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“¡Vivir esta diversidad debería hacer que nos regocijemos!”

Lunes, 15 de enero de 2024
Comentarios desactivados en “¡Vivir esta diversidad debería hacer que nos regocijemos!”

IMG_2430“No hay que temer la diversidad de carismas en la Iglesia. ¡Más bien, vivir esta diversidad debería hacernos regocijarnos!”

Con estas palabras el Papa Francisco anunció su intención de oración para enero de 2024: “Por el don de la diversidad en la Iglesia”. Este mes, el Papa celebra que la Iglesia, desde los primeros cristianos hasta la actualidad, ha estado marcada tanto por la diversidad como por la unidad. El mensaje de Francisco se centra en la variedad ecuménica del cristianismo, pero sus ideas pueden aplicarse a todo tipo de diversidad eclesial, incluidas las identidades LGBTQ+.

El Papa Francisco también reconoce que siempre ha existido una tensión en la Iglesia entre diversidad y unidad. Su oración de enero para que entendamos la diversidad en la iglesia como un regalo llega en medio de un período de mayor tensión. La concesión de bendiciones por parte del Vaticano para parejas homosexuales ha perturbado a la iglesia desde hace semanas. Si bien muchas personas LGBTQ+ y aliados celebran la Fiducia Supplicans, la declaración que permite tales bendiciones, la reacción contra el documento y contra el Papa Francisco, ha sido fuerte y persistente. Los lectores de Bondings 2.0 sabrán que conferencias episcopales enteras rechazaron la declaración y prohibieron que las parejas queer fueran bendecidas, lo que llevó al Vaticano a aclarar que tales prohibiciones absolutas no estaban permitidas. Aún así, otros obispos acogieron con agrado la declaración e incluso prometieron bendecir personalmente a las parejas queer. El aluvión de estas declaraciones y comentarios continúa sin cesar.

Personalmente, sé que Fiducia Supplicans es un progreso que vale la pena celebrar. Las palabras del salmista en las lecturas litúrgicas de hoy resuenan debido a esto, con un ligero giro: “Esperé, esperé a [Dios], y [Dios] se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Y [Dios] puso en mi boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios”. Durante mucho tiempo, las personas LGBTQ+ hemos esperado que la iglesia reconozca nuestro amor. Dios estuvo con nosotros en esta espera. Es la iglesia institucional la que finalmente se agachó y escuchó. Y ahora, los católicos LGBTQ+ y sus aliados pueden cantar un nuevo himno de alabanza a Dios porque la Iglesia Católica institucional ha declarado formalmente que las relaciones entre personas del mismo género tienen algo de bueno.

En Fiducia Supplicans—y más aún en los movimientos pro-LGBTQ+ en Alemania, Flandes y otros lugares que lo generaron—veo la diversidad vivida que el Papa Francisco dice “¡debería hacernos regocijarnos!” Al exponer lo que significa “carisma” en la vida de la iglesia, el Papa dijo en 2014:

“¡La experiencia más hermosa, sin embargo,  es el descubrimiento de todos los diferentes carismas y de todos los dones de su Espíritu que el Padre derrama sobre su Iglesia! Esto no debe ser visto como motivo de confusión, de malestar: todos son dones que Dios da a la comunidad cristiana, para que crezca en armonía, en la fe y en su amor, como un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo. El mismo Espíritu que concede esta diversidad de carismas une a la Iglesia. Es siempre el mismo Espíritu. Ante esta multitud de carismas, nuestro corazón, por tanto, debe abrirse a la alegría y pensar: “¡Qué cosa más hermosa! Tantos dones diferentes, porque todos somos hijos de Dios, todos amados de manera única”. ¡Nunca estos regalos deben convertirse en motivo de envidia, o de división, de celos!

Sin embargo, a pesar de las exhortaciones del Papa a no permitir que la diversidad conduzca al miedo, los celos o la división, la reacción a la declaración de bendiciones ha demostrado que estas realidades existen a raudales. Hay tensiones inmensas, que algunos aventuran incluso amenazar la unidad de la Iglesia. Si bien me preocupa menos que esa posibilidad realmente suceda, estar en comunión con los católicos de todo el mundo es algo que aprecio. Vale la pena preservarlo, aunque tal vez no a costa de la justicia para los oprimidos, como a menudo se sugiere implícitamente.

¿Cómo planeo vivir una oración por el don de la diversidad en la iglesia? Imitar a Jesús, como suele ser cierto, es un buen punto de partida. En la lectura del Evangelio de hoy, cuando los futuros apóstoles Andrés y Pedro le preguntaron dónde se alojaba, Jesús responde: “Ven y verás”. Luego el Evangelio nos cuenta que los apóstoles y Jesús fueron a su alojamiento y permanecieron juntos durante el día. Del mismo modo, a las personas que no afirman y critican las identidades y el amor LGBTQ+, deberíamos, si es seguro y podemos, ofrecerles la invitación: “Ven y verás”. Y deberíamos sentarnos juntos un rato.

Afortunadamente, la iglesia está bien situada para estos encuentros gracias al Sínodo sobre la Sinodalidad, ahora en su último año. En los próximos meses, los defensores católicos LGBTQ+ deben centrarse en mostrar a nuestros correligionarios vacilantes e incluso resistentes que no hay nada que temer de una diversidad de identidades sexuales y de género, que esta diversidad es algo de lo que todos podemos y debemos regocijarnos.

El movimiento LGBTQ+ ha tenido éxito en gran parte gracias a estos encuentros personales. El eslogan inicial “¡Gay es bueno!” no fue simplemente un argumento retórico. Ha sido más poderoso cuando una persona que alguien conoce y ama sale del armario y puede ser testigo de primera mano de que ser gay es bueno. Se espera que bendecir abiertamente a las parejas queer permita que más católicos comprendan que su amor es bueno y, en términos más generales, que ser LGBTQ+ es un regalo de Dios y vale la pena celebrarlo.

En el último año del Sínodo sobre la Sinodalidad, renovemos nuestros esfuerzos para acercarnos, invitar y sentarnos con todos y cada uno, especialmente aquellos con quienes no estamos de acuerdo, para que cuando el Sínodo concluya, toda la iglesia pueda cantar junta un nuevo himno de alabanza a Dios por el glorioso don de la diversidad que nos ha sido dado.

IMG_2431Únase al New Ways Ministry para un seminario web sobre el Sínodo y las personas LGBTQ+ en 2024 con las delegadas del Sínodo Julia Oseka y la Dra. Cynthia Bailey Manns. El seminario web se llevará a cabo el martes 30 de enero de 2024 de 7:30 a 8:45 p. m. Hora del este de EE. UU. Para obtener más información y registrarse, haga clic aquí.

—Robert Shine (él/él), New WaysMinistry, 14 de enero de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Seguir a Jesús”. 2 Tiempo ordinario – B (Juan 1,35-42)

Domingo, 14 de enero de 2024
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11_2-TO_B_1429673Dos discípulos, orientados por el Bautista, se ponen a seguir a Jesús. Durante un cierto tiempo caminan tras él en silencio. No ha habido todavía un verdadero contacto. De pronto, Jesús se vuelve y les hace una pregunta decisiva: «¿Qué buscáis?», ¿qué esperáis de mí?

Ellos le responden con otra pregunta: Rabí, «¿dónde vives?», ¿cuál es el secreto de tu vida?, ¿desde dónde vives tú?, ¿qué es para ti vivir? Jesús les contesta: «Venid y lo veréis». Haced vosotros mismos la experiencia. No busquéis otra información. Venid a convivir conmigo. Descubriréis quién soy y cómo puedo transformar vuestra vida.

Este pequeño diálogo puede arrojar más luz sobre lo esencial de la fe cristiana que muchas palabras complicadas. En definitiva, ¿qué es lo decisivo para ser cristiano?

En primer lugar, buscar. Cuando uno no busca nada en la vida y se conforma con «ir tirando» o ser «un vividor», no es posible encontrarse con Jesús. La mejor manera de no entender nada sobre la fe cristiana es no tener interés por vivir de manera acertada.

Lo importante no es buscar algo, sino buscar a alguien. No descartemos nada. Si un día sentimos que la persona de Jesús nos «toca», es el momento de dejarnos alcanzar por él, sin resistencias ni reservas. Hay que olvidar convicciones y dudas, doctrinas y esquemas. No se nos pide que seamos más religiosos ni más piadosos. Solo que le sigamos.

No se trata de conocer cosas sobre Jesús, sino de sintonizar con él, interiorizar sus actitudes fundamentales y experimentar que su persona nos hace bien, reaviva nuestro espíritu y nos infunde fuerza y esperanza para vivir. Cuando esto se produce, uno se empieza a dar cuenta de lo poco que creía en él, lo mal que había entendido casi todo.

Pero lo decisivo para ser cristiano es tratar de vivir como vivía él, aunque sea de manera pobre y sencilla. Creer en lo que él creyó, dar importancia a lo que se la daba él, interesarse por lo que él se interesó. Mirar la vida como la miraba él, tratar a las personas como él las trataba: escuchar, acoger y acompañar como lo hacía él. Confiar en Dios como él confiaba, orar como oraba él, contagiar esperanza como la contagiaba él. ¿Qué se siente cuando uno trata de vivir así? ¿No es esto aprender a vivir?

José Antonio Pagola

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“Vieron dónde vivía y se quedaron con él”. Domingo 14 de enero de 2023. 2º domingo de tiempo ordinario

Domingo, 14 de enero de 2024
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11-ordinario (B) cerezoLeído en Koinonia:

1Samuel 3,3b-10.19: Habla Señor, que tu siervo escucha.
Salmo responsorial: 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
1Corintios 6,13c-15a.17-20: Vuestros cuerpos son miembros de Cristo.
Juan 1,35-42: Vieron dónde vivía y se quedaron con él

La primera y la tercera lecturas se complementan presentándonos el tema de «la vocación»: la vocación del pequeño Samuel en la primera, y la vocación o el llamado de Jesús a sus primeros discípulos.

El libro de Samuel nos presenta la infancia del joven Samuel en el templo al cual fue consagrado por su madre en virtud de una promesa. El niño duerme, pero una voz lo llama. Creyendo que es la voz de su maestro Elí, con ingenua obediencia se levanta el niño tres veces en la noche acudiendo a su llamado. Samuel no conoce aún a Yahvé, pero sabe de la constancia en la obediencia, y sabe acudir al llamado, una vez más, aun cuando en las primeras ocasiones le parecía haberse despertado en vano. Elí comprendió que era Yahvé quien llamaba al niño y le enseñó entonces a crear la actitud de escucha: “Habla señor, que tu siervo escucha”.

La vida actual está llena de ruido, palabras que van y vienen, mensajes que se cruzan y con frecuencia los seres humanos perdemos la capacidad del silencio, la capacidad de escuchar en nuestra interioridad la voz de Dios que nos habita. Dios puede continuar siendo aquel desconocido de quien hablamos o a quien afirmamos, creer pero con quien pocas veces nos encontramos en la intimidad del corazón, para escuchar contemplativamente.

Este texto sobre Samuel niño se ha aplicado muchas veces al tema de la “vocación”, palabra que, obviamente, significa “llamado”. Toda persona, en el proceso de su maduración, llega un día –una noche- a percibir la seducción de unos valores que le llaman, que con una voz imprecisa al principio, le invitan a salir de sí y a consagrar su vida a una gran Causa. Esas voces vagas en la noche, difícilmente reconocibles, provienen con frecuencia de la fuente honda que será capaz más tarde de absorber y centrar toda nuestra vida. No hay mayor don en la vida que haber encontrado la vocación, que es tanto como haberse encontrado a sí mismo, haber encontrado la razón de la propia vida, el amor de la vida. No hay mayor infortunio que no encontrar la razón de la vida, no encontrar la Causa con la que uno vibra, la Causa por la que vivir (que siempre es, a la vez, una causa por la que incluso merece la pena morir).

Pablo, en su carta a los corintios, nos recuerda que el cuerpo es templo, y que toda nuestra vida está llamada a unirse a Cristo, por lo que es necesario discernir en todo momento, qué nos aleja y qué nos acerca al plan de Dios. Por que la relación con Dios, no hace referencia solamente a nuestra experiencia espiritual sino a toda la vida: el trabajo, las relaciones humanas, la política, el cuidado del cuerpo, la sexualidad… En todo momento en cualquier situación debemos preguntarnos si estamos actuando en unidad con Dios y en fidelidad a su plan de amor para con todo el mundo.

