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Actos frente a palabras

Domingo, 4 de diciembre de 2016
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1Cuando escuché sonar la campana desaparecieron el “yo” y la “campana” y sólo había tañidos” (Maestro zen)

4 de diciembre, II domingo de Adviento

Mt 3, 1-12

Dad frutos válidos de arrepentimiento y no os imaginéis que os basta decir: Nuestro padre es Abrahán; pues yo os digo que de estas piedras puede sacar Dios hijos de Abrahán

En la película Encadenados de Hitchcock, Cary Grant e Ingrid Bergman en los  papeles protagonistas de Frank y Alicia, oscilan continuamente entre el arrojarse sin trabas a los brazos de su impulso o el constreñirse en aras de intereses superiores a los que deben servir: conflicto entre el amor y el sentido del deber.

“Obras, señor, son amores, / que buenas razones no” dice Laura, en la comedia de Lope de Vega que lleva por título Obras son amores, y no buenas razones. Felisardo, rey de Ungria, le replica: “Laura, tú me has advertido: / tú me dices, Laura bella, / que las obras son amores, / hoy quiero yo que se vea / que esa sentencia es verdad”. Y posteriormente añade: “Pues, Laura, hoy quiero que veas / que las obras son amores, / y si el dar grandes riquezas, / es digna demostración, / las mayores que deseas / te traigo en aquesta caxa”Un refrán castellano lo refrenda: Obras son amores, que no buenas razones.

Ser hombre de palabra es importante, pero sería vano si no fuera acompañado de los hechos. En su Poema Noche del hombre y su demonio, Luis Cernuda hace que el hombre le replique al diablo en estos engañosos términos: “Hoy me reprochas el culto a la palabra. / ¿Quién sino tú puso en mí esa locura? / El amargo placer de transformar el gesto / en son, sustituyendo el verbo al acto. / Ha sido afán constante de mi vida / y mi voz no escuchada, o apenas escuchada”.

“Cuando escuché sonar la campana desaparecieron el “yo” y la “campana” y sólo había tañidos”, como dijo un famoso maestro zen cuando alcanzó la iluminación. No basta que las campanas tañan en sonidos que luego lleva el viento, pues una cosa es predicar y otra dar trigo: es sencillo emplear la palabrería ante una necesidad, pero lo realmente importante son los hechos.

Dad frutos válidos de arrepentimiento y no os imaginéis que os basta decir: Nuestro padre es AbrahánMateo pone el dedo en la llaga de los vendedores de viento, con sus estanterías vacías de productos. En la anteriormente citada película Encadenados de Hitchcock, Cary Grant le dice a Ingrid Bergman: “Los actos importan más que las palabras”, cuando ella le pregunta insistentemente si la quiere. Se lo está demostrando con los hechos.

Con objeto de que Juan Bautista le reconociera, Jesús le envía a sus discípulos para que le informen, no de lo que predica sino de lo que hace: “ciegos recobran vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la Buena Noticia” (Lc 11, 5).

Los gansos salvajes de nuestro Poema también son emigrantes que en otoño hacen sus travesías en punta de lanza por el cielo. Se sienten altamente solidarios y, en su vuelo hacia el sur, ayudan a los necesitados que flaquean, se cansan o caen enfermos. En el viaje común no sólo hay graznidos.

EL GANSO SALVAJE

Os he visto hacer la travesía
en punta de lanza
por el cielo.
Permanecíais unidos cogidos de la mano
y en equipo.

Remeros de los mares siderales
donde el espacio es siempre infinito
¿Quién ha sido el Gran Sabio de la vida
que os dijo: “así volando en sintonía
alcanzaréis mejor  vuestro destino?”

Todos son
capitanes del barco y son remeros.

Todos tienen su turno
en el Puente de Mando y en el remo.
Todos graznan
y dan al Capitán coraje.

Todos se sienten solidarios;
y cuando alguno flaquea, se cansa o cae enfermo,
dos aguerridos dejan la formación y le acompañan
hasta facilitarle retomar el vuelo.

Gran Sabio de la vida:
¿por qué nos amasaste hombres y no Gansos?

(Naturalia. Los sueños de las criaturas. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Juan Bautista, ayer y hoy.

Domingo, 4 de diciembre de 2016
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rosto-de-jesus-na-multidaoMt 3, 1-12

El evangelio de este domingo nos presenta un personaje curioso. Va vestido de un modo que llama la atención y recuerda al profeta Elías; predica en el desierto de Judea  y no tiene pelos en la lengua. Predicó hace casi dos mil años, pero…

¿QUÉ NOS DIRÍA HOY?

