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Éste es el Cordero de Dios.

Domingo, 14 de enero de 2024
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El Cordero

Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?
¿Aún no sabes quién te ha hecho?
Te ha dado vida y alimento
junto al arrollo y sobre el prado;
te ha dado ropas deliciosas,
suavísima lana brillante;
y te ha dado una voz tan tierna
que el valle todo se alboroza.
Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?
¿Aún no sabes quién te ha hecho?

Oh Cordero, yo he de decirlo,
Oh Cordero, yo he de decirlo:
se llama por tu mismo nombre,
pues que Cordero a sí se llama:
es apacible y bondadoso,
de un niño tuvo la apariencia:
a nosotros, niño y cordero,
por su nombre nos llaman todos.
Cordero que Dios te bendiga.
Cordero que Dios te bendiga.

*

William Blake
The Lamb

*

Agnus

*

Hambre de ti

«Amor de Ti nos quema,
blanco Cuerpo».
Unamuno

Hambre de Ti nos quema, Muerto vivo,
Cordero degollado en pie de Pascua.

Sin alas y sin áloes testigos,
somos llamados a palpar tus llagas.

En todos los recodos del camino
nos sobrarán Tus pies para besarlas.

Tantos sepulcros por doquier, vacíos
de compasión, sellados de amenazas.
Callados, a su entrada, los amigos,
con miedo del poder o de la nada.

Pero nos quema aun tu hambre, Cristo,
y en Ti podremos encender el alba.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la espera.
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:

-“Éste es el Cordero de Dios.”

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:

“¿Qué buscáis?”

Ellos le contestaron:

-“Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”

Él les dijo:

-“Venid y lo veréis.

Entonces fueron, y vivieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:

-“Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).”

Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:

“Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).”

*

Juan 1,35-42

***

Señor Jesús, te miro, y mis ojos están fijos en tus ojos. Tus ojos penetran el misterio eterno de lo divino y ven la gloria de Dios. Y son los mismos ojos que vieron Simón, Andrés, Natanael y Leví […]. Tus ojos, Señor, ven con una sola mirada el inagotable amor de Dios y la angustia, aparentemente sin fin, de los que han perdido la fe en este amor y son «como ovejas sin pastor».

Cuando miro en tus ojos me espantan, porque penetran como lenguas de fuego en lo más íntimo de mi ser, aunque también me consuelan, porque esas llamas son purificadoras y sanadoras. Tus ojos son muy severos, pero también muy amorosos; desenmascaran, pero protegen; penetran, pero acarician; son muy profundos, pero también muy íntimos; muy distantes, pero también invitadores.

Me voy dando cuenta poco a poco de que, más que «ver», deseo «ser visto»: ser visto por ti. Deseo permanecer solícito bajo tu morada y crecer fuerte y suave a tu vista. Señor, hazme ver lo que tú ves -el amor de Dios y el sufrimiento de la gente-, a fin de que mis ojos se vuelvan cada vez más como los tuyos, ojos que puedan sanar los corazones heridos.

*

H. J. M. Nouwen,
In cammino verso l’alba di un giorno nuovo,
Brescia 1997, pp. 88ss.

***

*

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Ser LGBTQ+ y glorioso a los ojos de Dios

Lunes, 16 de enero de 2023
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481BCCB3-DACD-4FF4-A3A4-7C1F09FEFD90Hna. Donna McGartland

La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Donna McGartland. La Hna. Donna está en el Equipo de Liderazgo de las Hermanas de San Francisco de las Comunidades Neumann. También es una de las autoras de Love Tenderly: Sacred Stories of Lesbian and Queer Religious publicado por New Ways Ministry.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el segundo domingo del tiempo ordinario se pueden encontrar aquí.

Dios habla a través del profeta Isaías: “Te formé desde el vientre para que seas mi siervo. Te llamo de vuelta a mí y te recojo en mi abrazo”. Y yo respondo: “¡Soy glorioso a los ojos de Dios y Dios es ahora mi fuerza!” (Is 49:5, parafraseado)

Es muy poco,” dice Dios, “que tú seas mi siervo, para levantar y restaurar a los sobrevivientes; Te pondré por luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra”. (Is 49:6, parafraseado)

Estas son palabras que todos nosotros siempre queremos escuchar, especialmente aquellos que han sido heridos o excluidos por otros debido a quienes fuimos creados para ser, como los que somos parte de la comunidad LGBTQ+.

Vale la pena repetir el mensaje: Dios nos formó en el vientre y nos hizo quienes somos. ¡¡Somos gloriosos a los ojos de Dios!! Nadie puede llamarnos menos porque estamos invitados a habitar en el abrazo de Dios. Nos fortalece esta realidad.

Muchas veces a lo largo de nuestra vida escuchamos otro mensaje que dice que no somos suficientes. Nos avergonzamos al creer que somos defectuosos. Esto no es de Dios. Isaías es claro al respecto y nos llama a reconocer que:

1. ¡Somos hechos gloriosos! Dios nos formó como somos. ¡Pablo dice que somos santos! Nuestra misma existencia es preciosa a los ojos de Dios.

2. ¡La fuerza de Dios está siempre dentro de nosotros! Esta fuerza nos llama a levantar a otros ya restaurar su relación con Dios. Antes de que podamos hacer eso, debemos creer que la fuerza de Dios nos sanará, nos levantará y nos restaurará a una relación correcta con Dios y con nosotros mismos.

3. Estamos llamados a ser luz para los demás y permitirles abrazar esta misma realidad del inmenso amor de Dios por cada uno de nosotros.

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¡¡GUAU!! Dios nos amó desde nuestra concepción. Isaías no puede ser más claro. Somos hechos Gloriosos a los ojos de Dios.

Siéntate en esa realidad ahora. Siente el poder y el amor de Dios formándote en el útero y creándote para ser la persona que eres. Escucha a Dios llamarte por tu nombre.

“(Inserta el nombre de Dios para ti), ¡Eres  glorioso!

Soy yo quien te ha hecho como eres.

Tu eres mi amado. ¡Eres Santo!

Estoy contigo y siempre lo estaré.

te fortaleceré. ¡Te amo!”

Siente el amor de Dios fluir sobre ti y transforma todas las voces internas que son contrarias a la presencia amorosa de Dios.

Eres el Amado de Dios, hecho a imagen y semejanza de Dios.

Que seáis fortalecidos en esta Verdad. Que irradien esta Luz a los demás.

—Sr. Donna McGartland, 15 de enero de 2023

Fuente New Ways Ministry

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Éste es el Cordero de Dios.

Domingo, 15 de enero de 2023
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El Cordero

Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?
¿Aún no sabes quién te ha hecho?
Te ha dado vida y alimento
junto al arrollo y sobre el prado;
te ha dado ropas deliciosas,
suavísima lana brillante;
y te ha dado una voz tan tierna
que el valle todo se alboroza.
Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?
¿Aún no sabes quién te ha hecho?

Oh Cordero, yo he de decirlo,
Oh Cordero, yo he de decirlo:
se llama por tu mismo nombre,
pues que Cordero a sí se llama:
es apacible y bondadoso,
de un niño tuvo la apariencia:
a nosotros, niño y cordero,
por su nombre nos llaman todos.
Cordero que Dios te bendiga.
Cordero que Dios te bendiga.

*

William Blake
The Lamb

*

Agnus

 

*

Hambre de ti

«Amor de Ti nos quema,
blanco Cuerpo».
Unamuno

Hambre de Ti nos quema, Muerto vivo,
Cordero degollado en pie de Pascua.

Sin alas y sin áloes testigos,
somos llamados a palpar tus llagas.

En todos los recodos del camino
nos sobrarán Tus pies para besarlas.

Tantos sepulcros por doquier, vacíos
de compasión, sellados de amenazas.
Callados, a su entrada, los amigos,
con miedo del poder o de la nada.

Pero nos quema aun tu hambre, Cristo,
y en Ti podremos encender el alba.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la espera.
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:

“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.” Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.”

Y Juan dio testimonio diciendo:

“He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.” Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.”

*

Juan 1, 29-34

***

Con cada hombre viene al mundo un ser nuevo que no ha existido nunca, alguien original y único. «Cada israelita esta obligado a reconocer y considerar que es único en el mundo, que jamás ha existido nunca ningún hombre idéntico a él: si ya hubiera existido un hombre idéntico, no tendría sentido su existencia. Cada persona es diferente y debe realizar su propio ser. Que esto no suceda es lo que retrasa la llegada del «Mesías». Todos están llamados a desarrollar y realizar personalmente esta unicidad e irrepetibilidad, y a no volver a repetir mas lo ya realizado por otro, por muy grande que fuese ésta persona.

Ya viejo, el sabio Rabí Bunam dijo un día: «No me cambiaría por el padre Abrahán ¿Qué le reportaría a Dios si el patriarca Abrahán se convirtiera en el ciego Bunam y el ciego Bunam en Abrahán?.» La misma idea ha sido expresada con mayor agudeza por el Rabí Sussja, quien a punto de morir exclamó: «”En la vida Futura no me preguntaran: ”¿Por qué no has sido Moisés?”; me preguntarán; “¿Porque no has sido Sussia?”».

Estamos ante una enseñanza basada en la inigualdad natural de las personas y la imposibilidad, por tanto, de hacerlos iguales. Todos los hombres tienen acceso a Dios, pero cada uno tiene una senda diferente. La diversidad humana, la diferenciación de sus cualidades y tendencias, es la grandeza del género humano. La universalidad de Dios consiste en la multiplicidad infinita de caminos que conducen hasta él, y cada uno de ellos está reservado a un hombre […]. Así, el camino a través del cual cada hombre tiene acceso a Dios le viene indicado únicamente por la conciencia de su propio sen; por el conocimiento de su especificidad y la singularidad de su existencia. “En cada persona hay algo único que no existe en ninguna otra”.

*

Martin Buber,
El camino del hombre.
Magnano 199o, 27-29

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“Dejarnos bautizar por el espíritu de Jesús”. 2 Tiempo ordinario – A (Juan 1,29-34)

Domingo, 15 de enero de 2023
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bautismoLos evangelistas se esfuerzan por diferenciar bien el bautismo de Jesús del bautismo de Juan. No hay que confundirlos. El bautismo de Jesús no consiste en sumergir a sus seguidores en las aguas de un río. Jesús sumerge a los suyos en el Espíritu Santo. El evangelio de Juan lo dice de manera clara. Jesús posee la plenitud del Espíritu de Dios, y por eso puede comunicar a los suyos esa plenitud. La gran novedad de Jesús consiste en que Jesús es «el Hijo de Dios» que puede «bautizar con Espíritu Santo».

Este bautismo de Jesús no es un baño externo, parecido al que algunos han podido conocer tal vez en las aguas del Jordán. Es un «baño interior». La metáfora sugiere que Jesús comunica su Espíritu para penetrar, empapar y transformar el corazón de la persona.

