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Lo irracional y valioso de la seducción de la fe

Domingo, 30 de agosto de 2020

cristojesusDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. seducir

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir, hemos escuchado al profeta Jeremías (1ª lectura).

Seducir es un término proveniente del latín: se-ducere (guiar, conducir) y etimológicamente significa una fuerte atracción que invita a “salir de uno mismo hacia otra realidad, persona”. Seducir es embargar o cautivar el ánimo; algo ejerce sobre nosotros una gran influencia y atractivo. (Diccionario de la Real Academia de la Lengua).[1]

Hay realidades y situaciones en la vida, a veces positivas, a veces negativas, que nos sobrecogen, que nos fascinan, nos seducen:

La bondad de una persona, la belleza física y espiritual, el arte (la emoción estética), el sentimiento de pertenencia a una cultura-nación (donde uno ha nacido), la sexualidad, la vocación religiosa, la “llamada” al matrimonio, la fe, algunos valores y cualidades  de algunas personas, etc.

Una enfermedad, una venganza, una muerte o un asesinato nos estremecen.

Hay situaciones, iconos, dimensiones de la vida que nos dejan fascinados, deslumbrados, seducidos.

Jeremías es consciente de que los profetas terminan mal, no sale gratis ser profeta. Y Jeremías se dice a sí mismo y le dice a Dios: “déjame de líos” que me voy para mi casa.

El profeta camina siempre a contracorriente del orden establecido, de la cultura imperante, de la globalización del mercado. El profeta no es arribista, es contracultural.

De ahí que el camino de la vida pase por la experiencia dolorosa de la cruz: el Hijo del hombre tiene que padecer…

  1. “palabra” de aliento vital.

Al mismo tiempo, lo que Jeremías ha escuchado de Dios en la vida, la “Palabra”, le ha fascinado, le ha seducido y se ha dejado seducir. La “Palabra”, la sensatez se volvió el centro, el fuego ardiente de su vida, el sentido de la existencia…

Estamos en una segunda oleada de esta pandemia que nos golpea. Es una situación mundial con muchas ramificaciones sanitarias, psicológicas, económicas, que la estamos tratando con una gran superficialidad. Esta pandemia nos preocupa, pero no nos sobrecoge.

Llama la atención la superficialidad con la que la sociedad se está tomando esta cuestión. Con la excepción de las cuestiones médicas, todo se reduce a ver si se puede ir o no a una discoteca, si en la playa hay que estar a dos o 22 metros de distancia, las horas de cierre… pero en los medios de comunicación, ni en la misma iglesia está presente la “Palabra”, la sensatez que se le dirige a Jeremías.

Ni la misma iglesia aborda la cuestión con esperanza, con una “Palabra” que anime y aliente.

Es cierto que en la iglesia muchas instituciones y grupos están ayudando en cuestiones asistenciales: alimentos, comedores sociales, ayudas, etc., pero lo demás han sido palabras sobre el precepto dominical y poco más. ¿A quién le seduce si el domingo hay que ir a misa o no?

Tras seis o siete meses que llevamos de crisis, esta semana, el obispo Luis Argüello -secretario de la conferencia episcopal española- ha dicho que hemos de “ser testigos de la esperanza” frente a la “impotencia” de la pandemia, (¡Menos mal!). ¿Se nos ha olvidado y no sabemos estar presentes en el mundo especialmente en las situaciones de dificultad? ¿No tenemos ya una “Palabra” sensata que comunicar, un consuelo, una esperanza? Cuando las cosas vienen mal dadas, ¿No tenemos una “Palabra” de aliento, de halito vital?

En ocasiones ese encanto, esa “Palabra” reviste síntomas de una serenidad profunda.

Cuando un enfermo terminal ve en su mesilla la imagen de la Virgen de su pueblo o mira su alianza matrimonial, abre infinitos recuerdos, vivencias, probablemente producen más paz que todas las teologías de la historia.

Una conversación reconciliadora con una persona con el que la historia ha sido turbulenta, es fuente de serenidad sobrecogedora.

No sé si me equivoco al pensar y decir que la seducción es una fuerza “no racional” que “arrastra” al ser humano. Irracional no significa que no sea razonable, valiosa y buena; mucho menos quiero decir que lo no racional sea algo malo, sino quiero decir que no depende, al menos no depende exclusivamente de la razón.

  1. Una seducción mística

         Toda seducción tiene algunas dimensiones de mística, incluso con ciertos tonos de coraje.

         Es evidente que unos jóvenes -o no jóvenes- reunidos en o por un mismo espíritu ejercen, y “se ejercen” una seducción. En una masa de gente se entrecruzan un mundo de sentimientos. Las masas se contagian (en todos los sentidos), se retroalimentan con su “espíritu”, con el sentimiento (el que sea):

El concierto de la isla de Woodstock en 1969 congregó a medio millón de jóvenes y fue una fascinación colectiva de música, de mayo del 68´, de libertad, de LSD y marihuana.

No todas, pero sí muchas de las personas que vivieron las grandes concentraciones políticas de tiempos no lejanos en Alemania, España, Italia, vivían de una seducción étnica y patria, romántico-nacional amasadas en una mística.