Juan Bautista se colocó en el pasillo central de unos grandes almacenes, junto a las mejores ofertas del Black Friday, sacó su megáfono y dijo: “Que sean vuestras necesidades reales lo que os mueva a comprar. Que las ofertas no apaguen vuestra lucidez ni despierten el deseo compulsivo de consumir…”

La gente le rodeó pensando que era una atracción más y formaba parte del montaje de las rebajas, pero al oír su mensaje se fueron retirando. Por los pasillos de los grandes almacenes se oían comentarios: “Está loco”; “Que nos deje disfrutar de las rebajas.”; “Este no se ha enterado de la sociedad en la que vive”…

Juan Bautista se fue a unos estudios de televisión y se sentó entre el público. Durante un rato observó cómo un grupo de hombres y mujeres ganaban dinero fácilmente vendiendo su cuerpo y sus sentimientos. Tan pronto mentían como reconocían su mentira y se sometían al polígrafo. Lloraban, gritaban, se insultaban o se besaban apasionadamente.

De repente, Juan se puso en pie, sacó su megáfono y les dijo: “Mirad a vuestro alrededor. Muchos jóvenes  han caído, víctimas de este juego. Sois como ídolos con pies de barro. Por salir en televisión sois capaces de mezclar el amor con la mierda;  antes o después, la suciedad os salpica a vosotros mismos…”

No pudo continuar. Dos guardias de seguridad fornidos lo cogieron por los hombros y lo sacaron a la calle, cerrando las puertas tras él. Dentro, la presentadora pidió disculpas:

– Lo sentimos. De vez en cuando hay locos que intentan estropear el programa, pero no lo consiguen.

Y la grabación continuó su curso, como si no hubiera pasado nada;  la audiencia se lo merecía.

Juan Bautista entró en el edificio de un gran banco y gritó en el hall: “Raza de víboras, mirad las consecuencias de vuestra política económica.  No digáis que sois banqueros cristianos de toda la vida y dais limosna. Los tribunales están llenos de procesos y juicios contra vosotros. Os habéis enriquecido engañando a los más débiles…”

– Ya hemos oído bastante. Que lo desalojen- se oyó desde el fondo del hall.

Y lo expulsaron sin miramientos.

Juan Bautista se fue a la puerta del Congreso y fue abordando a sus señorías diciendo: “¡Basta ya de promesas de cambio! Es hora de hacer justicia y de repartir con quien no tiene. El árbol que no da fruto será talado y echado al fuego. Dad frutos propios de la conversión… “

Alguien levantó la mano e hizo un gesto. En un momento, un grupo de policías rodeó a Juan,  lo metieron en un furgón y se lo llevaron.  La persona que dio la orden era del partido de los Herodianos.

Al estar detenido no pudo ir a predicar a una iglesia del centro de la ciudad, que estaba muy concurrida los domingos.

JUAN BAUTISTA EN SU TIEMPO

Cada uno de los cuatro evangelistas nos habla de Juan, poniendo el acento en aspectos diferentes, según la finalidad de su evangelio, porque el Bautista tuvo multitud de seguidores y una importancia extraordinaria en su tiempo; hay datos extra bíblicos que lo confirman. En algunos ambientes fue más conocido que el propio Jesús.

El evangelista san Mateo da un salto cronológico, desde la infancia de Jesús a la aparición del Bautista. Lo hace magistralmente gracias a la frase “por aquel tiempo”. Con este recurso literario quedaba claro en su tiempo que la historia de la salvación continuaba. A continuación nos ofrece rasgos para que podamos reconocer a Juan Bautista como un profeta.

Isaías había dicho: “Una voz grita: preparad en el desierto un camino para Yahvé, enderezad en la estepa una senda para nuestro Dios” (40, 3). Hay otros textos similares: “Yo enviaré un ángel delante de ti para que te guíe por el camino…” (Éxodo 23,20) y “He aquí que yo enviaré a mi mensajero a preparar el camino delante de mi…” (Malaquías 3, 1).

De este modo, extraño para la mentalidad actual, los judíos comprendían que tanto el mensaje de Juan como la persona de Jesús quedaban insertos en la tradición profética.

Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. En tiempos de Jesús el modo de vestir era expresión de la identidad de la persona con más claridad que ahora. Actualmente una persona muy rica puede ir con pantalones vaqueros rotos y se considera moda; nos equivocaríamos al juzgar su estatus social a través de la ropa.

San Mateo nos describe las vestiduras de Juan de modo que a la gente de su tiempo le evocara al profeta Elías, hasta el punto de que llegaron a preguntarse si Elías había vuelto de nuevo, como puntualiza el evangelista Marcos.

Tenía sentido que se hicieran esa pregunta. En el segundo libro de los Reyes, Elías es descrito como “un hombre velludo con una correa de cuero ceñida a la cintura” (II Reyes 1, 8); este profeta había sido muy querido por el pueblo y creían que no había muerto, sino que había sido arrebatado al cielo y volvería de nuevo a la tierra, para seguir profetizando.

