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Nadie tiene que venir a salvarme desde fuera.

Domingo, 14 de marzo de 2021
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img_men_2073_2014-4-29_6Jn 3,14-21

Estamos en el c. III. Este evangelio es un esquema teológico. Cada capítulo tiene identidad por sí mismo, aunque éste es el que menos unidad interna muestra. El punto de partida es el diálogo con Nicodemo: “Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo le responde: “Eso es imposible”. Jesús insiste: “El que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. ¿Cómo puede ser eso? Comienza el discurso que hemos leído.

El domingo pasado, Jesús arremetió contra el culto que se desarrollaba en el templo. Hoy arremete contra la manera de interpretar la Ley que tienen los fariseos. En ambos casos se trata de instituciones antiguas vacías de contenido que hay que sustituir. No se trata de una nueva interpretación, (que es lo que busca Nicodemo), sino de algo completamente distinto: hay que nacer de nuevo. No debemos pensar en discursos pronunciados por Jesús. Juan pone en boca de Jesús una cristología propia de finales del s. I.

Lo mismo que Moisés levantó la serpiente. Lo que hizo Moisés es recordar al dios egipcio Ranenutet (representado por una serpiente). Su Dios le manda construir la imagen de otro dios. Es imprescindible saber que el dios egipcio era a la vez veneno y antídoto; muerte y vida; opresión y salvación. Al ser crucificado, Jesús representa a la vez muerte y vida, humillación y exaltación. Al decir “levantado”, va más allá de una alusión a la serpiente. La cruz es manifestación de la lealtad de Dios. Es la exaltación de Jesús.

Para que todo el que lo haga objeto de su adhesión, (crea) tenga Vida definitiva. “Vida definitiva” denota la calidad de vida propia del estadio definitivo. Traducir por “eterna” empobrece el significado, por insistir solo en la duración y no en la calidad. La consecuencia de “ser levantado en alto”, es alcanzar plenitud de Vida. El Espíritu que nos comunicará, será la fuente de verdadera Vida para todos los que le acepten.

Demostró Dios su amor al mundo. El amor se hizo visible en un acto. No se dirige solo a los cristianos, sino al mundo. Jesús es el don de Dios a la humanidad. “Dar a su Hijo” no se refiere aquí sólo a la encarnación, sino a la crucifixión. Para Juan, Jesús es enviado al mundo. Para los sinópticos, a Israel. La salvación está destinada a todos. No solo al pueblo elegido, sino a todas las naciones. Se acabaron los privilegios. La Vida del Espíritu se ofrece a todos. A finales del s. I. el cristianismo era ya una religión universal.

El que le presta adhesión no tendrá sentencia. El que se la niega, ya tiene la sentencia. No hay lugar para la indiferen­cia. La sentencia negativa o positiva, no es consecuencia de un acto de Dios. Es el resultado de una actitud por parte del hombre. Si comprendiéramos bien este versículo, cambiaría todo el modo de entender la moral. Desde la visión farisaica (y la nuestra), Dios juzgaba a los hombres después de ver sus acciones. Si eran conforme a la Ley, los salvaba, si eran contrarias a la Ley, los condenaba. Dios es justicia. Todo está siempre en equilibrio. Cada acto del hombre le coloca en su sitio.

Los hombres han preferido las tinieblas a la luz. “Su modo de obrar” denota el proceder habitual, no un acto puntual.     En el prólogo se nos había dicho: “Y la Vida era la luz de los hombres”. No es la luz la que da Vida (como maestro), sino al revés, es la Vida la que te iluminará. Sin Vida no se puede aceptar la luz. La falta de Vida lleva consigo el rechazo de la luz. Mantener una relación con Dios desde la Ley, desde lo externo, sin Vida, es mantener la relación de injusticia en que están los dirigentes religiosos. El que oprime al hombre no puede aceptar la luz. La adhesión a Jesús exige salir de la situación de opresión.

El que obra con bajeza… El que practica la lealtad. “Obrar con bajeza” (practicar lo malo), se opone a “practicar la lealtad”. “Hacer la verdad” es un semitismo que utiliza Juan, y lo opuesto es “hacer la falsedad”. El que es cómplice de la muerte no puede aguantar la Vida. La considera como una agresión. No se eligen las tinieblas por el valor que puedan tener en sí, sino por odio a la luz. No son las doctrinas (Luz), las que separan de Dios, sino la conduc­ta (Vida). Quien daña al hombre con su modo de obrar, se opone al amor-vida. Rechazando la luz, cree poder continuar haciendo el mal sin ser descubierto.

Practicar la lealtad es lo contrario de obrar con bajeza. Equivale a hacer lo que es bueno para el hombre. Al emplear “lealtad” nos está diciendo que el amor no es algo teórico, sino práctico. La Vida es anterior a la luz. El acercamiento a la luz se hace por amor a la luz, no para que se vean las obras “realizadas en unión con Dios”. No obras hechas según Dios, sino algo más. Obras en las que, con la actividad del hombre, se ve la de Dios revelando su gloria-amor. Creer va unido a las obras buenas. La incredulidad acompaña a las malas.

En el trozo del discurso que acabamos de analizar nos encontramos con los aspectos más originales de la salvación ofrecida por Jesús según este evangelio: 1) La salvación es Vida. 2) Viene de Dios, que es VIDA. 3) Es don gratuito e incondicional. 4) Es absoluto, no una alternativa a la condenación. 5) Exige la adhesión a Jesús. 6) Se manifiesta en las obras. Cada uno de estos puntos nos tendría que advertir de los errores en que caemos a la hora de hablar de esa salvación. Tendemos a esperar de Dios una salvación raquítica.

Hablar de salvación, es plantearse el sentido último de la vida. Sería desplegar las más elevadas posibilidades humanas. El término “salvación” tiene connotación negativa y eso es muy peligroso a la hora de entender el evangelio. El pensar en la salvación en términos negativos ha paralizado nuestro desarrollo. Hemos creído que, si elimino el pecado, estoy salvado. Salvarse no es evitar la condenación. La salvación es siempre positiva. Sería llevarnos a una plenitud de ser, llevando al límite las posibilidades de nuestro verdadero ser.

La salvación no me viene de fuera. La salvación surge de lo hondo de mí ser. Desde ahí, Dios-presencia posibilita mi plenitud. Hay que tener muy claro que me salva totalmente Dios y me salvo totalmente yo. La acción de Dios y la del hombre, ni se suman ni se restan ni se interfieren, porque son de naturaleza distinta. “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (Agustín). Todo lo que depende de Dios ya está hecho. Mi salvación depende solo de mí.

La conciencia que tenemos de que Dios puede no salvarme, es prueba de que esperamos una salvación equivocada. Queremos que Dios nos libere del sufrimiento, la enfermedad, la muerte. Todo eso forma parte de nuestra condición de criaturas y es inherente a nuestro ser. Ni Dios puede hacer que sigamos siendo criaturas sin limitacio­nes. Buscar la salvación por ahí es un error garrafal. La salvación tiene que realizarse a pesar de mis limitaciones.

La salvación no es cambiar lo que soy ni añadir nada a lo que ya soy. Es una toma de conciencia de lo que en realidad soy y vivir en esa conciencia. Es descubrir el tesoro que está escondido dentro de mí y disfrutar de él. “La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”. Se trata de “conocer”.

Meditación

Hay que nacer de nuevo.
Somos fruto de la evolución de la carne.
No he nacido como ser espiritual ya realizado.
Tengo la capacidad de llegar a serlo,
pero debo desplegar esa capacidad que se me ha dado.
Si no la despliego, me quedaré en la carne.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Jesús es para todos.

Domingo, 14 de marzo de 2021
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jesus-y-nicodemo“Un camino espiritual puede vivirse en todas partes y en todo tiempo. Supera confesiones y dogmas y no requiere una comunidad organizada, templo ni catedral”. (Willigis Jäger).

Domingo 14 de marzo DOMINGO IV DE CUARESMA

Jn 3, 14-21 “Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a darle a su Hijo único”.

El evangelio es luz para nuestra existencia. Jesús, como regalo de Dios a la Humanidad, no ha sido enviado para sentenciar a los que no le sigan sino como una luz para las tinieblas, como las estrellas que iluminan la noche o los relámpagos los espacios abiertos sobre el mar.

En su conversación con el fariseo Nicodemo declara que es necesario nacer de nuevo para ver el reino de Dios, puesto que no se trata de un simple cambio o conversión, sino de hacer algo nuevo. No de manera biológica; es el Espíritu el agente de este nuevo nacimiento o génesis -que significa comienzo- como se dice en el primer capítulo y primer versículo del Génesis, mediante la fe vivificadora.

La espiritualidad es, como el amor para Carmen en su famosa habanera, “un pájaro rebelde que nadie puede enjaular”.

 

El espíritu divino –ave en la iconografía cristiana e igualmente libre y rebelde– no puede considerarse hacienda personal de nadie.

El Maestro de Nazaret es lugar de atracción para todos los seres humanos: judíos, cristianos, herejes o hinduistas. A saber: Pedro y Pablo como judíos; Santa Mónica y San Agustín, como cristianos; Lutero y Calvino como herejes o Mahatma e Indira Gandhi como hinduistas.

De mi libro Naturalia, este Poema

EL ÁGUILA

Tu sueño, a velas desplegadas,
que sienten la montaña, el mar, el bosque.
Que subes sus entrañas
hasta el cielo.
Enséñame a elevar mis pensamientos.
Que descansen
en tu corona real y en el regazo
del Dios que los creó.
Enséñame a ver la tierra
desde las alturas.
Si de día, mis iluminaciones;
si de noche, mis oscuridades,
que también son mías y las quiero.

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Vida eterna y eternizar la Vida.

Domingo, 14 de marzo de 2021
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nicodemoJn 3, 14-21

14 de marzo de 2021

Avanza el tiempo de Cuaresma y, en este cuarto domingo, nos encontramos con un discurso de Jesús esencial para comprender su recorrido hacia la Pascua. Este texto forma parte del diálogo tan profundo que mantuvieron Jesús y Nicodemo. Nicodemo era un rico fariseo, maestro en Israel y miembro del Sanedrín, pero con una concepción del judaísmo más abierta y con el convencimiento de que Jesús era un enviado del Dios de Israel.

El diálogo con Nicodemo tiene un momento central en el que Jesús le dice que es necesario nacer de nuevo para ver el Reino de Dios. Los escritos joánicos suelen referirse al Reino de Dios y a la Vida eterna como realidades similares; por eso, en este texto, el Hijo juega un rol fundamental, no de condena o juicio sino para despertar en el corazón de la humanidad esa vida que trasciende nuestro paso por este mundo, una realidad que forma parte de lo que somos. Moisés levantó la serpiente de bronce para que los Israelitas siguieran con vida, ahora es el mismo Dios hecho humano quien va a mantener con Vida Eterna a toda la humanidad.

En la primera parte del texto, parece que Jesús hace un claro alegato al tema de la Salvación, cuestión fundamental para el judaísmo y que basan en una liberación de los sufrimientos esclavitudes, situaciones visibles necesitadas de redención y de perdón. Para ello, son necesarios mediadores, profetas, enviados por el Dios de Israel que recordarán la tensión que han de vivir entre el cumplimiento de la Ley y la salvación definitiva con la llegada del Mesías. Los más conservadores exigirán un estricto cumplimiento de normas y mandatos, signos que, si no son cumplidos o creídos, si no se da un apego a los mandatos de su Dios, la persona quedará en manos de un juicio y un triste final. Supongo que ya no arrastramos esta visión de la salvación ¿verdad?

Ahora bien, Jesús deconstruye esta concepción farisaica de la Salvación al referirse no al cumplimiento de signos externos sino a la consciencia de una nueva dimensión del ser humano que sostiene las profundidades de su existencia: la Vida Eterna. La Vida Eterna está asociada al Hijo, a ese nuevo referente y espejo del ser humano que, desde la libertad, elige conectar con la LUZ y dejarse inspirar por ella: “para que aparezca con toda claridad que es Dios quien inspira sus acciones”.

La primera acción y palabra de Dios en el relato de la Creación del Génesis es precisamente dar existencia a la LUZ, la Luz que es la consciencia y la capacidad de comprender, de dar sentido a la realidad creada. Separa la LUZ de las tinieblas y el texto de hoy nos recuerda que vivir en la LUZ nos encamina hacia la verdad de lo que somos. Podemos elegir entre vivir desde el poder de la Luz, que nos mueve a hacer el bien, a realizar acciones inspiradas por el Dios-Amor, a co-crear una nueva humanidad, o vivir desde la tiranía de las tinieblas que nos enredan en la oscuridad de las trampas, justificaciones y la supremacía de nuestros egos. Camino complejo, de avances y retrocesos, pero si nos ponemos bajo la influencia de la LUZ podremos avanzar sin perder el horizonte de la Vida Eterna, eternizando la Vida, como plenitud de lo que ya somos, pero todavía no.

