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El Verbo se hizo hombre… se hizo clase…

Viernes, 30 de diciembre de 2022

JESÚS ADOLESCENTE EN EL TALLER DE JOSÉ.-John Everett Millais

En el vientre de María el Verbo se hizo hombre,

y en el taller de José, el Verbo se hizo clase...”

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Pedro Casaldáliga

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Cuando se retiraron los magos, el ángel del señor se apareció en sueños a José y le dijo:

«Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes vaa buscar al niño para matarlo».

José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodespara que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta:

De Egipto llamé a mi hijo».

Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo:

Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atacaban contrala vida del niño».

Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel.Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá.Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dichopor medio de los profetas, que se llamaría nazareno.

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Mateo 2, 13-15. 19-23

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Dios es Familia

La familia de Nazaret, en cuanto realidad humana asumida y renovada por la encarnación del Verbo, se transforma no sólo en un lugar donde se hace presente de modo único y especial el misterio de la Trinidad, sino también en un símbolo, en la representación más perfecta, en un icono, que hace presente, vivos y operantes el amor y la fecundidad de Dios.

Jesús, María, José, la santa familia de Nazaret, son el centro del designio salvífico de Dios, el centro de la Nueva Alianza. Pertenecen a la plenitud de los tiempos. En esta familia de Jesús, donde se refleja admirablemente la vida de comunión, de amor de la Trinidad divina, los hombres reanudan el diálogo primitivo con Dios, retoman la armonía conyugal y familiar y de hermandad.

En la familia Dei y en la ecclesia Dei que es la sagrada familia de Nazaret, primera y perfecta comunidad de la Nueva Alianza, se está ante el Padre, unidos a Jesús y penetrados del Espíritu Santo y se vive, se celebra y se anuncia el evangelio de la familia.

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J. M. Blanquet,
La Sagrada Familia icono de la Trinidad,
Barcelona 1996, 713

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Encontrar refugio en las Sagradas Familias Queer cuando la Iglesia se queda corta

Viernes, 30 de diciembre de 2022

índiceLa publicación de hoy es una reflexión para la Fiesta de la Sagrada Familia, escrita por el colaborador de Bondings 2.0 Maka Black Elk. Para las lecturas litúrgicas, haga clic aquí.

La lectura del Evangelio de hoy recuerda el momento familiar de María y José cuando perdieron el rastro de su hijo. Empatizo con el pánico que debieron sentir buscándolo a través de las horas. También siento un alivio reconocible mezclado con la ira que pueden haber tenido al encontrar finalmente a su hijo en el templo, pero Jesús no está preocupado y responde casualmente: “¿No sabías que debo estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2,49). Esta respuesta parece ser algo natural para Jesús. Incluso suena perplejo en cuanto a por qué sus padres estaban tan preocupados y temerosos por él. Comunica la tranquilidad profunda y permanente que siente por el templo mismo, como la casa de su Padre. ¿Dónde más podría haber estado? ¿Por qué no estaría a salvo allí?

La Iglesia ha sido y sigue siendo ese lugar de seguridad y consuelo para muchas personas. A lo largo de mi vida, también ha sido eso para mí, como el cálido abrazo del hogar familiar, cualquiera que sea la forma o el espacio que adopte esa familia. Tanto la iglesia como el hogar han sido lugares de santuario, una palabra que significa un lugar donde se guarda algo santo y sagrado.

Sin embargo, en otros momentos, especialmente para aquellos en la comunidad LGBTQ+, las iglesias o los hogares son cualquier cosa menos santuarios. Para las personas LGBTQ+, la tolerancia de algunas iglesias hacia ellas podría, en el mejor de los casos, ser una lástima paternalista y, en el peor de los casos, incluso equivaler a una sensación de hostilidad. Que exista una lista de parroquias amigables con las personas LGBTQ indica la implicación muy real y trágica de que hay lugares donde no todos son bienvenidos. ¿Qué significa cuando un lugar así, el hogar o la iglesia, ya no se siente como un lugar sagrado y seguro para estar?

He tenido la suerte en mi vida de estar expuesto solo a iglesias donde mi identidad ha sido aceptada y mi pertenencia no está en duda. Es una bendición profunda que a menudo he dado por sentada. Temo el día que entro a una iglesia solo para escuchar de alguna manera que los de mi comunidad no son bienvenidos allí, que la comunidad parroquial crea que Dios en este caso no me acoge allí en su casa, su santuario. Me imagino que debe ser doloroso cuando esa es la naturaleza de una parroquia a la que alguien espera pertenecer.

Oramos para que más comunidades eclesiásticas se conviertan en lugares de amor y aceptación para que, como un joven Jesús, todos puedan sentirse seguros en la casa del Padre. Pero cuando nuestras iglesias no logran ser un santuario, a menudo nuestras familias, entendidas en sentido amplio, pueden brindar apoyo.

Mientras trabajo para crear mi propio hogar y hacer que sea un lugar donde mi familia sienta pertenencia, santuario y santidad, tengo presente la realidad de este desafío de nuestra Iglesia. La Sagrada Familia es el ejemplo para apreciar y vernos a nosotros mismos. Recuerde que la Sagrada Familia en sí misma tampoco era la familia estándar o “normal”. José estuvo con María a pesar de que no tenía sentido que Jesús fuera su hijo. Eran refugiados por derecho propio. A medida que creamos nuestras propias familias queer y espacios de santuario, nosotros también podemos ver a la Sagrada Familia como un símbolo del mismo amor que también compartimos.

—Maka Black Elk, 29 de diciembre de 2022

Fuente New Ways Ministry

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Navidad… hagamos Familia, vivamos “todas” las familias…

Domingo, 26 de diciembre de 2021

El Verbo se hizo hombre… se hizo clase…

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JESÚS ADOLESCENTE EN EL TALLER DE JOSÉ.-John Everett Millais

 

 


En el vientre de María el Verbo se hizo hombre,

y en el taller de José, el Verbo se hizo clase...”

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Pedro Casaldáliga

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Los padres de Jesús lo encuentran en medio de los maestros

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.

Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.

A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:

“Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.”

Él les contesto:

“¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”

Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.

Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

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Lucas 2, 41-52

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Esta página de Lucas es la única en todo el evangelio en la que contemplamos a los tres miembros de la Sagrada Familia actuando como personas responsables y libres. En los episodios que preceden, Jesús es un niño, que no tiene aún ninguna autonomía; en las que siguen, José ha vuelto a la sombra -probablemente la sombra de la muerte- y no aparece más.

        Y bien, en esta narración los tres personajes aparecen como “buscadores de Dios”. Son apasionados y angustiados buscadores de Dios María y José, que pensaban buscar un niño perdido mientras iban tras uno en el que reside corporalmente la plenitud de la divinidad, como dice san Pablo (cf. Col 2,9); uno que, desde la eternidad, es el Verbo, que en el principio estaba ¡unto a Dios y era Dios (cf. Jn 1,1); uno que es el Señor del cielo y de la tierra (Mt 28,18).

        Es un buscador del Padre Jesús que, fascinado por el templo, no sabe marcharse: se queda nada menos que tres días, encantado, interrogando y escuchando insaciablemente a los rabinos que hablaban del Dios de Israel.

        Es una verdad difícil de comprender para los hombres, pero el significado más auténtico y profundo de sus casas es el de ser lugares donde, en la dulzura de afectos serenos e intensos, se debe ante todo buscar a Dios, al Dios que es la sede eterna y la fuente originaria de todo amor.

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G. Biffi,
Homilía sobre la Sagrada Familia

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Todas las Familias

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El niño iba creciendo, lleno de sabiduría
(Lc 2, 22-40)

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La familia la hacen las personas que la forman, su capacidad de quererse, de amarse, de perdonarse, de reconciliarse, de estar abiertas a compartir la vida con otros familias. La familia está cambiando. Es normal. Pueden cambiar las formas de establecerse los vínculos entre las personas. Puede cambiar el hecho de que todos vivan en la misma casa o que vivan separados. Pero al final, hay un vínculo clave en la familia: el amor. Ése es el vínculo que mantiene y mantendrá viva a la familia. Ése fue el vínculo que Jesús aprendió a valorar en su familia. Allí descubrió que es más fuerte incluso que los lazos de la sangre. Por eso, luego, más tarde, habló de Dios como el Padre, el Abbá que reúne a todos sus hijos en torno a la mesa común. Y para que entendiésemos la relación que nos une a Dios nos dijo que éramos sus hijos y él nuestro Padre.

Hoy nos toca a nosotros asumir la realidad concreta de nuestras familias, con sus luces y sus sombras, y seguir partiendo de ellas para construir el reino, la gran familia de Dios. Es nuestra responsabilidad fortalecer todo lo que podamos el vínculo del amor, que rompe las barreras de la sangre, de la raza, etc. y nos une a todos en una única familia. Hoy, como a Jesús, nos toca a nosotros encarnarnos en nuestra realidad concreta y construir la familia de Dios aquí y ahora.

Comunidad Anawin de Zaragoza

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

“Pautas para educar en la Fe en familia”. Sagrada Familia – C (Lucas 2,41-52)

Domingo, 26 de diciembre de 2021

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Es mucho lo que se puede hacer. En primer lugar, preocuparse de que el hijo reciba una educación religiosa en el colegio y tome parte en la catequesis parroquial. Luego, seguir de cerca esa educación que está recibiendo fuera del hogar, conocerla y colaborar desde casa apoyando y estimulando al hijo. En el hogar, actuar sin complejos, sin esconder o disimular la propia fe. Esto es importante para los hijos.

Nuestra conducta transmite una imagen de Dios

A través de su conducta, sin darse cuenta, transmiten una imagen de Dios a sus hijos. La experiencia de unos padres autoritarios y controladores va transmitiendo la imagen de un Dios legislador, juez vigilante y castigador. La experiencia de unos padres despreocupados y permisivos, ajenos a los hijos, va transmitiendo la sensación de un Dios indiferente hacia todo lo nuestro, un Dios como inexistente. Pero si los hijos viven con sus padres una relación de confianza, comunicación y comprensión, la imagen de un Dios Padre se va interiorizando de una manera positiva y enriquecedora en sus conciencias.

En la educación en la fe, lo decisivo es el ejemplo

Que los hijos puedan encontrar en su propio hogar «modelos de identificación», que no les sea difícil saber como quién deberían comportarse para vivir su fe de manera sana, gozosa y responsable. Solo desde una vida coherente con la fe se puede hablar a los hijos con autoridad. Este testimonio de vida cristiana es particularmente importante en el momento en que los hijos, ya adolescentes o jóvenes, van encontrando en su mundo otros modelos de identificación y otras claves para entender y vivir la vida.

No todas las actuaciones de los padres garantizan una educación sana de la fe

No basta, por ejemplo, crear hábitos de cualquier manera, repetir gestos mecánicamente, obligar a ciertas conductas, imponer la imitación… Solo se interioriza lo que se experimenta como bueno. Se aprende a creer en Dios cuando, a nuestra manera, tenemos la experiencia de un Dios bueno. La fe se aprende viviéndola gozosamente. Por eso educan en una fe sana los padres que viven su fe compartiéndola gozosamente con sus hijos.