Esta creencia se corroboraba con un texto del profeta Malaquías: “He aquí que yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día grande y terrible de Yahvé” (3,23).

Ser o reconocerse “hijo de Abraham” era la meta, el sueño de cualquier varón judío. Para las mujeres no existía esa posibilidad. Pero el Bautista pide coherencia. No es un título, porque Dios podría dárselo a cualquier, incluso sacarlos de las piedras. Su mensaje es claro, confrontador e incómodo.

Al ver acercarse a fariseos y saduceos para bautizarse los llama “raza de víboras”. Podemos imaginar las amistades que se granjeó con eso. Y si añadimos la urgencia que pide en la conversión, porque el hacha está en la base de los árboles, podemos comprender que fuera un personaje controvertido.

San Lucas añadió algo más que no dice Mateo: cuando le preguntaban ¿qué tengo que hacer? El Bautista les respondía: “El que tenga dos túnicas que reparta con el que no tiene ninguna y el que tenga alimentos que haga igual”. No se puede decir más claro.

El evangelio de hoy nos presenta a un hombre valiente, coherente, que denunció lo que estaba mal y fue ganándose su sentencia de muerte. Herodes hizo el resto.

Bautizar con Espíritu Santo y fuego era una expresión de las primeras comunidades que indicaba la misión. Es Jesús, y no Juan Bautista, quien envía a la misión.

Marifé Ramos González

http://mariferamos.com

Fuente Fe Adulta

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“Confesar nuestros pecados”. 2º Domingo de Adviento – B (Marcos 1,1-8). 7 de diciembre 2014

Domingo, 7 de diciembre de 2014
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02advientoB2cerezo
«Comienza la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios». Este es el inicio solemne y gozoso del evangelio de Marcos. Pero, a continuación, de manera abrupta y sin advertencia alguna, comienza a hablar de la urgente conversión que necesita vivir todo el pueblo para acoger a su Mesías y Señor.

En el desierto aparece un profeta diferente. Viene a «preparar el camino del Señor». Este es su gran servicio a Jesús. Su llamada no se dirige solo a la conciencia individual de cada uno. Lo que busca Juan va más allá de la conversión moral de cada persona. Se trata de «preparar el camino del Señor», un camino concreto y bien definido, el camino que va a seguir Jesús defraudando las expectativas convencionales de muchos.

La reacción del pueblo es conmovedora. Según el evangelista, dejan Judea y Jerusalén y marchan al «desierto» para escuchar la voz que los llama. El desierto les recuerda su antigua fidelidad a Dios, su amigo y aliado, pero, sobre todo, es el mejor lugar para escuchar la llamada a la conversión.

Allí el pueblo toma conciencia de la situación en que viven; experimentan la necesidad de cambiar; reconocen sus pecados sin echarse las culpas unos a otros; sienten necesidad de salvación. Según Marcos, «confesaban sus pecados» y Juan «los bautizaba».

La conversión que necesita nuestro modo de vivir el cristianismo no se puede improvisar. Requiere un tiempo largo de recogimiento y trabajo interior. Pasarán años hasta que hagamos más verdad en la Iglesia y reconozcamos la conversión que necesitamos para acoger más fielmente a Jesucristo en el centro de nuestro cristianismo.

Esta puede ser hoy nuestra tentación. No ir al «desierto». Eludir la necesidad de conversión. No escuchar ninguna voz que nos invite a cambiar. Distraernos con cualquier cosa, para olvidar nuestros miedos y disimular nuestra falta de coraje para acoger la verdad de Jesucristo.

La imagen del pueblo judío «confesando sus pecados» es admirable. ¿No necesitamos los cristianos de hoy hacer un examen de conciencia colectivo, a todos los niveles, para reconocer nuestros errores y pecados? Sin este reconocimiento, ¿es posible «preparar el camino del Señor»?

José Antonio Pagola

Ver en la web

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” Allanad los senderos del Señor”. Domingo 7 de diciembre de 2014. Domingo 2º de Adviento.

Domingo, 7 de diciembre de 2014
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gargalloLeído en Koinonia:

Isaías 40,1-5.9-11: Preparadle un camino al Señor.
Salmo responsorial: 84:
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
2Pedro 3,8-14: Esperemos un cielo nuevo y una tierra nueva.
Marcos 1,1-8: Allanad los senderos del Señor.

