esperanza es falaz.

Pero también la ciencia puede destruir al hombre y al mundo si no está orientada si no tiene su sentido, un horizonte que encauce sus éxitos.

Por otra parte, el progreso, en manos equivocadas, puede convertirse, y se ha convertido de hecho, en un progreso terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética y humanista del hombre interior, no es progreso, sino una amenaza para el hombre y para el mundo.

Estos días se está proyectando la película “El fotógrafo de Mauthausen”. Basta evocar aquel infierno para caer en cuenta de que la ciencia y el progreso en mentes e ideologías siniestras no solamente no causan esperanza, sino más bien profunda desesperación.

03. EL AMOR GENERA ESPERANZA.

wp-1464277254498Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente “vida”. Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza.

Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de “redención” que da un nuevo sentido a su existencia.

La esperanza que nace del amor, nos redime. La ciencia no redime al hombre. El hombre es redimido por el amor.

La puerta oscura de la existencia, del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se la ha dado una vida nueva.

04. LA GRAN ESPERANZA SOLAMENTE PUEDE SER DIOS.

En la vida necesitamos tener esperanzas y proyectos, que día a día nos mantienen en camino. Pero sin la gran esperanza, los proyectos y las esperanzas intramundanas, se vienen abajo. Dios es el fundamento de la esperanza absoluta.

En un mundo y en una existencia imperfecta, marginada, pisoteada, solamente puedo sobrevivir y esperar por el amor de Dios manifestado en los humanos: JesuCristo y las personas que me aman.

Dios que tiene rostro humano en JesuCristo y en el prójimo, nos ha amado hasta el extremo. Su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza.

02. EL PROBLEMA ES NUESTRO FINAL.

¿Cómo vayan a terminar la tierra, los planetas, estrellas, el universo, no es una cuestión cristiana. Tiene un interés científico, no humano, ni cristiano.

Lo que nos importa es cuál será nuestro final.

Las dos lecturas de hoy están redactadas en un lenguaje que a nosotros nos resulta muy extraño: el lenguaje apocalíptico. El libro de Daniel, el cp. 13 de Marcos (denominado “pequeño apocalipsis) del que hemos escuchado un párrafo son apocalípticos y la APOCALÍPTICA ES UNA LLAMADA A LA ESPERANZA, que es la característica principal de toda esta literatura, que no es histórica, pero que es muy gráfica, muy descriptiva.

Hemos de pensar que las cosas no ocurrirán como las narra la apocalíptica, pero de lo que podemos estar seguros es que tenemos un final, una finalización. El Hijo del Hombre no va venir como un extraterrestre, ni habrá un cataclismo, ni caerán las estrellas, etc.

Son modos de hablar del futuro, que llegará, pero no así y no sabemos cómo será.

Sin embargo, La cuestión del final o del futuro absoluto es fundamental. Y tener la esperanza de que terminamos en Dios causa una honda paz y serenidad, al mismo tiempo que es profundamente liberador.

En medio de los problemas de la vida y de los “tenderetes eclesiásticos”, lo decisivo es que terminamos en Dios.

No sé si los divorciados terminarán comulgando o no; no sé quién va será el obispo a aquí o allá; puedo no saber si la Congregación para la Doctrina de la fe dice “a” o “b” respecto del limbo. A estas alturas de la vida me preocupan poco las intrigas, los “dimes y diretes” del Vaticano y del obispado: porque me parecen cuestiones muy -muy- secundarias ante el gran descanso cristiano que me produce saber que el futuro está en Dios y en Él terminará, que es lo decisivo.

Quizás todos esos embrollos eclesiásticos han adquirido importancia porque la Iglesia ha perdido la tensión hacia el futuro, hacia el Reino, hacia la Escatología

06. ¿LA NADA LE VA A GANAR LA PARTIDA AL SER? MIS PALABRAS NO PASARÁN.

10102394795_83c3c4d49e_zEn estas cosas del futuro, de la escatología y de la teología hablamos como buenamente podemos y sabemos, (excepto fundamentalistas fanáticos que lo saben e imponen todo).