José Antonio Pagola, Dejar entrar en casa a Jesús
PPC, Madrid 2018, 79-80

 

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“Los padres de Jesús lo encuentran en medio de los maestros”. Domingo 26 de diciembre de 2021. Sagrada Familia

Domingo, 26 de diciembre de 2021

06-sagradafamilia (C) cerezoLeído en Koinonia:

Eclesiástico 3, 2-6. 12-14: El que teme al Señor honra a sus padres.
Salmo responsorial: 127, 1-2. 3. 4-5: Dichosos los que temen al Señor.
Colosenses 3, 12-21: La vida de familia vivida en el Señor.
Lucas 2, 41-52: Los padres de Jesús lo encuentran en medio de los maestros

Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Los textos de la liturgia hacen referencia a temas familiares. En la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, escuchamos los consejos que un hombre, Ben Sirac, que vivió varios siglos antes de Jesucristo, da a sus hijos. El respeto y la veneración de éstos hacia sus padres es cosa agradable a los ojos de Dios, que éste no dejará sin recompensa. Los hijos que veneren a sus padres serán venerados a su vez por sus propios hijos. Todos estos consejos, aún conservando hoy plena validez, parecen insuficientes, puesto que están dados desde una mentalidad estrictamente rural, en donde otros aspectos de la vida familiar no son tenidos en cuenta. No sólo importa hablar hoy del respeto que los hijos deber a los padres, sino de la actitud de éstos con relación a los hijos. Esta insuficiencia resulta particularmente notable en momentos como los actuales, cuando la familia tiene planteados problemas de pérdida de sus funciones.

Desde una perspectiva cristiana, la familia continúa teniendo una función insustituible: ser una comunidad de amor en donde los que la integran puedan abrirse a los demás con una total sinceridad y confianza. Dejando aparte los consejos que en último lugar da San Pablo, y que son puramente circunstanciales y muy ligados a las costumbres y mentalidad de la época, la exhortación a la mansedumbre, a la paciencia, al perdón y, sobre todo, al amor, es algo realmente básico para la familia de nuestro tiempo.

El evangelio de Lucas en el que se nos cuenta la pérdida del niño Jesús en el Templo, fue escrito probablemente unos cincuenta años después de este suceso. Doce años es, aproximadamente, la época en que los niños comienzan a sentirse independientes. Para Lucas, esta primera subida de Jesús a Jerusalén es el presagio de su subida pascual y por ello, estos acontecimientos hay que leerlos a la luz de la muerte y resurrección del Señor.

La sabiduría de Cristo ha consistido para Lc en entregarse desde su joven edad “a su Padre”, sin que esto quiera decir que supiera ya adónde le llevaría esa entrega. Pero en ella va incluida ciertamente la decisión de anteponer su cumplimiento a toda otra consideración. Sus padres no tienen aún esa sabiduría. María parece que llega a presentirla. Pero, de todas formas, respetan ya en su hijo una vocación que trasciende el medio familiar. Y esto es algo muy valioso para cada una de nuestras familias. La educación de los hijos tiene que comenzar por una actitud de sincero respeto. Si no, es imposible que surja la compresión y el amor.

Pablo da algunos consejos para la convivencia con otros. Se requiere humildad, acogida mutua, paciencia. Y si fuese necesario, perdonar. Así procede Dios con nosotros. Su actitud debe ser el modelo de la nuestra (v.12-13). Pero, “por encima de todo”, está el amor, de Él tenemos que revestirnos, dice Pablo empleando una metáfora frecuente en sus cartas (v.14). De este modo “la paz de Cristo” presidirá en nuestros corazones (v.15).

Si el amor es el vínculo que une a las personas, la paz se irá construyendo en un proceso, los desencuentros irán desapareciendo (los enfrentamientos también) y las relaciones se harán cada vez más trasparentes. En el marco de la familia humana, esos lazos son detallados en el texto del Eclesiástico (3,3-17).

Lucas nos presenta a la familia de Jesús cumpliendo sus deberes religiosos (vv. 41-42). El niño desconcierta a sus padres quedándose por su cuenta en la ciudad de Jerusalén. A los tres días, un lapso de tiempo cargado de significación simbólica, lo encuentran. Sigue un diálogo difícil, suena a desencuentro; comienza con un reproche: “¿Por qué nos has hecho esto?”. La pregunta surge de la angustia experimentada (v. 48). La respuesta sorprende: “¿Por qué me buscaban?” (v. 49), sorprende porque la razón parece obvia. Pero el segundo interrogante apunta lejos: “¿No sabían que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. María y José no comprendieron estas palabras de inmediato, estaban aprendiendo (v.50).

La fe, la confianza, suponen siempre un itinerario. En cuanto creyentes, María y José maduran su fe en medio de perplejidades, angustias y gozos. Las cosas se harán paulatinamente más claras. Lucas hace notar que María “conservaba todas las cosas en su corazón” (v. 51). La meditación de María le permite profundizar en el sentido de la misión de Jesús. Su particular cercanía a él no la exime del proceso, por momentos difícil, que lleva a la comprensión de los designios de Dios. Ella es como primera discípula, la primera evangelizada por Jesús.

No es fácil entender los planes de Dios. Ni siquiera María “entiende”. Pero hay tres exigencias fundamentales para entrar en comunión con Dios: 1) Buscarlo (José y María “se pusieron a buscarlo”); 2) Creer en Él (María es “la que ha creído”); y 3) Meditar la Palabra de Dios (“María conservaba esto en su corazón”). Leer más…

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26.12.21 Sagrada Familia. El Niño perdido y (no) hallado en el templo

Domingo, 26 de diciembre de 2021

7767D29F-99EC-4D9C-A631-C3738CC9E94CDel blog de Xabier Pikaza:

De manera muy significativa y paradójica, Lucas ha escrito el bellísimo evangelio de este día (Lc 2, 41-52) para enseñarnos tres  cosas:

Jesús niño se ha “perdido” en el templo,  en sentido radical, como niño piadoso. Sus padres le han llevado allí a los 12 años, pero él ha descubierto que aquel no era su lugar. Ha ido al templo para “discutir como adolescente con los doctores “sabios”, para rebatirles. No ha seguido allí,les ha dejado solos con sus ritos y sus discusiones.

Jesús reconoce que se ha perdido, que ha buscado en el templo las cosas de su “Padre”, pero que no las ha encontrado. Por eso vuelve  con sus padres (María y José), no se queda en el templo (como si fuera su seminario, a los 12 años, como hizo un poco más tarde en gran sabi y vanidoso judío llamado Josefo). Por eso deja ese “seminario” y vuelve a su casa del pueblo, Nazaret, para seguir aprendiendo con su familia y con su gente. Su escuela no será el templo, sino el hobar y, de un modo especial, el trabajo (artesano, obrero de la construcción), con los pobres de la tierra; y alli, no en el templo, va creciendo en edad sabiduría y humaniad. No permanece en la “escuela elitista” del templo-iglesia, sino  que aprende y enseña después la universidad de la gente, de la calle.

Jesús descubrirá así que su familia son los hombres y mujeres del ancho mundo, en especial los pobres y trabajadores, los enfermos y excluidos… Por eso, según los evangelios sinópticos, Jesús no volverá al templo hasta el final de su vida, para decir a los sacerdotes que su escuela se ha vuelto una cueva de bandidos. Así lo indicaré partiendo de dos libros que cito al final de esta postal. Buen día navideño a todos.

La iglesia celebra este domingo después de Navidad la fiesta de la Sagrada Familia, la Familia de Dios, que está formada por todos los hombresy, de un modo especial, por los más necesitados (los hambrientos, desnudos, extranjeros, enfermos, encarcelados), a quienes Mt 25, 31-46 presenta como hermanos de Jesús.

Éste es el día de la familia humana de Jesús, niño nacido en un mundo en riesgo, niño que crece, que se independieza, que tiene hermanos. Aquí no vamos a presentar el tema entero, sino que nos limitamos a comentar el evangelio de este domindo de Navidad, que nos habla del Niño perdido en el templo.

Desde ese fondo compararemos esta escena de la infancia de Jesús según san Lucas con otro da la autobiografía de Flavio Josefo. A modo de conclusión presentaremos algunas reflexiones sobre Santiago, el hermano de Jesús, su familiar más conocido.

1. El niño Perdido en el templo

La tradición que está al fondo de Lc 1–2 ha situado a Jesús en un contexto de piedad sagrada israelita. Así aparece no sólo en los relatos de la “purificación y presentación” del niño en el templo (Lc 2, 21-40), sino, de un modo especial, en la historia edificante del “niño perdido y hallado en el templo” (Lc 2, 42-50; cf. 1 Sam 2-3).En ella se supone que Jesús conocía las tradiciones de Israel y era capaz de dialogar con los sabios, prdiéndose en el templo:

El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.

Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.” Él les dijo: “Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”. Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos (Lc 2, 40-51).

La escena, construida de forma simbólica, destaca la piedad de los padres y la sabiduría de Jesús,muchacho sabio, dialogando con los maestros de Jerusalén. Esa historia parece indicar que sabía cosas que no se aprenden, sin más, por tradición de escuela, sino que las conocía por tradición familiar y meditación interior (cf. Lc 2, 40). Jesús aparece así como “niño prodigio” o, quizá mejor, como adolescente sabio que, a los doce años, en el momento en que un judío se vuelve responsable de sí mismo, obligado a cumplir los preceptos de la Ley, dialoga con los sabios del templo de Jerusalén. Así aparece como un “bar” o “ben” “mitzvah”, un “hijo de los mandamientos”.

Los niños judíos actuales celebran esa fiesta de mayoría de edad a los trece años. No se sabe cómo y cuándo se celebraba exactamente en tiempos de Jesús, pero es claro que Lucas quiere evocar un tipo de celebración donde Jesús aparece, en su mayoría de edad, como alguien que puede responder y responde de sí mismo, como un “niño sabio” que permanece por unos días en Jerusalén (en la casa de su Padre Dios), para volver, sin embargo, con sus padres a Nazaret, creciendo así en sabiduría de las cosas de Dios. Sobr el trasfondo del tema: N. Krückemeier, Der zwölfjährige Jesus im Tempel (Lk 2.40-52) und die biografische Literatur der hellenistischen Antike, NTS 50 (2004) 307-319.

2. Comparación con F. Josefo.

Una anécdota como la anterior, donde Jesús adolescente dialoga con los maestros del templo, aparece en la autobiografía de F. Josefo, historiador judío algo más joven, que se describe a sí mismo como un auténtico niño prodigio:

Yo fui educado con un hermano mío, llamado Matías, hijos los dos del mismo padre y de la misma madre; progresaba mucho en la instrucción, destacaba por mi memoria e inteligencia; y cuando apenas había salido de la infancia, hacia los catorce años, todos me valoraban por mi afición a las letras, pues continuamente acudían los sumos sacerdotes y las autoridades de la ciudad para conocer mi opinión sobre algún punto de nuestras leyes que requiriera mayor precisión (Autobiografía II, 8-9).

Josefo aparece de manera mucho más pretenciosa que Jesús, pues no sólo dialoga (pregunta y responde), sino que enseña, de manera que a los catorce años actúa como “maestro de los maestros de la ley”. Hay además una diferencia esencial:

Josefo pertenece a una de las familias sacerdotales ricas de Jerusalén, de manera que no tiene más obligación ni tarea que estudiar.

Jesús, en cambio, como pondremos de relieve, pertenece a una familia de “campesinos obreros”, de manera que su ocupación directa es el trabajo, no el estudio.

Por otra parte, Josefo pudo seguir su etapa de “formación teórica” hasta los dieciséis años, para completarla con una educación práctica, pero no en el trabajo material, como Jesús, sino en la forma de vida de cada una de las tres “sectas” o filosofías (tendencias vitales) del judaísmo de su tiempo (fariseos, saduceos y esenios), para hacerse finalmente discípulo de Bano, un bautista anacoreta, culminando su formación a los diecinueve años (Aut II, 10-12).
Josefo era un “buscador curioso”; hoy diríamos un “burgués del pensamiento”.Tenía la vida asegurada, en plano económico y social. Por eso podía dedicarse al lujo de estudiar y experimentar en los diversos caminos de la educación judía, sin implicarse totalmente en nada de aquello que hacía.

Jesús, en cambio, será un “buscador vital”, alguien que explora en la vida de trabaja y sufrimiento de la gente de su entorno. No ha podido dedicarse a recorrer las diversas “sectas” o filosofía, pues no tiene tiempo ni medios para ellos; no puede estudiar en con medios caros, ni dedicarse a la administración pública, ni viajar a Roma como “embajador” de unos sacerdotes, para ser recibido por la gran Popea, mujer del César (de Nerón) (Ibid III, 13-16). Él tendrá que estudiar y aprender en la escuela más realista y exigente: la escuela de la vida y del trabajo, que le pone en contacto con la vida real, como seguiremos viendo.

