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“A propósito de Pierre Maurin y Dorothy Day”, por JL Vázquez Borau

Jueves, 18 de agosto de 2022
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A813E186-D849-458D-A69F-DE2D5FE1CA24De su blog CaféDiálogo:

Nuevo libro: Dorothy Day: Activista y Mística

Peter me dio más que instrucción, fue mi maestro, yo fui su alumna, me dio una forma de vida (…). Me ayudó a alejarme de las personas que hablan de los trabajadores para poder dedicar mi vida a las personas que son trabajadoras

Dorothy describe a Peter Maurin  como un “San Francisco de los tiempos modernos”

La convicción de que el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, capaz de amar (de darse) a Dios mismo y a los demás, y destinado a la vida eterna con Él, constituye, como en todo el fundamento último de los demás principios secundarios de la filosofía personalista: la dignidad e igualdad de todos los hombres, los derechos y las responsabilidades de cada persona, individualmente y en sociedad.

Dorothy Day en su autobiografía, La larga soledadnos cuenta en primera persona su vida de joven periodista en el crisol del pensamiento político y literario que era el neoyorkino GreenWwich Village de los años veinte, así como su conversión al catolicismo, que significó el final de una vida un tanto bohemia. La larga soledad es la crónica de la asociación de Dorothy Day con Peter Maurin y de la génesis del Movimiento «Catholic Worker». Y al referirse a Peter Maurin, afirma: “Peter me dio más que instrucción, fue mi maestro, yo fui su alumna, me dio una forma de vida (…). Me ayudó a alejarme de las personas que hablan de los trabajadores para poder dedicar mi vida a las personas que son trabajadoras”.

Durante cuatro años, a excepción de los breves periodos de servicio militar, se dedicó a vender L’Eveil démocratique, revista que a primeros de siglo XX editaba cincuenta mil ejemplares, por las calles de Montparnasse, por el barrio latino, delante de las iglesias, a asistir a los institutos y a participar en reuniones y discusiones. Esto le servirá como inspiración para la manera de trabajar en el Catholic Worker. En 1906 abandonó el movimiento por tomar Le Sillon un giro más político.

En agosto de 1909 zarpó rumbo a Canadá esperando encontrar inspiración en la defensa de la cooperación y la solidaridad humanas, valores que en las sociedades industrializadas se despreciaban cada vez más. Allí compró un terreno para trabajar como agricultor en Prince Albert, junto con Jules Barrue, a quien conoció en el barco. Pero eligieron mal el terreno y ni para la subsistencia daban sus labores. Dos años después murió su compañero de un accidente de caza, lo que hizo que se mudara al Estado vecino de Alberta. Entonces se dedicó a trabajar por cuenta ajena ya que el proyecto de granja no había prosperado. Trabajó en toda clase de trabajos no cualificados conociendo la pobreza, la injusticia y el abuso. Finalmente encontró un trabajo en los Ferrocarriles del Pacífico de Canadá, lo que le permitió aprender el inglés con más de treinta años.

Ahorró un poco de dinero y entró en Estados Unidos en 1911 como ilegal. En Pensilvania, por un mal entendido, fue a parar a la cárcel por mendicidad. A la salida se fue a trabajar a las minas de carbón. Después de tres meses, colgado entre dos vagones viajó hasta Akron, donde encontró trabajo en las minas de Galena, ciudad que lleva este nombre, por el mineral que se extrae. Después de un año de diferentes trabajos, regresó a Chicago. Pasó seis meses como ayudante de conserje en un edificio y al ver el interés por las lenguas que había en aquel momento, se puso como profesor de francés, abriendo una pequeña escuela, que duró ocho años.

8058AE41-A44C-468E-98D9-69CD227E6104En la década de 1920, Pierre Maurin vivía con cierta tranquilidad económica. Fue entonces cuando comenzó a sugerir que sus alumnos le pagaran de acuerdo a sus posibilidades económicas. Este notable cambio es considerado por algunos como una verdadera conversión religiosa debido a sus lecturas sobre San Francisco de Asís que veía el trabajo como un regalo para la comunidad y no como un medio de autopromoción. A partir de este momento Peter Maurin comparte su dinero con los más pobres. Y así será hasta su muerte.

Lee mucho, profundiza en sus conocimientos de historia, economía, filosofía para aclarar sus ideas antes de pasar a la acción hacia 1925. Recorre el país para exponer sus intuiciones. Expone su concepción social y cristiana del mundo y los medios para lograrlo, lo que llamará su » Revolución Verde» (una revolución verde que quiere ser lo contrario de la revolución roja) que tiene como elementos constitutivos de la persona y la comunidad estos tres elementos: la tierra, el saber y la religión.

