Inicio > Biblia, Espiritualidad > “El que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a mí.”. Domingo 28 de junio de 2020 13º Ordinario

“El que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a mí.”. Domingo 28 de junio de 2020 13º Ordinario

Domingo, 28 de junio de 2020

36-ordinarioa13Leído en Koinonia:

2Reyes 4, 8-11. 14-16a: Ese hombre de Dios es un santo, se quedará aquí.
Salmo responsorial: 88: Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Romanos 6,3-4.8-11: Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que andemos en una vida nueva.
Mateo 10,37-42: El que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a mí.

Las exigencias de la cruz cambian para cada generación de creyentes. En la época de Jesús existía la amenaza inminente de la muerte ignominiosa, bien fuera por la cruz, la espada o la lapidación. Los cristianos eran vistos como una amenaza para el imperio y, con frecuencia, se les acusaba falsamente de sedición. Con el tiempo, la pena capital fue cambiando de modalidad y sus cuerpos fueron quemados en locales públicos, o arrojados a leones, osos, tigres, toros y toda clase de fieras. Todas estos intentos de bloquear, anular o eliminar la novedad del evangelio fueron vanos porque la fuerza del cristianismo radica en la cruz de Cristo.

Los cristianos de los primeros siglos no anunciaban religiones de salvación, ni sanaciones individuales ni ritos de purificación. Aunque ellos anunciaran la universalización de la obra salvadora, curaran enfermos y tuvieran el símbolo del bautismo como rito de iniciación, lo que los hacía diferentes era su radical denuncia de la injusticia. Anunciar a un Mesías crucificado era, y es, ir en contra de todos los parámetros sociales, de las buenas costumbre e, incluso, de los preceptos de la religión. Ellos anunciaban como redentor a uno que el sistema lo había proscrito, condenado y sentenciado al escarnio público. El anuncio de un Mesías Crucificado era, en realidad, una denuncia vehemente de un sistema de creencias, valores e instituciones que habían hecho de la violencia, la mentira y la opresión los valores indiscutibles de la organización social. ¿Cómo iban a ver con buenos ojos las autoridades de Jerusalén, los gendarmes del imperio y el pueblo alienado que un individuo apoyado por un pequeño grupo de hombres y mujeres cuestionara directamente sus valores y anunciara que otra sociedad era posible? Imposible para la gente, pero no para Dios.

Las comunidades cristianas desde el inicio tuvieron conciencia de la magnitud de la tarea a la que se enfrentaban. La experiencia del resucitado les llevó rápidamente a descubrir que debían superar los límites de las comunidades palestinas y lanzarse a la misión universal; debían dar prioridad a la construcción de las comunidades y dejar a un lado la tentación de construirse edificios; debían enfocarse sobre los grupos excluidos y marginados y dejar de lado los centros de poder; debían asimismo retomar las opciones fundamentales de Jesús y hacerlas vida en todos los rincones del imperio. Por eso, las exigencias para seguir a Jesús se fueron formulando con una claridad y precisión asombrosas en cada comunidad. Los contenidos fundamentales se fueron adecuando a cada contexto histórico y cultural pero sin atenuar las características esenciales del mensaje.

Por tanto, no debe sorprendernos que Mateo nos diga con tanta ‘dureza’ las exigencias del seguimiento de Jesús. El evangelista retoma las tradiciones del evangelio y las actualiza de acuerdo con el lenguaje y necesidades de su comunidad. Sus palabras hieren, como el antiséptico sobre la eterna llaga, pero tienen una virtud medicinal: nos liberan de nuestros propios prejuicios y apegos.

Cuando Mateo nos dice que quien ama más a sus parientes que a Jesús no es digno de él, nos revela un problema de su comunidad. El pueblo judeocristiano, tiene una estima desmesurada por los de su propia sangre. Un afecto que fácilmente se convierte en apego paralizante. El texto usa en griego la palabra filia para denominar este afecto. Pero el proyecto de Jesús pide más: pide un amor enfocado hacia el prójimo, un amor que supere los lazos de sangre, el parentesco y la raza. Un amor como el que Dios nos tiene y que en griego se llama ágape. El cristiano que no sea capaz de trascender los estrechos limites de la familia, de la raza o de la nación, no está habilitado para experimentar y dar el amor solidario que propone el evangelio. Y por esa misma razón, el amor a Jesús no se reduce a la pura dimensión íntima, individual y privada. Amar a Jesús es amar lo que él amó, su proyecto, su ideal, su Utopía, el «Reinado de Dios», como él acostumbró a llamarla, con las palabras tradicionales de los profetas. Amar a Jesús es amar a las personas que él amó: pobres, marginados, excluidos, enfermos, abatidos, endemoniados, extranjeros. El amor de Jesús era tan grande que llegó a amar incluso a aquellos que se declararon sus enemigos. Un amor que hoy nos puede parecer desorbitado, desnaturalizado, extremo, pero que para nuestra dicha y quebranto es el amor con el que Dios nos ama. Un amor sin el cual no podemos llamarnos discípulos de Jesús.