Lo que distinguirá a Jesús no es el estudio y conocimiento teórico de la Escritura, pues en su tiempo había muchos rabinos o estudiosos como Josefo (o como Hilel y Filón, ya citados) que la conocían de un modo más preciso, de manera que podían comentarla siguiendo las leyes de la exégesis entonces normativa. Pues bien, sin ser especialista, hombre de estudio (¡y precisamente por no serlo!), Jesús ha sido y sigue siendo para los cristianos aquel que mejor ha conocido y explicado la Escritura, desde la experiencia de su vida.

Hay un tipo de escuela que enseña a ignorar, como suponen las discusiones de Jesús con los escribas o letrados, que conocen la “letra” de la Ley, pero no su vida interna. Precisamente para llegar hasta el fondo de esa vida de la Escritura, Jesús ha tenido que salir del círculo de letrados y sacerdotes (de la escuela y templo), entrando en el mundo real de la vida y trabajo de los pobres y expulsados de Galilea. Desde ellos y con ellos (para ellos) ha conocido la Escritura.

Por eso, cuando Lucas acaba diciendo que el Jesús adolescente de doce años dejó el templo y fue con sus padres, estando sometido a ellos, está suponiendo, al menos implícitamente, que asumió la vida de trabajo de su familia. Leer más…

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Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo C

Domingo, 26 de diciembre de 2021

EF3FC538-9B27-4B81-967E-1F97EEB60A5BDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Dos lecturas que encajan

En una fiesta de la Sagrada Familia, esperamos que las lecturas nos animen a vivir nuestra vida familiar. Y así ocurre con las dos primeras.

Lectura del libro del Eclesiástico 3, 2-6. 12-14

El libro del Eclesiástico insiste en el respeto que debe tener el hijo a su padre y a su madre; en una época en la que no existía la Seguridad Social, “honrar padre y madre”implicaba también la ayuda económica a los progenitores. Pero no se trata sólo de eso; hay también que soportar sus fallos con cariño, “aunque chocheen”.

Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 12-21

La sección final de la carta a los Colosenses exhorta a vivir como cristianos, insistiendo en la bondad, el perdón, la paz, el agradecimiento a Dios. Después de estos consejos, añade una serie de advertencias dirigidas a las esposas, los maridos, los hijos, los padres, los esclavos y los señores. Las cuatro primeras han sido elegidas para esta fiesta de la Sagrada Familia. Pueden resultar extrañas por su carácter exigente, como si las relaciones familiares en Colosas dejaran bastante que desear. Pero estos consejos forman parte de la cultura de la época, muy influida por la filosofía estoica. Con una notable diferencia en nuestro caso: mientras los estoicos enfocaban estas virtudes desde un punto de vista humano, la carta adopta un enfoque cristiano. Hay que obrar de este modo “como conviene en el Señor” y “porque eso le gusta al Señor”. Cristo es el punto de referencia para el comportamiento en la familia cristiana. Precisamente este enfoque permite adaptar la advertencia dirigida a la mujer a nuevas circunstancias. Hoy día no se le puede pedir que viva bajo la autoridad del marido “como conviene en el Señor”. Pero todos los miembros de la familia deben plantearse cuál es la forma de vida que “conviene en el Señor” y la que más le agrada.

Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor.

Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.

Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor.

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

¿Un evangelio impropio?

Después de los consejos anteriores, que animan a obedecer y respetar a los padres, lo que menos podíamos esperar es un evangelio en el que Jesús parece ofrecer un pésimo ejemplo de falta de respeto.

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: 

− Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. 

Él les contestó: 

− ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? 

Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres. 

No sólo el hecho de quedarse en el templo sin avisar, sino también la respuesta tan chulesca que da a María, le habrían merecido una bofetada en cualquier cultura anterior a la nuestra. Mal ejemplo para una fiesta de la familia. ¿Qué quiere decirnos Lucas con este extraño episodio que solo cuenta él?

Lo que quiere decir a María y de María

En el relato inmediatamente anterior se ha contado que Simeón, al tener a Jesús niño en sus brazos, además de hablar de su futuro anunció a María que una espada le atravesaría el alma. Jesús no iba a ser para ella puro motivo de alegría, sino también de angustia y preocupación. Saltando por alto doce años, la visita al templo le sirve a Lucas para ejemplificar esa espada que atravesaría a María durante toda su vida: sufrimiento y desconcierto (porque, aunque Jesús se explique, “ellos no comprendieron lo que quería decir”). Cuando hablamos de los sufrimientos de María, de sus “dolores”, pensamos casi siempre en la pasión y muerte de Jesús. Sin embargo, Jesús hizo sufrir a María toda su vida, no solo al final. La hizo sufrir con su actividad y sus palabras, que suscitaban la oposición y el rechazo de mucha gente y que terminarían provocando su muerte.

Lo que quiere decir de Jesús

¿Qué pensaba Jesús de sí mismo? ¿Era simplemente un buen israelita que, un día, acudió a que Juan lo bautizara y después tuvo la experiencia de que Dios le hablaba y le encomendaba una misión, como parece sugerir el comienzo del evangelio de Marcos? Lucas quiere corregir esta imagen. La estrechísima relación de Jesús con Dios no empieza en el bautismo, se da desde siempre.

Este episodio se comprende mucho mejor si se recuerda la historia del profeta Samuel. Consagrado por su madre al templo, ha pasado toda su vida junto al sacerdote Elí. Hasta que, a los doce años (según Flavio Josefo), una noche Dios lo llama: “Samuel, Samuel”. Naturalmente, no puede imaginar que Dios lo llame y va corriendo junto al sacerdote Elí. Este le dice que no lo ha llamado, que vuelva a acostarse. Pero la escena se repite al pie de la letra, y el narrador se siente obligado a comentar: “Samuel no conocía todavía a Yahvé”. Lleva doce años en el templo, viviendo con el sumo sacerdote, asistiendo al culto, pero “no conocía todavía a Yahvé”. Jesús, en cambio, a los doce años, sabe perfectamente cuál es su relación con él: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Dios es su Padre, y ese conocimiento se lo ha comunicado ya a José y María con anterioridad. Estas palabras contrastan no solo con la ignorancia de Samuel sino también con lo que le ha dicho María: “Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.” Para Jesús, su único Padre es Dios. Y su misión la ha recibido mucho antes del bautismo.

Lucas, tan buen conocedor de la Escrituras, cuando dice que Jesús asombraba a todos los maestros con su sabiduría, es posible que esté aludiendo al Salmo 119: “Soy más docto que todos mis maestros porque medito tus preceptos. Soy más sagaz que los ancianos porque observo tus decretos” (vv.99-100). Aunque Jesús no pondrá nunca el acento en la letra de los preceptos y decretos, sino en la entrega plena a la voluntad de su Padre.

María y nosotros

Lucas tiene especial interés en presentar a María como modelo del cristiano. Con pocas palabras (“He aquí la esclava del Señor”), con el silencio (como en el caso de los pastores y de Simeón) y, sobre todo, con su actitud de reflexionar y meditar todo lo que se relaciona con Jesús. María no es tan lista como los teólogos, y mucho menos que los obispos y papas. Ella no entiende muchas cosas. Jesús la desconcierta. Pero conoce el gran remedio para el desconcierto: la oración. Cuando estamos a punto de recomenzar el contacto con la actividad de Jesús, es muy bueno acordarnos de ella e intentar imitarla.

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26 de Diciembre de 2021. Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo C.

Domingo, 26 de diciembre de 2021

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“Su madre conservaba todas las cosas en lo íntimo de su corazón”

(Lc 2, 41-52)

María, como madre y como mujer de fe se nos pone hoy de ejemplo. Tras haber perdido a Jesús en Jerusalén, tras días de gran angustia familiar, no comprendiendo los comentarios de su hijo, se nos presenta a María orante, contemplativa, serena, posando lo que vive, lo que duda, sus alegrías y sus miedos, en el corazón. No es tanto el “espacio” de las emociones como lo profundo de la persona.

María irá comprendiendo con el paso de los años que su hijo no será como ella pensaba (ningún hijo ni hija lo somos). Es una parte del Evangelio que da lugar a volar con la imaginación a la vida oculta de Cristo, a esas conversaciones con sus padres, momentos en los que la rutina lo invadía todo…

En este tiempo en que vivimos nos resulta extraño este “conservar las cosas en lo íntimo del corazón”. Podemos preguntarnos: ¿y no lo compartía? Hoy que subimos fotos a facebook o las compartimos por whatsapp… Nuestra gente cercana sabe enseguida dónde hemos cenado, qué nos hemos comprado o a dónde hemos viajado… ¿Compartimos con la misma facilidad nuestros deseos, nuestros anhelos, cómo Dios va actuando en lo cotidiano de nuestra vida? Creo que no, que hay cosas que necesitamos guardar en lo profundo de nosotras mismas, allí donde no tenemos una imagen que mantener, donde somos realmente libres.

María nos enseña a vivir en Dios. Por cierto, en cada Eucaristía lo decimos: “por Cristo, con Él y en Él”. Se nos invita a abandonar ese vivir hacia fuera, pensando en qué van a opinar las demás personas sobre nosotras… Solo tras dejar en lo más íntimo de nuestro ser lo que nos va ocurriendo, podremos ser hombres y mujeres entregadas al servicio de la humanidad.

Oración

Trinidad Santa, ayúdanos a vivir en ti,
y a guardar lo que vamos viviendo en lo íntimo de nuestro ser.


*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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El evangelio no sacraliza ningún modelo de familia.

Domingo, 26 de diciembre de 2021

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LA FAMILIA DE NAZARET (C)

Lc 2,41-52

Solo si conocemos lo que era la familia en tiempo de Jesús, estaremos en condiciones de comprender lo que nos dice el evangelio. En aquel tiempo no existía la familia nuclear, formada por el padre la madre y los hijos. En su lugar encontramos el clan o familia patriarcal. El control absoluto pertenecía al varón más anciano. Todos los demás miembros: hijos, hermanos, tíos, primos, esclavos formaban una unidad sociológica. Este modelo ha persistido en toda el área mediterránea durante milenios. La esposa entraba a formar parte de la familia del varón, olvidándose de la suya propia.

Todos los miembros de la familia formaban una unidad de producción y de consumo. Pero la riqueza básica del clan era el honor. Sus miembros estaban obligados a mantenerlo por encima de todo. No era solo una cuestión social sino también económica. Las relaciones económicas eran inconcebibles al margen de la honorabilidad y el prestigio. Era vital para el clan que ningún miembro se desmandara y malograra el bienestar de toda la familia. Esto no quiere decir que no tuvieran los esposos relaciones especiales entre ellos y con los hijos. Incluso podían tener su casa propia, pero nunca gozaban de independencia.

Esta perspectiva nos permite comprender mejor algunos episodios de los evangelios. El que acabamos de leer es un ejemplo. Desde la idea de una familia formada por José, María y Jesús, es incomprensible que se volvieran de Jerusalén sin darse cuenta de que faltaba Jesús. Si todo el clan (treinta – cincuenta personas) sube a Jerusalén como familia, los varones irían juntos, las mujeres también y los jóvenes andarían por su lado, sin preocuparse demasiado los unos de los otros, porque la seguridad la daba el grupo.

Otros pasajes que se explican mejor desde esta perspectiva: (Mc 3, 20-21) “Al enterarse ‘los suyos’ se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio”. Lo que pretendía su familia era evitar una catástrofe para él y para todo el clan. El tiempo les dio la razón. Más adelante (Mc 3, 31-34): “Una mujer dice a Jesús: tu madre y tus hermanos están fuera. Él contestó: Y ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Se nos está diciendo que para llevar a cabo su obra, Jesús tuvo que romper con su clan, lo cual no supone que rompiera con sus padres. Este episodio lo recoge también Mateo y Lucas.