¡¡FELIZ DOMINGO!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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¿Qué nos salva?

Domingo, 14 de marzo de 2021
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iceberg-1Domingo IV de Cuaresma

14 marzo 2021

Jn 3, 14-21

  Los niños esperan la “salvación” de fuera y la conciben, además, de forma mágica. La humanidad en su conjunto ha conocido también esa forma de entender su propia salvación. La imagen de la serpiente de bronce elevada por Moisés en el desierto (Num 21,4-9), capaz de curar a quien la mirara, es el paradigma de la salvación entendida de aquel modo.

 Con el tiempo, las religiones han podido cambiar la referencia –no se habla ya de una serpiente–, pero han seguido manteniendo el mismo esquema: seríamos salvados, desde fuera, por un Dios que envía a su Hijo como emisario divino y salvador.

 De la misma manera que nos entiende como seres carenciados que necesitan ser “completados” por algo exterior, una lectura mental nos ve como “pecadores” que necesitan ser “salvados” desde fuera.

 Sin embargo, así como ahora vemos inasumible la literalidad del mito –aun respetando su valor o significado simbólico–, a cada vez más personas la lectura que hace la mente nos resulta igualmente inapropiada.

 Más allá de la forma concreta con la que nuestra mente nos identifica, somos plenitud. Más allá de lo que pensamos, sentimos y hacemos, hay “Algo” en lo que nos reconocemos y que permanece estable en medio de todos los cambios que afectan a nuestra persona. Eso es lo que somos. Y eso es “completo”. Descubrirlo es sentirse “salvados”.

 Estamos ya salvados –siempre lo hemos estado–. Pero no en nuestro pequeño yo –en una supuesta actitud de orgullo religioso que suelen criticar quienes malinterpretan aquella afirmación primera–, sino en esa Realidad profunda que constituye nuestra identidad. El yo no puede presumir de estar salvado, pero lo que somos no necesita salvación alguna. Lo único que realmente necesitamos es reconocerlo.

 En lenguaje cristiano, una vez superado el mito, podría llegar a decirse que Jesús no nos salva desde fuera ni nos salva de nada. Nos “salva” porque nos muestra, en él mismo, que somos ya plenitud. Que, como él, cuando no nos reducimos al ego, podemos decir con toda razón: “Yo soy la vida”. Como todas las personas sabias, nos ayuda a ver.

¿Qué ideas tengo acerca de la “salvación”?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Nicodemo / Francisco en Irak

Domingo, 14 de marzo de 2021
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  1. C37B2855-A2BC-4028-AC85-8DD4166BE18EFrancisco en Irak.

         Hace unos días Francisco “visitaba” Irak, país de 41 millones de habitantes, con un 95 % de la población musulmana (aproximadamente 60 % sunies y 40 % chiítas). Los cristianos pudieran llegar a un 5%. En 2003 había en Irak millón y medio de cristianos, en el 2013, el número de cristianos descendió a 450.000. Hoy en día parece que apenas llegan a 250.000 cristianos y todo ello debido a la persecución que sufren los cristianos principalmente por el Estado islámico. El exilio de cristianos es constante. Por ejemplo:

En la actualidad, miles de cristianos católicos iraquíes viven en Alemania. La Comunidad Católica Caldea en Múnich, está formada por alrededor de 20.000 cristianos caldeos viviendo en Alemania, según aseguró a Deutsche Welle.

         Irak es la antigua Mesopotamia, con los ríos Tigris y Éufrates, lugar en el que la Biblia y la mitología sitúan el “paraíso terrenal.

No sé si Adán y Eva fueron expulsados del paraíso terrenal, pero quienes están siendo “expulsados” hoy son los cristianos.

         En un clima tenso, difícil, Francisco ha visitado a esta minoría cristiana (no se da un baño de masas). Francisco acude a consolar, a ayudar a esta iglesia cristiana de varios ritos: caldeo, siro-ortodoxa, armenio, asirio).

         Francisco predica con el ejemplo. Hay que vivir abiertos y salir a las periferias.

Los viajes del papa Francisco, en sus ocho años de pontificado, se han diferenciado de los de sus antecesores porque no han tenido como destino los grandes centros católicos del mundo -Europa, Sudamérica y regiones de África-, sino que ha viajado allí donde los cristianos son minoría: Tailandia, Emiratos Árabes Unidos, Japón, Corea del Sur.

         El tono abierto y dialogante de Francisco ha tenido dos momentos culminantes:

  1. El histórico encuentro de Francisco con el ayatolá, Al Sistani, en la ciudad de Nayaf. Al Sistani es el principal líder religioso chiíta.

Quiera Dios que este encuentro entre ambos ayude a mejorar las relaciones no solamente entre el Vaticano y el islam (sería una cuestión política), sino entre los cristianos y el islam.

  1. La visita del papa a Ur de Caldea, donde la tradición dice que nació Abraham, padre las tres religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islamismo.

Además, admitiendo de buen grado la teoría del evolucionismo: venimos de especies inferiores (Darwin), y permaneciendo, también de buen grado, en la mitología y los símbolos bíblicos, puesto que, en esa tierra de Mesopotamia (hoy Irak), la Biblia ubica ahí el paraíso terrenal, Francisco visitó la tierra en la que nació la humanidad, Adán y Eva.

         Francisco se acercó a las fuentes de la tradición. Tradición, traditio, no significa fanatismo, mantener a capa y espada costumbres, ritos, formas que, tal vez ya no sirven, sino que tradición significa acoger lo que se nos entrega.

         Abraham es nuestro padre en la fe, se fio de Dios. Abraham fue quien “descubrió” que el sentido de la vida y la salvación radica en confiar, en fiarse en la vida de Dios.

        Es bueno vivir de lo que hemos recibido, de lo que se nos ha entregado.

         Como hijos de la Ilustración seguimos pensando y viviendo que la solución a la vida la tenemos en el próximo ordenador, en llegar a Marte. Lo pasado, la traditio ya no “nos sirve para nada”. Lo viejo es “malo”, lo mismo da que sea un odenador, que un móvil o una persona.

         René Latourelle (1918-2017), uno de los teólogos más notables de la época conciliar (Vaticano II), escribía:

Nuestros contemporáneos están instalados en las ramas de un árbol que no tiene raíces. La historia comienza con ellos. Hay que oír las declaraciones de determinados magos del mundo político y religioso. Cada uno se parece a un polluelo que acaba de romper el cascarón y que, totalmente desnudo y sin pelos todavía, exclama: ¡Aquí estoy yo! ¡comienza el mundo! La imagen ni siquiera resulta caricaturesca. Lo repetimos: un presente que no tiene pasado carece de futuro.

La historia de la humanidad es la de una tradición, de una transmisión de patrimonio, con momentos de discontinuidad, cierto, pero nunca de ruptura total. El hombre del rechazo devastador y del reino del yo siente la tradición como un obstáculo al proceso de emancipación total de su libertad. Desafía a toda autoridad, niega toda paternidad, olvidando que el rechazo de toda tradición le hace retroceder, porque significa la abolición de todo el patrimonio adquirido…

LATOURELLE, R. Una llamada a la esperanza, Salamanca, Ed Sígueme, 1997, 47.

         Francisco en Ur de Caldea volvió a las raíces de nuestra fe, de nuestra cultura, de nuestra traditio.

  1. nicodemo

         El evangelio de hoy nos ofrece el encuentro entre Jesús y Nicodemo.

         Nicodemo es un intelectual, un jefe dentro de la secta farisea.

Nicodemo es un hombre honrado: se enfrentará al sanedrín cuando van a arrestar a Jesús ya que la ley “obliga a escuchar primero al acusado antes de condenarle, (Jn 7,32.45-52). Fue igualmente valiente al ir con José de Arimatea a dejar piadosamente ungido con un bálsamo de mirra y áloe el cadáver de Jesús (Jn 19,30).

Y es un hombre que accede a Jesús de noche y la noche en San Juan significa una actitud espiritual, la esfera de las tinieblas y de la mentira, que no admiten o se oponen a Jesús. (Cuando Judas sale del cenáculo, era de noche, Jn 13,30). Los hombres amaron más las tinieblas que la luz, (Jn 3,19).

         Acercarnos a Jesús es acercarnos a la luz. Y acercarnos a Jesús es acercarnos al amor de Dios, al Dios de amor, porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo al mundo para que tengamos vida. Dios es amor, 1Jn 4,9)

         Dios ama a la humanidad y su designio es que toda la humanidad se salve y llegue al conocimiento de la verdad (1Tim 2,4).

         Hemos vivido momentos eclesiásticos duros, todavía en algunas diócesis estamos en una teología, moral, etc. violenta, fanática.

Como Nicodemo, acudamos en nuestras noches a Jesús: luz y amor. Y demos gracias a Dios porque el papa Francisco trata de reformar la Iglesia y la misericordia de Dios se hace más presente. Esperemos que llegue algún día también a nuestra iglesia local).

         Cuando Dios habla, ama. Y el amor de Dios es liberador.

Cuando nos pese la vida, cuando lo eclesiástico diocesano se torna castigo, descalificación y sufrimiento, volvamos al Dios de Jesús que nos ama.

         No le tengamos miedo a Dios. Dios es “buena gente” y nos ama.

  1. Mirarán al que transpasaron

         El Hijo del hombre tiene que ser elevado. Es el momento culminante de nuestra salvación.

         Dios le manda a Abraham que eleve su mirada y mire las estrellas del cielo: son expresión de la creación y bondad de Dios. San Juan nos recuerda: mirarán al que transpasaron, (Jn 19,13).

         Cuando miramos a JesuCristo crucificado, nos infunde una profunda paz y serenidad, es la redención, estamos salvados. No nos hace falta más, basta con mirar al que crucificaron, sus heridas nos han curado, (1Ped 2,24).

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“Ojos nuevos”. 22 de marzo de 2020. 4 Cuaresma (A). Juan 9,1- 41.

Domingo, 22 de marzo de 2020
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timthumb-php_-682x1024El relato del ciego de Siloé está estructurado desde la clave de un fuerte contraste. Los fariseos creen saberlo todo. No dudan de nada. Imponen su verdad. Llegan incluso a expulsar de la sinagoga al pobre ciego: «Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios». «Sabemos que ese hombre que te ha curado no guarda el sábado». «Sabemos que es pecador».

Por el contrario, el mendigo curado por Jesús no sabe nada. Solo cuenta su experiencia a quien le quiera escuchar: «Solo sé que yo era ciego y ahora veo». «Ese hombre me trabajó los ojos y empecé a ver». El relato concluye con esta advertencia final de Jesús: «Yo he venido para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos».

A Jesús le da miedo una religión defendida por escribas seguros y arrogantes, que manejan autoritariamente la Palabra de Dios para imponerla, utilizarla como arma o incluso excomulgar a quienes sienten de manera diferente. Teme a los doctores de la ley, más preocupados por «guardar el sábado» que por «curar» a mendigos enfermos. Le parece una tragedia una religión con «guías ciegos» y lo dice abiertamente: «Si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán al hoyo».

Teólogos, predicadores, catequistas y educadores, que pretendemos «guiar» a otros sin tal vez habernos dejado iluminar nosotros mismos por Jesús, ¿no hemos de escuchar su interpelación? ¿Vamos a seguir repitiendo incansablemente nuestras doctrinas sin vivir una experiencia personal de encuentro con Jesús que nos abra los ojos y el corazón?

Nuestra Iglesia no necesita hoy predicadores que llenen las iglesias de palabras, sino testigos que contagien, aunque sea de manera humilde, su pequeña experiencia del evangelio. No necesitamos fanáticos que defiendan «verdades» de manera autoritaria y con lenguaje vacío, tejido de tópicos y frases hechas. Necesitamos creyentes de verdad, atentos a la vida y sensibles a los problemas de la gente, buscadores de Dios capaces de escuchar y acompañar con respeto a tantos hombres y mujeres que sufren, buscan y no aciertan a vivir de manera más humana ni más creyente.

José Antonio Pagola

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“Fue, se lavó, y volvió con vista”. Domingo 22 de marzo de 2020. Domingo 4º de Cuaresma, ciclo A.

Domingo, 22 de marzo de 2020
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17-CuaresmaA4Leído en Koinonia:

1Sm 16,1b.6-7.10-13ª: David es ungido rey de Israel
Salmo responsorial 22: El señor es mi pastor, nada me falta
Ef 5,8-14: Levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz
Jn 9,1-41: Fue, se lavó, y volvió con vista

El pueblo de Dios se planteó desde antiguo un gran problema: ¿cómo saber quién es el enviado de Dios? Muchos aparecían haciendo alarde de sus habilidades físicas, de su astucia, de su sabiduría, incluso, de su profunda religiosidad, pero era muy difícil saber quien procedía de acuerdo con la voluntad del Señor y quien quería ser líder únicamente para obtener el poder.