A finales de 1932, Peter Maurin conoció a Dorothy Day, que entonces tenía treinta y cinco años, veinte años menor que él. Él le presenta su proyecto de la “Revolución Verde” y le sugiere que lo complete. Esta extraordinaria complicidad les conducirá hacia horizontes que ninguno de los dos pensaba que serían capaces de alcanzar. De allí nacerá el Movimiento Obrero Católico (movimiento del trabajador católico) y diversas obras sociales (casas de acogida, fincas agrícolas…)  Dorothy describe a Peter Maurein como un “San Francisco de los tiempos modernos”.

Para Dorothy Day, Maurin era la persona que anhelaba encontrar y que le fue enviada por la Providencia. Perfectamente complementarios uno y otra, él sería el hombre de las ideas y ella la mujer de la acción. Así, durante los cuatro meses siguientes a su encuentro, Peter se reuniría diariamente con ella para «instruirla», para darle el trasfondo católico que necesitaba. A los ojos de Peter, Dorothy era la persona idónea para poner por obra sus ideas. Era necesario que entendiera primero el verdadero sentido de la historia, que lo da, no el ascenso y la caída de las naciones, sino la vida de los santos. Debía comprender que la verdadera cuestión en juego era la santidad y que cualquier programa de cambio social debía apoyarse en las nociones y en las realidades de la santidad y de la comunidad.

Al término de ese período formativo, Maurin propuso a Day dar inicio a una publicación que tuviera como objeto difundir la doctrina social de la Iglesia y promover los pasos a su entender necesarios para una transformación pacífica de la sociedad. Así nació The Catholic Workd, un periódico, que hasta hoy ha mantenido el mismo precio: un dolar, y al mismo tiempo un movimiento al que tanto Dorothy Day como Peter Maurin dedicaron el resto de sus vidas.

El proyecto de Maurin acogido y difundido por The Catholic Worker ahonda sus raíces en la filosofía personalista que él mismo había asumido y elaborado a través de sus lecturas. Maurin, como gran lector, gran sintetizador y gran difusor, no dejó escrito más que sus Easy Essays (Ensayos fáciles) de tono divulgador. Más que un escritor teórico fue un gran comunicador verbal. Maurin hablaba con anécdotas, parábolas e historias, sin entrar nunca en una discusión lineal: quería dejar al oyente la tarea de razonar por sí mismo y llegar así a sus propias conclusiones.

 El autor preferido por Maurin fue Emmanuel Mounier, de cuyas obras se hizo promotor, especialmente de la revista Esprit, fundada por Mounier en 1932, y de su Manifiesto personalista, sin embargo, el encuentro de Maurin con Mounier no tuvo lugar hasta la aparición de la revista del conocido personalista francés, después de que Maurin ya hubiese puesto en práctica las bases de su propio personalismo. La amistad de Peter Maurin y de Dorothy Day con Jacques y Raissa Maritain en los años americanos de la pareja francesa, influyeron en los planteamientos de los fundadores de The Catholic Worker. En el caso de Dorothy Day la influencia fue mayor, ya que Maritain fue un un asiduo colaborador del periódico americano.

Pero quien se encuentra presente de un modo más integral en la obra de Maurin es el personalismo del exiliado ruso Nicholas Berdjaev: La visión escatológica de la historia, la llamada divina al hombre para participar en el acabamiento de la creación a través de la historia, el valor absoluto de la persona como fin en sí mismo y el consecuente valor de la libertad como elemento clave de la dignidad de la persona humana, la supremacía del sujeto sobre el objeto, todas estas ideas esenciales de la concepción personalista de Maurin tienen su origen primero y su fuente de inspiración en la obra de Berdjaev. Para Maurin, como para Berdjaev, el radical don de sí a los demás en la comunidad de los hombres es lo que da inicio en esta tierra al Reino de los Cielos.

C073946B-6547-4036-B464-3A0CFA59BB1A¿Cómo llegar a esta nueva sociedad, según Maurin? Una sociedad inspirada en las enseñanzas de Jesús, especialmente en el Sermón de la Montaña, en los escritos de los Padres y en las encíclicas sociales de los papas contemporáneos; una· sociedad basada en la dignidad de la persona humana, en la que cada uno reconociera la imagen de Dios en sí mismo y en los demás; una sociedad fundada por tanto en el don de sí mismo a los demás, estructurada sobre las obras de misericordia; una sociedad caracterizada por la actitud de no-violencia en la legítima defensa y en la resolución de los conflictos, en la que no hubiera lugar para la explotación económica o la guerra, para la discriminación racial, sexual o religiosa; una sociedad no adquisitiva, sino funcional, descentralizada y basada en la cooperación mutua, sin los extremos de opulencia y de miseria; una sociedad no de masas, sino comunitaria; una sociedad, en fin, en la que a la gente le fuera más fácil ser buena.