Hay otro aspecto que también se explica mejor desde este contexto. La costumbre de casarse muy jóvenes (las mujeres a los 12 -13 años y los hombres a los 13-14). Era vital adelantar la boda, porque la media de edad era unos treinta y tantos años y a los cuarenta eran ya ancianos. En el ambiente que tenían que vivir, no era tan grave la inexperiencia de los recién casados, porque seguían bajo la tutela que daba el clan. También la responsabilidad de criar y educar a los hijos era tarea colectiva, sobre todo de las mujeres.

Jesús no se sometió a ese control porque le hubiera impedido desarrollar su misión. Fijaros el ridículo que hacemos cuando, en nombre de Jesús, predicamos una obediencia ciega, es decir irracional, a personas o instituciones. Cuando creemos que el signo de una gran espiritualidad es someter la voluntad a otra persona, dejamos de ser nosotros mismos. La explicación que acabo de dar pretende armonizar la responsabilidad de Jesús con su misión y el cariño entrañable que tuvo que sentir, sobre todo por su madre.

El relato evangélico que acabamos de leer está escrito ochenta años después de los hechos; por lo tanto no tiene garantías de historicidad. Sin embargo es muy rico en enseñanzas teológicas. No hay nada de sobrenatural ni de extraordinario en lo narrado. Se trata de un episodio que revela un Jesús que empieza a tomar contacto con la realidad desde su propia perspectiva. Justo a los doce años se empezaban a considerar personas, a tomar sus propias decisiones y a ser responsables de sus propios actos.

Sentado en medio de los doctores. Los doctores no tienen ningún inconveniente en admitirle en el “foro de debate”. Tiene ya su propio criterio y lo manifiesta. Lucas prepara lo que va a significar la vida pública, adelantando una postura que no es de niño. Sus padres no lo comprendían. La verdad es que fue, para todos los que le conocieron incomprensible. Siguió bajo su autoridad, pero ya ha dejado claro que su misión va más allá de los intereses del clan. La última referencia es un fuerte aldabonazo. Dice el texto: Jesús crecía en estatura en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.

Debemos buscar la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización que lo único que consigue es meternos en un ambiente irreal que no conduce a ninguna parte. Lo importante no es la clase de institución familiar en que vivimos, sino los valores humanos que desarrollamos. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó  la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió. El marco familiar es el primer campo de entrenamiento para los seres humanos. El ser humano nace como proyecto que tiene que desarrollarse con la ayuda de los demás.

No debemos sacralizar ninguna institución. Las instituciones tienen que estar siempre al servicio de la persona humana. Ella es el valor supremo. Las instituciones ni son santas ni sagradas. Con frecuencia se abusa de las instituciones para conseguir fines ajenos al bien del hombre. Entonces tenemos la obligación de defendernos. No son las instituciones las culpables sino algunos seres humanos que se aprovechan de ellas para defender sus propios intereses. No se trata de echar por la borda una institución por el hecho de que me exija esfuerzo. Todo lo que me ayude a crecer me exigirá esfuerzo. Pero nunca puedo permitir que la institución me exija nada que me deteriore como ser humano.

La familia sigue siendo hoy el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, pero no solo durante los años de la niñez o juventud, sino durante todas las etapas de nuestra vida. El ser humano solo puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. La familia es el marco ideal para esas relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana. Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio.

En ninguna parte del NT se propone un modelo de familia, sencillamente porque no se cuestiona el existente en aquel tiempo. Proponer un único modelo de familia como cristiano es pura ideología. Si dos hermanos viven con uno de los padres forman una familia, cuando muere el padre, ¿dejan de ser una familia? Y si son dos personas que se quieren y deciden vivir juntas, ¿no son una familia? Jesús no defendió instituciones, sino a las personas que la forman. En cualquier modelo de familia lo importante es el amor, que Jesús predicó y que debemos desarrollar en cualquier circunstancia que la vida.

Meditación-Contemplación 

Piensa: ¿Qué sería yo sin los demás?
Nada, absolutamente nada, ni siquiera mi existencia sería posible.
Si los que te rodean han hecho posible que tú seas,
¿es mucho pedir, que tú ayudes a los demás a ser?
Deja que todos encuentren en ti un apoyo para seguir viviendo;
es la única manera de vivir tú humanamente.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La familia de Nazaret.

Domingo, 26 de diciembre de 2021

Dios es FamiliaDomingo después de Navidad, ciclo C

(Lc 2, 41-52) Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad

En tiempos de Jesús la familia patriarcal o clan estaba formada por los padres, abuelos, hermanos, primos, tíos, esclavos. La autoridad principal la ostentaba el varón de mayor edad. Este modelo ha estado vigente en la zona mediterránea durante siglos. La categoría que cohesionaba a todos los miembros era el honor, la honra y se comprometían a mantenerlo a toda costa. Era una cuestión social y económica de vital importancia para preservar la seguridad y el bienestar familiar.

Todo esto nos ayuda a interpretar adecuadamente algunos pasajes de los evangelios como el de hoy. Aunque es poco probable que sea un relato histórico, ya que está escrito mucho después, contiene un significado teológico enorme.

Lucas nos dice que el clan familiar de Jesús solía ir a Jerusalén por las fiestas de Pascua, es decir, un grupo numeroso de treinta, cuarenta o más personas; probablemente los hombres se juntarían, también las mujeres, y los más jóvenes irían de acá para allá sin preocuparse demasiado unos de otros. Era una familia absolutamente normal. Es, además, una experiencia que se ha vivido en muchos pueblos en las fiestas patronales.

Jesús ha cumplido doce años, un número simbólico de madurez que encontramos en otros pasajes de los evangelios. Señala un grado de adultez y conocimiento que poco tiene que ver con la imagen ingenua de un Jesús tierno y dócil. Es la edad en que se toma contacto con la realidad, se amplía el entorno del círculo familiar, se comienza a tomar decisiones, a ser responsable de sus propios actos.

La curiosidad de Jesús, o quizá, la intuición del vínculo con su yo interior, le hace acercarse al Templo, centro de la ciudad y del saber religioso de los judíos. Pero centro también, de un proceso que ya está gestándose  y desarrollándose en su interior. Y opta por quedarse entre los maestros escuchándoles y preguntándoles. Su interés manifiesta ya un criterio propio y cierta autonomía. Jesús deja claro que su misión va más allá de los intereses de su familia y de lo que dictan las normas sociales. De hecho, no se incorpora a la caravana de regreso a Nazaret. El niño ha salido respondón.

Lucas va preparando el significado de la vida pública de Jesús. Es ahí en el hondón del corazón, en lo oculto e íntimo donde se descubre la naturaleza esencial de la persona entre el ser humano y la Divinidad, que llamamos Unidad (Cf. Hch 17,28). Todo lo demás, es la trama de la vida con sus necesidades, anhelos, intereses, condicionamientos o distracciones. Jesús elige entrar en el corazón de “su templo” y ponerse a la escucha de la Palabra.

La búsqueda de María y José entre parientes y conocidos no da el resultado esperado y deciden volver a Jerusalén. Es una forma de decir que en esa parada interior de “tres días” descubres en el fondo de tu Ser, en la intimidad del corazón, esa chispa de Luz divina que te habita y te acompaña hasta el momento del encuentro definitivo con Dios. Más que una fecha precisa indica un breve lapso de tiempo en el cual has dado la adhesión a Jesús. Ese viaje existencial hace que el alma “progrese en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”.

Jesús, finalmente, regresa con sus padres a Nazaret. Al igual que nosotros, tras haber experimentado la presencia del Espíritu en la interioridad del corazón, se incorpora a la vida cotidiana con todas sus posibilidades, capacidades y fortalezas. Es la vida insertada en un espacio y tiempo concreto. Se trata de saber conjugar su libertad esencial, esto es, hacer la voluntad del Padre y, al tiempo, vivir las relaciones humanas que vamos tejiendo con un corazón sencillo y alegre. Lucas lo expresa diciendo que “Jesús siguió bajo su autoridad”.

El evangelio no idealiza ni consagra ningún tipo de familia en especial. La de Jesús, tan diferente a la del mundo moderno, es bastante atípica. De hecho Mateo comienza su evangelio con la genealogía de Jesús, con una historia de infancia. Algo no cuadraba. Jesús es para él el término hacia el que miran el anuncio profético y el cumplimiento. Las credenciales de Jesús están en la Escritura que se cumple en él.

La familia sigue siendo el marco indispensable para el desarrollo de la persona en todas sus dimensiones. Es ahí donde adquiere el aprendizaje necesario para crecer y establecer relaciones humanas a lo largo de toda su vida. En cualquier modelo de familia lo esencial es el amor, que Jesús predicó poniendo a la persona en el centro por encima de convencionalismos sociales o culturales. Los lazos de sangre y las relaciones que vamos estableciendo nos ayudan a salir de nosotros mismos, de nuestros egos, para construir fraternidad, tolerancia, respeto, humildad, entrega, servicio. Eso es lo que nos acerca a la plenitud humana. ¿Es la familia, hoy, cualquiera que sea el modelo, germen y sostén de vínculos solidarios, educadora de compromisos frente al relativismo e individualismo que impera en la sociedad y continuadora de la vivencia de la fe? ¿Es la pedagogía de la Iglesia acorde con los tiempos que estamos viviendo?

Finalmente se nos dice que María lo guardaba todo en su corazón. Ella recuerda las palabras del ángel en la Anunciación: “será grande, santo, Altísimo…” que parecen no coincidir con la pobreza y el desamparo del alumbramiento en la soledad de una cueva. Una Novedad que irrumpe frente a todas las grandezas que escuchó sobre Dios. Un Dios que se presenta casi siempre de incógnito, sin artificios ni relumbrones. María necesitó meditar ese misterio y nos invita a vivir en alerta permanente para descubrir la novedad del Dios-con-nosotros hasta que la fe nos haga capaces de integrarlo y acogerlo.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

 Fuente Fe Adulta

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Vivir en Casa.

Domingo, 26 de diciembre de 2021

93E8AFE1-ED92-4696-B6E3-55E7A9C5AD2BDomingo I de Navidad: Fiesta de la Sagrada Familia

26 diciembre 2021

Lc 2, 41-52

Parece probable que Lucas construyera este relato con un objetivo preciso: presentar a Jesús como alguien que vivía permanentemente “en el Padre” , en una actitud marcada por la confianza y la docilidad completa. Lo cual se percibe nítidamente en las últimas palabras que el propio Lucas pone en boca del Crucificado: “Padre, a tus manos confío mi espíritu” (Lc 23,46). De ese modo, el evangelista hace que “Padre” sea la primera y la última palabra que pronuncia el Jesús de su evangelio.

¿Qué significa exactamente la expresión “estar en casa de mi Padre”? Una es la lectura teísta, según la cual la persona religiosa se entrega a la divinidad, pensada como un Ser separado, en quien cree encontrar fuerza, apoyo y confianza.

Pero, superado el teísmo, cabe también otra lectura -simbólica, mística y laica a la vez-, según la cual, el término “Padre” es una metáfora para referirse al Fondo último de lo real y, por tanto, a nuestra verdadera identidad. “Padre” alude a la Realidad transpersonal -lo realmente real-, fuente, fundamento y “sustancia” última de todo lo que es, que se despliega constantemente en infinidad de “formas” que pueblan nuestra experiencia.

Ahí queda expresada la paradoja de lo real -también nuestra-: somos esa misma y única Realidad (“Padre”) expresándose en una forma concreta (yo). Y Eso que somos no puede ser pensado ni nombrado; únicamente podemos serlo y es entonces cuando lo conocemos de manera experiencial. No solo no se halla al alcance de la razón -siendo totalmente “razonable”, es transracional-, sino que el camino para experimentarlo pasa por el silencio de la mente. Silencio que nos introduce en lo que los místicos llamaron la “sabiduría del no saber” y nos pone en contacto con “Aquello” que es previo a todo pensamiento, el “Fondo lúcido”, un saber previo a la razón, que se verifica en la propia persona del buscador.