En el evangelio de hoy, Juan nos relata en encuentro de Jesús con los primeros discípulos que elige. Es un texto del evangelio, obviamente simbólico, no un relato periodístico o una “crónica” de aquellos encuentros. Todavía, algunos de los símbolos que contiene no sabemos interpretarlos: ¿qué quiso Juan aludir, al especificarnos que… “serían las cuatro de la tarde”? Hemos perdido el rastro de lo que pudo tener de especial aquella hora concreta como para que Juan la detalle.

Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como el “cordero de Dios”, y sin preguntas ni vacilaciones, con la misma ingenuidad que el joven Samuel que hemos contemplado en la primera lectura, «siguen» a Jesús, es decir, se disponen a ser sus discípulos, lo que conllevará un cambio importante para sus vidas. El diálogo que se entabla entre ellos y Jesús es corto pero lleno de significado: “¿Qué buscan?”, “¿Maestro donde vives?”, ”Vengan y lo verán”. Estos buscadores desean entrar en la vida del Maestro, estar con él, formar parte de su grupo de vida. Y Jesús no se protege guardando las distancias, sino que los acoge sin trabas y los invita nada menos que a venir a su morada y quedarse con él.

Este gesto simbólico se ha comentado siempre como una de las condiciones de la evangelización: no basta dar palabras, son precisos también los hechos; no sólo teorías, sino también vivencias; no «hablar de» la buena noticia, sino mostrar cómo la vive uno mismo, en su propia carne estremecida de gozo. O sea: una evangelización completa debe incluir una visión teórica, pero sobre todo tiene que ser un testimonio. El evangelizador no es un profesor que da una lección, sino un testigo que ofrece su propio testimonio personal. El impacto del testimonio de vida del maestro, conmueve, transforma, convence a los discípulos, que se convierten en testigos mensajeros.

Seguir a Jesús, caminar con él, no puede hacerse sino por haber tenido una experiencia de encuentro con él. Las teorías habladas –incluidas las teologías–, por sí solas, no sirven. Nuestro corazón –y el de los demás– sólo se conmueve ante las teorías vividas, por la vivencia y el testimonio personal.

En la vida real el tema de la vocación no es tan fácil ni tan claro como lo solemos plantear. La mayor parte de las personas no pueden plantearse la pregunta por su vocación, no pueden «elegir su vida», sino que han de aceptar lo que la vida les presenta, y no pocas tienen que esforzarse mucho para sobrevivir apenas. El llamado de Dios es, ahí, el llamado de la vida, el misterio de la lucha por la sobrevivencia y por conseguirla del modo más humano posible. Este llamado, la «vocación» vivida en estas difíciles circunstancias de la vida, son también un verdadero llamado de Dios, que debemos valorar en toda su dignidad. Leer más…

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14.1.24. Dom 2 TO. La iglesia nació de disputas entre Juan, Jesús y Pedro (Jn 1, 35-45)

Domingo, 14 de enero de 2024
Comentarios desactivados en 14.1.24. Dom 2 TO. La iglesia nació de disputas entre Juan, Jesús y Pedro (Jn 1, 35-45)

IMG_2373Del blog de Xabier Pikaza:

Por doquier se habla actualmente de disputas de iglesia. (a) Entre el Papa y cardenales/obispos. (b) Entre grupos de poder iglesia: unos más tradicionales, otros que se llaman progresistas.

El hecho que haya discusiones y disputas es bueno. Si no las hubiera, la iglesia estaría muerta.

Juan, Jesús y Pedro fueron duros disputadores: Jesús se aprovechó de los discípulos de Juan (se supone que para bien). Pedro quiso aprovecharse de Jesús e incluso contribuyó a su muerte (pero se duce que fue para bien, pues hubo resurrección). Lo malo no es discutir, sino discutir para la muerte, sin resurrección

Texto inicial

Estando Juan Bautista con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis».

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, que era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús, encontró primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)» (Jn 1, 35-45).

    Este pasaje se centra en tres personajes centrales: Juan Bautista, Jesús llamado el Mesías, y Simón llamado Pedro. Como amigos les presenta la tradición, pero como amigos discutidores. Aquí me fijaré en dos disputas: La de Juan y sus discípulo con Jesús; la de Jesús con Pedro y sus compañeros.

 PRIMERA DISPUTA: JESÚS DISCUTIÓ CON JUAN; LE QUITÓ SE DISCÍPULOS, PERO PARECE QUE FUE PARA BIEN

Jesús tuvo un maestro llamado Juan, a quien le pusieron el sobrenombre de Bautista porque ratificaba su mensaje con un rito de inmersión en el Jordán) como signo de paso a la tierra prometida y de preparación (purificación) para el juicio de Dios. Juan era profeta de frontera, desde el otro lado de la tierra prometida, introduciendo a sus seguidores en el agua del juicio, que sólo Dios puede “dividir”, para que, liberados de sus males pudieran entrar en la tierra santa, recreando el signo de Josué (apertura de las aguas, el paso del río), Dios decida y el pueblo se encuentre preparado para entrar en la tierra prometida (Jos 5).

Juan anuncia y prepara así la llegada del juicio de Dios, simbolizada por el gesto del bautismo, de manera que la tradición le llama Baptistés (=bautizador, bautista). No dice a los penitentes que se bauticen, sino que les bautiza él mismo, mostrando así su autoridad, como enviado de Dios, profeta del fin de los tiempos.

Las señales del juicio de Juan eran hacha, fuego y huracán. Su rito de bautismo retomaba imágenes de dura destrucción, que expresan el fin del mundo viejo para superar así el caos presente, como como si el mundo entero, y en especial la humanidad, debiera renacer, liberándose del abismo de muerte que le amenazaba (Mt 3, 11-12 par), de forma que el hacha-fuego-huracán pudieran convertirse en signo de presencia del Más fuerte ( entendido como Poder superior, a cuya luz quiere ponernos Juan Bautista, superando así la maldición de muerte que destruye a los hombres.

  Junto al Jordán creó Juan una comunidad de penitentes bautistas esperando el signo de Dios, a fin de pasar el río e iniciar una nueva vida en la tierra prometida. Jesús aceptó el mensaje de Juan Bautista, y esperó su signo para cruzar el río y entrar en la tierra prometida. Pero, según el evangelio, el signo esperado, no se cumplió en forma de juicio en el río (señal de Josué), sino como iluminación más honda de Jesús, a quien el mismo Dios infundió su Espíritu, a través de un bautismo superior. No sabemos si Juan y Jesús se conocían. Lc 1 supone que eran primos, pero ese parentesco parece más teológico que físico y sirve para trazar una conexión entre sus proyectos eclesiales, pero Jesús debía haber oído hablar de Juan, pues vino a formar parte de su grupo.

Por un tiempo, Jesús compartió el camino de Juan, pero después tuvo una experiencia distinta de Dios y empezó a proclamar un mensaje de Reino. No podía seguir esperando, sino que quiso comprometerse de un modo personal, poniendo su vida al servicio del Reino de Dios para impedir que la destrucción de Satán y Mammón se impusiera sobre el mundo [1].

Era ya un hombre maduro. Lc 3, 23 dice que tenía unos treinta años, edad avanzada en aquel tiempo. Había recorrido probablemente muchos caminos, pero éste era ya el definitivo.

Jesús fue por un tiempo discípulo de Juan, pero tuvo una “inspiración” especial y buscó entre sus colegas/compañeros, discípulos de Juan a varios especiales, para separarse de Juan y crean un camino propio. Entre esos compañeros, a los que Jesús llamó para que le siguieran a él, dejando a Juan está Simón Pedro, como indica el texto citado de Juan.

            Ciertos detalles de ese texto pueden ser creación del evangelista, pero  su fondo es histórico. (a) Jesús y algunos de sus seguidores habían sido previamente discípulos de Juan Bautista. (b) El movimiento de Jesús nació como una escisión del movimiento del bautista. (c) Parece que se trató de una escisión pacífica, aunque pudo haber entre los dos grupos ciertas disensiones. La mayoría de los historiadores y exegetas suponen que el bautismo en el Jordán marcó la “historia de la vida” de Jesús trazando una ruptura respecto a lo anterior y permitiendo que asumiera hasta el final (y superara) el juicio del Bautista, definiendo su opción profética y mesiánica al servicio del Reino de Dios.

El Cuarto Evangelio supone que, durante algún tiempo, Jesús fue discípulo, colega y cooperador de Juan Bautista, no sólo compartiendo su misión (iglesia), sino creando un grupo propio de discípulos…tomándonos (¿robándolos) de Juan, de manera que pudo haber competencia entre discípulos del grupo de Juan y el de Jesús:

Después de esto, Jesús fue con sus discípulos al país de Judea; y allí permanecía con ellos y bautizaba. Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque había allí mucha agua, y la gente acudía y se bautizaba. Pues todavía Juan no había sido encarcelado. Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación… (Jn 3, 22-25).

 Según este pasaje, Jesús creó su escuela/iglesia de “bautistas” a cierta distancia del grupo de Juan, quizá mmás al sur (en la orilla judía del río), después de haber sido bautizado por él, para ampliar y universalizar su experiencia de conversión, anunciando y adelantando el juicio de Dios. De esa forma se sitúan ambos: Juan al otro lado del río, sin entrar en la tierra de Israel; Jesús en la tierra prometida, en la zona de Judea. Según eso, los primeros seguidores de Jesús habían sido seguidores de Bautista (Jn 1, 19-51)[2].

 En este contexto, Jn 3, 25-30 habla de una discusión entre discípulos de Juan y un “judío”, que podría ser el mismo Jesús, según algunos manuscritos (cf. NT Graece, DB, Stuttgart 1993, 254). Eran disensiones normales. Si Jesús no se hubiera diferenciado del Bautista no habría creado su propio movimiento.

Dejando a un lado esa relación y el enfrentamiento entre discípulos de uno y otro, Marcos supone que Jesús no fue discípulo del Bautista, sino que vino a buscarle sólo de pasada, para dejarse bautizar por él (Mc 1, 9-11), marchando después, inmediatamente, tras una intensa experiencia de Dios (cf. Mc 1, 12-14). En contra de eso, el cuarto evangelio (Jn 1, 29-51; 3,22-30 y 4, 1-2) afirma que Jesús estuvo vinculado por un tiempo a la misión de Juan y que sólo después de un tiempo dejó a Juan, y no se fue solo él, sino con un grupo de discípulos de Juan, iniciando su propia misión de reino

Cuando supo que los fariseos habían oído que hacía más discípulos que Juan y que bautizaba [aunque él no bautizaba, sino que lo hacían sus discípulos], Jesús dejó Judea y fue de nuevo a Galilea (Jn 4, 1-2).

  Jesús no estuvo de paso con Juan Bautista, sino que formó parte de su escuela, recibió su bautismo y empezó realizando tras él (con ciertas novedades, al otro lado del río (quizá cerca de Jericó, por la zona de los vados bajos, por donde Josué había pasado a la tierra prometida) una misión y tarea distinta (de anuncio de Reino, no de bautismo). Según eso, antes de iniciar su misión propia, viniendo a Galilea, Jesús había descubierto y “madurado” su doctrina, primero bajo Juan, al otro lado del río, y después e la tierra prometida, en la zona baja de Judea.

En un principio, Jesús pudo pensar que había llegado el momento de subir directamente desde la zona de Jericó a Jerusalén, para anunciar ya directamente la llegada del reino de Dios, situando en ese contexto la tentaciones o pruebas (cf. Mc 1, 13; Mt 4; Lc 4), que la tradición posterior ha situado en esa zona. En ese contexto, Jesús pudo pensar (descubrir) que no era todavía el momento de subir a Jerusalén, que quedaban pendientes muchos temas de dinero/pan, de poder y de sacralidad.

Lo cierto es que, según la tradición, tras un tiempo, Jesús dejó la zona del bajo Jordán, en el entorno de Jericó (del paso de Josué y del ejército de Israel en la tierra prometida) y decidió volver a Galilea, su tierra, para iniciar allí su misión de Reino con algunos discípulos que él “tomó” de la escuela de Juan

SEGUNDA DISPUTA. PEDRO DISCUTIÓ CON JESÚS, PARA MAL (PERO CON HUBO RESURRCCIÒN)

      No era galileo puro, sino itureo de Betsaida, ciudad muy helenizada, del Bajo Golán que el rey Filipo había engrandecido, como “polis” helenista, segunda capital de su reino (la primera era Cesárea de Felipe), dándole además administración y nombre griego (Julia), en honor de una hija de Augusto.