Maurin empeñará buena parte de sus esfuerzos en diseñar y precisar las características de esas «microsociedades», y en ponerlas por obra. Las bases del nuevo orden social habían de ser la caridad personal y la pobreza voluntaria, las mismas con las que los monjes irlandeses evangelizadores de Europa sembraron el continente de «microsociedades» que constituirían el fundamento de la sociedad cristiana medieval. La convicción de que el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, capaz de amar (de darse) a Dios mismo y a los demás, y destinado a la vida eterna con Él, constituye, como en todo el fundamento último de los demás principios secundarios de la filosofía personalista: la dignidad e igualdad de todos los hombres, los derechos y las responsabilidades de cada persona, individualmente y en sociedad.

La misión que Maurin se prefijó para toda su vida fue precisamente la de despertar en cuantos se cruzaban con él la capacidad de reconocer a Cristo en los demás, como camino para llegar a encontrarse con el mismo Cristo. Sólo así cada persona puede llegar a descubrir que está llamada a dar y darse en todo momento y en todas sus acciones, imitando el sacrificio de Cristo. El don mutuo de sí mismo a los otros, teniendo a la vista el bien común de todos, debe formar la base de la necesaria restructuración de la sociedad. Para suscitar en los demás la conversión personal, fomentarla y facilitarla, ideó y puso en práctica las Round Table Discussions (Mesas redondas de discusión) con una gran variedad de formas, según las circunstancias. Se podían celebrar en un café, una esquina de la calle, una plaza pública. Estas Mesas redondas fueron el elemento central del plan educativo de Maurin, basado esencialmente en la experiencia y dirigido a la acción; una enseñanza que, a través de la interiorización de los elementos que la experiencia enseña, evita tanto el academicismo estéril como la superficialidad ignorante. Una enseñanza que se dirige a la totalidad de la persona, abarcando tanto la vida social como la religiosa.

En toda familia, afirmaba Maurin, debería haber una «habitación de Cristo» (Christ Room), destinada no a los invitados, sino a quienes realmente tienen necesidad de la auténtica hospitalidad, no despersonalizada y burocrática, sino nacida del corazón. En toda parroquia debería haber también un hogar parroquial destinado a los necesitados, para dar al rico la oportunidad de servir al pobre. Partiendo de este planteamiento, Peter Maurin y Dorothy Day idearon la creación de las Houses of Hospitality. en las que, por un lado, los pobres puedan encontrar comida, ropa y alojamiento gratuitos y los parados lo necesario para la vida mientras buscan trabajo. Y, por otro lado y ante todo, quienes lo deseen se puedan beneficiar de la oportunidad de servir a los miembros más necesitados de la sociedad con su sacrificio personal, practicando directamente las obras de misericordia corporales y espirituales. Las Houses Hospitality deben proporcionar no solamente a los elementos básicos para la vida, sino también a las necesidades espirituales de los hospedados.

El punto focal de la filosofía del trabajo de Maurin es «La dimensión creativa»: Solamente es conforme a la dignidad de la persona aquel trabajo que permita al trabajador participar, con su libertad y responsabilidad personal, en la tarea de la creación; solamente un trabajo creativo, es decir, un trabajo tal que envuelva la totalidad de la persona humana y que manifieste el don de sí mismo a los demás, podrá ser vehículo para la unión de la persona con su Creador. La persona, imagen de Cristo, se da a sí mismo en el trabajo como Cristo se dio en la cruz. El trabajo como cocreación dignifica cualquier ocupación humana, la del campo como la de la ciudad, con tal de que no impida la expresión de sí mismo y la capacidad de darse. Lo cual difícilmente se verifica en un trabajo mecanizado que no permite ver el fruto del propio esfuerzo como obra personal y como don personal a los demás. Para Maurin era necesaria, pues, una transformación de los sistemas laborales propios del «industrialismo» por su proyecto de «comunidades agrícolas».

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 El proyecto de las comunidades agrícolas fue la síntesis de su visión personalista. Una sociedad descentralizada que promueva la cooperación en lugar de la coerción, fundada sobre pequeñas factorías propiedad de los artesanos y sobre comunidades agrícolas, constituye su lógica culminación, pues integra plenamente los objetivos del comunitarismo al que su personalismo aspiraba como necesario resultado de la oración, la literatura y las artes, el cultivo del campo y el trabajo artesanal. Estas comunidades agrícolas, además de superar los problemas de desempleo y generar formas del buen vivir, deberían comportar un beneficio mutuo para obreros e intelectuales. Unidos en esas comunidades, ambos trabajarían, pensarían y rezarían juntos, y desarrollarían un proceso trabajo y formación.

