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Cierra Giovanni’s Room, la histórica librería homosexual de EE UU.

Jueves, 8 de mayo de 2014
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755-cierra-la-historica-libreria-homosexual-de-eeuuEl día 17 abrirá sus puertas por última vez

Giovanni era el nombre de un camarero italiano gay en París en la segunda novela de  James Baldwin, de los años, 50. Había abierto sus puertas en 1973 y ha visto pasar por delante todos los avances del colectivo LGTB en los últimos años, tanto en Filadelfia como en Estados Unidos, acaba de anunciar que el 17 de mayo será el último día que permanezca abierta.

Cuando decidieron abrir, “los bares para los homosexuales tenían los cristales ahumados y microscópicos carteles para no atraer la atención, mientras el objetivo de nuestra librería era estar visiblemente abierta“, asegura el dueño, Ed Hermance al “Philadelphia Gay News”.

La causa del cierre es doble. Una económica, la crisis que atraviesan todo este tipo de establecimientos: “Al consentir a la librería online de Jeff Bezos ahogar la competencia, nos echó del mercado con métodos claramente de monopolio”, acusó Hermance. Y otra competencia aún más dura:  ”Queremos los libros inmediatamente, tras haber escuchado a un escritor por la radio o haberle visto en televisión, y Amazon nos permite hacerlo y en un minuto el libro está en Kindle o al día siguiente en la puerta de casa y a un precio descontado”, subraya el propietario.

El otro motivo es sociológico y tiene que ver con la normalización:La integración ha hecho menos “diversos” tanto a autores como a lectores homosexuales, asegura Hermance. El caso es que Giovanni’s Room se sumará en unos días a la lista de históricas librería estadounidenses que ya no levantan la persiana cada mañana: Gotham Bookshop, Coliseum y Rizzoli.

Fuente Ociogay

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Ser lesbiana en 2014

Martes, 29 de abril de 2014
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lesbianas con hijosDel blog Dominio Público del diario Público:

María Jesús Méndez
Directora de MíraLES Magazine y de la revista Oveja Rosa

Hoy se celebra el Día de la Visibilidad Lésbica. ¿El día de qué? Sí, el día en que se conciencia a la sociedad, y a las mismas lesbianas, que existimos, que somos más que un anuncio publicitario para atraer el consumo de los hombres, que la vida es mejor y más grata fuera de los armarios.

Ante la siempre típica pregunta de ‘¿dónde están las lesbianas?’, ‘¿por qué no son tan visibles como los gays?’, podemos decir que ser lesbiana en 2014 se parece mucho a ser una persona más, indistinguible en un grupo de gente, en una masa humana que se desplaza en el metro con escasa expresión facial un lunes por la mañana.

Ser lesbiana en 2014 es ser una mujer que estudia, trabaja, busca empleo, emprende, vota, se embaraza, se casa, se divorcia. Una poliamorosa o alguien que comparte lecho con una sola mujer durante gran parte de su vida. Una lesbiana tiene sexo ocasional, sexo con amor, sin amor, con deseo o sin él. Tiene la regla, aún no le llega, o ya la ha dejado partir. Mujer que sueña, que crea, que ve la televisión, que un martes por la tarde se entera de que su madre tiene cáncer, y lucha, y un domingo reúne a la familia para celebrar el cumpleaños número 85 de su abuela.

Tan normal que otros tiempos, no demasiado lejanos, llegan a parecernos ajenos. Como supongo que para muchas mujeres parecían ajenas las historias previas a 1985 en España. Cuando tomar la decisión de no acabar un embarazo podía estigmatizarlas y recluirlas en la cárcel. Hasta 1985 estaban los viajes a Londres para abortar (para quienes podían pagarse ese lujo), las aborteras del barrio que usaban cánula y aguja, el agua caliente en los pies mezclada con mostaza y caldo de perejil, el perejil en la vagina para contraer el útero, y muchos procedimientos caseros que quitaban la vida a unas 3 mil mujeres cada año, por complicaciones e infecciones.

La legalización del aborto, el reconocimiento legal de una mujer a decidir sobre su cuerpo… ya tan normalizado que parece que siempre ha estado ahí. Hasta que ha dejado de estar. Hasta que el gobierno ha decidido condenar la libertad femenina con una dura ley antiabortista.

Subir un escalón no es garantía de que no volveremos a bajar. O de que algún día la escalera se derrumbe por completo. El hábito de dar las cosas por sentadas es muy peligroso. Nos condena a construir un futuro que no tiene en cuenta su pasado.

