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Dom 30.7.17. Un tesoro, una perla, una red. El escriba del Reino

Domingo, 30 de julio de 2017

imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 17, ciclo A.Mt 13, 44-52.Termina hoy el discurso de las comparaciones de Mateo con
dos parábolas breves (tesoro escondido.buena margarita: 13, 44–46) y una alegoría (una red: 13, 47-50).

A modo de conclusión, Jesús pregunta a sus discípulos si entienden su doctrina; ellos responden que sí, y Jesús les presenta la figura del escriba sabio, instruido en el reino de los cielos (13, 51-52), que sabe introducir enseñanzas nuevas, manteniendo y expandiendo las antiguas.

images1Dos son los temas de fondo, que definen hoy la identidad del evangelio, aplicado de un modo especial a nuestro tiempo, en línea de iglesia y sociedad civil:

a) Si no estamos dispuestos a venderlo todo, para comprar (=recibir) el nuevo campo de la vida (tesoro, margarita), corremos el riesgo de perdernos totalmente.

Si queremos conservar sin más lo que tenemos (este economía, este comercia, esta misma iglesia, en su forma actual, corremos el riesgo de perder aquello que tenemos y de perdernos nosotros mismos.

Sólo si estamos dispuesto a perder (vender todo) para así alcanzar (=dejar que llegue) el Reino (un tesoro, una perla…) terminamos destruyendo todo aquello que tenemos… porque sólo se gana aquello que se entrega y pierde por el Reino.

Como dicen en lenguaje coloquial: Si no vendemos (si no dejamos) todo aquello que nos ata en este mundo viejo (en plano económico, social y eclesial) no podemos conseguir la más alta margarita, el nuevo tesoro de la vida.

images2Estamos en las mallas de la red de Dios, a merced de su pesca creadora, que no mata los peces del mar para comerlos o emplearlos en la industria de los alimentos, sino que los libera da la antigua vida, para que así tengan vida nueva.

b) Para todo eso, debemos aprender una nueva sabiduría, que sea capaz de recrear lo antiguo de una forma nueva. Una nueva teología, una nueva doctrina es lo que necesitamos para responder al evangelio.

Sólo si aprendemos y decimos (=cumplimos) de manera nueva el evangelio podremos vivir, nos “salvaremos” de la muerte que amenaza no sólo a nuestra vida individual, sino a la misma vida del planeta tierra.

Buen domingo a todos.

1. Tesoro escondido (13, 44).

Otros habían buscado y buscarán un reino “manifiesto”, expresado en obras y gestos externos de transformación milagrosa, riqueza o dominio político. Jesús presenta, en cambio, la parábola de un reino escondido, como tesoro oculto, que ha de entenderse desde la perspectiva de conjunto de su evangelio. Probablemente, esta parábola proviene de Jesús, pero sólo Mateo la transmite, y así debemos entenderla desde su evangelio, que incluyen varios textos relacionados con la riqueza, desde parábolas (cf. talentos: Mt 25, 14-30) hasta relatos ejemplares (recaudadores de impuestos: 9, 9-13).

Quizá el más importante es Mt 6, 19-21, tomado del documento Q (Lc 12, 22-32): “No acumul-éis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen…”, pasaje que evocaba una transformación interior, un cambio radical en la manera de entender la vida, con sus prioridades y valores, en un momento en el que los hombres más ricos de Israel y Roma estaban tomando las propiedades de los pobres, convirtiendo la tierra de Dios (de todos) en objeto de mercado. También es importante el relato donde Jesús dice al hombre que quiere seguirle: “Vete, vende lo que tienes y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme” (19, 21, tomado de Mc 10, 17-22).

En ese contexto, él aparece como un líder campesino, pero no con violencia armada, como algunos han propuesto (no fue jefe de una banda militar), sino de una forma profética, provocativa y muy intensa, queriendo transformar la vida económica, social y religiosa del pueblo. El Reino cielos es un tesoro superior, y sólo quien lo vende todo por él puede conseguirlo. En ese contexto, Jesús dice:

13 44 En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el cam-po; y uno, encontrándolo, lo esconde y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra aquel cam-po .

