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Conversando con NN en torno a Jesús.

Jueves, 30 de noviembre de 2023

OSSA-perfil-2-e1694195218257-400x533Vuelve Manuel Ossa, el teólogo chileno que ya había participado en ATRIO –traductor y presentador en 2008 del libro de Roger Lenaers Otro cristianismo es posible y, posteriormente, dos artículos. Hoy nos escribe, respondiendo a la llamada para construir entre todos ese nuevo ATRIO Lugar de Encuentro transfiriendo esperanza para el futuro. Y lo hace ofreciendo una especio de credo personal resumen de un largo itinerario de búsqueda, que nos resume. AD.

– Nací en Santiago, Chile, en noviembre 1931

– Hasta 1970 fui católico y jesuita. Me doctoré en teología en la Universidad Católica de París en 1964 con una tesis sobre Maurice Blondel, su filosofía de la acción y su espiritualidad, tesis patrocinada por Henri Bouillard.

– De vuelta a Chile, desde mediados de 1964 hasta fines del 69, fui miembro del equipo del Centro Bellarmino, subdirector de la  revista Mensaje y docente de teología fundamental en la  Universidad Católica de Chile.

– Entre 1970 y 1971 trabajé en formación de maestros de escuela en el Instituto Bernasconi, Ministerio de Educación, Buenos Aires. Entre 1971 y 1973 saqué un postgrado (Magister)  en Psicología Social en FLACSO.

– Después del golpe cívico militar de 1973 me trasladé con mi familia a Francfort en Alemania. En la década de los 70 trabajé como asistente del Prof. Dr. Hans Schmidt en la cátedra en la Fac. de Teología de la Universidad de Francfort. Entré a la iglesia evangélica de Hesse y Nassau, la que me ordenó como pastor y a la que serví primero en la comunidad de Massenheim, luego como capellán universitario en la ciudad de Giessen, después en una parroquia en Giessen y otra en Frankfurt.

– A fines de los 80, cerca de mi jubilación, volví a Chile para trabajar como investigador y animador de talleres teológico-políticos en el Centro Ecuménico Diego de Medellín.

Me preguntaste, N.N., si te podías llamar “cristiano” por el solo hecho de tratar de vivir lo que Jesús enseñó, aunque sin la exigencia de “adorar a Jesús”. Esta pregunta me conmovió, porque me la vengo planteando hace mucho tiempo y en ella se juega el sentido de la vida, la tuya, la mía, la de todos.

Hablar de sentido es hablar de una opción capaz de orientar la vida y de energizarla. Y esa opción se llama también fe. Con ella se afirma que lo único importante es comprometerse con una dinámica que nos haga salir de nosotros y despreocuparnos de muchos intereses egoístas, por intuir que no basta con vivir para sí mismo. Nuestra mente y nuestro afecto parecen estar movidos por el espíritu que bulle en la materia para hacernos pasar, evolutiva pero también conscientemente, hacia una realidad mayor que nosotros mismos, un Todo o un Misterio que nos sostiene y abarca, como se lo expresa tantas veces en los símbolos de la poesía, el arte, la religión y se lo ve realizado en la emergencia histórica de personas extraordinarias, como Buda, Lao-Tsé, Jesús, Mahoma, Mahatma Gandhi. Como si la vida nos ofreciera en ellos unas propuestas factibles de mejor humanidad.

Nuestra cultura occidental ha sido marcada por una de esas figuras históricas, la de Jesús de Nazaret, a quien se lo ha malinterpretado según las épocas y los intereses de los grupos dominantes. De su persona y su mensaje se ha hecho una religión organizada en diversas iglesias, que no siempre han interpretado bien a Jesús, quien nunca pensó en términos de iglesia, sino en una sociedad nueva de todos y para todos, comenzando por la de Israel. Él la soñó como el “reino de Dios”.

En las pocas noticias que contemporáneos y seguidores suyos dejaron por escrito, se puede entrever a Jesús, el aldeano de Nazaret, como un hombre abierto a todos, sin prejuicios religiosos ni temor del qué dirán; de una bondad y un talante compasivo que le hizo pasar por la vida mirando por el bien de los más desfavorecidos, devolviendo dignidad a quienes la sociedad descastaba y desclasaba. Jesús estaba por la vida en plenitud y no por la legalidad vigente, y por ello era crítico del ritualismo religioso y del rigorismo moral.

Era un gestor apasionado de la reconciliación entre hermanos, y no de sacerdocios ni sacrificios expiatorios. Por ello el Dios Padre del que hablaba y con el que se sentía entrañablemente unido no moraba en ningún templo, sino en cualquier parte donde hubiera que liberar a los caídos o a quienes se hallan confinados en los márgenes por el hambre, la cárcel y la enfermedad, o por ser migrantes, extranjeros y pobres.

Como Jesús fue consecuente hasta el final, lo mataron por proclamar el reino de Dios, acto considerado subversivo, porque abolía tendencialmente el poder político del Imperio Romano. ¿No había puesto en duda toda autoridad cuando cortó entre sus seguidores una disputa por el poder? Les dijo secamente: “¡no debe ser así entre vosotros!”. Su propuesta era el servicio fraternal recíproco, en vez del señorío, el mando y la explotación.

Jesús fue considerado e interpretado, en las categorías de la época, como el “ungido” y el “hijo de Dios”. En términos modernos más acordes con una visión evolutiva del universo, podríamos decir hoy que Jesús fue un hombre como nosotros en el que el espíritu que anima y moviliza la materia habría realizado por adelantado la mutación definitiva de lo humano individual hacia la solidaridad universal. Es hora de darle cancha al mismo espíritu para que nos inspire en la tarea de configurar una o muchas realizaciones históricas de una mejor humanidad. — ¡Que el “reino de Dios” venga a nosotros y nos active, reuniéndonos de veras!

Manuel Ossa B.

Pirque, 15 y 22/04/2021 y 05/09/202

09-septiembre-2023

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