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Dom 18. 1. 15. “Samuel, voz de juicio y cambio en la noche del templo”

Domingo, 18 de enero de 2015

samuelLeído en el blog de Xabier Pikaza:

Domingo 2, tiempo ordinario. Ciclo B. 1 Sam 13; Juan 1, 35-42. El texto del evangelio es muy bello, pero hoy quiero comentar la historia de la “vocación” de Samuel, con el juicio de Helí (=Elí), sacerdote.

La liturgia del día sólo cita una parte del texto (1 Sam 3,3b-10.19), y de esa forma mutila su sentido, entendiéndolo como escena piadosa de oración de un niño, pero el texto entero es más hondo y actual: ofrece, con la oración emocionada del niño/joven, el juicio y condena de una familia de “sacerdotes oficiales” que asumieron el poder para dominar al pueblo. Éstos son los dos o tres temas de nuestra historia:

Es la historia de Elí, con la caída de una fuerte dinastía de sacerdotes y políticos de Silo, que habían convertido su servicio en imposición sobre los pobres. En el fondo del pasaje hay otros matices, como el intento de explicar la “caída” sacral de Silo y la elevación de Jerusalén (que deberían matizarse históricamente), pero aquí sólo quiero recoger lo que dice actualmente el texto.

Es la historia de Samuel,el niño/joven que aprende a escuchar y actuar como profeta, para anunciar que Dios destruirá a los políticos/sacerdotes, iniciando un tiempo nuevo de palabra y salvación, precisamente desde ellos, desde los niños/jóvenes que escuchan de verdad la palabra de Dios. Volver a la Palabra de Dios, por encima de los poderes instituidos; éste es el mensaje del texto.

Este es un pasaje emocionante y durísimo; un idilio de ternura y un prodigio de dureza: Tiene que morir esta familia de antiguos sacerdotes de templo oficial (estos políticos, estos dictadores religiosos) para que empiece un tiempo de nuevos profetas, que escuchen de nuevo la gran Palabra de Dios.

Por eso quiero comentar el texto entero (1 Sam 3, 1-21). Evidentemente, tiene otros matices místicos, poéticos, sociales y religiosos, pero aquí me centro en la relación entre Elí/Samuel y Dios. No hará falta decir que este pasaje puede y debe aplicarse (sin gran esfuerzo) a nuestra situación, en la Iglesia y el mundo. Dejo las conclusiones para los lectores; buen fin de semana a todos ellos

Texto

2877909416_56d875841e1) Introducción:

El joven Samuel servía a Yahvé bajo el cuidado de Elí. En aquellos días la palabra de Yahvé era rara y no eran frecuentes las visiones.
Un día estaba Elí acostado en su habitación; se le iba apagando la vista y casi no podía ver. Aún ardía la lámpara de Dios y Samuel estaba acostado en el templo de Yahvé donde estaba el Arca de Dios.

2) Tres llamadas. Aprender a escuchar

a) Y Yahvé llamó a Samuel y él le respondió: – ¡Aquí estoy! Y corrió a donde esta Elí y le dijo: -¡Aquí estoy! (aquí vengo) porque me has llamado. Y le respondió:- No te he llamado. Vuelve, acuéstate. Y se acostó.

b) Y Yahvé volvió a llamar otra vez a Samuel; y Samuel se levantó y fue a adonde estaba Elí y le dijo: -(Aquí estoy! (Vengo) porque me has llamado. Y le respondió: -¡No te he llamado, hijo mío! Vuelve, acuéstate. Y Samuel no conocía aún a Yahvé, pues no se le había revelado la palabra de Yahvé.

c) Y por tercera vez llamó Yahvé a Samuel y se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: -Aquí estoy! (Vengo) porque me has llamado. Y comprendió Elí que era Yahvé quien llamaba al joven. Y dijo Elí a Samuel;-Vete, acuéstate. Y si alguien te llama responde: ¡Habla, Yahvé, que tu siervo escucha!

3) Palabra de Yahvé.. Condena de Elí, sacerdote y político

Y vino Yahvé y haciéndose presente le llamó las otras veces:
-¡Samuel, Samuel!
Y Samuel respondió: -¡Habla, que tu siervo escucha! Y dijo Yahvé a Samuel: -Mira, yo voy a hacer en Israel una cosa (= un palabra) que a todos los que la oigan les retumbarán los oídos. Aquel día haré que venga contra Elí y contra su familia todo lo que he dicho sin que falte nada.
Comunícale a Elí que yo condeno a su familia para siempre, por el pecado de saber que sus hijos se estaban envileciendo y no habérselo impedido. Por eso juro a la familia de Eli que jamás se expiará su pecado, ni con sacrificios ni con ofrendas.