Hace dos años murió torturado y golpeado un joven chileno por ser gay, Daniel Zamudio. El crimen fue tan horrible que conmovió a la sociedad chilena y hasta una ley antidiscriminación surgió de esa indignación popular. Parecía que se había aprendido una lección. Pero hace unos meses, en el mismo hospital en que Zamudio perdió la vida, falleció Esteban Parada, con las costillas rotas y el cuerpo apuñalado por su orientación sexual.

Subir un escalón no es garantía de que no volveremos a bajar.

Ser lesbiana en 2014, en España, es ver películas y series en las que aparecen otras mujeres con la misma orientación, es alegrarse porque presentadoras y actrices reconocen abiertamente su homosexualidad (Ellen Page, Ellen DeGeneres, Jodie Foster, etc), porque Disney introduce entre sus personajes a la primera pareja de madres lesbianas, es sentir que se hace justicia cuando el director de un colegio español es imputado por negar la matrícula a un niño con dos padres.

Ser lesbiana en 2014, en España, salvo alguna cosa, como diría Rajoy, es una agradable burbuja atemporal. A unos kilómetros, en el continente africano, ser lesbiana es un delito en 38 países. En otros es justificación de asesinato, violaciones, y cadena perpetua.

Veinte años después de la legalización de la homosexualidad en Rusia, el parlamento aprobó una ley para prohibir la “propaganda homosexual”, abriendo la puerta a una sistemática ola de crímenes impunes contra gays y lesbianas.

En enero se cumplieron 35 años de la despenalización de la homosexualidad en España, país que ostenta el título de mayor aceptación a esta orientación sexual. Pero subir un escalón, o 35, no es garantía de que no lo volvamos a bajar.

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La esposa de la presidenta.

Miércoles, 16 de abril de 2014
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1397228247_965193_1397228414_noticia_normalLa ex primera ministra islandesa Jóhanna Sigurdardóttir (de rojo) y su esposa, Jónína Leósdóttir, en su visita ofical a China en 2013. / Xinhua Pei Xin

Dos mujeres solas, de pie, junto al fax. Una es la primera ministra de Islandia; la otra, escritora. Se disponen a pulsar el botón de enviar de la máquina para sellar su matrimonio. Es el 27 de junio de 2010, y el país nórdico acaba de legalizar las uniones entre personas del mismo sexo. Unas horas después, sentadas en el discreto restaurante de un hotel de Akureyri, en el norte de la isla, Jóhanna Sigurdardóttir (Reikiavik, 1954), la primera jefa de Gobierno abiertamente homosexual, propone a su esposa, Jónína Leósdóttir (Reikiavik, 1942), contar la historia de su relación, un largo camino de más de tres décadas, no exento de dificultades y renuncias, marcado por la clandestinidad de los primeros años.

El libro que sugirió Sigurdardóttir, que dejó el cargo en mayo del pasado año, se llama Jóhanna y yo. Está publicado solo en islandés, aunque Leósdóttir lo acaba de presentar en Londres. Recorre una relación de 31 años. Se conocieron en 1983, cuando Leósdóttir, que entonces tenía 29 años, aceptó formar parte de la lista de la Alianza de Socialdemócratas, que concurría a las elecciones. Por entonces estaba casada desde hacía 11 años con el político Jón Ormur Halldórsson, con quien tenía un hijo. No salió elegida, y en otoño de ese año empezó a formar parte de un comité de mujeres presidido por Jóhanna Sigurdardóttir. La que se convertiría en primera ministra de Islandia 26 años más tarde era, a sus 41 años, diputada por Reikiavik desde hacía cinco y estaba también casada —con el empresario Torvaldur Johannesson, con quien tenía dos hijos—.

Leósdóttir y Sigurdardóttir empezaron a compartir sus sentimientos a contracorriente. A los prejuicios internos sobre la propia sexualidad recién descubierta, se unían los externos de la sociedad islandesa de la época, y más en el expuesto mundo de la política. “En 1985, los homosexuales en Islandia no tenían derechos legales y había ignorancia e ideas preconcebidas sobre el tema”, relata Leósdóttir. Aún faltaban 11 años para que se aprobara en 1996 —con el voto favorable de todos los partidos— el registro de uniones civiles, que reconocía a las parejas del mismo sexo en Islandia idénticas protecciones, responsabilidades y derechos que el matrimonio. Un viaje del comité de mujeres, al que asistieron juntas en abril de 1985, les ofreció la oportunidad de aclarar sus sensaciones. “No solo nunca había asociado la homosexualidad conmigo, en general tenía poco interés y un conocimiento limitado de las relaciones entre personas del mismo sexo”.