Desde esta lectura, “estar en casa del Padre” significa vivir anclados, en conexión consciente, con “Eso” que somos en profundidad, fuente de vida, de amor, de creatividad y de acción, en una actitud sostenida de confianza y de docilidad a la vida. “Estar en la casa del Padre” es vivir diciendo sí a lo que la vida nos trae y en la dirección que la vida nos mueve.

¿Vivo, de manera consciente, en casa?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La familia de Jesús fue sagrada, pero no fácil

Domingo, 26 de diciembre de 2021

6e4223395a2f7e4163a0742868f9c806Del Blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

1.- La familia

Dentro de los días de Navidad celebramos hoy la fiesta de la familia de Jesús, la Sagrada Familia.

Es un buen momento para pensar un poco en esta institución en la que hemos nacido y crecido.

¡Cuánto ha cambiado la familia por diversos motivos socio-culturales y económicos!

      1.1.- Una escena con dos motivos y un diálogo extrañísimo.

      1.2.- Una fiesta familiar, popular y cultural – religiosa.

El Evangelio nos presenta hoy una escena familiar, popular de la tradición judía: todos los años iban por la Pascua a Jerusalén:

Tres veces al año se presentarán todos tus varones ante Yahveh tu Dios: en la fiesta de los Ázimos, en la fiesta de las Semanas, y en la fiesta de las Tiendas. Nadie se presentará ante Yahveh con las manos vacías. (Dt 16,16)

    Podemos pensar que la familia de Jesús celebró estas fiestas y tradiciones. (Salvando las distancias culturales y religiosas, eran las romerías de nuestras gentes y pueblos a la ermita de Andión, a Santiago, a Aránzazu,  etc.).

    Tampoco hace falta mucho para que un niño se pierda en la romería.

    La angustia y preocupación de sus padres es más que comprensible, así como el reproche de sus padres a Jesús.

2.- Un acontecimiento teológico.

    A partir de una romería se arma un diálogo para sordos:

Lógicamente: “Tu padre y yo te buscábamos angustiados

(Es evidente que María no está hablando de Dios Padre, sino de su marido, José).

    María y José ¿encontrarían a Jesús discutiendo con los “doctores del concilio de Trento acerca de la transubstanciación”?

¿Jesús era un niño prodigio? ¿Se lo sabía todo? No parece que sea ese el significado.

    La cuestión es que Jesús responde “extrañamente”:

“¿No sabíais que yo tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?”

    ¿Cómo le sentarían estas palabras a José? Nosotros enseguida lo resolvemos distinguiendo y diciendo que Jesús hablaba de Dios. Sin embargo María se refería a un hombre, a José.

En muchos momentos las actitudes de Jesús no tuvieron que ser fáciles para María y José:

  • El comportamiento de Jesús en el Templo de niño no es comprensible, peor todavía cuando Jesús adulto, vuelca el sistema económico del Templo.
  • Las relaciones de Jesús con publicanos, pecadores, prostitutas no les tenían que hacer ninguna gracia a María y José.
  • No pocos de los seguidores de Jesús eran medio zelotas, revolucionarios…
  • La constante discusión y enfretamiento de Jesús con la ley, los fariseos, los sacerdotes, etc… no les gustaría lo más mínimo a sus padres: José y María, religiosos a carta cabal.

No tuvo que ser fácil para José y María el comportamiento de Jesús.

    Y ¿en qué familia no hay problemas, modos diversos de pensar y de vivir, enfrentamientos, incluso rupturas?

3.- Y ¿de qué quiere este Dios-padre que se ocupe Jesús?

Si queremos saber de qué iba a ocuparse Jesús, habremos de leer, meditar, lo que viene en los evangelios después de los relatos de la infancia: Jesús se ocupa de la samaritana, del hijo pródigo, de la oveja perdida, de las bienaventuranzas, de la crítica al sistema del Templo, del lavatorio de los pies, del mandamiento del amor, de la entrega de su vida hasta la cruz, de la resurrección.

4.- Relatos de la infancia, sí, pero no cosa de niños.

Los temas de los relatos de la infancia son de adultos:

  • Nacemos niños, pero nacer y la natalidad no es una cuestión infantil.
  • La noche y la luz, la estrella de los pastores y los magos no es cosa de niños, nuestra vida no está resuelta, basta mirar la noche cultural en que vivimos. Ver o no ver en la vida es algo que va en serio.
  • La huida a Egipto: la esclavitud y la libertad, las migraciones no son cosa de poca monta
  • Herodes comparado con muchos políticos actuales era San Luis Gonzaga: 5 millones de niños muere al año de hambre / malnutrición. Un millón de personas mueren al año de paludismo, la mayor parte: niños

La familia es una institución importante en la vida: realiza a las personas, las ayuda, las protege, las prepara para la vida.

La familia de Jesús fue sagrada, pero no fácil. ´Crecieron todos: Jesús, José y María.

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Navidad.

Viernes, 24 de diciembre de 2021

llegamos-Navidad-pandemia-cuestas_2295980381_15161048_660x371Lc 2, 1-14

«Os ha nacido un Salvador»

Esta expresión puede sonar hoy a trasnochada y ñoña… ¿Quién necesita que nadie le salve?… ¿Quién va a creer hoy que un niño pobre que acaba de nacer en una cuadra le va a salvar?…

Es más fácil creer que la ciencia nos va a permitir dominar la Naturaleza y erradicar la enfermedad —y quién sabe si la muerte—; que la actividad económica va a acabar proporcionando a todos una prosperidad nunca alcanzada anteriormente; que el sistema democrático propiciará una sociedad más justa e igualitaria; que las corrientes positivistas en boga nos librarán de ese Dios imaginario que nos oprime, nos infantiliza y bloquea el camino del progreso…

Porque la ciencia, la economía y la política nos ofrecen hechos, y sabemos que en mayor o menor medida todas estas promesas de redención han dado sus frutos. La prueba está en el bienestar y el confort del que disfrutamos, la seguridad jurídica que nos proporcionan las leyes, el acceso generalizado a la educación y al sistema de salud, la capacidad adquisitiva de muchos ciudadanos impensable hace tan solo unos años… Parece evidente que vamos por el buen camino, y los cantos de sirena de antaño ya no nos hacen ningún efecto.

Pero a pesar de todo, allá en el fondo sentimos que algo crucial falta en nuestras vidas. Y nos preguntamos si el consumo compulsivo, el ocio compulsivo y nuestro afán por evadirnos de la realidad, no serán muestras inequívocas de un vacío interior imposible de llenar con los mil mecanismos que con este fin ha creado la sociedad de consumo. Un vacío que acaba provocando angustia, y que tratamos de soslayar con el consumo desmedido de alcohol y de drogas. Y ello sin olvidar las tasas desbocadas de suicidio entre jóvenes de los países arquetípicos del bienestar occidental, pues se da la paradoja de que a más bienestar, mayor tasa…

Algo muy importante nos está fallando, y ante este panorama, el evangelio nos invita a volver la vista a Belén y fiarnos de ese niño que ha nacido en un pesebre rodeado de gente marginal. A fiarnos de que va a ser capaz de salvar nuestra vida de la banalidad y el desastre con su propuesta de vida, ante la cual, el proyecto del mundo resulta soso y desabrido.

Somos más —nos dirá—, hay más destino, hay otro modo de vivir, Dios está ahí presente, y habla, y trabaja…  La vida humana tiene sentido, pero para encontrarlo debéis apartaros del dinero como de la peste, debéis acostumbraros a vivir con poco y a compartir lo que tenéis con los demás, debéis aprender a sufrir, a ser amables y misericordiosos, a no pasar nunca de largo cuando alguien os necesita, a trabajar por las víctimas, a convertiros en servidores de todos y en esclavos de todos…

Probablemente sea una necedad pensar que no necesitamos salvación, y sin duda una gran alegría creer que esta noche nos ha nacido un salvador. «Gloria a Dios en el cielo, y en la Tierra paz a los hombres, que Dios ama».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

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Dios no se encarna, es encarnación.

Viernes, 24 de diciembre de 2021

Refugiados_CaritasInternationalis_050117NOCHEBUENA (C)

Lc 2,1-14

Cualquier clase de discurso que podemos hacer hoy se me antoja ridículo. Nada se puede expresar con propiedad del misterio que estamos celebrando. Hoy mejor que nunca debíamos aplicar el proverbio oriental: “Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate”. Solo en clave de silencio seremos capaces de entender algo. Esta noche debemos intentar una meditación sosegada sobre Jesús y sobre lo que su figura supone para todos nosotros. Lo que tienes que descubrir y vivir no puede venir de fuera, tiene que surgir de lo hondo de ti mismo.

El evangelio que acabamos de leer nos coloca ante el misterio, pero tendrás que adentrarte tú solito en él. Es fácil que se desborden los sentimientos en este tiempo de Navidad, pero eso no basta para vivir el misterio que celebramos. Es una noche, no para el folclore sino para la meditación. Sin esta contemplación, se quedará en algo vacío, sin ningún sentido religioso. El valor de esta fiesta depende de mi actitud. Nada suplirá el itinerario hacia el centro de mí mismo. Solo allí se desarrolla el misterio. Solo en lo hondo de mi ser descubriré la presencia de Dios.

Recordar el nacimiento de Jesús nos puede ayudar a encontrar a Dios dentro de nosotros y en los demás. Jesús vivió y murió en un lugar y un tiempo determinado, pero no estamos celebrando un cumpleaños. Los datos históricos no tienen importancia. Jesús nació, no sabemos dónde, no sabemos cuándo, ni en qué día, ni en qué mes, ni en qué año. Todo lo que digamos de él, desde el punto de vista histórico, apunta al desconcierto. El encuentro con Jesús, que apareció en un momento de la historia, me tiene que llevar al encuentro con Dios, que no tiene historia. Dios es siempre el mismo, pero para mí será siempre diferente.

La encarnación no es un hecho puntual, sino una actitud eterna de Dios. Dios no tiene actos. Todo lo que hace, lo es. Si se encarnó, es encarnación, es Emmanuel. Si en Jesús se hizo presente a Dios, debemos buscar en nosotros lo que descubrimos en él. No se trata de recordar y celebrar lo que pasó hace dos mil años sino de descubrir que la presencia de Dios se da hoy en mí y debo descubrir y vivir conscientemente esa realidad sublime. Lo que pasó en Jesús, está pasando en cada uno de nosotros, está pasando en mí. Este es el sentido de la Navidad.

Ni María ni José ni nadie de los que estuvieron relacionados con los acontecimientos que estamos celebrando, se pudo enterar de lo que estaba pasando, porque Dios actúa siempre acomodándose a la naturaleza de cada ser. En lo externo no pudo acontecer nada que diera cuenta de la realidad que estaba en juego. Seguimos sin enteramos del significado de la Navidad, porque nos limitamos a recordar acontecimientos externos y extraordinarios que nunca se dieron. Si yo quiero enterarme, tendré que tomar conciencia de lo que Dios me ofrece en este instante.

Ponernos en el lugar del que escribe es la clave para poder entender lo que nos quiere trasmitir. Para Lucas, de mentalidad mítica, Dios está en el cielo. Si quiere hacerse presente, tiene que bajar. Viene a salvar a los pobres y empieza por compartir su condición. La salvación se hará desde abajo, pero para llevarla a cabo, Dios tiene que bajar. Pero solo lo encontrará el que está buscando, no los que están satisfechos, instalados cómodamente en este mundo. No lo encontrarán en el bullicio de las relaciones sociales del día, sino en el silencio de la noche.