Con su instinto práctico de periodista, su pasión, su habilidad y su inagotable capacidad de trabajo, Dorothy Day supo encarnar las ideas de Peter Maurin. Pero Dorothy fue también más allá de ellas, sobre todo en la última parte de la vida de Maurin y después de la muerte de éste, dándoles una base teológica más rica y una espiritualidad más precisa. Abrazó los mismos principios personalistas pero los enraizó más firmemente en un sentido cristocéntrico, en el Cuerpo místico de Cristo más que en una dimensión comunitaria genérica, y trató de complementarlos con las obras de misericordia, poniéndo énfasis en la responsabilidad personal.

La revista, que había alcanzado en pocos años una tirada de 150.000 ejemplares, perdió numerosos lectores debido a su postura pacifista ante la guerra civil española (1936-39) y la segunda guerra mundial (1939-45) y se distinguió posteriormente por su oposición al clima enrarecido de la «guerra fría» y a la participación estadounidense en la guerra del Vietnam, lo que le valió la acusación de filocomunista. Editada hasta su muerte por Dorothy Day, la tirada actual del periódico es de 90.000 ejemplares, y han de sumarse las publicaciones propias de muchas de las Houses of Hospitality del movimiento, que en 1995 estaban en funcionando 134, todas ellas excepto tres en los Estados Unidos, la mayoría en grandes ciudades y algunas en zonas rurales. Cada comunidad es autónoma y, desde el fallecimiento de Dorothy Day, no tienen ningún líder general. En las comunidades promovidas por el movimiento se institucionalizaron las Mesas redondas, todavía en vigor, en los que gente de todas las creencias puede dialogar, explorar las causas del desorden actual y encontrar el camino que se ha de emprender.

Cuando Dorothy Day fallece en 1980, el New York Times la calificó como «una militante de la no-violencia, radical en lo social, de una luminosa personalidad y fundadora del Movimiento «Catholic Worker», que luchó en primera línea, durante más de cincuenta años, en numerosos combates en favor de la justicia social».

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Qué es lo que constituye a un Ser Humano 

2. El servir y no el gobernar
Eso hace a un Ser Humano

3. El ayudar y no el aplastar
Eso hace a un Ser Humano

4. El alimentar y no el devorar
Eso hace a un Ser Humano

5. Y si es necesario el morir y no el vivir
Eso hace a un Ser Humano

6. Los Ideales y no los acuerdos
Eso hace a un Ser Humano

7. Credo y no avaricia
Eso hace a un Ser Humano

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Peter Maurin

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Felisa Elizondo: La sensibilidad al dolor de Emmanuel Mounier (I)

Miércoles, 13 de enero de 2021
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9788474904901-es“En meses pasados entre alarma e incertidumbre, volví a ojear un pequeño libro: ‘Cartas desde el dolor’ (Ediciones Encuentro, 1995) que recoge la extraordinaria sensibilidad de Emmanuel Mounier”

“Sus páginas y del conocido Manifiesto a favor del personalismo, representan una comprensión de la persona intrínsecamente vinculada a la de comunidad”

“En el espacio de este artículo nos detendremos tan sólo en algo que se puede entrever repasando su biografía y releyendo algunas de sus páginas, su atención y modo de hablar del dolor, del propio y del de los otros”

“Una mirada conmovida que ha quedado reflejada en textos breves, en los escritos más personales y, desde luego, en su correspondencia, recogida en parte en las ‘Cartas desde el dolor'”

En meses pasados entre alarma e incertidumbre, cuando llegaban noticias de fallecimientos de gentes queridas, volví a ojear un pequeño libro:Cartas desde el dolor’ (Ediciones Encuentro, 1995) que recoge la extraordinaria sensibilidad de Emmanuel Mounier, un pensador conocido más que nada por su aportación a la filosofía de la persona. Años atrás, de la lectura de su semblanza, escrita por uno de sus estrechos colaboradores, me había quedado la impresión de un hombre que traslucía e sus expresiones una bondad humilde y una llamativa audacia. La figura admirable y amable de alguien comprometido hasta el límite de sus fuerzas para que en su tiempo – de guerra y postguerra – se preparara otro mejor. Un cristiano “a cuerpo descubierto”, como deseaba ser él mismo y lo esperaba de otros en momentos de dificultad. Un “testigo luminoso” como dice de él Carlos Díaz, que se ha esforzado por darlo a conocer en nuestros ambientes.