La riqueza del hombre es, por tanto, el mismo Reino, que supera por mucho todos los bienes de este mundo, pero que puede compararse con el “tesoro material” que un hombre de pocos escrúpulos encuentra en un campo ajeno. Se ha especulado en oriente, con cierta frecuencia, sobre tesoros escondidos, a causa de guerras, cambios de poder y ladrones, como hace El rollo de cobre de Qumrán, escrito al parecer poco antes de Jesús, con una descripción fantástica de grandes tesoros de reyes (o del templo de Jerusalén) escondidos en lugares marcados con precisión (de forma realista o imaginaria, discrepan los autores), que los investigadores siguen estudiando y queriendo descifrar todavía .

Por otra parte, ya Mt 6, 19-21 hablaba de tesoros que, por bien guardados que estén, acaban siendo presa de ladrones (buscadores de riquezas ocultas y escondidas). En ese contexto se entiende esta parábola que, en principio, parece ambigua, pues no se sabe si el hombre que encuentra un tesoro que nadie guardaba (nadie, al parecer, conocía su existencia) es un buscador de tesoros o un simple afortunado que pasa por allí y descubre la riqueza escondida por casualidad. El texto no ofrece ninguna valoración moral, si es justo o injusto el proceder de este descubridor del tesoro un campo ajeno (sin que lo sepa su dueño). Ciertamente, ha de obrar con astucia, volviendo a ocultar el tesoro, de forma que nadie sospeche, vender lo que tiene y comprarlo, para convertirse de esa forma en dueño del tesoro (si intentara llevarlo del campo sin comprarlo, podrían verle y denunciarle).

El mensaje de la parábola es venderlo todo para adquirir el tesoro. En un contexto distinto, Jesús decía al rico: “Vete, vende lo que tienes y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme”, sin que el rico le siguiera (Mt 19, 21). Pues bien, en contra de eso, este otro rico (¡ha de tener dinero para comprar un campo!), que ha visto un tesoro escondido, vende todo lo que tiene para comprar con engaño el campo, no el tesoro, pues el tesoro en sí no se podría comprar en modo alguno, ganando de esa forma una fortuna inmensamente grande.

La parábola termina aquí, no explica más, no responde a las preguntas que podemos plantearle. Pero es evidente que ella sólo puede entenderse en el contexto del mensaje de Jesús: El tesoro escondido en el campo (en to agro autou, con la misma palabra empleada 13, 24.31 al hablar del lugar donde se siembra la buena semilla o el grano de mostaza) tiene sin duda un valor más que monetario. No está formado por oro, ni bienes materiales, sino que pertenece al reino de los cielos (13, 44). El tesoro, por tanto, no se compra; pero aquel que quiere “adquirirlo” ha de vender todo lo que tiene y dárselo a los pobres (cf. 19, 21). Quien encuentre ese tesoro (en el lugar de la buena semilla o del grano de mostaza) ha de arriesgarse hasta el fin, para así comprarlo .

2. Margarita preciosa (13, 45-46).

Del tesoro pasamos a la perla, que busca y encuentra, quizá tras mucho esfuerzo, un comer-ciante experto que busca valiosas margaritas (13, 25: zhtou/nti kalou.j margari,taj). Tiene que ser rico, conocedor de piedras de gran valor, capaz de gastarlo todo, y quedar en consecuencia sin nada para conseguir la margarita perfecta, una perla que recibe en la Biblia un sentido positivo y negativo, como sabe Mateo (no pueden darse a los cerdos: 7, 6) y el Apocalipsis.

La margarita puede ser objeto de comercio injusto al servicio de la riqueza de algunos, en especial de la prostituta
(cf. Ap 17, 4; 18, 12-16); pero puede ser también adorno gozoso de la ciudad de las bodas, signo de felicidad perdurable (Ap 21, 21). En otra línea, desde una perspectiva moralista (cf. 1 Tim 2, 9), la margarita puede verse como adorno ostentoso de mujeres ricas, que se preocupan más de joyas que de virtudes. Pues bien, en nuestro caso, ella es signo paradójico del Reino:

13 45 De nuevo, se parece el Reino de los cielos a un comerciante que buscaba buenas margaritas 46 y que, habiendo encontrado una margarita de gran precio, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.