Con un lenguaje en parte filosófico y en parte bíblico podemos apoyarnos y descansar nuestra existencia en “MIS PALABRAS NO PASARÁN”. Evocando el Génesis y el prólogo de San Juan: en el principio existía la Palabra y la Palabra era Dios … Todo se hizo por la Palabra, podemos pensar que esa Palabra creadora es el sentido (logos) de la vida, esa palabra creadora es Palabra salvífica. Y eso no pasa. Venimos de una creación y vamos hacia un final: es el designio salvífico de Dios. Cristo “alfa” y “omega”, principio y fin, decimos en la vigilia Pascual, (cirio pascual).

GENERA UNA GRAN CONFIANZA

o La Palabra, que no pasa, genera una gran confianza. Dios es la roca que me salva (Salmo 143,1).

o El futuro esperado es la serenidad del presente. Decía Viktor Frankl que lo que el ser humano quiere realmente no es la felicidad, sino la confianza en un fundamento que de sentido a su vida y así viva serenamente feliz.

MIS PALABRAS NO PASARÁN.

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“Convicciones cristianas”. 33 Tiempo Ordinario – B (Marcos 13,24-32)

Domingo, 15 de noviembre de 2015
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33-852869-300x175Poco a poco iban muriendo los discípulos que habían conocido a Jesús. Los que quedaban, creían en él sin haberlo visto. Celebraban su presencia invisible en las eucaristías, pero ¿cuándo verían su rostro lleno de vida? ¿Cuándo se cumpliría su deseo de encontrarse con él para siempre?

Seguían recordando con amor y con fe las palabras de Jesús. Eran su alimento en aquellos tiempos difíciles de persecución. Pero, ¿cuándo podrían comprobar la verdad que encerraban? ¿No se irían olvidando poco a poco? Pasaban los años y no llegaba el «Día Final» tan esperado, ¿qué podían pensar?

El discurso apocalíptico que encontramos en Marcos quiere ofrecer algunas convicciones que han de alimentar su esperanza. No lo hemos de entender en sentido literal, sino tratando de descubrir la fe contenida en esas imágenes y símbolos que hoy nos resultan tan extraños.

Primera convicción: La historia apasionante de la Humanidad llegará un día a su fin

El «sol» que señala la sucesión de los años se apagará. La «luna» que marca el ritmo de los meses ya no brillará. No habrá días y noches, no habrá tiempo. Además, «las estrellas caerán del cielo», la distancia entre el cielo y la tierra se borrará, ya no habrá espacio. Esta vida no es para siempre. Un día llegará la Vida definitiva, sin espacio ni tiempo. Viviremos en el Misterio de Dios.

Segunda convicción: Jesús volverá y sus seguidores podrán ver por fin su rostro deseado: «verán venir al Hijo del Hombre»

El sol, la luna y los astros se apagarán, pero el mundo no se quedará sin luz. Será Jesús quien lo iluminará para siempre poniendo verdad, justicia y paz en la historia humana tan esclava hoy de abusos, injusticias y mentiras.

Tercera convicción: Jesús traerá consigo la salvación de Dios

Llega con el poder grande y salvador del Padre. No se presenta con aspecto amenazador. El evangelista evita hablar aquí de juicios y condenas. Jesús viene a «reunir a sus elegidos», los que esperan con fe su salvación.

Cuarta convicción: Las palabras de Jesús «no pasarán»

No perderán su fuerza salvadora. Han de de seguir alimentando la esperanza de sus seguidores y el aliento de los pobres. No caminamos hacia la nada y el vacío. Nos espera el abrazo con Dios.

José Antonio Pagola

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“Reunirá a los elegidos de los cuatro vientos.”. Domingo 15 de noviembre de 2015 Domingo 33º del tiempo ordinario

Domingo, 15 de noviembre de 2015
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60-ordinarioB33 cerezoLeído en Koinonia:

Daniel 12, 1-3: Por aquel tiempo se salvará tu pueblo.
Salmo responsorial: 15: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Hebreos 10, 11-14. 18: Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.
Marcos 13, 24-32: Reunirá a los elegidos de los cuatro vientos.