Primera vocación, el Río Jordán(Jn 1, 36-42). El evangelio de Juan empieza presentando a Simón y Andrés, su hermano, como discípulos del Bautista en el Jordán. Eso supone que habían dejado la pesca (al menos por un tiempo) y se habían «liberado» para las tareas y esperanzas de la culminación escatológica de Israel, al lado del Bautista, lo mismo que Jesús, de manera que los dos (Simón y Jesús) habrían empezado siendo compañeros, discípulos “penitentes” de un mismo maestro, Juan Bautista. Su vocación y camino empezó siendo un camino de conversión para perdón de los pecados; ambos eran en un sentido “colegas”.

      Según eso, cuando Jesús recibió una vocación especial de Mesías e Hijo de Dios (Mc 1, 9-11) y quiso llamar para acompañarle a unos discípulos/compañeros, empezando por Andrés y, en especial por Simón de Betsaida, éstos no eran simples pescadores, sino hombres comprometidos en la tarea de Dios, bautistas penitente, voluntario al servicio de la transformación de Israel. Jesús se fijó en y especialmente en Simòn porque le quería (necesitaba) para la tarea de su reino y le prometió que sería Cefas/Petros, piedra/roca del nuevo edificio la iglesia mesiánica, hombre quizá problemático (como seguiré indicando), pero adecuado para liderar su movimiento de transformación mesiánica.

      Así comienza el camino de Simón/Pedro, junto al río de la conversión, un itinerario de compromiso mesiánico, desde el Jordán a los confines de la tierra (conforme a la misión final de Mt 28, 16-20). Siendo pescador de frontera (entre Betsaida y Cafarnaúm), Simón había querido dedicarse a las tareas de Dios, centrándose en la preparación del juicio (simbolizado por el hacha, huracán y el fuego: cf. Mt 3, 11-12).

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Primer profeta y primeros discípulos. 2º domingo. Ciclo B

Domingo, 14 de enero de 2024
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seguimiento-de-jesusDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado leímos el relato del bautismo en el evangelio de Marcos. Si hubiéramos seguido leyendo este evangelio, hoy deberíamos leer las tentaciones de Jesús. Pero se reservan para el principio de la Cuaresma, y, en un prodigio de zapping litúrgico, cambiamos de evangelio y leemos este domingo un texto de Juan sobre la vocación de los primeros discípulos. Para ambientar este episodio, y con fuerte contraste, la primera lectura cuenta la vocación de Samuel.

La vocación de un profeta (1 Samuel 3,3b-10.19)

 En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel. Este respondió:

̶  Aquí estoy.

Corrió adonde estaba Elí y dijo:

̶  Aquí estoy, porque me has llamado.

Respondió Elí:

̶  No te he llamado; vuelve a acostarte.» 

 Fue y se acostó. El Señor volvió a llamar a Samuel.  Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo: 

̶  Aquí estoy, porque me has llamado. 

Respondió Elí:

̶  No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte.

Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor. 

El Señor llamó a Samuel por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo:

̶  Aquí estoy, porque me has llamado.

Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel:  

̶  Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”

 Samuel fue a acostarse en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como las veces anteriores:

̶  ¡Samuel, Samuel!

Respondió Samuel:

̶  Habla, que tu siervo escucha.

Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras.

El autor utiliza el frecuente recurso de plantear un problema (el Señor llama a Samuel sin que éste sepa quién lo llama), con dos intentos fallidos por parte del niño (dos veces acude a Elí) y la solución en un tercer momento («Habla, Señor, que tu siervo escucha»).

De los datos que ofrece el texto, el más interesante es la explicación de por qué Samuel confunde a Yahvé con Elí. «Samuel no conocía todavía al Señor». ¿Cómo es esto posible? Su madre lo dejó en el templo cuando era todavía un niño, vive con la familia del sumo sacerdote, ha debido de oír hablar de Yahvé infinidad de veces, escuchar su nombre en cantos y salmos. Samuel debía de tener una buena formación catequética. A pesar de todo, «no conocía todavía al Señor, no se le había revelado la palabra del Señor». Una cosa es conocer a Dios de oídas, por oraciones y lecciones mejor aprendidas, y otra muy distinta ese contacto profundo con él a través de su palabra.

Cabe el peligro de centrarse en la figura de Samuel y pasar por alto lo mucho que dice el texto a propósito de Dios. Ante todo, no comunica su voluntad al pueblo directamente, se sirve de una persona concreta. Al mismo tiempo, se revela como un ser extraño, desconcertante, que elige para esta misión a un niño de pocos años y parece jugar con él al ratón y al gato, haciendo que se levante tres veces de la cama antes de hablarle con claridad.

Además, ese Dios que más tarde se revelará como un ser cercano al profeta, acompañándolo de por vida, se revela también como un ser exigente, casi cruel, que le encarga al niño una misión durísima para su edad: condenar al sacerdote con el que ha vivido desde pequeño y que ha sido para él como un padre. Esto no se advierte en la lectura de hoy porque la liturgia ha omitido esa sección para dejarnos con buen sabor de boca.

En resumen, la vocación de un profeta no sólo le cambia la vida, también nos ayuda a conocer a Dios.

La vocación de los primeros discípulos (Juan 1,35-51) 

En el cuarto evangelio, Jesús no acude a Juan para que lo bautice, sino para entrar en contacto con sus primeros discípulos. Es una pena que el evangelio de este domingo se limite al encuentro con los tres primeros, porque el conjunto ofrece un mensaje muy interesante sobre la vocación.

Andrés y el discípulo anónimo (1,35-39)

 En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:

̶ Este es el Cordero de Dios.

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:

̶ ¿Qué buscáis?

Ellos le contestaron: 

̶ Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?

Él les dijo: 

̶ Venid y lo veréis.

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima [las cuatro de la tarde].

 En el primer encuentro, la iniciativa parte del Bautista que, al ver pasar a Jesús, dice de él: «Ese es el cordero de Dios». Antes había dicho algo más concreto: «Ese es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». La referencia parece clara al personaje del que habla Isaías 53: uno que salva a su pueblo cargando con sus pecados, y que, cuando lo condenan a muerte, «como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, no abría la boca» (Is 53,6-7).

Las palabras de Juan, más que simple información parecen contener una invitación a sus discípulos a entrar en contacto con ese personaje misterioso. Juan, con esta actitud de desprendimiento y generosidad, está anticipando lo que dirá más tarde: «Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él. (…) Él debe crecer y yo disminuir»(Jn 3,28.30).

Y los dos discípulos, aunque quizá no entendieron claramente lo que significaba «Ese es el Cordero de Dios», sintieron gran curiosidad, lo siguen, y escuchan las primeras palabras que pronuncia Jesús en el evangelio: «¿Qué buscáis?» No es una pregunta trivial, suena a desafío. Es la pregunta que Jesús dirige a cualquier lector del evangelio: «¿Qué buscas?». Y el lector se siente obligado a pensar si ha buscado o busca algo en su vida, o si ha dejado de buscar. Los dos muchachos podrían decir, con el salmista: «Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro». Pero su respuesta es más tímida. Se dirigen a él con profundo respeto, llamándolo «rabí», y se limitan a preguntarle dónde vive. Por desgracia (y esta vez no podemos culpar a los liturgistas) no sabemos de qué hablaron desde las cuatro de la tarde en adelante.

 Andrés y Simón Pedro (1,40-42)

 Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:

̶ Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).

Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:

̶ Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro).

De esa larga conversación cuyo contenido ignoramos, Andrés sacó la conclusión de que aquella persona era alguien más que el Cordero de Dios, o un rabí cualquiera. Así lo comunica entusiasmado a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías». ¿Qué quería decir con esto? Ateniéndonos al cuarto evangelio, la mentalidad popular esperaba del Mesías que realizara numerosos milagros, como sugiere la gente de Jerusalén: «¿Cuándo venga el Cristo, hará más signos de los que este ha hecho?» (Jn 7,31). En esta línea prodigiosa, otros piensan que «el Mesías permanecerá para siempre» (Jn 12,34). Sin embargo, el título de Mesías tenía por entonces una fuerte carga política, como se advierte en los Salmos de Salomón 17 y 18, de origen fariseo, procedentes del siglo I a.C. Es posible que esto fuera lo que más entusiasmara a Andrés e intentara transmitir a su hermano Simón Pedro.

La pretensión de haber encontrado al Mesías la considerarían absurda muchos judíos. Los fariseos llevaban más de un siglo pidiendo a Dios que enviara a su Rey Mesías. ¿Iba a encontrarlo precisamente este pobre muchacho galileo? Sin embargo, su hermano le hace caso y marcha al encuentro de Jesús.

Tiene lugar entonces una de las escenas más misteriosas. Cuando Andrés y Simón Pedro llegan ante Jesús, el evangelista introduce una pausa que crea fuerte tensión: «Jesús se le quedó mirando». ¿Qué siente Jesús al ver a Simón Pedro? ¿Qué experimenta este al verse examinado por Jesús? Una vez más, el evangelista omite cualquier comentario.

Jesús no lo saluda. No le pregunta qué busca. No necesita que Andrés se lo presente. Él sabe quién es y quién es su padre. Inmediatamente, con una autoridad suprema, le cambia el nombre por Cefas, sin explicarle por qué se lo cambia ni qué significa ese nombre.

Para un judío, el nombre y la persona se identifican. Lo que advierte Simón es que ese personaje está disponiendo de él sin consultarlo ni pedirle permiso. Sin embargo, no reacciona, no pide una explicación ni se rebela. Quien no lo conozca, imaginará a Simón como un muchacho tímido y callado. Veremos que no es así.

La escena simboliza el poder de Jesús sobre Simón y una cierta predilección por él, ya que es el único al que le cambia el nombre. El lector del cuarto evangelio sabe, desde este momento, que deberá conceder gran importancia a este personaje.

Dos relatos parecidos y diversos

El contraste entre el evangelio y la vocación de Samuel es enorme. Esta ocurre en el santuario, de noche, con una voz misteriosa que se repite y un mensaje que sobrecoge. En el evangelio todo ocurre de forma muy humana, normal: un boca a boca que va centrando la atención en Jesús, cuando no es él mismo quien llama, como en el caso (que no se ha leído) de Felipe. Y las reacciones abarcan desde la simple curiosidad de los dos primeros hasta el escepticismo irónico de Natanael, pasando por el entusiasmo de Andrés y Felipe. Pero hay también elementos parecidos.

  1. En ambos relatos, la vocación cambia la vida. En adelante, «el Señor estaba con Samuel», y los discípulos estarán con Jesús. Este cambio se subraya especialmente en el caso de Pedro, al que Jesús cambia el nombre.
  2. La vocación revela a Dios en el caso de Samuel, y a Jesús en el caso de los discípulos. Cada vocación aporta un dato nuevo sobre la persona de Jesús, como distintas teselas que terminan formando un mosaico: Juan Bautista lo llama «Cordero de Dios»; los dos primeros se dirigen a él como Rabí, «maestro»; Andrés le habla a Pedro del Mesías; Felipe, a Natanael, de aquel al que describen Moisés y los profetas, Jesús, hijo de José, natural de Nazaret; y el escéptico Natanael terminará llamándolo «Hijo de Dios, rey de Israel». Es una pena que la mutilación del texto impida captar este aspecto.

La liturgia nos sitúa al comienzo de la actividad de Jesús. Lo iremos conociendo cada vez más a través de las lecturas de cada domingo. Pero no podemos limitarnos a un puro conocimiento intelectual. Como Samuel y los discípulos, debemos comprometernos con Dios, con Jesús.

«Yo esperaba con ansia al Señor» (Salmo 39)

El Salmo elegido para el día de hoy comienza con las palabras: «Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios» (Sal 39,2). Más que a Samuel, estas palabras se aplican a los futuros apóstoles. Esperaban con ansia al Señor, y por eso han acudido a escuchar a Juan Bautista. Pero el Señor no se ha limitado a poner en sus bocas un canto nuevo. Los ha tomado completamente a su servicio.

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14 Enero. Domingo II del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Domingo, 14 de enero de 2024
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Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: -Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús.”

(Jn 1, 35-42)

¡Abróchense los cinturones! Este Tiempo Ordinario arranca con fuerza. Estamos despegando, es un momento delicado y conviene estar muy atentos.

El texto de Juan nos sumerge de lleno en el tema del seguimiento de Jesús, de la vocación. Y en unos pocos versículos hay de todo. Hay material suficiente para varios tratados: mediaciones humanas, iniciativa de Dios, respuesta a la llamada…

Es simpático ver cómo Juan y Andrés convierten su propia vocación en vocación para otros. Hacen de su vida una señal que anuncia el camino.

Juan Bautista, ya en la madurez de su vocación, ha aprendido a descubrir la presencia de Dios. Por eso puede decir a sus discípulos: “-Este es el Cordero de Dios.” El afán de su misión es mostrar a Dios. No está preocupado por su realización personal, ni por conseguir muchos seguidores que sigan haciendo vida su carisma, ¡qué va! Sabe que la llamada que ha recibido es mucho más grande y orienta a quienes le rodean en dirección a esa llamada.

