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“ La mejor noticia desde la Cruz”, por Gabriel Mª Otalora

Jueves, 26 de mayo de 2022

Georges-Rouault-CrucifixionDe su blog Punto de Encuentro:

Reflexiones del libro “La Cruz. Variaciones sobre la Buena Noticia”.

Ed. San Pablo, 2022. 182 págs.

La llegada del Mesías y su plan de liberación, anunciado por los profetas, no fue como la mayoría esperaba. El primer sorprendido fue su primo Juan el Bautista que suponía un Mesías más severo y vencedor, alejado de un sembrador de Vida que no logra ver la recolección de sus frutos. Esto interpela a nuestra vanagloria pues somos sembradores, no necesariamente recolectores.

Cristo condensa en la cruz el vaciamiento total por amor señalando una realidad trascendente que vamos descubriendo desde la oración y la entrega personal, no desde las certezas y seguridades. Cecile Saunders, impulsora de los cuidados paliativos, experimentó que la respuesta cristiana al misterio del sufrimiento y de la muerte no es una explicación sino una Presencia. Tanto es así que San Pablo dirigió palabras fuertes a los Gálatas  cuando les dijo que habían cedido ante la tentación de no entrar en el misterio de amor, sino de explicarlo. Y como dice el Papa, “Sólo con la contemplación activa se va adelante en este misterio amor”.

La historia sagrada, desde sus albores bíblicos, es una revelación progresiva en lo esencial, entre contradicciones y claroscuros en lo cotidiano, nunca desvelada totalmente. ¡Quién hubiera pensado que Dios iba a manifestarse en una cruz! Pero Dios se esconde en el Misterio. ¿Puede un criminal rechazado por todos y crucificado ser la mayor revelación de Dios? ¿Puede manifestarse Dios en la muerte, el dolor y la indigencia? ¿Puede revelarse ahí en toda su plenitud como Misericordia, como Amor eterno a todos? ¿Y al mismo tiempo, desenmascarar el mal en toda su crudeza? Misterio incomprensible el de la Cruz que tiene su cara en la resurrección de Cristo.

El que no podamos entender algo en su totalidad, no excluye que podamos entenderlo siquiera un poquito del amor, la fe, la justicia o la bondad de Dios. Pero, junto al misterio, aletean las tentaciones… ¿Cuáles son las dos tentaciones de las que alerta el Papa Francisco? La primera, abrazar a un Cristo sin la Cruz, a la manera de “un maestro espiritual” que te lleva adelante con tranquilidad sin tocar la vida. La segunda, la de una Cruz sin Cristo, la de permanecer rebajados y resignados con el peso de la injusticia y del pecado, sin esperanza. Una especie de “masoquismo espiritual” muy cristiano. La cruz solamente sin Cristo.

¿Cómo afecta esto a mi persona? La Cruz cristiana, para nada es abandonarnos en nuestros sufrimientos, sino trabajar para salir de ellos sin provocarnos dolores viviendo confiadamente en Dios. La cruz de aceptar lo que no podemos cambiar ni entender, la de ayudar incluso a quienes no son nuestros amigos, la cruz de rezar diariamente aun sintiendo tedio, la de escuchar, que es mucho más que poner cara de escuchar, la de transformar el sufrimiento en amor, la cruz de mejorar nuestras debilidades… La dicha de esta Cruz es descubrir a Jesús en todo aquél que se cruza en mi camino, y pensar que haría Jesús en mi lugar.

No podemos olvidar que triunfar en la vida, de verdad, es acertar en la respuesta. Cuando llega la noche, lo fecundo de Dios no está en que lo entendemos todo ni en que nos libra de las cosas inmediatas, sino en que libera en nosotros la capacidad de superar y ver más allá de lo inmediato. Nos obliga a ver lo exigente más allá de lo útil. Nos hace crecer por encima del dolor para ser mejores. Por eso nos capacita para el despojamiento. La pregunta que procede, entonces, sería: ¿Confío en el plan de Dios, a su manera, sin necesidad de seguridades por medio?

El deseo de Dios no es sufrir, sino vivir en plenitud, como si quisiera que todos hollemos bellas montañas con las vistas más espectaculares que nos llenan de gozo… Pero, claro, hay que subirlas para sentir ese gozo. Y cuando alguien sienta cansancio, dolores o desánimo, debemos pararnos en su camino para ayudarle a subir… La felicidad cuesta lograrla porque exige esforzarse en la dirección adecuada.