Los dioses necesitan intermediarios, se ponen en acción y anuncian la noticia. ¿Quién estará preparado para escucharlo? Solo los pastores, la profesión más despreciada y marginada de aquella sociedad. La salvación se anuncia en primer lugar a los oprimidos, a los que menos cuentan. Los demás están descansando, dormidos, cómodos; no necesitan ninguna salvación. Este dato es decisivo porque nosotros nos encontramos entre ese grupo que para nada necesita la salvación que el ángel anunció. Solo necesitamos que nos confirmen en nuestro bienestar.

El anuncio es ‘buena noticia’. Dios es siempre buena noticia. Dios muestra su salvación en Jesús. “Os ha nacido un Salvador”. Puesta al día, la noticia sería: Dios está viniendo siempre hacia mí para darme plenitud. Los pastores salen corriendo. No será fácil encontrarlo. Alguna pista: Un niño en un pesebre desnudo y entre pajas. Él mismo es alimento. Sus padres no dicen ni palabra. ¿Qué podrían decir? Dios decide enviar su Palabra y nos envía a un niño que no sabe hablar.

En el ambiente de la celebración de la Navidad hoy, corremos el peligro de quedemos en las pajas y no descubrir el grano. La importancia del acontecimiento se la tengo que dar yo. Dios no tiene que venir de ninguna parte. Dios está donde nosotros le descubrimos y le hacemos presente. Dios está donde hay amor. Allí donde un ser humano es capaz de superar su egoísmo y darse al otro. Allí donde hay comprensión, perdón, tolerancia, allí está Dios. Dios no será nada si yo no lo hago presente con mi postura ante los demás, con mi entrega.

Todo lo que nos hace más humanos debemos incorporarlo a la fiesta. La reunión con la familia, la comida, los abrazos, todo puede ayudarnos a descubrir lo que somos y a manifestarlo con alegría. La fiesta cobrará sentido para todos en el momento que sepamos aunar lo humano y lo divino. Si sabemos ir más allá del folklore, nos podemos encontrar celebrando la única realidad que interesa: La VIDA que está en mí y espera ser desplegada. Merece la pena hacer un esfuerzo en estos días y tratar de ser hoy más humanos que ayer y menos que mañana.

Lo que el silencio no diga
nadie lo podrá decir.
Cuanto te venga de fuera
de nada puede servir.
En tu interior está el pozo
donde tienes que beber.
Ningún líquido prestado
llegará a apagar tu sed.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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“Educar en la fe en nuestros días”. Sagrada Familia – B (Lucas 2,22-40)

Domingo, 27 de diciembre de 2020

06_Sagrada-Familia_B_1429670-390x247El pasaje de Lucas termina diciendo: «El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él».

Cuando hablamos hoy de «educar en la fe», ¿qué queremos decir? En concreto, el objetivo es que los hijos entiendan y vivan de manera responsable y coherente su adhesión a Jesucristo, aprendiendo a vivir de manera sana y positiva desde el Evangelio.

Pero hoy día la fe no se puede vivir de cualquier manera. Los hijos necesitan aprender a ser creyentes en medio de una sociedad descristianizada. Esto exige vivir una fe personalizada, no por tradición, sino fruto de una decisión personal; una fe vivida y experimentada, es decir, una fe que se alimenta no de ideas y doctrinas, sino de una experiencia gratificante; una fe no individualista, sino compartida de alguna manera en una comunidad creyente; una fe centrada en lo esencial, que puede coexistir con dudas e interrogantes; una fe no vergonzante, sino comprometida y testimoniada en medio de una sociedad indiferente.

Esto exige todo un estilo de educar hoy en la fe donde lo importante es transmitir una experiencia más que ideas y doctrinas; enseñar a vivir valores cristianos más que el sometimiento a unas normas; desarrollar la responsabilidad personal más que imponer costumbres; introducir en la comunidad cristiana más que desarrollar el individualismo religioso; cultivar la adhesión confiada a Jesús más que resolver de manera abstracta problemas de fe.

En la educación de la fe, lo decisivo es el ejemplo. Que los hijos puedan encontrar en su propio hogar «modelos de identificación», que no les sea difícil saber como quién deberían comportarse para vivir su fe de manera sana, gozosa y responsable.

José Antonio Pagola

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“El niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría”. Domingo 27 de diciembre de 2020. La Sagrada Familia de Nazaret.

Domingo, 27 de diciembre de 2020

06-familia (B) cerezoLeído en Koinonia:

Eclesiástico 3,2-6.12.14: El que teme al Señor honra a sus padres.
Salmo responsorial: 127: Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.
Hebreos 11,8.11-12.17-19: Fe de Abrahán, de Sara y de Isaac.
Lucas 2,22-40 El niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría

Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Los textos de la liturgia hacen referencia a temas familiares. En la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, escuchamos los consejos que un hombre, Ben Sirac, que vivió varios siglos antes de Jesucristo, da a sus hijos. El respeto y la veneración de éstos hacia sus padres es cosa agradable a los ojos de Dios, que éste no dejará sin recompensa. Los hijos que veneren a sus padres serán venerados a su vez por sus propios hijos. Todo estos consejos, aún conservando hoy plena validez, parecen insuficientes, puesto que están dados desde una mentalidad estrictamente rural, en donde otros aspectos de la vida familiar no son tenidos en cuenta. No sólo importa hablar hoy del respeto que los hijos deber a los padres, sino de la actitud de éstos con relación a los hijos. Esta insuficiencia resulta particularmente notable en momentos como los actuales, cuando la familia tiene planteados problemas de pérdida de sus funciones.

Desde una perspectiva cristiana, la familia continúa teniendo una función insustituible: ser una comunidad de amor en donde los que la integran puedan abrirse a los demás con una total sinceridad y confianza. Dejando aparte los consejos que en último lugar da San Pablo, y que son puramente circunstanciales y muy ligados a las costumbres y mentalidad de la época, la exhortación a la mansedumbre, a la paciencia, al perdón y, sobre todo, al amor, es algo realmente básico para la familia de nuestro tiempo.

El evangelio de Lucas que hoy proclamamos nos cuenta –dentro del género de los «relatos de la infancia»- el rito de la presentación del niño en el Templo, celebrado también por los padres de Jesús. El fragmento de hoy concluye con unas palabras muy importantes, que, junto con otros pasajes paralelos de Mateo, proclaman el “progreso” en el “crecimiento” de Jesús «en edad, sabiduría y gracia, ante los hombres y ante Dios».

Tiempos hubo en que la «cristología vertical descendente» clásica se veía en la necesidad de corregir estas palabras diciendo que, obviamente, eran metáforas, porque Jesús no podía «crecer, progresar en sabiduría ni en gracia», ya que era perfecto… La cristología renovada, «ascendente» ahora, por el contrario, se fijó en estos versículos y los subrayó: sería el evangelio mismo el que nos estaría afirmando que Jesús «fue haciéndose», no sólo creciendo en edad, sino «en sabiduría» e incluso «en gracia».

Este evangelio, y sus paralelos, es, por ello muy importante, por cuanto nos insta a desvincularnos de los planteamientos metafísicos griegos fixistas. La «encarnación» no sería un chispazo de conexión instantánea entre dos «naturalezas», sino todo un proceso histórico.

Pablo da algunos consejos para la convivencia con otros. Se requiere humildad, acogida mutua, paciencia. Y si fuese necesario, perdonar. Así procede Dios con nosotros. Su actitud debe ser el modelo de la nuestra (v.12-13). Pero, “por encima de todo”, está el amor, de Él tenemos que revestirnos, dice Pablo empleando una metáfora frecuente en sus cartas (v.14). De este modo “la paz de Cristo” presidirá en nuestros corazones (v.15).

Si el amor es el vínculo que une a las personas, la paz se irá construyendo en un proceso, los desencuentros irán desapareciendo (los enfrentamientos también) y las relaciones se harán cada vez más trasparentes. En el marco de la familia humana, esos lazos son detallados en el texto del Eclesiástico (3,3-17).

Lucas nos presenta a la familia de Jesús cumpliendo sus deberes religiosos (vv. 41-42). El niño desconcierta a sus padres quedándose por su cuenta en la ciudad de Jerusalén. A los tres días, un lapso de tiempo cargado de significación simbólica, lo encuentran. Sigue un diálogo difícil, suena a desencuentro; comienza con un reproche: “¿Por qué nos has hecho esto?”. La pregunta surge de la angustia experimentada (v. 48). La respuesta sorprende: “¿Por qué me buscaban?” (v. 49), sorprende porque la razón parece obvia. Pero el segundo interrogante apunta lejos: “¿No sabían que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. María y José no comprendieron estas palabras de inmediato, estaban aprendiendo (v.50).

La fe, la confianza, suponen siempre un itinerario. En cuanto creyentes, María y José maduran su fe en medio de perplejidades, angustias y gozos. Las cosas se harán paulatinamente más claras. Lucas hace notar que María “conservaba todas las cosas en su corazón” (v. 51). La meditación de María le permite profundizar en el sentido de la misión de Jesús. Su particular cercanía a él no la exime del proceso, por momentos difícil, que lleva a la comprensión de los designios de Dios. Ella es como primera discípula, la primera evangelizada por Jesús.

No es fácil entender los planes de Dios. Ni siquiera María “entiende”. Pero hay tres exigencias fundamentales para entrar en comunión con Dios: 1) Buscarlo (José y María “se pusieron a buscarlo”); 2) Creer en Él (María es “la que ha creído”); y 3) Meditar la Palabra de Dios (“María conservaba esto en su corazón”). Leer más…

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27.12.20 Domingo después de Navidad. Una reflexión Dios en el pesebre, allí lloraba y gemía. Los que lloran y gimen, teología de la Navidad

Domingo, 27 de diciembre de 2020

49786D00-B0C9-4919-A377-1ECF34E28336Del blog de Xabier Pikaza:

Navidad es Dios y niño que llora en el pesebre: Dios que gime en todos los “pesebres” del mundo, en los expulsados y hacinados, en los descartados de la vida, como animales de carga y cuchillo, fuera de las puertas de la ciudad rica cerrada en su egoísmo. Así decía ya  Juan de la Cruz:  Dios en el pesebre, allí lloraba y gemía (Romance de la Trinidad).

Éste es el argumento y raíz de la teología de la Navidad, que  desarrollo aquí en tres puntos: (1) En la plenitud de los tiempos  envió Dios a su Hijo (Pablo), (2) y el Espíritu Santo vino sobre María (Mateo y Lucas), (3) pues en el principio era la Palabra, y la Palabra se hizo carne entre nosotros (Juan).

 Quien lo sepa ya no siga leyendo. Algunos lectores  podrán detenerse en el principio del texto que sigue y  recoge algunos aspectos centrales de la Teología de la Biblia. Quienes deseen llegar a la raíz de las discusiones, argumentos y contra-argumentos de la Navidad pueden bajar a las notas.

1. PABLO. DIOS ENVIÓ A SU HIJO, NACIDO DE MUJER  

Pablo ha vinculado dos representaciones cristológicas: (a) Jesús como Hijo de Diosresucitado, en la línea del judeo‒cristianismo helenista y del final de los sinópticos; (b) Jesús como Hijo de Dios (Palabra, Sabiduría encarnada), en una línea más cercana al evangelio de Juan[1].

Cuando el heredero es menor, aunque sea Señor de todo, no se distingue en nada del siervo, sino que está bajo tutores y administradores, hasta la edad señalada por el padre. Así también nosotros, cuando éramos menores estábamos sometidos bajo los elementos del mundo. Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que rescatara a los que estaban bajo la ley, para que alcanzáramos la filiación (Gal 4, 1‒4).

        El Dios de la Ley se sitúa y nos sitúa según eso en una historia de infancia y sometimiento, propia de una humanidad, que no ha llegado a su madurez en libertad, pues la Ley encierra al hombre en un mundo sometido a los elementos cósmicos (la misma ley forma parte de ellos), hasta que Dios envíe a su Hijo para hacernos con él “hijos”, en y ante Dios, y libres en nosotros mismos en amor que acoge y crea, sobre toda ley opresora, cósmica o social[2].