Nacido en Grenoble (Francia) en 1905 de una sencilla familia de campesinos de la que siempre se sintió deudor, cursó años de filosofía e hizo su tesis doctoral sobre Charles Péguy, el poeta y escritor muerto en la I Guerra con quien sintió una afinidad más que notable en la manera de sentir lo cristiano, Tanto en la atención al sufrimiento como en la “difícil” esperanza : ”el secreto de este revolucionario que cantaba poemas y plegarias hay que recogerlo en esa mirada cargada de dulzura lejana que no nos permite ignorar de qué fuente tomaba sus destellos”, escribió. Recordó más veces la afirmación del maestro de que los santos son en cada época los que rompen la desesperanza curando “el pequeño miedo” que atenaza a sus contemporáneos. Y, sin imaginar que la suya iba a durar poco, pensaba que una vida “rota” no es tal si ha dado testimonio, si no ha violado la ley que nadie puede violar: la dignidad de cada ser humano.

Fundador de “Esprit”

Mounier no siguió el esperable itinerario universitario. En 1932, dejó de lado una carrera de profesor para dedicar sus energías a la fundación de una revista que incorporó firmas de autores que han quedado en la historia cultural del siglo. La revista se ofrecía con una voluntad de entendimiento que superaba estrecheces tanto ideológicas como confesionales, lo que no ahorró dificultades a su director, además de exigirle una trabajosa búsqueda de medios económicos en años de penuria como fueron los de su salida a la luz y los de su reedición tras la guerra. Esprit ofrecía espacio al diálogo sincero cuando apenas lo consentía la tensión entre izquierdas y derechas, enfrentadas política e ideológicamente. Consciente de vivir el final de época de la cristiandad, su creador prefirió sumar al proyecto a los que pudieran sintonizar de algún modo con el humanismo personalista y comunitario que propugnaba como ideario de base. Muchas de las páginas salieron a la luz gracias a la dedicación y escritura personal de su iniciador, que soñó con un instrumento que reuniera a muchos en el afán por una sociedad y un cristianismo renovados.

Ciertamente el eco de estos planeamientos pudo ser recogido sólo en parte por su iniciador, ya que tuvo una vida corta en la que tampoco faltaron dificultades y decepciones aunque, como creyente, se acogía invariable – heroicamente, diríamos también – a la esperanza.

Murió con sólo 45 años por el fallo de un corazón que se había desgastado en el denuedo de vivir, y de impulsar círculos y discusiones en torno a la revista, que siguió siendo durante años, un despertador de conciencias por el conjunto de valores que representaba.

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La persona en el centro

Sus páginas, muchas veces escritas en el tracateo de viajes constantes, y desde luego el conocido Manifiesto a favor del personalismo, representan una comprensión de la persona intrínsecamente vinculada a la de comunidad. Un personalismo que desborda tanto el individualismo como el colectivismo, que ha entrado a contar en la historia del pensamiento y, desde luego, en la ética y la acción política.

A través de los ensayos y notas, en su mayor parte publicados en Esprit, se puede seguir su preocupación por una Europa necesitada de aliento para superar el trauma de la guerra que arruinó a toda una generación. Y se puede percibir cómo vivió la urgencia de decidir y actuar en situaciones nada fáciles, en momentos en que ni el comunismo igualador ni el individualismo burgués salvaban el modo de pensar que venía propugnando. Basta releer su “definición” y tratamiento del término persona para advertir la conmoción y el respeto con que se situaba ante la realidad de cada ser humano, singular e inagotable.

Según esta visión, el ser personal se desborda y trasciende en un existir que es amar y la vida es experiencia de comunión. El actuar de cada uno, siempre original, se eleva y transforma al entrar en comunión con otros. Toda vida humana es única y valiosa y, aunque marcada por el fracaso o el dolor, acrecienta la humanidad con su peso impagable y silencioso.

Quienes lo conocieron personalmente aseguran que respiraba “el olor a suelo” en su tarea de escritor, de hombre arraigado en una tierra y entre unas gentes concretas, de intelectual comprometido con los problemas acuciantes de su tiempo. Sin dejar de valorar la paciencia que no anestesia, mostraba una cercanía familiar y una confianza cristiana que, decía, “vive de desesperanza en desesperanza”. Como su admirado Péguy, guardó para con la realidad “una mirada inventada para otra luz” y, a pesar de bastantes pesares en forma de incomprensiones, de escasez de medios, encarcelamiento y censuras, pudo sostener que “lo contrario del pesimismo no es el optimismo. Es una mezcla indescriptible de simplicidad, de piedad, de obstinación y de gracia”. Así entendía que los cristianos, después de tomar conciencia de las sacudidas del siglo que les desbordan, “deberían redescubrir, a tientas, la naturaleza paradójica del Reino, desarmado y triunfante, inasequible y arraigado. A tientas”.

