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La aventura de Dios

Domingo, 3 de julio de 2022

caminar-montana

Lc 10, 1-20

«El Señor designó a otros 72 y lo mandó por delante»

Si nos atenemos al relato científico, hace 13.700 millones de años surgió el cosmos como resultado de una gran explosión cuya causa desconoce la ciencia. La radiación de energía que surgió de ella dio lugar a la materia inerte, aparecieron las estrellas, luego los planetas y hace 4.500 millones de años se formó la Tierra.

En un principio la Tierra presentaba un medioambiente hostil para el desarrollo de la vida, pero más tarde bajó su temperatura, se condensó el vapor de agua que la cubría, se formaron los océanos y apareció la corteza terrestre. En este nuevo escenario, ciertos elementos químicos se combinaron para crear compuestos orgánicos, y estos evolucionaron hasta formar una estructura celular capaz de albergar vida. Hace 3.500 millones de años, la vida se coló —dios sabe cómo— en el seno de una bacteria rudimentaria, que comenzó a vivir y a trasmitir a su descendencia el “principio vital” que ella había recibido y que alienta la vida de todo ser vivo…

Y así empezó la gran aventura que ha culminado en nosotros.

La ciencia es capaz de explicar bastante bien todo el proceso basándose en las Leyes Naturales, pero ignora de donde surgieron dichas Leyes. En buena lógica, de alguna parte tuvieron que surgir, y lo más razonable es pensar que fueron establecidas para producir el efecto que han producido; es decir, para que al final del proceso surgiese —contra toda lógica probabilística— el ser humano. Y es que, como se afirma unánimemente desde la comunidad científica, el mundo podía haber sido de infinitas formas distintas, pero en ninguna de ellas habríamos estado nosotros.

Y ante este enigma podemos abrazarnos a la metafísica del azar, o podemos pensar que el mundo es un proyecto de Dios, y que, para llevarlo a buen término, estableció unos cauces inexorables que nosotros llamamos leyes físicas (o más genéricamente, Leyes Naturales). Galileo Galilei decía que «las matemáticas son el lenguaje en el que Dios escribió el universo», y la propia evolución del cosmos nos invita a pensar que las Leyes Naturales son el nexo de unión entre Dios y el mundo; las que propician la acción de Dios en el mundo; en definitiva, el lenguaje de Dios para dirigir el mundo.

Pero no tiene demasiado sentido que el fin último de todo este despliegue sea la simple aparición del ser humano sobre la Tierra (o sobre otros diez mil millones de planetas; lo mismo da), sino de éste en plenitud; plenamente humano. Y nuestra grandeza está en que Dios nos ha dotado de amor, de tolerancia, de conciencia, de libertad y de voluntad para que asumamos la tarea de culminar con éxito Su proyecto.

Su Espíritu —el espíritu de Dios que alienta en nosotros— nos muestra el camino, pero es en Jesús, el hombre lleno a rebosar de ese Espíritu, donde hemos visto palpablemente los planes de Dios. Hace dos mil años envió a aquellos setenta y dos para que fueran por delante, y hoy es nuestro turno de continuar esa misma misión.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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