          Pablo no se ocupa de una posible identidad eterna del Hijo (como Dios separado), sino de su envío desde Dios en el tiempo, pues, de hecho, ese Hijo (nacido de mujer, bajo la ley) se identifica con Jesucristo histórico. Según eso, Pablo no ha desarrollado el tema del surgimiento de un Hijo de Dios en sí (no dice ¡Dios tiene un Hijo!), aunque esa imagen pudiera hallarse al fondo de su argumento, sino que proclama su “misión” humana, como dice Gal 4, 4: Dios envió a su Hijo… para que recibiéramos la filiación. Sólo ese envío, que culmina y se ratifica en la Pascua (cf. Flp 2, 6‒11), nos permite entender la salvación, distinguiendo las dos economías:

 ‒ Hubo un tiempo (estadio) de ley, cuando el hombre era siervo de Dios, sometido a mandatos y esclavizado por imposiciones, estructuras o personas opresoras. Un tipo de judaísmo concebía al hombre así, como atrapado bajo la dura ley de las obras, obligado a cumplir unos mandatos que Dios mismo le imponía desde arriba, porque él lo había querido, sin más razón ni fundamento. Era el tiempo en que unos hombres podían y de algún modo debían ser esclavizados por otros para existir (sobrevivir) sobre una tierra fundada y gobernada por violencia.

Ha llegado el estado (=tiempo) final de filiación y conforme a ella viene a revelarse la vida de Dios (=que brota de su entraña), como principio de libertad fundada y avalada por el mismo Hijo divino, nacido bajo la ley, sometido a la esclavitud del mundo (cf. Flp 2, 6-11), para liberar a los esclavizados, para que sean (seamos) hijos de Dios en plenitud. Frente al sometimiento anterior se despliega así la filiación, como identidad de Jesús con Dios y como libertad para los hombres, hijos de Dios.

 Dios no envía a su Hijo a modo de fantasma en su “cápsula” divina, desde fuera de la historia, sino haciendo que surja y viva como humano, nacido de mujer, de tal forma que el envío divino y la generación humana constituyen dos facetas o momentos del único despliegue y presencia de Dios. Gal 4, 4 no cita el nombre y rasgos de esa mujer (María), como harán Mt 1 y Lc 1‒2, sino que la presenta sólo como engendradora, en un plano de ley (=nacido de mujer, nacido bajo la ley)[3].

       Este pasaje (Gal 4,4‒6) nos lleva al lugar donde los hombres, liberados de la esclavitud de la ley por el Hijo, pueden dirigirse a Dios diciendo ¡Abba! ¡Oh Padre! Tanto el Padre como el Hijo resultan implícitamente masculinos, pero en este pasaje se cita a la madre humana de Jesús, como “mujer”, a diferencia de Rom 1,3‒4, donde Jesús aparece vinculado al padre: “nacido del esperma (genomenon ek spermatos) de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder, según el Espíritu de Santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Rom 1, 3-4).

Rom 1, 3‒4 vincula a Jesús con su padre (=antecesor) humano (Abraham, David), no con su madre, diciendo que, en el nivel de la carne (=humanidad), el Hijo de Dios nace del semen o esperma de David, en sentido simbólico fuerte, en un contexto patriarcal donde el padre/varón instaura con su fuerza generante activa la genealogía (en aquel tiempo se suponía que las mujeres no influían activamente en la generación de los hijos, sino que se limitaban a recibir, guardar y madurar en su “vientre” un semen exclusivamente masculino). En esa línea, Gal 3, 16 presenta a Jesús también como “esperma”, “descendiente” seminal, de Abraham, sin referirse a su madre, destacando así su surgimiento israelita, mostrando a sus padres humanos (Abraham y/o David) como mediadores y signo del envío divino[4].

Posiblemente, Pablo ha insistido en ese “nacido de mujer, nacido bajo la ley” para situar así a Jesús en la línea de Flp 2, 6‒11, donde se dice que Cristo se hizo esclavo, hasta la muerte, para liberar a los esclavizados por ella. En esa línea, naciendo de mujer, Jesús empieza a realizar su recorrido humano “bajo la ley”, en un mundo dominado por poderes cósmico-sociales; y lo hace precisamente para rescatar así por dentro a los que estaban esclavizados por esos poderes, bajo administradores y tutores, sin alcanzar la mayoría de edad para relacionarse libremente con el Padre.

       Dios ha permitido que los hombres hayan estado, en el tiempo de su infancia, sometidos, por un tipo de ley, bajo poderes cósmicos de odio y de violencia. Pero en un momento dado, al llegar la plenitud del tiempo, él ha enviado a su Hijo (nacido de mujer, bajo una ley que le condenará a la muerte) para manifestar y revelar por él su amor, liberando a los hombres de la esclavitud del mundo y del pecado. Dios no crea a los hombres para que vivan sometidos a una ley (ni siquiera divina), sino para que crezcan, rompiendo la opresión de sus administradores o amos (Gal 3, 26‒29), viviendo de esa forma en libertad, ser ellos mismos.

Pablo sabe que hombres y mujeres, se encontraban antaño oprimidos por la ley, en régimen de sumisión religiosa. Sacerdotes y jerarcas del templo querían domarles (dominarles) con látigo de miedo, pensando que sólo el temor resguarda de los riesgos de su libertad. Pues bien, sabiendo que Cristo ha superado esa ese miedo, Pablo ha proclamado la palabra clave de la libertad: Dios ha enviado a su Hijo (¡sobre toda Ley, pues él es libertad-amor, no ley), para que, naciendo de una mujer (signo de Ley), libere a los sometidos a la ella, para que todos, hombres y mujeres (cf. Gal 3, 28), alcancen la libertad de hijos de Dios.

              Esto significa que ha llegado la plenitud: ha terminado el tiempo de sometimiento, dominado por la ley; ha comenzado la era de la libertad, conforme al designio salvador de Dios que se ha querido mostrar en plenitud, como divino, siendo Padre de todos los hombres y mujeres de la tierra, en amor y no en sometimiento. Dios ha querido realizar su amor en forma humana, y por eso ha enviado a su Hijo, nacido de mujer, bajo la ley, para compartir la existencia de los hombres y mujeres, ofreciéndoles su amor (en un camino sellado por la cruz y la resurrección), de manera que los hombres ya no somos siervos, sino hijos Dios, compartiendo así su propia vida[5].

2. MATEO Y LUCAS. CONCEBIDO POR EL ESPÍRITU SANTO

 Pablo no podía decir más sobre la madre de Jesús, pero, una vez que lo ha dicho (nacido de mujer, nacido bajo la ley: Gal 4, 4), ha puesto en marcha una búsqueda cristológica (teológica y antropológica) que ha sido retomado por Mt 1, 18-25 y Lc 1, 26-38 en quienes se explicita la encarnación (envío) del hijo de Dios en forma de concepción por el Espíritu. Las afirmaciones empleadas por los textos para narrar esta concepción y nacimiento, por obra del Espíritu Santo en María, son misteriosamente simples, y sólo así, de un modo simbólico, pueden y deben entenderse.

Narración de fondo

El Espíritu Santo que actúa y engendra al Hijo de Dios por María es el mismo Dios providente, que crea y anima (=da vida) a todo lo que existe, introduciéndose de un modo supeerior en la historia humana, tal como ha venido a centrarse en la concepción y nacimiento de Jesús, por medio de María[6].

Este misterio (motivo) teológico nos sitúa en el centro de la “cooperación” entre el Espíritu santo, como presencia de Dios, y la acción libre de María (mujer creyente: Lc 1, 45). Así decimos que el Dios (Padre) engendra a su Hijo eterno, por obra del Espíritu, en (por) María. Así lo han contado, en perspectivas diversas, Lc 1-2 y Mt 1-2, autores de la biografía teológica de Jesús desde su nacimiento[7].

              No son biografía biológica, pues eso sería banalizarlos, convirtiendo su tema en un simple milagro externo, sino símbolo fundante de la fe, y en esa línea dicen lo esencial sobre el origen de Jesús. No son cristología primitiva que debe ser superada por afirmaciones más hondas; no son mito que debe desmitificarse, para llegar a la verdad existencial, sino narración teológica que siendo plenamente humana (contada desde la perspectiva de José y María) nos sitúan ante el principio de la revelación divina, allí donde, diciéndose a sí mismo, Dios dice (engendra) en la historia a su hijo Jesucristo[8].

Dos relatos convergentes: Mateo y Lucas

               Mateo y Lucas acogen y desarrollan de un modo convergente el tema de la concepción por el Espíritu, poniendo en el centro de su atención a María, que no es simple mujer bajo la ley, sino llena del Espíritu, siendo así madre del Cristo[9].

Mateo 1, 18‒25. Más allí de patriarcalismo de la ley. Gal 4, 4 había dicho “nacido de mujer, nacido bajo le ley…”, añadiendo que la efusión del Espíritu Santo (es decir, la nueva humanidad del Reino) se vincula a su resurrección (cf. Rom 1, 3‒4). Pues bien, en contra de eso, con gran audacia, desde un fondo judeo‒cristiano, Mateo afirma que Jesús no ha sido concebido “según la ley”, sino por obra del Espíritu Santo. Ciertamente, al comienzo, a modo de proposición más oficial Mateo había dicho que el libro trata de Jesucristo hijo de David, hijo de Abraham, dentro del patriarcalismo judío (Mt 1, 1). Pero después recoge las palabras del Ángel (=Dios) que dice a José: “Hijo de David, no tengas miedo en acoger a María, tu esposa, porque lo concebido en ella es por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).

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Sagrada Familia. Domingo dentro de la Octava de Navidad

Domingo, 27 de diciembre de 2020

circuncisionDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Suele decirse que la familia está en crisis. Los matrimonios por la Iglesia, y también los civiles, disminuyen de forma notable; los divorcios y las separaciones crecen. En la fiesta de la Sagrada Familia esperamos que las lecturas nos animen a vivir nuestra vida familiar. Y así ocurre con las dos primeras, mientras que el evangelio nos depara una sorpresa.

Hijos adultos y padres ancianos (Eclesiástico 3,3-7.14-17a)

Curiosamente, la primera lectura no se dirige a los padres, sino a los hijos. Pero no se trata de hijos pequeños, sino de personas adultas, casadas, que conviven con sus padres ancianos (cosa frecuente en el siglo II a.C.). El texto de Jesús ben Sira (autor del libro del Eclesiástico) da por supuesto que esos hijos tienen suficientes recursos económicos y, al mismo tiempo, vivencia religiosa. Son personas que rezan y piden perdón a Dios por sus pecados. Pero, según ben Sira, el éxito a todos los niveles, humano y religioso, dependerá de cómo trate a sus padres ancianos. En una época en la que no existía la Seguridad Social, «honrar padre y madre» implicaba también la ayuda económica a los progenitores. Pero no se trata solo de eso. La actitud de respeto y cariño hacia el padre y la madre es lo único que garantiza que la oración sea escuchada y que los pecados «se deshagan como la escarcha bajo el calor».

El Señor honra más al padre que a los hijos

y afirma el derecho de la madre sobre ellos.

Quien honra a su padre expía sus pecados,

y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros;

Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos,

y cuando rece, será escuchado.

Quien respeta a su padre tendrá larga vida,

y quien honra a su madre obedece al Señor.

Hijo, cuida de tu padre en su vejez,

y durante su vida no le causes tristeza.

Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él

y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.

Porque la compasión hacia el padre no será olvidada

y te servirá para reparar tus pecados.

Maridos, mujeres, hijos y padres (Colosenses 3,12-21)

El texto de la carta a los Colosenses comienza con una serie de consejos válidos para toda la comunidad cristiana, entre los que destacan el amor mutuo y el agradecimiento a Dios. Pero ha sido elegido para esta fiesta por los breves consejos finales a las mujeres, los maridos, los hijos y los padres.

