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Nostalgia

Martes, 21 de septiembre de 2021
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Del blog Nova Bella: 

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No hay nostalgia peor que añorar

lo que nunca jamás sucedió.

*

Joaquin Sabina

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

Enamorado

Viernes, 20 de enero de 2017
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Del blog Nova Bella:

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Haz, Dios mío,que sea

de ti el mayor de los enamorados.

Pero si lo consigo

te echaré todavía más de menos.

*

Emily Dickinson, 1403

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一日三秋

Viernes, 23 de diciembre de 2016
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Esperando al Emmanuel… Del blog Nova Bella:

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一日三秋 es  una expresión china que se utiliza cuando se echa de menos a alguien. Se dice entonces que un día dura tres otoños.

Así mi alma tiene sed de ti, del Dios vivo.

¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

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¿Es posible otra Navidad? De la nostalgia a la esperanza”, por Nacho González

Martes, 5 de enero de 2016
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navidad-de-cerezoDel blog Un Mundo Mejor:

Ya ha llegado la navidad”, se suele decir frecuentemente en estos días. Pero dicha expresión suele tener una carga emocional que va desde la ilusión y alegría infantil, a la tristeza y recuerdo de la persona mayor. El tiempo de navidad si por algo se distingue es por su carga emocional, que algunos atribuyen al solsticio de invierno -el sol llega a su mayor altura- pero yo creo que es, en buena parte también, debido a lo que vivimos en la infancia y que hoy se potencia con los medios de comunicación. Por eso la navidad es un tiempo que puede ser interpretado en claves y niveles muy diversos.

Quiero compartir mi interpretación y vivencia de la navidad, pero no pretendo hacer una crítica al modo como se vive o celebra, ni mucho menos trato de enseñar nada. Simplemente me gustaría -indirectamente- que la persona que lea estás líneas sienta el deseo de preguntarse e interrogarse, si así lo desea…

De la nostalgia…

Hace bastantes años que vengo interrogándome, como persona y como sacerdote, sobre el modo de vivir y celebrar la Navidad. He intentado desde siempre introducir un soplo de novedad y no dejarme llevar por lo que todo el mundo hace tanto en mi vida personal, como en mi familia y en las parroquias en que he estado.

En mi juventud intuía que se estaba sobre dimensionando la fiesta de Navidad, hoy desde la experiencia que dan los años veo más claro si cabe que, efectivamente, la navidad es una realidad tan compleja y globalizada que acontece como un vendaval que lo arrasa todo y a todas y todos y del que es difícil liberarse. Hoy me pregunto ¿Qué queda de la Navidad que soñaba y plasmó en una representación viviente san Francisco? ¿Qué diría san Ignacio cuando en el Ejercicios espirituales, en su segunda semana, invita al ejercitante a “mirar, admirar y contemplar los textos evangélicos de la infancia de Jesús?

Tengo que reconocer que los relatos de los evangelistas, Lucas y Mateo, parecen estar pidiendo la representación plástica de los acontecimientos que ellos habían narrado con tanta viveza. Tal vez esto permitió que en el transcurso del tiempo fue tomando cuerpo y arraigo cultural en el occidente, que sin duda ha sido el epicentro de la “tempestad”.

A estos cuestiones tenemos que añadir el hecho de que en la sociedad actual “el medio es el mensaje”, como dice el filósofo McLuhan. Esto nos ayuda a comprender mejor cómo en la actualidad se ha potenciado la representación plástica, a que invitaban los evangelistas, hasta el punto de que hoy el mensaje evangélico ha desaparecido prácticamente, pues las imágenes festivas, familiares, alegres que proclaman e invitan diciendo: “Feliz navidad”; “Te deseo paz y amor”; “Mis mejores deseos para que reine el amor, la paz y la hermandad en cada hogar”; “Que la Navidad os colme de amor y felicidad”… Todo esto es algo puntual y pasajero pues muchas de estas expresiones están vacías de contenido y, sobre todo, de vida.

Como ejemplos del despojo de la navidad basta evocar las comidas de empresa, de amigos, de familiares; la lotería de navidad; los regalos de empresas y entidades; las compras compulsivas; las campañas como “ningún niño sin juguete”. Muchas parroquias también se dejan llevar por esa corriente, se hace la campaña del “kilo”, de las estrellitas; belenes solidarios con una patera, con el niño que murió en la playa de una isla griega… y que se yo qué cuantas actividades más. Hoy mismo acabo de oír, en una cadena de radio, en el momento en el que estoy escribiendo este relato, se estaba haciendo durante el fin de semana una campaña para recaudar fondos en pro de las “enfermedades raras”… Todo eso está muy bien, ¿quién puede estar en contra de esto?… Yo no estoy muy a su favor pero no lo digo. Hace años que no juego a la lotería, ni por compasión; no escribo tarjetas, ni mensajes navideños, ni adorno la casa de manera especial, ni hago regalos ni quiero que me los hagan por muy útiles que sean; no he ido a ningún cotillón… Como extra comparto la cena de nochebuena en familia y el fin de año ceno en casa de unos amigos.