En suma, fue un testigo y un pensador de cuestiones de fondo que nos afectan como humanos. Pero en el espacio de este artículo nos detendremos tan sólo en algo que se puede entrever repasando su biografía y releyendo algunas de sus páginas: se trata de su atención y modo de hablar del dolor, del propio y del de los otros. De una mirada conmovida que ha quedado reflejada en textos breves, en los escritos más personales y, desde luego, en su correspondencia, recogida en parte en las Cartas desde el dolor.

El dolor compartido

Esa atención al dolor (tomado aquí con la misma amplitud de sufrimiento) concuerda, por supuesto, con sus convicciones más hondas y orientó sus decisiones. Responde también a una fe que le consentía mirar la realidad “a otra luz”. Su propia biografía estuvo afectada muy seriamente por la depresión económica y el enorme drama de la segunda guerra. Por supuesto, lo estuvo por algunos distanciamientos y la muerte de colaboradores y amigos. También por la enfermedad, incrustada en su hija Francine, el centro familiar, y por la inseguridad y la escasez en que aceptó vivir por ser consecuente con sus opciones de fondo, Llegó a confesar, con tono modesto, que su evangelio era “el de los pobres”. Y lo atestiguó sin alardes, eligiendo una vida alejada de la instalación y de la comodidad.

Pero nunca desistió de la conversación, la colaboración y de ser en comunidad, inherentes a su comprensión de la persona.. Quiso una vida compartida en ideas, bienes y amistad. Una amistad ensanchada, aunque apreciaba como don singular la de aquellos amigos con los que podía aliviar en algo su soledad. Según su propia confesión, la suya había sido desde muy pronto una vida en la que el sufrimiento y la soledad cubrieron algunos tramos. De ahí que entendiera muy bien lo que significan la compasión y la piedad auténticas, las que consideran que el dolor de cada persona es siempre único y siempre por aliviar.

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Vida personal

Martes, 29 de septiembre de 2020
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La vida personal empieza con la capacidad de romper los contactos con el medio, con la capacidad de recuperarse, de volver a poseerse a sí mismo para dirigirse a un centro y alcanzar la propia unidad. Sobre esta experiencia vital se fundamenta la validez del silencio y de la vida retirada, que hoy es oportuno recordar. Las distracciones que esta civilización nuestra nos ofrece corrompen el sentido de la quietud, el gusto del tiempo que transcurre, la paciencia de la obra que madura, y hacen vanas las voces interiores que muy pronto sólo el poeta y el religioso sabrán escuchar.

Nuestro primer enemigo, dice G. Marcel, es lo que nos parece «completamente natural», lo que cae por su propio peso, según el instinto o la costumbre: la persona no es ingenuidad.

Sin embargo, también el movimiento de la reflexión es asimismo un movimiento de simplificación, no de complicación o de sutilezas psicológicas: va al centro, y nos va directo, y no tiene nada que ver con la interpretación morbosa. Con un acto se compromete, con un acto se concluye .

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J. Conieh,
Emmanuel Mounier,
Roma 1976, pp. 113ss

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Misericordia y Personalismo

Martes, 3 de mayo de 2016
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mounier2“Perentoria necesidad de mutua compasión”

“La misericordia se enrolla así en la caridad incondicional e incondicionada”!

(Andrés Ortiz-Osés).- En la reunión del grupo Mounier en Zaragoza se ha planteado la teología de la misericordia del Papa Francisco y la filosofía propia del personalismo.

En esta reflexión trato ambos temas de la misericordia franciscana y del personalismo cristiano comparativamente.

1. Misericordia

Según Schopenhauer, la clave de la auténtica religión está en la compasión, tal y como la representa el budismo. Pero la compasión búdica es típicamente oriental, extática, mientras que la compasión cristiana es más occidental, dinámica, y se expresa por la misericordia. El Papa Francisco ha recogido la tradición cristiana dotándola de un fuerte componente perdonador: quién soy yo para juzgar, Dios es más grande que nuestros pecados, todo santo tiene su pasado y todo pecador su futuro, la caridad es incondicional…

La misericordia se enrolla así en la caridad incondicional e incondicionada, quintaesencia del cristianismo originario de Jesús. La misericordia es un amor básico, por cuanto se basa o fundamenta paradójicamente en el desfundamento de nuestra común miseria humana, de ahí la compasión como pasión o padecimiento mutuo, compartido no solo pasiva sino activamente. Por eso es necesario en este contexto el mutuo perdón, el perdón por lo hecho y lo no-hecho, por acción u omisión. Esta mutua misericordia es lo que funda la alegría del amor, el cual es una autoafirmación abierta al otro, la afirmación propia y ajena, la apertura radical.