En los tiempos que escribe el profeta Isaías el pueblo de Israel se encuentra en el exilio de Babilonia y es inminente un posible retorno a la tierra de Israel. Isaías da aliento a su pueblo diciéndoles que ya han satisfecho la pena que tenía estipulada por sus culpas, satisfacción lograda por medio de la esclavitud y los trabajos forzosos que han vivido en Babilonia. Ahora vendrá un mensajero, que el escritor no le da nombre, proclamando que todo monte sea rebajado, allanando, aplanado para hacer una senda a nuestro Dios que regresa triunfante a Jerusalén conduciendo a su pueblo como en otro tiempo lo hizo con los israelitas saliendo de Egipto. El escritor ha tomado una costumbre de su época, según la cual cuando un rey ganaba una guerra o una batalla se hacían caminos ceremoniales en los cuales se celebraba el triunfo del rey sobre sus enemigos. Asimismo Yahvé es el Señor, el Dios de Israel que retorna glorioso triunfante a Jerusalén por un camino preparado por Él. El mensajero anuncia a todo el pueblo esta noticia, noticia de esperanza y de alegría para una comunidad que vivía marginación y explotación. Los evangelistas han asociado a este mensajero que prepara el retorno de Yahvé con Juan el Bautista.

El Salmo canta la esperanza del pueblo desterrado que ahora retorna. Ellos se preguntan hasta cuándo Dios estará alejados de ellos, y la respuesta es unánime: Él mora en aquellos que le son fieles. Ese día Yahvé se hará presente. La justicia y la paz reinarán y las cosechas, que no han producido lo esperado, prosperarán. Es un himno al Dios compasivo que ahora retorna a su tierra para hacerla fructificar. Es la espera y la esperanza en un futuro mejor.

La segunda lectura de la carta de Pedro, nos sitúa dentro del debate sobre el día de la segunda venida del Señor. La comunidad para la que esta dirigida la carta de Pedro se preguntaba cuándo sería ese día en que Jesucristo resucitado volvería. En un principio se les había dicho que pronto pero pasaba el tiempo y no retornaba. El apóstol le responde diciéndole que el Señor no se retrasa en el cumplimiento de la promesa como ellos suponen, sino que usa de la paciencia de los hombres queriendo que todos lleguen a la salvación; por que un día es como mil años y mil años como un día para el Señor. En ese día se inaugurara un nuevo cielo y nueva tierra. Lo que nosotros tenemos que hacer es esforzarnos para ser hallados en paz ante él, y ésta debe ser una actitud permanente pues no sabemos el día en que vendrá. Pedro anima a la espera a una comunidad impaciente, y más que a una espera a vivir esperanzadamente en un futuro mejor. No niega que haya problemas en la comunidad (divisiones, persecuciones), pero lo que nos debe identificar como cristianos es la confianza en un futuro mejor.

El evangelio de Marcos se centra en la predicación de Juan el Bautista. En él se cumple la profecía de Malaquías según la cual vendrá un mensajero delante del Mesías (que sería Elías); y del profeta Isaías que expresa la misión del precursor preparar el camino de aquel que ha de venir. Juan proclamaba un bautismo de conversión el cual era signo del perdón de los pecados y que implicaba el compromiso de cambio de vida. Predicaba un castigo inminente de Dios y ante esa amenaza debíamos reconocernos pecadores, débiles, que hemos fallado, por lo cual el bautismo era expresión de un real cambio de vida y no solo un simple rito. Esta predicación era muy aceptada por las gentes de Jerusalén y de Judea, especialmente los más pobres (luego evangelistas nos dirán que los fariseos y los doctores de la ley, personas importantes, no creyeron en él). Caracteriza a Juan su vestimenta y su dieta, que significaba su talante profético. Se viste a sí porque las tradiciones de la época identificaban con estos rasgos a los profetas. La venida inminente de quien bautizará en Espíritu, es la esperanza que el grupo de seguidores de Juan arraiga en su corazón.

Como vemos, la liturgia del día de hoy nos invita a esperanza, a creer que en medio de las dificultades, de las persecuciones, de las realidades más duras de la vida; es posible un futuro mejor, porque el Señor es fiel a quienes asumen los valores de la verdad, de la justicia, de la fraternidad. Todas estas esperanzas que nos invitan las lecturas, como cristianos, las leemos en Jesús, sobre todo en este tiempo de espera alegre de la Navidad, espera de un nuevo mundo. Que nuestra esperanza sepa dar testimonio ante el mundo de que un futuro mejor, en medio de las difíciles condiciones de nuestra realidad, es posible.

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Dom 7.12.14.: “Juan Bautista, la crisis del sistema”.

Domingo, 7 de diciembre de 2014
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Juan-Bautista-John-BaptistDel blog de Xabier Pikaza:

 Dom 2º Adviento, ciclo B. La liturgia ofrece un texto más largo (Mc 1, 1-8), pero quiero centrarme en sólo en dos versos (Mc 1, 4-6), en los que Marcos presenta la semblanza de Juan Bautista, quien aparece ante la Iglesia como “adviento”: Mensajero de Dios, iniciador del camino de Jesús.

Quien quiera llegar a Jesús y celebrar su Nacimiento, ha de pasar por “el río de fuego” del Bautista… Juan marca la hora del reloj de Dios, anunciando y preparando la llegada de Jesús, por eso ha de estar dispuesto a que le corten la cabeza.