En la época de Samuel la situación era realmente complicada. El profeta, movido por el Espíritu de Dios, buscó un líder que sacara al pueblo del difícil atolladero de la crisis interna de las instituciones tribales y de la amenaza de los filisteos. Surgió Saúl, un muchacho distinguido, de buena familia y de extraordinaria complexión física. Los hebreos más pudientes lo apoyaron de inmediato, esperando que el nuevo rey lograra controlar el avance de los filisteos. Sin embargo, el nuevo rey en poco tiempo se convirtió en un tirano insoportable que agravó el conflicto interno y que, por sus constantes cambios de comportamiento, comprometió seriamente la seguridad de las tierras cultivables. Samuel, entonces, pensó que la solución era ungir un nuevo rey, una persona que se pudiera hacer cargo de la situación. La unción profética se convirtió, en aquel momento, en el medio por el cual se legitimaba la acción de un nuevo líder ‘salvador’ del pueblo. Siglos más tarde, los profetas se dieron cuenta de que no bastaba cambiar el rey para cambiar la situación, sino que era necesario buscar un sistema social que respetara los ideales tribales, lo que luego se llamo ‘el derecho divino’. Sin embargo, subsistió la idea de que el ‘líder salvador’ tenía que ser designado por un profeta reconocido. De este modo, la unción de los caudillos de Israel pasó a ser un símbolo de esperanza en un futuro mejor, más acorde con los planes de Dios.

En la época del Nuevo Testamento, el pueblo de Dios que habitaba en Palestina enfrentó un gran reto: ¿cómo hacer reconocer a Jesús como ungido del Señor? Aunque Jesús había conocido a Juan Bautista y, luego, había retomado su predicación, se cernía aún sobre él la duda, debido a su origen humilde, a la manera tan diferente de interpretar la ley y a su poca vinculación con el templo y sus rituales. Muchos se oponían a reconocer que él era un profeta ungido por el Señor, movidos simplemente por prejuicios culturales y sociales. La comunidad cristiana tuvo que abrirse paso en medio de estos obstáculos y proclamar la legitimidad de la misión de Jesús. Solamente quien conociera la obra del Nazareno, su entrañable amor a la vida, su dedicación a los pobres, su predicación del reinado de Dios, podía reconocer que él era el “ungido”, el “Mesías” (como se dice en hebreo), o el “Cristo” (como se dice en griego).

Las ‘señales y prodigios’ que Jesús actuó en medio de la gente pobre causaron gran impacto y, por esto, fueron motivo de controversia. Los opositores del cristianismo veían en las sanaciones que Jesús obraba, simplemente la labor de un curandero. Sus discípulos, por el contrario, comprendían todo su valor liberador y salvífico. Pues, no se trataba sólo de poner remedio a las limitaciones humanas, sino de devolverle toda la dignidad al ser humano. La persona que recuperaba la visión podía descubrir que su problema no era un castigo de Dios por los pecados de sus antepasados, ni una terrible prueba del destino. Era una persona que pasana de la desesperación a la fe y descubría en Jesús al profeta, al ungido del Señor. Su problema, una limitación física, se le había convertido en una terrible marca social y religiosa. Pero, el problema no era su limitación visual, sino la terrible carga de desprecio que la cultura le había impuesto. Jesús lo libera del insufrible peso de la marginación social y lo conduce hacia una comunidad donde lo aceptan por lo que él es, sin importar las etiquetas que los prejuicios sociales le habían impuesto.

En el evangelio se nos relata una especie de drama entre los vecinos del lugar donde el ciego solía pedir limosna, los fariseos que eran un grupo de judíos piadosos y cumplidores de la ley y los “judíos” en general, una expresión genérica con la que el evangelista designa a las altas autoridades religiosas del pueblo judío de la época de Jesús. Hasta los padres del ciego son involucrados en el drama.

Se trata de un verdadero «drama teológico», simbólico, de una gran belleza literaria. De ninguna manera se trata de una narración cuasiperiodística de unos hechos históricos, o de un relato que nos describa ingenuamente cómo sucedieron las cosas. No olvidemos que es Juan quien escribe, y que su evangelio se mueve siempre en un alto nivel de sofisticación, de recurso al símbolo y a la insinuación indirecta. Si tenemos que dirigir la palabra en la homilía, conviene no «contar» las cosas como quien cuenta hechos históricos tal cual, como si estuviera entreteniendo a unos niños. Los oyentes son adultos y agradecen que se les trate como a tales, sin abusar de que se tiene la palabra en un ámbito litúrgico donde por respeto nadie va a levantar la mano ni menos a contradecir, y que por eso se puede decir cualquier cosa, que «todo cuela» en ese ambiente.

En el «drama teológico» que hoy leemos, de Juan, el ciego se convierte en el centro. Todos se preguntan cómo es posible que un ciego de nacimiento sea ahora capaz de ver. Sospechan que algo grande ha sucedido, preguntan por el que ha hecho ver al ciego, pero no llegan a creer que Jesús sea la causa de la luz de los ojos del ciego. Un simple hombre como Jesús no les parece capaz de obrar tales maravillas. Menos aún habiéndolas obrado en sábado, día sagrado de descanso que los fariseos se empeñaban en guardar de manera escrupulosa. Y menos aún siendo el ciego un pobretón que pedía limosna al pie de una de las puertas de la ciudad. Todos interrogan al pobre ciego que ahora ve: los vecinos, los fariseos, los jefes del templo. Jesús se hace encontradizo con él, solidariamente, al enterarse de que lo han expulsado de la sinagoga. Y en este nuevo encuentro con Jesús el ciego llega a «ver plenamente», a «ver» no sólo la luz, sino la «gloria» de Dios, reconociendo en él al enviado definitivo de Dios, el Hijo del hombre escatológico, el Señor digno de ser adorado… Es el mensaje que Juan nos quiere transmitir narrando un drama teológico -como es su estilo- más que afirmando proposiciones abstractas -como hubiera hecho si hubiera sido de formación filosófica griega-.

Al final del texto las palabras que Juan pone en labios de Jesús hacen explotar el mensaje teológico del drama: Jesús es un juicio, es el juicio del mundo, que viene a poner al mundo patas arriba: los que veían no ven, y los que no veían consiguen ver. ¿Y qué es lo que hay que ver? A Jesús. Él es la luz que ilumina.

No haría falta echarle metafísica y ontología griega a este drama… Es un lenguaje de «confesión de fe». La comunidad de Juan está «entusiasmada», llena de gozo y de amor, poseída realmente por el descubrimiento que ha hecho en Jesús. Sienten que Él les cambia el mundo, que ven las cosas al revés que antes, y que es en Él en quien Dios se les ha hecho patente. Y así lo confiesan. No hace falta más. La ontología de los siglos subsiguientes es cultural, occidental, griega. Para el caso, sobra.

¿Qué significa hoy para nosotros? Lo mismo, sólo que a 20 siglos de distancia. Con más perspectiva, con más sentido crítico, con más conciencia de la relatividad (no digamos “relativismo”) de nuestras afirmaciones, sin fanatismos ni exclusivismos, sabiendo que la misma manifestación de Dios se ha dado en tantos otros lugares, en tantas otras religiones, a través de tantos otros mediadores. Pero con la misma alegría, el mismo amor y el mismo convencimiento. Leer más…

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22.3.20. Dom 4. Cuaresma Ciclo A: Contra los que imponen a otros su ceguera (Jn 9, 1-41)

Domingo, 22 de marzo de 2020
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69136AB8-E09F-436D-9AC4-67F7B13EF2F2Del blog de Xabier Pikaza:

En un mundo de ciegos (con E. Sábato)

  Hoy es el domingo del ciego de nacimiento, pero más que su curación externa, el evangelio describe la polémica de Jesús contra aquellos que le critican y persiguen porque cura a los ciegos no para someterles mejor a su Ley, sino para que sean libres y libremente vean y viva. El tema  no es, por tanto, la curación externa en sí misma, sino el enfrentamiento entre un tipo de malos fariseos, que quieren mantener a los hombres ciegos (oprimidos), bajo una ley que ellos han impuesto a su servicio, y unos hombres como Jesús, que quieren curar  los ciegos, para que vivan y vean en libertad, sin ser oprimidos por otros.

Ésta no es una doctrina nueva, que se me haya ocurrido ahora (año 2020), sino el tema central de un largo curso dirigido en el Bíblico de Roma, el año 1976/7, por I. de la Potterie, un exegeta, por otra parte, muy tradicional, que podía titularse así: Unos fariseos conspiran contra Jesús porque cura a los ciegos.

            Según el evangelio de Juan, hay una religión falsamente farisea  que ciega a los hombres, para mantenerles sometidos. Desde ese fondo pueden leerse algunos rasgos  de la pandemia del coronavirus, que nos sitúa, por un lado, ante una gran ceguera (no sabemos en realidad lo qué pasa) y por otro ante rumores de una gran conspiración, que podría hallarse dirigida por chinos, norteamericanos u otros grupos de presión para  tenernos así a todos ciegos (bajo su dominio).

B8D35247-147D-4489-BC6D-D40BAB412E38         Quiero decir de antemano que no creo en ese tipo de conspiración, aunque formo parte de una generación a la que nos han maleducado y engañado (dominado) con conspiraciones de diverso tipo, dirigidas por sabios de Sion o contubernios judeo‒masónicas. Se habla por ahí de conspiraciones comunistas o capitalistas, musulmanas o norteamericanas, vaticanas  o protestantes, masónicas, diabólicas, sectarias etc.  No creo en conspiraciones, pero es evidente que existe un miedo a la luz con gentes y grupos que quieren impedir que los ciegos vean, como expone con toda claridad el evangelio de Jn 9.

No creo en una conspiración del coronavirus,  el  tema se explica de otra forma,  por fragilidad biológica, como efecto de un tipo de globalización, por  el cambio climático que libera gentes dormidos de siglos, o simplemente por azares impredecibles. En esa línea, en el comienzo de Jn 9, el mismo Jesús dice a sus discípulos que el problema no está en saber el saber el origen de la ceguera, sino en curar a los cielos. Pero, dicho eso, el texto  describe con todo lujo de detalles la conspiración de un tipo de “fariseos” (seguros de su ley) que se oponen a la curación de Jesús, porque prefieren que los ciegos sigan ciegos. 

 Este es un evangelio importante, pero solemos leerlo pasando de puntillas ante su argumento, pensando que se dirige en contra de otros fariseos, cuando de hecho se dirige, hoy más que nunca, a nuestra iglesia, a nuestro mundo,  que sigue conspirando en contra de los “dadores de luz”, como fue Jesús. Así lo mostraré en esta postal,  que consta de tres partes. (1) El texto: Jn 9. (2) Una explicación general de tipo exegético. (3) Situar en ese fondo la teoría visionaria de la conspiración de los ciegos que ofrece E. Sábato en Informe sobre ciegos  (cf. imagen siguiente)

1. TEXTO. JUAN 9,1-41

 37472613-40C9-4AEA-8B1C-305562E36916Es largo, puede pasarlo quien ya lo conoce. A pesar de ello lo voy a reproducir entero. Es un prodigio, he dicho. Basta con leerlo y dejarse impresionar. Si alguien quiere puede pasar luego a mi comentario. El que tenga más tiempo puede leer, finalmente, el Informe sobre Ciegos de E. Sábato, y sacar por sí mismo las consecuencias:

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. [Y sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quien pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?” Jesús contestó: “Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.”

Dicho esto,] escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado.” Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: “¿No es ése el que se sentaba a pedir?” Unos decían: “El mismo.” Otros decían: “No es él, pero se le parece.” Él respondía: “Soy yo.”

[Y le preguntaban: “¿Y cómo se te han abierto los ojos?” Él contestó: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.” Le preguntaron: “¿Dónde está él?” Contestó: “No sé.”]

Llevaron ante LOS FARISEOS al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.” Algunos de los FARISEOS comentaban: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.” Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?” Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?” Él contestó: “Que es un profeta.”

[Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.” Sus padres respondieron así porque tenían miedo los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: “Ya es mayor, preguntádselo a él.”

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.” Contestó él: “Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.” Le preguntan de nuevo: ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?” Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: “Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.

” Replicó el ciego: “Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.”]

1D8E7938-FD6C-48E5-8146-E002B6AD9A8CLe replicaron: “Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?” Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús les dijo: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.” Él dijo: “Creo, señor.” Y se postró ante él.

[JESÚS añadió: “Para un juicio he venido ya a este mundo; para que los que no ve vean, y los que ven queden ciegos.”

LOS FARISEOS que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: “¿También nosotros estamos ciegos?”

JESÚS les contestó: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.”]