Coherentes con sus respectivos sentimientos, se divorcian para iniciar una relación que mantendrán en privado por temor a que afectara a la meteórica ascensión de Sigurdardóttir, vicepresidenta de su partido desde 1984 y ministra de Asuntos Sociales desde julio de 1987. “Podría haber arruinado la carrera de Jóhanna y no hubiera sido bueno para nuestra relación”, reconoce. Y acuerdan cuidar el secreto hasta que “la actitud de la sociedad se volviera más favorable”. En aquel momento, “la idea de que algún día pudiéramos casarnos sonaba a ciencia ficción”.

En la visita oficial a China en abril de 2013 Sigurdardóttir decidió ir con su mujer. Era la primera vez que el país acogía a una pareja del mismo sexo como invitados oficiales

Fueron años marcados por el aislamiento en los que hacían vida separada de lunes a viernes, concentradas en sus respectivos trabajos. Solo coincidían los fines de semana. Leósdóttir se dedicó a trabajar en varias revistas, y empezó su carrera de escritora. Su primera novela, Juntos y separados (1993), trataba sobre la experiencia de un niño que sufrió el divorcio de sus padres. Fue inevitable que comenzaran a circular rumores sobre la posible relación de ambas mujeres —Islandia es un país pequeño de algo más de 330.000 habitantes—. Leósdóttir habla abiertamente con sus padres sobre la relación y estos le confiesan que esperaban que “solo fueran un par de amigas que se juntaban para tomar una copa”, comenta. Aunque la ley de uniones civiles se aprueba en 1996 aún tardan cuatro años en irse a vivir juntas —“admito que esperamos mucho, demasiado”, dice— y dos más para inscribirse —“aunque no me gustaba que nuestra relación se clasificara en una categoría especial”—.

Con Sigurdardóttir en el Gobierno y ya casadas —“había una gran atención en los medios internacionales”—, la pareja emprende una visita oficial a las Islas Feroe, un archipiélago autónomo de Dinamarca. Fue uno de los momentos más complicados. En aquella ocasión, Jenis av Rana, líder del Partido Cristiano de Centro, rechazó la invitación a la cena ofrecida por el primer ministro feroés, Kaj Leo Johannesen, al matrimonio islandés porque no quería compartir mesa con una pareja cuyo estilo de vida estaba en contra de las enseñanzas de la Biblia. “El episodio fue más difícil para el pueblo de las Islas Feroe que para nosotras. La población sintió que ese hombre nos había insultado”, recuerda. Un año después, en junio de 2011, se fundó en las Islas Feroe la asociación LGBT.

Durante los cuatro años en los que fue primera dama de Islandia, Leósdóttir volvió a la soledad. “Eran tiempos terribles en Islandia, de vida o muerte”. Sin apenas vida social y permanentemente sola en casa —en Islandia no hay residencia oficial del primer ministro—, se dedicó a escribir. “Durante unos años nuestras vidas giraban en torno al trabajo. Pero en dos mundos muy diferentes, la política y la literatura”.

En 2012, Sigurdardóttir anuncia que no concurrirá a las elecciones y que se retirará de la política cuando acabe su mandato en 2013. Quizás por eso, a la visita oficial a China en abril de 2013 —un país en el que la homosexualidad estaba considerada una enfermedad mental hasta el año 2001 y un crimen hasta 1997—, Sigurdardóttir decidió ir con su mujer, reivindicando que eran una pareja casada legalmente. “Era difícil decir lo que la gente estaba realmente pensando. Era la primera vez que China acogía a una pareja del mismo sexo como invitados oficiales, por lo que fue una experiencia nueva para ellos y supongo que no les resultó fácil”. De aquel viaje, la televisión Phoenix Hong Kong mostró a la primera ministra islandesa agradeciendo al primer ministro chino, Li Keqiang, su hospitalidad hacia ella y su esposa. Un momento que la CCTV, el grupo público de televisión de China, no recogió. “Pero todos fueron extremadamente corteses y respetuosos conmigo”.

Ya retirada de la primera línea de la política, a la pareja se la puede ver juntas “apoyando las manifestaciones frente al Parlamento islandés” contra el actual Gobierno de centroderecha que ha decidido retirar la solicitud de ingreso de Islandia en la Unión Europea.

También se muestran activas en la defensa de los derechos de los homosexuales. “El año pasado participé en dos ocasiones en una protesta frente a la Embajada de Rusia por sus leyes homófobas”. No obstante, aunque lejos de la situación rusa —“en Islandia las leyes prohíben toda discriminación“—, piensa que aún queda camino por recorrer. “Recientemente la asociación LGBT en Islandia hizo una encuesta entre sus miembros, y más del 70% dijo que había sufrido algún tipo de burla, acoso o discriminación”, relata. “Por eso, aunque nos sentimos un poco expuestas después de revelar nuestra vida privada tan abiertamente, estamos contentas de haber dado este paso”.

Fuente El País

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