Este Espíritu Santo es considerado por los evangelistas como «Espíritu de vida». Por eso, dejarnos bautizar por Jesús significa acoger su Espíritu como fuente de vida nueva. Su Espíritu puede potenciar en nosotros una relación más vital con él. Nos puede llevar a un nuevo nivel de existencia cristiana, a una nueva etapa de cristianismo más fiel a Jesús.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de verdad». Dejarnos bautizar por él es poner verdad en nuestro cristianismo. No dejarnos engañar por falsas seguridades. Recuperar una y otra vez nuestra identidad irrenunciable de seguidores de Jesús. Abandonar caminos que nos desvían del evangelio.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de amor», capaz de liberarnos de la cobardía y del egoísmo de vivir pensando solo en nuestros intereses y nuestro bienestar. Dejarnos bautizar por él es abrirnos al amor solidario, gratuito y compasivo.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de conversión» a Dios. Dejarnos bautizar por él significa dejarnos transformar lentamente por él. Aprender a vivir con sus criterios, sus actitudes, su corazón y su sensibilidad hacia quienes viven sufriendo.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de renovación». Dejarnos bautizar por él es dejarnos atraer por su novedad creadora. Él puede despertar lo mejor que hay en la Iglesia y darle un «corazón nuevo», con mayor capacidad de ser fiel al evangelio.

José Antonio Pagola

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“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Domingo 15 de enero de 2023. Domingo 2º del Tiempo Ordinario, ciclo A

Domingo, 15 de enero de 2023
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10-ordinarioa2Leído en Koinonia:

Isaías 49,3.5-6: Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación.
Salmo responsorial: 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
1Corintios 1,1-3: La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesús sean con vosotros.
Juan 1,29-34: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Las lecturas de este domingo tienen como eje transversal la invitación de Dios a toda la humanidad a asumir como propio el proyecto del Reino, de retarle, en libertad y sinceridad, a una manera nueva ser hombre y mujer, de ser creación y sociedad. El texto que leemos en la primera lectura forma parte del segundo Cántico del Siervo (Is 49,1 – 50,7) en el que se identifica al pueblo de Israel como el servidor de Dios; este Israel mencionado aquí no representa la totalidad del pueblo de Dios, sino que, tal vez, se refiera a aquella pequeña comunidad creyente desterrada en Babilonia, a ese grupo reducido que mantiene viva la esperanza y la fe. Ese grupo que, a pesar de estar lejos de su tierra, mantiene su confianza en Yahvé es el que traerá la salvación a todo el pueblo de Israel y al mundo entero, pues Dios ha puesto sus ojos en él y le ha asignado la misión de expresar a toda la creación su deseo más profundo: salvar a todos sin excepción. El profeta que escribe este cántico marca una gran diferencia en cuanto a la comprensión de la salvación prometida por Yahvé; siendo el tiempo del exilio, el profeta anuncia una salvación para todas las naciones, no únicamente para el pueblo de Israel.

Pablo inicia su carta confirmando la universalidad del Reino de Dios; expresando que el mensaje de salvación es para todos los que en cualquier lugar -y tiempo- invocan el nombre de Jesucristo. Este saludo es dirigido a los cristianos de Corinto; sin embargo, por la manera solemne en que Pablo escribe (a la Iglesia de Dios de Corinto), se puede afirmar que el apóstol se está refiriendo a la única y universal Iglesia de Cristo, que se hace presente históricamente en los creyentes de Corinto. Es decir, que aunque Pablo escriba de manera particular a esta comunidad, su mensaje desborda los límites de espacio y tiempo, adquiriendo en todo momento actualidad y relevancia, pues es una Palabra dirigida a la humanidad entera. Hombres y mujeres hemos recibido la gracia de ser hijos de Dios, por medio de Jesús; hemos sido consagrados por Dios para realizar en nuestras vidas la “vocación santa”, que en nuestro lenguaje correspondería a la “misión” de hacer presente, aquí y ahora, el reino de Dios: hacer de este mundo un lugar más justo y solidario, menos violento y destructor, más libre y fraterno. Quien asume como modo normal de vida este horizonte liberador está invocando el nombre de Jesús.

El evangelio de Juan manifiesta la universalidad de la salvación de Dios por medio de la vida y misión de Jesús de Nazaret, visto éste como cordero de Dios, que se sacrifica, se entrega obedientemente a la voluntad del Padre para salvar de la muerte (del pecado) a toda la Humanidad… Jesús es el enviado del Padre, el ungido por el Espíritu de Dios, el servidor de Yahvé del profeta Isaías (49,3) que tiene como especial misión establecer en el mundo la justicia del reino; es quien verdaderamente trae la salvación de Dios a la humanidad. Juan el Bautista ya había comprendido su propia misión y la misión de Jesús; por tal razón el profeta del desierto dice que detrás de él viene alguien más importante que él, pues el que viene es el Mesías, una Palabra nueva de Dios para el mundo. El Bautista reconoce a Jesús como el Hijo de Dios, y por eso da testimonio de él. Y lo hace -lo recoge así el evangelio de Juan-, con las imágenes de aquel tiempo, unas imágenes que hace mucho tiempo se quedaron sin base y que han perdido incluso parte de su inteligibilidad.

En efecto, hablar de Cordero de Dios, sacrificado, que expía nuestros pecados, que quita «el pecado del mundo» con su sangre, que nos «redime»… es hablar en unas categorías que hoy sólo podemos conocerlas por estudio histórico-bíblico, por cultura especializada religiosa, pero que no se pueden captar en nuestra vida diaria por simple sentido común, por una evidencia que se respira en subconsciente colectivo social, como han de ser captadas las buenas imágenes, las imágenes que están vivas, no las que ya murieron aunque sigan siendo leídas o repetidas. Una tarea pendiente de la comunidad creyente hoy es testimoniar ese encuentro profundo con Jesús con unas metáforas nuevas, para que expresen y comuniquen ese encuentro, que sólo de esa manera se concretizará en una vida fundada entregada al amor, a la Justicia y a la comunión con Naturaleza.

(Recordemos que el lenguaje religioso es siempre metafórico, y que las metáforas no describen la realidad, sino que la aluden simbólicamente, con frecuencia de un modo inexpresable en conceptos. El lenguaje religioso no es de ideas «claras y distintas», como tantas veces ha confundido la teología dogmática, pensando que está describiendo una realidad religiosa ontológica que está ahí como un ob-jeto que puede ser descrito objetivamente… El lenguaje religioso es más bien como la poesía: nos habla con metáforas, imágenes, símbolos… que muchas veces evocan nuestro subconsciente, personal y colectivo. Jesús no puede ser el cordero de Dios, porque no es, en absoluto, un cordero… Sin embargo, para los cristianos de aquel tiempo, decir que lo era, resultaba una afirmación religiosa conmovedora, porque evocaba un gran conjunto de sentimientos, tradiciones, doctrinas, imágenes, etc. Traducir aquella expresión no es traducirla a nuestro idioma actual, sino encontrar genialmente una correspondencia válida con otra imagen o imágenes que pudieran expresar una vivencia religiosa semejante a la que suscitaba esa expresión en aquel tiempo. Pero esto no es fácil hacerlo –si es que es realmente posible–. Mientras, lo que podemos/debemos hacer es no «»idolatrar aquellas expresiones antiguas, no sentirnos atados, y ser suficientemente creativos para aportar nuestro granito de arena al desarrollo del lenguaje religioso, que también es nuestra responsabilidad). Leer más…

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Pikaza

Domingo, 15 de enero de 2023
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El testimonio de Juan Bautista Segundo domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 15 de enero de 2023
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sandalsDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado recordamos el Bautismo de Jesús. En la versión de Marcos y de Lucas, Juan Bautista no dice nada. En la de Mateo, entabla un breve diálogo con Jesús, porque no comprende que venga a bautizarse. El cuarto evangelio sigue un camino muy distinto: Jesús va al Jordán, pero no cuenta el bautismo; en cambio, introduce un breve discurso de Juan Bautista. Es el texto que se lee este domingo (Jn 1,29-34).

Triple esfuerzo de imaginación

            Para entender este texto conviene realizar un triple esfuerzo de imaginación: 1) imaginar que somos jóvenes; 2) imaginar que vivimos hace veinte siglos en Palestina; 3) imaginar que somos discípulos de Juan Bautista, y no hemos oído hablar nunca de Jesús. Hemos hecho quizá un largo y molesto viaje para escuchar a Juan y hacernos bautizar por él, hemos renunciado a todo para convertirnos en discípulos suyos. Juan es el personaje más grande en nuestra vida. De repente, aparece Jesús, un desconocido, y lo que Juan dice nos desconcierta por completo.

            Al desconocido lo presenta, en primer lugar, como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Fórmula extraña, que ninguno entiende muy bien, pero que sugiere una estrecha relación con Dios y con el perdón de los pecados. Hemos ido buscando un bautismo para el perdón de los pecados, y ahora encontramos a un personaje que los quita.

            Sigue Juan diciendo que ese desconocido está por delante de mí, porque existía antes que yo. Y lo miramos extrañados, intentando convencernos de que Jesús es más viejo, aunque Juan lo parece mucho más, quizá por culpa de tantas penitencias y por alimentarse solo de saltamontes y miel silvestre. Pero tenemos la sensación de que Juan no se refiere sólo a la edad: está sugiriendo que ese desconocido es mucho más importante que él.

            Y esto queda claro cuando añade: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Entre nosotros hay algunos conocedores de la teología judía, y se asombran de esto porque muchos rabinos afirman que el Espíritu de Dios lleva siglos sin manifestarse. Muy grande tiene que ser ese desconocido, sobre todo teniendo en cuenta que no solo recibe el Espíritu, sino que también lo transmite en un nuevo bautismo, distinto del de Juan.

            Finalmente, termina dando testimonio de que éste es el Hijo de Dios, una forma de referirse al rey de Israel, al que Dios adopta como hijo. (Lo dejan claro las palabras que pronunciará poco más tarde Natanael, dirigiéndose a Jesús: «Tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel»: Jn 1,49).

            Los oyentes de Juan se preguntarían asombrados: ¿quién es este que quita el pecado del mundo, que es más importante que Juan, sobre el que se ha posado el espíritu, que da el espíritu en un nuevo bautismo, que es el rey de Israel? Sin duda, debe tratarse del Mesías, aunque no lo parezca.

Leyendo el evangelio (Juan 1,29-34).

            Contemplar la escena es un recurso magnífico para profundizar en el evangelio y entenderlo, pero la lectura «científica» ayuda también a descubrir nuevos aspectos.

            El más importante es que Juan Bautista no pronunció este discurso: sus palabras son un recurso del evangelista para suscitar en nosotros, desde el primer momento, la curiosidad y el interés por el protagonista de su historia. Y no sólo esto, sino también una respuesta personal, idéntica a la que refleja el episodio inmediatamente posterior (Jn 1,35-37, que no se lee este domingo). Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos. Viendo pasar a Jesús, dijo: Ahí está el Cordero de Dios. Los discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús. Esta vez no pronuncia Juan un largo y complicado discurso. Basta una simple referencia, enigmática, al cordero de Dios. Lo importante es que la curiosidad y el interés dan paso al seguimiento.