2. COMENTARIO DE X. PIKAZA

Introducción

Los fariseos de este pasaje, parásitos controladores de la luz (que quieren mantener al ciego en su ceguera), no son “los judíos”, en contra de los cristianos (que seriamos los buenos alumbradores), sino un tipo especial de personas (judíos o cristianos, ateos o creyentes…) que diciendo que diciendo que tienen la ley de la ley la acaparan para su servicio e impiden que otros hombres (en especial los marginados) vean.

Por eso quiero empezar este comentario diciendo que hay dos tipos de religión, como decía un judío mesiánico llamado H. Bergson (Las dos formas de religión y de moral): (a) Hay una religión que crea y alumbra, que da luz a los ciegos, que ensancha la vida y libera como la de Jesús y otros muchos judíos, cristianos, budistas, musulmanes… (b) Hay una religión explotadora, propia de conspiradores, que viven de controlar e impedir que los otros vean por sí mismos, como los fariseos de este pasaje de Juan, y como muchos otros cristianos, judíos etc etc.

Un texto litúrgico

            Este pasaje de Jn 9 fue desde el principio un texto de “liturgia”, una catequesis que la Iglesia vuelve a presentar en cuaresma, entre el pasaje del agua (3ª Semana, Samaritana: Jn 4, 5-42) y el de la vida (5ª semana, de Lázaro: Jn 11,1-45)

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“Una historia en siete escenas y quince preguntas”. Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo A.

Domingo, 22 de marzo de 2020
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ciego-de-nacimientoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

De nuestro corresponsal en Jerusalén

«A mi hijo lo citaron como testigo, lo estuvieron interrogando más de dos horas y, al final, lo condenaron como culpable. ¿Usted ha oído hablar de algo parecido?» Me lo dice el padre de un ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a las autoridades. Un caso que tiene conmocionada a Jerusalén en estos días de la gran fiesta.

Todo comenzó el sábado pasado, cuando un muchacho ciego de nacimiento fue curado de su ceguera por un galileo llamado Jesús. Al parecer, entre sus discípulos se planteó la discusión de si era ciego por culpa propia o de sus padres. Jesús dijo que nadie tenía la culpa, se agachó a recoger un poco de polvo, escupió sobre él y untó el barro en los ojos del ciego. Luego le mandó lavarse en la piscina de Siloé. Lo hizo y comenzó a ver.

Este corresponsal ha intentado ponerse en contacto con el ciego pero le ha resultado imposible. Tampoco hay noticias de Jesús, que parece haber abandonado la ciudad. Según algunos, este galileo se considera superior a Abrahán y Moisés y no se siente obligado a observar el sábado. Las autoridades, preocupadas por el escándalo que está provocando en la población, convocaron al ciego como testigo de cargo contra Jesús. Según su padre, se comportó de manera imprudente y de testigo terminó en acusado y condenado. No se extrañen. Jerusalén no es Alejandría. En Jerusalén todo es posible.

Un relato en seis escenas

La curación del ciego de nacimiento en una joya literaria, por su dinamismo, diálogo, ironía. Podemos distinguir siete escenas: 1) Jesús, los discípulos y el ciego. 2) El ciego y sus vecinos. 3) El ciego y los fariseos. 4) Los judíos y los padres del ciego. 5) Los judíos y el ciego. 6) Jesús y el ciego. 7) Los fariseos y Jesús

  1ª escena: Los discípulos y Jesús. 1ª pregunta

(La escena tiene lugar al comienzo de las escaleras que conducen al templo de Jerusalén. Un hombre de unos veinte años, ciego, está sentado pidiendo limosna. Jesús y sus discípulos se aproximan a él entrando por la izquierda. Felipe mira al ciego con detenimiento y comienza a discutir con Bartolomé. Luego se acercan a Jesús.)

Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:
-«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?»
Jesús contestó:
-«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»

    La relación entre pecado y castigo estaba muy difundida en el antiguo Israel (y también entre bastantes de nosotros). Jesús mismo ha dicho poco antes al paralítico: «no peques para que no te ocurra algo peor». Sin embargo, en este caso, niega cualquier relación de la enfermedad con un hipotético pecado del ciego o de sus padres. Nació ciego «para que se manifiesten en él las obras de Dios». Una respuesta que puede escandalizar a más de uno. ¿Es preciso que una persona sufra para que Dios manifieste su poder? Dejemos de momento este tema.

            En la respuesta de Jesús a los discípulos hay unas palabras esenciales, claves para entender todo el relato: «Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». ¿Cómo ilumina Jesús? ¿En qué consiste esa luz? Lo descubriremos al final.

            La forma de realizar el milagro es desconcertante a primera vista. En el evangelio de Juan, igual que en los Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo demostrará sobre todo poco más tarde resucitando a Lázaro con la simple orden: «Lázaro, sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un método muy distinto y complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y lo envía a la piscina del Enviado (Siloé). El barro en los ojos recuerda a la curación del ciego de Betsaida que cuenta Marcos, donde Jesús le aplica saliva en los ojos y luego le aplica las manos (Mc 8,22-25). La idea de lavarse en la piscina recuerda la orden de Eliseo a Naamán de bañarse siete veces en el Jordán.

            ¿Se trata de la reminiscencia de un gesto mágico? La clave está en la cuádruple referencia al barro, unida a la indicación: «era sábado el día que Jesús hizo barro». Una contravención expresa del descanso sabático, igual que ocurrió en la curación del paralítico de la piscina. Una de las acusaciones más fuertes que se hacen a Jesús en el cuarto evangelio.

En esta primera escena el ciego no dice nada. Se limita a obedecer.

2ª escena: el ciego y los vecinos

Diálogo cargado de ironía. En el conjunto, es importante advertir que el ciego sabe que el hombre que lo ha curado se llama Jesús, pero no sabe dónde está.

Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir
limosna preguntaban:
—¿No es ése el que se sentaba a pedir?
Unos decían: —El mismo.
Otros decían: —No es él, pero se le parece.
El respondía: —Soy yo.
Y le preguntaban: —¿Y cómo se te han abierto los ojos?
El contestó: —Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.
Le preguntaron: —¿Dónde está él?
Contestó: —No sé.

3ª escena: los fariseos y el ciego

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo
barro y le abrió los ojos.) También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la
vista.
El les contestó:
—Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.
Algunos de los fariseos comentaban:
—Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.
Otros replicaban:
—¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
—Y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?
El contestó:
—Que es un profeta.

            Plantea el problema del sábado. Comienza advirtiendo el evangelista que «era sábado el día que Jesús hizo barro», y algunos fariseos concluyen: «Este hombre no viene de Dios porque no guarda el sábado». Sin embargo, otros se sienten desconcertados, como le ocurrió a Nicodemo: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».

            El ciego habla poco. Repite la curación, pero con menos palabras que cuando la contó a sus vecinos. En cambio, su visión de Jesús ha mejorado notablemente. Ya no lo considera «un hombre» sino «un profeta». Lo mismo que dijo la samaritana, aunque por motivos distintos: ella, porque Jesús conocía toda su vida; el ciego, porque Jesús ha realizado un prodigio sorprendente.

4ª escena: los judíos y los padres del ciego

Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
—¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora
ve?
Sus padres contestaron:
—Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego;pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»

Esta escena, que la liturgia permite suprimir, es esencial para comprender el mensaje del episodio a finales del siglo I. En la época de Jesús los fariseos no tenían poder para expulsar de la sinagoga; ese poder lo consiguieron después de la caída de Jerusalén en manos de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio perdió fuerza y ellos se hicieron con la autoridad religiosa. A finales del siglo I, bastante después de la muerte de Jesús, es cuando comenzaron a enfrentarse decididamente a los cristianos, acusándolos de herejes y expulsándolos de la sinagoga. El relato de Juan refleja muy bien, a través de los padres del ciego, el miedo de muchos judíos piadosos a sufrir ese castigo si reconocían a Jesús como Mesías. Y las tensiones dentro de la familia cuando uno de sus miembros se hacía cristiano.

5ª escena: los fariseos y el ciego

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:

—Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
Contestó él:
—Si es un pecador, no lo sé;sólo sé que yo era ciego y ahora veo:
Le preguntan de nuevo:
—¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?
Les contestó:
—Os le he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?

Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
—Discípulo de ése lo serás tú;nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ese no sabemos de dónde viene.
Replicó él:
—Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento, si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.
Le replicaron:
—Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron.

El ciego terminó su declaración anterior diciendo que Jesús es «un profeta». Los fariseos le exigen ahora que reconozca que «ese hombre es un pecador». Ante esa acusación, el ciego no lo defiende con argumentos teológicos sino de orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Luego no teme recurrir a la ironía, cuando pregunta a los fariseos si también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús. Y termina haciendo una apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»

La tensión entre cristianos y judíos a finales del siglo I queda clara en las palabras de los fariseos: ellos se consideran «discípulos de Moisés», al que Dios habló, no de Jesús, del que «no sabemos de dónde viene». Resuena aquí un tema típico del cuarto evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Es una pregunta ambigua, porque no se refiere a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael; Belén, de donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de Dios, el que ha salido de Dios. Y esto los fariseos no pueden aceptarlo. Por eso, Jesús es para ellos un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios no puede salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Por eso, terminan expulsado al ciego de la sinagoga.

6ª escena: Jesús y el ciego

Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
—¿Crees tú en el Hijo del hombre?
El contestó:
—¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo:
—Lo estás viendo: el que te está hablando ese es.
El dijo:
—Creo, Señor.

Y se postró ante él.      

Hasta ahora, el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Él lo considera un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe venir de Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la visión completa la recupera en la última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se postra a sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros, casas, el sol y la luna… La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús, creer en él y adorarlo.

7ª escena: Jesús y los fariseos

Dijo Jesús:
—Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que
ven, se queden ciegos.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
—¿También nosotros estamos ciegos?
Jesús les contestó:
—Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado;pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.

La reacción del ciego da paso a la enseñanza final de Jesús. Al principio dijo que él era la luz del mundo. Ahora aclara en qué consiste su misión: «que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos». Volviendo a la situación de finales del siglo I, «los que ve» son los fariseos, las autoridades religiosas de Israel, que no dudan de nada y niegan que Jesús sea el Mesías; «los que no ven» son los judíos y paganos de buena voluntad que pueden descubrir poco a poco la persona de Jesús y creer en él.

Si tenemos en cuenta el valor simbólico de la figura del ciego, resulta más fácil entender las palabras iniciales de Jesús de que nació ciego «para que se manifiesten en él las obras de Dios». No se trata de ceguera física, sino de la ceguera espiritual de no conocer a Jesús.

La samaritana y el ciego

Hay un gran parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan. En ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y en ambos casos el descubrimiento los lleva a la acción. La samaritana difunde la noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por no observar el sábado.

Relación con la primera lectura: 1Samuel 16, lb. 6-7. 10-13a

En aquellos días, el Señor dijo a Samuel:
-«Llena tu cuerno de aceite y ponte en camino. Te envío a casa de vete Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mi».

Cuando llegó, vio a Eliab y se dijo: «Seguro que está su ungido ante el Señor».

Pero el Señor dijo a Samuel:
-«No te fijes en su apariencia ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón». Jesé presentó a sus siete hijos ante Samuel.

Pero Samuel dijo a Jesé:
-«El Señor no ha elegido a estos».

Entonces Samuel preguntó a Jesé:
-«¿No hay más muchachos?».

Jesé respondió:
-«Todavía queda el menor, que está pastoreando el rebaño».

Samuel dijo:
-«Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa mientras no venga».

Jesé mandó a por él y lo hizo venir. Era rubio, de hermosos ojos y buena presencia.

Entonces el Señor dijo a Samuel:
-«Levántate y úngelo de parte del Señor, porque es éste».

Samuel cogió el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y el espíritu del Señor vino sobre David desde aquel día en adelante.

Sin la ayuda de Dios, Samuel es incapaz de ver cuál es la persona elegida como rey de Israel. Sin la ayuda de Jesús, el hombre es incapaz de reconocerlo como su salvador.

Relación con la segunda lectura: Efesios 5, 8-14

Hermanos:
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.
Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas.
Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

La luz que recibimos de Jesús debe manifestarse en nuestra forma de vivir, «como hijos de la luz»: con bondad, justicia, verdad.

 

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Cuarto Domingo de Cuaresma. 22 Marzo, 2020

Domingo, 22 de marzo de 2020
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Cuaresma4

“- Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y me lavase.

Entonces fui, me lavé y empecé a ver”.

(Jn 9, 1-41)

Para esta etapa del viaje que nos propone la Cuaresma tenemos un guía especial: el ciego de nacimiento.

El evangelio de este domingo es largo y muy rico en matices pero si nos fijamos en el ciego hay algo que llama poderosamente la atención: la fuerza de la experiencia personal.

No parece que este ciego estuviera interesado en la persona de Jesús, no es como aquel otro ciego (Mc 10, 46-52) que gritaba cuando supo que Jesús estaba cerca. Este ciego de nacimiento fue visto por Jesús.