Así que el amor de misericordia dice caridad, la cual obtiene un componente cuasi “matriarcal” de heteroafirmación o afirmación del otro. Como mostró Erich Fromm, el componente matricial del amor se caracteriza por su incondicionalidad, así pues por su positividad o positivación del negativo o negatividad de lo real. Se trata entonces de un amor asuntivo o afirmativo, transustanciador o regenerador, recreador o reconversor (metánoia). Kierkegaard hablaba de trascender la inmanencia, de salto o abrimiento radical; nosotros hablamos más discretamente de la misericordia como asunción autocrítica de nuestra miseria a nivel personal e interpersonal.

2. Personalismo

Decimos que la misericordia tiene un componente matriarcal-femenino, por cuanto es compasión junto al otro. Por su parte, la persona es el individuo no solipsista sino solidario o social, comunitario, por ello se define por su apertura o comunicabilidad. Ahora bien, esta comunicabilidad propia de la persona obtiene el contrapunto de la autonomía o autarquía, de modo que la persona es comunicable e incomunicable, extrovertida e introvertida, heteroafirmativa y autoafirmativa, abierta y propia. Por eso los clásicos hablan de la persona como comunicación de lo incomunicable o inefable, logos íntimo o interior, mismidad. Esta mismidad de la persona la hace “suya” (sui ipsius, sui iuris), y nadie puede usurpar su propia conciencia personal (ni siquiera el Papa, como ha dicho el propio Francisco).

La persona es entonces abierta y propia, matriarcal y patriarcal, anima y animus, como dice C.G.Jung. Digamos que el amor de caridad o misericordia es efusivo y refrenda sobre todo la igualdad, mientras que el amor personal es afectivo y refrenda la libertad. Hay así una cierta “dualéctica” entre la misericordia y la persona, entre la posición horizontal del amor y la posición vertical de la persona, una cierta tensión entre amor ajeno y amor propio.

No se trata de distingos escolásticos, sino del encuentro entre la igualdad compasiva y la libertad personal. Ambos, igualdad y libertad, constituyen la auténtica coexistencia democrática, en la cual debe realizarse la mutua corrección de la igualdad por la libertad, y de la libertad por la igualdad. Si prevalece la igualdad frente a la libertad, accedemos a una especie de populismo comunistoide; pero si prevalece la libertad frente a la igualdad asistimos a un neoliberalismo fascistoide.

Hay que coafirmar pues la igualdad y la libertad, ya que todos somos iguales y diferentes a un tiempo. Es cierto que afirmar a la vez la igualdad compasiva y la libertad personal es una contradicción, pero tenemos que encontrar el equilibrio democrático entre ambos extremos, equilibrio significado hoy simbólicamente por una democracia liberal de carácter social.

3. Misericordia y personalismo

Alguno ha interpretado la teología de la misericordia del Papa Francisco como populismo (y se señala la simpatía de Pablo Iglesias por el Pontífice), aunque en verdad se trata de una teología popular o teología del pueblo. En su significativo viaje a Cuba y Estados Unidos este Papa se ha distanciado tanto del viejo comunismo como del nuevo capitalismo neoliberal, propugnando una especie de personalismo o interpersonalismo compasivo, basado en la fraternidad de inspiración cristiana. Pero esta fraternidad es precisamente la hermandad de igualdad y libertad, o sea, de política social y espíritu libre.

Al respecto la figura de E.Mounier recobra sentido actual. Este filósofo cristiano predica y practica a la vez lo matriarcal y lo patriarcal, la apertura cuasi femenina y la autoafirmación cuasi viril. La persona es ex/sistencia o salida al otro, empatía, pero también alma o espíritu, libertad. Por eso precisamente critica en la Iglesia tradicional su “castratismo”, que ha reprimido el deseo humano en lugar de trasfigurarlo y espiritualizarlo, como Francisco de Asís. El afrontamiento cristiano de Mounier no es un enfrentamiento frente al otro, pero tampoco una regresión o ensimismamiento cavernario.