            Cuando se relee el texto diez o quince veces (algo imprescindible para entender el cuarto evangelio) se advierten dos bloques de afirmaciones:

            El primero se refiere a Jesús, del que Juan dice: 1) Es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo; 2) está por delante de mí porque existía antes que yo; 3) el Espíritu su posó sobre él y bautizará con Espíritu Santo; 5) es el Hijo de Dios.

            Son afirmaciones que se complementan, componiendo un mosaico de la figura de Jesús: empieza hablando de su relación con el mundo, del que borra sus pecados; luego de su relación con Juan; finalmente de su relación con Dios y con su Espíritu. Un personaje del que solo se puede esperar lo mejor y que provoca asombro y deseo de conocerlo.

            El segundo bloque de afirmaciones se refiere a Juan: 1) he anunciado la venida de uno más importante; 2) dos veces repite «yo no lo conocía»; 3) pero «he salido a bautizar para que sea manifestado a Israel»; 4) he contemplado al Espíritu bajar sobre él; 4) lo he visto y doy testimonio.

            También estas afirmaciones se complementan, esbozando la misión del Bautista y su descubrimiento de Jesús, desde que Dios lo envía a bautizar hasta que se encuentra con el personaje anunciado. En la visión que ofrece el cuarto evangelio, la vida de Juan Bautista solo tiene sentido al servicio de Jesús, dándolo a conocer a los demás. Algo que podría desilusionar o desconcertar a sus discípulos, pero que debe moverlos a aceptar a Jesús, igual que hizo su maestro.

            Dos notas:

            ‒ La imagen del «cordero de Dios», que no coincide exactamente ni con la del cordero pascual, ni con la del chivo expiatorio del Yom Kippur, recuerda bastante al personaje misterioso de Isaías 53 que se ofrece a morir por el pueblo y marcha a la muerte «como un cordero llevado al matadero», sin protestar ni abrir la boca. Teniendo en cuenta que en ámbito cananeo el símbolo de la divinidad era el toro, por su fuerza y bravura, elegir al cordero significa un cambio radical, una opción por lo débil y suave.

            ‒ «El pecado del mundo» es una fórmula que solo se encuentra aquí, y resulta difícil saber en qué consiste el pecado del mundo. Una pista la ofrece la primera carta de Juan: «Cuanto hay en el mundo, la codicia sensual, la codicia de lo que se ve, el jactarse de la buena vida, no procede del Padre, sino del mundo» (1 Jn 2,16). Todo eso sería lo que elimina Jesús. Pero la cuestión es discutida.

La doble misión del Siervo de Dios y de Jesús (Is 49,3.5-6)

El Señor me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso».

Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo,

para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel

—tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza—:

«Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob

y conviertas a los supervivientes de Israel;

te hago luz de las naciones,

para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

            El protagonista de esta lectura es un personaje misterioso que aparece al final del libro de Isaías. Uniendo diversos poemas de los capítulos 42, 49, 50 y 53 se esboza la figura de un “Siervo de Yahvé”, al que Dios encomienda la misión de convertir a los judíos desterrados en Babilonia (de la salvación política se encargará el rey persa Ciro). El Siervo, después de una etapa inicial de entusiasmo, atraviesa una profunda crisis, pensando que todo su esfuerzo ha sido inútil. Entonces, el Señor le renueva la misión con respecto a Israel e incluso se la amplía, extendiéndola a todo el mundo.

            Este poema de Isaías ayuda a entender la misión de Jesús de “quitar los pecados del mundo”. Una misión que implica dos aspectos. El primero, relativo al pueblo de Israel, consiste en convertirlo al Señor; de hecho, su mensaje inicial será “convertíos y creed en la buena noticia”. El segundo se refiere al mundo entero: iluminar a todas las naciones para que la salvación de Dios alcance hasta el fin del mundo; sus rápidas visitas a Fenicia y la Decápolis, su buena relación con los despreciados samaritanos, simbolizan y anticipan la misión universal de la Iglesia, sin fronteras ni muros.

Nota sobre la segunda lectura (1 Corintios 1,1-3)

            Desde este domingo hasta el séptimo del Tiempo Ordinario (este año 2023 la Cuaresma comienza el 26 de febrero), la segunda lectura se dedica a diversos fragmentos de la Primera Carta a los Corintios, de enorme interés para conocer diversos problemas de la iglesia primitiva. En la liturgia dominical solo se leen los capítulos 1-3). El texto de hoy se limita al saludo, interesante para saber lo que Pablo piensa de sí mismo (“apóstol de Cristo Jesús”), conocer a uno de sus colaboradores (Sóstenes) y a los destinatarios, que no se limitan a la comunidad de Corinto. Ojalá muchos se animen a leer en privado la carta durante estos días.

Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro. La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.

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15 enero, 2023. Domingo II del Tiempo Ordinario.

Domingo, 15 de enero de 2023
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D-II

 

“-Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.”

(Jn 1, 29-34)

¿Estaríamos dispuestas a desaparecer?

Dice San Agustín:

“Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna.

Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no ha más que un ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón.

Pero veamos cómo suceden las cosas en la misma edificación de nuestro corazón. Cuando pienso lo que voy a decir, ya está la palabra presente en mi corazón; pero, si quiero hablarte, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que está ya en el mío.

Al intentar que llegue hasta ti y se aposente en tu interior la palabra que hay ya en el mío, echo mano de la voz y, mediante ella, te hablo: el sonido de la voz hace llegar hasta ti el entendimiento de la palabra; y una vez que el sonido de la voz ha llevado hasta ti el concepto, el sonido desaparece, pero la palabra que el sonido condujo hasta ti está ya dentro de tu corazón, sin haber abandonado el mío.

Cuando la palabra ha pasado a ti, ¿no te parece que es el mismo sonido el que está diciendo: Ella tiene que crecer y yo tengo que menguar? El sonido de la voz se dejó sentir para cumplir su tarea y desapareció…(Sermón 293)

Juan Bautista se presenta en el cuarto evangelio como modelo de seguimiento de Jesús. Todas las personas cristianas estamos llamadas a ser la voz de la Palabra con mayúsculas. Nuestra misión es que la palabra se oiga y luego desaparecer. Somos el cartel que anuncia e indica el destino pero que se deja atrás.

Oración

No dejes, Trinidad Santa, que nos acabemos creyendo las protagonistas. Danos la humildad necesaria para saber desaparecer.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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El único pecado que existe es la opresión.

Domingo, 15 de enero de 2023
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DOMINGO 2º (A)

Jn 1,29-34

Es muy significativo que el segundo domingo del tiempo ordinario nos siga hablando de Juan Bautista. Todo lo que nos dice Jn del Bautista es sorprendente e indica una relación especial de esa comunidad con él. Seguramente había en aquella comunidad seguidores del Bautista. Este evangelio tiene muy en cuenta a Juan Bautista, aunque se ven obligados a rebajarle. Juan pone en labios del Bautista la cristología de su comunidad como base y fundamento de la comprensión de Jesús que va a desplegar en su evangelio. Esto no quiere decir que el Bautista tuviera una idea clara sobre quién era Jesús. Ni siquiera sus discípulos más íntimos supieron quién era, después de vivir con él tres años; menos podía saberlo el Bautista, antes de comenzar Jesús su predicación.

Juan quiere aclarar que no hay rivalidad entre Jesús y el Bautista. Para ello nos presenta un Bautista totalmente integrado al plan de salvación de Dios. Su tarea es la de precursor, preparar el camino al Mesías. Juan no narra el bautismo en sí, va directamente al grano y nos habla del Espíritu, que es lo importante en todos los relatos del bautismo. Por supuesto es un montaje de la segunda o tercera generación de las comunidades cristianas y quiere resaltar la figura de Jesús que había adquirido categoría divina, frente al Bautista.

“El cordero de Dios”. Jn propone a Jesús preexistente, portador del Espíritu e Hijo de Dios. No se puede decir más. Está claro que se están reflejando aquí setenta años de evolución cristológica en la comunidad. Es una pena que después, hayamos interpretado tan mal el intento de comunicarnos esa experiencia. Lo que eran títulos simbólicos, que trataban de ponderar la personalidad de Jesús, se convirtieron en atributos divinos. Lo que tenía de proceso dinámico y humano, se convirtió en sobrenaturalismo preexistente.

Es difícil precisar lo que “cordero” significaba para aquella comunidad. Podían entenderlo en sentido apocalíptico: un cordero victorioso que aniquilará definitivamente el mal (la bestia). Este concepto encajaría con las ideas del Bautista; pero no con las de Jesús. Podían entenderlo como el Siervo doliente. No hay pruebas de que se hubiera identificado al Mesías con el siervo doliente de Isaías antes del cristianis­mo. Juan sí interpretó la figura del Siervo aplicada a Jesús, pero nunca con el sentido expiatorio. Probablemente haría referencia al cordero pascual, que era para el judaísmo el signo de la liberación de Egipto, pero sin la connotación sacrificial. Quiere decir que Cristo nos libera de la esclavitud.

Que quita el pecado del mundo. Esta frase no tiene nada que ver con la idea de rescate. El concepto de pecado en el AT debe ser el punto de partida para entender su significado en el NT, pero ha sufrido un cambio sustancial. En el evangelio de Juan, pecado no es la ofensa a Dios o a su Ley sino la opresión de un hombre sobre otro. Solo así se entiende la actitud de Jesús con los pecadores. Las prostitutas y pecadores os llevan la delantera porque no oprimen a nadie. Lo mismo cuando Jesús dice: tus pecados están perdonados, está diciendo que no hay nada que perdonar. Jesús quita el pecado del mundo no muriendo sino viviendo el servicio a todos y en el amor incondicionado.

En el AT y en el Nuevo, la palabra más usada para indicar “pecado”, tanto en griego como en latín, significa errar el blanco. No se trata de mala voluntad como lo entendemos hoy. En el evangelio de Juan, “pecado del mundo” tiene un significado muy preciso. Se trata de la opresión que un ser humano ejerce sobre otro y que le impide desarrollarse como persona. El pecado es siempre colectivo. Siempre que hay pecado hay opresor y víctima.

El modo de “quitar” este pecado, no es una muerte vicaria expiatoria. Esta idea nos ha despistado durante siglos y nos ha impedido entrar en la verdadera dinámica de la salvación que Jesús ofrece. Esta manera de entender la salvación de Jesús es consecuencia de una idea arcaica de Dios. En ella hemos recuperado el mito ancestral del dios ofendido que exige la muerte del Hijo para satisfacer su justicia. Estamos ante la idea de un dios externo, soberano, justiciero y tirano. Nada que ver con la experiencia del Abba de Jesús. El “pecado del mundo” no tiene que ser expiado, sino eliminado.

Jesús quitó el pecado del mundo escogiendo el camino del servicio, de la humildad, de la pobreza, de la entrega total a los demás hasta la muerte. Esa actitud anula toda forma de dominio, por eso consigue la salvación total. Es el único camino para llegar a ser hombre auténtico. Jesús salvó al ser humano, suprimiendo de su propia vida toda opresión que impida el proyecto de creación definitiva del hombre. Jesús nos abrió el camino de la salvación, ayudando a todos los oprimidos a salir de su opresión.