El que resulta más problemático en la cultura actual es el que se dirige a las mujeres: «vivid bajo la autoridad de vuestros maridos». Pero en la situación del imperio romano durante el siglo I, cuando sobre todo las mujeres de clase alta presumían de independencia y organizaban su vida al margen del marido, no es raro que el autor de la carta pida a la esposa cristiana un comportamiento distinto. El consejo a los maridos, amar a sus mujeres y no ser ásperos con ellas sigue siendo válido en una época donde abunda la violencia de género. Los consejos finales a padres e hijos sugieren el ideal de las relaciones entre ambos: un hijo que obedece con gusto, un padre que no se impone a gritos e insultos.

Hermanos: como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Sed también agradecidos.

La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.

Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cantos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor.

Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas.

Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor.

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimo.

Un evangelio atípico (Lucas 2,22-40)

Si san Lucas hubiera sabido que, siglos más tarde, iban a instituir la Fiesta de la Sagrada Familia, probablemente habría alargado la frase final de su evangelio de hoy: «El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba». Pero no habría escrito la típica escena en la que san José trabaja con el serrucho y María cose sentada mientras el niño ayuda a su padre. A Lucas no le gustan las escenas románticas que se limitan a dejar buen sabor de boca.

Como no escribió esa hipotética escena, la liturgia ha tenido que elegir un evangelio bastante extraño. Porque, en la fiesta de la Sagrada Familia, los personajes principales son dos desconocidos: Simeón y Ana. A José ni siquiera se lo menciona por su nombre (solo se habla de «los padres de Jesús» y, más tarde, de «su padre y su madre»). El niño, de solo cuarenta días, no dice ni hace nada, ni siquiera llora. Solo María adquiere un relieve especial en las palabras que le dirige Simeón.

Sin embargo, en medio de la escasez de datos sobre la familia, hay un detalle que Lucas subraya hasta la saciedad: cuatro veces repite que es un matrimonio preocupado con cumplir lo prescrito en la Ley del Señor. Este dato tiene enorme importancia. Jesús, al que muchos acusarán de ser mal judío, enemigo de la Ley de Moisés, nació y creció en una familia piadosa y ejemplar. El Antiguo y el Nuevo Testamento se funden en esa casa en la que el niño crece y se robustece.

La misma función cumplen las figuras de Simeón y Ana. Ambos son israelitas de pura cepa, modelos de la piedad más tradicional y auténtica. Y ambos ven cumplidas en Jesús sus mayores esperanzas.

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción –y a ti misma una espada te traspasará el alma–, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Sorpresa final

Las lecturas de hoy, que comenzaron tan centradas en el tema familiar, terminan centrando la atención en Jesús. Con dos detalles fundamentales:

  1. Jesús es el importante. La escena de Simeón lo presenta como el Mesías, el salvador, luz de las naciones, gloria de Israel. Ana deposita en él la esperanza de que liberará a Jerusalén. José y María son importantes, pero secundarios.
  2. Jesús es motivo de desconcierto y angustia. Lo que Simeón dice de él desconcierta y admira a José y María. Pero a ésta se le anuncia lo más duro. Cualquier madre desea que su hijo sea querido y respetado, motivo de alegría para ella. En cambio, Jesús será un personaje discutido, aceptado por unos, rechazado por otros; y a ella, una espada le atravesará el alma. Lucas está anticipando lo que será la vida de María, no solo en la cruz, sino a lo largo de toda su existencia.

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“Fiesta de la Sagrada Familia”. Ciclo B. 27 Diciembre, 2020

Domingo, 27 de diciembre de 2020

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«Una profetisa, Ana, se presentó en ese mismo momento y daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban que Jerusalén sería liberada.»

(Lc 2, 22-40)

En el evangelio de hoy nos encontramos a Jesús todavía como un bebé. A sus pocas semanas aún no puede explicar quién es, pero ya hay quienes lo reconocen.

En la escena, María y José suben al templo de Jerusalén para presentar a su hijo al Señor. Están cumpliendo con la Ley judía y con la costumbre. Pero lo que podría haber sido un simple trámite se convierte en una fiesta de alabanza a Dios. En la entrada del templo se encuentran con Simeón, «un hombre justo y piadoso», y con Ana, una profetisa. Las dos son personas mayores y mantienen una relación muy cercana con Dios: Simeón «tenía el don del Espíritu Santo», y Ana «daba culto a Dios noche y día».

Donde la mayoría solo verían a una familia más, Ana y Simeón reconocen al Mesías, quien liberaría a su pueblo. Si son capaces de verlo en un bebé, su mirada tiene que ser necesariamente especial: miran desde sus esperanzas más antiguas y profundas, desde la gratuidad, con unos ojos limpios de expectativas y pretensiones. Reconocen porque su corazón está lleno de Dios. Así, no dudan ni por un momento de quién es ese niño. Bendicen y dan gracias a Dios llenos de alegría y con naturalidad: la experiencia de su larga vida les dice que Dios está especialmente en lo humilde, por eso no se extrañan ante tal Mesías.

Ana y Simeón reconocen la maravilla delante de ellos, el tesoro que Dios les regala y pone en sus manos, y lo aceptan dando gracias y bendiciendo.

Oración

«Enséñanos, Trinidad Santa, a reconocerte en los acontecimientos más sencillos. Concédenos una mirada capaz de asombrarse ante la maravilla. Y que no nos olvidemos nunca de alabarte y agradecerte.»

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Toda familia es divina si es verdaderamente humana.

Domingo, 27 de diciembre de 2020

medjugorje-junio-2014-pentecostes-078Lc 2, 22-40

Debemos aclarar que el modelo de familia de aquella época tenía muy poco que ver con el nuestro. Los estudios sociológicos que se han hecho sobre la familia en tiempo de Jesús no dejan lugar a duda. Si no tenemos en cuenta los resultados de esos estudios será imposible entender nada del ambiente en que se desarrolla la infancia de Jesús. El tipo de familia de Nazaret, que se nos ha propuesto durante siglos, no ha existido. El modelo de familia del tiempo de Jesús era el patriarcal. La familia molecular era inviable, tanto por motivos sociológicos como económicos. ¿Qué podían hacer dos jóvenes de 13 y 14 años con un recién nacido en los brazos?

Cuando el evangelio nos dice que José recibió en su casa a María, no quiere decir que fueran a vivir a una nueva casa. María dejó de vivir en la casa de su padre y pasó a integrarse en la familia de José. Esto no quiere decir que no tuvieran su intimidad y sus relaciones más estrechas los tres. El relato de la pérdida del Niño en Jerusalén es impensable en una familia de tres. Pero cobra su verosimilitud si tenemos en cuenta que es todo el clan el que hace la peregrinación y vuelven a casa todos juntos.

El relato evangélico que acabamos de leer es muy rico en enseñanzas teológicas. Está escrito sesenta o setenta años después de morir Jesús. Lucas quiere dejar claro, desde el principio de su evangelio, que la vida de Jesús estuvo insertada plenamente en las tradiciones judías. Su persona y su mensaje no son realidades caídas del cielo, sino surgidas desde el fondo más genuino del judaísmo tradicional.

Debemos buscar la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización que lo único que consigue es meternos en un ambiente irreal que no conduce a ninguna parte. Sus relaciones, aunque se hayan desarrollado en un marco familiar distinto, pueden servirnos como ejemplo de valores humanos que debemos desarrollar, cualquiera que sea el modelo donde tenemos que vivirlos. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó el amor, es decir, la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió él. Todo ser humano nace como proyecto que tiene que ir desarrollándose a lo largo de toda la vida con la ayuda de los demás.

Debemos tener mucho cuidado de no sacralizar ninguna institución. Las instituciones son instrumentos que tienen que estar siempre al servicio de la persona, que es el valor supremo. Las instituciones no son santas, menos aún sagradas. Nunca debemos poner a las personas al servicio de la institución, sino al contrario. Con demasiada frecuencia se abusa de las instituciones para conseguir fines ajenos al bien del hombre. Entonces tenemos la obligación de defendernos de ellas con uñas y dientes. Claro que no son las instituciones las que tienen la culpa. Son algunos seres humanos que se aprovechan de ellas para conseguir sus propios intereses a costa de los demás.

No debemos echar por la borda una institución porque me exija esfuerzo. Todo lo que me ayude a crecer en mi verdadero ser me exigirá esfuerzo. Pero nunca puedo permitir que la institución me exija nada que me deteriore como ser humano; ni siquiera cuando me reporte ventajas o seguridades egoístas. La familia sigue siendo el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, pero no solo durante los años de la niñez o juventud, sino que debe ser el campo de entrenamiento durante todas las etapas de nuestra vida. El ser humano solo puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. Y la familia es el marco idóneo.

La familia es insustituible para esas relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana. Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio. Si en la familia superamos la tentación del egoísmo amplificado, aprenderemos a tratar a todos con la misma humanidad: exigir cada día menos y darse cada día más.

No tenemos que asustarnos de que la familia esté en crisis. El ser humano está siempre en constante evolución; si no fuera así, hubiera desaparecido hace mucho tiempo. En el evangelio no encontramos un modelo de familia. Se dio siempre por bueno el existente. Más tarde se adoptó el modelo romano, que tenía muchas ventajas, pues desde el punto de vista legal era muy avanzado. Los cristianos de los primeros siglos hicieron muy bien en adoptar ese modelo. Lo malo es que se sacralizó y se vendió después como modelo cristiano, sin hacer la más mínima crítica.

Con el evangelio en la mano, debemos intentar dar respuesta a los problemas que plantea la familia hoy. La Iglesia no debe esconder la cabeza debajo del ala e ignorarlos o seguir creyendo que se deben a la mala voluntad de las personas. No conseguiremos nada si nos limitamos a decir: el matrimonio, aunque la estadística nos diga que el 50 % se disuelven. No se trata de que las personas sean peores que hace cincuenta años. Hoy, para mantener un matrimonio, se necesita una madurez mayor.

Al no darse esa madurez, los matrimonios fracasan. Dos razones de esta mayor exigencia son: a) La estructura nuclear de la familia. Antes las relaciones familiares eran entre un número de personas mucho más amplio. Hoy al estar constituidas por tres o cuatro miembros, la posibilidad de armonía es mucho menor, porque los egoísmos se diluyen menos. b) La mayor duración de la relación. Hoy es normal que una pareja se pase sesenta años juntos. Es más fácil que surjan dificultades.

Como cristianos tenemos la obligación de hacer una seria autocrítica sobre el modelo de familia que proponemos. Jesús no sancionó ningún modelo, como no determinó ningún modelo de religión u organización política. Lo que Jesús predicó no hace referencia a las instituciones, sino a las actitudes que debían tener los seres humanos en sus relaciones con los demás. Jesús enseñó que todo ser humano debía relacionarse con los demás como exige su verdadero ser; a esta exigencia le llamaba voluntad de Dios. Cualquier tipo de institución que permita esta relación puede ser cristiana.

No solo no es malo que se separen dos personas que no se aman. Es completamente necesario que se separen, porque no hay cosa más inhumana que obligar a vivir juntas a dos personas que no se aman. Esto no contradice en nada la indisolubilidad del matrimonio, porque lo único que demostraría es a la falta de amor que ha hecho nulo, de todo derecho, lo que hemos llamado matrimonio. Si hay sacramento, ciertamente es indestructible. Pero para que haya sacramento es imprescindible que se dé el amor.

Meditación

Éste es el Jesús que nos interesa de verdad.
Un ser humano que recorre nuestro propio camino.
Solo así nos puede indicarnos la verdadera dirección.
En nuestra vida espiritual
lo importante es no instalarse ni apoltronarse.
Paso a paso debemos avanzar, aunque sea en la oscuridad.
Mientras sigas dando pasos, estás en el buen camino.

Fray Marcos

 Fuente Fe Adulta

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