Tengo que confesar que la Navidad para mí hoy es una ocasión de encontrar tiempo para los familiares y amigos, de reflexión y contemplación. Desde hace años vengo ofreciendo desinteresadamente una propuesta para celebrar el adviento y la navidad, de otra forma. Durante el año tengo mis gestos y compromisos de solidaridad y colaboro con campañas solidarias. No sufro ningún síndrome “post-navidad”, ni, al paso de las fiestas navideñas, siento nostalgia de no haber hecho esto ni lo de más allá.

… a la esperanza

Considero que los cristianos, para vivir y celebrar la Navidad hoy, tenemos que recuperar por una parte el sentido auténtico de la Navidad, tal y como maravillosamente lo expresa el teólogo alemán Karl Rahner: “Cuando decimos ‘es navidad’ estamos diciendo: ‘Dios ha dicho al mundo su última, más profunda y hermosa palabra en una Palabra hecha carne’ […] Y esta Palabra significa: os amo a ti, mundo, y a vosotros, seres humanos”. Y por otra la esperanza, que es la virtud que en medio de la dificultad, del dolor, de los problemas tiene la libertad de ver más allá, siempre más allá. La esperanza abre horizontes, es libre, no es esclava, siempre encuentra una salida para afrontar y arreglar cualquier situación por delicada que sea.

La Iglesia –sobre todo me refiero a los responsables- tiene que dar un cambio profundo en su manera de vivir, de celebrar la fe cristiana y de evangelizar. Tenemos que recuperar que el centro de la fe cristiana es la experiencia pascual (Recuerdo que antes en mi pueblo había más participación en la Vigilia de Navidad que en la Vigilia Pascual), que posibilita el encuentro personal con el Señor de la vida plena, que nos lleva a una nueva manera de vivir, de ser y de actuar.

Ante este desafío yo no me resigno a aguardar pasivamente a que los responsables y expertos nos faciliten el camino de dicha renovación. La esperanza me anima y motiva a ponerme en marcha y aportar mi granito humilde, sencillo y sincero. Creo que algo podemos hacer, es más creo, siento que lo tengo que hacer, y de hecho lo estoy haciendo ya, no solitariamente sino con otras personas y grupos. Lo que nos está guiando en nuestro itinerario son estas pautas: constatar, reflexionar, experimentar, intercambiar, discernir.

1. Constatamos la desaparición del soporte social de la cristiandad

Percibimos que, a pesar de lo que se llama la “vuelta de lo religioso”, la sociedad, especialmente la occidental, progresivamente se ha ido alejando del “humanismo cristiano”, de esta visión del ser humano y del mundo que funcionaba como fundamento racional para todo y sobre la que “naturalmente” se injertaba la fe cristiana y sus manifestaciones, como por ejemplo la navidad. Hoy, en el contexto socio-cultural-religioso, no me está resultando fácil ni estoy plenamente seguro, como lo estaba antaño, de lo que constituye la identidad cristiana y por consiguiente de lo que puedo ofrecer a los demás, empezando por mi propia familia. Es más, siento que lo que para mí es la identidad cristiana parece que está desconectada de la realidad cotidiana de las personas y de la vida social y política.

2. Ponemos el centro de atención en el ser humano y el mundo

“El camino de la Iglesia es el hombre” (Juan Pablo II). Para vivir la Espiritualidad del Reino de Dios, la clave es poner el centro de atención en el ser humano y en el mundo. En la medida en que nos situamos en la esencia de las preocupaciones del ser humano, se pondrá en evidencia la “deshumanización”, la vida amenazada no solamente en la sociedad occidental sino también en toda la humanidad, las dificultades de las relaciones humanas, la organización, los sistemas…

Cuando decimos que hay que poner el ser humano en el centro no se trata de definir una concepción del ser humano, sino que es la persona que se pregunta: ¿por qué me levanto esta mañana?, ¿quién soy yo para mí?, ¿quién es el otro?, si yo tengo trabajo ¿cuál es su sentido? ¿por qué trabajo yo? ¿por qué ocurre esto y no lo otro?, ¿qué sentido tiene mi vida?… Todas estas cuestiones de la vida cotidiana son básicas en la vida y, en cierta media, preceden al ser creyente o no y es precisamente ahí donde se hace la experiencia de fe como sentido y valor del vivir.