A partir de viejos textos de la patrística, Hugo Rahner redefinió a la Iglesia como “Luna patiens”, luna compasiva que recibe la luz no de sí misma sino del Sol (Cristo). El peligro está en quedarse alucinada/alunizada dentro de la caverna lunar (platónica) sin salir a la luz del sol, al aire libre, al mundo del hombre en el que se encarna la divinidad cristiana. Pues si desde las catacumbas de la Iglesia el mundo aparece en crisis, desde el mundo es la Iglesia la que aparece en crisis. Pero está en crisis la Iglesia y el mundo, como siempre, de ahí la perentoria necesidad de la mutua compasión, perdón y misericordia: crítica.

Fuente Religión Digital

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“¿Qué podemos hacer?”

Martes, 16 de febrero de 2016
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compromiso-social-1Imagen Universidad de Cádiz

Gabriel Mª Otalora
Bilbao (Vizcaya)

ECLESALIA, 01/02/16.- Demasiadas veces percibimos que muchas cosas malas no las podemos cambiar; y es verdad. A nuestro nivel, tenemos muy poco que aportar ante situaciones tremendas que se sufren y se mantienen a muchos kilómetros de donde estamos… o cada vez más cerca, como el millón de refugiados en la puerta de Europa: poderes fácticos, violencia a gran escala, injusticias enormes e imposibles de erradicar con nuestras manos… Sentimos impotencia. Esta impotencia suele dar lugar al desánimo que a su vez, puede deslizarse hacia la añoranza del pasado, idealizándolo, mientras dejamos sin vivir el presente; o puede derivar en cinismo y/o en indiferencia.

La frustración de no poder arreglar casi nada nos conduce a lo fácil: “si nos ponemos a pensar en todas las desgracias del mundo empezamos a llorar y no paramos”. Y pasamos a otra cosa. Emmanuel Mounier decía que no basta con estar contra la injusticia sino que es preciso hacer algo contra la injusticia. ¿Qué podemos hacer? Para que la respuesta no sea nada, tenemos que elegir una hoja de ruta cercana, sencilla y realista:

Solucionar algo es accesible para cualquiera de nosotros. Tenemos mucho por hacer siempre que no pidamos resultados a corto plazo, apuntemos a problemáticas inalcanzables o busquemos agradecimientos para calmar la vanidad o la inmadurez.

Cerca nuestro. No hay que ir lejos para toparnos con personas en situaciones difíciles o amargas. Baste agudizar la sensibilidad humana que todos llevamos dentro -más o menos embarrada- para impedir que la indiferencia salga vencedora. A nuestro lado, existen personas que nos necesitan.

Muchos pocos pueden hacer muchísimo. Ante una situación ominosa de alguien que nos es cercano, no es fácil que seamos solución del problema. Alrededor neceistan de nuestra sonrisa, de nuestra escucha y nuestro tiempo. Intentando comprender, perdonando… se puede aliviar bastante dolor. Hay situaciones que tienen un curso inexorable pero depende de nosotros el que el trago sea menos amargo. La fuerza invisible de lo pequeño es muy grande.

¿Somos parte de las soluciones o de los problemas? No está de más reflexionar si, a la vez que disertamos sobre las grandes injusticias del mundo con el fatalismo de quien no atisba soluciones, mirásemos también si somos parte directa del problema como causantes del dolor a otros.

Nuestra actividad, en nuestro círculo de influencia. Estamos donde la vida nos ha puesto y ahí es donde podemos mejorar el mundo. Y no es una exageración: sí, mejorar o empeorar el mundo de una sola persona es algo trascendental, en una dirección o en otra.

Lo importante es la actitud, no la cantidad de cosas que se hagan. Las más de las veces, los gestos humanizadores no son noticia en los periódicos pero supone una experiencia transformadora para los que sienten una mano tendida cercana, que ayudan a hacer visible el Reino.

Esperanza más allá de los acontecimientos puntuales. Hoy no es siempre, y la ayuda “estéril” de hoy puede ser válida mañana. Sentirte escuchado o ayudado sin ningún interés a cambio, es gratuidad que humaniza y predispone a quien lo experimenta para predisponer a realizarlo después con otros; y viceversa.

Rezar tiene fuerza. El creyente tiene la posibilidad de compartir con su Padre el dolor del otro. La eficacia de la oración sólo se puede entender desde la fe… Y desde el fruto de sus obras.

¿Y qué no debemos hacer? Minimizar nuestras posibilidades de mejorar la vida de otras personas. Pero debemos querer. La psicología afirma que cuando no orientamos nuestro interior hacia la solidaridad y la generosidad torpedeamos nuestro equilibrio vital y nuestra capacidad de sentirnos alegres. Pura ciencia, puro evangelio

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