Juan es el representante supremo de la crítica a un sistema dominante, que se viste de mentiras sagradas y engorda con el hambre de los pobres:

a. Juan crítica al sistema sacral del templo con los sacerdotes
b. Crítica al sistema económico del Templo y del Imperio(con sus ropas y comidas)
c. Crítica al sistema del “orgullo” sacro-nacional de algunos que se creen privilegiados por ser sin más judíos (¿hoy cristianos?).

Juan es un profeta molesto, un profeta necesario. Su figura y propuesta pertenece al comienzo-adviento del cristianismo (del evangelio), como ha destacado de forma programática el evangelio de Marcos, y toda la tradición cristiana… Las reflexiones que siguen están tomadas de mi libro “El Evangelio de Marcos” (Verbo Divino, Estella 2010).

Buen domingo a todos

Texto: Mc 4-6. Vino Juan Bautista

4 Vino Juan el Bautista (bautizando) en el desierto, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. 5 Toda la región de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. 6 Iba Juan vestido con pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero a su cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre.

1, 4b. En el desierto (1,4).

El signo no es Juan sin más, sino Juan bautizando “en el desierto”. Ese término alude, por un lado, a los cuarenta años del primer nacimiento israelita, conforme a las tradiciones recogidas entre Ex y Dt (en la línea de Ex 23, 20). En esa línea, el desierto es un lugar de ruptura fuerte, un espacio de prueba o tentación intensa, y evoca, además, el camino del retorno del exilio, conforme a las palabras de 1s 40, 3. Además, puede aludir al camino de ida y retorno de Elías, vestido como “hombre de desierto” (cf. 2 Rey 1, 8), para realizar la obra que Dios le ha encomendado (cf. 1 Rey 19, 4.15).

Vino proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados (1, 4b).

De manera sorprendente, Marcos no presenta a Juan “bautizando” (como si ello fuera algo ya conocido), sino “proclamando un bautismo de conversión”… De esa manera le vincula con (y le distingue de) Jesús, que vendrá a Galilea “proclamando (con la misma palabra: kerydson) el evangelio” (1, 14). Eso significa que el bautismo (de conversión) de Juan no es un simple rito, sino un acontecimiento de salvación que él ha venido a proclamar. Ese bautismo es el centro y tema del kerigma (kêrissôn) de Juan, un rito que en ese momento constituye, dentro de Israel, algo conocido y, al mismo tiempo, una gran novedad, dentro del orden sagrado (sacerdotal) de Israel.

El rito en cuanto tal resultaba conocido,

pues los “bautismos” de purificación constituían un rasgo importante de la religiosidad del tiempo (como atestigua incluso un libro cristiano: cf. Heb 6, 2). Una parte considerable del judaísmo se hallaba preocupada por los bautismos, como puede verse en Qumrán y en otros grupos de bautistas y en los bautismos/purificaciones de los judíos piadosos y ricos, que instalan en sus casas las “mikvas” o piscinas ceremoniales, para limpiarse todos los días, o siempre que hubieran contraído alguna mancha ritual, ampliando unos ritos de purificación que en principio estaban prescritos para los sacerdotes. La misma Ley prescribía el uso lavatorios y bautismos, para que la purificación de los sacerdotes, al empezar y terminar sus ritos en el templo. Moisés lavó y purificó a Aarón y a sus hijos (Lev 8, 6). De un modo especial tenían que lavarse y bautizarse los celebrantes antes y después de los sacrificios (Lev 16, 4.24), y también aquellos que hubieran participado en los ritos (Lev 16, 26-28).

Pero Juan Bautista es un caso aparte.

Él representaba una línea especial, pues no hablaba de “bautismos”, sino que proclamaba un único bautismo, y porque no decía a los hombres y mujeres que se bautizaran ellos (por sí mismos, en sus piscinas rituales), sino que les bautizaba él mismo, en un río muy especial (el Jordán, río de entrada en la tierra prometida), como enviado escatológico de Dios. Su gesto de “bautizar a otros” impresionó de tal forma a la gente que aquellos que le conocieron le llamaban “el Bautista” (es decir, el que bautiza). Por otra parte, su bautismo era un signo profético de carácter único pues anunciaba la irrupción del “más fuerte” (que ofrecerá el bautismo en el Espíritu Santo, como interpreta Mc 1, 8).