Pablo simboliza muy bien la radicalidad del amor cristiano mediante la comparación entre la muerte y la inmersión bautismal. Ser cristiano es morir a todos los apegos irracionales hacia la propia familia, raza o nación, incluso es morir hacia un apego desordenado hacia sí mismo. La novedad cristiana se manifiesta en esa transformación sustancial de las relaciones humanas, en la resurrección a una vida nueva llena de afectos, proyectos y estilos de vida completamente volcados hacia la humanidad sufriente y marginada. Con Cristo morimos a una humanidad caduca y sin esperanza para resucitar en una nueva humanidad libre y generosa en la que el límite es el cielo, donde no hay límite.

Como cristianos debemos someter los férreos lazos de nuestros afectos al crisol del evangelio para liberarnos de aquellos que nos atan al viejo mundo y fortalecer aquellos que nos llevan hacia el Reino.

Para la revisión de vida

Triunfar en la vida es el deseo de todo ser humano: alcanzar poder, fama, comodidad, riqueza… es la meta de la mayoría de las personas. Pero Jesús nos avisa: “El que quiera ganar su vida la perderá y el que la pierda por mí, la encontrará”. ¿Cómo quiero yo «triunfar en la vida», al estilo de Jesús o al estilo del mundo? ¿Me doy cuenta de que son dos estilos irreconciliables?

Para la reunión de grupo

– “El que se guarde su vida la perderá, y el que la pierda, la ganará”. Esta es una de las “paradojas” más célebres del Evangelio. Paradoja se llama a una “contradicción aparente”: la expresión parece encerrar una flagrante contradicción, y sin embargo no es realmente una contradicción, sino, al contrario, una verdad profunda. Glosar entre todos los miembros del grupo esta paradoja expresada en este evangelio. ¿A qué llama Jesús “perder” la vida? ¿Y a qué llama “ganarla”? ¿Ese «perder» y ese «ganar»… lo son ante los mismos ojos?

– En Jesús, “tomar la cruz” no se refiere a algo místico, o a los sufrimientos y penalidades que la vida trae para todos, o a mortificaciones que uno pueda infligirse a sí mismo… La cruz que hay que esta dispuesto a tomar, según dice Jesús, para ser su discípulo es otra: la que conlleva el simple hecho de ser cristiano, o sea, lo que cuesta “vivir y luchar por la Causa de Jesús”, la persecución que eso pueda acarrear de parte de los interesados en que no triunfe la Causa de Jesús (que no es otra que el amor, la justicia, la libertad, la fraternidad…). Compartir entre todos los conceptos adecuados e inadecuados que hemos solido tener respecto al “tomar la cruz”… ¿Qué es y qué no es “tomar la cruz”? ¿Qué es y qué no es la “cruz” a la que se refiere Jesús?…

Para la oración de los fieles

– Por la iglesia, para que se libere de todo lo que la esclaviza y le impide servir fielmente a la causa de Jesús. Roguemos al Señor.

– Por los que encuentran obstáculos para seguir a Jesús por causa de su familia, de sus miedos e indecisiones, de su apego a las riquezas, para que logren vencer las dificultades. Roguemos…

– Por los pequeños, los pobres, los necesitados, para que encuentren en nosotros a personas dispuestas a servirles y sacarles de su necesidad. Roguemos…
– Por todos los bautizados, para que seamos conscientes de nuestra unión con Cristo muerto y resucitado y así también nos unamos a su trabajo por hacer crecer en el reino. Roguemos…

– Por todos los pueblos del mundo, para que vivan una paz estable, basada en la justicia y en el respeto a los demás. Roguemos…

– Por todos los emigrantes, para que sean acogidos con cariño y hospitalidad, y puedan reunirse pronto con sus familias. Roguemos…

Oración comunitaria

Te damos gracias, Padre, por todas las cosas buenas que nos das en la vida, y te pedimos que fortalezcas nuestros corazones para que pongamos nuestro amor a Ti por encima de todo lo demás, de modo que sepamos aceptar la Cruz por servir a los hermanos. Por Jesucristo.

Oh Dios, misterio profundo que habita en lo hondo del ser humano, y en el corazón de todos los Pueblos. Tú has revelado a todos los humanos que el amor es valioso frente al egoísmo, y que, más allá de las ventajas banales de éste, hay otros valores por los que vale la pena arriesgar, dar y hasta “perder”, porque en esa pérdida hay una ganancia más honda… Queremos expresarte nuestra decisión de aclarar nuestra mirada y serenar nuestro corazón, para que nuestra vida esté construida sobre la opción por los valores que perduran. Tú que vives y haces vivir, por siglos de siglos y milenios de milenios… Amén.

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