Es hermoso encontrarse con personas que tras años y años de compromiso viven felices su vocación. Monjas que, desgastadas por los años y el trabajo, sonríen trasparentando a Dios. Matrimonios que se miran con los ojos llenos de comprensión, de respeto y de admiración. Presbíteros que palpitan celebrando, que ves que creen en aquello que celebran.

Andrés también es muy interesante. Hace lo mismo. Dice el texto: “Y lo llevó a Jesús”. Pero lo hace desde otro momento vital. Él, que acaba de descubrir su propia vocación, su llamada, ¡no se puede callar! Tiene que ir a buscar a su hermano y compartir con él lo que acaba de encontrar. Es la fuerza de los inicios.

Es la cara que se le queda a una persona cuando se ha enamorado. ¡Se nota! Tiene otra luz, otra mirada, otra sonrisa y todo junto despierta una cierta curiosidad. Cuando alguien descubre el tesoro de su llamada y responde se convierte él mismo en llamada, en reclamo.

Y todo esto, ¿qué puede decirnos a nosotros hoy? Pues que estemos en el punto de nuestra vida en el que estemos, tanto si nos acabamos de encontrar con Jesús, como si somos viejos conocidos, tenemos exactamente la misma responsabilidad, la misma tarea. Tenemos que llevar a Jesús a quienes se encuentren con nosotros.

Oración

Envíanos, Trinidad Santa, grandes cantidades de humildad para que en todo momento sepamos mostrarTE a Ti, que llevemos a todas las personas con las que nos encontremos a Ti. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Ser cristiano es vivir lo que vivió Jesús.

Domingo, 14 de enero de 2024
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101493197DOMINGO 2 º (B)

Jn 1,35-42

Este 2º domingo del tiempo ordinario sigue hablando del comienzo. Juan acaba de presentar a Jesús como el ‘Cordero de Dios’ que quita el pecado del mundo e ‘Hijo de Dios’. Lo que hemos leído, sigue refiriendo otros títulos: ‘Rabí’, ‘Mesías’. En los que siguen se refiriere a aquel de quien han hablado la Ley y los Profetas, para terminar diciendo Natanael: Tú eres el ‘Hijo de Dios’, tú eres el ‘Rey de Israel’. Juan hace un despliegue de títulos cristológicos al principio de su evangelio para dejar clara la idea que tiene de Jesús. Naturalmente es una reflexión de la comunidad de finales del s. I.

No tiene sentido que nos preguntemos si los primeros discípulos fueron Andrés y otros que siguieron a Jesús en Judea o si Pedro y su hermano fueron llamados por él junto al lago de Galilea. No me cansaré de repetir que los evangelios no se proponen decirnos lo que pasó sino comunicarnos verdades teológicas con ‘historias’ que pueden hacer referencia a hechos reales o pueden ser inventadas. En este caso lo importante es que desde el principio un pequeño grupo siguió a Jesús de cerca.

Este es el cordero de Dios. El cordero pascual no tenía valor sacrificial ni expiatorio. Era símbolo de la liberación de la esclavitud, al recordar la liberación de Egipto. El que quita el pecado del mundo no es el que carga con nuestros crímenes, sino el que viene a eliminar la injusticia. En el evangelio de Juan, el único pecado es la opresión. No solo condena al que oprime, sino que denuncia también la postura del que se deja oprimir. Esto no lo hemos tenido claro los cristianos, que incluso hemos predicado el conformismo y la sumisión. Nadie te puede oprimir si no te dejas.

La frase del Bautista no es suficiente para justificar la decisión de los dos discípulos. Para entenderlo tenemos que presuponer un conocimiento más profundo de lo que Jesús es. Si Juan lo conocía es probable que sus discípulos también hubieran tenido una estrecha relación con él. Antes había dicho que Jesús venía hacia Juan. Ahora nos dice que Jesús pasaba, lo adelanta, pasa delante de él. “El que viene detrás de mí…”

Siguieron a Jesús, indica mucho más que ir detrás de él, como hace un perro. “Seguirle” es un término técnico en el evangelio de Juan. Significa el seguimiento de un discípulo que va tras las huellas de su maestro, es decir, que quiere vivir como él vive. “Quiero que también ellos estén conmigo donde estoy yo” (17,24). Es la manera de vivir de Jesús lo que les interesa. Es eso lo que él les invita a descubrir.

¿Qué buscáis? Una relación profunda solo puede comenzar cuando Jesús se vuelve y les interpela. La pregunta tiene mucha miga. Juan deja claro que hay maneras de seguir a Jesús que no son adecuadas. La pregunta: ¿Dónde vives?, aclara la situación; porque no significa el lugar o la casa donde habita Jesús, sino la actitud vital de éste. La pregunta podría ser: ¿En qué marco vital te desenvuelves? Nosotros queremos entrar en ese ámbito. Jesús está en la zona de la Vida, en la esfera de lo divino.

No preguntan por su doctrina sino por su vida. No responde con un discurso, sino con una invitación a vivir. A esa pregunta no se puede responder con una dirección de correos. Hay que experimentar lo que Jesús es. ¿Donde moras? Es la pregunta fundamental. ¿Qué puede significar Jesús para mí? Nunca será suficiente la respuesta que otro haya dado. Jesús es algo único e irrepetible para mí, porque le tengo que ver desde una nueva perspectiva. La respuesta dependerá de lo que yo busque.

Venid y lo veréis. Así podemos entender la frase siguiente: “Vieron como vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir como él. No tiene mucho sentido la traducción oficial, (y se quedaron con él aquel día), porque el día estaba terminando, (cuatro de la tarde). Los dos primeros discípulos todavía no tienen nombre; representan a todos los que intentan pasar al ámbito de lo divino, a la esfera donde está Jesús.

Serían las cuatro de la tarde, no es una referencia cronológica, no tendría la menor importancia. Se trata de la hora en que terminaba un día y comenzaba otro. Es la hora en que se mataba el cordero pascual y la hora de la muerte de Jesús. Nos está diciendo que algo está a punto de terminar y algo muy importante está a punto de comenzar. Se pone en marcha la nueva comunidad, el pueblo de Dios que permite la realización cabal de hombre. Es el modelo del itinerario que debe seguir todo discípulo.

Lo que vieron es tan importante que les obliga a comunicarlo a los demás. Andrés llama a su hermano Simón para que descubra lo mismo, hablándole del Mesías hace referencia a la bajada del Espíritu sobre Jesús. Unos versículos después, Felipe encuentra a Natanael y le dice: hemos encontrado a Jesús. Estas anotaciones tan simples nos están diciendo cómo se fue formando la nueva comunidad de seguidores.

Fijando la vista en él. Lo mismo que Juan había fijado la vista en Jesús. Indica una visión penetrante de la persona, mucho más que una simple visión. Se trata de un conocimiento profundo e interior. Pedro no dice nada. No ve clara esa opción que han tomado los otros dos, pero muy pronto va hacer honor al apodo que le pone Jesús: Cefas, piedra, testarudo; que se convertirá en fortaleza, una vez que se convenza.

En la Biblia se describen distintas vocaciones de personajes famosos. Eso nos puede llevar a pensar que, si Dios no actúa de esa manera, no hay vocación. En los relatos bíblicos se nos intenta enseñar, no como actúa Dios sino como respondieron ellos a la llamada de Dios. El joven Samuel no tiene idea de cómo se manifiesta Dios, ni siquiera sabe que es Él quien le llama, pero cuando lo descubre se abre totalmente a su discurso. Los dos discípulos buscan en Jesús la manifestación de Dios.

Dios no llama desde fuera. La vocación de Dios no es nada distinto de mi propio ser; desde el instante mismo en que empiezo a existir, soy llamado por Dios para ser lo que soy. En lo hondo de mi ser, tengo que buscar los planos para la construcción de mi vida. Dios no nos llama en primer lugar a desempeñar una tarea determinada, sino a la plenitud de ser. No somos más por hacer esto o aquello sino por cómo lo hacemos.

El haber restringido la “vocación” a la vida religiosa es inaceptable. Cuando definimos ese camino como “camino de perfección” estamos distorsionando el evangelio. La perfección es un mito que ha engañado a muchos y desilusionado a todos. Esa perfección, gracias a Dios, no ha existido nunca. Mientras seamos humanos, seremos imperfectos, a Dios gracias. Los “consagrados” constituyen un % mínimo de la Iglesia, pero son el noventa y nueve por ciento de los declarados “santos”. Algo no funciona.

 Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Comienza la aventura.

Domingo, 14 de enero de 2024
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Jn 1, 35-42

«Venid y lo veréis»

Aparquemos por un momento la razón e imaginemos la escena.

Imaginemos a Jesús a orillas del Jordán. Hace cuarenta días ha sido bautizado por el Bautista en ese mismo lugar, luego ha permanecido en el desierto haciendo oración y penitencia, y ahora ha vuelto allí antes de regresar a Galilea. Sobre las cinco de la tarde, Juan se lo señala a dos de sus discípulos, y les dice: «Id con él y escuchadle». Los dos hombres se ponen a seguirle, pero no saben cómo abordarle. Viendo Jesús que le siguen, se vuelve y les pregunta: «¿Qué buscáis?»

Ellos ven un hombre alto, enjuto, de mirada profunda, afectuosa, y una voz recia que no obstante parece acariciar sus oídos. Ellos también son galileos; pescadores de Betsaida y Cafarnaúm. Jesús es artesano. Pertenecen por tanto al mismo estrato social, pero ellos, instintivamente, se dan cuenta de que aquel hombre tiene algo de lo que ellos carecen. No saben qué contestar, y balbucean: «¿Dónde moras?».

Uno de ellos se llama Andrés, hermano de Simón, hombre curtido en el mar que ha visto la muerte cara a cara en más de una ocasión. El otro es casi un muchacho. Se llama Juan y es hijo de Zebedeo. También tiene un hermano llamado Santiago. Santiago y Juan son decididos y pendencieros, hasta el punto que se les conoce como “los hijos del trueno” «Venid conmigo y os lo mostraré».

Jesús les espera, se pone en medio de ellos y los lleva al recodo del río donde ha pasado la noche anterior. Ellos le cuentan el comentario que les ha hecho el Bautista, y al cabo de un rato los tres ríen los dichos y chascarrillos con los que se ha iniciado la conversación. Luego hablan de su tierra, Galilea, de su insoportable situación política y social, de los pronunciamientos contra los romanos, de la pesca, de la cosecha que pronto habrá que recolectar…

Al atardecer, Juan trae dos peces todavía vivos que ha mantenido dentro de una red en la corriente del río. Jesús saca unas aceitunas, unas almendras y algo de pan duro que lleva en el morral. Andrés aporta unos dátiles y un pequeño pellejo de vino de Samaría. Asan los peces, recitan una oración de acción de gracias y despachan sus vituallas con buen apetito.

Aquella cena sirve para hacer desaparecer los últimos vestigios de inhibición y crea entre ellos un clima de franca confianza. No es por tanto de extrañar que Juan —siempre directo— le pregunte sin ambages por su doctrina. Jesús queda confuso ante esa pregunta, pues no sabe si tiene aún una doctrina que explicar. Había transmitido al Bautista lo esencial de su experiencia en el desierto, pero prefería madurar sus ideas antes de compartirlas con nadie. Ni siquiera sabía si quería hacerlo. Cuando se dispone a decírselo así, ve tal ansiedad en sus rostros, que cambia de opinión y comienza a hablarles de Abbá.

«¿Papá?», le pregunta Andrés, extrañado, cuando oye esta expresión cariñosa con la que Jesús se refiere a Dios… Jesús le contesta que así lo siente él en lo más profundo de su ser, y se inicia un diálogo en el que Jesús va desgranado el fundamento de su fe en Abbá, y el cambio radical que supone esta concepción de Dios en la respuesta que Él espera de nosotros.

La noche es tan clara que parece un atardecer. Las estrellas no caben en el cielo, aunque la luna, casi llena, las hace palidecer ante su luz más intensa. El campamento ha quedado prácticamente en silencio, y solo el pertinaz canto de las cigarras rompe el silencio de la noche. Comienza a refrescar y Andrés se levanta a reavivar el fuego. Los tres amigos gozan de la placidez del momento.