Cercanos ya al final del año litúrgico, la liturgia de hoy nos presenta a través de la lectura del libro de Daniel y del evangelio, textos relativos al final de los tiempos. En efecto, el pasaje de Daniel anuncia la intervención de Dios a favor de sus fieles a través de Miguel, el ángel encargado de proteger a su pueblo. Estas palabras de Daniel hay que enmarcarlas en el marco amplio de todo el libro cuyo género y estilo corresponden a la corriente apocalíptica bastante popularizada a finales del período veterotestamentario. Todo el libro de Daniel es un llamado a la esperanza, característica principal de toda la literatura apocalíptica. No se trata tanto de una revelación especial de lo que sucederá al final de los tiempos, cuanto la utilización de imágenes que invitan a mantener viva la esperanza, a no sucumbir ante la idea de una dominación absoluta de un determinado imperio. El texto que leemos hoy es subversivo para la época, pues invita al rechazo del señorío absoluto de los opresores griegos de aquel entonces que a punta de violencia se hacían ver como dueños absolutos de las personas, del tiempo y de la historia.

Por su parte el evangelio nos presenta una mínima parte del «discurso escatológico» según san Marcos. Un poco antes de comenzar la narración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, los tres sinópticos nos presentan palabras de Jesús cargadas de sabor escatológico.

El pasaje de hoy hay que leerlo a la luz de todo el capítulo 13. Es más, conviene que en casa o en el grupo lo leamos completo y, de ser posible, leamos también el discurso escatológico de Mateo y de Lucas, eso nos ayudará a ver mucho mejor las semejanzas y las diferencias entre los tres y, por otro lado, nos facilitará una mejor comprensión del sentido y finalidad que cada uno quiso darle a esta sección.

Tengamos en cuenta que en ningún momento hablan los evangelistas del «fin del mundo», en sentido estricto, esa es una interpretación equivocada que no ha traído los mejores resultados ni a la fe del creyente ni a su compromiso con el prójimo y con la historia. No es éste, con palabras sacadas de aquí y de allá, el «fundamento» bíblico o teológico de las «postrimerías del hombre» de que nos hablaba el «catecismo del padre Astete», o de los «novísimos» que nos enseñaba la teología… O, por lo menos, no se debe reducir a eso.

Jesús no predica el fin del mundo, ése no era su interés. Las imágenes de una conmoción cósmica descrita como estrellas que caen, sol y luna que se oscurecen, etc., son una forma veterotestamentaria de describir la caída de algún rey o de una nación opresora. Para los antiguos, el sol y la luna eran representaciones de divinidades paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16), mientras que los demás astros y lo que ellos llamaban «potencias del cielo», representaban a los jefes que se sentían hijos de esas divinidades y en su nombre oprimían a los pueblos, sintiéndose ellos también como seres divinos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10). Pues bien, en línea con el Primer Testamento, Jesús no pretende describir la caída de un imperio o cosa por el estilo, para él lo más importante es anunciar los efectos liberadores de su evangelio; y es que el evangelio de Jesús debe propiciar, en efecto, el resquebrajamiento de todos los sistemas injustos que de uno u otro modo se van erigiendo como astros en el firmamento humano.

Jesús es consciente y sabe que la única forma de rescatar, redireccionar el rumbo de la historia por los horizontes queridos por el Padre y su justicia, es haciendo caer los sistemas que a lo largo de la historia intentan suplantar el proyecto de la justicia querido por Dios, con un proyecto propio, disfrazado de vida pero que en realidad es de muerte. Esta tarea la debe realizar el discípulo, el que ha aceptado a Jesús y su proyecto. Recordemos la intencionalidad teológica y catequética de Marcos: a Jesús, el Mesías (cuyo «secreto» se mantiene a lo largo de todo el evangelio), sólo se le puede conocer siguiéndolo; y bien, el seguimiento implica no sólo ir detrás de él, implica además, tomar el lugar de él, asumir su propuesta como propia y luchar hasta el final por su realización.