4. Diálogo con Elí y conclusión

Se acostó Samuel hasta la mañana y (entonces) abrió las puertas de la casa de Yahvé Tenía miedo de contar su visión a Elí. Y Elí le preguntó a Samuel: -Samuel, hijo mío! Y le respondió -¡Aquí estoy! Y le preguntó: – ¿Cuál es la palabra que te han dicho? No me ocultes nada. Así empiece a castigarte Dios y así prosiga si me ocultas una sola palabra de todas las que te han dicho!

Y Samuel le contó todas las cosas; nada le ocultó.
Y Elí dijo: ¡Es Yahvé! Que haga lo que le parece bien.
Samuel crecía y Yahvé estaba con él y no dejó de cumplirse ninguna de sus palabras. Y todo Israel supo, desde Dan hasta Berseba, que Samuel había sido acreditado como profetas de Yahvé.

El niño profeta en el templo.

Conforme a los textos de las vocaciones de Isaías (Is 6) y Jeremías (Jer 1), el profeta es un hombre o mujer que escucha y transmite la Palabra, para anunciar al pueblo un juicio destructor que, paradójicamente, acabará teniendo forma salvadora. Sobre ese modelo han compuesto y recreado los autores de la Biblia Hebrea otras llamadas como las de Abrahán (Gen 12) y Moisés (Ex 3-4) . Ahora evocamos la de Samuel que refleja de forma insuperable el proceso de escucha, educación y juicio del profeta. Estos son los personajes. Elí, sacerdote de Silo, y Samuel, un muchacho.

Con el título de el niño (o pequeño) Samuel se ha popularizado esta escena. Pero Samuel no es un niño sino un joven (na’ar: 1 Sam 3,1): ha entrado en la adolescencia, sin alcanzar aún la madurez (puede estar entre los 15 y 25 años) . El texto dice que sirve (mesaret) a Yahvé, como criado o ministro del sacerdote en las tareas del culto: duerme en el templo (hekal: 3,3) y cuida su lámpara hasta entrada la noche; a la mañana abre sus puertas (6,15); evidentemente vela por el orden de la Casa. Elí, el anciano sacerdote, liturgo de una vieja dinastía corrompida (cf 1Sam 2,11-36 ), casi ciego, y Samuel, el joven servidor que aprende a escuchar la voz de Dios educándose en el templo (3,2. 7), son protagonistas de la escena.

1) Introducción (1 Sam 3,1-3).

Comienza presentando a los personajes (3,1a) y añade: era rara la palabra (dabar) y la visión (hazon) de Yahvé. Silencio y oscuridad dominaban en el mundo del anciano sacerdote ciego. Es como si la lámpara de Dios fuera a extinguirse y todo el pueblo terminara a oscuras con Elí ya retirado en sus habitaciones.

Avanza la noche se extingue la lámpara (ner), se apagan los ojos de Elí y como faltan las visiones proféticas el pueblo acabará en silencio ciego. Pero todo nos permite suponer que algo va a pasar: hay un joven en el templo: duerme junto a Dios. Algo debe reverlarse, superando la ceguera y la sordera antigua. Hablará Yahvé en la noche, hablará al joven Samuel: se apagará la vieja lámpara; morirá el anciano; el nuevo profeta alumbrará un camino de vida para el pueblo.

2) Las tres llamadas. Aprender a escuchar (3,4-9) .

Seguimos en el templo con los dos personajes que permanecen en la noche. En ese momento entra un tercero que el redactor conoce bien: Yahvé, Dios israelita en cuyo honor se ha edificado y se mantiene el santuario. Por Is 6 sabemos que Dios se manifiesta desde el templo.

Aquí no se desvela su figura: no hay visión, ni imágenes ni rasgos espaciales (trono, manto, fuego) . Todo es más sencillo: el simple susurro de una voz, rumor imperceptible de palabras en medio de la noche. No hace falta mucha fantasía para revivir la escena. En la habitación reservada y principal procura dormir el sacerdote. Un joven e inexperto servidor está en lugar sagrado, Dios se encuentra cerca y habla, pero él no sabe discernir: piensa que le llama Elí y viene corriendo por tres veces, como criado solícito, dispuesto, atento a cualquier voz de su amo.

Habla Yahvé y Samuel no entiende. Esta es la trama de un gesto tres veces repetido, en relato que nos puede parecer monótono (en 3,4-5;3,6-7;3,8-9) . Dios llama, Samuel escucha y responde diciendo (Aquí estoy!, mientras corre hasta el lecho de Elí que le atiende y sin reproche alguno le envía de nuevo a su lecho. El relator (y el lector) saben de antemano lo que pasa. Pero Samuel y Elías no lo saben, deben aprenderlo:

Sólo la primera llamada respeta del todo el esquema evocado (voz de Dios, respuesta equivocada de Samuel, negación tranquilizante de Elí: 3,4-5). Las siguientes tienen elementos nuevos.