«Si Dios es nuestro Padre, nosotros somos Hijos y por tanto hermanos —prosigue Jesús—. No somos siervos que trabajan por un salario; que esperan una recompensa o temen un castigo… No. El que descubre a Abbá quiere ser digno hijo de su Padre, está orgulloso de ser su hijo, quiere parecerse a Él, quiere ayudarle en su tarea, quiere comprometerse en la aventura de sacar adelante este mundo… Quiere, en definitiva, estar en las cosas de su Padre».

Pasan las horas y Juan y Andrés quedan fascinados. En esa charla se han hecho añicos muchas cosas que siempre habían dado por supuestas… ¿Quién es ese hombre capaz de fascinarles con sus palabras y aturdirles con su personalidad? ¿Y aquella mirada, siempre profunda, unas veces apacible, otras, apasionada y vibrante?

Se despiden de él y recorren el trecho que les separa del campamento que comparten con otros galileos. Silenciosos y meditabundos, no terminan de creer lo que acababa de ocurrir. Luego viene la euforia. Despiertan a sus amigos y les cuentan una y mil veces la conversación que han mantenido con “aquel nazareno que parecía amigo del Bautista”: Se llama Jesús, y es un gran profeta.

A la mañana siguiente, muy temprano, Jesús se retira a orar a un pequeño altozano que se divisa desde allí. Un rato después ve acercarse a Andrés y a Juan con otros tres hombres. «Jesús —le dice Andrés cuando llegan hasta él—, éste es mi hermano Simón; y estos dos también son galileos: Felipe y Natanael».

Simón es un hombre corpulento, de nariz gruesa y barba poblada y descuidada. Llama la atención su mirada noble y sus ademanes bruscos y decididos. «Es un cabezota —interviene Juan, dando a su amigo un empujón que le hace trastabillar—, pero no podrás encontrar una amistad más firme que la suya». «¿Tan firme como una roca?», pregunta Jesús, mientras pone la mano sobre su hombro en señal de acogida. «Como la piedra más dura que puedas encontrar en el camino», contesta Simón con una sonrisa. «Entonces te llamaré Pedro».

Desde el primer momento se dan cuenta de que van a congeniar. A Jesús le gusta el aspecto noble y decidido de Pedro, y a éste, la forma de mirar de Jesús. «Este hombre —piensa— es de fiar; no es el charlatán que me había imaginado».

Tiene palabras amables para Natanael y Felipe, y pronto queda integrado en aquel grupo de compatriotas que habían ido hasta allí para ser bautizados por Juan. Durante el tiempo que permanecen junto al Jordán, Jesús comparte con ellos sus reflexiones. Les habla de Abbá, de sus valores, del reinado de esos valores en el mundo, del Reino de Dios; ese descomunal proyecto que comienza a tomar forma en su mente y con el que se siente cada vez más identificado.

Dos días después de su primer encuentro se ponen en camino hacia Galilea y allí empieza la gran aventura.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Qué buscáis?

Domingo, 14 de enero de 2024
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jn-1-35-42-eCOMENTARIO AL EVANGELIO

Jn 1, 35-42

14 de enero de 2024

Comienza una nueva etapa. El evangelio de este domingo parece mostrar que lo viejo ha pasado, que el Antiguo testamento, cerrado con Juan Bautista, ha perdido su sentido mesiánico y se necesita una nueva comunidad que haga `posible la liberación del pueblo de Israel. Ahora bien, Jesús sorprende porque su proyecto no es político, ni social, ni tampoco religioso en el sentido institucional, sino que apunta a reinventar al ser humano conectado a ese Dios que libera desde dentro y no desde fuera. No es un nuevo Israel lo que busca crear, sino una nueva Humanidad que rompa las fronteras e incluya a tod@s. Es esta la gran ruptura con el Pueblo elegido.

El texto comienza situando esta escena tras la narración del Bautismo de Jesús por parte de Juan. Los redactores de este evangelio sitúan los versículos que hoy nos ocupan después de haber confirmado la identidad divina de Jesús: es el Hijo de Dios, confirma en su discurso el Bautista.  Jesús emprende el despliegue de su identidad humana, como líder y referente de un proyecto que necesita una comunidad para facilitar la encarnación de este nuevo tiempo en la historia de la Humanidad.

Los nuevos miembros de esta comunidad se van enlazando unos a otros, como en racimo, para dar solidez a este nuevo proyecto.  Esta danza de personajes va dando movimiento a esta escena en la que se puede observar que Jesús no quiere seguidores teóricos sino TESTIGOS, es decir, personas que viven aquello que creen, que testimonian aquello que da un nuevo sentido a sus vidas, que anuncian con transparencia y coherencia aquello que vitalmente les hace ser y vivir conectados a la potencia de Dios que dinamiza lo profundo cada ser humano.

Ahora bien, Jesús tampoco busca personas que se dejen llevar por la emoción del momento, por las superficiales ilusiones o expectativas generadas por una promesa tal vez irrealizable. Jesús, como buen líder, acompaña a sus seguidores para que la decisión que tomen, seguirle o no, no sea ni emocional, ni racional, sino existencial. Por eso, toca su honestidad más profunda con la pregunta: ¿Qué buscáis? Con esta interpelación Jesús intenta hacer conscientes a sus discípulos de la verdadera motivación interior desde la dimensión de sentido y autenticidad de lo que son y de lo que hacen.

Una pregunta redirigida a nosotr@s que nos sitúa en lo que realmente mueve nuestra vida. ¿Buscamos emocionalidad, controlar todo cuanto somos y tenemos, apegarnos a las realidades temporales, vivir en un individualismo obsesivo, entablar relaciones asimétricas, justificar nuestra falta de valentía, una religiosidad de cumplimiento, de creencias alienantes y excluyente de quienes no están “en comunión” con lo de siempre?

La respuesta de Jesús es desafiante: Venid y veréis. Nada se construye si no es desde la experiencia, desde la vivencia consciente de lo que nace en nuestro interior en formato de deseo de agrandarnos, de ser focos de luz en este mundo tan necesitado de personas sólidas, auténticas, solidarias, pacificadoras, libres y valientes. Jesús llama a seguirle y busca discípul@s capaces de soltar la rigidez institucional y arrimar a tod@s desde la dignidad con la que Dios mismo nos iguala.

FELIZ DOMINGO

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Buscar y ver.

Domingo, 14 de enero de 2024
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IMG_2167Domingo II del Tiempo Ordinario

14 enero 2023

Jn 1, 35-42

Desde el inicio de su existencia, el ser humano se autopercibe como buscador. Una búsqueda que tiene un doble origen: la necesidad y el Anhelo. En cuanto ser necesitado y ser anhelante, el humano se pone en camino para saciar su carencia y para responder a la aspiración profunda que lo habita.

En un primer momento, dirige la búsqueda hacia fuera, pensando que tiene que haber “algo”, fuera de él, que lo complete y lo sacie. Sin embargo, no tardará mucho en advertir que no hay, entre todos los objetos, absolutamente ninguno que pueda saciar su aspiración. Por lo que, con frecuencia, tras crisis y frustraciones, se verá obligado a dirigir la mirada hacia el interior.

En el camino por responder a su innegable Anhelo, todavía puede encontrar una trampa más: pensar que la respuesta habrá de venir de la mente. Sin embargo, también aquí terminará constatando otra frustración más.

Lo que responde a nuestro Anhelo profundo no se halla fuera de nosotros ni puede ser alcanzado por la mente. Seamos o no conscientes de ello, lo cierto es que anhelamos lo que ya somos, y el camino para descubrirlo pasa por el silencio de la mente.

La mente únicamente puede mostrarnos objetos -externos o internos, materiales o mentales, cosas o creencias-, pero, siendo radicalmente incapaz de trascender el mundo de las formas, erramos el camino cuando creemos que ella nos habrá de conducir a la verdad de lo que somos.

Solo el entrenamiento en el silencio mental abre ante nosotros otro modo de ver, que llamamos comprensión o sabiduría. Comprender no es entender algo mentalmente. Es experimentar de modo directo y evidente “eso que no tiene nombre” -en palabras de José Saramago- y que es, justamente, lo que somos. Al “verlo”, la búsqueda cesa. Hemos descubierto que estamos en “casa”. Porque, al silenciar la mente, comprendemos que somos consciencia.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Ven y sígueme no es la doctrina del catecismo, sino una relación de amor.

Domingo, 14 de enero de 2024
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IMG_2351IMG_2309Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

01.- Llamadas (vocaciones) en la vida.

La vida nos llama de diversos modos y hacia diversas metas o realidades.

Pero, sobre todo la vida nos llama hacia su plenitud, que nos es desconocida pero deseada. Tal es el sentido de la vida.

Calderón de la Barca en su auto.sacramental: El gran teatro del mundo escenifica algunas de las posibilidades o llamadas de la vida: la llamada del poder, del dinero, la llamada del placer, de la envidia. Algo semejante refleja la película de Federico Fellini: Los espíritus de Giuletta.

También podemos entender la llamada desde lo que habitualmente hemos entendido por vocación: hay una vocación al matrimonio, a la vida religiosa, al ministerio en la Iglesia, vocación a la docencia, a la medicina, a la misión…

Yo creo que algunas profesiones no son simples puestos de trabajo, sino que requieren una vocación noble, que depende de las cualidades personales y sociológicas: la llamada o vocación para la enseñanza, para la medicina, para la asistencia social de los ancianos, personas con limitaciones, llamadas a escoger unos estudios u otros, para el servicio eclesial, etc.

02.- Vivir a la escucha.

Hemos escuchado la preciosa llamada de Dios a Samuel.

        El sueño es una situación un poco extraña. A veces soñamos dormidos y otras veces soñamos despiertos. Las culturas han tratado de interpretar siempre los sueños, que pueden tener muchas explicaciones, (S. Freud), pero podríamos decir que soñamos, al menos despiertos, con un mundo mejor, con una familia, una sociedad, una iglesia casi perfectas. Esos sueños son también como una llamada.

        En la biblia hay muchas alusiones a los sueños: estando Adán en sueños la mujer, Eva,  nace de su costado. Abraham, el rey David, Daniel, reciben noticias (revelación) en sueños, ¿dormidos o despiertos? José recibe en sueños noticias sobre Jesús.

Lo importante en la vida es vivir a la escucha como Samuel.

Rahner (1904-1984) tenía como piedra angular de su teología que el ser humano es Oyente de la Palabra; vivir a la escucha de lo que nos rodea en la existencia, Dios incluido.

Es importante escuchar la voz de la vida, la palabra de los demás, de los problemas, de la enfermedad, de la vida, de la muerte.

03.- Búsquedas en la vida.

Todos buscamos algo en la vida. La búsqueda está incrustada en la condición humana.

        Vivir atentos y en búsqueda es sano. Lo malo es el estancamiento, la instalación, la seguridad. Cuando una persona o institución afirma incluso con violencia su verdad, su doctrina, eso es síntoma de esclerosis, de estancamiento. Las aguas estancadas no son buenas…

        El papa Francisco  anima a los cristianos a seguir la búsqueda  de los discípulos de Jesús, de Abrahám, la búsqueda de los Magos.

Francisco abre la mente a los nuevos problemas que se van presentando en la sociedad

Resulta llamativo cómo el mismo entramado eclesiástico se enfrenta a las búsquedas, al Papa Francisco. El “clan de Toledo”, el cardenal Sarah piden al papa que retire o anule la posibilidad de la bendición de parejas homosexuales.

04.- ¿Dónde vives?

        Aquellos discípulos iban buscando en la vida. Cuando llegan donde Jesús le preguntan ¿Dónde vives?

        No es una pregunta teórica, doctrinal. No le preguntan por el catecismo de “Radio María”, sino por la vida de Jesús. ¿Dónde, cómo vives?

        ¿Dónde, cómo vivimos? ¿Cuáles son los criterios, el estilo de nuestra vida?

05.- Venid y lo veréis

        Jesús no les entrega a los discípulos un libro, el catecismo, unas “constituciones”, el Código de Derecho Canónico, etc., sino que les llama a una relación personal con Él. Venid a convivir y veréis qué es ser cristiano.

        Los católicos estamos muy habituados a vivir una religión cuyo centro es lo que se puede hacer o no, lo que está permitido o prohibido, lo que vale  o no vale. Y esta actitud se aplica lo mismo para la celebración de la penitencia con absolución general que para el control de natalidad. ¿Se puede o no se puede, vale o no vale?

        Pero Jesús no nos llama a eso, ni mucho menos. Jesús nos llama a vivir con él, a tener una relación personal de amor y misericordia con él. Jesús nos llama a vivir en gracia, que significa vivir agradecidos y unidos al Señor y desde Él a vivir amando a los demás.