Jesús vivió esta libertad durante toda su vida. Fue siempre libre. No se dejó avasallar, ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por los guardianes de las Escrituras (letrados), ni por los guardianes de la Ley (fariseos). Tampoco se dejó manipular por sus amigos y seguidores, que tenían objetivos muy distintos a los suyos (los Zebedeo, Pedro). Esta perspectiva no nos interesa porque nos obliga a estar en el mundo con la misma actitud que él estuvo; a vivir con la misma tensión que él vivió, a eliminar toda opresión como él hizo, a liberarnos y liberar a otros de toda opresión.

No tenemos que oprimir a nadie de ningún modo. No tengo que dejarme oprimir. Tengo que ayudar a todos a salir de cualquier clase de opresión. Jesús quitó el pecado del mundo. Si  de verdad quiero seguir a Jesús, tengo que seguir suprimiendo el pecado del mundo. Hoy Jesús no puede quitar la injusticia, somos nosotros los que tenemos que eliminarla. La religiosidad intimista, la perfección individualista, que se nos han propuesto como meta, son una tergiversación del evangelio. Si no estoy dispuesto, no solo a no oprimir sino a liberar al oprimido, es que no me he enterado el mensaje.

El presentarse como liberador no vende en nuestros días. En el mundo en que vivimos, si no explotas te explotan; si no estás por encima de los demás, los demás te pisotearán. Este sentimiento es instintivo y mueve a la mayoría de las personas a defenderse con violencia, incluso antes de que el atraco se cometa. Pero hay que tener en cuenta que esta postura obedece al puro instinto de conservación y no te lleva a la plenitud humana. Debo descubrir que sufrir la injusticia es más humano que cometerla.

La actitud egoísta es un sentimiento que está al servicio del ego. Tenemos que superar ese egoísmo si queremos entrar en la dinámica del amor, es decir, de la verdadera realización humana. Es el oprimir al otro, no que intenten oprimirme, lo que me destroza como ser humano. Jesús prefirió que le mataran antes de imponerse a los demás. Esta es la clave que no queremos descubrir, porque nos obligaría a cambiar nuestras actitudes para con los demás. En contra de lo que nos dice el instinto, cuando me impongo a los demás no soy más, sino menos humano.

Meditación

El cordero que eliminó, del mundo, la opresión.
Es el mejor resumen de toda la vida de Jesús.
Solo actuando como cordero, se puede conseguir ese objetivo.
Arremetiendo contra los demás se aumenta la violencia.
Ser cristiano significa repetir la manera de actuar de Jesús.
Por más que nos empeñemos no existe otro camino.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Cordero de Dios.

Domingo, 15 de enero de 2023
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Jn 1, 19-24

«He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»

El cuarto evangelio se escribe muy tarde y pone en boca del Bautista la cristología desarrollada en las comunidades joaneas a lo largo de ese tiempo. En el texto de hoy, Juan presenta a Jesús como el Cordero de Dios; como el Hijo amado alentado por su Espíritu, pero la teología posterior retuerce la imagen del cordero —víctima que se sacrifica a Dios— para elaborar una horrenda doctrina de la redención que ha prevalecido a lo largo de mucho tiempo (y que todavía persiste).

Jesús —el Bueno— carga con nuestros pecados para ofrecerse como víctima vicaria al Padre —el Justo—, que de esta forma ve zanjada la ofensa que le hemos infringido y puede reconciliarse con el género humano. Pero esta interpretación contradice al propio evangelio de Juan, que más adelante nos dice que en Jesús hemos visto al Padre; es decir, que si Jesús es misericordioso es porque el Padre lo es, y que si es capaz de comprometerse hasta el final con el Reino, es porque Dios también está comprometido hasta el final con el género humano… En Jesús hemos visto que Dios es nuestro aliado contra el mal, y él, Jesús, su instrumento para librarnos del pecado: «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

Pero esta expresión nos suscita tres preguntas importantes. La primera, ¿cuál es la naturaleza del pecado?… Hoy tendemos a rechazar la noción de culpa y creer que el pecado, el mal, es básicamente error y debilidad. Nos apetece lo que en realidad no merece la pena: nos fascina lo que nos perjudica… Pero el hecho de no considerar el pecado como ofensa a Dios no le quita entidad, pues sigue siendo nuestra peor lacra, porque nos esclaviza, socaba la convivencia y destroza nuestra vida.

La segunda pregunta es, ¿cuál es el origen del mal?… porque si el mal no procede del Dios creador de todas las cosas ¿de dónde procede?… Argumentos como el de Epicuro para ligar la existencia del mal a la inexistencia de Dios son muy convincentes, pero faltos de rigor, porque lo único que demuestran es que el problema del mal es inasequible a nuestra razón. Y nada más.

La tercera pregunta es quizá la más importante para nosotros: ¿Cómo puede Jesús quitar el pecado del mundo; cómo puede librarnos del pecado?…

Pues, en primer lugar, desculpabilizándonos. A lo largo del evangelio, Jesús no trata a los “pecadores” como culpables, sino como necesitados de Dios y amados por Él. Jesús no nos considera malvados por estar sometidos a la ley del pecado, sino sus víctimas, porque el pecado, más que cometerse, se padece. En segundo lugar, Jesús nos libra del pecado encendiendo su luz para que no tropecemos en las trampas de la vida. Los seres humanos somos propensos a equivocarnos; a tropezar, y Jesús nos presta su luz para mostrarnos el camino.

Finalmente, Jesús nos propone una forma de vida, a la que compara con un tesoro, y nos dice que quien lo encuentra vende todo para comprarlo; lo demás deja de tener valor para él… incluida la atracción que sobre nosotros ejerce el pecado.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer otro comentario a este evangelio publicado años atrás, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿A quién damos testimonio? ¿de qué?

Domingo, 15 de enero de 2023
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Juan 1, 29-34

En aquel tiempo, bastantes años después de la muerte de Jesús, el grupo de seguidores de Juan Bautista seguía creciendo. Con espíritu misionero habían extendido la doctrina de su maestro por muchos lugares. En Éfeso habían bautizado a una parte de la población “con el bautismo de Juan”. En esa ciudad no se conocía el bautismo de Jesús.

Para muchas comunidades cristianas la situación era preocupante. La figura del Bautista, tras ser decapitado por Herodes, se había ido agrandado, hasta el punto de que en algunas zonas eclipsaba a Jesucristo, muerto y resucitado. ¿Qué podían hacer?

El autor del cuarto evangelio puso su granito de arena. En su relato, dejó a un lado la infancia de Jesús y comenzó su evangelio con un himno muy significativo para las primeras comunidades. En ese himno se afirmaba que el Verbo no solo estaba junto a Dios, sino que era Dios; ese Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

Sin embargo, Juan Bautista solo era testigo. Por eso, a continuación del prólogo, el evangelio comienza con la frase: “He aquí el testimonio de Juan”.

El Bautista no era la luz, sino que daba testimonio de la luz. No era el Cristo, ni Elías, ni un profeta. Con eso se aclaraban bastantes confusiones. Como Isaías, era voz que clamaba en el desierto, pero no era la Palabra hecha carne.

El cuarto evangelio pasa de puntillas sobre el bautismo de Jesús y no quiere resaltar la figura del Bautista en ningún lugar de su evangelio; al contrario, Jesús debía crecer, y Juan debía menguar (Juan 3, 28-30).

Tras el prólogo, el evangelista va presentando lo que pudo ocurrir en el interior de Juan Bautista, su proceso vital y espiritual. Es como si el evangelio nos metiera “en las entrañas del Bautista”, para ayudarnos a comprender su proceso interior.

En primer lugar, el sentido de su vida: ha venido para dar a conocer a un hombre -a Jesús- al que ha bautizado con agua. Es decir, no tiene sentido que el Bautista fuera el centro de atención y consiguiera más y más discípulos, sino que viene a realizar una misión que conduce a Jesús. Y el Bautista le deja paso, consciente de que Jesús ha venido después, pero, en realidad, es el primero.

El evangelio nos presenta también la vocación y misión del Bautista: ha recibido la inspiración de que mientras él estuviera bautizando con agua, conocería a quien era capaz de bautizar en el Espíritu. Y dar testimonio de que ese es el Hijo de Dios.

¿No se saludaron Jesús y el Bautista? ¿No se produjo un encuentro familiar entre los dos, puesto que eran primos y los lazos familiares se cuidaban en Israel?

Lo que importa no es lo que pudo ocurrir, o no, desde el punto de vista histórico, sino el testimonio de Juan sobre Jesús: “Este es el Cordero de Dios”.

Pero ¿cómo pudo decir esa frase, que se formuló muchos años después? Es como si nos dijeran que alguien habló del COVID, hace 50 años. Imposible. Llamar a Jesús “Cordero de Dios” es una confesión de fe que las comunidades cristianas acuñaron tras la experiencia de Pascua, en un proceso lento y muy elaborado.

El evangelista no nos ha querido engañar. Simplemente ha dejado a un lado la perspectiva histórica para ofrecer una catequesis, que desemboca en los versículos siguientes en un relato de vocación. Dos discípulos de Juan le abandonan para seguir a Jesús. Dan testimonio de que merece la pena seguirle y animan a otras personas a hacerlo.

Con esta perspectiva se comprende mejor el texto del evangelio de hoy. Juan Bautista es un hombre de Dios que está a la escucha. Ve y oye. Capta los signos y da testimonio. Y, gracias a su testimonio, quienes seguían a Juan pasan a ser discípulos del Maestro.

Hoy vemos y oímos. Captamos signos y los interpretamos. ¿Damos testimonio? ¿De qué o de quién? ¿A dónde conduce nuestro testimonio?

 

Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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Cómo construir un Mesías

Domingo, 15 de enero de 2023
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B7E46F6B-F3F3-4D19-ABED-F7CFDB9F205CDomingo II del Tiempo Ordinario 

15 enero 2023

Jn 1, 29-34

Aunque escasos, existen testimonios que parecen apuntar al enfrentamiento que vivieron los discípulos de dos maestros contemporáneos entre sí: Juan el Bautista y Jesús de Nazaret. Los textos evangélicos muestran la habilidad de estos últimos, no solo para presentar a Juan como mero “precursor”, sino para poner en su boca afirmaciones que, en realidad, pertenecían al credo de los seguidores de Jesús.

Se produce así lo que constituye la trampa teísta, en virtud de la cual, una comunidad da por probados contenidos de fe que ella misma creó y a los que concedió el carácter de “revelados”. La conclusión es fácil de ver: “Jesús es el Mesías e Hijo de Dios, porque así lo testificó el propio Juan”. La realidad, sin embargo, es bien diferente, por cuanto fue esa misma comunidad la que puso tales declaraciones solemnes en boca de Juan.