Discípulas y discípulos están entonces comprometidos en ese final de los sistemas injustos cuya desaparición causa no miedo, sino alegría, aquella alegría que sienten los oprimidos cuando son liberados. Ésa debiera de ser nuestra preocupación constante y el punto para discernir si en efecto nuestras tareas de evangelización y nuestro compromiso con la transformación de lo injusto en relaciones de justicia está causando de veras el efecto que debe tener el evangelio, o si simplemente estamos ahí a merced de las corrientes del momento esperando quizás que se cumpla lo que no ni siquiera pasó por la mente de Jesús.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 105, «Dos moneditas de cobre», de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://untaljesus.net/texesp.php?id=1500105 Puede ser escuchado aquí: http://untaljesus.net/audios/cap105b.mp3

El planteamiento ordinario del fin del mundo dentro de las religiones –al menos, ciertamente, dentro del judeocristianismo–, ha adolecido de nuestro típico antropocentrismo: el fin del mundo se equipara, exactamente, a lo que pasará al plan de la «historia de la salvación» (humana) por parte de Dios… Aunque lo consideramos como «el fin del mundo», en realidad es el final «de nuestro pequeño mundo», del pequeño mundo de nuestra religión, que cree que ella misma ocupa todo el escenario, toda la realidad… Así, consideramos que los dos grandes protagonistas de la realidad somos, exclusivamente, Dios y nosotros, y que el mundo va a acabar cuando Dios decida que acabe nuestra aventura humana en su/nuestra «historia de salvación. En esa perspectiva queda totalmente olvidado el mundo mismo, o sea, la realidad cósmica, el cosmos… Leer más…

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Dom15. XI. 15. Fijaos en la higuera, sabed que está a las puertas

Domingo, 15 de noviembre de 2015
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cardena51Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 33. Ciclo B. El final del año litúrgico nos pone ante lo más nuevo (novísimos), aquello que viene al fin de todas las cosas, aquello que estamos haciendo ahora en el mundo, pues Dios ha dejado en nuestras manos bien y mal, vida y muerte.

En un plano, esos novísimos llegan con la “bomba”, con los signos supremos de terror y muerte (Apocalipsis now) que evocan algunos “Beatos” o comentarios del Ap., desde Cardeña,Burgos, hasta Urgell, en Cataluña. Hoy (11.11.15) esos signos están por todas partes, desde el calentamiento de arriba hasta el enfriamiento de abajo (falta de amor y el respeto sobre el mundo).

Es bueno que la liturgia los recuerde, para decirnos lo que somos y lo que podemos hacer de nosotros , y así lo pienso cuando escribo esta mañana, día famoso de San Martín (¡se asan castañas, se matan los cerdos…!)

En otro plano, el anuncio de los novísimos abre un “tiempo” de gozo inmenso porque llega el Hijo del Hombre, nueva humanidad reconciliada, la meta de la buena creación de Dios, centrada y redimida, según los cristianos, en Cristo (como evocan también otros “beatos” y mil gestos de bondad sobre la tierra). ¡Seremos, pues, “cerdos” de Dios, para la vida, pues, como dice también el refrán, todo puede aprovecharse de nosotros!

Estamos esperando al nuevo ser humano, que viene de Dios, es decir, de nuestra misma capacidad divina de ser y renovarnos; no aguardamos des-esperados a God-ot; esperamos al mismo God, al Dios de Jesús que que es y que viene en nosotros.

Cuenta hoy la prensa (sigue el 11-XI-15) que entre las diez especies animales más vistosas y amenazadas por el hombre está el hombre mismo. Buena anotación, en este día San Martín, vinculado a la matanza…. En ese fondo se entiende lo que sigue, tomado de mi Evangelio de Marcos. Buen domingo a todos.

Mc 13, 24-32. Un texto clave de Marcos
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(1) Pasada la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; 25 las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán; 26 y entonces verán venir al Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria. 27 Y entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo.

(2) 28 Fijaos en lo que sucede con la higuera. Cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, conocéis que se acerca el verano. 29 Pues lo mismo vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que ya está cerca, a las puertas.