        Mucha gente –más o menos cristiana- piensa que, si la Jerarquía pusiera unas normas más fáciles de cumplir respecto de los divorciados, de los homosexuales, de la Misa, de la confesión, la vida eclesiástica mejoraría mucho y aumentarían el número de cristianos en las Iglesias. No sé si mejoraría la vida eclesiástica, no creo que aumentase la vida cristiana.

        Eso sería una prolongación permisiva del clericalismo de la jerarquía y del clericalismo de los laicos. Sería una especie de “rebajas eclesiásticas de enero”.

         Ser cristiano es una relación con el Señor: “venid y lo veréis”. El cristianismo es un gozo que se vive en la relación personal con Cristo y que después se trasluce en la vida como buenamente podemos.

          Los ministros y maestros del cristianismo) no os llamamos al cristianismo, sino más bien al Nuevo Ser (JesuCristo), del cual el cristianismo debe ser testigo y nada más, sin confundirse jamás con ese Nuevo Ser (JesuCristo). Cuando oigáis la llamada de Jesús, olvidad todas las doctrinas cristianas, olvidad vuestras propias voluntades y vuestras dudas particulares. Si alguna vez Le seguís, olvidad toda la moral cristiana, vuestros logros y vuestras dudas particulares. Nada se os pide –ninguna idea de Dios, ninguna bondad especial propia, ni que seáis religiosos, ni que seáis cristianos, ni siquiera que seáis sabios, ni que os atengáis a una moral. Lo que se os pide es tan sólo que os abráis a lo que se os da y que queráis aceptarlo: el Nuevo Ser, el ser de amor, de justicia y de verdad que se manifiesta en Aquel cuyo yugo es llevadero y cuya carga es ligera. (Tillich)

Aquí estoy, Señor, para hacer tu Voluntad

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Ser LGBTQ+ y glorioso a los ojos de Dios

Lunes, 16 de enero de 2023
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481BCCB3-DACD-4FF4-A3A4-7C1F09FEFD90Hna. Donna McGartland

La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Donna McGartland. La Hna. Donna está en el Equipo de Liderazgo de las Hermanas de San Francisco de las Comunidades Neumann. También es una de las autoras de Love Tenderly: Sacred Stories of Lesbian and Queer Religious publicado por New Ways Ministry.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el segundo domingo del tiempo ordinario se pueden encontrar aquí.

Dios habla a través del profeta Isaías: “Te formé desde el vientre para que seas mi siervo. Te llamo de vuelta a mí y te recojo en mi abrazo”. Y yo respondo: “¡Soy glorioso a los ojos de Dios y Dios es ahora mi fuerza!” (Is 49:5, parafraseado)

Es muy poco,” dice Dios, “que tú seas mi siervo, para levantar y restaurar a los sobrevivientes; Te pondré por luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra”. (Is 49:6, parafraseado)

Estas son palabras que todos nosotros siempre queremos escuchar, especialmente aquellos que han sido heridos o excluidos por otros debido a quienes fuimos creados para ser, como los que somos parte de la comunidad LGBTQ+.

Vale la pena repetir el mensaje: Dios nos formó en el vientre y nos hizo quienes somos. ¡¡Somos gloriosos a los ojos de Dios!! Nadie puede llamarnos menos porque estamos invitados a habitar en el abrazo de Dios. Nos fortalece esta realidad.

Muchas veces a lo largo de nuestra vida escuchamos otro mensaje que dice que no somos suficientes. Nos avergonzamos al creer que somos defectuosos. Esto no es de Dios. Isaías es claro al respecto y nos llama a reconocer que:

1. ¡Somos hechos gloriosos! Dios nos formó como somos. ¡Pablo dice que somos santos! Nuestra misma existencia es preciosa a los ojos de Dios.

2. ¡La fuerza de Dios está siempre dentro de nosotros! Esta fuerza nos llama a levantar a otros ya restaurar su relación con Dios. Antes de que podamos hacer eso, debemos creer que la fuerza de Dios nos sanará, nos levantará y nos restaurará a una relación correcta con Dios y con nosotros mismos.

3. Estamos llamados a ser luz para los demás y permitirles abrazar esta misma realidad del inmenso amor de Dios por cada uno de nosotros.

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¡¡GUAU!! Dios nos amó desde nuestra concepción. Isaías no puede ser más claro. Somos hechos Gloriosos a los ojos de Dios.

Siéntate en esa realidad ahora. Siente el poder y el amor de Dios formándote en el útero y creándote para ser la persona que eres. Escucha a Dios llamarte por tu nombre.

“(Inserta el nombre de Dios para ti), ¡Eres  glorioso!

Soy yo quien te ha hecho como eres.

Tu eres mi amado. ¡Eres Santo!

Estoy contigo y siempre lo estaré.

te fortaleceré. ¡Te amo!”

Siente el amor de Dios fluir sobre ti y transforma todas las voces internas que son contrarias a la presencia amorosa de Dios.

Eres el Amado de Dios, hecho a imagen y semejanza de Dios.

Que seáis fortalecidos en esta Verdad. Que irradien esta Luz a los demás.

—Sr. Donna McGartland, 15 de enero de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Dejarnos bautizar por el espíritu de Jesús”. 2 Tiempo ordinario – A (Juan 1,29-34)

Domingo, 15 de enero de 2023
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bautismoLos evangelistas se esfuerzan por diferenciar bien el bautismo de Jesús del bautismo de Juan. No hay que confundirlos. El bautismo de Jesús no consiste en sumergir a sus seguidores en las aguas de un río. Jesús sumerge a los suyos en el Espíritu Santo. El evangelio de Juan lo dice de manera clara. Jesús posee la plenitud del Espíritu de Dios, y por eso puede comunicar a los suyos esa plenitud. La gran novedad de Jesús consiste en que Jesús es «el Hijo de Dios» que puede «bautizar con Espíritu Santo».

Este bautismo de Jesús no es un baño externo, parecido al que algunos han podido conocer tal vez en las aguas del Jordán. Es un «baño interior». La metáfora sugiere que Jesús comunica su Espíritu para penetrar, empapar y transformar el corazón de la persona.

Este Espíritu Santo es considerado por los evangelistas como «Espíritu de vida». Por eso, dejarnos bautizar por Jesús significa acoger su Espíritu como fuente de vida nueva. Su Espíritu puede potenciar en nosotros una relación más vital con él. Nos puede llevar a un nuevo nivel de existencia cristiana, a una nueva etapa de cristianismo más fiel a Jesús.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de verdad». Dejarnos bautizar por él es poner verdad en nuestro cristianismo. No dejarnos engañar por falsas seguridades. Recuperar una y otra vez nuestra identidad irrenunciable de seguidores de Jesús. Abandonar caminos que nos desvían del evangelio.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de amor», capaz de liberarnos de la cobardía y del egoísmo de vivir pensando solo en nuestros intereses y nuestro bienestar. Dejarnos bautizar por él es abrirnos al amor solidario, gratuito y compasivo.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de conversión» a Dios. Dejarnos bautizar por él significa dejarnos transformar lentamente por él. Aprender a vivir con sus criterios, sus actitudes, su corazón y su sensibilidad hacia quienes viven sufriendo.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de renovación». Dejarnos bautizar por él es dejarnos atraer por su novedad creadora. Él puede despertar lo mejor que hay en la Iglesia y darle un «corazón nuevo», con mayor capacidad de ser fiel al evangelio.

José Antonio Pagola

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“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Domingo 15 de enero de 2023. Domingo 2º del Tiempo Ordinario, ciclo A

Domingo, 15 de enero de 2023
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10-ordinarioa2Leído en Koinonia:

Isaías 49,3.5-6: Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación.
Salmo responsorial: 39: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
1Corintios 1,1-3: La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesús sean con vosotros.
Juan 1,29-34: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Las lecturas de este domingo tienen como eje transversal la invitación de Dios a toda la humanidad a asumir como propio el proyecto del Reino, de retarle, en libertad y sinceridad, a una manera nueva ser hombre y mujer, de ser creación y sociedad. El texto que leemos en la primera lectura forma parte del segundo Cántico del Siervo (Is 49,1 – 50,7) en el que se identifica al pueblo de Israel como el servidor de Dios; este Israel mencionado aquí no representa la totalidad del pueblo de Dios, sino que, tal vez, se refiera a aquella pequeña comunidad creyente desterrada en Babilonia, a ese grupo reducido que mantiene viva la esperanza y la fe. Ese grupo que, a pesar de estar lejos de su tierra, mantiene su confianza en Yahvé es el que traerá la salvación a todo el pueblo de Israel y al mundo entero, pues Dios ha puesto sus ojos en él y le ha asignado la misión de expresar a toda la creación su deseo más profundo: salvar a todos sin excepción. El profeta que escribe este cántico marca una gran diferencia en cuanto a la comprensión de la salvación prometida por Yahvé; siendo el tiempo del exilio, el profeta anuncia una salvación para todas las naciones, no únicamente para el pueblo de Israel.

Pablo inicia su carta confirmando la universalidad del Reino de Dios; expresando que el mensaje de salvación es para todos los que en cualquier lugar -y tiempo- invocan el nombre de Jesucristo. Este saludo es dirigido a los cristianos de Corinto; sin embargo, por la manera solemne en que Pablo escribe (a la Iglesia de Dios de Corinto), se puede afirmar que el apóstol se está refiriendo a la única y universal Iglesia de Cristo, que se hace presente históricamente en los creyentes de Corinto. Es decir, que aunque Pablo escriba de manera particular a esta comunidad, su mensaje desborda los límites de espacio y tiempo, adquiriendo en todo momento actualidad y relevancia, pues es una Palabra dirigida a la humanidad entera. Hombres y mujeres hemos recibido la gracia de ser hijos de Dios, por medio de Jesús; hemos sido consagrados por Dios para realizar en nuestras vidas la “vocación santa”, que en nuestro lenguaje correspondería a la “misión” de hacer presente, aquí y ahora, el reino de Dios: hacer de este mundo un lugar más justo y solidario, menos violento y destructor, más libre y fraterno. Quien asume como modo normal de vida este horizonte liberador está invocando el nombre de Jesús.

El evangelio de Juan manifiesta la universalidad de la salvación de Dios por medio de la vida y misión de Jesús de Nazaret, visto éste como cordero de Dios, que se sacrifica, se entrega obedientemente a la voluntad del Padre para salvar de la muerte (del pecado) a toda la Humanidad… Jesús es el enviado del Padre, el ungido por el Espíritu de Dios, el servidor de Yahvé del profeta Isaías (49,3) que tiene como especial misión establecer en el mundo la justicia del reino; es quien verdaderamente trae la salvación de Dios a la humanidad. Juan el Bautista ya había comprendido su propia misión y la misión de Jesús; por tal razón el profeta del desierto dice que detrás de él viene alguien más importante que él, pues el que viene es el Mesías, una Palabra nueva de Dios para el mundo. El Bautista reconoce a Jesús como el Hijo de Dios, y por eso da testimonio de él. Y lo hace -lo recoge así el evangelio de Juan-, con las imágenes de aquel tiempo, unas imágenes que hace mucho tiempo se quedaron sin base y que han perdido incluso parte de su inteligibilidad.

En efecto, hablar de Cordero de Dios, sacrificado, que expía nuestros pecados, que quita «el pecado del mundo» con su sangre, que nos «redime»… es hablar en unas categorías que hoy sólo podemos conocerlas por estudio histórico-bíblico, por cultura especializada religiosa, pero que no se pueden captar en nuestra vida diaria por simple sentido común, por una evidencia que se respira en subconsciente colectivo social, como han de ser captadas las buenas imágenes, las imágenes que están vivas, no las que ya murieron aunque sigan siendo leídas o repetidas. Una tarea pendiente de la comunidad creyente hoy es testimoniar ese encuentro profundo con Jesús con unas metáforas nuevas, para que expresen y comuniquen ese encuentro, que sólo de esa manera se concretizará en una vida fundada entregada al amor, a la Justicia y a la comunión con Naturaleza.