La trampa teísta consiste precisamente en eso: en considerar el texto revelado -Dios, en definitiva- como la fuente que garantiza la verdad absoluta de las propias creencias, sin advertir -u ocultando- el círculo vicioso -o petición de principio- en que se incurre, tal como queda plasmado en el conocido cuento judío:

“Todos en la comunidad sabían que Dios hablaba al rabino todos los viernes, hasta que llegó un extraño que preguntó: —¿Y cómo lo sabéis? —Porque nos lo ha dicho el rabino. —¿Y si el rabino miente? —¿Cómo podría mentir alguien a quien Dios habla todas las semanas?”.

En síntesis, la trampa puede resumirse de este modo: “Lo que yo creo es la verdad. ¿Cómo sabes que es verdad? Porque lo dice mi creencia (o religión)”.

Cada cual es libre de construir sus propias creencias -toda creencia es un constructo mental-, siempre que no hagan daño ni sean impuestas por la fuerza. Pero no parece honesto presentarlas como recibidas directamente de Dios y, por tanto, identificadas con la verdad misma.

Conocemos bien los estragos que puede llegar a hacer una creencia a partir del momento mismo en que es absolutizada. No es de extrañar que aquel exceso de absolutización haya conducido, por revancha, según la “ley del péndulo”, a la era de la posverdad, que produce igualmente estragos no menores.

Todo ello nos habla de la importancia de aprender a vivir en la incertidumbre y en el no-saber, conscientes de que la mente no puede atrapar nunca la verdad. Paradójicamente, es esta actitud humilde la que -por ser verdadera- podrá abrirnos la puerta de la comprensión.

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¿Tiendo a absolutizar mis creencias? ¿Por qué?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Profundo es lo opuesto a lo superficial. Muchas personas lo más profundo que tienen es la camisa,

Domingo, 15 de enero de 2023
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bautismo1Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Epifanía – Bautismo.

      Volvemos a escuchar hoy el relato del Bautismo de Jesús, si bien hoy lo hacemos desde el evangelio de San Juan.

      El contenido del evangelio de Juan responde a una época tardía del Nuevo Testamento. Los cristianos de las comunidades de Juan han caminado mucho en la fe y en la formulación de la fe.

      El evangelio de hoy es una gran densidad densidad cristológica. Este es.

02.- Ver en Jesús a Cristo.

      La primera cuestión de aquellos discípulos de Jesús, de aquellos primeros cristianos –y de todos- fue el pasar, “transcender” del Jesús a Cristo. Veían a Jesús, le escuchaban, hablaban con él y veían los signos (milagros) que hacía.

      Pero la cuestión era: ¿Quién es este? que es una pregunta constante en el NT: ¿Quién es este?

      Para dar ese paso de Jesús a Cristo es necesario algún nivel de profundidad en la vida. Juan Bautista dice que “he contemplado el espíritu de Jesús”.

      Probablemente la transcendencia acontece en la contemplación. Y la contemplación requiere algún nivel de profundidad. O, dicho de otra manera, el ser, los valores importantes de la vida se logran en la quietud, en la calma y profundidad de la vida: en la contemplación

03.- Contemplar

Rahner decía que la contemplación es el tranquilo demorarse del hombre en la presencia de Dios. [1]

Contemplar es demorarse: contemplar es quedarse y espaciarse en lo que hemos encontrado, contemplar es “perder el tiempo” en lo que creemos, en lo que celebramos, en la estética, en la verdad.

      Santo Tomás decía que contemplar es permanecer quedamente en la verdad.

      Contemplar es un modo de ser y estar en la vida. La actitud para estar conscientemente en la vida es la contemplación.

      La contemplación:

  • en ocasiones la vida es creativa: un nacimiento en la familia, el Universo, la primavera, creación.
  • en otros momentos la vida es telúrica: la fuerza destructora de la naturaleza: inundaciones, volcanes, terremotos, la fuerza de un cáncer, la guerra, etc.
  • a veces la vida se ve forjada en acontecimientos: encuentros y desencuentros, opciones, despedidas, muertes…
  • no pocas veces la vida es una encrucijada en la que no acertamos con la vía a tomar: crisis, pecado, enfrentamientos familiares, sociales, eclesiásticos, noches, rupturas.
  • Frecuentemente la vida son cuestiones sencillas: un regalo no es una mera materialidad, sino que significa afecto, amistad… los colores tienen un significado religioso, político, humanista

      Estas situaciones que la vida nos depara no se viven en superficialidad, sino con profundidad.

04.- Mejor no precipitarse en la vida

Profundidad y superficialidad

La profundidad en la vida es un estilo de vida: una actividad espiritual. La profundidad no es cuestión de tener muchos títulos académicos y mucho menos de mantener posturas intelectualmente arrogantes.

Profundo es lo opuesto a lo superficial. Hay personas que viven siempre en la cresta de la ola, en una inmensa superficialidad, añadiendo capas y más capas de superficialidad a la vida. Lo más profundo que tienen es la camisa, la sotana, el clerygman o el uniforme que llevan.

No confundamos las cosas sofisticadas con las cosas profundas.

Hay personas que viven entre cosas serias y profundas de las ciencias, de la religión, de la vida y son unos perfectos superficiales. Mientras que gentes sencillas, rurales, amas de casa y obreros viven la existencia en profundidad.

Probablemente el pensamiento científico ha perdido referencia a la profundidad, por lo que “añadimos capas y más capas de superficialidad”. La modernidad y, ya, la post.modernidad, vive únicamente de la razón técnica, que es un magnífico instrumento, pero “no toca” las cuestiones de la profundidad de la existencia. El lenguaje de muchos políticos, la palabrería de los medios de comunicación, gran parte de los sermones eclesiásticos es superficial, banal…

Hoy en día en gran medida nuestra vida transcurre en la superficialidad de los fuegos artificiales de la tecnología en una dispersión que no nos permite escuchar la voz de la profundidad de la existencia. Vivimos en un aturdimiento de superficialidad.

    La sencilla conversación entre una madre y su hijo es una cuestión profunda y no superficial. El diálogo íntimo entre dos amigos es una cuestión profunda y no superficial. Un médico vocacionado tiene relaciones serias, profundas con sus pacientes

Profundizar es amar la familia, las pequeñas tareas y encuentros de la vida, el arte, el pensamiento, la Palabra, la Vida.

La verdad, el amor, la libertad, la justicia son profundas, no superficiales; el sufrimiento es profundidad y no superficialidad. [2]

Lo opuesto a la superficialidad es la profundidad como actitud vital y camino espiritual.

Vivimos tiempos de superficialidad, de prisas y precipitaciones.

    Sin embargo, uno se encuentra a sí mismo en la profundidad de su vida, no en la superficialidad.

05.- El nombre de la profundidad es Dios.

El nombre de este fondo infinito e inagotable es Dios. Tal es el significado de esta palabra y aquello a lo que tienden las expresiones reino de Dios y divina providencia. Y si estas palabras no tienen demasiado significado para vosotros, traducidlas y hablad de la profundidad de la historia, del fondo y finalidad de nuestra vida social, y de lo que os tomáis en serio, sin la menor reserva en vuestras actividades morales y políticas. Quizá daríais el nombre de esperanza, simplemente esperanza, a esta profundidad. Si sabéis que Dios es esperanza, sabéis mucho acerca de Él. [3]

Y si la Palabra Dios carece de suficiente significación para vosotros, traducidla y hablad entonces de las profundidades de vuestra vida, de la fuente de vuestro ser, de vuestro interés último, de lo que os tomáis seriamente, sin reserva alguna. Si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o incrédulos. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudierais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. Quien sabe algo acerca de la profundidad, sabe algo acerca de Dios. [4]

      La serenidad y la contemplación no se dan, ni se solucionan como quien arregla un pinchazo de la rueda del coche, sino que hay que pararse en la vida, sentarse y hacer silencio. Quizás contemplar es dejarse empapar, impregnar por el fondo de nuestro ser, de la vida, que es Dios.

06. Al final está la alegría

La vida se ventila y se resuelve en la profundidad, en la absoluta radicalidad y sinceridad de nuestro propio ser. Allá donde uno piensa, ama, decide y se entrega, es el país de la profundidad.

Al fondo del camino, en la profundidad de la vida encontramos el ser. este es. El camino que nos lleva hacia el ser es la actitud de Éxodo y de Emaús, el desierto siempre duro. Y al final de este camino nos espera un gozo profundo. La profundidad de la vida entraña el encuentro consigo mismo y con la verdad. El encuentro con la Verdad y la aceptación de la propia verdad produce un humilde realismo, serenidad y gozo.

[1] K. Rahner – H. Vorgrimler, Diccionario Teológico, Barcelona, Ed Herder, 1970, 120.

[2] TILLICH, P. Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 90.

[3] TILLICH, P. Se conmueven los cimientos de la tierra, Barcelona, Ed Ariel, libros del Nopal, 1968, 97-98.

[4] TILLICH, P. Se conmueven los cimientos de la tierra,95.

 

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Éste es el Cordero de Dios.

Domingo, 17 de enero de 2021
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Todo comenzó con un encuentro fortuito
un día cualquiera
a eso de las cuatro de la tarde,
una hora sin programaciones.

Tú pasaste cerca
y alguien les dijo quién eras;
ellos te siguieron sin decir nada,
e, intrigado, les preguntaste:
¿Qué buscáis?;
y te respondieron al estilo gallego:
¿Dónde vives, Rabbí?
Tú seguiste el diálogo diciéndoles:
Venid y lo veréis.
Y en un solo día se enamoraron de ti.

Así comenzó a tejerse el tapiz de tus sueños,
y el de ellos,
y el nuestro,
y el de otros que no sabemos…

Los primeros hilos fueron dos amigos y vecinos
que compartían inquietudes y maestro,
Andrés y Juan Zebedeo;
después, el hermano de uno de ellos, Simón Pedro;
y a continuación, Felipe,
un vecino de todos conocido e inquieto,
que se lo contó a su amigo de siempre,
Natanael, que era recto y bueno
y un poco escéptico,
al cual tú ya le habías echado el ojo
viéndolo ocioso.

Así, con muchos hilos finos y gruesos,
y de colores muy diversos…
hasta llegar a nosotros.

Y gracias a este tejer, en red y gratis,
tu nombre y buena noticia resuenan todavía
en nuestro mundo e historia
como algo que merece la pena y da alegría.

Y nosotros
vamos aprendiendo a ser discípulos tuyos
en esta tierra, día a día, Señor.

*

Florentino Ulibarri
Fuente Fe Adulta

***

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:

-“Éste es el Cordero de Dios.”

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:

“¿Qué buscáis?”

Ellos le contestaron:

-“Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”

Él les dijo:

-“Venid y lo veréis.

Entonces fueron, y vivieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:

-“Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).”

Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:

“Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).”

*

Juan 1,35-42

***

Señor Jesús, te miro, y mis ojos están fijos en tus ojos. Tus ojos penetran el misterio eterno de lo divino y ven la gloria de Dios. Y son los mismos ojos que vieron Simón, Andrés, Natanael y Leví […]. Tus ojos, Señor, ven con una sola mirada el inagotable amor de Dios y la angustia, aparentemente sin fin, de los que han perdido la fe en este amor y son «como ovejas sin pastor».