La iniciativa fue toda de Jesús que sin preguntarle le puso barro en los ojos y lo mandó a lavarse. Él se dejó hacer y también hizo lo que le mandó Jesús. Y en ese intercambio de dejarse hacer y de hacer tuvo una profunda experiencia de la persona de Jesús. Tan honda y transformadora que le quitó todo el miedo (llega incluso a retar a los fariseos y parece que le trae sin cuidado que lo expulsen de la sinagoga).

Ciertamente no sabe quién es Jesús, no sabe nada de él pero su experiencia es irrefutable por eso cuando vuelve a encontrarse con Jesús cae de rodillas confesando: “-Creo, Señor.

Cuando Dios irrumpe en nuestras vidas, cuando hacemos experiencia de su gracia transformadora, hay muchas preguntas que seguimos sin saber responder. Pero hay una certeza tan intensa y personal que no logran empequeñecerla las dudas y menos aún las amenazas externas.

No, no sabemos explicarlo, no podemos dar detalles. Solo tenemos la evidencia de una luz que nos hace ver con claridad. Unos ojos recién estrenados que llenan nuestra vida de formas y colores.

Vayamos, de la mano de este guía que había sido ciego, a recobrar la mirada que descubre a Jesús como Señor.

Oración

Danos, Trinidad Santa, la valentía y la humildad necesarias para descubrir nuestras cegueras y para dejarnos curar por ti. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La luz está ya en ti, deja que te inunde y desborde.

Domingo, 22 de marzo de 2020
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pictures-of-jesus-blind-man-thanks-1138184-galleryJn 9, 1-41

Todo el relato es simbólico, como la Samaritana del domingo pasado y la resurrección de Lázaro del próximo. Se propone un proceso catecumenal que lleva al hombre de las tinieblas a la luz; de la opresión a la libertad; de no ser nada a ser plenamente hombre. Jesús acaba de decir: “Yo soy la luz del mundo”. Lo repite y lo va a demostrar con hechos, dando la vista al ciego. Jesús no le consulta, pero no suprime su libertad, le da la oportunidad, pero la decisión queda en sus manos. Tendrá que ir a lavarse. Los demás personajes siguen en su ceguera: fariseos, apóstoles, paisanos, padres.

Al mezclar la tierra con su saliva está simbolizando la creación del hombre nuevo, compuesto por la tierra-carne y la saliva-Espíritu. De ahí la frase que sigue: le untó su barro en los ojos. El barro, modelado por el Espíritu, es el proyecto de Dios realizado ya en Jesús, y con posibilidad de realizarse en todos los seres humanos. Jn usa dos verbos para indicar la aplicación del barro en los ojos: aquí untar-ungir, en relación con el apelativo de Jesús “Mesías”. Más adelante dirá sencillamente aplicar.

Aquí está la clave de todo el relato. El ciego es ahora un “ungido”, como Jesús. El hombre carnal ha sido transformado por el Espíritu. La duda de la gente sobre la identidad del ciego refleja la novedad que produce el Espíritu. Siendo el mismo, es otro. El hombre ciego ya era libre pero no lo había descubierto todavía. De ahí que el ciego utilice las mismas palabras que tantas veces, en Jn, utiliza Jesús para identificarse: “Soy yo“. Esta fórmula refleja la identidad del hombre transformado por el Espíritu. Descubre la transformación que se ha operado en su persona y quiere que los demás la vean.

El ciego, que hasta entonces era solo carne, se dejó transformar por el Espíritu. Debemos tomar conciencia de que el relato no da ninguna importancia al hecho de la curación física. Lo despacha con media línea. Lo que de verdad importa es que este hombre estaba limitado y carecía de toda libertad antes de encontrarse con Jesús. Su vida era anodina y dependiente de los demás. Ahora está llena de sentido. Pierde todo miedo y comienza a ser él mismo, no solo en su interior sino ante los fariseos que le acosan.

La piscina de Siloé estaba fuera de los muros de la ciudad. Recogía el agua de la fuente de Guijón que llegaba a ella conducida por un canal-túnel (de ahí el nombre arameo de “siloah”=emisión-envío, agua emitida-enviada). Jn aplica el nombre a Jesús, el enviado. La doble mención de untar-ungir y la de la piscina, término que era utilizado para designar la fuente bautismal, nos muestra que se está construyendo este relato a partir de los ritos de iniciación (bautismo) de la primera comunidad.

Al principio del relato no se había mencionado que era mendigo, incapacitado y dependiente de los demás. El punto de partida es clave para resaltar el punto de llegada. Jesús le va a dar la independencia. Le hace un hombre cabal. Tampoco se había mencionado que era sábado. Jesús no tiene en cuenta esa circunstancia a la hora de hacer bien al hombre. Amasar barro estaba explícitamente prohibido por la Ley. El amasar el barro el día séptimo, prolonga el día sexto de la creación. Jesús termina la creación del hombre.

A los fariseos no les importa que un hombre haya sido curado. No se alegran del bien del hombre. Solo les interesa la Ley y creen que a Dios tampoco le importa el hombre. Acuden a los padres para desvirtuar el hecho que no pueden negar. Los padres son gente sometida, en tinieblas. La pregunta es triple: ¿Es vuestro hijo? ¿Nació ciego? ¿Cómo recobró la vista? Los padres responden a las dos primeras preguntas, pero a la tercera, la más importante, no se atreven a responder. El miedo les impide aceptar cualquier complicidad con el hecho. Tienen miedo de ser expulsados de la institución.

Al fallarles la argucia empleada con los padres, intentan confundir al ciego. Quieren, por todos los medios, conseguir la lealtad del ciego aún en contra de la evidencia. Condenan a Jesús en nombre de la moral oficial y pretenden que le condene también el que ha sido curado. Ellos lo tienen claro, Dios no puede estar de parte del que no cumple la Ley. Dios no puede actuar contra el precepto ni siquiera en benefició del hombre. Quieren hacerle ver que la vista de que ahora goza es contraria a la voluntad de Dios.

El ciego no tiene miedo. Expresa lo que piensa ante los jefes. A las teorías opone los hechos. Puede que se haya quebrantado la Ley, pero lo que ha sucedido es tan positivo para él, que se hace la pregunta: ¿No estará Jesús por encima del sábado? Ha visto el amor gratuito y liberador. Él sabe ahora lo que es ser un hombre y sabe también lo que es Dios. Él ahora ve, los maestros están ciegos. Descubre que, en Jesús, está presente Dios. El hombre utiliza una teología admitida por todos. Dios no está de parte de un pecador.

Los fariseos están tan seguros de sí, que dudan de la misma realidad. El ciego no sabe nada, pero le es imposible negar lo que personalmente ha vivido. Por no negar su propia experiencia ni renunciar al bien que ha recibido, lo expulsan. Con su mentira han querido apagar la luz-vida. Al no conseguirlo, el hombre no puede permanecer dentro del ámbito de la muerte-tiniebla, que es la sinagoga. Lo mismo que Jesús tuvo que salir del templo, el ciego, que ha recibido la luz, tiene que salir de la institución judía.

“Fue a buscarlo”. El (euron) griego no significa un encuentro fortuito, sino el fruto de una búsqueda. El contraste salta a la vista. Los fariseos lo expulsan, Jesús lo busca. No le dice, como al inválido de la piscina, que no vuelva a dejarse someter, porque ya se había mantenido firme ante los fariseos. Con su pregunta acaba la obra de iluminación. La acción de Jesús había hecho descubrir al ciego una nueva manera de ser hombre, cuyo modelo era Jesús, “el Hombre”. Jesús quiere que tome conciencia de esta realidad.

El relato termina con la plena aceptación de Jesús por parte del ciego. “Se postró” (prosekinesen en griego) es el mismo verbo con que se designa la adoración debida a Dios en (Jn 4,20-24). El gesto de postrarse para adorar a Jesús no es infrecuente en los sinópticos, sobre todo en Mt, pero éste es el único pasaje de Jn en que aparece. Jesús, el Hombre, es el nuevo santuario donde se puede verificar la presencia de Dios. El ciego, expulsado, encuentra en Jesús el verdadero santuario, donde se puede rendir el culto a Dios ‘en espíritu y verdad’, anunciado a la Samaritana.

Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean y los que creen ver se queden ciegos. Era inconcebible que alguien pudiera tener por ciegos a los que estaban encargados de indicar el camino a los demás. Estas no son palabras de Jesús sino de los cristianos de finales del s. I. Clara alusión a los fariseos que se habían erigido en guías del pueblo. ¿También nosotros estamos ciegos? Eran los conocedores y cumplidores de la Ley, que tenían por ciegos a los demás. La respuesta de Jesús deja clara la realidad: Los que más cerca se creen de Dios, son los que menos le conocen.

Meditación

Creer en Jesús es creer en el Hombre.
Él es el modelo de hombre, el hombre acabado según el designio de Dios
Jesús es, a la vez, la manifestación de Dios y el modelo de hombre.
En su humanidad, se ha hecho presente lo divino.
Mi meta es también dejarme transformar en Espíritu.
Para ello hay que nacer de nuevo.

 

Para profundizar 

¿En qué grupo me encuentro yo?

¿Soy de los que ven pero no ven

O de los que no ven pero ven?

Si está leyendo esto, es que algo ves

Sé consciente de que tienes que aclararte algo más

El relato se propone como un proceso

Empieza con una experiencia personal

Y termina postrándose ante Jesús.

Conocimiento y experiencia inseparables.

Jesús es la luz del mundo porque vio la Luz dentro de él

No me va a iluminar desde fuera

Sino ayudándome a descubrir mi propia Luz

La luz-vida ya está en el fondo de mi ser

Si miro hacia fuera, nunca la descubriré

Vivir mi verdadero ser me hará libre

Pero lo esencial de mí, no se ve con los ojos

Solo desde la verdad que soy, seré hombre cabal

Ninguna de mis limitaciones me impedirá ser yo

Debo procurar superar toda limitación

Pero lo que soy no dependerá nunca de ellas

Solo el ciego ve lo que hay que ver

No se trata de una curación médica y fisiológica

La curación es solo el pretexto para hablar de otra visión

La verdadera visión del ciego está más allá de la vista

Mi error será dejarme llevar por lo que ven los ojos

También yo estaré ciego, mientras no me deje iluminar desde dentro

Toda la Luz del mundo está ya en mí

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Ha pecado alguien?

Domingo, 22 de marzo de 2020
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el-gran-mirlagroDesear a la mujer de tu prójimo no es pecado, es tener buen gusto (Alejandro Sanz)

22 de marzo. DOMINGO IV DE CUARESMA

Jn 9, 1-41

Les contestó: Si es pecador, no lo sé, una cosa me consta, que yo era ciego y ahora veo

En torno al sistema solar del término pecado, orbitan otras muchas, en otros idiomas, que pueden aclararlo.

En el acadio (Siglo XXII a.C.) significaba error, en árabe, equivocarse, en Jueces, 20, 16, errar en el blanco: “Toda esa gente, incluyendo los setecientos hombres escogidos eran zurdos, y sin embargo, cada uno de ellos podía lanzar piedras con la honda a un cabello si errar el tiro”.

Eran unos expertos lanzadores, como Guillerrmo Tell, famoso ballestero suizo que disparó la ballesta contra una manzana verde colocada sobre la cabeza de su propio hijo.

En el griego clásico, hamartein, significaba errar en el blanco, como ocurre cuando se dispara una flecha del arco y que hierra su blanco.

sombras-paraguasEl concepto de pecado, erróneamente traducido por San Jerónimo en la Vulgata, ha caído como un sunami de granizo, apedreando cuantas conciencias se paseaban tranquilas por la calle, arruinando totalmente las cosechas, y eso que era domingo de Laetare.

¡¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

gritaban las campanas de todas las iglesias.

Dicho concepto se ha expandido durante siglos sobre la cristiandad como una pandemia similar a la del coronavirus.

confesionario“La confesión, dice Fray Marcos, es un proceso que nos debe llevar a una conciencia de la superación de estos fallos, de una desesperanza a una total confianza”, o como otros dicen, por ejemplo, José Arrregui, un concepto bastante descabellado imposible de ser creído.

Personalmente me atribuló de joven, pero desde hace mucho tiempo, ni caso, y los confesionarios de las iglesias se han venido abajo, pues hace más de treinta años que no los visito: los considero un Museo considerablemente trasnochado.

“Desear a la mujer de tu prójimo no es pecado, es tener buen gusto”, decía el cantautor español Alejandro Sanz, con las cuerdas de su artística guitarra.

 

CONFESIONARIO

Tarde de domingo en un oscuro templo madrileño.

Personas en la cola esperando confesarse con un cura retrógrado
que repartía en un crecido
ego te absolvo in pecatis tuis,
in nomine Patris, vade in pace.