El mundo del deporte genera éxtasis, adhesiones y adicciones, sintetiza sentimientos nacionales. El mundo del deporte no es especialmente racional, sino por puro sentimiento pulsional.

La misma emoción estética va más allá de lo racional escuchar una misa de réquiem no es un frívolo concierto de la Quincena musical, sino una “seducción” de esperanza, horizontes, cielos, etc.

  1. tres breves anotaciones
  2. La seducción ha de dar paso a un asentamiento maduro y razonable.

Para que una fascinación sea sensata, realizadora y humana de la historia personal, el fogonazo inicial ha de dar paso a un asentamiento razonable, que requiere tiempo, reflexión, contrastar las cosas, diálogo. Es decir que fluya el logos, la “Palabra”, la sensatez.

  1. seducción y frustración.

Una seducción que nos deje sumidos en la desilusión, significa, tal vez, que no ha sido ni plena ni sana, o que no hemos sabido encauzarla, o quizás que nos hemos equivocado en la vida, que tampoco es ningún delito. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse.

  1. las represiones.

         Las cuestiones que atraen y magnetizan al ser humano no pueden ser tratadas crónicamente por represión. La vida necesita desarrollo, desplegarse. El agua que se va acumulando en un pantano y no se le da salida, termina por reventar la presa.

         Ni todos ni siempre lo han hecho así, pero en la moral y espiritualidad católicas el freno, la represión  y la condenación han sido armas excesivamente usadas. La represión no hace bien, otra cosa es la educación.

  1. Racionalidad y emotividad (sentimientos). cabeza y corazón.

Que tenemos dimensiones “no racionales”, sino más bien emotivas y pulsionales en la vida, es un hecho más que evidente. Y que al amplio mundo del sentimiento hay que poner razón, también es algo evidente.

Podemos pensar noblemente que Cristo puede ejercer una llamada, una atracción, una seducción.

En algún momento o etapa de nuestra vida, hemos decidido seguir al Señor, porque hemos encontrado en Él eje, el camino que da sentido y puede encauzar nuestra vida.

En un “segundo momento” habremos dado forma a esa decisión: somos cristianos en un estilo determinado: formas de vida, matrimonio, vida religiosa, carismas, etc. Probablemente en nuestra decisión han influido emociones y razones: un buen cura que conocimos, un amigo, una enfermedad, un profesor, la lectura de un autor, el propio esfuerzo intelectual.

         La fe no se vive ni sola, ni principalmente a golpe de impulsos, pulsiones, golpes viscerales, un atractivo masivo, ¡qué bien estamos aquí!: más o menos como en la transfiguración.

  1. Entre sentimientos y abstracciones. vida y represiones.

         La fe no es solamente un sentimiento, una seducción. Tampoco la fe es una pura racionalidad abstracta.

        Pietismos y sentimientos

Siempre se han dado en la historia de la Iglesia tendencias a un pietismo sentimental, una fe más simplista que sencilla. Y una cosa es la sencillez, incluso la religiosidad popular, y otra muy distinta el simplismo  populachero en la vida.[2]

Los villancicos que cantábamos en familia en nochebuena, eran vivir, transmitir-cultivar emotivamente la fe la navidad, lo conmovedor de la fe.

         Hemos de cuidar y cultivar la dimensión emotiva de la fe (y de la vida): el descanso de nuestra vida en el Señor, los espacios y los tiempos sagrados, las evocaciones (llamadas) culturales y cristianas de nuestros montes y ermitas, la música y el silencio (¡), etc.

La fe está no tanto en la aceptación de una dogmática, sino en esa seducción amable del Señor en quien encontramos salud y vida.

Dimensión racional de la fe.

         Por ser personas humanas (inteligentes), por nuestro momento en la historia (hijos de Platón, del judaísmo y de la Ilustración) somos seres pensantes, racionales. Tenemos una tendencia a la abstracción. En el fondo es también nuestra búsqueda de verdad.

         Necesitamos buscar y formular la verdad que ansiamos y que nunca está en nuestros moldes humanos. La fe busca siempre una mejor expresión.

La teología brota de la fe. Remontando las aguas del río de la teología llegamos al manantial de la fe. Cuando vemos o leemos, ¡o padecemos! ciertas teologías, en el fondo estamos sufriendo alguna fe distorsionada y lejana al Evangelio, a la palabra del Señor.

         La vida es una amalgama nada fácil de Dionisios y Apolo, pulsiones y razón, sentimiento e inteligencia. La palabra es la Luz, el Logos de la irracionalidad humana.

la palabra es en mis entrañas fuego ardiente

[1] También la seducción tiene otras acepciones de engaño, pero no vienen al caso.

[2] Hay quien un tanto simplísimamente dice: menos teología y volvamos a la sencillez del evangelio. Lo que ocurre es que el evangelio no es tan sencillo. Por ejemplo, el evangelio de san Juan es muy complejo, la carta a los Romanos no es nada fácil. También hay quien sigue diciendo: volvamos a “la fe del carbonero”, lo que pasa es que tampoco existen ya carboneros…

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