Cuando Jesús afirma que, para ser su discípulo, niéguese uno a sí mismo, tome su cruz y le siga, no significa que nos enfanguemos en cualquier sufrimiento. El dolorismo lleva a un Jesús que nos libra de la culpa a través del sufrimiento en la cruz, no por su amor. A partir de ahí, es fácil llegar a la conclusión de que el dolor es bueno en sí mismo y agrada a Dios como tal dolor, en lugar de acoger la llamada que Dios nos dirige para vivir sensibles al dolor de los demás, aquí y ahora, alejados del orgullo autocompasivo.

Venimos de una teología cristiana de la salvación no siempre percibida como Buena Noticia. Algunas prédicas y vivencias se apoyan más en el miedo que en el amor. ¿Y qué hizo Jesús? Pues más allá de la cura de enfermedades, sana la vida enferma dejando una inmensa paz en las personas. Su salvación comienza con las Bienaventuranzas. Es cierto que muchas cruces vienen sin llamar (enfermedades, limitaciones, soledades, abusos…) sin que ello haya de interpretarse como algo querido por Dios para vivirlo con resignación, mal llamada cristiana, sin hacer nada por liberarse de ellas o vivirlas de otra manera.

Si hay que mortificarse, es mejor hacerlo puliendo nuestras bajezas y debilidades que afloran desde el orgullo, la soberbia, la ira, la indiferencia, la pereza, la envidia, la falta de compasión y todas las actitudes que despliega el egoísmo. Para Ignacio Ellacuria, no se puede poner la cruz donde quiere cada uno sino donde fue colocada por Jesús, que no buscó para sí la muerte sino el anuncio de la Buena Nueva.

Dios quiere misericordia, no sacrificios. Casar ambas cosas es posible, pero cuando se trata del esfuerzo para domeñarnos y actuar con verdadera misericordia. Es verdad que el sacrificio está presente en casi todas las religiones con un carácter expiatorio y la intención de aplacar a los dioses o agradecerles las buenas cosechas. La Biblia, en cambio deja claro que Dios no bendice un sacrificio humano (Isaac). Los atletas hacen sacrificios para mantenerse en forma y competir; el ascetismo sería el estilo de vida austero que conduzca a la perfección moral y misericordiosa como ofrenda querida por Dios. Lo cierto es que eso de la “perfección moral” como medio para, suele quedarse a menudo en mero perfeccionismo, sin demasiada ligazón con la humildad de amar al prójimo al estilo de Jesús.

El riesgo, siempre latente, es vivir lo cristiano sobre rituales y sacrificios en lugar de con actitudes y hechos de amor, que son las cruces que Cristo nos pidió. En palabras del teólogo José Comblin, de la concepción que tengamos del sacrificio depende la concepción de Dios y de la vida humana, donde se refleja toda la teología. Lo cristiano no trata del sacrificio que cree necesario destruir una vida para lograr más vida. “¿De qué me sirve la abundancia de vuestros sacrificios?

La gran novedad gozosa reside justamente en esta gratuidad absoluta de Dios. La muerte de Jesús es la consecuencia de darse por entero sin un sentido de sacrificio, sino de martirio; y ningún mártir quiere morir. Dios podría cambiar el curso de la historia en un alarde de omnipotencia, pero se hace vulnerable al albur de nuestra libertad incluido el dejarse rechazar por nosotros. El poder de Jesús no es arrollador sino amor humilde y paciente ¡Cuánto cuesta seguirle aun sabiendo que su historia no acaba en el Viernes Santo!

Cristo como signo de contradicción, permanece intacto en la pandemia sanitaria y en medio de este mundo violento y en decadencia hedonista donde las grandes creencias están en crisis. El plan de Dios, pues, requiere de personas atentas a discernir dónde y cómo sale Jesús al encuentro, dispuestas a continuar la evangelización a la manera del grano de mostaza. Un Mensaje, en fin, que sigue siendo más fuerte que las deserciones, las inconsecuencias y los enemigos cosechados.

La Cruz como centro de la historia que supera la mediocridad, vence al egoísmo, mejora las relaciones humanas, ayuda a quien lo necesita. Lo demás, la Ley y los profetas, la Tradición patrística, los carismas, la institución eclesial con sus pastores y laicos, estamos al servicio de este Mensaje. Todo tiene sentido desde el amor verdadero, lo único digno de fe.

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