Y se iban a la calle satisfechos,
después de haber vaciado en el cubo de la basura
los pesados pecados de su conciencia culpable.

Llamé al cura retrógrado,
y cuando salió fuera vestido de absolvos y de vades in pace,
les agarré a todos por el cuello de la camisa,
y les arrojé a la basura, apartándome el rostro,
porque el olor a podrido era grande

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Ceguera, periferias y vulnerabilidades.

Domingo, 22 de marzo de 2020
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ojos-cremalleraJn 9, 1- 41, Domingo 22 de marzo 2020

La ceguera es uno de los temas más repetidos en los Evangelios, pero en el Evangelio de Juan aparece siempre planteada como causa de la tiniebla o de la “ideología de la ley”. Así sucede en este texto. El ciego al que libera Jesús representa a un grupo dentro de Israel que ha vivido una opresión ancestral y no conoce más realidad que la oscuridad en la que transcurre su vida. Su sufrimiento y aislamiento es externo. Su desesperación le lleva a dejar que Jesús le unte los ojos con barro y saliva, como expresión de una nueva creación y recuperación para la vida y a bañarse en la piscina de Siloé. La alegría de su liberación contrasta con la sospecha de los fariseos y su acusación a Jesús por transgredir el sábado. La observancia les hace esclavos de la ley. Su ceguera es mucho mayor que la del ciego de nacimiento porque sus sospechas y la defensa de sus intereses les incapacitan para reconocer la misericordia actuante de Dios. Frente a los hombres de la ley, el ciego de nacimiento es capaz de reconocer la Buena Noticia de Dios que los fariseos niegan.

 

También nosotros y nosotras necesitamos liberar la mirada de múltiples cegueras que terminamos por naturalizar. Por eso eso necesitamos convertirla e invertirla y exponerla a las periferias sociales y existenciales, que son lugar preferente de la revelación de Dios. Recorrer quizás el mismo itinerario que hizo el ciego del texto de hoy, conscientes que para ir viendo con los ojos del Evangelio no bastan sólo las buenas intenciones, ni los buenos análisis, ni la mera voluntad, sino que hemos de dejar que sea Jesús quien nos tome de la mano, y como a otro ciego, el de Betsaida, nos saque de la ciudad (Mc 8, 23). Porque la mirada del Evangelio se aprende de forma privilegiada e inaudita en las afueras y en los abajo de la historia. En ellos podemos experimentar que la pedagogía desconcertante de Jesús con nosotras y nosotros, su modo de untarnos los ojos con saliva es la de aproximarnos a todos los orillados y expulsados, de manera que sean ellos, sus relatos, sus significaciones, los que vayan dándonos las instrucciones, las pistas, para aprender a mirar de manera nueva. Es este un aprendizaje lento que requiere paciencia, fidelidad y una gran confianza en Aquel que nos guía. Requiere también tocar fondo, perder miedo al vacío y desde esa desnudez, una vuelta a lo esencial que nos permita distinguir las sombras de la luz.

Quizás la crisis del corona-virus, sin quitarle un ápice a su dureza y la gran de tragedia que va a ser- que está siendo ya- para los y las más pobres, pueda ser un buen colirio para liberarnos de la ceguera de unas vidas centradas en la globalización de la indiferencia y el “sálvese quien pueda” y nos abra los ojos a la interdependencia, la solidaridad y el cuidado de la vida más vulnerable.

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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Sólo el que no sabe, mira.

Domingo, 22 de marzo de 2020
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Anteojeras.2Domingo IV de Cuaresma 

22 marzo 2020

Jn 9, 1-41

Se cuenta que, al ser cuestionada su teoría heliocéntrica, Galileo pidió al cardenal presidente del consejo que lo juzgaba que mirara por el telescopio para poder apreciar por sí mismo el movimiento de los planetas. A tal invitación, el cardenal contestó con tanta rapidez como vehemencia: “No necesito mirar por ningún sitio. Yo sé bien cómo son las cosas”. La creencia no indaga, pontifica; no le interesa la verdad, sino su propia autoafirmación.

          Indudablemente, el que sabe no mira –afirma que no necesita mirar–, porque su creencia constituye para él la única verdad. Sin duda, una de las características más peligrosas de toda creencia es su tendencia a identificarse con la verdad. En cuanto eso ocurre, la creencia constituye el mayor obstáculo para abrirse a la verdad, porque actúa como unas anteojeras que no permiten ver sino lo que previamente se ha aceptado. Por ese motivo, el que sabe –el que cree saber– no mira, no indaga e incluso llega a negar lo evidente.

         Es lo que les sucede a los fariseos en este magnífico relato compuesto por la comunidad de Juan, como catequesis bautismal. Aferrados a sus creencias –“quien no guarda el sábado no puede venir de Dios”, “nosotros sabemos que este hombre es un pecador”–, no pueden ver la realidad, llegando incluso a extremos patéticos.

      “Los que ven se quedan ciegos”, dice Jesús. Que podría traducirse de este modo: quienes creen ver están incapacitados para abrirse a la verdad.

       Solo el que no sabe mira. El reconocimiento socrático de que “solo sé que no sé nada” nos sitúa en actitud de indagación. Pero eso requiere soltar todas las creencias: religiosas y antirreligiosas, psicológicas, culturales e incluso “científicas” –también la ciencia que, por definición, estaría libre de toda creencia, suele caer en esa trampa al dar por supuestos determinados apriori nada científicos, como aquel que afirma que solo existe lo que puede ser medido o comprobado en un laboratorio–.

        Soltar las creencias significa, no solo no confundirlas con la verdad –la creencia no es la verdad, como la miel no es el dulzor–, sino aprender a tomar distancia de la mente y de todas sus construcciones –toda creencia no es sino un constructo mental, un pensamiento al que le otorgamos nuestra adhesión–, al advertir que la verdad no cabe en la mente ni puede ser dicha con palabras. Como bien dijera Krishnamurti, “solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por verla”.

¿Cómo me posiciono ante las creencias?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Hoy la ética siempre, pero hoy en día más, es tratar de curar y sanar a ls personas

Domingo, 22 de marzo de 2020
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Cathedral-of-Monreale-mosaic-leper-wikipedia-Pd-1-740x493Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

La enfermedad, el coronavirus nos rodea o, más bien, ha invadido la sociedad, nos ha invadido, nos ha cambiado el ritmo de vida y nos ha sumido en una honda crisis no solo externa, sino interna.

                Vayan pues unas cuantas -pocas y breves- consideraciones al hilo de la situación que estamos viviendo.

CONSIDERACIONES:

  1. A Jesús le preocuparon poco -más bien nada- los ritos del Templo, los horarios, la ley a cumplir, el sábado, etc. A Jesús le preocupó la vida del ser humano; por eso Jesús pasó la vida haciendo el bien, sanando enfermos, curando dolencias.
  1. En estos momentos nuestra ética / moral no es “a ver cómo salvamos la Misas, el precepto dominical, la comunión en la boca en la mano, etc.”, no. Hoy, para nosotros el cristianismo supone cuidarse para cuidar a los demás, solidaridad y ayuda, en la medida en que nos sea posible, “cuarentena”. Siempre, pero más en estos momentos, nuestra moral es cuidar la vida.

E l complejo mundo de la medicina es también ética.

  1. La iglesia no se cierra; se cierran los locales de culto. La iglesia somos todos y cada creyente que estamos en estos momentos “recluidos” en casa. Todo somos cuerpo del Señor JesuCristo. Cristianos estamos en todas partes.
  1. Esta pandemia le puede recordar a alguien las plagas de Egipto. El Evangelio de este domingo es el de la curación del ciego de nacimiento, (Jn 9, 1-41). A los fariseos no se les ocurre otra cosa mejor que preguntarle a Jesús: “¿Quién pecó, éste o sus padres para que sea ciego? Jesús les contestó: no ha pecado nadie, ni éste ni sus padres

Que no se nos ocurra pensar que el coronavirus  es consecuencia de un pecado de nadie y, por tanto sea un castigo de Dios. Hay gente que es muy dada a culpabilizarlo todo y también estas situaciones. No, Dios no castiga. Más bien Dios está sufriendo con nosotros. Dios no es “impasible”. Dios padece cuando el ser humano sufre. Dios sufre con nosotros. Dios padece con los enfermos.

  1. En la soledad de estos días, semanas, cuidemos un poco también la salud mental: la “vida monacal” requiere alguna fortaleza psicológica.

         Tenemos un sin fin de entretenimientos, pero, quizás podamos echar también una “pensada” a la vida, pensar un poco las situaciones y problemas de la vida.

         La oración pone nuestra existencia personal y comunitaria en manos de Dios.

         Una palabra de ánimo, y cuando tengamos que saludar a la gente, es mejor saludar con el alma y no solo ni principalmente porque así evitamos el contacto físico, sino porque saludar con el alma es saludar desde lo profundo.

         Saludos, que viene de salud.

No abandonarás mi vida, Señor, (Salmo 16)

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“Con los brazos siempre abiertos”. 4 Cuaresma – C (Lucas 15,1-3.11-32)

Domingo, 31 de marzo de 2019
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hijo prodigoPara no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa.

Poco a poco han prescindido de él. La fe ha quedado «reprimida» en su interior. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia Dios. Algunos recuerdan todavía «la parábola del hijo pródigo», pero nunca la han escuchado en su corazón.

El verdadero protagonista de esta parábola es el padre. Por dos veces repite el mismo grito de alegría: «Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida: estaba perdido y lo hemos encontrado». Este grito revela lo que hay en su corazón de padre.

A este padre no le preocupa su honor, sus intereses, ni el trato que le dan sus hijos. No emplea nunca un lenguaje moral. Solo piensa en la vida de su hijo: que no quede destruido, que no siga muerto, que no viva perdido sin conocer la alegría de la vida.

El relato describe con todo detalle el encuentro sorprendente del padre con el hijo que abandonó el hogar. Estando todavía lejos, el padre «lo vio» venir hambriento y humillado, y «se conmovió» hasta las entrañas. Esta mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva. Solo Dios nos mira así.

Enseguida «echa a correr». No es el hijo quien vuelve a casa. Es el padre el que sale corriendo y busca el abrazo con más ardor que su mismo hijo. «Se le echó al cuello y se puso a besarlo». Así está siempre Dios. Corriendo con los brazos abiertos hacia quienes vuelven a él.

El hijo comienza su confesión: la ha preparado largamente en su interior. El padre le interrumpe para ahorrarle más humillaciones. No le impone castigo alguno, no le exige ningún rito de expiación; no le pone condición alguna para acogerlo en casa. Solo Dios acoge y protege así a los pecadores.

El padre solo piensa en la dignidad de su hijo. Hay que actuar de prisa. Manda traer el mejor vestido, el anillo de hijo y las sandalias para entrar en casa. Así será recibido en un banquete que se celebra en su honor. El hijo ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él.

Quien oiga esta parábola desde fuera, no entenderá nada. Seguirá caminando por la vida sin Dios. Quien la escuche en su corazón, tal vez llorará de alegría y agradecimiento. Sentirá por vez primera que el Misterio último de la vida es Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría.

José Antonio Pagola

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“Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Domingo 31 de marzo de 2019. 4º de Cuaresma

Domingo, 31 de marzo de 2019
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20-cuaresmaC4 cerezoLeído en Koinonia:

Josué 5, 9a. 10-12: El pueblo de Dios celebra la Pascua, después de entrar en la tierra prometida.
Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
2Corintios 5, 17-21: Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo.
Lucas 15, 1-3. 11-32: Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.

Análisis

La primera lectura, del libro de Josué, nos presenta un elemento fundamental para la liturgia, que es la celebración de la Pascua en el desierto. El texto presenta una serie de elementos que pueden discutirse desde una perspectiva “histórica”: el nombre Guilgal seguramente no se remite a lo que dice aquí el texto sino a un “círculo” de piedras que puede haber dado origen a un sitio que hoy no conocemos con seguridad (hay diferentes locaciones posibles). Pero no es esto lo importante, sino que algo importante ha terminado. Esto es presentado como “el oprobio” de Egipto. Dado que el término oprobio se usa en Gn 34,17 para hablar de la circuncisión se ha pensado en que se refiere a haber estado bajo el dominio de “incircuncisos”. Esto ha sido cuestionado porque los egipcios se sometían a la circuncisión, pero no es a la “sola circuncisión” que debemos referirnos, no se ha de olvidar que esta es signo de la alianza de Dios con su pueblo (Gn 17,2.11) y ciertamente los egipcios no participan de esta alianza. Por otra parte, el v.9 pertenece de hecho a la unidad anterior (5,1-9) donde la circuncisión es el tema fundamental. Haber estado dominados por un pueblo “incircunciso” constituye un verdadero oprobio, pero el fin del éxodo (que de eso se trata esta unidad) marca también el fin de esta etapa.