(Recordemos que el lenguaje religioso es siempre metafórico, y que las metáforas no describen la realidad, sino que la aluden simbólicamente, con frecuencia de un modo inexpresable en conceptos. El lenguaje religioso no es de ideas «claras y distintas», como tantas veces ha confundido la teología dogmática, pensando que está describiendo una realidad religiosa ontológica que está ahí como un ob-jeto que puede ser descrito objetivamente… El lenguaje religioso es más bien como la poesía: nos habla con metáforas, imágenes, símbolos… que muchas veces evocan nuestro subconsciente, personal y colectivo. Jesús no puede ser el cordero de Dios, porque no es, en absoluto, un cordero… Sin embargo, para los cristianos de aquel tiempo, decir que lo era, resultaba una afirmación religiosa conmovedora, porque evocaba un gran conjunto de sentimientos, tradiciones, doctrinas, imágenes, etc. Traducir aquella expresión no es traducirla a nuestro idioma actual, sino encontrar genialmente una correspondencia válida con otra imagen o imágenes que pudieran expresar una vivencia religiosa semejante a la que suscitaba esa expresión en aquel tiempo. Pero esto no es fácil hacerlo –si es que es realmente posible–. Mientras, lo que podemos/debemos hacer es no «»idolatrar aquellas expresiones antiguas, no sentirnos atados, y ser suficientemente creativos para aportar nuestro granito de arena al desarrollo del lenguaje religioso, que también es nuestra responsabilidad). Leer más…

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Pikaza

Domingo, 15 de enero de 2023
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El testimonio de Juan Bautista Segundo domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 15 de enero de 2023
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sandalsDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado recordamos el Bautismo de Jesús. En la versión de Marcos y de Lucas, Juan Bautista no dice nada. En la de Mateo, entabla un breve diálogo con Jesús, porque no comprende que venga a bautizarse. El cuarto evangelio sigue un camino muy distinto: Jesús va al Jordán, pero no cuenta el bautismo; en cambio, introduce un breve discurso de Juan Bautista. Es el texto que se lee este domingo (Jn 1,29-34).

Triple esfuerzo de imaginación

            Para entender este texto conviene realizar un triple esfuerzo de imaginación: 1) imaginar que somos jóvenes; 2) imaginar que vivimos hace veinte siglos en Palestina; 3) imaginar que somos discípulos de Juan Bautista, y no hemos oído hablar nunca de Jesús. Hemos hecho quizá un largo y molesto viaje para escuchar a Juan y hacernos bautizar por él, hemos renunciado a todo para convertirnos en discípulos suyos. Juan es el personaje más grande en nuestra vida. De repente, aparece Jesús, un desconocido, y lo que Juan dice nos desconcierta por completo.

            Al desconocido lo presenta, en primer lugar, como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Fórmula extraña, que ninguno entiende muy bien, pero que sugiere una estrecha relación con Dios y con el perdón de los pecados. Hemos ido buscando un bautismo para el perdón de los pecados, y ahora encontramos a un personaje que los quita.

            Sigue Juan diciendo que ese desconocido está por delante de mí, porque existía antes que yo. Y lo miramos extrañados, intentando convencernos de que Jesús es más viejo, aunque Juan lo parece mucho más, quizá por culpa de tantas penitencias y por alimentarse solo de saltamontes y miel silvestre. Pero tenemos la sensación de que Juan no se refiere sólo a la edad: está sugiriendo que ese desconocido es mucho más importante que él.

            Y esto queda claro cuando añade: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Entre nosotros hay algunos conocedores de la teología judía, y se asombran de esto porque muchos rabinos afirman que el Espíritu de Dios lleva siglos sin manifestarse. Muy grande tiene que ser ese desconocido, sobre todo teniendo en cuenta que no solo recibe el Espíritu, sino que también lo transmite en un nuevo bautismo, distinto del de Juan.

            Finalmente, termina dando testimonio de que éste es el Hijo de Dios, una forma de referirse al rey de Israel, al que Dios adopta como hijo. (Lo dejan claro las palabras que pronunciará poco más tarde Natanael, dirigiéndose a Jesús: «Tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel»: Jn 1,49).

            Los oyentes de Juan se preguntarían asombrados: ¿quién es este que quita el pecado del mundo, que es más importante que Juan, sobre el que se ha posado el espíritu, que da el espíritu en un nuevo bautismo, que es el rey de Israel? Sin duda, debe tratarse del Mesías, aunque no lo parezca.

Leyendo el evangelio (Juan 1,29-34).

            Contemplar la escena es un recurso magnífico para profundizar en el evangelio y entenderlo, pero la lectura «científica» ayuda también a descubrir nuevos aspectos.

            El más importante es que Juan Bautista no pronunció este discurso: sus palabras son un recurso del evangelista para suscitar en nosotros, desde el primer momento, la curiosidad y el interés por el protagonista de su historia. Y no sólo esto, sino también una respuesta personal, idéntica a la que refleja el episodio inmediatamente posterior (Jn 1,35-37, que no se lee este domingo). Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos. Viendo pasar a Jesús, dijo: Ahí está el Cordero de Dios. Los discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús. Esta vez no pronuncia Juan un largo y complicado discurso. Basta una simple referencia, enigmática, al cordero de Dios. Lo importante es que la curiosidad y el interés dan paso al seguimiento.

            Cuando se relee el texto diez o quince veces (algo imprescindible para entender el cuarto evangelio) se advierten dos bloques de afirmaciones:

            El primero se refiere a Jesús, del que Juan dice: 1) Es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo; 2) está por delante de mí porque existía antes que yo; 3) el Espíritu su posó sobre él y bautizará con Espíritu Santo; 5) es el Hijo de Dios.

            Son afirmaciones que se complementan, componiendo un mosaico de la figura de Jesús: empieza hablando de su relación con el mundo, del que borra sus pecados; luego de su relación con Juan; finalmente de su relación con Dios y con su Espíritu. Un personaje del que solo se puede esperar lo mejor y que provoca asombro y deseo de conocerlo.

            El segundo bloque de afirmaciones se refiere a Juan: 1) he anunciado la venida de uno más importante; 2) dos veces repite «yo no lo conocía»; 3) pero «he salido a bautizar para que sea manifestado a Israel»; 4) he contemplado al Espíritu bajar sobre él; 4) lo he visto y doy testimonio.

            También estas afirmaciones se complementan, esbozando la misión del Bautista y su descubrimiento de Jesús, desde que Dios lo envía a bautizar hasta que se encuentra con el personaje anunciado. En la visión que ofrece el cuarto evangelio, la vida de Juan Bautista solo tiene sentido al servicio de Jesús, dándolo a conocer a los demás. Algo que podría desilusionar o desconcertar a sus discípulos, pero que debe moverlos a aceptar a Jesús, igual que hizo su maestro.

            Dos notas:

            ‒ La imagen del «cordero de Dios», que no coincide exactamente ni con la del cordero pascual, ni con la del chivo expiatorio del Yom Kippur, recuerda bastante al personaje misterioso de Isaías 53 que se ofrece a morir por el pueblo y marcha a la muerte «como un cordero llevado al matadero», sin protestar ni abrir la boca. Teniendo en cuenta que en ámbito cananeo el símbolo de la divinidad era el toro, por su fuerza y bravura, elegir al cordero significa un cambio radical, una opción por lo débil y suave.

            ‒ «El pecado del mundo» es una fórmula que solo se encuentra aquí, y resulta difícil saber en qué consiste el pecado del mundo. Una pista la ofrece la primera carta de Juan: «Cuanto hay en el mundo, la codicia sensual, la codicia de lo que se ve, el jactarse de la buena vida, no procede del Padre, sino del mundo» (1 Jn 2,16). Todo eso sería lo que elimina Jesús. Pero la cuestión es discutida.

La doble misión del Siervo de Dios y de Jesús (Is 49,3.5-6)

El Señor me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso».

Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo,

para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel

—tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza—:

«Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob

y conviertas a los supervivientes de Israel;

te hago luz de las naciones,

para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

            El protagonista de esta lectura es un personaje misterioso que aparece al final del libro de Isaías. Uniendo diversos poemas de los capítulos 42, 49, 50 y 53 se esboza la figura de un “Siervo de Yahvé”, al que Dios encomienda la misión de convertir a los judíos desterrados en Babilonia (de la salvación política se encargará el rey persa Ciro). El Siervo, después de una etapa inicial de entusiasmo, atraviesa una profunda crisis, pensando que todo su esfuerzo ha sido inútil. Entonces, el Señor le renueva la misión con respecto a Israel e incluso se la amplía, extendiéndola a todo el mundo.

            Este poema de Isaías ayuda a entender la misión de Jesús de “quitar los pecados del mundo”. Una misión que implica dos aspectos. El primero, relativo al pueblo de Israel, consiste en convertirlo al Señor; de hecho, su mensaje inicial será “convertíos y creed en la buena noticia”. El segundo se refiere al mundo entero: iluminar a todas las naciones para que la salvación de Dios alcance hasta el fin del mundo; sus rápidas visitas a Fenicia y la Decápolis, su buena relación con los despreciados samaritanos, simbolizan y anticipan la misión universal de la Iglesia, sin fronteras ni muros.

Nota sobre la segunda lectura (1 Corintios 1,1-3)

            Desde este domingo hasta el séptimo del Tiempo Ordinario (este año 2023 la Cuaresma comienza el 26 de febrero), la segunda lectura se dedica a diversos fragmentos de la Primera Carta a los Corintios, de enorme interés para conocer diversos problemas de la iglesia primitiva. En la liturgia dominical solo se leen los capítulos 1-3). El texto de hoy se limita al saludo, interesante para saber lo que Pablo piensa de sí mismo (“apóstol de Cristo Jesús”), conocer a uno de sus colaboradores (Sóstenes) y a los destinatarios, que no se limitan a la comunidad de Corinto. Ojalá muchos se animen a leer en privado la carta durante estos días.

Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro. La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.

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15 enero, 2023. Domingo II del Tiempo Ordinario.

Domingo, 15 de enero de 2023
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D-II

 

“-Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.”

(Jn 1, 29-34)

¿Estaríamos dispuestas a desaparecer?

Dice San Agustín:

“Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna.

Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no ha más que un ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón.

Pero veamos cómo suceden las cosas en la misma edificación de nuestro corazón. Cuando pienso lo que voy a decir, ya está la palabra presente en mi corazón; pero, si quiero hablarte, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que está ya en el mío.

Al intentar que llegue hasta ti y se aposente en tu interior la palabra que hay ya en el mío, echo mano de la voz y, mediante ella, te hablo: el sonido de la voz hace llegar hasta ti el entendimiento de la palabra; y una vez que el sonido de la voz ha llevado hasta ti el concepto, el sonido desaparece, pero la palabra que el sonido condujo hasta ti está ya dentro de tu corazón, sin haber abandonado el mío.

Cuando la palabra ha pasado a ti, ¿no te parece que es el mismo sonido el que está diciendo: Ella tiene que crecer y yo tengo que menguar? El sonido de la voz se dejó sentir para cumplir su tarea y desapareció…(Sermón 293)

Juan Bautista se presenta en el cuarto evangelio como modelo de seguimiento de Jesús. Todas las personas cristianas estamos llamadas a ser la voz de la Palabra con mayúsculas. Nuestra misión es que la palabra se oiga y luego desaparecer. Somos el cartel que anuncia e indica el destino pero que se deja atrás.

Oración

No dejes, Trinidad Santa, que nos acabemos creyendo las protagonistas. Danos la humildad necesaria para saber desaparecer.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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El único pecado que existe es la opresión.

Domingo, 15 de enero de 2023
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DOMINGO 2º (A)

Jn 1,29-34

Es muy significativo que el segundo domingo del tiempo ordinario nos siga hablando de Juan Bautista. Todo lo que nos dice Jn del Bautista es sorprendente e indica una relación especial de esa comunidad con él. Seguramente había en aquella comunidad seguidores del Bautista. Este evangelio tiene muy en cuenta a Juan Bautista, aunque se ven obligados a rebajarle. Juan pone en labios del Bautista la cristología de su comunidad como base y fundamento de la comprensión de Jesús que va a desplegar en su evangelio. Esto no quiere decir que el Bautista tuviera una idea clara sobre quién era Jesús. Ni siquiera sus discípulos más íntimos supieron quién era, después de vivir con él tres años; menos podía saberlo el Bautista, antes de comenzar Jesús su predicación.

Juan quiere aclarar que no hay rivalidad entre Jesús y el Bautista. Para ello nos presenta un Bautista totalmente integrado al plan de salvación de Dios. Su tarea es la de precursor, preparar el camino al Mesías. Juan no narra el bautismo en sí, va directamente al grano y nos habla del Espíritu, que es lo importante en todos los relatos del bautismo. Por supuesto es un montaje de la segunda o tercera generación de las comunidades cristianas y quiere resaltar la figura de Jesús que había adquirido categoría divina, frente al Bautista.

“El cordero de Dios”. Jn propone a Jesús preexistente, portador del Espíritu e Hijo de Dios. No se puede decir más. Está claro que se están reflejando aquí setenta años de evolución cristológica en la comunidad. Es una pena que después, hayamos interpretado tan mal el intento de comunicarnos esa experiencia. Lo que eran títulos simbólicos, que trataban de ponderar la personalidad de Jesús, se convirtieron en atributos divinos. Lo que tenía de proceso dinámico y humano, se convirtió en sobrenaturalismo preexistente.