Conforme a la tradición del Q, recogida por Mateo y Lucas, el rito de Juan se vincula con imágenes de dura destrucción, que expresan el fin de este mundo, la vuelta al principio del caos, antes que el tiempo existiera (cf. hacha, huracán, fuego: Lc 3, 17; Mt 3, 11-13). Pero Marcos deja a un lado esos signos y relaciona el bautismo de Juan (con agua, para conversión) con la llegada del Más fuerte (=iskhyroteros), que bautizará en Espíritu Santo y Fuego (Mc 1, 8). Sólo ese Más Fuerte “que viene”, realizará la obra de Dios

Bautismo de conversión

Al centrar su mensaje/kerigma en el bautismo de conversión (metanoia) para perdón de los pecados, según Marcos, Juan estaba asumiendo una función de tipo más “sacerdotal”, es decir, más vinculada a unas normas sagradas de la purificación, de manera que su gesto le relacionaba y le separaba de los sacerdotes de Jerusalén, interesados por las purificaciones (aunque más en la línea de los sacrificios, que de los bautismos).

Así podemos situarle más cerca de los esenios de Qumrán, muy preocupados por los temas sacerdotales (y por los bautismos), aunque contrarios a los sacrificios de Jerusalén. Pero, en contra de los qumramitas, Juan proclama (en su kerigma) un “bautismo de conversión” (metanoia) única, es decir, de transformación personal y social para siempre. De esa forma, él establece un “movimiento de conversión definitiva, ante el fin inminente, más que de penitencia repetida.

Esta metanoia o conversión de Juan (cf. 1, 4.8), responde a la exigencia que la Biblia hebrea y la tradición israelita han condensado en la raíz “shub”, que implica un movimiento de “retorno”, esto es, de vuelta a Yahvé, como vemos en muchos testimonios del judaísmo de aquel tiempo, desde los textos Qumrán y de las Diez y ocho bendiciones (Shmone Esre) hasta la Oración de Manasés. Quizá la novedad de Juan está en que pone a sus oyentes ante “la última conversión” (después no hay otra) y la vincula con un único bautismo en el Jordán, que él mismo imparte, para entrada en la tierra prometida.

Este bautismo es para perdón de los pecados…, en la línea de los ritos de perdón del templo (centrados en el Yom Kippur anual); pero el bautismo de Juan, impartido una sola vez, proclama y suscita de un perdón único y universal, sin machos cabríos ni sacrificios ni templo.

1, 5a. Y venía a él toda la gente de la región de Judea y todos los jerosolimitanos

Esta frase supone que Juan ha tenido un éxito muy grande. Ciertamente, ella puede ser una exageración, pero nos sitúa sobre una buena pista para entender su mensaje y el alcance de su propuesta. A diferencia de Jesús (que desarrolla su misión en Galilea), Juan actúa como profeta de (para) Judea y Jerusalén, en un área que parece controlada por los sacerdotes. En ese sentido podemos afirmar incluso que él aparece como alternativa frente al templo, en la línea de los monjes de Qumrán, como un profeta básicamente judío.

Juan dirige su propuesta desde el otro lado del río, a los habitantes de Judea y de Jerusalén (no se dice que vengan a escucharle de Galilea, a no ser Jesús: 1, 9). Eso significa que Juan está directamente vinculado con Jerusalén. Sin duda, su gesto implica una protesta contra el templo y de esa forma su tarea puede y debe entenderse como alternativa sacral (escatológica) al templo.

Por eso, cuando Marcos dice que venían “todos los de Judea y Jerusalén”, está suponiendo que había crecido la protesta contra sus instituciones sagradas.
Juan no anuncia la caída de Roma, ni promueve una guerra santa contra los ejércitos invasores que dependen directamente de Roma o de Herodes, en Perea), sino que eleva su crítica frente al ritual del Templo de Jerusalén, no con el fin de purificarlo y para poner allí a otros sacerdotes (como querrán los de Qumrán o, más tarde, los celotas de la guerra del 67-70), sino para cambiar el mismo orden sacral del judaísmo de su tiempo.

Venían todos…

El texto añade que “todos” venían y eran bautizados, confesando sus pecados”, en una especie de gran liturgia penitencial pública, que no estaba guiada por el sumo sacerdote (como en el Yom Kippur), sino por el mismo Juan, ante el río, abierto a todos (en las aguas públicas), no en los patios interior del templo, reservado únicamente a los israelitas puros.

De esa manera, Juan se eleva en la frontera del desierto del Jordán, como un personaje del fin de los tiempos, asumiendo de algún modo los atributos de Sumo Sacerdote de una liturgia sagrada de tipo escatológico (del fin de los tiempos), oponiéndose así a los sacrificios y a los sacerdotes del templo de Jerusalén.

Juan ofrecía así un mensaje y una liturgia personal, dirigida a cada uno de los que venían y confesaban sus pecados, por opción (no por simple pertenencia al pueblo elegido), dirigiéndose a todos los habitantes de Jerusalén y de Judea, a los que quiso sin duda reunir y preparar, ante la llegada del fin de los tiempos. Este kerigma del bautismo “de conversión”, para perdón de los pecados, se elevaba, según eso, como alternativa al templo, de manera que podemos afirmar que Juan había ido al desierto (al Jordán) para enfrentarse con las instituciones sacrales de Jerusalén, ofreciendo un mensaje y un rito alternativo. Debemos añadir, además, que su propuesta ha tenido éxito, al menos relativamente, pues venían a él “todos” los de Judea y Jerusalén, según el texto.