(3) 30 Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre

Es un texto “apocalíptico”, en el lugar más inquietante y solemne de Marcos, antes de la pasión de Jesús. Han surgido falsos cristos y profetas (pseudokhristoi kai pseudoprophetai) que pregonan y realizan grandes signos y prodigios (cf. Mc 13, 22) para engañar a los creyentes y alejarles de la vida de Jesús. Un tipo de mundo acaba, pero llega un mundo mejor, centrado en Jesús.

(1) El que ha de venir: Verán al Hijo del hombre (13, 24-27).

Vendrá Jesús, Hijo del Hombre: aquel que perdonaba los pecados y unía en amor a los necesitados (cf. Mc 2, 1-12), aquel que había entregado la vida a favor de los hombres (cf. Mc 8, 31; 9, 31; 10, 34-34.45). Al final del final no está la bomba, ni la ira de Satán, sino Jesús, el hombre verdadero (hombre/mujer), amigo y hermano de todos los vivientes. Esta es la cruz y la cara de la vida:

a. Cruz: Destrucción, deconstrucción.
El fin del mundo
. Todos los terrores, todos los desastres ecológicos, las bombas, quedan condensadas en los signos que anteceden a Jesús. No son Jesús, sino de este mundo duro en que vivimos, expresión de la violencia de los hombres, reflejada en la fagildiad del cosmos. Estos son sus tres momentos:

El sol se apagará para siempre, vendrá la oscuridad el frío cósmico. Todo lo que existe en la tierra morirá, de tinieblas y silencio oscuro. Llegará el gran frío.
La luna dejará de dar su resplandor. Ya no habrá ni noche, pues la noche es oscuridad con luna o con un leve resplandor de estrellas. Entonces no habrá luna ni estrellas, sino pura, pura oscuridad.
Las estrellas caerán del cielo, de tal forma que se romperá para siempre el equilibrio cósmico. Volverá el caos del principio, aquel que aparecía en Gen 1.

Este es un fin cósmico: la tierra deja de ser casa (oikos) para el hombre (no hay ecología). De esta forma acabaría todo si sólo hubiera “mundo”, si sólo hubiera violencia social, planeando de un modo fatídico sobrela historia. Pero ésta es sólo una cara del drama; al otro lado llega la salvación, el Hombre

b. la cara buena: construcción, el Hijo del hombre.
La destrucción anterior es el anverso de una construcción más honda, fundada en el Hijo del Hombre. Por un lado, el mundo viejo acaba. Pero, por otro lado, llega el hombre verdadero, la humanidad de Dios. Para los creyentes, el mismo “fin de este mundo” vivne a convertirse en principio de esperanza universal.

Por un lado, el texto dice que todos verán al Hijo del hombre… (Mc 13, 26): le verán todos, hombres y mujeres, de todos los credos y culturas, pues vendrá de forma abierta, con poder y gloria grande, como manifestación final de Dios y culmen de la historia (de la creación del ser hombre sobre el cosmos).
Por otro lado, el texto añade que recogerá a sus elegidos (eklektous: 13, 27) de los cuatro extremos del mundo, para vincularlos a su gloria. Esos elegidos son todos los “hombres y mujeres” que, quizá sin saberlo, esperan la llegada de la nueva humanidad. ¿Dónde los recoge? Evidentemente en su amor, en el nuevo mundo que surge desde el mismo Cristo, el hombre de la Vida universal.

El texto es sobrio y no dice expreamente que todos se salvan, pero no habla de condenas, no presenta ningún tipo de terrores (no dice que unos van al cielo, otros al infierno). Al final, cuando el mundo de violencia acabe, se manifestará el Hijo del Hombre, atrayendo en amor a todos los elegidos. De la identidad más particular de aquellos que serán “recogidos en la Vida” del Hijo del Hijo del hombre no se dice nada, aunque parece razonable pensar que hay esperanza para todos (cf. Mc 10, 45; 14, 24). El apocalipsis de la destrucción somos nosotros; el Hijo del Hombre es la vida.

(2) El signo de la higuera (Mc 13, 28-29)

Jesús pone como signo una higuera: “Cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, conocéis que se acerca el verano (Mc 13, 28). Estamos en la primavera/verano que precede al tiempo de los buenos hijos, de los frutos buenos.