Es difícil precisar lo que “cordero” significaba para aquella comunidad. Podían entenderlo en sentido apocalíptico: un cordero victorioso que aniquilará definitivamente el mal (la bestia). Este concepto encajaría con las ideas del Bautista; pero no con las de Jesús. Podían entenderlo como el Siervo doliente. No hay pruebas de que se hubiera identificado al Mesías con el siervo doliente de Isaías antes del cristianis­mo. Juan sí interpretó la figura del Siervo aplicada a Jesús, pero nunca con el sentido expiatorio. Probablemente haría referencia al cordero pascual, que era para el judaísmo el signo de la liberación de Egipto, pero sin la connotación sacrificial. Quiere decir que Cristo nos libera de la esclavitud.

Que quita el pecado del mundo. Esta frase no tiene nada que ver con la idea de rescate. El concepto de pecado en el AT debe ser el punto de partida para entender su significado en el NT, pero ha sufrido un cambio sustancial. En el evangelio de Juan, pecado no es la ofensa a Dios o a su Ley sino la opresión de un hombre sobre otro. Solo así se entiende la actitud de Jesús con los pecadores. Las prostitutas y pecadores os llevan la delantera porque no oprimen a nadie. Lo mismo cuando Jesús dice: tus pecados están perdonados, está diciendo que no hay nada que perdonar. Jesús quita el pecado del mundo no muriendo sino viviendo el servicio a todos y en el amor incondicionado.

En el AT y en el Nuevo, la palabra más usada para indicar “pecado”, tanto en griego como en latín, significa errar el blanco. No se trata de mala voluntad como lo entendemos hoy. En el evangelio de Juan, “pecado del mundo” tiene un significado muy preciso. Se trata de la opresión que un ser humano ejerce sobre otro y que le impide desarrollarse como persona. El pecado es siempre colectivo. Siempre que hay pecado hay opresor y víctima.

El modo de “quitar” este pecado, no es una muerte vicaria expiatoria. Esta idea nos ha despistado durante siglos y nos ha impedido entrar en la verdadera dinámica de la salvación que Jesús ofrece. Esta manera de entender la salvación de Jesús es consecuencia de una idea arcaica de Dios. En ella hemos recuperado el mito ancestral del dios ofendido que exige la muerte del Hijo para satisfacer su justicia. Estamos ante la idea de un dios externo, soberano, justiciero y tirano. Nada que ver con la experiencia del Abba de Jesús. El “pecado del mundo” no tiene que ser expiado, sino eliminado.

Jesús quitó el pecado del mundo escogiendo el camino del servicio, de la humildad, de la pobreza, de la entrega total a los demás hasta la muerte. Esa actitud anula toda forma de dominio, por eso consigue la salvación total. Es el único camino para llegar a ser hombre auténtico. Jesús salvó al ser humano, suprimiendo de su propia vida toda opresión que impida el proyecto de creación definitiva del hombre. Jesús nos abrió el camino de la salvación, ayudando a todos los oprimidos a salir de su opresión.

Jesús vivió esta libertad durante toda su vida. Fue siempre libre. No se dejó avasallar, ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por los guardianes de las Escrituras (letrados), ni por los guardianes de la Ley (fariseos). Tampoco se dejó manipular por sus amigos y seguidores, que tenían objetivos muy distintos a los suyos (los Zebedeo, Pedro). Esta perspectiva no nos interesa porque nos obliga a estar en el mundo con la misma actitud que él estuvo; a vivir con la misma tensión que él vivió, a eliminar toda opresión como él hizo, a liberarnos y liberar a otros de toda opresión.

No tenemos que oprimir a nadie de ningún modo. No tengo que dejarme oprimir. Tengo que ayudar a todos a salir de cualquier clase de opresión. Jesús quitó el pecado del mundo. Si  de verdad quiero seguir a Jesús, tengo que seguir suprimiendo el pecado del mundo. Hoy Jesús no puede quitar la injusticia, somos nosotros los que tenemos que eliminarla. La religiosidad intimista, la perfección individualista, que se nos han propuesto como meta, son una tergiversación del evangelio. Si no estoy dispuesto, no solo a no oprimir sino a liberar al oprimido, es que no me he enterado el mensaje.

El presentarse como liberador no vende en nuestros días. En el mundo en que vivimos, si no explotas te explotan; si no estás por encima de los demás, los demás te pisotearán. Este sentimiento es instintivo y mueve a la mayoría de las personas a defenderse con violencia, incluso antes de que el atraco se cometa. Pero hay que tener en cuenta que esta postura obedece al puro instinto de conservación y no te lleva a la plenitud humana. Debo descubrir que sufrir la injusticia es más humano que cometerla.

La actitud egoísta es un sentimiento que está al servicio del ego. Tenemos que superar ese egoísmo si queremos entrar en la dinámica del amor, es decir, de la verdadera realización humana. Es el oprimir al otro, no que intenten oprimirme, lo que me destroza como ser humano. Jesús prefirió que le mataran antes de imponerse a los demás. Esta es la clave que no queremos descubrir, porque nos obligaría a cambiar nuestras actitudes para con los demás. En contra de lo que nos dice el instinto, cuando me impongo a los demás no soy más, sino menos humano.

Meditación

El cordero que eliminó, del mundo, la opresión.
Es el mejor resumen de toda la vida de Jesús.
Solo actuando como cordero, se puede conseguir ese objetivo.
Arremetiendo contra los demás se aumenta la violencia.
Ser cristiano significa repetir la manera de actuar de Jesús.
Por más que nos empeñemos no existe otro camino.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Cordero de Dios.

Domingo, 15 de enero de 2023
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Queremos-ver-a-Jesus

Jn 1, 19-24

«He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»

El cuarto evangelio se escribe muy tarde y pone en boca del Bautista la cristología desarrollada en las comunidades joaneas a lo largo de ese tiempo. En el texto de hoy, Juan presenta a Jesús como el Cordero de Dios; como el Hijo amado alentado por su Espíritu, pero la teología posterior retuerce la imagen del cordero —víctima que se sacrifica a Dios— para elaborar una horrenda doctrina de la redención que ha prevalecido a lo largo de mucho tiempo (y que todavía persiste).

Jesús —el Bueno— carga con nuestros pecados para ofrecerse como víctima vicaria al Padre —el Justo—, que de esta forma ve zanjada la ofensa que le hemos infringido y puede reconciliarse con el género humano. Pero esta interpretación contradice al propio evangelio de Juan, que más adelante nos dice que en Jesús hemos visto al Padre; es decir, que si Jesús es misericordioso es porque el Padre lo es, y que si es capaz de comprometerse hasta el final con el Reino, es porque Dios también está comprometido hasta el final con el género humano… En Jesús hemos visto que Dios es nuestro aliado contra el mal, y él, Jesús, su instrumento para librarnos del pecado: «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

Pero esta expresión nos suscita tres preguntas importantes. La primera, ¿cuál es la naturaleza del pecado?… Hoy tendemos a rechazar la noción de culpa y creer que el pecado, el mal, es básicamente error y debilidad. Nos apetece lo que en realidad no merece la pena: nos fascina lo que nos perjudica… Pero el hecho de no considerar el pecado como ofensa a Dios no le quita entidad, pues sigue siendo nuestra peor lacra, porque nos esclaviza, socaba la convivencia y destroza nuestra vida.

La segunda pregunta es, ¿cuál es el origen del mal?… porque si el mal no procede del Dios creador de todas las cosas ¿de dónde procede?… Argumentos como el de Epicuro para ligar la existencia del mal a la inexistencia de Dios son muy convincentes, pero faltos de rigor, porque lo único que demuestran es que el problema del mal es inasequible a nuestra razón. Y nada más.

La tercera pregunta es quizá la más importante para nosotros: ¿Cómo puede Jesús quitar el pecado del mundo; cómo puede librarnos del pecado?…

Pues, en primer lugar, desculpabilizándonos. A lo largo del evangelio, Jesús no trata a los “pecadores” como culpables, sino como necesitados de Dios y amados por Él. Jesús no nos considera malvados por estar sometidos a la ley del pecado, sino sus víctimas, porque el pecado, más que cometerse, se padece. En segundo lugar, Jesús nos libra del pecado encendiendo su luz para que no tropecemos en las trampas de la vida. Los seres humanos somos propensos a equivocarnos; a tropezar, y Jesús nos presta su luz para mostrarnos el camino.

Finalmente, Jesús nos propone una forma de vida, a la que compara con un tesoro, y nos dice que quien lo encuentra vende todo para comprarlo; lo demás deja de tener valor para él… incluida la atracción que sobre nosotros ejerce el pecado.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

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¿A quién damos testimonio? ¿de qué?

Domingo, 15 de enero de 2023
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Juan 1, 29-34

En aquel tiempo, bastantes años después de la muerte de Jesús, el grupo de seguidores de Juan Bautista seguía creciendo. Con espíritu misionero habían extendido la doctrina de su maestro por muchos lugares. En Éfeso habían bautizado a una parte de la población “con el bautismo de Juan”. En esa ciudad no se conocía el bautismo de Jesús.

Para muchas comunidades cristianas la situación era preocupante. La figura del Bautista, tras ser decapitado por Herodes, se había ido agrandado, hasta el punto de que en algunas zonas eclipsaba a Jesucristo, muerto y resucitado. ¿Qué podían hacer?

El autor del cuarto evangelio puso su granito de arena. En su relato, dejó a un lado la infancia de Jesús y comenzó su evangelio con un himno muy significativo para las primeras comunidades. En ese himno se afirmaba que el Verbo no solo estaba junto a Dios, sino que era Dios; ese Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

Sin embargo, Juan Bautista solo era testigo. Por eso, a continuación del prólogo, el evangelio comienza con la frase: “He aquí el testimonio de Juan”.

El Bautista no era la luz, sino que daba testimonio de la luz. No era el Cristo, ni Elías, ni un profeta. Con eso se aclaraban bastantes confusiones. Como Isaías, era voz que clamaba en el desierto, pero no era la Palabra hecha carne.

El cuarto evangelio pasa de puntillas sobre el bautismo de Jesús y no quiere resaltar la figura del Bautista en ningún lugar de su evangelio; al contrario, Jesús debía crecer, y Juan debía menguar (Juan 3, 28-30).

Tras el prólogo, el evangelista va presentando lo que pudo ocurrir en el interior de Juan Bautista, su proceso vital y espiritual. Es como si el evangelio nos metiera “en las entrañas del Bautista”, para ayudarnos a comprender su proceso interior.

En primer lugar, el sentido de su vida: ha venido para dar a conocer a un hombre -a Jesús- al que ha bautizado con agua. Es decir, no tiene sentido que el Bautista fuera el centro de atención y consiguiera más y más discípulos, sino que viene a realizar una misión que conduce a Jesús. Y el Bautista le deja paso, consciente de que Jesús ha venido después, pero, en realidad, es el primero.

El evangelio nos presenta también la vocación y misión del Bautista: ha recibido la inspiración de que mientras él estuviera bautizando con agua, conocería a quien era capaz de bautizar en el Espíritu. Y dar testimonio de que ese es el Hijo de Dios.

¿No se saludaron Jesús y el Bautista? ¿No se produjo un encuentro familiar entre los dos, puesto que eran primos y los lazos familiares se cuidaban en Israel?

Lo que importa no es lo que pudo ocurrir, o no, desde el punto de vista histórico, sino el testimonio de Juan sobre Jesús: “Este es el Cordero de Dios”.

Pero ¿cómo pudo decir esa frase, que se formuló muchos años después? Es como si nos dijeran que alguien habló del COVID, hace 50 años. Imposible. Llamar a Jesús “Cordero de Dios” es una confesión de fe que las comunidades cristianas acuñaron tras la experiencia de Pascua, en un proceso lento y muy elaborado.

El evangelista no nos ha querido engañar. Simplemente ha dejado a un lado la perspectiva histórica para ofrecer una catequesis, que desemboca en los versículos siguientes en un relato de vocación. Dos discípulos de Juan le abandonan para seguir a Jesús. Dan testimonio de que merece la pena seguirle y animan a otras personas a hacerlo.

Con esta perspectiva se comprende mejor el texto del evangelio de hoy. Juan Bautista es un hombre de Dios que está a la escucha. Ve y oye. Capta los signos y da testimonio. Y, gracias a su testimonio, quienes seguían a Juan pasan a ser discípulos del Maestro.

Hoy vemos y oímos. Captamos signos y los interpretamos. ¿Damos testimonio? ¿De qué o de quién? ¿A dónde conduce nuestro testimonio?

 

Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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