1, 5b. Y eran bautizados por él en el río Jordán…

El verbo está en pasiva (ebaptidsonto), como suponiendo que, a través del bautismo de Juan, bautizaba el mismo Dios. De esa forma, el gesto activo de Juan vinculaba la “purificación” (perdón de los pecados, no de faltas rituales), con la entrada final en la tierra prometida (paso del Jordán; cf. 1, 5). Estrictamente hablando, el río Jordán no se adentra en el desierto, pero discurre por zonas casi desérticas, separando la tierra de Judá, donde está Jerusalén (ribera occidental, Westside), de la tierra de Perea (es decir, “Del Otro Lado”, la ribera oriental) que, estrictamente hablando, no formaba parte de la tierra prometida.

— Según eso, Juan vinculaba su bautismo con el perdón de los pecados y con el paso hacia la tierra prometida, desde el borde del desierto. En ese contexto debemos recordar que el éxodo de los israelitas culminó, según Jos 3, en el paso del río: los que venían de Egipto, cruzando el gran desierto, atravesaron milagrosamente el cauce del Jordán para entrar en la tierra prometida.

— También ahora los convertido del Bautista debían penetrar en el agua, confesando los pecados y esperando la liberación final. Este dato es suficiente para Marcos, quien supone (teológicamente) que en el mismo centro del desierto (prueba) hay un río que no es signo de fertilidad (como en Ez 47), sino de bautismo y conversión, un río que se sitúa en la frontera del desierto, y cuyas aguas no sirve2 para dar vida, sino para confesar los pecados y esperar el perdón.

1, 6. Vestidos y comida

Marcos sigue diciendo que Juan «iba cubierto con pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero a su cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre». Estos signos definen y delimitan su vida, frente a los sacerdotes de Jerusalén y frente a todos los que viven “instalados” en este mundo viejo, al que se ajustan a través de sus comidas y bebidas. Su mismo estilo de vida constituye un signo de condena para los sacerdotes de Jerusalén y para los ricos de la tierra. Por eso ha decidido situarse en el principio de la historia israelita (como los que venían de Egipto con Josué, en Jos 1-3), reuniendo a unos discípulos en el desierto y preparando allí (junto al río) la llegada del juicio (destructor y salvador) de Dios, que les permitirá entrar de un modo nuevo en la tierra prometida. Desde ese fondo pueden valorarse algunos de sus signos.

Allí donde acaba el desierto discurre el Jordán, y quien lo pueda cruzar como lo hicieron antaño Josué y los suyos (cf. Jos 1-4) recibirá la herencia prometida. Pues bien, a la vera del río habita Juan, preparándose para pasar a la tierra y recibir el don de Dios (Mc 1, 5) y en su entorno se forma una “comunidad” de entusiastas escatológicos, atentos al primer “movimiento” de Dios (podríamos citar en ese contexto a Jn 5, 3-4) para cruzar el río y entrar en la tierra prometida. A Juan le matarán antes de que llegue su hora de cruzar el río. Jesús lo cruzará para iniciar la tarea del Reino en Galilea (de donde había venido), diciendo que el tiempo se ha cumplido (1, 15).

Ropa como Elías. Juan y sus discípulos se cubren con pelo de camello y cinturón de cuero (Mc 1, 6). Así recuerdan a Elías (2 Rey 1, 8), profeta ejemplar (a quien seguirá recordando Jesús, tras separarse de Juan, aunque en otra línea), anunciador del juicio de Dios sobre el Carmelo (cf. 1 Rey 18). Estas vestiduras son signo de austeridad profética y de vida de desierto (antes de entrar en la tierra cultivada). Pero el camello no es sólo señal de austeridad sino de impureza (cf. Lev 11, 4). Al vestirse de esa forma, Juan protesta contra las normas de los “miembros puros” de Qumrán o del farisaísmo. Por su parte, Jesús seguirá en esa línea de protesta contra un tipo de leyes de pureza, pero no volviendo al desierto como Juan, sino amando y ayudando de un modo especial a los impuros (en comida, curaciones etc.).

Comida: saltamontes y miel silvestre. Parece evocar un ideal de vuelta a la naturaleza, es decir, al tiempo del desierto, antes que los hebreos entraran en la tierra prometida (alimentos sin preparar, no sujetos a las leyes del mercado). Juan y sus discípulos forman, por su comida y vestido, una comunidad contra-cultural y anti-cultual (no compran en el mercado, con su ley injusta; no acuden al templo de Jerusalén, ni acatan las normas de pureza de fariseos y qumramitas). Ellos son unos “transgresores”, pues para los judíos observantes la miel silvestre era impura, por contener restos de mosquitos e insectos. En esa línea avanzará Jesús, pero no comiendo comida de desierto, sino compartiendo la comida con los impuros y expulsados de Galilea.