– La segunda (3,6-7) acentúa el cariño de Elí. No se limita a decir (yo no he sido! sino que llama a Samuel “beni” ¡hijo mío! Es como si este fuera el hijo bueno que él hubiera querido tener y no tiene. Como a hijo le trata, en medio de la noche, diciéndole que vuelva a acostarse. Por su parte, el redactor corta por un momento el hilo de la trama y, en paréntesis aclaratorio, disculpa a Samuel : “(no conocía aún a Yahvé. . . ! (3,7) .

– La tercera (3,8-9) transmite una visión más alta, vinculada paradojicamente con Elí. El sacerdote es débil y será condenado por sus hijos (cf 3,11-14) : no logra ver el pecado que cometen en el santuario. Pero ha sido hombre de Dios y dice a Samuel que le responda: “(habla, Yahvé, que tu siervo escucha!”.

Hay algo conmovedor en esta escena. El viejo sacerdote no conoce a Dios: ¡hace tiempo que no acoge sus palabras, empeñado como está en los simples cultos exteriores de su templo! Pero reconoce y quiere que otros puedan escucharle. Por eso instruye al joven ofreciéndole una intensa lección de profecía; le enseña a manternerse en la presencia de Yahvé sin escapar; le educa para abrir sus oidos a la voz más alta. No dice Elí a Samuel lo que tiene que escuchar, no le da lecciones de ortodoxia o teología, sino simplemente: (atiende! (Dios mismo te dirá lo que él estime conveniente! En medio de sus culpas, precisamente allí donde su vida acaba Elí conserva lucidez y dice a Samuel: (tú escucha! (acoge la palabra!

3) Palabra de Yahvé. Condena del sacerdote (3,10-14).

Sabemos que Israel conoce el nombre de Dios (Yahvé) y sabe pronunciarlo rectamente. Pues bien, aquí es el mismo Dios quien pronuncia el nombre de Samuel y le llama de manera personal. Éste es el centro y sentido de la profecía.

Dice el texto que Dios llama a Samuel por tercera vez como otras veces (3,10). Pero antes en las anteriores el joven no había escuchado su nombre (cf 3,4-9). Sólo ahora,,al escucharlo (¡Samuel, Samuel!), puede elevarse y actuar en verdad como profeta. No ve serafines ni siente fuego en los labios pero ha escuchado la llamada y eso basta (es ya profeta!

Este es un relato instituyente.

— Los reyes reciben el poder a través de una ceremonia de entronización;
— los sacerdotes por un gesto de unción (Lev 9) y por los dones sagrados que “llenan su mano”.
— El profeta, en cambio, sólo puede apoyarse en la palabra en medio del silencio de la noche.

Elí le aconseja (¡mantente firme, escucha!), pero en el momento decisivo no puede acompañarle. Samuel tiene que acoger la voz a solas: la única garantía profética es la experiencia de su encuentro con Dios. Comenzaba el texto hablando de visión y palabra (3,1) como signos de la profecía; así lo volverán a destacar los apocalípticos posteriores (Ez y Zac; Dan, ciclo de Enoc) . Pero aquí no hay visión sino palabra:

¡Mucho cuidado! Cuando Yahvé, vuestro Dios, os habló en el Horeb, desde el fuego, no visteis figura alguna. . . Yahvé os hablaba desde el fuego: oíais palabras sin ver figura alguna (Dt 4,15. 12) .

En sintonía total como esa norma, el redactor de 1 Sam 3 ha prescindido de visiones e imágenes. La presencia/acción de Dios se entiende en forma de palabra y se traduce a modo de juicio. Lo que Is 6 anunciaba al pueblo ((han de morir!) lo aplica 1 Sam 3 a la casa de Elí: viene Dios a castigarle, destruyendo su genealogía. Es evidente que el redactor de 1Sam 3 ha pensado en la historia posterior de los elidas (hijos de Elí), que van a perder s poder y van a quedan sin herencia sacral, sin Arca de Dios, sin santuario sobre el pueblo, sin poder alguno (esa historia se cuenta en 1 Sam 4 ss).

Éste es un texto de condena y muerte: Esta generación de sacerdotes políticos tiene que acabar, debe terminar el poder de los que oprimen a los otros, para que se manifiesta la verdad de Dios.

Pero ese juicio y muerte de los hijos de Elí cumple, en el contexto del camino israelita, una función salvadora: la providencia de Dios irá guiando las cosas, por la mano de Samuel, en una dirección que lleva de Silo a Jerusalén, de los elidas a David… en un camino de esperanza.