No interesa, en este comentario, la parte histórica de notar que todavía no se han unido en la fiesta pascual la comida del cordero y la comida de los panes sin levadura., Esto parece haber ocurrido en tiempos de Josías (622 a.e.c.; 2Re 23,21-23: ¿Josué = Josías?), lo importante es que la celebración no sólo marca la culminación de un período sino el comienzo de uno nuevo, y este período está marcado por la memoria de los acontecimientos salvadores de Dios en el éxodo y el desierto. Es interesante notar la importancia que da esta unidad a los tiempos: “catorce del mes”, “día siguiente”, “ese mismo día”, “al día siguiente”, “aquel año”, un tiempo nuevo ha comenzado, y la celebración de la pascua es signo de ello.

Sabemos el lugar central que da el evangelio de Lucas a la “misericordia”. No vamos a desarrollar un comentario a toda la parábola sino a detenernos en lo fundamental. El movimiento de la parábola es sencillo: presentación de los personajes (vv.11-12), actitud del hijo menor (vv.13-20a), actitud del padre frente al hijo perdido (vv.20b-24), actitud del hijo mayor frente al hijo perdido (vv.25-32). Como se ve, las tres primeras escenas son paralelas a las actitudes del pastor y la mujer ante el objeto perdido, la novedad viene dada por la actitud del hijo mayor. Ciertamente este refleja la actitud de los fariseos y escribas ante los pecadores. No deja de ser interesante el lenguaje de la comida en la parábola, lo que nos recuerda el contexto: “hubo hambre” (v.14), deseaba comer las algarrobas (v.16), los jornaleros del padre “tiene pan en abundancia” (v.17), el padre manda “matar el novillo engordado, comamos y celebremos una fiesta” (v.23), “nunca me diste un cabrito para una fiesta con mis amigos” se queja el mayor (v.29) y aclara “ese hijo tuyo que devoró tus bienes con prostitutas” (v.30); además, en vv.23.24.29.32 utiliza eufrainô que como vimos es festejar en un banquete…

Como se ve, el contraste es entre dos personajes con respecto a una misma situación: el hijo/hermano menor. Como otras parábolas de dos personajes, quizá el título debería reflejar estas dos actitudes más que remitir al “hijo pródigo”.

Por una parte, se ocupa de mostrar qué bajo cayó el hijo menor con una serie de elementos muy críticos para cualquier judío: “país lejano”, “vida libertina/prostitutas”, “pasar necesidad”, “cuidar cerdos”, no le dan ni siquiera algarrobas, que es comida preferentemente de animales (¿las debe robar?), hasta el punto que pretende volver “a su padre” como un asalariado. Hay que prestar atención a palabras como “no merezco” (vv.19.21) y “es bueno/conviene” (v.32), a las que volveremos. Descubriendo su miseria el hijo parte “hacia su padre” (no dice a su casa, aunque se supone “pros”; vv.18.20), el hijo mayor es quien no entra “en la casa” (v.25). El movimiento de partida y regreso del hijo es semejante al perder-encontrar, y más aún a la muerte-resurrección (con este paralelismo termina la intervención del padre y vuelve a repetirse al intervenir el hijo mayor).

El hijo ha preparado un discurso, pero el padre no le permite terminarlo, no se le gana en generosidad e iniciativa: no sólo -contra las costumbres orientales- “corre” al encuentro del hijo al que ve de lejos, sino que le devuelve la filiación que había “perdido”: eso significan el anillo (sello), las sandalias y el mejor vestido, digno de un huésped de honor. La alegría del padre queda reflejada, además, en la fiesta por “este hijo mío”.

El hermano mayor, que viene de cumplir con sus responsabilidades de hijo no quiere ingresar a la casa y participar de la fiesta. Nuevamente el padre sale al encuentro de un hijo y debe escuchar los reproches. El mayor se niega a reconocerlo como hermano (“ese hijo tuyo”) cosa que el padre le recuerda (“tu hermano”). El padre no le niega razón a que el hijo mayor “jamás desobedeció una orden”, es un “siempre fiel”, uno que “está siempre con el padre” y todo lo suyo le pertenece, pero el padre quiere ir más allá de la dinámica de la justicia: el menor “no merece”, pero “es bueno” festejar. La misericordia supone un salir hacia los otros, los pecadores que -por serlo- no merecen, pero el amor es siempre gratuito y va más allá de los merecimientos, mira al caído. Los fariseos y escribas son modelos de grupos “siempre fieles”, pero su negativa a recibir a los hermanos que estaban muertos y vuelven a la vida los puede dejar fuera de la casa y de la fiesta. Los mayores también pueden irse de la casa si no imitan la actitud del padre, o pueden ingresar y festejar si son capaces de recibir a los pecadores y comer con ellos.

Comentario

En nuestra vida cristiana solemos movernos con caricaturas de Dios; sea por lo que creemos, por lo que mostramos, o por lo que nos enseñaron. Sea un Dios bonachón, un cascarrabias eterno que espera nuestra equivocación para quebrarnos, un distraído y olvidado de las cosas de los humanos a los que creó “hace tanto tiempo”, un “padre” autoritario y caprichoso que decide arbitrariamente y no permite discusiones en la realización de su voluntad… ¿Cómo es nuestro Dios?

Es importante saber cómo es el Dios en el que creemos, pero más importante es saber cómo es el Dios en el que creyó Jesús, cómo es el Dios que Él nos reveló. Como siempre, Jesús nos hablaba de Dios no sólo con palabras, sino también con lo que hacía. Haciendo, Jesús nos mostraba al Padre Dios, ¡al verdadero! Hoy Jesús nos cuenta una parábola, una parábola que nos habla de Dios, pero una parábola que nace de una actitud de Jesús, y él nos dice que frente a los hermanos despreciados, podemos obrar de dos maneras diferentes, como Dios -que es también como obra Jesús- o también como los judíos religiosos, los “separados” del resto, los puros.

El pecado es el no-amor-dado, y el amor no-dado, y por eso nos aleja de Dios, que es amor; nos separa de su casa paterna. Pero con su amor, que se sigue derramando, y de un modo preferencial por los pecadores, Dios sigue tendiendo constantemente su mano amiga, a la espera de la vuelta de sus hijos. Nosotros, en una frecuente caricatura de Dios, solemos rechazar, juzgar y condenar a los que creemos pecadores. Nosotros, al igual que Jesús, también mostramos con nuestras actitudes al Dios en el que creemos; pero, a diferencia de Jesús, mostramos un Dios que en nada se asemeja al Eterno Buscador de Hijos Perdidos.

El Jesús que ama y prefiere a los pecadores, y come con ellos, no hace otra cosa que conocer la voluntad del Padre y realizarla concretamente, sus mesas compartidas y sus comidas nos hablan de Dios, ¡claramente! En el comportamiento de Jesús se manifiesta el comportamiento de Dios, Jesús mismo es parábola viviente de Dios: su acción es entonces una revelación. ¿Qué Dios, qué Iglesia, qué ser humano revelamos con nuestra vida? Con frecuencia, como hermanos mayores estamos tan orgullosos de no haber abandonado la casa del padre, que creemos saber más que Él mismo: “Dios es injusto”, para nuestras justicias; Dios es “de poco carácter” para nuestra inmensa sabiduría. Quizá, Dios ya esté viejo, para dedicarse a su tarea y debería jubilarse y dejarnos a nosotros…

Frente a tanta gente que rechaza la Iglesia (“creo en Dios, no en la Iglesia”), a veces decimos “pero Dios sí quiere la Iglesia”. ¿No debemos preguntarnos constantemente qué Iglesia es la que Él quiere? ¿No debemos preguntarnos, en nuestras actitudes, qué Iglesia mostramos? Esta Iglesia, la que yo-nosotros mostramos, ¿es como Dios la quiere? Jesús, con su vida, y hasta con sus comidas, muestra el rostro verdadero de Dios, muestra la comunidad de mesa en la que él participa; hasta comiendo Él revela al verdadero Dios. Quizá debamos, de una vez, dejar nuestra actitud de hijo mayor, y ya que nos sale tan mal el papel de Dios, debamos asumir el papel de hijo menor; debemos volver a Dios para llenarlo de alegría, para participar de su fiesta; y, participando de su alegría, empecemos a mostrar el rostro de la misericordia de este Dios de puertas abiertas.

La misma cena eucarística es expresión de la universalidad del amor de Dios: es comida para el perdón de los pecados. El Dios de la misericordia, no quiere excluir a nadie de su mesa; es más, quiere invitar especialmente a todos aquellos que son excluidos de las mesas de los hombres por su situación social, por su pobreza, por su sexo o por cualquier otro motivo; y va más allá, no ve con buenos ojos que crean participar de su cena quienes no esperan a sus hermanos excluidos de la mesa por ser pobres. El Dios que no hace distinción de personas, ama dilectamente a los menos amados. Sin embargo, muchas veces tomamos la actitud del hermano mayor. ¿Cuándo nos sentaremos en la mesa de los pobres, y abandonaremos nuestra tradicional postura soberbia y sectaria de “buenos cristianos”? ¿Cuándo nos decidiremos a participar de la fiesta de Dios reconociéndonos hermanos de los rechazados y despreciados? Jesús nos invita a su comida, una comida en la que mostramos -como en una parábola- cómo es el Dios, como es la fraternidad en la que creemos. Y nos mostraremos cómo somos hermanos, cómo somos hijos en la medida de participar de la alegría del padre y del reencuentro de los hermanos. Leer más…

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31.3.19. Un hombre tenía dos hijos… el problema son los hermanos

Domingo, 31 de marzo de 2019
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70c343d09b9bd40bdcced549fdf99e33Del blog de Xabier Pikaza:

Mi hermano musulmán, mi hermano extranjero, mi hermano delincuente

 Fácil es tener dos hijos, eso lo puede “hacer” casi cualquiera… Lo difícil es lograr que ellos se quieran, y eso es algo que quizá, vistas las cosas que pasan en el mundo, sólo pueda conseguirlo el Dios de Cristo.

Un hombre tenía dos hijos…Así comienza la Biblia, contando la historia de Caín y Abel (Gen 4), hermanos querido y enfrentados, de tal forma que uno terminó matando al otros. De esa manera comienzan casi todos los “mitos” o relatos de la historia humana, como han puesto de relieve antropólogos y pensadores, de Kant a Hegel, de Marx a Freud y R. Girard.

Esta es nuestra historia: Somos hermanos, como nos decía la Revolución Francesa (igualdad, libertad, fraternidad…), pero nos seguimos enfrentando, no somos iguales y libres. Y así estamos enfrentados:

 blancos con negros, indígenas con emigrantes, autóctonos con invasores, ricos con pobres, nacionales con extranjeros… hombres con mujeres. Somos lo más querido, hermanos, y sin embargo nos queremos a muerte.

Imágenes:

1-2- Hijo pródigo, cuadros de Rembrandt y Murillo (fijarse en los dos hermanos), y 3-4. Caín y Abel, los dos hermanos: Panel de la Catedral de Salerno (siglo XI, de autor desconocido) y de la puerta del  baptisterio de Florencia (siglo XV, de L. Ghiberti)

Un hombre tenía dos hijos, es decir, había dos hermanos con un padre

50557964eefef016b19ddbd6023e2e9eAsí comienza esta parábola, una de las parábolas más importantes de la historia de la humanidad, atribuida a Jesús (aunque ha podido ser creada por uno de sus seguidores, para condensar precisamente el sentido de su vida y mensaje). Ha sido leída, escuchada, meditada, contemplada y vivida por millones de cristianos, aunque en general desde una perspectiva algo estrecha, fijándose sólo en la relación entre el hijo pródigo y el padre, cuando los personajes de la parábola son tres (un padre, un hijo pródigo, un hijo cumplidor…), y las relaciones que se establecen entre ellos son también tres:

  1. Es sin duda importante la relación del padre con el pródigo, en línea de “pecado” del pródigo, arrepentimiento (se supone) y perdón del padre misericordioso.
  1. Pero es quizá más importante en la parábola la relación del padre con el hijo “cumplidor”, que no acepta la vuelta del pródigo y no le quiere ver en casa, sin que, al parecer, el padre logre convencerle de que se reconcilie con su hermano.
  1. Y finalmente la relación más importante, el centro de la parábola, es la que puede y debe establecerse entre los dos hermanos, y no tanto desde la perspectiva del pródigo,sino del cumplidor.

Un caso de hermana

  He comentado cien veces esta parábola en cursos, cursillos y clases, pero no sé si he logrado convencer a alguien de su verdad (y no sé si estoy convencido yo mismo). Pero tenía yo una amiga profesora de clásicas, con la que mantuve amistad durante más de treinta años, fallecida ya, una gran cristiana.