En este contexto podemos recordar el riesgo de ser higuera sin frutos, que Jesús había visto cuando se acercó a Jerusalén. Tuvo hambre, hambre de Dios, hambre de Reino. “Fue viniendo y vio de lejos una higuera con hojas. Entonces se acercó a ver si encontraba algo en ella. Pero no encontró más que hojas” (cf. Mc 11, 12-14).

Esa higuera sin frutos son los jerarcas del templo antiguo. Jesús se acercó y quiso comer higos, pero sólo tenían hojas, grandes hojas, llamativas a lo lejos, estériles de cerca. Ésta no es la historia material de un árbol malo, al que Jesús habría condenado a ser estéril por capricho, como niño con rabieta, sino el drama del árbol sagrado que debía dar gran fruto en el tiempo del Mesías. Jesús lo encuentra vacío y por eso proclama: Que nadie coma… (11, 14).

Esta higuera seca son las autoridades sagradas de Israel con un templo que en vez de extenderse a las naciones ha venido a convertirse en puro decorado, fachada inútil que engaña al caminante: promete fruto y no lo tiene; anuncia comida y la niega. Ésta fue la mentira oficial de un judaísmo de sacerdotes (no todo el judaísmo). Ésta puede ser también la mentira de una iglesia o de una humanidad actual que no se prepara para el Reino, es decir, para que llegue el Hijo del Hombre.

Aquella fue una higuera estéril. Pero ahora Jesús está espearando los frutos de nuestra higuera . Nosotros mismos tenemos que ser la señal de que llega el Hijo del Hombre. Este es el tiempo: ¿Está preparada nuestra higuera para dar frutos? Jesús dice que sí: nuestra hojas se ablandan, van brotando los brotes, están naciendo los higos… Es tiempo de la cosecha, otoño de higos dulces, abundantes. Somos la señal de que debe llegar el Hijo del Hombre, la humanidad reconciliada,por encima de la Bomba.

(3) Nadie sabe ni el día ni la hora (13, 20-32)

Tiempo. Por un lado, el texto dice que todas estas cosas han de suceder en esta generación (Mc 13, 30). (2) Por otro dice que del día y hora nadie sabe nada, ni siquiera el Hijo tomado en absoluto, sino sólo el Padre, presentado también como absoluto (Mc 13, 32). Esto significa que debemos evitar todo cálculo de tiempo; vivir en vigilancia, tal es la tarea del cristiano. Esto significa que debemos entender la acción de Cristo (que aquí aparece como Hijo) y la respuesta del Padre en forma dialogal, en perspectiva de diálogo de amor.
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Ante el misterio del fin (ante la hora) sólo existe una respuesta, sólo puede darse una palabra: ¡Estamos en la manos del Padre! El fin de los tiempos no llega por medio de poder o ciencia. NI siquiera los ángeles pueden traelo. El fin del tiempo pertenece al misterio de Dios. El mismo Hijo, a quien Dios ha dado Espíritu y palabra (cf. 1, 9-11) aparece aquí en manos el Padre, como hombre de Amor, cordero de Dios. Amar es confiar no es saber. Amar es dejar el camino de la propia vida en manos de Dios, como higuera que se va preparando para el fruto bueno de la vida plena.

¿Cuando sucederá todo esto?. Ya, ahora mismo: todo está sucediendo. Estamos en la noche que precede a la aurora del día del Hombe, de la humanidad de Cristo. Como siervos vigilantes debemos mantenernos en el tiempo de tiniebla de este mundo, llenos de esperanza. Como amigos que esperan al amigo, amor del alma, porque llega el tiempo de las bodas de Dios, que se hace hombre entre nosotros, en nosotros, en amor por siempore.