El hallazgo no se logra por fortuna, como en el anterior (tesoro escondido), sino que está vinculado a la exploración de un comerciante (avnqrw,poj evmpo,roj) que estaba buscando precisamente preciosas margaritas. Éste es un tesoro que se encuentra por fortuna, esto es, por gracia, pues supera las posibilidades mercantiles ordinarias. Pero, al mismo tiempo, es un valor que se puede buscar y que, al hallarlo, exige una gran decisión: Que el afortunado venda todo para comprar la margarita. La experiencia del Reino implica una búsqueda previa (como la de este comerciante), pero después, tras el hallazgo, exige una ruptura radical, un salto al vacío de la gracia: Hay que vender todo para conseguir la perla, tomando la decisión que no quiso tomar el joven rico de Mt 19, 21.

No tiene sentido vender todo antes de haber encontrado la buena margarita (de haber sido encontrado por el Reino), pero una vez encontrada puede hacerse con gozo. El Reino es un don inesperado, que encontramos sin haberlo buscado (tesoro escondido) o después de una búsqueda larga que queda superada por aquello que hemos encontrado (margarita). Entendido así, el Reino implica un salto de nivel, una nueva dimensión que nos permite superar el plano comercial del talión (vender y comprar), para situarse en un nivel gratuidad… Evidentemente, se trata de una experiencia personal, pero que, al mismo tiempo, tiene un sentido comunitario, de manera que pudiéramos hablar de un tesoro o margarita compartida por los hermanos y hermanas de la Iglesia.

En contra de esa visión de la margarita del Reino que puede y debe ser compartida por los hermanos parecen haberse levantado algunos cristianos de línea judaizante, que se han opuesto a la entrega del reino a los gentiles: «No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras margaritas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen» (Mt 7, 6). Ésa era, como he dicho en su lugar, una de las sentencias más oscuras y problemáticas del Nuevo Testamento, pues recoge y formula en un plano de Iglesia ciertos tópicos del tiempo, en los que se condena a los gentiles como impuros (perros, puercos), indignos de recibir la margarita del Reino. Es evidente que ella ha circulado en ciertos ambientes eclesiales y se ha empleado para impedir que los bienes del evangelio (dones de Dios) se ofrecieran a gentes tomadas como impuras .

3. Alegoría de la pesca. La red barredera (13, 47-50).

La imagen de la red, que había aparecido cuando Jesús llamaba a los primeros discípulos (4, 18-22), para hacerles “pescadores de hombres”, reaparece en esta alegoría de la pesca final, que nos lleva del plano de la siembra y levadura (13, 3-9. 33-35), con el tesoro o margarita preciosa, al plano de la pesca escatológica, retomando no sólo el motivo de los cuatro pescadores del principio (4, 18-22), sino la explicación de la parábola del trigo y la cizaña (13, 36-43). Más que parábola, ésta es una alegoría del juicio, que puede haber sido creada por Mateo (sin equivalente en Q ni en Mc).

13 47 El reino de los cielos se parece también a una red que echan en el mar y que recoge peces de toda espe-cie; 48 y cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y a los malos los echan fuera. 49 Lo mismo sucederá en la consumación del tiempo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de en medio de los justos 50 y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el crujir de dientes .

Esta alegoría (13, 47-48), desarrollada en lenguaje escatológico (13,49-50), se parece a la explicación de la parábola del trigo y la cizaña (13, 36-43), con la misma palabra para evocar el fin/consumación del tiempo (sunteleia tou aionos: comparar 13, 49 con 13, 39.40). Ella evoca también la función de los ángeles del juicio, que separan a los malos de los justos, adelantando así un motivo central de Mt 25, 31-46. Como he dicho, ésta no es parábola, sino alegoría, y en un sentido su aplicación resulta lógica, pues refleja la división de los hombres (peces buenos y malos; obras buenas y malas…) según la apocalíptica judía. Pero, en sí misma, separada del mensaje de Jesús, que vino a salvar precisamente a los pecadores y excluidos, puede resultar unilateral, y por eso debe interpretarse desde el conjunto del evangelio, como hace Mateo.

Significativamente, el signo es la red, que aparece con frecuencia como aparejo de caza y pesca, y también de guerra (cf. Sal 9, 15; 10, 9), como en Hab 1, 14-17, donde se habla de un rey de Babilonia (probablemente Nabucodonosor), que pesca a los hombres con red y anzuelo, sin apiadarse de ellos. En un primer momento, esta red final de Mt 13, 47-50 recoge sin distinción todo tipo de peces, pero después los mismos pescadores separan a los malos de los buenos (justos), echando a unos fuera, recogiendo a los otros. En un contexto semejante se sitúa la red de Lc 5, 5, que recoge gran cantidad de peces, y la de Jn 21, con pesca aún abundante, sin separación final de buenos y malos, pues todos los peces son buenos (aunque de tipos distintos).