Pues bien, ella tenía un hermano “pródigo” en el mal sentido de la palabra, que había gastado gran parte de la fortuna de la casa, y que quería volver para gastar el resto… con grandes gestos de arrepentimiento… Y mi amiga tuvo que acudir al juez, y el juez dictó sentencia prohibiendo al hermano volver, bajo pena de cárcel, a la casa de su padre.

Mi amiga profesora me decía, una y otra vez: Yo no puedo recibirle en la casa, para que nos robe y engañe de nuevo… Sé que quizá está mal, se lo pregunto a Jesús, y Jesús me dice que le quiera… Pero no puedo recibirle en casa. Estoy segura de que, cuando contó esta parábola, Jesús no tenía un hermano como éste… Y además, él habla del padre, y no de los hermanos…

Me han dicho que ha muerto al fin la hermana profesoras, y ha muerto el hermano mal‒pródigo, ladrón de la casa de su padre… Y en la nueva vida de la resurrección Jesús les habrá contado de nuevo, quizá de otra manera, esta parábola.

 3        Dejo el caso, vuelvo al tema. Leed por favor la parábola (Lucas 15, 1-3. 11-32) y hablemos de nuevo. O Jesús no entendía nada, o estaba loco, decía mi amiga…  Nadie en el trabajo puede cumplir esta parábola, nadie en la política… y, seguía diciendo mi amiga,  nadie en la Iglesia la cumple: “la predican, pero no la cumplen… La toman como un sentimiento interior de piedad ante Dios, pero no la cumplen como Jesús quería que se cumpliera…”.

La conducta de Jesús

Dejemos a mi amiga (que está sin duda gozando del Dios de la parábola, que a ella le hacía sufrir…), vengamos al contexto:

  1. Hermanos pródigos: Por un lado estaba Jesús, que aceptaba en su grupo a los pródigos… A los enfermos y marginados, a los débiles, expulsados, oprimidos, a los publicanos, pecadores, prostitutas, a los leprosos y quizá los poseídos por espíritus diabólicos. A todos acogía en su grupo, a buenos y malos, rompiendo de esa forma el buen orden del sistema social y religioso de su tiempo.
  1. Hermanos cumplidores: Por otro lado estaban los fariseos y escribas, con los sacerdotes, es decir, los defensores del orden establecido. Ellos eran los limpios, los “legales”, los cumplidores de la constitución de Israel, los amigos oficiales de  Dios, jueces y guías de los hombres y mujeres, aquellos que “sostienen” el orden  del mundo, con su justicia, con su fuerza.

   Ya lo sé, cualquiera que lea la parábola dirá que las cosas no son tan sencillas, que no puede hablarse sin más de los buenos pródigos y de los malos cumplidores… Además, los cumplidores, los buenos trabajadores, los defensores del orden legal o constitucional son necesarios para que exista derecho en el mundo…

Ya lo sé… Jesús no dijo nunca que lo pródigos, enfermos, pecadores… eran buenos, sino que estaban necesitados, y que es preciso acogerles. Jesús nunca pensó que es malo trabajar, crear un orden de justicia en el mundo… Pero ese orden de justicia pierde todo su sentido si no ayuda a los necesitados, a los expulsados, emigrantes, pródigos de todo tipo

–  Jesús llega al lugar de los expulsados, para ofrecerles comunión en su reino: toca a los leprosos, acoge a las mujeres que la sociedad considera pecadoras/impuras, come con los publicanos, ofrece casa, comida a los marginados; cura a los enfermos para ofrecer a los humanos un signo de Dios, para romper las barreras que dividen y separan a hombres y mujeres, para crear en fe una familia mesiánica en que caben (son hermanos) todos los que acogen la palabra de Dios Padre (cf. Mc 3, 31-35) y están necesitados (Mt 25, 31-46). Leer más…

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Cuatro historias de padres e hijos. Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 31 de marzo de 2019
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HIJO-PRÓDIGO5_thumb1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado, a propósito de la conversión, Jesús contaba cómo un viñador intenta salvar a la higuera infructuosa pidiendo un año de plazo al propietario. Nosotros debíamos identificarnos con la higuera y agradecer los esfuerzos del viñador por impedir que nos cortasen. El evangelio de este domingo sigue centrado en la conversión, pero con un enfoque muy distinto: el propietario se convierte en padre, y no tiene una higuera sino dos hijos. Conociendo la historia de la parábola y teniendo en cuenta la lectura de la carta de Pablo podemos hablar de cuatro padres y distintos hijos.

  1. El hijo rebelde y el padre irascible que perdona (Oseas)

            La idea de presentar las relaciones entre Dios y el pueblo de Israel como las de un padre con su hijo se le ocurrió por vez primera, que sepamos, al profeta Oseas en el siglo VIII a.C. En uno de sus poemas presenta a Dios como un padre totalmente entregado a su hijo: le enseña a andar, lo lleva en brazos, se inclina para darle de comer; pasando de la metáfora a la realidad, cuando era niño lo liberó de la esclavitud de Egipto. Pero la reacción de Israel, el hijo, no es la que cabía esperar: cuanto más lo llama su padre, más se aleja de él; prefiere la compañía de los dioses cananeos, los baales. De acuerdo con la ley, un hijo rebelde, que no respeta a su padre ni a su madre, debe ser juzgado y apedreado. Dios se plantea castigar a su hijo de otro modo: devolviéndolo a Egipto, a la esclavitud. Pero no puede. “¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte a ti, Israel? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas. No ejecutaré mi condena, no te volveré a destruir, que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador” (Oseas 11,1-9).

            El hijo que presenta Oseas se parece bastante al de la parábola de Lucas: los dos se alejan de su padre, aunque por motivos muy distintos: el de Oseas para practicar cultos paganos, el de Lucas para vivir como un libertino.

         Mayor diferencia hay entre los padres. El de Oseas reacciona dejándose llevar por la indignación y el deseo de castigar, como le ocurriría a la mayoría de los padres. Si no lo hace es “porque soy Dios, y no hombre”, y lo típico de Dios es perdonar. Lucas no dice qué siente el padre cuando el hijo le comunica que ha decidido irse de casa y le pide su parte de la herencia; se la da sin poner objeción, ni siquiera le dirige un discurso lleno de buenos consejos.

  1. El hijo arrepentido y el padre que lo acoge (Jeremías)

            La gran diferencia entre Oseas y Lucas radica en el final de la historia: Oseas no dice cómo termina, aunque se supone que bien. Lucas se detiene en contar el cambio de fortuna del hijo: arruinado y malviviendo de porquerizo, se le ocurre una solución: volver a su padre, pedirle perdón y trabajo. En cambio, no sabemos qué pasa por la mente del padre durante esos años. Lucas se centra en su reacción final: lo divisó a lo lejos, se enterneció, corrió, se le echó al cuello, lo besó. Cuando el hijo confiesa su pecado, no le impone penitencia ni le da buenos consejos. Parece que ni siquiera le escucha, preocupado por dar órdenes a los criados para que organicen un gran banquete y una fiesta.

            ¿Cómo se le ocurrió a Lucas hablar de la conversión del hijo? Oseas no dice nada de ello, pero sí lo dice Jeremías. A este profeta de finales del siglo VII a.C. le gustaban mucho los poemas de Oseas y a veces los adaptaba en su predicación. Para entonces, el Reino Norte ha sufrido el terrible castigo de los asirios. El pueblo piensa que el perdón anunciado por Oseas no se ha cumplido, pero no por culpa de Dios, sino por culpa de sus pecados. Y le pide: “Vuélveme y me volveré, que tú eres mi Señor, mi Dios; si me alejé, después me arrepentí, y al comprenderlo me di golpes de pecho; me sentía corrido y avergonzado de soportar el oprobio de mi juventud”. Y Dios responde: “Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto. Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión” (Jeremías 31,18-28). En estas palabras, que reflejan el arrepentimiento del pueblo y su confesión de los pecados, se basa la reacción del hijo en Lucas.

  1. El padre con dos hijos muy distintos (evangelio)

            Sin embargo, cuando leemos lo que precede a la parábola, advertimos que el problema no es de Dios sino de ciertos hombres. A Dios no le cuesta perdonar, pero hay personas que no quieren que perdone. Condenan a Jesús porque trata con recaudadores de impuestos y prostitutas y come con ellos.

            Entonces Lucas saca un as de la manga y depara la mayor sorpresa. Introduce en la parábola un nuevo personaje que no estaba en Oseas ni Jeremías: un hermano mayor, que nunca ha abandonado a su padre y ha sido modelo de buena conducta. Representa a los escribas y fariseos, a los buenos. Y se permite dirigirse a su padre como ellos se dirigen a Jesús: con insolencia, reprochándole su conducta.

            El padre responde con suavidad, haciéndole caer en la cuenta de que ese a quien condena es hermano suyo. “Estaba muerto y ha revivido. Estaba perdido y ha sido encontrado”.

            ¿Sirve de algo esta instrucción? La mayoría de los escribas y fariseos responderían: “Bien muerto estaba, ¡qué pena que haya vuelto!” Y no podríamos condenar su reacción porque sería la de la mayoría de nosotros ante las personas que no se comportan como nosotros consideramos adecuado. El mundo sería mucho mejor sin ladrones, asesinos, terroristas, adúlteros, abortistas, gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, banqueros, políticos… y cada cual puede completar la lista según sus gustos e ideología.

            La diferencia entre el padre y el hermano mayor es que el hermano mayor solo se fija en la conducta de su hermano pequeño: “se ha comido tu fortuna con prostitutas”. En cambio, el padre se fija en lo profundo: “este hermano tuyo”. Cuando Jesús come con publicanos y pecadores no los ve como personas de mala conducta, los ve como hijos de Dios y hermanos suyos. Pero esto es muy difícil. Para llegar ahí hace falta mucha fe y mucho amor.

  1. El padre con un hijo y multitud de adoptados (2ª lectura)

            Lo que dice Pablo a los corintios permite proponer una historia en línea con lo anterior. Este padre tiene un hijo y una multitud de adoptados que dejan mucho que desear. Pero no se queda en la casa esperando que vuelvan. Les manda a su hijo para que intente traerlos de vuelta. No debe portarse como el hermano mayor de la parábola, no debe reprocharles nada ni “pedirles cuenta de sus pecados”. Sin embargo, para conseguir convencerlos, deberá morir, cosa que acepta gustoso. ¿Cómo termina la historia? “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. De nosotros depende. Podemos seguir lejos o volver a nuestro padre.

Nota sobre la 1ª lectura

            La primera lectura de los domingos de Cuaresma recoge momentos capitales de la Historia de la Salvación. Después de Abraham (2º domingo) y Moisés (3º), se recuerda el momento en que el pueblo celebra por primera vez la Pascua desde que salió de Egipto y goza de los frutos de la Tierra Prometida.

LOS TEXTOS DE LA LITURGIA

Lectura del libro de Josué 5, 9a. 10-12

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: «Hoy os he despojado del oprobio de Egipto». Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 17-21

Hermanos: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo reconciliando consigo y nos encargó el ministerio de reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.

Lectura del evangelio según san Lucas 15,1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publícanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola:

-Un hombre tenía dos hijos; el menos de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado». Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud». Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y el replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado».

El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».

 

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IV Domingo de Cuaresma. 31 marzo, 2019

Domingo, 31 de marzo de 2019
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“Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos.”

(Lc 15, 1-3.11-32)

Estamos ya en plena Cuaresma, y hoy se nos muestra cómo es el amor de Dios.

Es algo bastante común tener roces con quienes quieres, en la familia, en la comunidad… El hijo pequeño de la parábola quiere romper definitivamente con su familia. Pedir su parte de la herencia era querer olvidarse de su padre y de la vida a su lado. No nos resulta muy lejana esa sensación de querer decir ¡basta! Algo que sorprende de esta historia es que el padre le da lo que le pide. A pesar de estar demandando una barbaridad, él acepta.

Pero las cosas no van bien para quien se ha marchado y prefiere humillarse ante su familia antes que morirse de hambre, y vuelve cabizbajo… “Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos”. ¡Qué maravilla de escena! Es tan fácil cerrar los ojos y ver al padre, anciano, corriendo, abrazando y besando a su pequeño… Así es el amor de Dios: sin límites, sin condiciones, sin letra pequeña. ¡Una pasada! Ojalá vivamos este amor, no como una teoría, una cosa que nos han contado, sino como una experiencia que nos transforma la vida. Que nos sintamos vestidas con los mejores trajes, con anillo y sandalias nuevas, y que celebremos la fiesta de la vida.

Pero la parábola no termina ahí. También a veces podemos no saber ver ese amor de Dios. Quizás por costumbre, porque no pasa nada nuevo, nos olvidamos que la vida junto a Dios es siempre motivo de gozo, de acción de gracias. La historia queda abierta. Siempre tenemos la libertad de elección. Dios nos quiere libres.

Oración

Gracias Señor, por tu amor. Gracias por estar siempre dispuesto a acogernos, incondicionalmente.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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