Y así culmina Mc 13. La iglesia sigue estando fundada en la palabra de su testimonio. Mc 13 ha recuperado y recreado desde Cristo, para bien de los cristianos, la esperanza escatológica judía. Ha tenido Jesús largas disputas con escribas y sacerdotes. Pero en su raíz es un judío apocalíptico, emparentado con el Bautista, en una línea cercana a Daniel. Por eso, Mc 13, 14 puede avisar: ¡Quien lea entienda!, es decir, interprete Dan 9, 27 (cf. Dan 11, 31; 12, 11) a la luz del evangelio. Pero hay una novedad respecto al judaísmo antiguo: Jesús sabe que viene el Hijo del Hombre, es decir, el amor del amor universal, el hombre de los brazos abiertos y la vida. Más allá del fin del mundo está la Vida Dios en los hombres.

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Años terribles y palabras de consuelo. Domingo 33. Ciclo B

Domingo, 15 de noviembre de 2015
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no_man_knoweth_the_hourTras los atentados de París, este texto, escrito el pasado martes día 10 por el autor, parece premonitorio…

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La 1ª lectura y el evangelio de este domingo coinciden en ser la respuesta a momentos de crisis, mucho más profundas de las que nosotros a veces padecemos. Ambos textos pretenden consolar a los que atraviesan esta dura prueba.

Tres años terribles (169-167 a.C.)…

            Los años 169-167 a.C. fueron especialmente duros para los judíos. El 169, Antíoco Epífanes, rey de Siria, invadió Jerusalén, entró en el templo y robó todos los objetos de valor, después de verter mucha sangre. El 167, un oficial del fisco enviado por el rey mata a muchos israelitas, saquea la ciudad, derriba sus casas y la muralla, se lleva cautivos a las mujeres y los niños, y se apodera del ganado. Al mismo tiempo, Antíoco, obsesionado por imponer la cultura griega en todos sus territorios, prohíbe a los judíos ofrecer sacrificios en el templo, guardar los sábados y las fiestas, y circuncidar a los niños [como si a nosotros nos prohibieran celebrar la eucaristía y bautizar a los niños]; y manda contaminar el templo construyendo altares y capillas idolátricas, y sacrificando en él cerdos y animales inmundos.

            Estos acontecimientos provocaron dos reacciones muy distintas: una militar, la rebelión de los Macabeos; otra teológica, la esperanza apocalíptica, que encontramos reflejada en la 1ª lectura de hoy.

            Apocalipsis significa “revelación”, “desvelamiento de algo oculto”. La literatura apocalíptica pretende revelar un secreto escondido, que se refiere al fin del mundo: momento en que sucederá, señales que lo precederán, instauración definitiva del Reino de Dios. Es una literatura de tiempos de opresión, de lucha a muerte por la supervivencia, de búsqueda de consuelo y de unas ideas que den sentido a su vida. La única solución consiste en que Dios intervenga personalmente, ponga fin a este mundo malo presente y dé paso al mundo bueno futuro, el de su reinado.

… y la respuesta del libro de Daniel (1ª lectura)

            En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo. Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones. En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todo los que se encuentren inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horno eterno. Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

            Se anuncia al profeta que habrá un tiempo de angustia como no lo ha habido nunca; pero, al final, se salvará su pueblo, mientras que los malvados serán castigados. Todo esto no puede ocurrir en este mundo, el autor está convencido de que este mundo no tiene remedio. Ocurrirá en el mundo futuro, cuando unos resuciten para ser recompensados y otros para ser castigados. Entre los buenos el autor destaca a los doctos, a los que enseñaron a la multitud la justicia, que brillarán como las estrellas, por toda la eternidad. Con ello deja clara su opción política y religiosa: la solución no está en las armas, como piensan los Macabeos.

Una década fatal (60-70 d.C.)…

            No sabemos con seguridad cuándo se escribió el primer evangelio. Pero lo que ocurrió en la década de los 60 del siglo I ayuda a comprender lo que dice el texto de este domingo.