La separación, que era el motivo final de la parábola del trigo y la cizaña (13, 18-23), aparece aquí más destacada, sin atenuantes de ningún tipo. No se dan razones morales ni antropológicas, sino sólo que hay peces malos y buenos, de manera que en sí mismo el texto nos produce la impresión de situarnos ante un simple “destino”: Dios mismo ha hecho las cosas así, conforme a una ley universal de antagonismos. La solución final la ofrecerá 25, 31-46, donde se explica la división de peces buenos y malos a partir de la presencia del Cristo en los más pequeños y de la ayuda que los otros les han ofrecido. Así parece adelantarlo veladamente el gesto de los ángeles que separan a los malos de en medio de los justos (evk me,sou tw/n dikai,wn,13, 48), de manera que los justos puedan vivir en plenitud. Tanto la explicación de la cizaña como ésta de la red suponen que la Iglesia (y en general la humanidad) constituye una sociedad mezclada de buenos y malos, que no pueden separarse en este mundo, pues no puede arrancarse la cizaña antes del juicio, ni se pueden distinguir los peces malos de los buenos antes de recogerlos en la red .

Esta división final aparecía anunciada en Dt 30,15 (pongo ante ti vida y bien, muerte y mal) y ratificada de forma apocalíptica por Juan Bautista (3, 7-10), para desarrollarse aquí con toda fuerza: “Unos irán a la vida eterna, otros a la ignominia perpetua…Unos brillarán como el Sol en el reino del Padre, otros serán arrojados al horno de fuego” (cf. Mt 13, 43. 50), donde será el crujir y rechinar de dientes (Sal 112, 10; Mt 8, 12). Estas imágenes provienen del judaísmo del ambiente, y Mateo las conserva porque forman parte de su imaginario social y religioso, pero con una novedad fundamental: Todas ellas se inscriben en el camino de Jesús hacia Jerusalén, y serán reajustadas en sentido moral, desde el valor de los más pequeños en 25, 31-46 .

¿Entendéis esto? El escriba instruido en el Reino de los Cielos (13, 51-53)

El discurso anterior (Mt 13, 1-50) ha insistido en el tema de la comprensión, que se hallaba en el centro de la disputa de 13, 10-16. Frente a los de fuera que no entienden, van apareciendo los discípulos que entienden el mensaje de Reino que Jesús ha proclamado en parábolas, desvelando las cosas escondidas desde el comienzo del mundo (cf. 13, 35):

13 51 Les preguntó: ¿Entendéis todo esto? Ellos le contestaron: Sí. 52 Y él les dijo: Por eso, todo escriba ins-truido en (hecho discípulo del) Reino de los cielos es semejante a un hombre señor de casa que va sacando de su tesoro cosas nuevas y lo antiguas .

Jesús ha culminado una parte de su enseñanza, marcada por la división entre los que entien-den y los que no entienden. Pues bien, ahora se encuentra rodeado de sus discípulos, en la casa de la Iglesia (13, 36) y les pregunta si han entendido, recibiendo una respuesta afirmativa. En ese contexto (al escuchar que han entendido) les habla de un escriba “instruido en el Reino de los cielos”, es decir, que ha recorrido el camino del discipulado del Reino. Conocemos al escriba (grammateus) que quería seguir a Jesús para encontrar seguridad (8, 18).

Más adelante (23, 34) veremos a los escribas que el mismo Jesús envía, para dar testimonio de su reino (con profetas y sabios), siendo asesinados por ello. Pues bien, ahora es el mismo Jesús quien aparece como escriba instruido en el Reino, que descubre y distribuye a partir de su tesoro cosas (doctrinas) antiguas y nuevas, es decir, de la Ley israelita y de los nuevos tiempos del reino. Parece que al hablar así el evangelio se refiere no sólo a Jesús, sino al mismo Mateo, y a los que han realizado con él un camino de discipulado, actuando como escriba del Reino, pues combina la novedad del mensaje de Jesús con el camino israelita, escribiendo y proclamando de esa forma un evangelio que es, al mismo tiempo, judío y cristiano .

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