3. Damos máximo valor a la palabra intercambiada, como ejercicio básico y fundamental

El ejercicio de la palabra intercambiada en las personas engendra una triple puesta al día: la puesta al día de mí mismo en aquello que es lo más personal (lo que no quiere decir lo más íntimo), de aquello gracias a lo cual valoro la existencia y me proporciona el querer vivir y, finalmente, la puesta al día de aquello que me une a las otras personas en lo que es esencial. Este intercambio es lo que me permite ir más allá de la visión parcial, de las clasificaciones y de las ideologías.

El itinerario de palabras intercambiadas implica a las mismas personas. No así en un “discurso sobre…”, una mirada superficial donde las particularidades del “yo” deben ser evitadas y donde la implicación lleva a la obligación de un acuerdo sobre una visión común. Ni tampoco es el intercambio una confidencia íntima o un desahogo anecdótico. Sino una implicación que viene del hecho de que la realidad se dice a través de lo que “yo” digo y finalmente lo que “nosotros” intercambiamos sobre lo esencial que hace vivir.

4. Tomamos el Evangelio, como referente privilegiado de una nueva humanidad

Los evangelios me remiten a Jesús, que Él mismo me remite a las otras personas y al mismo tiempo nos reenvía al Padre y al Reino, que es por lo que vivió, murió Jesús…

Jesús vivió su experiencia espiritual en estas dos esferas: Por una parte su intimidad, la experiencia de sentirse Hijo de Dios, que se expresa en una relación y en una palabra “Abbá”, que es el vocablo que los niños emplean para dirigirse a sus padres y expresa confianza, entrega, ternura y absoluta cercanía. Por otra su misión: anunciar la inminencia del Reino.

Esta experiencia le transformó: dejó su familia y se puso a predicar por los caminos, a curar enfermos, a consolar a los afligidos, a perdonar… Pero por encima de todo, a provocar en las personas un encuentro amoroso e íntimo con el Abbá y a inaugurar una nueva humanidad de amor incondicional, de perdón ilimitado y de confianza absoluta en los designios del Padre.

Precisamente el evangelio es un relato, que me permite hacer mi propio relato de la vida. La palabra evangélica es pues una palabra entre “tú” y “yo”, y no una doctrina o una explicación para iluminar la realidad, pues es evangélica en la medida en que yo “te” relato aquello que “yo” vivo a propósito del evangelio y que se convierte en Buena Noticia para “ti”, pues despierta, sugiere, invita, llama… a algo vivo y nuevo.

5. Discernimos los signos de los tiempos

Consideramos que discernir los signos de los tiempos es una obra común en la que se produce un descubrimiento: discernir los unos en los otros y entorno de nosotros personas, hechos, situaciones, relaciones, asociaciones… que manifiestan las ganas de vivir, el reconocimiento de la persona, la acogida al excluido, al discapacitado, a los sin nadie, iniciativas que abre un futuro más justo y fraterno…. Cuando estos signos o señales se manifiestan, vemos que, a menudo, se dan donde menos se les esperaba. Cada vez que se producen, son un acontecimiento que se nota a partir de su resplandor y de su contagio. Pero este resplandor aparece mezclado con todo tipo de acontecimientos de otro orden, producidos o ponderados por la opinión; lo que hace difícil reconocerlos. Lo que experimentamos que hace falta es dedicar tiempo, una mirada abierta, un corazón sin fronteras que palpite al aire de Espíritu y unas voluntades con coraje.

Nacho González

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“La Nostalgia de la Navidad”. Navidad – C (Juan 1,1-18)

Viernes, 25 de diciembre de 2015
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05_Día-de-Navidad-C-287x300La Navidad es una fiesta llena de nostalgia. Se canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos felicidad, pero cada vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente regalos, pero lo que necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios, pero en nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero no sabemos hacerla mejor.

No es solo un sentimiento de Navidad. La vida entera está transida de nostalgia. Nada llena enteramente nuestros deseos. No hay riqueza que pueda proporcionar paz total. No hay amor que responda plenamente a los deseos más hondos. No hay profesión que pueda satisfacer del todo nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos.

La nostalgia puede tener efectos muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos.

Al mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda dar, a no esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar. La nostalgia no nos deja vivir encadenados solo a este mundo.

Es fácil vivir ahogando el deseo de infinito que late en nuestro ser. Nos encerramos en una coraza que nos hace insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: estos días se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco que uno entre en contacto con su corazón, intuye que el misterio de Dios es nuestro destino último.

Si uno es creyente, la fe le invita estos días a descubrir ese misterio, no en un país extraño e inaccesible, sino en un niño recién nacido. Así de simple y de increíble. Hemos de acercarnos a Dios como nos acercamos a un niño: de manera suave y sin ruidos; sin discursos solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos encontramos con Dios cuando le abrimos lo mejor que hay en nosotros.

A pesar del tono frívolo y superficial que se crea en nuestra sociedad, la Navidad puede acercar a Dios. Al menos, si la vivimos con fe sencilla y corazón limpio.

José Antonio Pagola

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