Cuando miro en tus ojos me espantan, porque penetran como lenguas de fuego en lo más íntimo de mi ser, aunque también me consuelan, porque esas llamas son purificadoras y sanadoras. Tus ojos son muy severos, pero también muy amorosos; desenmascaran, pero protegen; penetran, pero acarician; son muy profundos, pero también muy íntimos; muy distantes, pero también invitadores.

Me voy dando cuenta poco a poco de que, más que «ver», deseo «ser visto»: ser visto por ti. Deseo permanecer solícito bajo tu morada y crecer fuerte y suave a tu vista. Señor, hazme ver lo que tú ves -el amor de Dios y el sufrimiento de la gente-, a fin de que mis ojos se vuelvan cada vez más como los tuyos, ojos que puedan sanar los corazones heridos.

*

H. J. M. Nouwen,
In cammino verso l’alba di un giorno nuovo,
Brescia 1997, pp. 88ss.

***

*

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , ,

El desafío de Dios al poder

Jueves, 20 de febrero de 2020
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pastorA propósito de Jn 1,29-34

José rafael Ruz Villamil
Yucatán (México).

ECLESALIA, 31/01/20.- En la Palestina del primer tercio del siglo I la expectativa de un cambio radical que viene de Dios y que ha de afectar todos los ámbitos de la vida es un rasgo que acaba tiñendo la percepción del presente y del futuro, sí, aunque concebido y expresado en formas diferentes. Pues bien, hay todo un pensamiento religioso estructurado detrás del término cordero en relación con el mesías de Dios, término conservado escasa y únicamente en el cuarto evangelio. Y es que solamente por dos veces y de boca de Juan el Bautista, Jesús de Nazaret es llamado cordero, y más específicamente Cordero de Dios.

Ahora bien, resulta harto significativo que, de entre los seguidores del Bautista —que le continuaron fieles después de su muerte y vivieron una cierta rivalidad con los discípulos de Jesús— una palabra de Juan viniera a ser decisiva para que algunos de estos discípulos suyos le abandonasen en seguimiento del Galileo. Y es que tal fue la reacción de Andrés y un otro discípulo innominado —que suele identificarse con aquél al que el cuarto Evangelio se refiere como el discípulo amado— al oír a Juan el Bautista llamar Cordero de Dios a Jesús de Nazaret; lo que sucede a continuación viene a revelar, específicamente, el contenido mesiánico del término en cuestión: después de seguir a Jesús, Andrés anuncia a su hermano Simón: «Hemos encontrado al Mesías».

¿Qué relación hubo de hacer Andrés para asociar Cordero de Dios con el mesías? Una mera aproximación al término en sí de cordero —amnós— remite a un animal de vellón hermoso y rizado, de color blanco, de carne y grasa abundantes, que proporciona alimento y vestido y que se caracteriza por ser extremadamente noble, tranquilo e indefenso. De esta realidad sencilla y cotidiana, parte el significado histórico-religioso que cualquier judío del primer tercio del siglo I pudo haber relacionado con cordero, pero particularmente, con Cordero de Dios: la Pascua, la gesta libertaria de Yahvé a favor del hatajo de esclavos sometidos en Egipto y de la que, justamente, el cordero queda como memorial:

«…escogerán entre los corderos o los cabritos […] Esa noche comerán la carne. Tomarán luego la sangre y untarán las dos jambas y el dintel de las casas donde la coman […] La comerán así: con la cintura ceñida, los pies calzados y el bastón en la mano; y la comerán de prisa. Es la Pascua de Yahvé. Esa noche yo pasaré por el país de Egipto y mataré a todos los primogénitos del país de Egipto, de los hombres y de los animales, y haré justicia con todos los dioses de Egipto. Yo, Yahvé. La sangre les servirá de señal en las casas donde estén. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo; y no les afectará la plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto».

De lo anterior se siguen dos posibilidades: Jesús como Cordero de Dios entendido como un mesías de carácter sociopolítico sin merma de su dimensión religiosa, o bien un mesías de carácter sacrificial. En cuanto a la primera posibilidad, su factibilidad se sostiene con el hecho de entender al cordero de la Pascua como signo del fin de la esclavitud impuesta por el Faraón de Egipto: en consecuencia, el Cordero de Dios —Jesús de Nazaret— habría de ser el signo de la liberación del César de Roma, más aún si se enfatiza que este Cordero de Dios quita el pecado del mundo. Y si por mundo hay que entender lo que se opone a Dios, quitar el pecado bien podría equivaler a la aniquilación de lo que es percibido y experimentado como la oposición por excelencia a la presencia liberadora de Dios: el Imperio Romano.

Prevaleció, empero, la lectura del Cordero de Dios en su carácter sacrificial, lectura derivada de Isaías:

“Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca”.

Este aspecto sacrificial viene a ser retomado y subrayado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, pero sobre todo en el pensamiento subyacente en la primera Carta de Pedro:

“…han sido rescatados de la conducta necia heredada de sus padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo…”.

Sin embargo, resulta más que interesante, en relación con la perspectiva sacrificial del Cordero de Dios, el que en el evangelio de Juan —único, insisto, que ha conservado el concepto en cuestión— la idea de expiación esté totalmente ausente y la praxis de Jesús venga a expresarse como la donación de la vida, la luz, la libertad y más, en términos, pues, más positivos que la mera anulación del pecado.

Sea como fuere, las palabras —derivadas de la proclamación del Bautista: «He ahí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»— que los discípulos de Jesús usamos entrañablemente cada vez que celebramos la Cena del Señor, siguen trayendo a la memoria y actualizando la decisión de Dios de enfrentar, más aún, de aniquilar cuanto en el mundo se opone a su decisión por el bienestar de sus criaturas a partir de la debilidad, de la fragilidad, de la mansedumbre de un Cordero que, a su vez y en su indefensión, queda como icono del desafío paradójico del mismo Dios a la potencia del poder: de cualquier tipo de poder.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Éste es el Cordero de Dios.

Domingo, 19 de enero de 2020
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El Cordero

Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?
¿Aún no sabes quién te ha hecho?
Te ha dado vida y alimento
junto al arrollo y sobre el prado;
te ha dado ropas deliciosas,
suavísima lana brillante;
y te ha dado una voz tan tierna
que el valle todo se alboroza.
Oh Corderillo, ¿quién te ha hecho?
¿Aún no sabes quién te ha hecho?

Oh Cordero, yo he de decirlo,
Oh Cordero, yo he de decirlo:
se llama por tu mismo nombre,
pues que Cordero a sí se llama:
es apacible y bondadoso,
de un niño tuvo la apariencia:
a nosotros, niño y cordero,
por su nombre nos llaman todos.
Cordero que Dios te bendiga.
Cordero que Dios te bendiga.

*

William Blake
The Lamb

*

Agnus

*

Hambre de ti

«Amor de Ti nos quema,
blanco Cuerpo».
Unamuno

Hambre de Ti nos quema, Muerto vivo,
Cordero degollado en pie de Pascua.

Sin alas y sin áloes testigos,
somos llamados a palpar tus llagas.

En todos los recodos del camino
nos sobrarán Tus pies para besarlas.

Tantos sepulcros por doquier, vacíos
de compasión, sellados de amenazas.
Callados, a su entrada, los amigos,
con miedo del poder o de la nada.

Pero nos quema aun tu hambre, Cristo,
y en Ti podremos encender el alba.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la espera.
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:

“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.” Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.”

Y Juan dio testimonio diciendo:

“He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.” Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.”

*

Juan 1, 29-34

***

Con cada hombre viene al mundo un ser nuevo que no ha existido nunca, alguien original y único. «Cada israelita esta obligado a reconocer y considerar que es único en el mundo, que jamás ha existido nunca ningún hombre idéntico a él: si ya hubiera existido un hombre idéntico, no tendría sentido su existencia. Cada persona es diferente y debe realizar su propio ser. Que esto no suceda es lo que retrasa la llegada del «Mesías». Todos están llamados a desarrollar y realizar personalmente esta unicidad e irrepetibilidad, y a no volver a repetir mas lo ya realizado por otro, por muy grande que fuese ésta persona.

Ya viejo, el sabio Rabí Bunam dijo un día: «No me cambiaría por el padre Abrahán ¿Qué le reportaría a Dios si el patriarca Abrahán se convirtiera en el ciego Bunam y el ciego Bunam en Abrahán?.» La misma idea ha sido expresada con mayor agudeza por el Rabí Sussja, quien a punto de morir exclamó: «”En la vida Futura no me preguntaran: ”¿Por qué no has sido Moisés?”; me preguntarán; “¿Porque no has sido Sussia?”».

Estamos ante una enseñanza basada en la inigualdad natural de las personas y la imposibilidad, por tanto, de hacerlos iguales. Todos los hombres tienen acceso a Dios, pero cada uno tiene una senda diferente. La diversidad humana, la diferenciación de sus cualidades y tendencias, es la grandeza del género humano. La universalidad de Dios consiste en la multiplicidad infinita de caminos que conducen hasta él, y cada uno de ellos está reservado a un hombre […]. Así, el camino a través del cual cada hombre tiene acceso a Dios le viene indicado únicamente por la conciencia de su propio sen; por el conocimiento de su especificidad y la singularidad de su existencia. “En cada persona hay algo único que no existe en ninguna otra”.

*

Martin Buber,
El camino del hombre.
Magnano 199o, 27-29

***

***

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“Lo primero”. 2 Tiempo ordinario – A (Juan 1,29-34)

Domingo, 19 de enero de 2020
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09-02-to-a-600x873Algunos ambientes cristianos del siglo I tuvieron mucho interés en no ser confundidos con los seguidores del Bautista. La diferencia, según ellos, era abismal. Los «bautistas» vivían de un rito externo que no transformaba a las personas: un bautismo de agua. Los «cristianos», por el contrario, se dejaban transformar internamente por el Espíritu de Jesús.

Olvidar esto es mortal para la Iglesia. El movimiento de Jesús no se sostiene con doctrinas, normas o ritos vividos desde el exterior. Es el mismo Jesús quien ha de «bautizar» o empapar a sus seguidores con su Espíritu. Y es este Espíritu el que los ha de animar, impulsar y transformar. Sin este «bautismo del Espíritu» no hay cristianismo.

No lo hemos de olvidar. La fe que hay en la Iglesia no está en los documentos del magisterio ni en los libros de los teólogos. La única fe real es la que el Espíritu de Jesús despierta en los corazones y las mentes de sus seguidores. Esos cristianos sencillos y honestos, de intuición evangélica y corazón compasivo, son los que de verdad «reproducen» a Jesús e introducen su Espíritu en el mundo. Ellos son lo mejor que tenemos en la Iglesia.

Desgraciadamente, hay otros muchos que no conocen por experiencia esa fuerza del Espíritu de Jesús. Viven una «religión de segunda mano». No conocen ni aman a Jesús. Sencillamente creen lo que dicen otros. Su fe consiste en creer lo que dice la Iglesia, lo que enseña la jerarquía o lo que escriben los entendidos, aunque ellos no experimenten en su corazón nada de lo que vivió Jesús. Como es natural, con el paso de los años, su adhesión al cristianismo se va disolviendo.