            El año 61 hubo un gran terremoto en Asia Menor que destruyó doce ciudades en una sola noche (lo cuenta Plinio en su Historia natural 2.86). El 63 hubo un terremoto en Pompeya y Herculano, distinto de la erupción del Vesubio el año 79. El 64 tuvo lugar el incendio de Roma, al parecer decidido por Nerón y del que culpó a los cristianos. El 66 se produce la rebelión de los judíos contra Roma; la guerra durará hasta el año 70 y terminará con el incendio del templo y de Jerusalén. El 68 hubo otro terremoto en Roma, poco antes de la muerte de Nerón. El 69, profunda crisis a la muerte de Nerón, con tres emperadores en un solo año (Otón, Vitelio y Vespasiano).        En la mentalidad apocalíptica, terremotos, incendios, guerras, disensiones son signos indiscutibles de que el fin del mundo es inminente.

            Por otra parte, la comunidad cristiana sufre toda clase de problemas. Unos son de orden externo, provocados por las persecuciones de judíos y paganos: se les acusa de rebeldes contra Roma, de infanticidio y de orgías durante sus celebraciones litúrgicas; se representa a Jesús como un crucificado con cabeza de asno. Otros problemas son de orden interno, provocados por la aparición de individuos y grupos que se apartan de las verdades aceptadas. La primera carta de Juan reconoce que “han venido muchos anticristos”, no uno solo (1 Jn 2,18), y que “salieron de entre nosotros”.

… y la respuesta del evangelio de Marcos

            En este ambiente tan difícil, el evangelio de Marcos también ofrece esperanza y consuelo mediante un largo discurso (capítulo 13). Todo comienza con un comentario ocasional de Jesús. Estando en el monte de los Olivos, donde se goza de una vista espléndida del templo, dice a los discípulos: «¿Veis esos grandes edificios? Pues se derrumbarán sin que quede piedra sobre piedra.»

            A ellos les falta tiempo para identificar la destrucción del templo con el fin del mundo. Entonces, Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntan en privado: «¿Cuándo sucederá todo eso? ¿Y cuál es la señal de que todo está para acabarse?» Los dos temas que obsesionan a la apocalíptica: saber qué señales precederán al fin del mundo y en qué momento exacto tendrá lugar.            La lectura de este domingo ha seleccionado algunas frases del final del discurso, en las que reaparecen estas dos preguntas, pero en orden inverso: primero se habla de las señales, luego del tiempo. En medio, la gran novedad, algo por lo que no han preguntado los discípulos: la venida gloriosa del Señor.

Las señales del fin y la venida del Señor

            Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.

            Las señales no acontecen en la tierra, sino en el cielo: el sol se oscurece, la luna no ilumina, las estrellas caen del cielo. Pero lo que ocurre no provoca el pánico de la humanidad. Porque la desaparición del universo antiguo da lugar a la venida gloriosa del Señor y a la salvación de los elegidos. Indico algunos detalles de interés en estos versículos.

            1) A Dios no se lo menciona nunca. Todo se centra, como momento culminante, en la aparición gloriosa de Jesús.

            2) De acuerdo con algunos textos apocalípticos judíos, se pone de relieve la salvación de los elegidos. Esto demuestra el carácter opti­mista del discurso, que no pretende asustar, sino consolar y fomentar la esperanza, aunque no encubre los difíciles momentos por los que atravesará la Iglesia.

            3) A diferencia de otros textos apocalípticos, que conceden gran importancia a la descripción del mundo futuro, aquí no se hace la menor referencia a ese tema, como si pudiera descentrar la atención de la figura de Jesús.

            El momento del fin

“De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Pero de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.”           

            La parte final contiene tres afirmaciones distintas: 1) vosotros podéis saber cuándo se acerca el fin (parábola de la higuera); 2) el fin tendrá lugar en vuestra misma generación; 3) el día y la hora no lo sabe más que Dios Padre.

            La segunda es la más problemática. Si se refiere a la caída de Jerusalén no plantea problema, porque tuvo lugar el año 70. Pero, si se refiere al fin del mundo, no se realizó. A pesar de todo, es posible que así la interpretasen muchos cristianos, conven­cidos de que el fin del mundo era inmi­nente. Así pensó Pablo en los primeros años de su actividad apostólica.

            Pero al lector debe quedarle claro lo que se dice al final: nadie sabe el día ni la hora, y lo importante no es discutir o calcular, sino mantener una actitud vigilante [este tema, importantísimo, lo ha suprimido la liturgia de forma incomprensible].

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