Éste es Juan, un hombre antisistema…, un crítico total de las instituciones. Sólo pasando por su proyecto y programa de vida se puede llegar al Cristo.

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“Tres caminos hacia Jesús.” 2º Domingo de Adviento. Ciclo B

Domingo, 7 de diciembre de 2014
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3623727-lgDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El camino poético (lectura de Isaías)

Hacia el año 540 a.C., los judíos llevaban casi cincuenta años desterrados en Babilonia. Años duros, de grandes sufrimientos, de ansia de libertad y de vuelta a la patria. Esa buena noticia es la que anuncia el profeta. Pero el largo camino, a través de zonas a menudo inhóspitas, puede asustar a muchos y desanimarles de emprender el viaje. Entonces, una voz misteriosa, da la orden, no se sabe a quién, de preparar el camino al Señor. No se dirige a hombres, porque la labor que realizarán es sobrehumana: construir un el desierto una espléndida autopista, allanando montes y colina, rellenando valles. Por ella volverá el pueblo judío, acompañado de su Dios, como un pastor apacienta a su rebaño.

“Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle,  que se ha cumplido, su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha  recibido doble paga por sus pecados.”

Una voz grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos – ha hablado la boca del Señor”-

-Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá:  “Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con el su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.”

El camino ético (Qumrán)

Con el tiempo, la idea de preparar un camino al Señor en el desierto adquirió un sentido nuevo: a mediados del siglo II a.C., un grupo de sacerdotes y seglares judíos, descontentos con el comportamiento de los sumos sacerdotes de Jerusalén y de las costumbres paganas que se estaban introduciendo, recordando el texto del libro de Isaías, decide retirarse al desierto de Judá y allí, en Qumrán, fundar una especie de comunidad religiosa. En el desierto preparan el camino del Señor. Ya no se trata de un camino poético, sino de una conducta conforme a la Ley del Señor. (En hebreo, derek puede significar “camino” y “forma de conducta”, igual que way en inglés).

El camino del Señor Jesús (evangelio)

Esta misma interpretación del texto de Isaías es la que aplica el evangelio a Juan Bautista. También él marcha al desierto a preparar un camino. A primera vista parece tratarse de un camino ético, como un Qumrán, ya que Juan exhorta a la conversión y al bautismo para el perdón de los pecados. Pero sus palabras dejan claro que prepara el camino a una persona más poderosa que él y que trae un bautismo superior al suyo: Jesús.

Está escrito en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.” Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y é1 los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:  “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero é1 os bautizará con Espíritu Santo.”

[A propósito de la diferencia entre el bautismo de Juan y el de Jesús conviene recordar que el verbo “bautizar” significa en griego “lavar”. Los fariseos, por ejemplo, “bautizan” los platos, los lavan. Pero se puede lavar con agua sola, como hace Juan, que es un lavado superficial, incapaz de limpiar las manchas más profundas; y se puede lavar con “Espíritu Santo” (o “con Espíritu Santo y fuego”, como dice otro texto) limpiando totalmente a la persona.]

Esperad y apresurad la venida del Señor (2 Pedro 3, 8-14)

A mediados y finales del siglo I, muchos cristianos empezaron a sentirse desconcertados. Les habían repetido que la vuelta del Señor y el fin del mundo eran inminentes. Sin embargo, pasaban los años y el Señor no volvía. El autor de la 2ª carta de Pedro (que no es san Pedro) sale al paso de esta inquietud, ofreciendo una respuesta que, después de veinte siglos, no convence demasiado: el Señor no se retrasa, sino que nos da un plazo para que podamos convertirnos. El autor mantiene la postura tradicional de que la llegada del Señor y el fin del mundo será algo repentino, inesperado. Y en vez de quejarnos de que el Señor se retrasa, debemos “esperar y apresurar la venida del Señor”. Además, el fin del mundo será el comienzo de un nuevo cielo y una nueva tierra, y hay que prepararse para recibirlos llevando una vida santa y piadosa, en paz con Dios, inmaculados e irreprochables.

Queridos hermanos:  No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino  que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá. Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables.

Una ética basada en Jesús

La segunda lectura, igual que el evangelio, une el camino de la ética con el camino que lleva a Jesús: Juan Bautista lo relaciona con la primera venida; la carta de Pedro, con la segunda. La liturgia nos indica que el Adviento no es época de espera pasiva, como quien espera que empiece la película: hay que comprometerse activamente. Y ese compromiso debe basarse en el recuerdo de la venida del Señor y en la esperanza de su vuelta.

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