Lo primero que necesitamos hoy los cristianos no son catecismos que definan correctamente la doctrina cristiana ni exhortaciones que precisen con rigor las normas morales. Solo con eso no se transforman las personas. Hay algo previo y más decisivo: narrar en las comunidades la figura de Jesús, ayudar a los creyentes a ponerse en contacto directo con el evangelio, enseñar a conocer y amar a Jesús, aprender juntos a vivir con su estilo de vida y su espíritu. Recuperar el «bautismo del Espíritu», ¿no es esta la primera tarea en la Iglesia?

José Antonio Pagola

 

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“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Domingo 19 de enero de 2020. Domingo 2º del Tiempo Ordinario, ciclo A

Domingo, 19 de enero de 2020
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10-ordinarioa2Leído en Koinonia:

Isaías 49,3.5-6: Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación.
Salmo responsorial: 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
1Corintios 1,1-3: La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesús sean con vosotros.
Juan 1,29-34: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Las lecturas de este domingo tienen como eje transversal la invitación de Dios a toda la humanidad a asumir como propio el proyecto del Reino, de retarle, en libertad y sinceridad, a una manera nueva ser hombre y mujer, de ser creación y sociedad. El texto que leemos en la primera lectura forma parte del segundo Cántico del Siervo (Is 49,1 – 50,7) en el que se identifica al pueblo de Israel como el servidor de Dios; este Israel mencionado aquí no representa la totalidad del pueblo de Dios, sino que, tal vez, se refiera a aquella pequeña comunidad creyente desterrada en Babilonia, a ese grupo reducido que mantiene viva la esperanza y la fe. Ese grupo que, a pesar de estar lejos de su tierra, mantiene su confianza en Yahvé es el que traerá la salvación a todo el pueblo de Israel y al mundo entero, pues Dios ha puesto sus ojos en él y le ha asignado la misión de expresar a toda la creación su deseo más profundo: salvar a todos sin excepción. El profeta que escribe este cántico marca una gran diferencia en cuanto a la comprensión de la salvación prometida por Yahvé; siendo el tiempo del exilio, el profeta anuncia una salvación para todas las naciones, no únicamente para el pueblo de Israel.

Pablo inicia su carta confirmando la universalidad del Reino de Dios; expresando que el mensaje de salvación es para todos los que en cualquier lugar -y tiempo- invocan el nombre de Jesucristo. Este saludo es dirigido a los cristianos de Corinto; sin embargo, por la manera solemne en que Pablo escribe (a la Iglesia de Dios de Corinto), se puede afirmar que el apóstol se está refiriendo a la única y universal Iglesia de Cristo, que se hace presente históricamente en los creyentes de Corinto. Es decir, que aunque Pablo escriba de manera particular a esta comunidad, su mensaje desborda los límites de espacio y tiempo, adquiriendo en todo momento actualidad y relevancia, pues es una Palabra dirigida a la humanidad entera. Hombres y mujeres hemos recibido la gracia de ser hijos de Dios, por medio de Jesús; hemos sido consagrados por Dios para realizar en nuestras vidas la “vocación santa”, que en nuestro lenguaje correspondería a la “misión” de hacer presente, aquí y ahora, el reino de Dios: hacer de este mundo un lugar más justo y solidario, menos violento y destructor, más libre y fraterno. Quien asume como modo normal de vida este horizonte liberador está invocando el nombre de Jesús.

El evangelio de Juan manifiesta la universalidad de la salvación de Dios por medio de la vida y misión de Jesús de Nazaret, visto éste como cordero de Dios, que se sacrifica, se entrega obedientemente a la voluntad del Padre para salvar de la muerte (del pecado) a toda la Humanidad… Jesús es el enviado del Padre, el ungido por el Espíritu de Dios, el servidor de Yahvé del profeta Isaías (49,3) que tiene como especial misión establecer en el mundo la justicia del reino; es quien verdaderamente trae la salvación de Dios a la humanidad. Juan el Bautista ya había comprendido su propia misión y la misión de Jesús; por tal razón el profeta del desierto dice que detrás de él viene alguien más importante que él, pues el que viene es el Mesías, una Palabra nueva de Dios para el mundo. El Bautista reconoce a Jesús como el Hijo de Dios, y por eso da testimonio de él. Y lo hace -lo recoge así el evangelio de Juan-, con las imágenes de aquel tiempo, unas imágenes que hace mucho tiempo se quedaron sin base y que han perdido incluso parte de su inteligibilidad.

En efecto, hablar de Cordero de Dios, sacrificado, que expía nuestros pecados, que quita «el pecado del mundo» con su sangre, que nos «redime»… es hablar en unas categorías que hoy sólo podemos conocerlas por estudio histórico-bíblico, por cultura especializada religiosa, pero que no se pueden captar en nuestra vida diaria por simple sentido común, por una evidencia que se respira en subconsciente colectivo social, como han de ser captadas las buenas imágenes, las imágenes que están vivas, no las que ya murieron aunque sigan siendo leídas o repetidas. Una tarea pendiente de la comunidad creyente hoy es testimoniar ese encuentro profundo con Jesús con unas metáforas nuevas, para que expresen y comuniquen ese encuentro, que sólo de esa manera se concretizará en una vida fundada entregada al amor, a la Justicia y a la comunión con Naturaleza.

(Recordemos que el lenguaje religioso es siempre metafórico, y que las metáforas no describen la realidad, sino que la aluden simbólicamente, con frecuencia de un modo inexpresable en conceptos. El lenguaje religioso no es de ideas «claras y distintas», como tantas veces ha confundido la teología dogmática, pensando que está describiendo una realidad religiosa ontológica que está ahí como un ob-jeto que puede ser descrito objetivamente… El lenguaje religioso es más bien como la poesía: nos habla con metáforas, imágenes, símbolos… que muchas veces evocan nuestro subconsciente, personal y colectivo. Jesús no puede ser el cordero de Dios, porque no es, en absoluto, un cordero… Sin embargo, para los cristianos de aquel tiempo, decir que lo era, resultaba una afirmación religiosa conmovedora, porque evocaba un gran conjunto de sentimientos, tradiciones, doctrinas, imágenes, etc. Traducir aquella expresión no es traducirla a nuestro idioma actual, sino encontrar genialmente una correspondencia válida con otra imagen o imágenes que pudieran expresar una vivencia religiosa semejante a la que suscitaba esa expresión en aquel tiempo. Pero esto no es fácil hacerlo –si es que es realmente posible–. Mientras, lo que podemos/debemos hacer es no «»idolatrar aquellas expresiones antiguas, no sentirnos atados, y ser suficientemente creativos para aportar nuestro granito de arena al desarrollo del lenguaje religioso, que también es nuestra responsabilidad). Leer más…

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09. 01. 2020. Dom 2, tiempo ord. Ciclo A. Tú eres el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo

Domingo, 19 de enero de 2020
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vienna-agnus-dei-relief-side-altar-carmelites-church-dobling-geyling-workroom-38093808Del blog de Xabier Pikaza:

Del animal sagrado al pan compartido

Domingo 2, tiempo ordinario. Ciclo A. Jn 1, 29-34.    Entre los motivos centrales de este pasaje destaca el de Jesús Cordero de Dios (Agnus Dei) que quita el Pecado del Mundo.

Así lo indica la liturgia de la misa romana, cuando el “presidente”, al presentar el Pan “consagrado”, que se ha de compartir en comunión, dice: Agnus Dei, éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo

Muestra un trozo de pan y proclama éste es el Cordero de Dios, diciendo así que el Dios-Cordero es Jesús,  que tú mismo lo eres, siendo Pan Compartido.  De esa forma, la liturgia nos traslada del cordero sacrificial antiguo (un animal sagrado, cuya sangre se ofrece al Dios externo de la vida y de la muerte)  a la vida nueva de Jesús,  compartida en comunión, de forma que los creyentes (comulgantes) son en él Cordero de Dios, vida compartida en amor.

Esta palabra expresa la gran transmutación:

images11) Juan Bautista (que es el primero en decir esa palabra) retoma el motivo del Cordero Sacrificial externo y lo identifica con Jesús, a quien Jn 1, 14 ha presentado ya como Palabra de Dios encarnada. Termina así la religión “externa”, hecha de ritos sacrificiales de tempo (con corderos santos), de forma que la presencia de Dios (=Dios mismo) se identifica con el hombre-Jesús.

2) Ya no hay religión externa de corderos y machos cabrios, de templos y sacrificios animales, manejados (matados, ofrecidos) por santos sacerdotes, pues, como sabe y dice en otro contexto la Carta a los Hebreos, la religión es Jesús, es la misma vida entendida como presencia de Dios, como experiencia de comunión, esto es, de amor mutuo.

3) Ésta es la gran salida, el éxodo cristiano al que está apelando el Papa Francisco: La religión, el Cordero de Dios, es la misma vida de Jesús, con la de aquellos que aceptan su camino, que salen de la vía de los sacrificios animales de templo, y se descubren a sí mismos como Cordero de Dios (Dios encarnado en la vida de los hombres y mujeres).

4) Por eso, cuando el Bautista dice a Jesús “tú eres el Cordero de Dios” nos lo está diciendo en él  y por él a todos nosotros, pues somos el mismo Dios hecho presente, la vida como don, el perdón del pecado… en una línea que culmina en el pan compartida de la vida, tal como se celebra en la eucaristía.

5) Este Cordero de Dios no quita “pecados” concretos, sino el pecado, esto es, una vida de separación y muerte, de caída… Este Jesús-Cordero no perdona pecados desde fuera, sino que “quita el pecado del mundo”, lo aparta, lo borra, lo niega… Eso significa que la vida de los hombres no es ya alejamiento de Dios, sino presencia, Vida de Dios en nuestra vida…

 gran-diccionario-de-la-bibliaÉstos y otros motivos definen la nueva religión de Jesús, donde ya no existen corderos externos sagrados, ni sacerdotes sacrificiales, ni templos para sacrificios externos, ni poderes superiores que se imponen sobre el “común” de los fieles sometidos. En esa línea al decir tú eres el cordero de Dios se está diciendo tú eres la religión.

Evidentemente, que al fondo el signo hermoso de cordero sagrado, en varias formas, pero sólo como signo de una historia de descubrimiento de Dios que ha culminado (y ha sido superada) por Jesús, el auténtico cordero de Dios, que vive en tí, en cada uno de nosotros.

Éste es un motivo complejo, una historia fascinante que merece la pena de comprender, y así quiero presentarla retomando unas páginas de Gran Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2017).

Texto: Jn 1, 29-34

En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.” Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.”

Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.” Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

El signo del Cordero.  