Ésta es la verdad de un niño. Todos los demás tienen miedo, no saber hablar, se callan. Pero el niño Samuel sabe escuchar y escucha la palabra de condena de Dios contra los sacerdotes y políticos opresores, para abrir así un camino de de Dios, abierto a la esperanza. Cuando todo acaba quedan los niños…

Me gustaría poder mantener esta esperanza en el tiempo actual, que sigue estando en guerra… una guerra de sacerdotes políticos de Irael… contra todo tipo filisteos. Una guerra que debemos superar, aprendiendo a ver de un modo distinto.

En esa línea, me gustaría decir que sólo los niños como Samuel, que esuchan de verdad a Dios pueden abrir un futuro, superando un tipo de sacralidad como la de Helí, que no es mala, pero que está condenada por la voracidad de sus hijos y colaboradores.

4) Diálogo con Elí. El fin del sacerdocio, el comienzo de la profecía (3,15-20) .

Vuelven a encontrarse los protagonistas de la escena: el anciano sacerdote que declina, el nuevo profeta.

Elí sigue siendo una figura venerable. Sabe que Dios mismo ha hablado al joven servidor y le pregunta en la mañana. Sabe que el oráculo le atañe y quiere conocerle. No amenaza a Samuel, no reprocha, no exige. Simplemente quiere saber y cuando sabe acepta: ¡Dios ha sido! Este sacerdote venerable no es un perseguido del destino, no es una figura de tragedia griega.

Es sólo un pobre servidor que ha cumplido mal su tarea: no ha sabido o podido educar a su familia, no ha sabido poner el templo al servicio de todos. Es en el fondo un hombre hombre honrado. Por eso escucha la voz del niño, reconoce su derrota y así acepta su final de muerte. De esa manera, Elí se convierte en figura venerable. ¡Sabe perder! Acepta el fin de su mandato, se va (se deja morir…), para que los nuevos (simbolizados en este niño) puedan abrir un camino de esperanza.

El relevo generacional (Samuel en vez de Elí) será traspaso de funciones: el profeta ocupará el lugar del sacerdote. Hay cambio fuerte, pero no violencia externa. El anciano liturgo acepta su derrota, el fin del tiempo de los sacerdotes que dirigen la vida religiosa del pueblo de un modo dictatorial.

Termina la era del viejo templo, el sistema de poder de los hijos de Elí, la utilización del santuario para fines partidistas. Sólo porque acaba la historia de los hijos de Elí puede comenzar la historia de Sanuel y de los profetas de la fidelidad a Dios, de la palabra que se escucha, como un niño.

Conclusión. El fin de los “sacerdotes ancianos”. Empieza el tiempo de los niños/profetas.

Vuelto al tema de la introducción de esta postal. Ciertamente, los ancianos (presbíteros, senadores, sacerdotes oficiales) pueden ser buenos. Su función es necesaria… Pero cuando ellos se instalan en el poder (como la familia de Elí) terminan esclavizando al pueblo.

Ésta es la historia de Elí, la historia del final de una poderosa dinastía de sacerdotes y políticos, que han convertido su poder en imposición, en desprecio de los pobres. Ésta es la historia de Samuel, el niño que aprende a escuchar, el niño que simboliza el cambio político, social y religioso del pueblo. De esa forma, la palabra de condena contra su familia puede convertirse y se convierte en promesa de vida para el pueblo.

Así lo muestra la conclusión del relato (3,19-20). Conforme a la teología oficial de Dtr 18,22, será verdadero profeta el que, hablando en nombre de Yahvé, dice una palabra que se cumpla. Este Samuel Niño será profeta: empezará de nuevo, podrá ofrecer esperanza allí donde se acaben los tiempos de Elí y de su poder sacral contrario a Dios.
Se cumplieron las palabras de Samuel; crecía, se hizo grande (3,19) y todo Israel supo que estaba acreditado (ne’eman) como profeta (lenabi’ ) .

Bibliografía.

— G. del Olmo, Vocación de líder en el antiguo Israel, Pontificia, Salamanca 1973, 135-145;
— J. Briend, Dieu dans l’Écriture, LD 150, Cerf, Paris 1992, 51-68;
— M. Fishbane, 1Samuel 3: Historical narrative Poetics, en K. R. R. G. Louis y J. S. Ackerman, Literary Interpretation of Biblical Narratives II, Nashville, 1982, 191-203;
— U. Simon, Samuel’s Call to Prophecy: Form Criticism with Close Reading, Prooftexts 1(1981) 119-132;
— J. T. Willis, Samuel versus Eli, TZ 35 (1979) 201-212.

Transfondo general y comentarios :O. G. Schley,Shiloh. A biblical City in tradition and History, JSOT SuppSer 63, Shefield 1989, 139-165 (ofrece el contexto histórico) ; H. W. Hertzberg, Samuelbücher, ATD 10, Göttingen 1965; H. J. Stoebe, 1 Samuel, KT VIII, 1, Gütersloh 1873.

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