Josefa_de_Ayala_-_The_Sacrificial_Lamb_-_Walters_371193_Wikimedia-924x600El cordero es para el Antiguo Testamento un importante animal sagrado,  y así lo entiende el evangelio de Juan, cuando presenta a Jesús como «cordero de Dios (amnos tou Theou) que quita (ho airôn) el pecado (tên hamartian)  del cosmos» (Jn 1, 29; cf. 1, 36).

a) Juan nos sitúas ante el Dios Cordero (amnos), no antes el Dios León Furioso, ni Águila celeste, ni Elefante… El Dios Cordero es el Señor de la Suma Debilidad, que se hace poderosa, pues no actúa por violencia sino por Amor sacrificado.

b) El Dios Cordero, que es Jesús, “quita” (airei) el Pecado… No lo perdona, como prometía Juan Bautista (cf. Mc 1, 4), ni lo limpia…, sino que lo “quita”, es decir, lo arranca, lo destruye (como si no hubiera existido).

c) Quita el pecado del mundo (tên hamartian tou kosmou), nos unos pecados concretos, unas faltas morales, sino “el pecado” (el singular), que tenía dominado, esclavizado el mundo.

   Será bueno evocar desde ese fondo algunos elementos de este signo del Cordero de Dios, que la liturgia identifica con el Pan compartido de la “misa”.

(1) Juan Bautista puede aludir al cordero de la Aquedah (ligadura).

zmEse cordero aparece vinculado al sacrificio de Isaac (atado sobre el altar, de ahí viene el nombre “Ligadura”: cf. Gen 22, 7-8). El Dios antiguo pedía la “sangre” de los hombres, es especial, de los primogénitos, y así lo sintió todavía Abraham, que aparece en la “muga” o linde de los tiempos, en la frontera entre el Dios de Sangre (Moloc de Sacrificios) y el Dios amoroso que quiere la vida de los hijos.

Dios no quiere que Abrahán le ofrezca la sangre de su hijo Issak (el atado) sino que le dice que “detenga su mano”, y le muestra un Cordero, como sacrificio sustitutivo. Desde ese fondo se puede afirmar que Dios «perdonó» a Isaac,  pero no “se ha reservado” a su propio Hijo, quien ha muerto por fidelidad a su mensaje de Reino. En ese sentido se puede afirmar que Jesús ha sido el “Cordero de Dios”, el símbolo de su perdón.

Dios no ha querido ni quiere matar a los hombres, pero acepta el amor de los que dan su vida hasta la muerte, a favor de los demás, como su Hijo, Jesús. De esa manera, desde la perspectiva de San Pablo, se le podría presentar a Jesús como el Cordero salvador (cf. Rom 8, 32).  Leer más…

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El testimonio de Juan Bautista Segundo domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 19 de enero de 2020
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sandalsDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado recordamos el Bautismo de Jesús. En la versión de Marcos y de Lucas, Juan Bautista no dice nada. En la de Mateo, entabla un breve diálogo con Jesús, porque no comprende que venga a bautizarse. El cuarto evangelio sigue un camino muy distinto: Jesús va al Jordán, pero no cuenta el bautismo; en cambio, introduce un breve discurso de Juan Bautista. Es el texto que se lee este domingo (Jn 1,29-34).

En aquel tiempo; al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:

            ‒ Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.» Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.

Y Juan dio testimonio diciendo:

            ‒ He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.»

Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

Triple esfuerzo de imaginación

            Para entender este texto conviene realizar un triple esfuerzo de imaginación: 1) imaginar que somos jóvenes; 2) imaginar que vivimos hace veinte siglos en Palestina; 3) imaginar que somos discípulos de Juan Bautista, y no hemos oído hablar nunca de Jesús. Hemos hecho quizá un largo y molesto viaje para escuchar a Juan y hacernos bautizar por él, hemos renunciado a todo para convertirnos en discípulos suyos. Juan es el personaje más grande en nuestra vida. De repente, aparece Jesús, un desconocido, y lo que Juan dice nos desconcierta por completo.

            Al desconocido lo presenta, en primer lugar, como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Fórmula extraña, que ninguno entiende muy bien, pero que sugiere una estrecha relación con Dios y con el perdón de los pecados. Hemos ido buscando un bautismo para el perdón de los pecados, y ahora encontramos a un personaje que los quita.

            Sigue Juan diciendo que ese desconocido está por delante de mí, porque existía antes que yo. Y lo miramos extrañados, intentando convencernos de que Jesús es más viejo, aunque Juan lo parece mucho más, quizá por culpa de tantas penitencias y por alimentarse solo de saltamontes y miel silvestre. Pero tenemos la sensación de que Juan no se refiere sólo a la edad: está sugiriendo que ese desconocido es mucho más importante que él.

            Y esto queda claro cuando añade: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Entre nosotros hay algunos conocedores de la teología judía, y se asombran de esto porque muchos rabinos afirman que el Espíritu de Dios lleva siglos sin manifestarse. Muy grande tiene que ser ese desconocido, sobre todo teniendo en cuenta que no solo recibe el Espíritu, sino que también lo transmite en un nuevo bautismo, distinto del de Juan.

            Finalmente, termina dando testimonio de que éste es el Hijo de Dios, una forma de referirse al rey de Israel, al que Dios adopta como hijo. (Lo dejan claro las palabras que pronunciará poco más tarde Natanael, dirigiéndose a Jesús: «Tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel»: Jn 1,49).

            Los oyentes de Juan se preguntarían asombrados: ¿quién es este que quita el pecado del mundo, que es más importante que Juan, sobre el que se ha posado el espíritu, que da el espíritu en un nuevo bautismo, que es el rey de Israel? Sin duda, debe tratarse del Mesías, aunque no lo parezca.

Leyendo el evangelio (Juan 1,29-34).

            Contemplar la escena es un recurso magnífico para profundizar en el evangelio y entenderlo, pero la lectura «científica» ayuda también a descubrir nuevos aspectos.

            El más importante es que Juan Bautista no pronunció este discurso: sus palabras son un recurso del evangelista para suscitar en nosotros, desde el primer momento, la curiosidad y el interés por el protagonista de su historia. Y no sólo esto, sino también una respuesta personal, idéntica a la que refleja el episodio inmediatamente posterior (Jn 1,35-37, que no se lee este domingo). Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos. Viendo pasar a Jesús, dijo: Ahí está el Cordero de Dios. Los discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús. Esta vez no pronuncia Juan un largo y complicado discurso. Basta una simple referencia, enigmática, al cordero de Dios. Lo importante es que la curiosidad y el interés dan paso al seguimiento.

            Cuando se relee el texto diez o quince veces (algo imprescindible para entender el cuarto evangelio) se advierten dos bloques de afirmaciones:

            El primero se refiere a Jesús, del que Juan dice: 1) Es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo; 2) está por delante de mí porque existía antes que yo; 3) el Espíritu su posó sobre él y bautizará con Espíritu Santo; 5) es el Hijo de Dios.

            Son afirmaciones que se complementan, componiendo un mosaico de la figura de Jesús: empieza hablando de su relación con el mundo, del que borra sus pecados; luego de su relación con Juan; finalmente de su relación con Dios y con su Espíritu. Un personaje del que solo se puede esperar lo mejor y que provoca asombro y deseo de conocerlo.

            El segundo bloque de afirmaciones se refiere a Juan: 1) he anunciado la venida de uno más importante; 2) dos veces repite «yo no lo conocía»; 3) pero «he salido a bautizar para que sea manifestado a Israel»; 4) he contemplado al Espíritu bajar sobre él; 4) lo he visto y doy testimonio.

            También estas afirmaciones se complementan, esbozando la misión del Bautista y su descubrimiento de Jesús, desde que Dios lo envía a bautizar hasta que se encuentra con el personaje anunciado. En la visión que ofrece el cuarto evangelio, la vida de Juan Bautista solo tiene sentido al servicio de Jesús, dándolo a conocer a los demás. Algo que podría desilusionar o desconcertar a sus discípulos, pero que debe moverlos a aceptar a Jesús, igual que hizo su maestro.

            Dos notas:

            ‒ La imagen del «cordero de Dios», que no coincide exactamente ni con la del cordero pascual, ni con la del chivo expiatorio del Yom Kippur, recuerda bastante al personaje misterioso de Isaías 53 que se ofrece a morir por el pueblo y marcha a la muerte «como un cordero llevado al matadero», sin protestar ni abrir la boca. Teniendo en cuenta que en ámbito cananeo el símbolo de la divinidad era el toro, por su fuerza y bravura, elegir al cordero significa un cambio radical, una opción por lo débil y suave.

            ‒ «El pecado del mundo» es una fórmula que solo se encuentra aquí, y resulta difícil saber en qué consiste el pecado del mundo. Una pista la ofrece la primera carta de Juan: «Cuanto hay en el mundo, la codicia sensual, la codicia de lo que se ve, el jactarse de la buena vida, no procede del Padre, sino del mundo» (1 Jn 2,16). Todo eso sería lo que elimina Jesús. Pero la cuestión es discutida.

La doble misión del Siervo de Dios y de Jesús (Is 49,3.5-6)

El Señor me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.»

Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-. «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»

            El protagonista de esta lectura es un personaje misterioso que aparece al final del libro de Isaías. Uniendo diversos poemas de los capítulos 42, 49, 50 y 53 se esboza la figura de un “Siervo de Yahvé”, al que Dios encomienda la misión de convertir a los judíos desterrados en Babilonia (de la salvación política se encargará el rey persa Ciro). El Siervo, después de una etapa inicial de entusiasmo, atraviesa una profunda crisis, pensando que todo su esfuerzo ha sido inútil. Entonces, el Señor le renueva la misión con respecto a Israel e incluso se la amplía, extendiéndola a todo el mundo.

            Este poema de Isaías ayuda a entender la misión de Jesús de “quitar los pecados del mundo”. Una misión que implica dos aspectos. El primero, relativo al pueblo de Israel, consiste en convertirlo al Señor; de hecho, su mensaje inicial será “convertíos y creed en la buena noticia”. El segundo se refiere al mundo entero: iluminar a todas las naciones para que la salvación de Dios alcance hasta el fin del mundo; sus rápidas visitas a Fenicia y la Decápolis, su buena relación con los despreciados samaritanos, simbolizan y anticipan la misión universal de la Iglesia, sin fronteras ni muros.

Nota sobre la segunda lectura (1 Corintios 1,1-3)

            Desde este domingo hasta el séptimo del Tiempo Ordinario (este año 2020 la Cuaresma comienza el 25 de febrero), la segunda lectura se dedica a diversos fragmentos de la Primera Carta a los Corintios (solo de los capítulos 1-3). El deseo de la liturgia de conocer a san Pablo leyendo breves pasajes de sus cartas cada domingo resulta utópico. No es esa la forma de conocerlo. Pero puede animarnos a leer en privado esta carta, una de las más interesantes del apóstol, en la que trata problema de enorme actualidad.

            En los volúmenes II (“El macedonio) y III (“La profecía”) de mi obra Hasta los confines de la tierra (Verbo Divino, Estella) dedico diversos capítulos a 1 Corintios. En un Apéndice del volumen III (pp. 319-330) ofrezco una introducción a la carta mezclando la narración y lo “científico”, como hice en El cuadrante.

 

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